San Juan Apocaleta



Difundid Señor, benignamente vuestra luz sobre toda la Iglesia, para que, adoctrinada por vuestro Santo Apóstol y evangelista San Juan, podamos alcanzar los bienes Eternos, te lo pedimos por el Mismo. JesuCristo Nuestro Señor, Tu Hijo, que contigo Vive y Reina en unidad del Espíritu Santo, Siendo DIOS por los Siglos de los siglos.












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"Sancte Pio Decime" Gloriose Patrone, ora pro nobis.





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domingo, 27 de diciembre de 2020

DOMINGO EN LA INFRAOCTAVA DE NAVIDAD


Amados hermanos en Nuestro Señor Jesucristo:

En este domingo de la Infraoctava de Navidad, que quiere decir dentro de la octava, de los ocho días siguientes a la Natividad de Nuestro Señor, el Evangelio nos relata la presentación del Niño Jesús en el templo junto con la purificación legal de Nuestra Señora.

Antiguamente estaba muy marcada en el pueblo elegido la convicción de que el primogénito pertenecía a Dios, era de Dios, como deben ser todas las primicias, para Dios, con lo cual se manifiesta su señorío, su dominio sobre todo lo creado. Por los primogénitos, entonces, había que pagar como un rescate en el templo y cada uno lo hacía de acuerdo con sus posibilidades. Los ricos ofrecían el sacrificio de un cordero o de un ternero, mientras que los pobres ofrecían una paloma o alguna otra ave, animales de menor valor que en este caso fue lo que ofrecieron San José y la Virgen María, quienes eran pobres. Pobres, mas no miserables. Porque la miseria no es buena para nada, la pobreza es buena para vivir cristianamente en la humildad y en el ejercicio de las demás virtudes, cosa que hoy no se aprecia y se confunde muchas veces con la miseria. También este siglo de tanto progreso depara esa miseria que no es buena para la vida virtuosa ni para la vida cristiana, y sin embargo nos gloriamos de un siglo que genera desastres sociales que
descompensan la convivencia humana, política y social de las naciones y del mundo
entero.

San José y la Virgen María fueron, pues, al Templo a presentar al Niño y de paso Nuestra Señora también fue a purificarse. La purificación legal era porque quedaba un resabio de la condición pecaminosa por la cual venimos al mundo, transmitiéndose el pecado original; de ahí que la mujer de alguna forma debiera purificarse. Lo que demuestra que no nacemos buenos. Ni tan buenos, ni tan puros, como piensa hoy el mundo, sino que nacemos bajo la impronta del pecado original que se transmite por la generación. Con una salvedad, en este caso maravilloso, la Virgen Santísima no tenía por qué hacer ninguna purificación legal; no obstante, quiso someterse a la Ley. Ella no tenía ninguna necesidad de ello porque lo nacido de sus entrañas era obra del Espíritu Santo y no de procreación humana en la cual interviniese un hombre; sino directamente de la mano de Dios en el seno virginal y puro de la Santísima Virgen María.

Y vemos cómo San Simeón, sacerdote del templo, al llegarle el turno a la Sagrada Familia, reconoció al Mesías y le profetizó a su madre y al pueblo que sería signo de contradicción, y para Ella también sería como una espada que traspasaría su corazón. Ya es la Virgen dolorosa con los sufrimientos profetizados a causa de este niño que iba después a morir en una cruz. Asombra cómo este Niño recién nacido, que era el Salvador y Mesías, fuese signo de contradicción.

He ahí todo el misterio ante Cristo Nuestro Señor, ante El no puede haber término medio, a Nuestro Señor hay que reconocerlo y aceptarlo o rechazarlo. Es en ese sentido que El está constituido como signo de contradicción: para salvación de unos y para condenación de otros, como respuesta fundamental de cada ser, de cada hombre, de cada criatura ante Nuestro Señor, si correspondemos a Dios en el nombre de Cristo o si le rechazamos. Este es el misterio de la condenación del infierno que hoy se le niega, o se le pone en duda, sobre todo cuando se dice que el infierno es un simple estado del alma y no un lugar.

