Amados hermanos en Nuestro Señor Jesucristo:
En este quinto domingo después de Pentecostés, vemos cómo Nuestro Señor exhorta a sus discípulos a tener una justicia mucho mayor que la de los escribas y fariseos, es decir, de la justicia que aparentemente los escribas y los fariseos manifestaban. Ellos eran los doctores de la Ley, eran o se consideraban, por lo mismo, los más religiosos, los fieles defensores del culto de Dios y, sin embargo, estaban corrompidos por el orgullo religioso que vicia el fondo de toda nuestra relación con Dios. Es por eso que Nuestro Señor nos advierte que nuestra justicia no sea como la de los fariseos, que no sea algo exterior, que no responda a una religiosidad orgullosa, y que no utilice la religión en provecho y beneficio propio, porque en todo eso consiste el fariseísmo y la corrupción de la religión. Dios sabrá si en la Iglesia a lo largo de la historia, a través de los fieles y de los religiosos y del clero no hubo ese fariseísmo que ha viciado, que ha corrompido, que ha distorsionado la Santa Religión Católica, Apostólica y Romana. Y por el cúmulo de todo eso, hoy sufrimos la más desastrosa y terrible de las crisis de fe dentro de la misma Iglesia. Por eso debemos tener mucho cuidado en que nuestra religión no consista en una afectación, un parecer, una prepotencia para dominar a los demás.
La religión, como la palabra lo indica, es la relación, la religación con Dios; esa es la base del culto, pero que por las miserias de la naturaleza humana se vicia, se corrompe, y sólo queda la mera apariencia cual sepulcro blanqueado, que tiene por dentro no un alma vivificada en la gracia de Dios, sino un cadáver en estado de corrupción. En nada debe parecerse nuestra justicia a esa de los escribas y fariseos.
Como también nos dice Nuestro Señor que cuidado con aquel que llame raca, o fatuo, loco o imbécil a su hermano porque será digno de la gehena, que en hebreo es el Infierno, el lugar donde se quemaban las basuras y donde permanentemente ardía el fuego aunque lloviera; cosa increíble. También en las afueras de Madrid existía un lugar donde se quemaban las basuras y permanentemente, aunque lloviera, el fuego quedaba debajo de las cenizas. Con relación a ese fuego permanente se tomó la gehena como expresión del fuego eterno del Infierno.
Nuestro Señor quiere advertirnos el cuidado debido en el trato para no ofender al prójimo con la palabra. Porque la palabra, al igual que las bombas y las balas, mata.
Cuánta gente queda tullida de por vida por el maltrato, por la mala crianza en la infancia o por una palabra que hiere hasta el fondo del corazón y estigmatiza, o ¿por qué creen que hay tantos problemas de conductas psicológicas malsanas, tanta necesidad de psiquiatras? Ellos, en resumidas cuentas, empeoran a las personas ya que no tienen en cuenta la gracia de Dios; la solución que ofrecen al paciente es ordenarle que desfogue las pasiones para superar el conflicto, lo cual es un grave error. Todo por una palabra. Decirle a un niño loco, idiota o imbécil, lo marca para toda su vida.
Nuestra relación con el prójimo debe ser de caridad y quien ofende de boca al prójimo, atenta contra la caridad y ese es un pecado grave. Aquel que va a ofrecer un sacrificio en el altar -nos exhorta Nuestro Señor- y se acuerda de que su hermano tiene algo contra él, que deje todo, vaya y se arregle con su hermano y después vuelva para hacer su ofrenda. Cuánto más provechosas serían nuestras acciones, nuestras obras, nuestras limosnas y nuestra asistencia a la Santa Misa, si tal cosa hiciéramos. No deberíamos asistir a Misa y mucho menos comulgar, si sabemos que nuestro hermano tiene algo en contra de nosotros, si no procuramos antes arreglar, llegar al entendimiento y a la concordia con él. Otra cosa sería si no aceptara, si no quisiera; así ya no habría impedimento, pero tenemos que dar el primer paso y el Evangelio no me dice si tuviera razón o no, si tiene algo contra mí, si yo creo que tiene algo contra mí, porque incluso puede estar equivocado, en cuyo caso tendría que sacarlo del error, pero si no quisiera entender razones o que su orgullo o lo que fuera no se lo permite, yo ya cumplí.
Eso es lo que Nuestro Señor quiere hacernos ver, para que reine la caridad, el verdadero amor a Dios y al prójimo por Dios y que así nuestra justicia sea verdadera y superior a la aparente de los fariseos y de los escribas; de lo contrario, nuestra religiosidad es vacua, es una hipocresía, no tiene realidad sobrenatural que la sustente y este es el origen desafortunado de tanta falsedad, tanta mentira y tanto engaño en materia religiosa, de conducta y de nuestra relación íntima con Dios.
Tampoco permite progresar en la vida espiritual de la gracia, en la vida de las virtudes tan necesarias hoy para subsistir en un mundo apóstata, en un mundo enemigo de Dios y de la Iglesia, en un mundo donde el hombre es dios, donde se proclaman la libertad y los derechos del hombre pero que desconoce los derechos de Dios. ¿Cómo vamos a subsistir siendo católicos en un mundo ateo, formalmente ateo, en donde en ninguna parte de ninguna constitución se esgrime el nombre de Dios porque ha sido borrado, proscrito de las leyes, de los Estados y de las Naciones?
