Amados hermanos en nuestro Señor Jesucristo:
En esta fecha la Iglesia se regocija de tener el dogma de la Inmaculada Concepción definido solemnemente por S.S. Pío IX en 1854 y con el cual proponía como verdad de fe revelada por Dios en el depósito divino: que la Santísima Virgen es la única criatura que tiene la exclusividad y el privilegio de ser concebida sin pecado original desde el primer instante de su concepción.
Sabemos que todos irremisiblemente nacemos con el pecado original, pecado de la naturaleza que se transmite de generación en generación; de ahí el significado del bautismo en el Antiguo Testamento; con la circuncisión, todo hijo de Adán nace con este pecado y he allí el gran misterio: que nuestra Señora, como hija de Adán, fue concebida sin pecado original por una intervención de Dios, por un decreto de Dios. Derivándose en consecuencia el conflicto que teológicamente fue objeto de disputas en la Edad Media, que hicieron malparar al mismo Santo Tomás de Aquino; incluso hoy en día aún se ignora al decir que Santo Tomás negó en un momento de su vida la Inmaculada Concepción. Es tal la equivocación que ni siquiera los sabios judíos ignoraban eso; ellos reconocían esa verdad tanto que fue de allí de donde la tomó Duns Scoto por vía judaica.
¿Cómo iba Santo Tomás, mucho más sabio que los judíos, a negar o desconocer esto? Pero el problema teológico consistía en cómo sostener no solamente el privilegio exclusivo de la Inmaculada Concepción, ante todo otro privilegio de otros santos; sino principal y fundamentalmente el cómo ( la vía o el camino) que fue lo que advirtió Santo Tomás.
Los que nacieron sin pecado como San Jeremías, San Juan Bautista (podemos presumirlo también con todo el rigor teológico, aunque de ello no digan nada las Sagradas Escrituras), San José, fueron santificados en el seno materno y nacieron sin pecado original; no obstante no fueron concebidos sin pecado original desde el momento en que Dios infundía el alma , como pasó en el caso de nuestra Señora. El problema grave era que había que salvar la Redención Universal de nuestro Señor Jesucristo, pues mientras que a nosotros nos liberó con una redención liberativa, a la Virgen María se le redimió por una redención especial, preservativa, la protegió por los méritos de su Pasión y su muerte.
Era lo que Santo Tomás también quería salvar para que no quedara en la oscuridad, al proclamar ese dogma, que era por los méritos de la Cruz. Es decir, que nuestra Señora fue redimida del pecado no como nosotros, sino preservada de él por los méritos de la Redención de nuestro Señor en la Cruz. Era lo que otros teólogos no querían admitir; los judíos con sus cábalas fantasiosas, pensaban que Dios había apartado una porción de carne de Adán o de su semen sin pecado, para que después de allí se engendrara a la Virgen María, y cosas parecidas, por supuesto absurdas, y lo que decía Duns Scoto (bastante ponderado, lo cual no sería malo si no fuera para aplastar a Santo Tomás y dejarlo malparado, como hacen algunos), era insuficiente, pues afirmaba que por ser la Madre de Dios ya tenía ese privilegio y que eso bastaba.
Por ser Madre de Dios Ella fue preservada, porque todas las gracias de nuestra Señora le vienen por su maternidad divina, por el privilegio de ser la Madre de Dios, por estar íntimamente asociada a la hipóstasis del Verbo, la Segunda Persona de la Santísima Trinidad. Sin embargo, no basta, aún no explica el cómo, y era lo que Santo Tomás quería resaltar, porque si decía como Duns Scoto que por ser la Madre ya eso bastaba, entonces quedaba en la oscuridad ese otro dogma de la Redención Universal de nuestro Señor para todo hijo de Adán, y nuestra Señora era hija de Adán. Por una intervención divina esa transmisión del pecado se detuvo en el proceso de su generación.
Nosotros los humanos procedemos de nuestros padres por vía de generación y por ella se transmite a la carne el pecado de nuestros padres, y en el momento de infundir el alma en esa carne queda manchada. Pues bien, eso era lo que decía Santo Tomás: que esa carne, que esa generación que venía manchada por vía generativa no tuvo lugar por una intervención de Dios que paró, que previno, para que en el momento de infundir el alma que es cuando se constituye la persona, no se manchara esa alma por esa carne que venía sucia de pecado y así entonces no contrajera como todos nosotros el pecado original.
Claro está, en esta explicación de Santo Tomás existe una cuestión filosófica que hay que conocer y es la animación retardada, es decir: que Dios no infunde el alma en el mismo instante en que los padres generan o procrean al hijo, sino que hay una generación producto de sucesivos cambios, hasta que se da esa organización biológica adecuada para que el organismo pueda recibir su forma, que es el alma. De allí viene justamente el nombre de organismo, quiere decir, una materia organizada.
