Amados hermanos en nuestro Señor Jesucristo:
Con este domingo de Septuagésima se inicia el ciclo litúrgico de la Pascua que tiene su preparación con la Cuaresma y su antesala o preludio que comienza hoy para prepararnos a ella con sus sacrificios, penitencias, mortificaciones y a imitación de nuestro Señor en el desierto poder después festejar con gran alegría la resurrección de nuestro Señor, después de su muerte en la Cruz por nuestros pecados; a eso debemos el color morado de los ornamentos.
Y así la Iglesia nos va advirtiendo en estos domingos antes de la Cuaresma que nos vayamos disponiendo y preparando para este periodo de la Iglesia que antaño los fieles practicaban con verdadero fervor, y que nosotros, dada la debilidad del hombre actual, medio la sobrellevamos; no por eso olvidemos el espíritu de sacrificio, penitencia y oración que durante estos días de disposición comienzan hoy con la septuagésima. Setenta días para la Pascua es un número que la Iglesia tomó como motivo de preparación; los Siete Salmos Penitenciales por ejemplo; número siete que nos recuerda también el exilio del pueblo judío en Babilonia durante setenta años y que recuerda la historia de la humanidad resumida en ese destierro del pueblo elegido; por eso la Iglesia lo toma para que lo recordemos como preludio a la Pascua.
Me veo hoy penosamente obligado a tratar un tema que preferiría realmente callar, pero no puedo dejar de advertirlo, dado el hecho de la reunión del 24 de este mes en Asís, reconfirmando lo que hace varios años fue un escándalo; lo cual demuestra una pertinacia en el error y que miradas las cosas a la luz de la fe, no con sentimentalismos ni aprehensiones humanas, no se puede dejar de señalar porque son hechos que ofenden el nombre de Dios. Porque cuando hay hechos que conculcan evidentemente el honor de Dios, que son públicos, es un deber de todo católico señalarlos y lo más grave es que no se trata de cualquier prelado, de cualquier cristiano, sino de un acto de la jerarquía oficial de la Iglesia con el Sumo Pontífice a la cabeza representando a Dios, en unión con todos los otros líderes religiosos –para pedir la paz–; nosotros sabemos que la paz únicamente se puede pedir en el nombre de Cristo.
No puede haber otra paz fuera de la paz de Cristo. Sería una ilusión, un engaño, y en el peor de los casos la paz del Anticristo que ya la tenemos anunciada en las Escrituras.
Luego, yo no puedo pedir junto con los demás si no pido en Cristo porque no sería la paz de Cristo sino la del Anticristo. No hay término medio, las verdades de la religión católica son apodícticas, derechas, contundentes, definitivas, y al espíritu liberal no le gusta esa contundencia, radicalidad y verticalidad de la verdad, por eso siempre prefiere un sí que sea un no y un no que sea un sí. Y por eso nuestro Señor dice “sí sí o no no”, toda otra palabra viene del maligno. En materia de fe, en materia de verdad no cabe otro lenguaje, porque éste no les gusta, no le parece al mundo moderno ni a sus enemigos ni a los que están dentro de la Iglesia en connivencia con ese espíritu. Es un espíritu tolerante, y me refiero al liberalismo en el orden teológico y filosófico, no estoy hablando aquí de partidos políticos que por otro motivo se puedan asociar a este pensamiento. Pero es tal el reformismo de nuestra época que no nos gusta la verdad por el compromiso que ella exige y por eso un acto público como el del día 24 no se puede, a los ojos de la verdad o de la fe, dejárselo de lado o disimularlo.
Es para mí una obligación decirlo, aunque me freno para no decir todo lo que pienso y lo que en consecuencia se seguiría por simple lógica, porque no quiero escandalizar ni asustar a nadie, pero sí es mi deber advertir a los fieles, para que no se dejen llevar por el falso concepto del peso de la autoridad. ¿Cómo se va a pedir una paz sin invocar el sacrosanto nombre de nuestro Señor Jesucristo?, si Él siempre dice: “Pax Vobis”, Mi paz os dejo, mi paz os doy”. Porque Él sabe que todos los bienes se condensan en la paz, que es la tranquilidad en el orden y en el divino, en el natural pues eso será adulterado hacia el fin de los tiempos para promover una falsa paz que culminará en el Anticristo; y cómo se le va a pedir a Dios si no se le pide al verdadero y único Dios Uno y Trino, al Dios de la revelación.