Necesitamos más que nunca las virtudes teologales de la fe, la esperanza y la caridad, y las virtudes morales de la prudencia, la fortaleza y la justicia. Si no, ¿cómo vamos a resistir el embate de un mundo pagano donde la desnudez no solamente está en la calle sino que también está dentro de nuestra casa, en la televisión? En cualquier diversión que uno quiera tener legítimamente es engañado; yendo al cine ¿qué se va a ver? Aun queriendo ver algo bueno siempre están de manifiesto la carne, la pasión, y ¿para qué? Para excitar la concupiscencia
que desgraciadamente llevamos y llevaremos mientras vivamos. Por eso la juventud se siente insatisfecha, vacía, sin soporte natural, recurre a la droga, al suicidio y no solamente los jóvenes; de ahí la necesidad de pedir con urgencia la virtud. Pidiendo la virtud pedimos la santidad, esa que en el término general de justo y de justicia está significado cuando las Escrituras dicen "era un hombre justo", quiere decir que era un hombre santo y se es santo porque se es virtuoso; eso es lo que debemos pedir hoy con insistencia, la virtud, para salvar nuestras almas y, mientras tanto, poder permanecer fieles y firmes en medio de un mundo que ha apostatado de Dios y de la Santa Madre Iglesia.
Para terminar, quisiera recordarles que hoy es la fiesta de Nuestra Señora del Carmen, la del Escapulario, que es una de nuestras tablas de salvación y garantía de la promesa que hizo Nuestra Señora a Simón Stock, superior de los Carmelitas en la Edad Media, que quien llevase el escapulario dignamente durante su vida, es decir, cumpliendo los mandamientos, no se condenaría, no iría al infierno. ¡Qué mayor garantía de salvación que el escapulario, también con la promesa sabatina de ser sacado del purgatorio el sábado siguiente al día de la muerte!, con lo cual nos ahorra el purgatorio que es una pena terrible, peor que cualquiera de las penas más
terribles que se puedan sufrir en la tierra; aprovechemos entonces para llevar el santo escapulario.
Pidamos a Nuestra Señora, la Santísima Virgen María, que nos acoja a todos y que nos ayude en el momento de la muerte, para que podamos, con su ayuda y su intercesión, tener la dicha y la gloria de poder ver a Dios.
BASILIO MERAMO PBRO.
16 de julio de 2000
En este quinto domingo después de Pentecostés, vemos cómo Nuestro Señor exhorta a sus discípulos a tener una justicia mucho mayor que la de los escribas y fariseos, es decir, de la justicia que aparentemente los escribas y los fariseos manifestaban. Ellos eran los doctores de la Ley, eran o se consideraban, por lo mismo, los más religiosos, los fieles defensores del culto de Dios y, sin embargo, estaban corrompidos por el orgullo religioso que vicia el fondo de toda nuestra relación con Dios. Es por eso que Nuestro Señor nos advierte que nuestra justicia no sea como la de los fariseos, que no sea algo exterior, que no responda a una religiosidad orgullosa, y que no utilice la religión en provecho y beneficio propio, porque en todo eso consiste el fariseísmo y la corrupción de la religión. Dios sabrá si en la Iglesia a lo largo de la historia, a través de los fieles y de los religiosos y del clero no hubo ese fariseísmo que ha viciado, que ha corrompido, que ha distorsionado la Santa Religión Católica, Apostólica y Romana. Y por el cúmulo de todo eso, hoy sufrimos la más desastrosa y terrible de las crisis de fe dentro de la misma Iglesia. Por eso debemos tener mucho cuidado en que nuestra religión no consista en una afectación, un parecer, una prepotencia para dominar a los demás.
La religión, como la palabra lo indica, es la relación, la religación con Dios; esa es la base del culto, pero que por las miserias de la naturaleza humana se vicia, se corrompe, y sólo queda la mera apariencia cual sepulcro blanqueado, que tiene por dentro no un alma vivificada en la gracia de Dios, sino un cadáver en estado de corrupción. En nada debe parecerse nuestra justicia a esa de los escribas y fariseos.
Como también nos dice Nuestro Señor que cuidado con aquel que llame raca, o fatuo, loco o imbécil a su hermano porque será digno de la gehena, que en hebreo es el Infierno, el lugar donde se quemaban las basuras y donde permanentemente ardía el fuego aunque lloviera; cosa increíble. También en las afueras de Madrid existía un lugar donde se quemaban las basuras y permanentemente, aunque lloviera, el fuego quedaba debajo de las cenizas. Con relación a ese fuego permanente se tomó la gehena como expresión del fuego eterno del Infierno.
Nuestro Señor quiere advertirnos el cuidado debido en el trato para no ofender al prójimo con la palabra. Porque la palabra, al igual que las bombas y las balas, mata.
