Amados hermanos en nuestro Señor
Jesucristo:
En el evangelio de hoy vemos la curación de los diez
leprosos y el reproche que nuestro Señor hace ante la ausencia de los otros
nueve, dado que sólo uno de los diez vino a agradecerle y a reconocerle como
Dios. Todos los santos padres interpretan, como señala el padre Castellani, que
es el evangelio de la gratitud y la ingratitud, y por eso nuestro Señor en
cierta forma reprocha esa ingratitud de los otros nueve que no vinieron a
presentarse.
No obstante, queda la dificultad, ya que fue nuestro
Señor mismo quien les dijo que fueran a los sacerdotes, cumpliendo ellos lo que
Él mismo les dijo y por lo cual el padre Castellani dice que además de
ingratitud hay otro plano que apunta a la religión, a la conversión, a la fe; y
ante ella no hay otro mandato, otro precepto, otro afán, otra obligación, nada.
Porque a Dios no se le puede anteponer ninguna otra relación, ningún otro fin,
ningún otro interés. Y por eso no es solamente la ingratitud lo que reprocha
nuestro Señor, sino el no reconocer que el bien lo habían recibido a través de
la mano de Dios.
El único leproso que se dio cuenta fue el que regresó
a darle gracias y a adorar a Dios, por eso se postró sobre sus pies; es el gesto
de adoración a Dios en Oriente y como antiguamente se estilaba, y es ese el otro
aspecto que recalca y hace notar el padre Castellani, completando la exegesis
común que hacen todos los padres refiriendo este milagro de hoy a la
agradecimiento y desagradecimiento. ¿Y por qué es tan importante la gratitud?
Porque todo lo que recibimos de Dios en el orden sobrenatural es gratis, no es
debido. Y el mundo de hoy en su impiedad, en su herejía, hace de la gracia algo
exigido por el hombre, por la dignidad del hombre, he ahí el Concilio Vaticano
II.
Y todo es gracia, todo es regalado en el orden
sobrenatural, y en el orden natural la vida, la existencia, etcétera; también
son gratis, como muchas cosas que Dios nos da, no hay una exigencia, no hay una
obligación de Dios, es completamente de balde, y eso hay que reconocerlo delante
de Dios. No nos es debido, no hay una exigencia, y si la hubiera, entonces ya no
sería gracia, ya no sería reconocimiento, gratitud.
Eso es lo que el hombre de hoy exige a Dios en su
orgullo cuando reconoce la gracia, porque cuando no la reconoce simplemente le
da la espalda. Teólogos como el cardenal de Lubac, honrado con ese título
cardenalicio, fue quizás uno de los primeros herejes en ese sentido, en hacer de
la gracia una cosa debida a la exigencia de la dignidad del hombre, eso es lo
que enseña el Vaticano II. Luego rompe esa relación de lo gratuito de todo el
orden sobrenatural, de lo gratuito de la gracia. Y por eso la importancia del
reconocimiento; Santa Teresita del Niño Jesús decía: “Nada atrae tanto las
gracias de Dios como el ser agradecido”. Y el mundo de hoy es desagradecido,
nadie da las gracias, todo le es debido al dios hombre: mis derechos, y eso
comenzando desde los niños; los derechos de los niños que ya no le dan el
asiento a un mayor, que no se saben retirar ante la conversación de un mayor si
no se los llama, que no saben estar en su puesto, todo les es debido, y se
convierten para colmo en las mascotas del papá o la mamá.
Por eso la mala educación del mundo moderno y toda la
falta del principio de autoridad. El niño o el hijo no es agradecido con sus
padres, con sus mayores, con sus maestros. No, es el rey, todo le es debido y es
poco. Es un hecho palpable, y así no solamente con la juventud y los niños, sino
también con los mayores, nosotros mismos creemos que todo se nos debe, nuestros
derechos, sin deberes. Y ante Dios también estamos exigiéndole, y nos asemejamos
así a la oración del fariseo y no a la del publicano que se reconoce indigno
pecador.
Los Santos Padres interpretan y relacionan el
Evangelio de hoy con la gratitud y la ingratitud, porque la ingratitud seca la
simiente de donde emanan los bienes. ¿Cómo alguien va a dar a otro algo si al
dárselo el otro piensa que le es debido y no que es simplemente una merced, una
gracia? Y mucho más, si el que nos da es Dios, ¿cómo le vamos a exigir? Es un
orgullo profundo.
Y el otro aspecto del que habla el padre Castellani,
es el de la religión. ¿Por qué no vinieron los otros nueve sino nada más que uno
sólo? Es el reproche que hace nuestro Señor, porque es mucho más importante que
ir y tener el certificado legal que los incorporaba a la sociedad, pues los
leprosos eran excluidos del comercio social con los demás, vivían por las
afueras con una campanilla para que nadie se les acercase si no se daban cuenta
de su proximidad; vivían excluidos, como excomulgados.
