Amados hermanos en nuestro Señor
Jesucristo:
Vemos en este evangelio cómo los fariseos no perdían
la ocasión ni el tiempo para ver en qué podían apresar a nuestro Señor para
reprenderle y juzgarle. Pero no solamente los fariseos sino también los
herodianos. Eso hay que tenerlo muy en cuenta hoy día, sobre todo cuando se nos
quiere decir que la Iglesia, que Jesucristo, pues la Iglesia no es más que el
Cuerpo Místico de Cristo, que nuestro Señor no tiene enemigos; eso es
absolutamente falso. Negar que hay enemigos es renunciar y dejar libres todas
las puertas al demonio y sus secuaces. Desgraciadamente hay que decirlo, sí hay
enemigos en esta tierra dirigidos en última instancia por Satanás en contra de
la Iglesia católica, en contra de la religión católica, en contra de nuestro
Señor Jesucristo.
Esa enemistad es la que ha producido las grandes
herejías. Por nombrar una de las primeras, la del judío Arrio, sacerdote de
Alejandría; el protestantismo con todas sus divisiones: luteranos en Alemania,
anglicanos en Inglaterra, calvinistas en Francia, esparcidos por todo el mundo,
son la consecuencia de esa rivalidad, de esa oposición a la verdad, a la luz, a
la fe, a la Iglesia, a nuestro Señor Jesucristo. Está el judaísmo, en primer
lugar, con el poder de la masonería que es uno de sus tentáculos y que hoy ya no
necesita ocultarse porque prácticamente todo el mundo aunque se diga católico
piensa como masón, que si cree en un Dios, es un deísmo, cuando no se lo niega
rotundamente como hacen los ateos. No se considera, ni se concibe que hay un
culto y una religión y nada más, y que ese único culto, esa única religión, esa
única verdad la tiene en exclusividad la Iglesia católica.
Es lo que la judeomasonería no ha querido aceptar: que
la Iglesia se proclamase como la única poseedora con exclusividad de toda la
verdad que salva, a eso se debe la predicación de tolerancia, para que se
consienta el error y para que consintiéndolo entonces nos corrompamos. La
tolerancia en sí misma es absurda, porque la posesión de la verdad nos hace
intransigentes, intolerantes ante el error. Algo diferente es la caridad con las
personas, con el pecador, con el hombre de carne y hueso, que es distinto a ser
intolerante con el error o ser tolerante con el individuo, con la
persona.
Por eso la Iglesia siempre ha dicho: “Odiar al pecado
y amar al pecador”; es decir, odiar el error y al mal y amar al pecador. Pero
que jamás se tolere el error, porque es una contradicción ya que la fe en la que
se basa la verdad de nuestra religión es firme y excluye todo error y da una
certeza; luego el que tiene certidumbre de la posesión de la verdad no es
tolerante con lo que se opone a esa verdad, eso es absurdo. Por eso, los que
hablan de transigencia que den ellos el primer ejemplo, y no su intolerancia
anticatólica y anticristiana. Que no nos quieran debilitar para que sucumbamos
ante el error.
De allí deriva la promulgación judaica masónica dentro
de la Iglesia del ecumenismo que equipara todas las religiones a un mismo nivel.
Por eso se habla de libertad religiosa, para hacer creer falsamente que el
hombre tiene albedrío para adherirse o no a la verdad, sea ella cual fuere,
siguiendo los caprichos de su conciencia, como si la ésta fuese quien dictamina
quién o qué es la verdad. Todo lo contrario, la conciencia debe seguir a la
verdad que se impone desde afuera y que en un acto de sumisión uno acepta. No al
revés, que la verdad gira alrededor de mi conciencia.
Hoy ese error es moneda corriente. El pecado y el mal
son admitidos, dependen de la conciencia de cada uno, “para mí tal cosa no es
pecado y lo hago porque me da la gana”; así cada uno con lo suyo, y si no, ¿cómo
explicar todo ese desastre moral? Ya no hay honestidad pública ni pudor y lo que
es peor, en la mujer, cuando lo esencial al sexo femenino es el recato; sin
embargo, hasta eso se ha perdido. Por eso vivimos en una sociedad de salvajes
paganos y por eso las modas andan como andan; está el bombardeo de la miserable
televisión, la pornografía no ya escondida sino pública; todo a capricho de lo
que justamente quieren Satanás y los enemigos de la Iglesia para corromper todo
lo que sea católico.
