Amados hermanos en nuestro Señor Jesucristo:
En este cuarto domingo después de Epifanía el Evangelio nos relata el milagro de Nuestro Señor en el mar: hay una fuerte borrasca, la barca está a punto de hundirse y los discípulos con miedo le piden a nuestro Señor que los socorra. Él les reprocha: “¿Por qué sois tan tímidos y de tan poca fe?”. Como diciéndoles cobardes. Inmediatamente, después de que nuestro Señor ordena al mar que se aquiete, viene una gran bonanza.
Este milagro es llevado a cabo en el mar por Nuestro Señor después de haber realizado muchos en tierra firme, como para dejar claro que Él es el dueño del universo, que impera tanto en la tierra como en el mar y que todo el cosmos le obedece.
Sabemos que la Iglesia es representada por una barca. La barca de Pedro simboliza la Iglesia. La moraleja ilustra una situación que concierne a la Iglesia, a la barca que parece sucumbir ante el furor de las olas y la tempestad, el miedo y la poca fe de los apóstoles mientras nuestro Señor duerme en medio del peligro.
Nuestro Señor estaba realmente dormido, no es como dicen muchos predicadores –que les estaba probando, que fingía dormir–, cuando lo que prueba es la pura realidad de la vida, la verdad y no la ficción. Sería apenas, como dice el padre Castellani –propio de un mal maestro de novicios que prueba con ficciones, cuando hay de sobra ocasiones para probar, que se presentan en el contacto diario con la realidad misma de la vida sin necesidad de estar fingiéndolas y lo que es peor, atribuírselas a nuestro Señor– otorgarle nuestra estupidez al Señor.
¡Pues no! Nuestro Señor dormía, ¿cómo?, ¿cuántas veces en cualquier lugar se queda dormido un niño porque le vence el sueño? Así nuestro Señor, como un niño y mucho más inocente, dormía simplemente por estar fatigado, cansado, pero también aprovecha la ocasión de ese cansancio, para que mientras Él dormía, les quedase más grabado el milagro que iba a ejecutar y mostrarles a sus discípulos, y a nosotros, que debemos permanecer íntegros porque el miedo ante el peligro de naufragar, y de que se hunda la Iglesia, viene de la poca fe.
Es una luz para estos tiempos en que realmente la Iglesia parece que va a ser tragada por las olas. El mar siempre ha designado en las Escrituras el mundo, porque es a través del mar como se ejercía el comercio y se traficaba de un continente a otro trayendo mercancías de Oriente. El mundo siempre ha sido representado por el mar, mientras que la tierra firme significaba y significa la religión. Entonces, es la Iglesia en medio del mar, en medio del mundo, y está a punto de sucumbir, de zozobrar, de hundirse, de naufragar tal cual lo vemos hoy, mucho más que los apóstoles podían haberlo visto en aquel entonces, cuando la Iglesia apenas comenzaba.
Es de gran utilidad para que no temamos ante la crisis que parece hacer naufragar a la Iglesia y que Cristo, aunque parece estar dormido sin hacer nada, está allí, y que confiemos en su presencia, despierto o dormido poco importa; Él es Dios y está en su Iglesia y es Él quien mantiene a su Iglesia. “Hombres de poca fe”, ¿acaso nuestro Señor, dormido como estaba, no podía salvarlos sin que lo despertasen? Por eso el fuerte reproche que les hace. Es más, Santo Tomás dice que también les pudo decir hombres de poca fe porque aun ellos mismos, si hubiesen tenido suficiente fe, hubieran mandado aplacar la tempestad.
Nosotros, hoy, viendo a la Iglesia, la barca de Pedro a punto de naufragar, si somos conscientes y tenemos fe y vemos la situación religiosa del mundo y de la Iglesia, concluimos que es un desastre. Pareciera que va a naufragar, pareciera que la Iglesia va a sucumbir en medio de las olas de la tempestad del mar, de esa tempestad demoníaca, que nos toca sufrir. Y digo demoníaca porque ya no es el simple mundo, los pecados del mundo, sino que excede a lo que siempre hubo; cochina pornografía a través de la televisión, de las revistas, del cine, que antes tenía el nombre distintivo de cine rojo que lo catalogaba como inmoral o impúdico; ahora no tiene nombre, como si hubiese dejado de serlo por estar a la orden del día; se utiliza el adelanto de la técnica también para exacerbar las pasiones del hombre a tal punto que ya no lo satisface ni el mismo pecado; tal desenfreno es demoníaco; utilizar el poder de la técnica para excitar todo aquello que aleja al hombre de Dios, jamás se vio tal perversión.