El alma del hombre no se infunde a una piedra, a un poco de agua o pedazo de pan, sino en una materia organizada, y se produce por vía de generación. Por eso Santo Tomás hablaba de la generación retardada, que hoy se ignora; también se estima que Dios infunde el alma en el mismo momento en que podríamos decir que se unen las células femeninas y masculinas cuando todavía no hay esa organización. La prueba biológica de que eso no es así, es la de los mellizos monocigóticos, en los que hay una sola célula masculina y una sola célula femenina que se unen y que debiera ser un solo ser y producen dos; sería un absurdo que en una sola porción de materia hubiera dos formas, dos almas, dos seres, lo que me indica que debe haber un tiempo de gestación, de maduración, de generación, de preparación, para que después se divida y allí en cada porción haya un alma perteneciente a cada uno de esos mellizos. Esa es una prueba biológica a posteriori, pero que a veces no se tiene en cuenta y eso le daría razón a Santo Tomás de Aquino cuando hablaba de la animación retardada.
El único que no tuvo esa animación retardada, por obra de un milagro, fue nuestro Señor en su Encarnación. Por eso Santo Tomás así lo dice. Pero también en la Encarnación sabemos que no hubo esa relación de hombre y mujer que hay en todo ser humano, sino que Dios tomó del seno virginal de la Santísima Virgen por obra del Espíritu Santo una porción de su carne e infundió allí, no solamente el alma de nuestro Señor, sino toda la Encarnación del Verbo.
Queda entonces muy clara la explicación de Santo Tomás, que lejos de ser errónea, es la que mejor explica y, de hecho, es la única que expone teológicamente sin eclipsar ningún otro dogma como el de la Redención Universal. Es quien mejor describe la Inmaculada Concepción y cómo, de hecho, en ella se basó o queda consignada en la bula Inefabilis Deus con la cual Pío IX la proclamó, haciéndola pasar por la Cruz, no como toca a nosotros por liberación, sino por una prevención, una preservación del pecado. Y así Ella es toda pulcra, sin mancha de pecado original y sin mancha de ningún pecado actual, sea mortal, sea venial, por insignificante que sea.
Eso nos da una idea de la pureza de nuestra Señora; nunca jamás cometió el menor pecado venial, ni deliberada o indeliberadamente como nosotros que cometemos a diario tantos pecados veniales, ya sean voluntarios o no, pero los cometemos. Por eso dice en las Escrituras que hasta el justo peca siete veces al día; pues nuestra Señora jamás tuvo ni la menor sombra, y todo por ser Ella la privilegiada, Madre de Dios, desde toda eternidad concebida para Madre de Dios, pero pasando por la Cruz; es decir, por los méritos de Cristo fue preservada por ser la Madre de Dios.
También la epístola de esta fiesta y todas las fiestas de nuestra Señora que hablan de Ella, dicen que ya estaba concebida antes de que las cosas fueran, que Ella ya estaba en Dios. Pero ¿cómo? ¿Acaso Ella no nació de Santa Ana y de San Joaquín? ¿Cómo es que iba a estar antes de todo lo creado, que iba a juguetear en los pensamientos de Dios, si todavía no había sido creado el Universo ni los hombres? Pues bien,
Ella ya estaba concebida en ese decreto divino (en la mente de Dios), en el mismo decreto de la Encarnación del Verbo Divino estaba acordada la Maternidad divina de la Santísima Virgen; Ella ya estaba concebida en el pensamiento de Dios, en los designios de Dios antes de crear todo el Universo. Y es más, Ella participaba como artífice, pues artífice también era el Primogénito, y así nuestro Señor es el paradigma de toda la creación, resume toda la creación y todo fue creado por Él y para Él.
Estas cosas a veces quedan ocultas, no quedan suficientemente expresadas y forman parte de los misterios de Dios, por eso es el primogénito de la creación en ese sentido; Él era la causa ejemplar. Dios Padre, cuando creaba concibió el Universo y el mundo teniendo la imagen de su Hijo que se iba a encarnar y teniendo presente a nuestra Señora. Eso nos da una idea de la grandeza de nuestro Señor y de nuestra Señora que están tan íntimamente ligados y por lo cual Ella tiene la plenitud de la gracia, mucho mayor que la de todos los santos juntos en el cielo, y es a su vez nuestro más seguro refugio.
Ella es nuestra abogada, debemos recurrir siempre a Ella, no porque la endiosemos como piensan tontamente los protestantes no divinizamos a la Santísima Virgen María porque no es Dios, pero es la criatura más excelsa, más íntimamente unida a Dios, tan unida a Él que está en relación Hipostática , en relación personal con el Hijo que Ella dio a luz, que es el Verbo de Dios Encarnado. ¡Qué misterio! Es la razón de que nosotros también podemos llamarla Madre, al ser Madre de nuestro Señor y nosotros al asociarnos a nuestro Señor en la Iglesia, nos apropiamos de algún modo esa maternidad de nuestra Señora; por eso Ella es Madre de la Iglesia y Madre nuestra. Así podemos recurrir a Ella como nuestra Santa Madre de los cielos para que nos ayude y nos salvemos.
Que Ella, la Inmaculada, nos ayude a salvar nuestras almas, a llevar una vida menos manchada de pecado, menos inmoral y corrompida, y ser dignos hijos de María y vivir en esa santidad a la cual la Iglesia y Dios invitan. +
PADRE BASILIO MERAMO
8 de diciembre de 2001
8 de diciembre de 2001