San Juan Apocaleta



Difundid Señor, benignamente vuestra luz sobre toda la Iglesia, para que, adoctrinada por vuestro Santo Apóstol y evangelista San Juan, podamos alcanzar los bienes Eternos, te lo pedimos por el Mismo. JesuCristo Nuestro Señor, Tu Hijo, que contigo Vive y Reina en unidad del Espíritu Santo, Siendo DIOS por los Siglos de los siglos.












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"Sancte Pio Decime" Gloriose Patrone, ora pro nobis.





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domingo, 7 de noviembre de 2021

QUINTO DOMINGO DESPUÉS DE EPIFANÍA o Equivalente al Vigésimo Cuarto después de Pentecostés

 


Amados hermanos en nuestro Señor Jesucristo:

La Misa que hoy celebramos corresponde al quinto domingo después de Epifanía. Como todos saben, los domingos después de Pentecostés varían entre 23 y 28 domingos, entonces esos 24 domingos después de Pentecostés se completan con los domingos de Epifanía y la razón es debida a la fiesta de Pascua, que es una fiesta móvil y de acuerdo con esa movilidad acontece esta variación.

En el Evangelio de hoy vemos cómo está la cizaña en medio del trigo. Santo Tomás de Aquino, en su comentario al Evangelio de San Mateo, dice que en la otra parábola anterior a ésta nuestro Señor quería mostrar la causa, el origen del mal, ab extrínseco, es decir, el origen del mal desde afuera y que con la parábola de hoy, de la cizaña, porque la otra era la del sembrador, quiere mostrar el origen, la causa del mal desde adentro, ab intrínseco.
Es una gran lección. El mal siempre ha sido motivo de discurso filosófico y también por desgracia lo ha sido de escándalo; no olvidemos que la interpretación que se hacía del origen del mal produjo esa gran herejía maniquea que perduró hasta la Edad Media con los albigenses, con los cátaros. Los maniqueos hacían del principio del bien a Dios y del principio del mal al demonio o a un origen maligno, estableciendo esa dualidad, por decir un poco grotescamente, un Dios comienzo del bien y un dios comienzo del mal; o un demonio tan poderoso como el Dios del bien, tanto, que la materia era producida por el mal y, por lo mismo, no podía ser bueno lo que proviniese de la materia.

Muchos entonces conculcaban el matrimonio y la procreación legítima; era imposible que Dios se encarnase porque cómo iba a tomar un cuerpo humano si esa carne era mala; y qué se diría de la comunión, que vamos a comulgar un cuerpo, la sangre de nuestro Señor, si eso entonces también es malo y así sucesivamente se destruiría toda la realidad sobrenatural y sacramental de la fe católica. Todo lo anterior por no tener una concepción verdadera del origen del mal.

Y nuestro Señor quiere mostrar, primero, que existe el mal, que es una realidad y quiere exponernos su causa. Éste existe de mil y una formas. El mal no se origina en Dios sino que es introducido por el maligno, Satanás, que como criatura espiritual libre, reniega y apostata de Dios y quiere que todo el cosmos, que todo el universo que está por debajo de esa realidad angélica, también haga el mismo acto de repudio de Dios. Ahí se inicia el mal en oposición al bien que de suyo es difusivo, porque el bien se difunde por sí mismo. Por eso el bien es caritativo, se da, se entrega, mientras que el mal quiere negar el bien. Si vemos a nuestro alrededor el mal a través de las enfermedades, a través de la muerte, es por el pecado y no solamente el de los ángeles malditos, sino el de cada uno de nosotros que se suma en ese acto de repudio.

De allí vienen las secuelas de ese mal que se va multiplicando porque va deteriorando nuestro universo, va corrompiendo la materia, por eso hoy vemos tantas enfermedades degenerativas como el cáncer, que es una descomposición de los tejidos. Ya las enfermedades no son las mismas de antaño, sino más bien una putrefacción, para mostrar cómo se acrecienta ese mal a través de las generaciones. Por eso no debemos escandalizarnos cuando vemos a un niño que nace sin culpa o que muere inocentemente, porque mucho más lo fue nuestro Señor y murió en la Cruz.

Dios deja el mal también como un modo de manifestar el bien si se lo asocia a la Cruz, si se lo acepta. Por eso la Cruz es un escándalo para los paganos y para el mundo de hoy. En cambio, para nosotros, lejos de ser un escándalo es una gloria, es un triunfo, porque todo mal que suframos va asociado a la Cruz redentora de nuestro Señor Jesucristo. El mundo de hoy, pagano e impío, no quiere que se le hable del mal, quiere negarlo; aunque lo tiene a su alrededor lo ahoga y lo aprisiona, quiere rechazar esa realidad; cuando alguien se muere, nadie quiere velarlo en casa; cuando alguien tiene una enfermedad pretende que el médico haga milagros, que se le alargue la vida de un modo inhumano, pero hay que saber dejar fallecer a la gente y hay que saber hacerlo.

