San Juan Apocaleta



Difundid Señor, benignamente vuestra luz sobre toda la Iglesia, para que, adoctrinada por vuestro Santo Apóstol y evangelista San Juan, podamos alcanzar los bienes Eternos, te lo pedimos por el Mismo. JesuCristo Nuestro Señor, Tu Hijo, que contigo Vive y Reina en unidad del Espíritu Santo, Siendo DIOS por los Siglos de los siglos.












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"Sancte Pio Decime" Gloriose Patrone, ora pro nobis.





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sábado, 28 de febrero de 2009

PRIMER DOMINGO DESPUÉS DE PENTECOSTÉS, SANTÍSIMA TRINIDAD 18 de junio de 2000

Amados hermanos en Nuestro Señor Jesucristo:

En este domingo primero después de Pentecostés la Iglesia inicia el nuevo ciclo litúrgico con la fiesta de la Santísima Trinidad, que es el dogma fundamental específico, esencial, de la religión católica, de la fe católica. Sin el dogma de la Santísima Trinidad no hay fe católica, la necesidad de creer no sólo en Dios sino en Dios uno y trino: no basta una fe en Dios, se requiere creer en Dios que es uno y trino, esto lo sabemos únicamente por la divina revelación; no olvidemos cómo el
conocimiento de Dios, la existencia de Dios como ser absoluto, como plenitud de ser, es una verdad a la cual el hombre puede llegar por la recta razón, por la filosofía. Por tanto, es contradictorio y absurdo ser ateo. Aun los paganos creían en un dios, claro que creían en un dios que no era el verdadero, pero llegaron al conocimiento de Dios, llegaron a aceptar a Dios a pesar del grado de paganismo en que vivían. Por lo mismo es absurdo el ateísmo del mundo moderno, basado en el materialismo ateo que predica la sociedad moderna. Tanto el capitalismo como el
comunismo tienen por ideal el humanismo ateo, la sociedad sin Dios. Se hallan en peores condiciones que las de aquellos paganos.

No es suficiente tener una noción de Dios, se debe creer que Dios es además Padre, Hijo y Espíritu Santo, y eso constituye el fundamento de nuestra fe, que junto con el otro gran misterio, el de la Encarnación, son las dos bases dogmáticas de nuestra religión y de nuestra salvación y aunque la inteligencia no lo pueda escudriñar ni entender, no significa que el augusto misterio de la Santísima Trinidad sea un absurdo. ¡No! Está por encima de la inteligencia, de la razón, pero
no está contra la razón, no es un absurdo como muchos hombres de ciencia en su orgullo pretenden hacer creer.


¿Y en qué consiste este dogma de la Trinidad? Hemos visto que por la razón se puede llegar a Dios y se prueba su existencia y no la de un dios indeterminado, indefinido, en el cual lo absoluto y la nada convergen, como piensan todas las gnosis y las cábalas que han destruido la revelación primitiva. No es un dios indeterminado e indefinido, es un Dios determinado y absoluto, que no es indeterminación de ser sino plenitud de ser. Por eso Dios es nuestro fin último, nuestra felicidad, lo que nos completa aun en el orden natural, lo que nos plenifica, lo que nos hace ser perfectos. Pero todo lo anterior no basta para alcanzar la fe, no basta para tener la Fe Católica, Apostólica y Romana. El encuentro de esas reuniones interreligiosas, ecumenistas, donde se pretende que todos adoran a un mismo dios es un craso error, ese no es el Dios de la revelación, ni el Dios de la religión católica; ese es el panteón de todos los dioses paganos. En el orden
sobrenatural, el ecumenismo es un absurdo.

Y es más erróneo aún el ecumenismo en el orden sobrenatural, cuando ese Dios absoluto, cuando ese Dios, plenitud de ser, es además Padre, Hijo y Espíritu Santo. Así entonces, en el dogma de la Santísima Trinidad, se conjugan dos categorías que para la razón y para el orden natural están separadas: lo absoluto de Dios y lo relativo de toda la creación, lo relativo de todo lo que es en el orden material y sensible de las cosas, todo es absolutamente relativo. Por lo mismo no se equivocó Einstein cuando dijo que el tiempo y el espacio eran relativos, nada es absoluto. Ni
el Universo es absoluto como lamentablemente creían los científicos antes de Einstein, quien a pesar de ser judío, logró demostrar que no hay nada absoluto ni en el orden físico, ni en el cosmos; que el universo tiene una finitud, tiene un límite y que aun el mismo tiempo es relativo al movimiento; de allí la definición de tiempo como la medida del movimiento. Estaba pues muy acertado Einstein al formular su teoría de la relatividad, que desafortunadamente muchos filósofos católicos no comprendieron, no entendieron y, sin embargo, era lo más acorde con lo que nos enseña la religión católica: que todo el universo ha sido creado, es finito y depende de Dios.

