Amados
hermanos en nuestro Señor Jesucristo:Vemos
en este evangelio la permanente dialéctica, la permanente disputa entre la élite
religiosa del pueblo elegido, los doctores de la Ley y nuestro Señor. Cómo estos
doctores siempre estaban al asecho buscando a través de preguntas capciosas
argumentos para apresarlo. Este doctor de la Ley le pregunta a nuestro Señor
para tentarlo, cuál es el mandamiento más importante. Y nuestro Señor le
responde: “¿Qué está escrito en la Ley?”. Este hombre, que conocía muy bien la
Ley como perito, respondió magistralmente diciendo: “Amarás al Señor tu Dios con
toda tu alma, con todo tu espíritu, con todo tu corazón”; es decir, con todo tu
ser “y al prójimo como a ti mismo”. La respuesta fue excelente, nada más que los
judíos entendían por prójimo a los suyos, a los familiares, a los allegados,
pero no al resto de los hombres, y así todo lo echan a perder.
Y como
la caridad exige la fe, vemos entonces la importancia de la fe como fundamento
de todo el orden sobrenatural que tiene la virtud. Porque, podrá haber virtudes
naturales, necesarias, para que sean el soporte de la gracia y sobrenaturalicen
toda nuestra vida, pero si no hay virtudes sobrenaturales, si no hay fe, nos
quedamos en el orden pura y meramente natural. Se socava el fundamento
sobrenatural de la caridad viniendo a ser una caridad adulterada, profanada,
viciada como la que se predica hoy, no ya en el nombre de Dios sino en el nombre
del hombre. La caridad exige la fe, exige la verdad; porque la fe, como lo
define Santo Tomás de Aquino, tiene por objeto la verdad primera que es Dios,
luego todo el orden sobrenatural consiste en esa relación trascendental ante
Dios como verdad primera y que conculcada esa verdad primera, constituye lo que
es el pecado contra el Espíritu Santo, la impugnación de la verdad conocida.
Por lo
mismo nuestra relación está fundamentada en la verdad. No lo olvidemos, sobre
todo hoy, cuando el combate es cruel, duro, tenaz y prolongado. Si no nos
sostenemos en el orden trascendental de la verdad y digo trascendental, porque
es directamente con Dios y ante Dios que nos juzgará a todos y a cada uno de
acuerdo con esa respuesta y conformidad de nosotros con la verdad. Sin esa
relación trascendental con la verdad no hay fe, no hay esperanza, no hay
caridad, no hay virtud sobrenatural y eso, desgraciadamente, lo tenemos
olvidado. Y esa es la causa por la que claudican todos aquellos que de algún
modo se dejan llevar de falsos espejismos, por no centrarse en esa relación de
verdad sin la cual no hay caridad, no hay orden sobrenatural. Porque las
virtudes morales, las virtudes cardinales sobrenaturales, no se pueden dar sin
el fundamento sobrenatural de la fe y sin la caridad que las corona, las nutre y
las vivifica a todas.
La fe
no es un sentimiento, no es un deseo, es una adhesión de nuestra inteligencia
movida por la voluntad bajo la gracia de Dios, del Espíritu Santo a esa verdad
primera, a Dios como Él se conoce, como Él se nos revela. De ahí la necesidad de
la revelación para tener el cabal conocimiento de Dios dentro de lo que cabe en
el orden humano en el que nos encontramos. No es pues una cuestión de
sentimiento, ni de deseos ni de capricho y aun me atrevería a decir, ni de los
piadosos, de los cuales está lleno el infierno.
Ser
católico implica esa postura doctrinal, de respuesta a Dios como verdad primera
de nuestra fe. Porque Dios se nos manifiesta a través del conocimiento que
podamos tener y ese entendimiento se adquiere por inteligencia de la verdad,
sentido de inteligencia que no tienen los seres que no son racionales y por no
ser racionales no tienen libertad ni son susceptibles del orden sobrenatural de
la gracia y de la virtud. Una piedra, un perro, un gato, no tienen el privilegio
que tenemos como seres racionales capaces de poder conocer a Dios como se nos
manifiesta y se nos ha manifestado. Por eso precisamente, se nos enseña en el
catecismo que hemos nacido para conocer, amar y servir a Dios y para verle y
gozar de Él después, eternamente, en el cielo.
Ese es
el gran error, el grave error, la gran confusión, no solamente del mundo, que ya
de por sí ha ido lejos de Dios, de los principios del Evangelio, de la verdad
primera, de la verdad suprema y por eso lejos de la moral, sino que lo peor de
esa confusión y de ese error, campea hoy dentro del ámbito de la Iglesia. El
misterio de iniquidad de los hombres de Iglesia que no tienen esa respuesta ante
la verdad primera, por lo que la fe se pierde cada vez más camino de la gran
apostasía a la que nos dirigimos.
