Amados hermanos en nuestro Señor Jesucristo:
Nos encontramos en el Domingo de Pentecostés, a los cincuenta días de la Resurrección de nuestro Señor, que eso significa Pentecostés, los cincuenta días transcurridos desde su Resurrección.
En este día de Pentecostés tenemos la efusión plena del Espíritu Santo que formaliza la Iglesia, que la constituye plenamente formada desde adentro, porque el Espíritu Santo es el alma de la Iglesia. Esa Iglesia que estaba reunida toda en este día en el cenáculo era la Iglesia naciente, la Iglesia primitiva y según los Hechos de los Apóstoles había ciento veinte fieles en total.
Y allí estaba toda la Iglesia católica, vivificada por el Espíritu Santo, Espíritu que procede del Padre y del Hijo y no solamente del Padre, sino del Hijo también, como profesa nuestro credo con el famoso filioque; las Tres Personas de la Santísima Trinidad son iguales en todo, la única distinción o relatividad que hay en lo absoluto de Dios, está en cuanto al Origen ; el Padre que es ingénito o agenethos, que no procede de nada ni de nadie; el Hijo que procede del Padre, es la Palabra, el Verbo de Dios, del Padre, el pensamiento del Padre y el Espíritu Santo, que procede de ese mutuo amor, de ese amor consustancial personificado en la Tercera Persona de la Santísima Trinidad y que es el alma de la Iglesia, que es la gracia santificante, y que la Iglesia recibió esa plenitud en el día de Pentecostés, quedando confirmados sus apóstoles. Esa confirmación que recibimos nosotros en el Espíritu el día de la confirmación, siendo confirmados en la fe del bautismo en el Espíritu de la Iglesia, en el Espíritu de Verdad.
No nos debe inducir al error el que nuestro Señor diga en el evangelio que sube al Padre porque el Padre es mayor que Él, el error de creer que Él es inferior y que por ser inferior no es Dios, como creían o afirmaban los arrianos. Por eso se necesita teología, doctrina, para no interpretar herética o erróneamente las Escrituras, oscureciendo las verdades divinas. Entonces, ¿en qué sentido nuestro Señor dijo y pudo decir que el Padre era mayor que Él? Ciertamente no según su generación divina, eterna, pues en eso es en todo igual, entonces será y es en cuanto a su generación temporal, en cuanto asumió una carne, una naturaleza humana.
Entonces, en cuanto hombre, sí podía decir que era menor que el Padre, pero sin olvidar que Él era la persona del Verbo; y en cuanto persona, es Dios, porque la persona de nuestro Señor no es humana. No es que no tenga existencia humana como dicen tontamente muchos filósofos y teólogos, confundiendo la existencia con el ser, el ser que constituye en los seres inteligentes la persona, la existencia humana. Claro que la tuvo y es absurdo y herético negarlo; lo que no tuvo fue persona humana, pues su persona era divina, era de ser divino que asumió la naturaleza humana y le dio existencia y existió históricamente, por eso nuestra religión no es una imaginación, sino una realidad histórica, y así nuestro Señor siendo en su persona divino, era su naturaleza humana y por eso confesamos en Él una persona en dos naturalezas, una divina y otra humana y esa naturaleza humana existió real e históricamente.
Por eso convenía que subiera al Padre, para que así estuviera a la diestra del Padre esa naturaleza que Él asumió y que después de su Resurrección era gloriosa, porque antes fue pasible, para poder morir en la Cruz por nosotros y así, al subir al cielo, y enviar conjuntamente al Espíritu Santo, que procede del Padre y del Hijo, verdad que es refutada por los ortodoxos. Es lo que niegan y por eso son herejes además de cismáticos además de no aceptar el sumo pontificado de San Pedro perpetuado a lo largo de la Historia en los Papas como legítimos sucesores de la cátedra de Pedro en Roma, legítimos sucesores porque ha habido ilegítimos, poco más o poco menos cuarenta antipapas en la historia de la Iglesia; pero eso lo niegan los ortodoxos quienes no aceptan el papado y por eso son doblemente herejes.
Sube entonces nuestro Señor a los cielos para mandar al Espíritu Santo; así como Él fue enviado por el Padre, el Espíritu Santo es el enviado del Padre y del Hijo; por eso dice nuestro Señor: “El que el Padre os enviará en mi nombre”, y es el Espíritu de la Iglesia, es lo que hace a la Iglesia infalible, lo que la hace indefectible en el tiempo a través de la Historia y en la doctrina a través del Magisterio. Por eso la Iglesia es luz del mundo y por eso es una contradicción una Iglesia que no sea luz, que no sea verdad, que no sea Espíritu de luz y de verdad, conjuntamente con Espíritu de amor.
Por eso toda la confusión que ha creado el Vaticano II dentro de la Iglesia no es del Espíritu Santo, no es del Espíritu de Dios, no cumple la definición, porque no fue un concilio asistido por el Espíritu Santo, Espíritu de Verdad que lo haría infalible, y que fue el único concilio ecuménico que declinó, cosa abominable por cierto, ya que todo concilio ecuménico por definición es infalible. Un concilio ecuménico no infalible es un absurdo teológico, y ese monstruo ahí lo tenemos diseminando el error, la confusión y las tinieblas, lo que denota que no es el Espíritu de Dios, el Espíritu de Verdad. Nuestro Señor lo recalca en el evangelio de hoy: “El que me ama guarda mis mandatos; mi doctrina no es mía sino que la he recibido del Padre”, como queriendo decir, lo que yo digo como Verbo del Padre, como Verbo de Dios no es mío sino que es de mi Padre, yo no lo puedo cambiar, no lo puedo adulterar, no puedo decir otra cosa.