El dogma de la Santísima Trinidad conjuga la relatividad no ya del tiempo ni del espacio, sino la relatividad en lo absoluto de Dios, porque lo único que se distingue en Dios es la relación que puede haber entre el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo; su substancia es una, única, absoluta e indivisible. ¿Cómo entonces se van a distinguir tres personas? Por su relación, por su relatividad de origen. Es eso lo que constituye a cada una de estas tres personas, una distinta de la otra, la relación de origen.

El Hijo se distingue del Padre porque se diferencian en su origen; el Hijo procede del Padre por generación de pensamiento y por eso es el Verbo del Padre, pero el Verbo es eterno, mientras que el Padre es ingénito y el Hijo es engendrado desde toda la eternidad. Solamente esto se barrunta por la fe, se conoce por la fe, por la revelación que Dios hace de Él mismo a través del Verbo Encarnado, Nuestro Señor Jesucristo. Y el Espíritu Santo, que procede por vía de expiración o de amor entre el Padre y el Hijo; esa relación lo distingue como Tercera Persona de la Santísima Trinidad. Sin embargo, hay una sola naturaleza, una sola esencia, una sola
substancia divina, un solo Señor, un solo Dios, un solo Eterno, un solo Omnipotente, un solo Infinito. No hay tres dioses, ni tres infinitos, ni tres eternos, ni tres señores, ni tres omnipotentes, sino uno solo, porque una es su naturaleza divina, una su esencia divina, una su substancia divina. Vemos cuan necesaria se vuelve entonces la filosofía para poder inteligir lo que el dogma nos presenta. Al hablar de substancia, de naturaleza y de persona, necesitamos la ayuda y las nociones de una sana filosofía tomista, hoy desechada. Sin filosofía tomista
difícilmente puede haber teología, ¿qué teología puede haber? Se destruye la teología y ¿sin teología católica, cómo se va a exponer, a explicar de algún modo lo que los fieles y la Iglesia Católica creen?


Así, con todas las explicaciones no logramos entender qué es Dios, qué es la Santísima Trinidad; ni toda la eternidad será suficiente. Tal es la inmensidad de Dios frente a la criatura, nuestra nada frente a Dios y, sin embargo, eternamente contemplaremos a Dios en su divina esencia y en su trinidad, ese será el objeto de toda felicidad en el cielo.

Hoy en día, ante ese compromiso del falso ecumenismo que nos quiere igualar a Dios en la fe, urge reafirmar la fe en Dios uno y trino. No es lo mismo el dios de los budistas, mahometanos, judíos, ni aun el de los protestantes, que el Dios uno y trino de la Revelación; revelado a través de la Iglesia Católica, Apostólica y Romana. Sin esa transmisión del magisterio de la Iglesia tampoco hay fe, porque ninguno de nosotros ha sido inspirado para recibir inmediatamente la Revelación.
Fueron los apóstoles quienes la recibieron y con la muerte del último de ellos quedó cerrado el depósito de la Revelación, el depósito de la fe. De ahí la importancia de hacer ese acto de fe en el Dios uno y trino sabiendo que Dios es Padre, tal como nos lo hizo saber Nuestro Señor Jesucristo cuando nos enseñó a rezar el Padre Nuestro. No debemos tener un concepto de Dios con visos de judaísmo, de un Dios cruel, de un Dios iracundo, de un Dios implacable; todo lo contrario, debemos tener en El a un Dios amoroso tal como es la expresión de su Sagrado Corazón, mostrando su misericordia y su amor por todos nosotros.

Porque Dios nos ama existimos, lo que hace del suicidio un crimen; el no reconocer la paternidad de Dios sobre nuestra existencia en un mundo que pierde la fe, vuelve extraña la relación con Dios, y se multiplican los suicidios. Se asfixia en la contemplación del propio yo, en vez de vivir extasiados en la contemplación de Dios y corresponder así sea con nuestro mezquino amor a ese amor infinito de Dios. Nuestra respuesta a Dios debe de ser filial, confiada y cariñosa, no de hijos
malcriados y rebeldes que no hacen caso a los consejos y las advertencias paternas, sino todo lo contrario. Pero el mundo moderno no enseña esto; por el contrario, nos enseña a ser independientes, libres, soberbios, insumisos y exigentes. En eso consiste la proclama de la libertad, de los derechos del hombre. ¿Cuáles derechos del hombre? Se proclama la independencia del hombre con respecto a Dios porque así lo quiere la actual civilización. No hay otro remedio que volver a Dios, y si el mundo no vuelve a Dios, peor, vendrá la hecatombe. Este es el miedo del mundo moderno y la gran expectativa del tercer secreto de Fátima.

Pidamos a la Santísima Trinidad en Dios Padre, Hijo y Espíritu Santo que nos acompañen, seamos fieles a su gracia, que esa Trinidad, en su esencia, habite en nuestras almas por la gracia santificante y la participación de la naturaleza divina en la Trinidad de las personas y podamos responder así al llamado a la santificación y a la perseverancia en la gracia de Dios +

BASILIO MERAMO PBRO.