Vemos
que la única manera de protegernos de ese error es permanecer firmes en la fe,
como dice san Pedro, “porque el diablo anda a nuestro alrededor como león
rugiente buscando a quién devorar”; de ahí la necesidad de esa adhesión a la
verdad de la fe sobrenatural. Ser testimonios como un faro, como una antorcha en
medio de esta oscura tempestad y del gran peligro que es Roma invadida por el
error y la confusión.
Personalmente me avergüenza que un cardenal colombiano, el
cardenal Castrillón, zorro viejo, sea el encargado actualmente de homologarnos
al error que hoy campea dentro de la Iglesia en contra de la fe y de los
derechos de Dios. Digo que es un zorro viejo porque él tuvo a su cargo servir de
intermediario entre el gobierno de entonces y el narcotraficante más poderoso
del mundo, Pablo Escobar, para llegar a un acuerdo, con el que se entregara
protegiéndole su integridad y su vida y lo logró, claro está; la cárcel fue
hecha enteramente por él y donde quisiera, más bien fue un búnker de protección
para él y en esa entrega mediaba nuestro cardenal, que si lo veo se lo digo en
la cara porque si engaña a los españoles y a los europeos, a mí no, ni como
católico ni mucho menos como colombiano, porque es más astuto de lo que
parece.
Tampoco
nos debe extrañar que se nos halague por todos los medios para que dejemos de
ser esa antorcha de luz, de fe y de verdad; debemos tener muy claro cuál es la
misión fundamental: ser los testigos fieles a Dios, a la Iglesia católica,
apostólica y romana. Aunque por otra parte se nos tilde de lo peor, de herejes,
de cismáticos o de lo que fuese, sabiendo que somos los hijos más sumisos, más
obedientes y más fieles de la Iglesia católica, apostólica y romana. Somos más
romanos que ellos mismos que están en Roma. O ¿qué habrá más de romano que la
Misa tridentina, la llamada Misa de San Pío V, que es la Misa romana, la de
todos los Papas, el misal romano que ellos han desterrado? Somos mucho más
romanos que ellos. Ellos usurpan el nombre de romanos porque si lo fueran
verdaderamente dejarían no solamente que la Misa romana se diga por todo el
mundo, sino que dejarían de perseguirnos.
Nos
persiguen por no claudicar, por no abandonar la verdad, por no perder la fe sin
la cual no hay caridad, no hay amor ni a Dios ni al prójimo. Por tanto, lo que
se predica hoy es una falsa caridad, cuando no una filantropía filosófica de
corte masón, pero no ese amor sobrenatural a Dios y a nuestro prójimo. De ahí la
gran obra misionera de amor, de convertir a los infieles, a los herejes,a los
cismáticos, a todos aquellos que están en el error porque no conocen ni aman a
Dios. Por esto la ley de la caridad que corona todo el orden sobrenatural y que
hace a la santidad de la Iglesia y de nuestras vidas, no puede existir sin esa
conexión a la verdad primera de la fe, sin esa sujeción a Dios.
Pidamos
a nuestra Señora, la Santísima Virgen María, que manifestemos firmes nuestra fe
como Ella la sostuvo al pie de la Cruz viendo al Hijo muerto, como hoy podríamos
nosotros ver a la Iglesia. Aunque la Iglesia jamás morirá, sí sufrirá su pasión
y cruel reducción. Que no perdamos la fe en la Iglesia católica, apostólica y
romana fuera de la cual no hay salvación. Que podamos ser testigos de la
Iglesia, los testigos de nuestro Señor, de la fe, como lo fueron los mártires si
fuese necesario. Esa adhesión a la verdad implica tal pasión, ser capaces de dar
generosamente nuestra sangre si Dios así lo exige; eso hicieron los primeros
cristianos, esa fue la simiente de la sangre de los mártires.
Tenemos
que estar preparados doctrinal y moralmente, porque cualquier cosa puede pasar.
Quien está con Dios nada teme porque vive de la fe, vive de la esperanza y vive
de la caridad, esas tres grandes virtudes teologales, y así podemos marchar
mientras dure nuestra vida en esta tierra con la vista puesta en el cielo, y no
aburguesarnos, no aflojar, no desesperanzarnos, y con ánimo siempre valiente
como guerreros hacer de nuestra vida una cruzada espiritual por Dios y la
Iglesia hasta que Él quiera y como quiera. De ahí entonces, poder vivir para la
verdad, vivir de la fe, por la fe y con el misterio de fe.
Pidamos
a nuestra Señora que haga enriquecer en nuestras almas y en nuestros corazones
esas cosas elementales para que nosotros las valoremos y vivamos de ellas y sean
nuestro sagrado tesoro, la fe en Dios, la fe en la Iglesia. +
PADRE BASILIO MERAMO
30 de septiembre de 2001