El primer domingo de la Pasión nos acerca a la Semana Santa, la semana de gran sufrimiento y de dolor de nuestro Señor, días de duelo; por eso vemos las imágenes, salvo el Viacrucis, veladas. Debemos, en consecuencia, intensificar nuestra oración, sacrificios, limosnas, y aprovechar la purificación que todas estas obras producen para apaciguar la concupiscencia de la carne y el orgullo de la vida, para sustraernos un poco del mundo que nos tiene tan envueltos sin que nos demos cuenta. Ese debe ser el espíritu con que vivamos la Santa Cuaresma, ser más aceptos y agradables a Dios a pesar de nuestra miseria. No olvidar que la Iglesia manda confesarnos aunque sea una vez al año y fija una fecha para la comunión pascual: desde el domingo de Pasión hasta el segundo domingo después de Pascua.
Vemos en este Evangelio que la disputa entre los fariseos y nuestro Señor se intensifica, se agudiza. Cómo éstos infringen la verdad en el nombre de Dios, de la religión, de la Iglesia de entonces, como acontece hoy; es lo característico del fariseísmo, la corrupción específica de la religión convirtiéndose en el peor y más mortal enemigo. Así es como rechazan a nuestro Señor, en vez de creer le dicen que está endemoniado, en lugar de aceptar le alegan en el nombre de los profetas. Y a la manifestación de su divinidad toman piedras para lanzárselas, pero Él desaparece en medio de ellos. Se hizo invisible, como dicen algunos Padres de la Iglesia, porque todavía no había llegado su hora, si no, lo hubieran apedreado allí antes de tiempo por no querer oír la palabra de Dios.
Él dice que es el Padre quien da testimonio de Él, que quien guarda su doctrina tendrá la vida eterna, que Abraham deseó ver su día y que Él era antes que Abraham. Todas son manifestaciones de su divinidad. Ningún hombre podría ser o existir antes que otro que le había precedido, y los judíos entendían bien eso y por ello tomaron piedras para destruirlo; aquí hay una prueba que ya la he insinuado muchas veces, y es que los Padres del Antiguo Testamento conocían la Encarnación y la Santísima Trinidad. De lo contrario sería absurdo que Moisés hubiera deseado ver su día y no como la mayoría de los exegetas modernos dicen, que la diferencia era el misterio de la Santísima Trinidad y de la Encarnación, lo cual es ilógico y absurdo ya que no sería entonces la misma fe, no podría ser nuestro Padre Abraham si no fuera la misma fe, y ésta la de la Trinidad y la Encarnación; es evidente.
Pero, lamentablemente, así se deslizan los errores porque la mayoría no hace más que repetir como loros. Eso nos debe servir para no extrañarnos de que estas falsedades cundan con el agravante de que no hay quiénes asienten la doctrina, que pontifiquen en la verdad; es la desgracia actual de la Iglesia católica, apostólica y romana; no hay doctores en la fe que pontifiquen en la verdad y nada más que la verdad, y por eso andamos a tientas zigzagueando, carencia que, dicho sea de paso, también es un castigo, y por eso la Iglesia se ve eclipsada. Como está oscurecida la Iglesia durante la Pasión, la ocultación de nuestro Señor Jesucristo es lo que vaticinan estas imágenes cubiertas. También ocultación de nuestro Señor hacia el final de los tiempos, eclipse del sol, de labore solis, justamente, la divisa que le corresponde al papado actual según San Malaquías.
¿Queremos ver más claro o seremos peores que los judíos, orgullosos, que no queremos entender ni a palos? Son los hechos; la Iglesia está hoy eclipsada como estas imágenes durante estos dos domingos de Pasión ya anunciada en La Salette; oscurecimiento por falta de autoridad, de principios, de doctrina, de dirigentes, de moral, de fe, de falta del Espíritu de Dios, de sabiduría; lo que estamos viviendo es el eclipse de la Iglesia; pero a pesar de todo no sucumbirá, porque las puertas del infierno no prevalecerán sobre su divinidad, como no prevaleció la muerte sobre la divinidad de nuestro Señor.
He aquí un gran misterio difícil de entender; pero a medida que los acontecimientos se van dando, se va dilucidando, se va inteligiendo y barruntando de algún modo. Es el tema del único libro profético del Nuevo Testamento, del Apocalipsis, que es la revelación de la manifestación de nuestro Señor glorioso y majestuoso y de todos los acontecimientos desastrosos que culminarán en la gran apostasía de las naciones de los gentiles; en el anticristo, en el falso reino de paz, en la persecución de la Iglesia, de la Santa Misa y en el triunfo de nuestro Señor, que derrotará al anticristo con el aliento de su boca como dice San Pablo en su segunda carta a los Tesalonicenses.
Desgraciadamente el demonio ha hecho lo imposible por dificultar y oscurecer ese gran libro de fe y de esperanza, no de terror, sino de esperanza, para aquel que está bajo el yugo del sufrimiento y la persecución por amor, por testimonio a la verdad, a la Santa Iglesia, a nuestro Señor Jesucristo. Qué más consolación se tendrá si el Rey de Reyes, Señor de Señores, va a liberar a su Iglesia. El Apocalipsis es un libro de bienaventuranza, de esperanza, específicamente para los últimos tiempos. Por lo mismo no se lo consideró de tanta importancia en la Edad Media, porque no veían la necesidad, pero nosotros sí la debemos ver, si realmente vivimos esta crisis de fe, de eclipse de la Iglesia por la que atravesamos.
Así como sabemos que después de estos dos domingos de Pasión y de oscurecimiento de nuestro Señor encubierto, velado, oculto, que huye, según el Evangelio, de las manos de los judíos para no morir antes de tiempo, a pedradas, de esa dolorosa Pasión y muerte, viene la resurrección; lo mismo será para la Iglesia: ésta no resucitará porque no puede morir, ya que el alma es el Espíritu Santo y él no puede separarse de la Iglesia, pero sí pasará su terrible Pasión y, por tanto, eclipse del sol, de la verdad, de la luz, todo lo cual de algún modo lo estamos viviendo. Lo que no sabemos es la cuantía, la duración y la intensidad a la cual todo esto llegará y por lo mismo hay que pedirle a nuestro Señor la fidelidad y la fortaleza para no sucumbir ni caer enredados en la confusión de las tinieblas, pero sí esperando con una profunda esperanza sobrenatural ese día de Pascua y de gloria al cual volverá la Iglesia cuando llegue la hora y el día de Dios nuestro Señor.
Pidamos a la Santísima Virgen hacer una Santa Cuaresma y vivir en este periodo tan difícil, fiel y santamente como nos lo pide nuestro Señor; ser santos como nuestro Padre que está en los cielos. +
PADRE BASILIO MERAMO
17 de marzo de 2002