Introducción
La Encíclica de Juan Pablo II «Ut Unim Sint» sobre el empeño ecuménico es una verdadera apología de la herejía ecuménica. Tergiversa e invierte la gran profecía evangélica aún no realizada de la unión universal de todos los hombres formando un solo rebaño bajo un solo pastor, tal como enseña San Juan en su Evangelio.
La Encíclica de Juan Pablo II revela el carácter eminentemente pseudoprofético del autor; carácter profético desgraciadamente invertido, carnalizado, como es típico del judaísmo, que invierte y carnaliza los misterios y verdades más excelsas de la Religión Católica.
Juan Pablo II es un verdadero-pseudo profeta apocalíptico. Se trata de un verdadero misterio de iniquidad bajo la apariencia de religiosidad.
No nos sorprendan estas afirmaciones que son una triste y palpable realidad para el católico de veras, quien mira y juzga las cosas según la Tradición y la doctrina de la Santa Madre Iglesia.
Un Papa -por muy Papa e infalible que sea- no tiene autoridad para destruir la Fe, ni para gobernar en contra del bien común de la Iglesia, ni para enseñar y propagar el error y la herejía.
Si un Papa se atreviera a tal propósito, más que Papa y Vicario de Cristo, sería un anti-papa y Vicario del Anticristo. Un Papa no puede ni tiene poder para demoler la Iglesia, es decir, no tiene autoridad para ello. Si lo hiciera, tenemos todo el derecho y el deber de pensar, que es un usurpador y un enemigo de Cristo y de su Iglesia.
Desgraciadamente es lo que hoy está pasando: Juan Pablo II con la Encíclica «Ut Unum Sint» corona admirable y pseudo-proféticamente su labor al servicio de la Contra-Iglesia o Sinagoga de Satanás.
Carácter Pseudoprofético de Juan Pablo II
En la Encíclica «Ut Unum Sint» sobre el empeño ecuménico, léase más bien sobre la obstinación (pertinacia) ecuménica, Juan Pablo II manifiesta su carisma de falso profeta (pseudoprofeta) que le caracteriza en su deambular infatigable por todo el mundo.
El título mismo de la carta encíclica revela la raigambre pseudoprofética de Juan Pablo II. Para que sean uno, es el ideal de unidad católico que el Ecumenismo herético tergiversa e invierte, procurando así el advenimiento del Anticristo y la instauración efímera de su falso reino revestido del ropaje de Cristo como lobo con piel de oveja, proclamando una falsa paz basada en una falsa unidad: la unidad de todos los hombres sin dogmas, ni credos que dividan.
Juan Pablo II está obstinado en su afán y empeño ecuménico de mancomunar a todos los hombres bajo una falsa religión donde se ha vaciado (y viciado) la noción verdadera de Dios.
Juan Pablo II lidera pseudo-proféticamente el movimiento ecuménico iniciado oficialmente por el concilio Vaticano II; que si se mira bien, tiene todas las características de un conciliábulo donde la asistencia infalible del Espíritu Santo brilló por su ausencia, destronado por voluntad de los Sumos Pontífices de entonces, donde por derecho propio debiera asistir con su infalibilidad magisterial, donde se rompió pública y oficialmente con la Tradición de la Iglesia. Prueba de ello lo da el hecho de haber desechado todos los documentos preparativos, para ser útiles en la papelera (basurero) de viejos recuerdos de una Iglesia que fue pero que no seguirá siendo la misma.
Los frutos del concilio Vaticano II son frutos malos: son frutos de desintegración, de verdadera autodemolición, de desolación y de abominación dentro de la Iglesia.
Los frutos del concilio Vaticano II son frutos de cisma (ruptura con la Tradición), de Herejía (Ecumenismo) y de Apostasía (Nueva Iglesia - postconciliar).
Los frutos del concilio Vaticano II son frutos más que de un concilio Católico Apostólico Romano, de un conciliábulo donde campeó el Humo de Satanás. Y como es lógico donde hay tinieblas no brilla la luz del sol, sino que imperan las tinieblas del error.
El humo de Satanás dentro de la misma Iglesia es el signo cierto y seguro no solo de la presencia del maligno, sino de la transformación del Concilio en un verdadero y nefasto conciliábulo al servicio de Satanás y de su Contra-Iglesia.
El sincretismo religioso auspiciado bajo el Ecumenismo no es más que la herejía producida por la inversión de una de las más grandes profecías de la Iglesia Católica y que constituye un secreto anhelo de casi toda la humanidad, el de la unidad.
