En este domingo nos relata el Evangelio la segunda multiplicación de los panes, que como dice sabiamente ese gran exegeta desconocido y despreciado por los suyos, el padre Castellani, cuando nuestro Señor repite un milagro, una acción, tiene un significado distinto al primero porque si no, hubiera bastado una sola vez. ¿Y cuál sería el significado de esta segunda multiplicación de los panes, es que el Señor la hace por medio de las manos de sus discípulos, para que la muchedumbre que le seguía desde hacía tres días no desfalleciere al retornar a la casa en ayunas, sin comer? Y la respuesta, si vemos bien, es que hay una proporción inversa entre la primera y la segunda multiplicación de los panes. En la primera había cinco panes y cinco mil personas comieron y sobraron doce cestos o canastas; en la segunda hay siete panes, sobran siete cestos, sobra menos y hay menos personas que comen, cuatro mil.
De ahí entonces, de esa proporción inversa, nuestro Señor quería significar en esta multiplicación de los panes que no necesita de muchos sino de pocos y sobre todo quería además mostrar el desarrollo, propagación y crecimiento de la Iglesia a través del pan de la palabra divina, de la doctrina, de la palabra de Dios y del pan eucarístico de su cuerpo. A través de estos dos medios se propaga, se desarrolla, crece en manos de sus discípulos, de sus apóstoles y del clero de la Iglesia católica. Y no se necesitan muchas cosas, así como con menos panes produce más. El desarrollo y la difusión de la Iglesia, la expansión de la fe no depende de los medios humanos y mucho menos de que sean muchos y numerosos; al contrario, entre menos, más se sacian y más sobra, como los panes.
Por eso es una tentación que la Iglesia quiera en su expansión utilizar demasiados medios. Si bien se mira, el único es el de la palabra predicada sabiamente y la multiplicación de las misas, que eso es la Eucarístia, que de allí sale la comunión, que allí se opera la Transubstanciación, y allí crece la Iglesia y no con medios políticos, diplomáticos, de influencia y de poder, de grandeza. Todos estos son medios humanos para los reinos del mundo, pero no para la Iglesia y mucho menos el dinero que todo lo puede.
Cuán sabia lección nos deja nuestro Señor para que los ministros y los fieles no caigan en ese grave error de querer difundir la fe a costa de política, de diplomacia, de influencia, de poder y de dinero, porque eso es lo que ha hecho sucumbir más de una vez a regiones enteras en la fe, cuando la Iglesia perdía la libertad de la predicación de la palabra a instancias del emperador, no lo olvidemos. Constantino el Grande abrió las puertas a la Iglesia, la apoyó, la defendió y, sin embargo, miserablemente se dejó seducir por una corte arriana y persiguió a San Atanasio, lo desterró y apoyó a sus enemigos; él fue en gran parte culpable de que el arrianismo no hubiera sido desterrado en el Imperio Romano recién convertido a la Iglesia. Constantino, con el clero y los obispos, por no provocar la ira del emperador no se lo decían, pero hubo un San Atanasio, un San Basilio, unos cuantos, santos, aunque la gran mayoría apoyaba la voluntad del emperador y así fue como se difundió la herejía arriana que había sido condenada en el Concilio de Nicea que él mismo Constantino convocó para ayudar a la Iglesia.
Y ese mismo error, sacado como un perro por la puerta, entra por la ventana. Así se multiplican los yerros cuando se utilizan los medios inadecuados. Por ejemplo, en Inglaterra, ¿Enrique VIII no era acaso el gran defensor de la fe ? ése era el título que tenía; y después ¿no fue acaso por su propia culpa que toda esa nación cayó en el protestantismo anglicano hasta el día de hoy?
La Iglesia y la fe no crecen ni por la política, ni por la diplomacia, ni por las influencias, ni por el dinero; pueden necesitar el apoyo y la ayuda de todos ellos pero no son su primer elemento. El primero es la predicación de la doctrina, de la palabra de Dios y la difusión de la Santa Misa y de la eucaristía, del cuerpo de nuestro Señor y de su sangre; eso es lo que convierte; eso es lo que hace crecer y desarrollar a la Iglesia. Por eso, la Iglesia se basta de instrumentos pobres, mínimos, como los panes, y entre menos panes, más gente come y más son las sobras. Eso es una gran lección y por eso es un error creer que la fe se propaga a través de la televisión y del radio, de las revistas y de los periódicos; esto es mentira y engaño.