El mundo de hoy no sabe morir, no quiere, está lejos hoy el sacrificio, la abnegación. Por eso la separación de los matrimonios que no saben sufrir, no saben soportar y mucho menos ofrecer ese padecimiento como un medio de merecer el cielo. Muy al contrario, se gusta de la televisión, de la pornografía, de todo aquello que exalte los apetitos y las pasiones; se quiere tener libertad sin freno para todo aquello que caprichosamente se nos venga en gana, cuando es otra la realidad que la Iglesia y Dios nos proponen. De igual manera se quiere una religión que no hable de sacrificios, que vaya en consonancia con ese ideal mundanal, que no se nos mencione el infierno, el pecado, una religión donde todo sea lícito, según el parecer o conciencia de cada uno.

Pues bien, esa religión ya existe y usurpa el nombre de católica pero no es la verdadera que está en la Tradición de la Iglesia católica, apostólica y romana. Por supuesto entonces hay una nueva misa que no es católica y sin embargo es la que hoy la gente está obligada a escuchar. Quiere oírla pero no es misa sino que es una sinapsis sin altar, una mesa como quería Lutero, sin sacrificio, sin calvario, sin cruz. Esa nueva religión sin Cruz es la que hoy está destruyendo a la Iglesia y que será la religión del anticristo, mis estimados hermanos. Porque no puede existir una religión católica sin Cruz. Y el sacerdote que predique un cristianismo sin Cruz es un agente camuflado del anticristo, no es un sacerdote de Dios.
Ese es el drama de la hora presente que no me cansaré de advertir porque vivimos muy distraídos, no queremos que se nos recuerde el Apocalipsis, como no nos gusta que se nos recuerde que nos tenemos que morir. Pues todo lo contrario, hay que tener presente la muerte y muy presente el Apocalipsis para tener la inteligencia de los acontecimientos que hoy nos fustigan y que culminarán en la gran apostasía del anticristo, pero que gracias a Dios, como dice San Pablo en su carta a los Tesalonicenses, será destruido por la presencia de nuestro Señor, por la Parusía de nuestro Señor. Satanás no quiere que se hable de la Parusía porque sabe que será destruido el anticristo, el lugarteniente del demonio aquí en la tierra con la presencia y majestad de Cristo Rey, bajando del cielo. Lo dicen las Escrituras, pero desgraciadamente no lo queremos tener presente, ni tenerlo en cuenta, ni que se nos recuerde.

Lamentablemente la mala formación del clero, no de hoy sino de muchos años atrás, ha hecho que todas esas verdades no sean firmemente recordadas a los fieles por lo que parecería un loco aquel que lo haga pues estaría fuera de contexto. Personalmente, me importa muy poco estar fuera de la moda; es más, si queremos conservar nuestra fe, la fe católica, apostólica y romana, si queremos morir en la verdadera Iglesia de Dios en los momentos actuales que nos toca vivir, debemos tener una espiritualidad profundamente apocalíptica para defendernos del mal que destruye la Iglesia, brindándonos una religión sin Cruz.

Esa es la misión de todo sacerdote modernista, propagar una religión sin Cruz, una religión sin dogma de fe; eso es el ecumenismo, mancomunar a todos los hombres en un credo sin dogmas que dividan, es una realidad. ¿Qué pasa con ese proceso sino la judaización de la Iglesia católica? El baluarte de la verdad está en la sacrosanta religión católica que se conserva en la Tradición. Ahora bien, no puede haber Iglesia Católica sin tradición, que no es de hombres sino divina y no es más que la transmisión del depósito de la fe desde nuestro Señor Jesucristo y los apóstoles; es la que nos da la garantía de la verdad, aunque seamos una ínfima minoría. Y como minoría tenemos que ser valientes para defendernos de cara al mundo, porque en el nombre de Dios se nos cortará la cabeza. Vaya si no habrá peor fariseísmo, pero esa será la realidad.

“No todo aquel que dice ¡Señor, Señor! se salvará”, no todo el que dice ¡Dios, Dios! se salvará, porque Dios, el Dios verdadero es Uno y Trino y no es el falso dios de los mahometanos, de los judíos, de los testigos de Jehová, de los protestantes, de los budistas, de los animistas, sino el de la revelación. Ese es nuestro Dios que se hizo carne para redimirnos y salvarnos del mal. Ese mal que debemos tener presente existe, al igual que el enemigo, pero no debemos escandalizarnos y, eso sí, cuando lo detectemos, cercenarle la cabeza; por eso la Iglesia tiene el arma de la excomunión que es guillotinarle la cabeza a cualquier miembro que está pudriendo desde dentro la fe. También hay que saber sufrir el mal porque no siempre es fácil detectarlo y al arrancarlo, porque podemos también arrancar trigo; esa es la espera de la parábola de hoy, espera hacia el final para que sin confusión ni error se separen los buenos de los malos y que mientras tanto sepamos padecer a los malos y rezar por su conversión para que también se salven, para que no rechacen a Dios ni a la Iglesia; por eso la Iglesia es misionera.

Pidamos a nuestra Señora, la Santísima Virgen María, que podamos perseverar en el bien y la verdad para que proclamemos siempre en alto esa profesión de fe y así ser fieles testigos de la verdad que es Dios nuestro Señor. +

PADRE BASILIO MERAMO
10 de noviembre de 2002