Natural y sobrenaturalmente, la humanidad gira y converge en Cristo Rey y su Iglesia, y si Cristo no reina aún total y absolutamente sobre todos los hombres (pueblos y naciones), ese día llegará. Su Reino no es un capricho ni una ilusión, sino que es una realidad que se tiene que dar no sólo espiritual sino también concretamente, no sólo de derecho, sino también de hecho, para que todos sean uno en Cristo Jesús, congregados bajo la única y Santa Iglesia Católica, formando así, un solo rebaño bajo un solo y único pastor, tal como lo profetizan las Sagradas Escrituras y el Apóstol más amado, San Juan Evangelista, el Apóstol del Sagrado Corazón, del Reino de Cristo.
San Juan bebió de la fuente misma, reclinando su cabeza en el pecho donde latía el Sagrado Corazón. Por eso San Juan finaliza el Apocalipsis, diciendo «Ven Señor Jesús», en plena concordancia con la oración dominical del Padre Nuestro, donde se implora «venga a nos el tu Reino». El Reino del Padre viene a través del Reino de Cristo una vez que todas las cosas sean instauradas en El, como decía San Pío X haciendo de ello su lema, y que Mons. Marcel Lefebvre precisa diciendo que instaurar, o mejor, recapitular todo en Él.
Una vez recapituladas todas las cosas en Cristo -Reino de Cristo, Reino de los Sagrados Corazones de Jesús y María- todas las cosas le estarán sometidas bajo sus pies. Este Reino una vez instaurado y recapitulado todo será entregado al Padre, Principio (Origen) de todas las cosas, descansando todas las cosas en el Padre Eterno y Celestial.
Recapitulación de todas las cosas en Cristo: «De modo que vengan los tiempos del refrigerio de parte del Señor y que El envíe a Jesús, el Cristo, el cual ha sido predestinado para vosotros. A Éste es necesario que lo reciba hasta los tiempos de la restauración de todas las cosas» (Hech. 3,20-21).
Restauración o Recapitulación que tendrá lugar cuando la Parusía o Segunda venida de Cristo en Gloria y Majestad como bien señala Mons. Straubinger (Hech. 3 nota 21), retomando a Crampon y a Fillion: «Restauración de todas las cosas: ‘En su segundo advenimiento el Mesías operará la restauración de todas las cosas según el orden fijado por Dios’» (Crampon). Se entiende por esto, ‘la época en que el universo entero será restaurado, transformado, regenerado con todo lo que contiene. En efecto, según la doctrina bíblica, si la tierra, que participó en cierto modo en los pecados de la humanidad, fue condenado con ella, será también transfigurada con ella al fin de los tiempos’ (Filion).»
«Los tiempos de refrigerio -dice Crampon - son idénticos con los días del restablecimiento de todas las cosas (v.21), que vendrán después del segundo advenimiento del Mesías... y todas las cosas serán devueltas al estado primitivo anterior a la caída» (Hech. 3, nota 20 - 21).
«Porque también la creación misma será libertada de la servidumbre de la corrupción para (participar de) la libertad de la gloria de los hijos de Dios. Sabemos, en efecto, que ahora la creación entera gime a una, y a una está en dolores de parto» (Rom. 8, 21-22).
A lo cual comenta Crampon (Rom. 8 nota 19): «Ya, en el Antiguo Testamento, los profetas hacen oír que cuando venga el reino completo del Mesías, vencedor del pecado, toda la naturaleza será al mismo tiempo ennoblecida y glorificada» (Is. 65,17).
Mons. Straubinger, en la nota 13, 2 Ped 3, 13, trae la siguiente reflexión sobre el mismo tema: «Toda la naturaleza estará libre de la maldición, y la justicia habitará en el mundo. ‘Esto es lo que Jesucristo poco antes (Mat. 19,28) había expresado con el expresivo nombre de palingenesia (Vulg. restauratio) el nuevo nacimiento, la regeneración, la renovación del mundo presente; idea que ya había expresado en los tiempos pasados Isaías’ (Filion).»
En resumen la recapitulación de todas las cosas en Cristo tal como lo expresa San Pablo en su carta a los Efesios 1,10: «Para restaurar en Cristo todas las cosas en la dispensación del cumplimiento de los tiempos.»
Crampon comenta este pasaje diciendo: «Reunir, etc. Vulgata: restaurar, renovar. Al principio, toda la creación (ángeles, hombres, mundo físico) formaba, en una unidad armoniosa, el reino de Dios. Rota esta armonía por el pecado, fue reestablecida por Jesucristo, pero no será plenamente realizada sino después de su retorno glorioso al fin de los tiempos. «(Ef. 1,10 nota 10).