Yo no le puedo pedir a cualquier dios, no puedo invocar en la oración a un falso dios. Entonces, ¿cómo voy a reunirme en el nombre de Dios y de la Iglesia con los líderes de las falsas religiones para pedir una paz que no es la de Cristo y a un Dios en el que ellos no creen? Los dejo en el error, la infidelidad y confundo a los católicos, eso es desastroso y apocalíptico. Un Papa no tiene poder ni derecho para hacer eso.
La infalibilidad de la Iglesia y de la cual goza el Papa no es para anunciar una nueva doctrina sino para confirmar a sus hermanos en la fe, contenida en el depósito de la revelación católica. Esto no las debería decir yo, un simple sacerdote, sino los doctores de la Iglesia, que por oficio son los obispos; es deber de los obispos católicos advertir a los fieles dispersos por el mundo en esta hora crítica de crisis en que la Iglesia está reducida, y siendo limitada para alertar no sólo a la humanidad sino a los fieles de no dejarse seducir por una falsa unión, por una falsa paz. Ese es el deber de los obispos, consolidar en toda doctrina, profesar y sostener en esta crisis la fe y la doctrina de la Iglesia y sostener a los fieles; para eso son pastores hasta dar la vida por sus ovejas. Y si no lo hacen no cumplen con su deber y no valen acciones sucedáneas, cuando la verdad está públicamente conculcada, eso exige una denuncia.
Eso fue lo que ocasionó a los mártires la profesión de la fe y no se puede claudicar, soslayar, ocultar. Es trágica la hora presente; la verdad tiene sus derechos y por eso no puede uno hacerse el tonto. A mí me gustaría no tener que hablar más de ello y abrigo además el temor de escandalizar a alguien y, si se diese el caso, pido que por favor me lo haga saber para quitar ese escándalo; pero mucho más indignante es el acto que Juan Pablo II hace en nombre de la Iglesia como sumo Pontífice y Vicario de Cristo. Un acto que no es de Dios ni para Dios. ¡Es tremendo! Y por eso considero un deber advertir a los fieles sobre la legitimidad con la cual Juan Pablo II y todos los cardenales en comunión con él ejercen en nombre de Dios y de la Iglesia católica haciendo eso que acaban de realizar.
Porque como sacerdote católico, apostólico, romano, tengo que decir que ese evento no es católico, ni apostólico ni romano, ni de la Iglesia católica sino digno de la iglesia de Satanás; así de claro, de duro y con todo el dolor de mi alma pero es la profesión de fe pública que tengo que dar, porque está en juego la salvación de mi alma y de las almas de todos los fieles porque, repito, esto no lo debiera decir yo, sino los obispos que son los doctores de la Iglesia y en nombre de Dios manifestarlo. Porque no puede ser que el error, el engaño circulen en el nombre de Dios, eso no puede ser. Un Papa no tiene autoridad para ello, ninguno, y si hace un evento de esos con toda la jerarquía en comunión con él, tengo todo el derecho y el deber de poner en duda la legitimidad de ese evento. Es lo menos que puedo decir, y creo que es lo menos que debieran decir aquellos prelados que se estimen católicos si no quieren pecar de cobardía, de ignorancia o de lo que fuese. ¡Es terrible! Pero es así.
La fe así lo exige, es lo formidable de Dios, pero no nos percatamos porque la anemia espiritual se nos ha ido tan suavemente dosificando que ya ni cuenta nos damos, y Dios permite que el hecho abominable de Asís se repita, como para ver si los que no supieron reaccionen, pero nadie responde, nadie musita, nadie chista. ¿Por qué? ¿Es que no existen hombres viriles, sobrenaturales, que puedan defender la Iglesia? Si no los hay entonces ya se hubiera acabado la Iglesia, luego los tiene que haber que clamen desde el desierto; es una obligación, así nos cueste la cabeza.
Lo terrible no es que los musulmanes, azuzados por judíos, tumben las torres de Nueva York que bien se las harán pagar con el seguro porque estúpidos no son; lo grave no es que ese país esté agobiado con la violencia, mucho más grave es lo que pasa en la Iglesia católica, eso es lo peligroso: que se pudra la religión, que se pudran los prelados, que se pudra el clero. Eso es gravísimo y lo peor es que no nos demos cuenta de ese estado de putrefacción, de adulteración y que no haya paladines que adviertan al pueblo para que permanezca fiel a la fe en esta apostasía. Por eso, mis estimados hermanos, desde todo punto de vista, teológico y jurídico, es lícito dudar de la legitimidad de Juan Pablo II cuando ejerce un acto en el nombre de Dios para destruir la Iglesia.