Para difundir la fe se necesitan en primer lugar sacerdotes preparados y no monigotes al servicio del poder secular, llámese rey o gobierno, presidente o lo que fuere. Para predicar con la libertad del Espíritu Santo la palabra divina de Dios, es para lo que la Iglesia necesita a presbíteros íntegros y no a curas bastardos, miserables vende patrias y vende iglesias. Por eso, la urgencia de buenos seminarios basados en la teología de Santo Tomás, en la sapiencia de los Santos Padres, en la tradición de la Iglesia y no en algo diferente. La Iglesia necesita apóstoles dóciles que reparten el pan de la palabra de Dios y el de la eucaristía y no la política, no el poder, no el dinero, no la diplomacia.
Hay acciones triviales que mundanizan a la Iglesia, al clero; por eso se ha caído tan bajo porque se ha frivoliza la Iglesia en la parte humana, en sus ministros y en sus cardenales; de ahí viene esa expresión en Italia de bocatto di cardinale, comida de cardenal, de lujo de cardenal, gran pompa, gran banquete, cuando nuestro Señor hacía todo lo contrario. Decía el gran San Juan Crisóstomo, en el siglo V, que el lastre de los bienes materiales llevaba a la Iglesia a su corrupción; esto lo mencionaba para mostrar ese gran peligro si se confunden los medios. Esto se dio también por culpa de los fieles que, faltos de caridad, dejaban de ayudar generosamente cada uno con lo que podía y tenía; y ante esa falta de caridad y de generosidad espontánea, la Iglesia tuvo que atesorar, que guardar bienes materiales para poder satisfacer sus necesidades. De ahí vino el gran mal, ya que acaparando y acaparando se corrompen las conciencias, e igual sucedió al clero; decae la moral y se pierde la predicación de la palabra.
Hoy vemos cuán confundido está todo y por eso vemos decaer la fe. Y no la vamos a recuperar con ninguno de esos medios sino con el de siempre, con la predicación de la palabra, ese simple soplo que no es nada pero que es mucho y es todo si viene de Dios, como debe serlo la doctrina enseñada e impartida en la Iglesia y la propagación del Santo Sacrificio de la Misa. Pero hoy vemos cómo esos dos métodos han sido corrompidos, igual la palabra de la doctrina con el ecumenismo, con el modernismo, con el progresismo, ya que es adulterada; y el otro medio, la eucaristía, también pervertida por la nueva misa.
Entonces, ¿de qué nos vamos a extrañar?, ¿cómo vamos a querer que haya fe, que crezca la Iglesia si se corrompen, a propósito, a instancias de Satanás, esos dos medios de la propagación de la Iglesia, de la de la fe, de los medios de conversión de las almas; esa es la triste realidad. Y por eso hay que ser fieles a la Misa tridentina, a la Misa Romana, católica, apóstolica, porque es ésta la que San Pío V codificó para que nadie osara tocarla ni mancharla, canonizándola para siempre, exenta de todo error y de toda profanación, y no la nueva misa que es protestantizante, que no es romana, que no es católica sino ecuménica para atraer a los demás que no la aceptan, como los protestantes. Esa es la gran diferencia, y por eso se necesitan verdaderos sacerdotes, valientes y bien instruidos, bien formados para que puedan así propagar la Iglesia y la fe con la palabra de la doctrina, con el pan de la doctrina, con el de la verdadera eucaristía, el de la verdadera misa y no de una nueva rubricada a gusto y placer de los protestantes que odian a la Iglesia católica y que rechazan el sacrificio incruento del altar, la Santa Misa.
Pidamos a nuestra Señora, a la Santísima Virgen María, que podamos retener en nuestra memoria todo esto y así difundir la fe y se salven las almas. +
PADRE BASILIO MERAMO
20 de julio de 2003