Scio al comentar este pasaje dice: «Jesucristo reunió los ángeles, los hombres, los judíos, los gentiles, para que todos juntos no formasen sino una sola Iglesia, un solo cuerpo, del cual fuese El la cabeza» (Ef.1,10 nota 6).
Esto es precisamente lo que pretende realizar el falso Ecumenismo de Juan Pablo II, de modo invertido. En esto se encierra todo el falso profetismo de Juan Pablo II y el ideal tan anhelado del progresismo. Aquí esta el «Ut unum sint» (para que sean uno), que Juan Pablo II lanza pseudoproféticamente, pues no cuenta con la intervención de Cristo ni con su Parusía para que esta profecía tenga cabal y plenamente toda su realización.
El trasfondo del Ecumenismo y de todo el actuar de Juan Pablo II lo constituye, en resumidas cuentas, la realización de la profecía inicuamente invertida y tergiversada sobre el Reino de Cristo plenamente consumado.
Noción de Dios adulterada
Pretender la realización de la Gran Unidad de todos los hombres por las solas fuerzas de la historia, sin que haya la necesidad de la intervención divina para que se realice, tiene el agravante de sacrificar el dogma y la doctrina, y poder aunar a los hombres sin que se dividan por sus credos y creencias; esto es, caer en el error filosófico y teológico más aberrante que se pueda imaginar. Ello requiere de una verdadera adulteración y vaciamiento de la verdad de la religión Católica, de la Iglesia y de Dios; para ser sustituidas por una religión sincretista, por una Iglesia Ecuménica y un Dios de acuerdo a la concepción gnóstica, diluido en un absoluto indefinido e indeterminado al igual que el «En sof» (sin límite) de la cábala (gnosis judía), para la cual Dios se identifica con la indeterminación de ser y no con la plenitud de ser, como lo afirma la doctrina católica y la verdadera metafísica.
Teológicamente no es el Dios Uno y Trino de la Fe, y filosóficamente ya no es más el Dios Plenitud de Ser, sino el Dios gnóstico-judeo-cabalístico de la indeterminación de ser, donde el ser y el no ser se identifican absurdamente aunque no sin aparente lógica. En efecto, de una parte no es algo que se pueda definir, pues el absoluto sería determinado, limitado, en su esencia; y por otra parte sería una realidad existente, que existe, de tal modo que el dios de la gnosis judeo-cabalista y de toda gnosis, sería algo en cuento a su existencia, sería «ser», y en cuanto a la esencia sería indeterminado, no pudiéndose decir que es esto o lo otro, identificándose así con la nada.
La cábala y toda la gnosis concibe a Dios como la indeterminación de ser en contraposición a la plenitud de ser, identificando en Dios el ser y el no ser (la nada); de tal modo que Dios sería el ser en cuanto a la existencia, y por otra parte sería el no ser (nada) en cuanto a la esencia, al no podérsela determinar en esto o lo otro, pues dejaría su absoluta indeterminación al definirla o limitarla en esto o lo otro.
Por esto la gnosis en plena concordancia con la cábala (gnosis judía) concibe en Dios la identidad del ser y de la nada (el no ser). Decimos gnosis judeo-cabalística en razón de la penetración del judaísmo, dándole un nuevo vigor; llevando así la gnosis para siempre la impronta judaica.
Solo hay dos concepciones de Dios: la católica y la gnóstica. La noción católica es la del Dios Uno y Trino conocido por la Fe según la Revelación Divina. La noción teológica del catolicismo uno-trinitaria de Dios, tiene su correlativo metafísico en la noción de Dios como plenitud de ser, diametralmente opuesta a la noción gnóstica-cabalística de Dios como indeterminación de ser.
La gnosis y la cábala confunden infinito (sin límite) con indeterminado (indefinido), puesto que para éstas determinar la esencia de algo es ya limitarla. Esto, aplicándolo a Dios, les lleva a concebir el Ser Absoluto e Infinito, como lo más indeterminado en su esencia, lo cual es concebir antropológicamente la esencia divina, pues en Dios, el Ser por esencia (Esse per essentiam) y el Ser subsistente por sí mismo (Ipsum esse subsistens) se identifican, no como la nada y el ser -como en la gnosis-, sino en cuanto que el acto de ser (esse) se identifica con la misma esencia divina, pues sólo en Dios la Esencia es su propio Esse.