Yo quisiera entonces saber en qué lugar estarán los cuerpos de aquellos que se han condenado; si tienen un cuerpo tienen un lugar, luego el infierno también es un lugar. Y ningún Papa tiene derecho a conculcar esta doctrina de fe y si lo hace es un hereje; lo lamento mucho, mis estimados hermanos, pero Juan Pablo II lo ha dicho, y es una herejía. El infierno no es simplemente un estado, además de ser el estado del alma separada de Dios, y esa es la pena de daño, la pena terrible; también hay la pena de sentido que es el fuego eterno, que reivindica la justicia de Dios en aquellos que libremente han impugnado el nombre de Dios y le han rechazado; esa es la doctrina Católica, Apostólica y Romana, y pobre de aquel que no la defienda; en el cumplimiento de mi deber como sacerdote católico lo digo, porque no se puede tolerar impunemente la herejía en contra de la sacrosanta doctrina de la Iglesia Católica.

La Iglesia Católica no es una cueva de ladrones, ni el panteón de todas las religiones ni de todas las falsas creencias como quiere hacer creer el Concilio Vaticano II; eso es inadmisible, es intolerable y quien lo tolere y admita, no tiene la fe católica. No hay término medio; lo que puede haber es ignorancia, eso es otra cosa, pero a la ignorancia hay que combatirla con la predicación de la verdad y la verdad no tolera el error. Si Nuestro Señor es signo de contradicción para salvación de unos y condenación de otros, es justamente por esto, porque aquel que no le responde en el fuero íntimo de su alma a Nuestro Señor, sino que le rechaza y muere en ese estado, se condena eternamente. Pero hoy alegremente, dando muestras del protestantismo que profesan, de cualquier persona que se muere, "Aleluya, alabado sea el Señor", "ya se salvó, está en el cielo". Ni siquiera el purgatorio. Otro dogma de fe católico negado o puesto en duda, como pasa con los curas modernos que no tienen fe, que han perdido la noción del dogma católico; es tanta la imbecilidad, que ya no saben ni dónde están parados.

Esa es la obra de destrucción de la Iglesia Católica, la crisis que atravesamos, apenas digna de los últimos tiempos y anterior a la segunda venida gloriosa de Nuestro Señor y lo que tendremos que soportar hasta la manifestación del Anticristo. Esa es también la necesidad de tener una Iglesia con apariencia verdadera, pero sin ser la Iglesia Católica y esa es la obra de los enemigos de Dios, de Satanás, el judaísmo y la masonería: prostituir la Iglesia, para que dentro de ella se alojen todas las falsas religiones y poder Satanás salirse con la suya, lograr entronizar en la Iglesia la cátedra del error.

Es un hecho comprobable al que le debemos el estar confinados aquí, recluidos como en las catacumbas, sin poder decir la Santa Misa en una iglesia o en una catedral, porque ya no se le permite a la verdad ser predicada ni a la Santa Misa de siempre ser ofrecida. Lo que exige de nosotros, mis estimados fieles, tener esa plena conciencia de nuestra santa religión y la razón de nuestra existencia. Porque no es normal lo que hacemos, ni lo que está pasando. O ¿es acaso normal que la Misa esté perseguida, que se tenga que decir en este recinto y no en una parroquia, con la anuencia y el beneplácito del obispado, de la jerarquía? Tampoco es normal que pululen dentro de la Iglesia herejías como la de negar el infierno; se niega además el purgatorio, se niega el pecado, se niega la exclusividad de salvación que tiene la Iglesia Católica; se rodea a Nuestro Señor de heresiarcas como Lutero, se le coloca en plano de igualdad con Buda o Confucio.

¿Acaso la Iglesia Católica es una olla podrida donde se alojan toda clase de ideas sin importar la gloria y majestad de Dios? Ya Nuestro Señor advirtió que antes de su segunda venida habrá una gran tribulación y una gran apostasía; y esa gran tribulación y esa gran apostasía, es la que se vive y que no sabemos cuánto tiempo durará y Dios quiera pronto acortar estos días, porque aun nosotros, los que queremos conservar la fe inmaculada, la verdad, seremos también inducidos al error si Dios no abrevia este tiempo, porque tanta es la presión, que son muy pocos los sacerdotes capaces de referirse a estas cosas aun dentro de la Fraternidad. No se piense que todos los sacerdotes de la Fraternidad hablan a los fieles tan claramente; no lo hacen.