Lo que hace a la televisión actual demoníaca, no es simplemente un aparato, un instrumento inofensivo, como bien podría serlo si estuviera sanamente encaminado, pero lo está maliciosamente para separar al hombre de Dios y llevarlo al infierno. La música rock y el arte moderno son diabólicos. Son la destrucción del Ser y el Ser lo hace Dios, eso es querer destruir a Dios. No se puede hablar de que sea simplemente sensualidad, lujuria o carne, sino una corrupción total del Ser y vemos a la gente caer en la droga, en la desesperación, en el asesinato, en el suicidio, como algo generalizado, jamás visto; todo eso es demoníaco y no quisiera seguir enumerando para no alargarme.
Si vemos, entonces, en medio de ese mundo a la Iglesia a punto de sucumbir, no temamos y afrontémoslo con fe, sabiendo que nuestro Señor está en su Iglesia aunque no lo veamos, aunque aparentemente no haga nada, pues su sola presencia basta, Él salvará a la Iglesia, es Él quien conminará el mal.
Y viene muy al caso, y no es la primera vez que se menciona al pie de esta crisis sin igual, sin par -no será obtenida la victoria sin la intervención de Dios– aunque no todo el mundo la vea, no será por los pactos, los arreglos, los convenios; tampoco por palabras de hombre ni por mano de hombre –será por el poder de Dios que esta crisis acabará–. De ahí la necesidad de que Él venga. Pero la segunda venida la tenemos muy acallada, demasiado en la sombra, y actualmente es imprescindible entenderla, porque en la Edad Media, en pleno apogeo espiritual y florecimiento de la Iglesia ¡qué importaba!, lo revelado en el Apocalipsis no los implicaba directamente, pero ahora cuando han pasado tantos años y siglos, y cuando vemos realizarse las profecías anunciadas por nuestro Señor, no nos queda más que pedir su segunda venida para que Él venga y restaure su Iglesia, para que nos juzgue por su segunda venida, por su aparición y por su reino.
Tenemos muy acallada la petición del Padrenuestro: “venga a nosotros tu reino”, ese reino aquí en la tierra lo tenemos muy confuso, y por eso en todas las verdaderas apariciones de nuestra Señora, Ella ha tratado de aclararnos la inminencia del peligro, el castigo y el triunfo final de su Corazón, que es el triunfo de Cristo Rey. Ese triunfo tiene que coincidir con la destrucción de la apostasía, del gran misterio de iniquidad y con la destrucción del anticristo, y ese triunfo requiere su venida. Por eso San Pablo, en la epístola de las Misas dedicadas a los doctores, quienes hoy brillan por su ausencia (los doctores en la Iglesia son los obispos), habla de la venida de nuestro Señor y de cómo Él viene a juzgarnos por su segundo advenimiento, y su reino.
Es Él, entonces, quien nos salvará de la situación actual, no es el hombre, no somos nosotros, y de ahí la urgencia de recurrir, de pedir que Él venga, como lo pide San Juan: “Ven, Señor Jesús”; como termina el Apocalipsis, en el cual se nos muestra toda la Historia hasta el final de los tiempos y por lo mismo es el último libro del Nuevo Testamento y también su única profecía (el Antiguo está lleno de ellas), porque es la gran profecía próxima al segundo advenimiento de nuestro Señor y de los acontecimientos en su Iglesia; nos muestra la situación al fin de los tiempos que son los nuestros, como lo evidenciamos por doquier con una mínima instrucción religiosa, además de la fe y de la gracia de Dios, porque si no, tampoco se vería.
Por lo que a la religión respecta, la representación misteriosa de las dos mujeres en el Apocalipsis, la gran ramera y la mujer santa y pura, la parturienta vestida de sol. Qué significan esas dos mujeres sino el Israel de Dios, la religión, y cuántas veces en el Antiguo Testamento Dios trata al pueblo elegido, al Israel de Dios, como una mujer y cuando se porta mal, como una mujer infiel que ha fornicado y adulterado. Pues eso significa la fornicación en lenguaje sacro, la adulteración de la religión, eso es la abominación, por lo que esas dos mujeres están mostrándonos al fin de los tiempos, el estado de la religión; dos polos, la religión fiel, la mujer vestida de sol, la parturienta que alumbra (se puede asociar en la santidad a esta mujer y la Virgen María, mas no en su parto como muchos tratan de verlo, pues sería un error teológico ya que la Santísima Virgen no parió con dolor y en la persecución). Ya muchos santos Padres lo han tratado de exponer para que no se haga una falsa exegesis según el capricho de teólogos modernos anteriores a esta crisis; pero, con respecto a las profecías de Dios y su primer advenimiento que muy pocos vieron y se percataron de que ya el Señor se había hecho hombre, cuando ellas Lo identificaban; así estamos ahora en la Iglesia respecto no ya a la primera, sino a su segunda venida, la Parusía.