Es lo menos, sinceramente lo menos, las soluciones no son nuestras, no las podemos dar; la conclusión la dará Dios; el buen médico es el que diagnostica la enfermedad, aunque muchas veces no puede dar la salud, porque la salud y la vida vienen de Dios, pero sí el diagnosticar, para que no nos dejemos arrastrar. Eso haría yo si fuera obispo, me vería obligado a hacerlo delante de Dios, poner en duda pública la legitimidad ante la gravedad de esos actos que está realizando; perdónenme las expresiones, porque sencillamente un Papa no se puede poner de ruana la Iglesia, no es su bien propio, es la Iglesia de Cristo, son las almas de Cristo y la autoridad la tiene para gobernar dentro de los cánones de las leyes, tanto divinas como eclesiásticas.
El Papa no es un gurú o un mandarín caprichoso que puede hacer con la Iglesia y sus leyes lo que le dé la gana; ese no es el concepto católico de la autoridad, ni en el orden natural ni en el sobrenatural.
Ya en España, la madre patria, un rey podía ilegitimizarse por la falta de ejercicio, cuando claudicaba en el deber de procurar el bien común. El poder no está para hacer con él lo que se quiera, sino para gobernar llevando a los súbditos hacia el fin, y ¿hacia dónde nos lleva Juan Pablo II? Hacia ese abrazo con las falsas religiones para pedir una paz que no es la de Cristo a un dios anónimo, que no es el Dios Uno y Trino de la revelación; y si lo es ¿por qué no lo dice? ¿por qué no lo proclama? ¿por qué no lo profesa? No hay término medio, sí o no, no hay excusa, no hay ignorancia que valga, son los hechos, los terribles hechos.
Por eso tenemos que rezar más que nunca, para perseverar en la fidelidad a la Iglesia que está siendo reducida. No todo el que diga ¡Señor, Señor!, se salvará; no todo el que dice ¡Señor, Señor!, entrará en el reino de Dios; no todo el que dice ¡Señor, Señor!, es católico. Esta jerarquía oficial no es católica, no pueden ser católicos, no profesan la fe católica, eso es evidente; la fe no se profesa en el baño ni en la cocina de la casa, se ejerce públicamente. Y lo que hemos visto es una anti-profesión de fe, de una anti-iglesia digna de un Anticristo. “Roma perderá la fe y será sede del Anticristo”, dijo nuestra Señora en La Salette.
¿Quieren ver más claro? ¿Qué falta para ver más claro? Amor a la verdad, es lo único que nos puede hacer ver, el amor a la verdad, a esa verdad que invoca San Juan Evangelista; amor a esa verdad que es el Verbo de Dios, que es la que ilumina toda inteligencia, pero que los suyos no la recibieron, que los suyos no la aceptaron prefiriendo las tinieblas, pues son hijos de las tinieblas. Eso es lo que le pasa al pueblo judío por su perfidia y eso es lo que nos va a pasar si no tenemos el amor a la verdad, y éste lleva a la inmolación de la propia vida como lo hizo nuestro Señor Jesucristo en la Cruz; eso es ser católico, esa es la espiritualidad católica, eso es lo que anima la devoción católica, eso es lo que ha hecho a los Santos. No una masa, una fe , una doctrina amorfa, equívoca, sino la luz de la verdad que es nuestro Señor.
Perdónenme si he sido un poco duro, pero es así y si no puedo hablar, si voy a escandalizar, ganas no me faltan de irme al desierto y no tener que decirlo. Pero si tengo la cura de almas es mi deber entonces decir las cosas como las veo en conciencia delante de Dios. Pero no callar por miedo, el que fuese, y sí pedir la gracia para que todos podamos tener ese mismo entendimiento, y así poder ser fieles a la verdad, porque eso que ha ocurrido se va a agudizar, no queda allí, no para allí, la globalización del mundo con la Iglesia y todas las religiones, la unión fuera de Cristo que realizará el Anticristo; hacia eso vamos y por eso si los tiempos no se abrevian, nadie se salvaría, por eso debemos ser lúcidos en la fe, con la lucidez del Espíritu Santo y pedirle a Dios que nos sostenga, porque por nosotros mismos no podemos nada, somos miseria, barro. Entonces es Dios en nosotros y por la Gloria de Dios es que debemos mantener la fe en medio de estas densas tinieblas que seguirán apretando y que nos absorberán si no tenemos cuidado y si no tenemos vigías que mantengan despierto al pueblo de Dios, a los fieles.
Pidámosle a nuestra Señora, la Santísima Virgen María, para que Ella sea nuestro sostén, para que nos sostenga como a niños indefensos bajo su manto. +
P. BASILIO MERAMO
27 de enero de 2002