Cuánta gente queda tullida de por vida por el maltrato, por la mala crianza en la infancia o por una palabra que hiere hasta el fondo del corazón y estigmatiza, o ¿por qué creen que hay tantos problemas de conductas psicológicas malsanas, tanta necesidad de psiquiatras? Ellos, en resumidas cuentas, empeoran a las personas ya que no tienen en cuenta la gracia de Dios; la solución que ofrecen al paciente es ordenarle que desfogue las pasiones para superar el conflicto, lo cual es un grave error. Todo por una palabra. Decirle a un niño loco, idiota o imbécil, lo marca para toda su vida.
Nuestra relación con el prójimo debe ser de caridad y quien ofende de boca al prójimo, atenta contra la caridad y ese es un pecado grave. Aquel que va a ofrecer un sacrificio en el altar -nos exhorta Nuestro Señor- y se acuerda de que su hermano tiene algo contra él, que deje todo, vaya y se arregle con su hermano y después vuelva para hacer su ofrenda. Cuánto más provechosas serían nuestras acciones, nuestras obras, nuestras limosnas y nuestra asistencia a la Santa Misa, si tal cosa hiciéramos. No deberíamos asistir a Misa y mucho menos comulgar, si sabemos que nuestro hermano tiene algo en contra de nosotros, si no procuramos antes arreglar, llegar al entendimiento y a la concordia con él. Otra cosa sería si no aceptara, si no quisiera; así ya no habría impedimento, pero tenemos que dar el primer paso y el Evangelio no me dice si tuviera razón o no, si tiene algo contra mí, si yo creo que tiene algo contra mí, porque incluso puede estar equivocado, en cuyo caso tendría que sacarlo del error, pero si no quisiera entender razones o que su orgullo o lo que fuera no se lo permite, yo ya cumplí.
Eso es lo que Nuestro Señor quiere hacernos ver, para que reine la caridad, el verdadero amor a Dios y al prójimo por Dios y que así nuestra justicia sea verdadera y superior a la aparente de los fariseos y de los escribas; de lo contrario, nuestra religiosidad es vacua, es una hipocresía, no tiene realidad sobrenatural que la sustente y este es el origen desafortunado de tanta falsedad, tanta mentira y tanto engaño en materia religiosa, de conducta y de nuestra relación íntima con Dios.
Tampoco permite progresar en la vida espiritual de la gracia, en la vida de las virtudes tan necesarias hoy para subsistir en un mundo apóstata, en un mundo enemigo de Dios y de la Iglesia, en un mundo donde el hombre es dios, donde se proclaman la libertad y los derechos del hombre pero que desconoce los derechos de Dios. ¿Cómo vamos a subsistir siendo católicos en un mundo ateo, formalmente ateo, en donde en ninguna parte de ninguna constitución se esgrime el nombre de Dios porque ha sido borrado, proscrito de las leyes, de los Estados y de las Naciones?
Necesitamos más que nunca las virtudes teologales de la fe, la esperanza y la caridad, y las virtudes morales de la prudencia, la fortaleza y la justicia. Si no, ¿cómo vamos a resistir el embate de un mundo pagano donde la desnudez no solamente está en la calle sino que también está dentro de nuestra casa, en la televisión? En cualquier diversión que uno quiera tener legítimamente es engañado; yendo al cine ¿qué se va a ver? Aun queriendo ver algo bueno siempre están de manifiesto la carne, la pasión, y ¿para qué? Para excitar la concupiscencia
que desgraciadamente llevamos y llevaremos mientras vivamos. Por eso la juventud se siente insatisfecha, vacía, sin soporte natural, recurre a la droga, al suicidio y no solamente los jóvenes; de ahí la necesidad de pedir con urgencia la virtud. Pidiendo la virtud pedimos la santidad, esa que en el término general de justo y de justicia está significado cuando las Escrituras dicen "era un hombre justo", quiere decir que era un hombre santo y se es santo porque se es virtuoso; eso es lo que debemos pedir hoy con insistencia, la virtud, para salvar nuestras almas y, mientras tanto, poder permanecer fieles y firmes en medio de un mundo que ha apostatado de Dios y de la Santa Madre Iglesia.
Para terminar, quisiera recordarles que hoy es la fiesta de Nuestra Señora del Carmen, la del Escapulario, que es una de nuestras tablas de salvación y garantía de la promesa que hizo Nuestra Señora a Simón Stock, superior de los Carmelitas en la Edad Media, que quien llevase el escapulario dignamente durante su vida, es decir, cumpliendo los mandamientos, no se condenaría, no iría al infierno. ¡Qué mayor garantía de salvación que el escapulario, también con la promesa sabatina de ser sacado del purgatorio el sábado siguiente al día de la muerte!, con lo cual nos ahorra el purgatorio que es una pena terrible, peor que cualquiera de las penas más
terribles que se puedan sufrir en la tierra; aprovechemos entonces para llevar el santo escapulario.
Pidamos a Nuestra Señora, la Santísima Virgen María, que nos acoja a todos y que nos ayude en el momento de la muerte, para que podamos, con su ayuda y su intercesión, tener la dicha y la gloria de poder ver a Dios.
BASILIO MERAMO PBRO.
16 de julio de 2000