La otra mujer, el polo corrompido de la religión, el otro extremo, el de corrupción y no el de fidelidad, lo representa la gran ramera, meretriz, esa mujer sobre la bestia y que en su frente lleva la palabra “misterio” lo cual asombró a San Juan, porque es la misma bestia que sale del mar, el anticristo, la mujer sobre el anticristo y vestida de rojo, púrpura, color por excelencia de los cardenales, y bebiendo el cáliz de la sangre de los mártires, aprovechando en su favor la sangre de los mártires y de los santos, para corromper.
A San Juan le llamó la atención el estado de postración de la religión, cabalgando sobre el anticristo, bebiendo la sangre de los mártires. El símbolo de esa ramera nos previene a cuidarnos de las seducciones de esta mujer que no es una bestia pero que está sentada sobre la bestia, peor todavía, tal como está pasando hoy, la religión oficial corrompida, vestida de púrpura, llevando el misterio de su iniquidad en la frente, bebiendo el cáliz de su abominación, aprovechando en beneficio propio la sangre de los mártires y prostituyendo, corrompiendo, adulterando la religión; esa es la Roma que hoy con sus halagos y encantos quiere seducir a la Iglesia fiel, a la religión que ha permanecido fiel. Por eso debemos pedir no ser engañados, para no caer en la atracción de esa gran ramera que lo único que quiere es que forniquemos con ella, que bebamos, embriagándonos con la sangre de los santos mártires. ¡Misterio de iniquidad! Pero ahí lo tenemos y nos toca sufrirlo hasta que culmine y sea la hora de la segunda venida de nuestro Señor.
En ese momento, el mal parecerá haber vencido al bien y la Iglesia verdadera vencida por la falsa, la religión prostituida, y utilizando el nombre de católico, de Dios, y de Roma, pero ya San Pedro siendo Papa de Roma lo escribía; no dice Roma, dice Babilonia, capital de la corrupción, de la prostitución religiosa y moral y, desde aquí, desde Babilonia. ¡Cuidado! Sabiendo interpretar las Escrituras sirvámonos de ellas para conservar nuestra fe, que también según está significado en el Apocalipsis, cada vez más es reducida a su mínima expresión, la elección de las ciento cuarenta y cuatro mil vírgenes es decir, las que no fornicaron con la gran ramera, no corrompieron su fe; por eso son vírgenes.
Pidamos a nuestra Señora que acelere su triunfo que será el triunfo de Cristo Rey y que seamos fieles testigos de nuestro Señor en la Iglesia Católica, Apostólica y Romana, porque no hay otra Iglesia, aunque el anticristo se siente sobre la cátedra de Pedro, como de hecho lo dice claramente nuestra Señora en La Salette con la cara entre las manos llorando; no está riendo, está derramando lágrimas por todo lo que hoy está pasando. Su triunfo será nuestra gloria y de ahí la gran persecución, de una parte, y por otra, seducción y promesas como el obispado o el cardenalato para aquellos sacerdotes imbéciles.
Monseñor Castrillón fue premiado con el cardenalato por haber sido uno de los tres canonistas que propugnaron la libertad religiosa en Colombia, vestido ahora de púrpura e invitándonos a que bebamos de esa profanación del cáliz de sus abominaciones. Imploremos a nuestra Señora luz y fe en estos tiempos terribles. Roma está siendo hoy prostituida; hace lo indecible por absorbernos y Dios nos dé la cohesión y la firmeza, para no dejarnos engañar. Los europeos son ingenuos, ellos no tienen la malicia indígena nuestra, o la oriental, por lo que a veces los gringos, incluso los alemanes, los suizos y los franceses nos parecen, a veces, tontos; el latino tiene esa malicia indígena (gracias a Dios) es una ventaja cuando se la utiliza para el bien, pues crea frutos de santidad: por oposición, es un peligro que un colombiano sea hoy en Roma la voz cantante, el contacto para reducirnos y envolvernos en la abominación en la cual ellos están, porque no tenemos absolutamente nada que pedir, ya que no estamos haciendo nada que no sea conforme a la sacrosanta tradición romana y apostólica.
Entonces, ¿qué nos pueden dar? y ¿a qué precio?, porque una ramera no da nada si no se le paga. El precio será la apostasía, por eso en el fondo no hay nada de qué hablar, simplemente dar testimonio íntegro de la verdad y ese es nuestro deber y para eso tenemos que prepararnos.
Que la Santísima Virgen, como a niños indefensos, nos cubra con su manto, porque el resistir no será producto del esfuerzo humano; es imposible resistir sin la ayuda de Dios, sin la ayuda de nuestra Madre del cielo y a Ella debemos invocar, tal cual como inspirado del cielo Monseñor Fellay pide en estos momentos, se rece esa oración a la Santísima Virgen María, durante un mes, comenzando a partir del día 16 de enero, que también se llevará a cabo la consagración de la Fraternidad al Corazón doloroso e Inmaculado de la Santísima Virgen María, con la intención expresa de que acelere su triunfo. +
BASILIO MERAMO PBRO.
28 de enero de 2001
28 de enero de 2001