Debemos recordar que sí hay enemigos visibles, como en
el evangelio de hoy los fariseos y los herodianos que acechan a nuestro Señor y
Él les enrostra su hipocresía. Si hay que decirle a alguien en la cara que es un
hipócrita, que alguno de nosotros se atreva a decirlo, pues nuestro Señor lo
hizo y lo dijo, les cantó en la cara; tal es la contundencia, la tenacidad de
sus enemigos que insisten para ver cómo lo hacen caer, cómo le buscan la vuelta.
¿Es lícito pagar tributo al César, o no? Porque si decía que sí, dirían entonces
que no es un buen judío porque reconoce al César quien es justamente el que
oprime al pueblo elegido y si dice que no, entonces no respeta la autoridad, no
lo respeta y lo acusamos ante él para que lo liquide.
Eran perversos y astutos, pero nuestro Señor, que no
era bobo ni lelo ni perezoso, les replica enseguida: ¿De quién son la figura e
inscripción que están en la moneda? Dad pues al César lo que es del César y a
Dios lo que es de Dios. Qué ejemplo para no sucumbir ante la autoridad terrenal,
en reconocer o sin dejar de hacerlo la que viene de Dios porque todo mando,
incluso el del César viene de Dios y no del pueblo, como dice heréticamente la
democracia moderna; diferente es que el pueblo elija o dictamine en quién
recaiga ese gobierno, pero la autoridad soberana viene del único Rey que es Dios
y no del pueblo ni de nadie, sea éste rey, presidente o lo que fuera. Esa es la
doctrina católica.
Nuestro Señor muestra también que hay que darle a Dios
lo que es de Dios. Y ¿qué es lo que es de Dios? Es toda nuestra alma, todo
nuestro ser. Al César se le da su tributo, lo material, lo que exija como
impuesto, como retribución por mantener el orden público y los bienes
temporales, esa es la misión de todo gobierno, pero por encima está Dios. Por
eso es aberrante hacer girar la religión alrededor de la política; a eso se le
llamó cesaropapismo o regalismo. Porque es la política y no sólo ésta sino todo,
como la economía, como la sociedad, quienes deben girar alrededor de la
religión, servir a Dios en última instancia. Todos esos conceptos hoy son
desconocidos, negados. Y ¿cómo queremos que haya orden, prosperidad, paz?, ¡pues
no tendremos nada de eso! Lo advierte nuestro Señor, porque primero hay que
buscar el reino de Dios y lo demás viene por añadidura. Hay que buscarlo y no
buscarnos a nosotros mismos, sea en las riquezas, en el poder o en el prestigio,
en el mando o en lo que fuese. Dar a Dios lo que es de Dios.
No olvidar esa imagen de Dios que hay en nosotros.
Estaba impresa la figura del César en la moneda y por eso Jesús dijo que hay que
dar al César lo que es del César. Porque en nuestra alma, está la imagen de Dios
y en toda criatura hay un vestigio de Él; por eso se nos enseña que San
Francisco de Asís veía en los animales, en la naturaleza, esa bondad de Dios y
¿cómo se producían esos milagros?, ¿para qué?, ¿para que creyéramos que San
Francisco era un tonto o un bobo que hablaba a los pájaros como una niña? ¡No
señor!, para dejarnos esa imagen patente de que esos animales reproducían de
alguna forma la gloria de Dios y mucho más nosotros; entonces ya no es un
vestigio de Dios sino una imagen y debemos conservarla para no degradarnos en la
abyección en la que está hoy el mundo impío que reniega de Dios y de su
Iglesia.
Pidamos a nuestra Señora que sepamos entonces dar a
Dios lo que es de Dios y que podamos así ayudar a redimir muchas almas. Si no
podemos hacer otra cosa, por lo menos salvar nuestras almas con la ayuda y la
gracia divina y por la intercesión de nuestra Señora como abogada para que nos
ayude a comparecer el día del juicio y de nuestra muerte ante su Hijo y que
podamos así ser aceptos por Él y no que nos rechace.
Tengamos presente todas estas consideraciones para
poder perseverar en medio de un mundo atroz que no quiere, y por eso es cruel,
porque no quiere ni tiene en cuenta la salvación de nuestras almas.
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P. BASILIO MERAMO
20 de octubre de 2002
20 de octubre de 2002