Amados hermanos en nuestro Señor
Jesucristo:
El Evangelio de hoy nos muestra el reproche que hace
nuestro Señor a los escribas y fariseos, impugnadores y enemigos. Nos dice a los
presentes que si nuestra justicia no es más acabada que la de los escribas y
fariseos, no entraremos en el reino de los cielos. Reproche que nos atañe a cada
uno de nosotros si queremos entrar al reino de los cielos. Que nuestra justicia
no sea mera apariencia de moral, de virtud, de santidad, de perfección, como la
que tenían los fariseos; la justicia resume la santidad, la perfección. El
hombre justo es, por antonomasia, santo.
Nuestro Señor nos incita a no ser como la orgullosa
elite de los fariseos del pueblo elegido que se creía santa y perfecta cuando en
realidad era todo lo contrario, solamente apariencia, follaje, exteriorización
de virtud, de santidad, de justicia, de perfección. Eso no lo quiere nuestro
Señor. Dios quiere la sinceridad de corazón frente a Dios y a los hombres; que
no seamos hipócritas, de doble faz, que no guardemos una apariencia de virtud
cuando en el fondo nuestra alma está corrompida. Esa es la recriminación de
nuestro Señor a los escribas pero que también nos cae a nosotros.
Dios sabe si toda esta crisis la ha permitido por
causa de esa falsa apariencia y falta de virtud pero disimulada en el exterior;
por eso consiente el flagelo de todos los errores que ahora vemos; puede ser un
justo castigo por la exteriorización de la religión católica quedando en mera
apariencia pero desvirtuada de su verdadero contenido religioso. Hasta el rigor
con el cual muchos fueron criados o educados, pero ahora se ve todo lo
contrario, de un extremo se pasó al otro. La virtud es un equilibrio entre dos
extremos y por encima, como la cima de una montaña a cuyos lados puede haber
grandes abismos, y es claro que desde la cúspide sería peor la caída si se
perdiese el equilibrio.
No debe sorprendernos lo que pasa en el mundo y la
Iglesia vaciada de su contenido si no obramos bien como lo dice San Pedro en su
epístola: huir del mal y hacer el bien; no devolver maldición por maldición sino
bendecir; no maldecir aunque nos maldigan. En eso también consiste la virtud y
la santidad cristiana, católica, y no en ser un baúl lleno de rencor, odio y
venganza; todo eso se traduce y genera violencia física que es la manifestación
de la furia interior, del encono y recelo llevados en el corazón. Y nuestro
Señor lo advierte. No presentar el sacrificio y mucho menos comulgar si tenemos
algo contra uno de nuestros hermanos, primero reconciliarnos y después ofrecer
el sacrificio, ese es el ejemplo que debemos dar.
De qué sirve ir a Misa y comulgar si me peleo con el
vecino, lo detesto y lo odio, o con cualquier familiar o conocido. No sirve de
absolutamente nada, por eso quizás la ineficacia de tantas Misas mal oídas y
comuniones mal hechas. A todo eso se refiere nuestro Señor en el Evangelio, para
que verdaderamente vivamos el espíritu católico y cristiano, la verdadera
virtud, no la de sepulcros blanqueados por fuera y con la podredumbre del alma y
del corazón por dentro. A la virtud y no a la apariencia de religiosidad que
podamos tener o que hubo antaño, no solamente en Colombia sino en el mundo,
adorando a Dios con la boca y no con el corazón. Es, entonces, una invitación a
obrar realmente una interiorización, a un balance económico del alma delante de
Dios; que recapacitemos para que nuestra alma sea cristiana, no infiel, para que
tengamos un corazón cristiano. Un corazón que no sabe perdonar y que guarda
rencor es pagano, no cristiano. Que el corazón no esté imbuido de paganismo al
no obrar en consecuencia con lo que nuestro Señor nos pide, con lo que nos pide
San Pedro en su epístola para ser un poco mejores y salvar nuestra alma y la de
otros dando buen ejemplo.
Pidamos a nuestra Señora, la Santísima Virgen María,
que nos ayude a reflexionar todo esto como Ella las conservaba y meditaba en su
corazón, para que a imagen de Ella nos santifiquemos y correspondamos cada vez
más al amor de nuestro Señor. +
P.BASILIO MERAMO
23 de junio de 2002
23 de junio de 2002