Amados hermanos en nuestro Señor Jesucristo:
Nos encontramos en el domingo de Sexagésima, con el cual nos vamos acercando a la Cuaresma. La Iglesia nos prepara a disponer bien nuestro espíritu y nuestro cuerpo en la oración, el sacrificio, la abnegación, la limosna. Prepararnos santamente durante la Cuaresma para después festejar la gran fiesta de la Pascua; este es un tiempo de introducción a la Cuaresma y ésta en sí misma es una preparación para la Resurrección de nuestro Señor. No olvidemos que así como Él resucitó, también resucitaremos nosotros, de ahí que nuestra estancia en este mundo, en esta tierra, no deja de ser una Cuaresma, una preparación para el cielo.
En este domingo consideramos la parábola del sembrador, parábola que nuestro Señor mismo les explica a sus apóstoles; esa semilla que es la palabra de Dios, la palabra que salva, que debe caer en terreno fértil para que produzca fruto, este es su mensaje. Es muy extraño que un sembrador riegue la semilla a diestra y siniestra, absurdo por naturaleza, pero justamente nuestro Señor quiere mostrar que la palabra de Dios Él la esparce por todas partes, a derecha e izquierda, a lo largo del camino, a través de toda esta vida, el problema es que no cae siempre en terreno adecuado, y que nosotros estamos allí estereotipados en alguno de esos sectores en los que cae la semilla y que divide la parábola.
Una semilla cae a la vera del camino, donde están los que oyen la palabra pero que después se las arrebata el demonio para que, no se salven. No hace falta solamente oír, hay que oír con atención, hay que escuchar, prestar atención a esa palabra de Dios y no tomarla distraídamente, Alegremente , porque así no da fruto; por eso la arrebata el demonio; eso pasa en muchas personas que oyen la palabra pero se las arrebata el demonio y yo no sé si en ese sector están incluidos todos aquellos que como en Colombia, siendo católicos, naciendo católicos, hoy forman una legión, una manada –son como animales en manada– de protestantes, de todos los matices. Oyeron la palabra de Dios, pero el demonio se las robó; se dedican a predicar un evangelio que no es el de la Iglesia, que no es el de Dios.
Después, vemos que la semilla cae entre piedras; nuestro Señor explica que no echa raíces, es decir, que la palabra de Dios no se arraiga, no se enraíza, no tiene raíces, no tiene profundidad, cae superficialmente y así tampoco produce fruto, porque la palabra de Dios tiene que caer en lo hondo, en lo profundo de nuestra alma, penetrarla, vivificarla, que la fe arraigue, que no quede a flor de piel, que no quede sin raíces hondas y profundas; la estabilidad de un árbol depende de lo hondo de sus raíces, con lo cual nuestro Señor muestra cómo esa semilla también deja sin frutos a quienes la escuchan, porque no echa raíces.
Otra parte de la semilla cae entre espinas; nuestro Señor nos dice que queda sofocada por los placeres, los deleites de esta vida y los halagos del mundo.
Una cuarta parte cae en terreno fértil y da fruto. Por otra parábola sabemos lo que nuestro Señor dice de ese fruto, que unos dan treinta, otros sesenta y otros dan el cien por cien, incluso el fruto no es parejo aun cayendo en terreno fértil, eso nos muestra el misterio. Como Dios predica para todos los hombres, para eso instituyó su Iglesia, para que enseñe la palabra de Dios y, oyéndola, el hombre se salve. Sin embargo, la semilla no cae en terreno fértil y ese terreno es el de nuestras almas, porque oímos sin prestar atención no echa raíces; los halagos y apetencias de este mundo sofocan esa semilla, por falta de virtud, por falta de abnegación; por eso entre las condiciones esenciales y para que la semilla, la palabra de Dios, produzca fruto, se requiere que se oiga, que se preste atención, que se escuche, que arraigue en nuestra alma, que ahonde, la penetre, la vivifique y después, tener cuidado y solicitud para que los vicios de este mundo no nos hagan sucumbir. Debemos entonces, estar alertas, diligentes, vigilantes, para que así dé fruto y salvemos nuestras almas.
No debe extrañarnos que en esta parábola nuestro Señor haya dicho, después de haberles advertido, que oigan, que escuchen, que entiendan, que hablaba en parábolas para que no entendieran; a simple vista sería una gran contradicción y la única explicación es el sentido irónico en el cual nuestro Señor se sitúa, al decir que hablaba en parábolas para que no entendieran, es como el ejemplo de una madre que manda al hijo a llevar un vaso o un plato a la cocina y en lugar de decirle que tenga cuidado para que no se le rompa le dice “que se te rompa”. La ironía se usa como estilo indirecto, pero a veces es mucho más preciso para decir verdades, mucho más breve; es un llamado de atención que sitúa en el plano de la reflexión para que pongamos cuidado y prestemos atención.
Nuestro Señor habla en parábolas, ejemplificando con imágenes sensibles de orden cotidiano que nos ayuden a comprender una realidad sobrenatural desconocida; por eso no hay ninguna contradicción y queda esclarecida esa aparente oposición que pudiéramos encontrar en la interpretación del evangelio de hoy. De ahí la necesidad de explicar el evangelio, de la exhortación por parte de los ministros de la Iglesia siguiendo a los Padres de la Iglesia, siguiendo el juicio y el veredicto de la Iglesia y no inventándose por su cuenta explicaciones que no tienen un respaldo en la Iglesia y en sus Santos, aunque a veces entre ellos haya discrepancia, pero no como interpretan los protestantes, cada uno a su gusto desconociendo olímpicamente la autoridad de la Iglesia, de allí su pecado y su error.
Pidamos a nuestra Señora, la Santísima Virgen María, que nuestra alma sea tierra fértil abonada con muy buenas disposiciones para que la semilla, la palabra de Dios, fructifique en nuestras almas y así podamos salvarnos y con el buen ejemplo ayudar a salvar a los demás. +
BASILIO MERAMO PBRO.
18 de febrero de 2001