La lepra se podía sanar al comienzo (también podía
haber falsa lepra), y si así sucedía, eran los sacerdotes los que certificaban
que esos individuos podían volver a vivir en sociedad; pero nuestro Señor hace
ver que todo eso queda de lado porque a Dios sólo hay que reconocerlo como tal y
adorarlo, amarlo. A Dios se le alaba reconociendo sus beneficios, ¿y cómo se van
a considerar sus beneficios, si los reconocemos como una exigencia? He ahí la
contradicción; por eso es absurdo que el hombre moderno exija a Dios un
beneficio, eso rompe toda alabanza; no puede alabar a Dios porque no lo puede
reconocer como un beneficio sino como una obligación.
Eso es lo que hoy enseña la falsa religión instaurada
dentro de la Iglesia, con ropaje de cordero, de oveja, para que el pueblo fiel
no se dé cuenta y así el error circule; pero si vemos las cosas como son,
deberíamos darnos cuenta. Debemos tener presente esa necesidad de reconocer con
gratitud los beneficios de Dios para alabarlo reconociendo los beneficios que Él
nos prodiga y así verdaderamente adorarlo. No como hoy que es un falso culto, es
el hombre el que prima y no Dios; por eso la insistencia que vemos en la
enseñanza de Juan Pablo II cuando va a todas partes diciéndole a la gente que
Cristo vino para revelar al hombre, para mostrar lo que es el hombre, cuando es
todo lo contrario. ¿Quién dice algo, quién osa decir que esa doctrina no es
evangélica, no es de Cristo, no es de Dios, no es de la santa madre Iglesia?
Cristo no viene a revelar al hombre ni a señalarle su dignidad, viene a mostrar
la miseria del hombre, y viene a evidenciarnos su divinidad para que le adoremos
y para que adorándole una vez convertidos, nos salvemos.
Hay una tergiversación profunda del mensaje evangélico
y solamente se puede explicar en lo que éste anuncia, la pérdida de la fe, la
gran apostasía, la falta de religión y la adulteración de la Iglesia católica.
Hay una verdadera adulteración y por eso la necesidad de guardar el testimonio
fiel de la sacrosanta tradición católica, apostólica, romana. Aunque muchos
fieles, desgraciadamente, no se dan cuenta hasta dónde llega la lógica
consecuencia, pero hay que insistir en ello, para mantenernos con una fe pura,
inteligente para no caer en el error. Porque si los tiempos no son abreviados,
aun los que poseen la buena doctrina caerían; tal es la presión. Y ésta es
grandísima; es necesario advertir y alertar a los fieles.
No es que yo hable mal del Papa, como algunos fieles
han pensado y no han tenido la valentía de decírmelo. Un católico jamás está en
contra del Papa ni en contra del papado, pero también hay que tener claro que
puede haber una usurpación, una inversión, una infiltración. El Apocalipsis
habla de un pseudoprofeta que tiene la apariencia de cordero pero que habla como
el dragón. Es más, si nos remitimos a lo que dice el venerable Holzhauser, gran
exegeta reconocido por la Iglesia, que ya en los siglos XV y XVI, cuando
escribió el comentario al Apocalipsis, advierte que hacia el final de los
tiempos habrá un falso Papa; misterio, pero así habla él.
Ahora bien, no es a mí a quien toca determinar esas
cosas, pero sí advertir, como lo han hecho los grandes exegetas que han
vislumbrado la posibilidad de que haya un antipapa en la Iglesia; es lo único
que trato de advertir sin hacer ningún juicio sobre la persona, prevenir para
cuidarnos porque no es posible pontificar en el error. Eso lógicamente no es
posible, la Iglesia es infalible en su enseñanza, en su fe y yo como católico,
apostólico, romano, no puedo admitir que desde la cátedra de Pedro se pontifique
en la herejía.
Ahora, ¿cuál es la explicación? ¿cuál es la solución?
Yo no lo sé. Si al verdadero lo mataron y pusieron a otro, si hay un sosias o lo
que sea, o un infiltrado; muchas son las posibilidades y es muy difícil saberlo,
pero lo que sí tengo que saber como católico es que un Papa verdadero no puede
pontificar en el error, tergiversando el evangelio y la palabra de Dios. Su
misión es la de confirmar a sus hermanos en la fe y no en el error. En
consecuencia, el gran desconcierto de los fieles es qué hacer ante esa patraña.
Es muy difícil. Pero ahí está la sacrosanta Tradición, lo que siempre la Iglesia
en materia de fe ha enseñado, lo que siempre enseñó, la fidelidad a sus dogmas.
Dogmas que hoy están negados, cuando no puestos en duda y la Iglesia excluye la
sospecha. Dudar de un dogma de fe ya es ser hereje; Dios es absoluto, no permite
el recelo, no permite ese relativismo.
