La Iglesia, en el Introito de la Misa, nos invita hoy a la alegría, y por eso se llama también el domingo de laetáre, que mitiga la Cuaresma, y que permite también las flores en el altar y ornamentos rosados si los hubiera. Para que nos alegremos ante la próxima fiesta de Pascua, en medio de esta preparación en la que antiguamente se hacían retiros de cuarenta días, de toda una población, donde no había, ni qué iba haber, cines, espectáculos, nada de eso. En Colombia hace cuarenta años no había cine ni radio, solamente películas como la de Los diez mandamientos y otras parecidas; no se permitían los espectáculos públicos.
Cuánto más entonces, antaño, cuando no había esas distracciones se vivía la Cuaresma como verdaderos retiros; mucho tiempo antes de darse los retiros de treinta días de San Ignacio, la población participaba con fervor, incluso las guerras paraban, había un sentido de penitencia, de reparación, de recogimiento, de oración, de sacrificio. Pero hoy, viviendo en este mundo moderno y pervertido hasta los tuétanos, tanto que nos corrompe sin darnos cuenta, porque la lepra qué va a huir de la lepra. Todo aquello hacía que se viviera litúrgicamente el espíritu de esta santa época.
En este Evangelio vemos cómo nuestro Señor, huyendo del mundanal ruido y de la furia de los judíos, esquivándolos para que no se volviesen más furiosos de lo que ya eran, se retira a la soledad; pero la gente, viendo los milagros que hacía, le sigue, y le sigue por uno, dos y tres días al cabo de los cuales nuestro Señor se compadece de ellos, quiere procurarles alimento y pregunta a uno de sus discípulos dónde podrían comprar pan (lo cual obviamente era imposible, en medio del campo, del desierto, encontrar un sitio donde vendiesen pan), pero como lo dice el Evangelio, lo hacía para mostrar la grandeza del milagro que iba a realizar, la imposibilidad para proveer de alimento de no ser en forma milagrosa. Le dicen que hay un niño con cinco panes y dos peces y manda que cuenten a los hombres, sin contar las mujeres y los niños; había cinco mil hombres, luego eran muchos más con las mujeres y los niños. Y reparte por mano de los apóstoles los panes y los peces y comen esos cinco mil hombres y sobran doce canastos que nuestro Señor manda recoger.
Sabemos que allí estaba de alguna forma prefigurada la Eucaristía, la multiplicación no ya del pan de esta tierra sino del que es nuestro Señor, como se reproduce en las manos de sus apóstoles y de sus sacerdotes. También teniendo en cuenta la otra multiplicación, en la que había siete panes y comen cuatro mil hombres y sobran siete canastos. Dicen algunos exégetas que muestra nuestro Señor una proporción inversa: a menor cantidad de panes más gente come y más sobra, para mostrar que nuestro Señor necesita de poca cosa para hacer sus milagros y no depende de la materia, de la Él quiso utilizar. Según Santo Tomás, para mostrar que esa materia no era mala como pensaban los maniqueos y por eso se servía de ella, pero que no tenía necesidad y por eso muestra esa proporción, que a menor cantidad de panes mayores sobras y mayor número de gente. Sobras que manda a recoger, también según Santo Tomás, para indicar que no era una fantasía.
De paso, el carácter del espíritu de pobreza, no botar el pan, porque éste no se tira, como no se desperdicia la comida por espíritu cristiano, no solamente de ahorro sino de pobreza y de agradecimiento a Dios que nos da los alimentos; así tendríamos esa explicación del doble milagro y de lo que nuestro Señor quiso significar y que ahora nos deja hasta el fin de los tiempos.
Su cuerpo, es pan de vida, para que le comulguemos con un alma pura; de ahí la necesidad de recibir la Santa Hostia sin pecado mortal, con el ayuno prescrito. Monseñor Lefebvre siempre pidió que en la Fraternidad se guarden las tres horas para los alimentos sólidos y las bebidas alcohólicas y una hora para otras bebidas que no sean alcohólicas, para guardar ese espíritu; que no merendemos de postre a la hora la Eucaristía. Lamentablemente hay fieles que no se quieren someter, por falta de espíritu de fe; eso termina en un manoseo de lo sagrado de la comunión; pero aunque no comulguemos infructuosamente, como decía San Agustín, al preguntarse por qué tantas comuniones vanas, gente que comulga y no cambia, sigue igual o peor en su orgullo, en su rencor, en su prepotencia, en su vanidad, en su estupidez, ¿por qué? Porque antes de recibir la comunión con la boca hay que comulgarlo y recibirlo con el alma; para que sea fructuosa, para que nos transforme nuestro Señor, nos haga más humildes, menos llenos de nosotros, nos haga mejores, y eso lamentablemente nos pasa a todos. Tengámoslo en cuenta sobre todo en esta Cuaresma y dispongámonos a comulgar mejor a nuestro Señor.
Invoquemos a la Santísima Virgen para que nos ayude a hacer unas comuniones fructuosas y en cada una nos asemejemos más a nuestro Señor Jesucristo. +
Padre Basilio Meramo
10 de marzo de 2002