Lo mismo le ocurre a la Iglesia que no puede cambiar ni modificar esos mandatos, esa doctrina, ese Espíritu de verdad; y si lo hace, por ese mismo hecho deja de ser Iglesia, de ser de Dios, para convertirse en una contra-iglesia en la sinagoga de Satanás, que es lo que quisiera el demonio y que es lo que estorba para que reine a través del Anticristo; es el obstáculo que tiene con la Iglesia. Por eso trata de destruir la Iglesia, socavarla desde dentro, crear un concilio ecuménico que no cumpla la definición de infalible y que, por tanto, no es ecuménico; por lo mismo está plagado de errores y que son como monstruos de apostasía y de herejía. Así se disemina el humo de Satanás, como lo dijo el mismo responsable Pablo VI, quien firmó y avaló con su autoridad esos errores que están destruyendo a la Iglesia.
Debemos tener cuidado ya que el Anticristo entrará en la Iglesia –no en la verdadera–, para tomar el puesto de Dios y por eso tenemos que estar muy alertas y vigilantes y versados en la doctrina y la fe católica, para defenderla y que no nos presenten una religión falsificada y adulterada que sirva de sede al Anticristo y así nos mancomunen en el ecumenismo que alberga a todas las religiones, convertidos entonces en la contra-iglesia, en la sinagoga de Satanás. Ese es el misterio de iniquidad, esa será la abominación de la desolación, la gran tribulación que llegará a su culmen cuando reine e impere dentro de la Iglesia el inicuo, el Anticristo y eso hay que predicarlo y decirlo, no hay que ocultarlo para poder permanecer fieles testigos de la verdadera y única Iglesia católica, apostólica y romana.
Porque “Roma perderá la fe y será la sede del Anticristo”, lo dice Nuestra Señora en La Salette. Pero la verdadera Iglesia subsistirá reducida a un pequeño rebaño fiel a la Tradición católica, apostólica y romana, fiel a los mandatos de Cristo, fiel a la doctrina de Cristo. Ese es todo el problema. Que el mal quiere destruir el bien y el bien está representado en la Iglesia católica por todos aquellos que resisten al modernismo, al progresismo y que en cierta forma enarbola la Fraternidad Sacerdotal San Pío X. De allí también el interés por destruir la Fraternidad, dividirla, socavarla, homologarla en un abrazo. Ese es todo el problema de la persecución tan pasmosa. Es lamentable que todo un cardenal colombiano sea el encargado de hacer ese puente, ese abrazo.
Nuestra única salvación será mantenernos firmes en la doctrina de nuestro Señor, firmes en el Espíritu de Verdad, en el Espíritu Santo. No dejarnos halagar por una Iglesia que a la larga o a la corta deja entronizar al enemigo de nuestro Señor, al Anticristo. De ahí la necesidad de mantener la pureza de la fe y no ser cobardes, no tener miedo, porque el mal cobra fuerza cuando hay debilidad en los buenos, cuando no presentan batalla, cuando no son aguerridos, cuando no son soldados de Cristo, que para eso hemos sido confirmados en la fe, para ser sus soldados y no miedosos o cobardes; no como los mercenarios que están en la Iglesia por el interés de la prebenda, el prestigio, el poder; en fin, que no están por Dios; debemos estar por el verdadero amor a Dios para dar testimonio, y, si es necesario, morir por ello.
La Iglesia primitiva está llena de mártires. Los cuarenta primeros Papas casi todos lo fueron por confesar la fe; esa hilera de Papas justos se interrumpió con Liberio, quien condenó a San Atanasio; hasta Liberio todos fueron beatos, porque la Iglesia es mártir. No podemos olvidar que salió del sacrificio de nuestro Señor Jesucristo en la Cruz y quedó coronada, plenificada como en el día de hoy con la venida del Espíritu Santo con Pentecostés. La Iglesia no es una cuestión de volumen ni de número, ya estaba toda constituida con los ciento veinte discípulos incluidos los apóstoles, porque estaba el Espíritu Santo. Entonces, no pensemos que es una cosa de multitudes, y que deba convertirse al mundo y a las multitudes, pues para irradiar la verdad es luz del mundo, a ella se tienen que convertir y no al revés como ocurre hoy que todo se adultera y se profana. Es una religión profanada, antropológica, de la revolución, en vez de ser la religión teológica de la Tradición.
Debemos tener claras estas cosas; es lamentable que no muchos las prediquen para alertar a los fieles, para que cuando venga el lobo no se lleve a las ovejas y estas sepan defenderse. Esta crisis se debe en parte a que los fieles no saben defenderse; durante años se ha predicado sin darles la esencia para protegerse cuando venga la prueba, cuando venga la persecución, cuando venga la adulteración de la religión, cuando la fe se esté extinguiendo. Como dice nuestro Señor: “Si acaso encontraré fe sobre la tierra”, y son pocos los sacerdotes que creen en los evangelios, en las profecías; no tienen ni idea en dónde están parados ni en qué momento histórico están viviendo y creen que todo es una cuestión de acabar y solucionar con cualquier gesto.
Solamente un milagro soluciona esta crisis, una intervención de Dios.
Roguemos a Nuestra Señora, la Santísima Virgen, Ella, que estuvo plena del Espíritu Santo desde el primer momento de su Inmaculada Concepción, Ella, que se mantuvo firme ante la crucifixión de nuestro Señor mientras que los apóstoles huían. Sea entonces Ella quien nos haga mantener firmes en esta crucifixión de nuestro Señor en su Cuerpo Místico, la Iglesia, hoy perseguida, para que nos mantengamos fieles con la llama del Espíritu Santo, Espíritu de Dios, de Verdad y de amor. +
P. BASILIO MÉRAMO
3 de junio de 2001
3 de junio de 2001