Por eso nuestro Señor hace ese reproche a los otros
nueve: ¿dónde están? Como diciendo, ¿por qué no han venido también ellos a
adorarme y agradecerme como tú lo has hecho? De ahí el significado, el sentido
del evangelio de hoy. Nos demuestra, entonces, la responsabilidad de cada uno
ante Dios: el cielo o el infierno. Porque de acuerdo con esa respuesta
categórica se definirá por siempre nuestra existencia y hoy vemos que hasta al
infierno se lo pone en duda o se lo niega, como se lo ha rechazado diciendo que
es simplemente un estado del alma, pero que no es un lugar donde hay
fuego.
¿Dónde queda el dogma de la Iglesia que dice que es un
estado y que también hay un fuego eterno? Es evidente, y sin embargo, estas
cosas que antes eran comúnmente aceptadas hoy son paladinamente cambiadas,
puestas en duda. Nosotros no tenemos otro recurso más que el de la fidelidad a
la sacrosanta Tradición de la Iglesia, y saber que ningún Papa, ningún cardenal,
ningún obispo, ningún sacerdote, ni un ángel del cielo, como dice San Pablo,
puede enseñar otro evangelio, otra doctrina. Eso dijo San Pablo, aun si uno de
nosotros, es decir, uno de los apóstoles o un ángel del cielo viene y les algo
distinto, sea anatema, sea excomulgado, queda fuera de la Iglesia. La garantía
para pertenecer a la Iglesia Católica es mantenernos en la fe y la fe me la da
la Iglesia, la de siempre, la de todos los Papas, y no la nueva que ha comenzado
con Vaticano II, desconociendo la sacrosanta Tradición. Y no creo que nadie deba
escandalizarse porque yo hable claro y diga la verdad a la luz de la fe y si me
llegase a equivocar, pues que por lo menos, en honor a la caridad, tengan a bien
venir y decirlo, pero no hacer labor de zapa, de socavar cuando se trata de dar
la luz para que no caigamos en el error.
Pidámosle a nuestra Señora, la Santísima Virgen María,
porque Ella es también la garante de la fidelidad a nuestro Señor, la verdadera
devoción a la Santísima Virgen María, que hasta eso el demonio trata de
eclipsar, de variar, de cambiar. Aun los gnósticos, aun los de la Nueva Era
también hablan de nuestra Señora, y hasta los protestantes, cosa curiosa que
nunca antes habían hecho. Pero no es la verdadera devoción, es la mentira
mezclada con el error, y eso es muy difícil de detectar; tenemos que pedir la
luz del cielo y agradecer cuando haya un sacerdote que con valentía y con toda
sinceridad hable a los fieles, porque eso también es una gracia de
Dios.
Por eso Dios les dijo a sus apóstoles que cuando no
sean aceptados lo que queda por hacer es sacudir el polvo de sus pies e irse,
pero no claudicar en su misión, no acomodarse al mundo, ni aun al gusto o al
capricho de los fieles que están peor de lo que piensan, influidos y
bombardeados trágicamente por un mundo impío y adverso a Dios. Ese siempre ha
sido el lenguaje de los profetas, no el que halaga sino el que dice la verdad,
pero ésta es de difícil aceptación.
De diez, uno solo reconoció la verdad y los otros
nueve, ¿dónde están? Esperemos que en la hora de la muerte sigamos el ejemplo de
este pobre leproso, que reconozcamos a nuestro Señor para que le adoremos en
espíritu de verdad, en espíritu de fe y que este mundo corrompido que ha entrado
en la Iglesia no nos destruya la fe y así podamos salvar nuestras almas. Es un
problema de salvación, de santificación y no como algunos creen que “esto no es
conmigo; total, yo me voy a salvar si sigo tranquilamente el camino más fácil”;
seguir el camino más cómodo, sí, cuando todo anda bien en la Iglesia, pero
cuando todo está al revés, ya es distinto y todo cambia; estos son los tiempos
difíciles que nos toca vivir y que estamos viviendo.
Tenemos que recurrir de un modo mucho más intenso a
nuestra Señora para que Ella nos proteja como a hijos pequeños suyos, porque
todo es por gracia de Dios, no por exigencia. Reconocer los beneficios de Dios,
por ejemplo, los de tener la Santa Misa tradicional, esta capilla y eso hay que
reconocerlo y agradecerlo, ¿cuántos no andan por ahí buscando sin saber a dónde
ir? Agradecer que somos católicos, que hemos nacido en tierras católicas, ¿qué
tal haber nacido en China o en Japón, o en Suecia? Es un privilegio que hay que
reconocer y más aún, mantenernos en lo que hemos recibido y no desperdiciar la
gracia de Dios, que debemos transmitirla a los demás en la medida de nuestras
posibilidades, y así ser más aceptos a Dios en medio de este acrisolamiento de
la Iglesia, de la verdadera Iglesia reducida a un pequeño rebaño de Dios, como
dice San Lucas.
Pidámosle a nuestra Señora para que seamos los fieles
hijos de la Iglesia católica, apostólica, romana y así podamos permanecer leales
a Ella y a Dios nuestro Señor. +
P. BASILIO MERAMO
18 de agosto de 2002
18 de agosto de 2002