¿Por qué? Por la presión, por el miedo, por el qué dirán, por no asustar, o porque a veces no ven con suficiente claridad. Es un privilegio cuando se cuenta con alguien que dice sencillamente las cosas como son y pone todo en las manos de Dios; porque quien predica no lo hace para predicarse a sí mismo, o tener éxito y ser alabado, sino para glorificar a Dios, para decir la verdad y combatir el error, cosa que no hace la jerarquía hoy; falta ese espíritu de verdadero combate y de verdadero apostolado.

Hay un cansancio, un desgaste, y por eso el peligro de ese desgaste en los sacerdotes y en los fieles. La única manera de mantener esa llama encendida es justamente estando alertas, con los ojos abiertos, con espíritu crítico para apropiarse lo bueno y rechazar y condenar lo malo; a Dios rogando y con el mazo dando, es la única manera de salir ilesos en medio de tanta confusión, herejía y apostasía. Sin dejar de encomendarnos a Nuestra Señora, que Ella nos proteja bajo su manto porque somos indefensos; el mundo en cualquier esquina nos devora, y no podemos sucumbir ante el error, ante el mal, ante el pecado. Debemos pedirle a Ella cada día, a cada instante, para no dejarnos arrastrar por el torrente de fango que todo lo destruye.

Hoy, en cambio, se predica y hay de hecho libertad para todo, menos para el bien y para la verdad; todo se puede pensar, todo se puede creer, todo es permitido, menos una sola cosa: Predicar el bien y la verdad y de ahí la gran persecución en contra nuestra, cosa que no debemos temer. Al contrario, jamás hay que tener miedo cuando se está con Dios y eso es quizá lo que santifica ese combate espiritual, porque es un combate de fe, por la fe y en defensa de Nuestro Señor Jesucristo, signo de contradicción, pues para unos es salvación y para otros será reprobación, condenación eterna.

Ante el Nombre de Nuestro Señor no hay término medio, cada hombre con entera libertad le responde con un sí, o con un no, y por eso renovamos el sí que hemos dado en el bautismo, que volvemos a dar en la confirmación y en la recepción de los sacramentos, que nos da la gracia de Dios para que no le neguemos como muchas veces le negamos. Cada vez que pecamos, cada vez que no hacemos su santa voluntad, hay que pedirle, por lo menos, no tener la desgracia de pecar mortalmente, de ofenderle mortalmente; y que los pecados veniales no sean deliberados, que sean por nuestra inconsistencia, nuestra fragilidad, pero no por una malicia calculada, aunque sea venial. Porque el pecado venial deliberado lleva al pecado mortal y el pecado mortal nos separa eternamente de Dios.

Que este Niño recién nacido sea para nosotros manantial de salvación, no de condenación. Que Nuestro Señor, signo de contradicción, sea para el mundo la salvación. Pedir a Dios y ayudar a que se convierta la gente, a que le reconozca, ya que la Iglesia es misionera y el apostolado consiste en atraer a la gente a la conversión en el nombre de Nuestro Señor Jesucristo y no en afirmarles su budismo, mahometismo o judaísmo, sino que adviertan su perdición eterna al no aceptar a Cristo, al no hacerse bautizar en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo.

Esa es la misión de la Iglesia; eso fue lo que hicieron los apóstoles y eso es lo recomendado hasta el fin del mundo; no el falso apostolado de hoy.

Pidamos a la Santísima Virgen María nos consolide en estas verdades esenciales para mantenernos fieles a la Iglesia Católica, fieles a Nuestro Señor, y así festejar santamente las Navidades y también poder concluir un año más con el propósito de que el próximo sea mejor en virtud y santidad; que las penalidades que vengan sean sobrellevadas con verdadero espíritu de fe y de amor a Dios sobre todas las cosas.

BASILIO MERAMO PBRO.
31 de diciembre de 2000