Dios es el ser por esencia «Deus sit Ipsum Esse per suam essentiam» (S. Th. I., q.8, a.l) «Imposible est ergo quod in Deo sit aliud eius essentia» (S. Th. I,q.3, a.4) (es imposible que en Dios el Esse sea distinto de la esencia).
Luego en Dios no hay composición de esencia y esse; en Dios no difiere el esse y la esencia como es lo propio en todas las criaturas.
Solo en Dios se identifican la esencia y el ser (esse) (cfr. S. Th. I, q.6, a3).
Parte del error de la Cábala y de la gnosis viene de una mala metafísica y de una ampliación antropomórfica de estas nociones a Dios.
Dios es el «Esse per essentiam» mientras que todo otro ser es «ens per Participationem». Por eso en Dios no hay composición de esse y esencia como en todos los demás seres (entes). Dios es simplicisimo, sin ninguna clase de composición, es acto puro: Ipsum Esse Subistens. Luego en Dios la esencia no puede ser otra cosa distinta de su Esse, si no fuera así Dios no sería simple, sin composición de acto y potencia, no sería Acto Puro, no sería infinito incausado, eterno, etc.
Es evidente que se requiere una sana Metafísica para no errar en el concepto de Dios como Ser, Absoluto, Perfecto, Simple, Eterno, Infinito, etc. Y sin una buena y verdadera Metafísica se desvía la moción teológica de Dios. De aquí que la Filosofía sirve a la Teología y siempre se la consideró como la ancilla Theologiae (sierva de la Teología).
La razón última por la cual la esencia de Dios es su mismo ser (esse) es porque toda cosa «es» en cuanto que tiene el ser; luego ninguna cosa cuya esencia no es su ser (esse, es por esencia, sino por participación de otro, es decir, del mismo ser: «Ommis res est per hoc quod habet esse. Nulla igitur res cujus essentia non est suum esse, est per essentiam suam, sed partitione alicujus, scilicet ipsius esse.» (C.G.I, c. 22 amplius.3)
Y lo que es por participación de algo no puede ser el ente primero, porque aquel de lo que participa para que sea, es primero. Dios es el primer ente, nada es anterior. La esencia de Dios es luego su ser (esse): «Quod autem est per participatione alicuijus, non potest esse primum ens, quia id quo aliquid participat ad hoc quod sit, est eo prius. Deus autem est primum ens, quo hihil est prius. Dei igitur essentia est suum esse» (Ibid.)
Sin Metafísica el hombre cae irremediablemente en concepciones erróneas que afectan a la verdad de las cosas y a la noción misma de Dios.
Textos que revelan el pseudoprofetismo de Juan Pablo II
Juan Pablo II inicia su Encíclica sobre el Ecumenismo con las palabras Evangélicas «Ut unum sint» con la cual manifiesta «la llamada a la unidad de los cristianos, que el Concilio Ecuménico Vaticano II ha renovado con tanto anhelo.» (nº 1).
Resalta así el empeño, el cual consiste, en el compromiso de «congregar a todos en la unidad». Esto es fundamental para la Iglesia y de ahí la necesidad del imperativo ecuménico de Juan Pablo II. La unidad a toda costa y a cualquier precio so pena de sucumbir. La unidad desarticulada de la verdad: del dogma y la doctrina.
La unidad se realiza en Cristo y en su Iglesia, la cual es una por definición (esencia). Todos los hombres debieran entrar en ella para ser uno en Cristo.
Luego la unidad fuera de Cristo -que es el camino, la vida y la verdad- es falsa .
La unidad se realiza en la Iglesia Católica fuera de la cual no hay salvación. Toda otra pretendida unidad es falsa y ese es precisamente el error del Ecumenismo.
Juan Pablo II ve erróneamente en la unidad procurada por el ecumenismo, la solución a la división que «contradice clara y abiertamente la voluntad de Cristo» y que «es un escándalo». (cfr nº 6). Por esto el «movimiento de unidad» es llamado ecuménico.
Y lo peor, pretende realizar las profecías sobre la unidad universal del Reino de Cristo, que solo tendrá plena y cabal realización una vez acontecida su Parusía.
Juan Pablo II en su afán y anhelo profético pretende afianzarse en el «reconocimiento de los signos de los tiempos» y así clama refiriéndose al Concilio Vaticano II: «Este santo Sínodo exhorta a todos los fieles católicos a que, reconociendo los signos de los tiempos, participen diligentemente en el trabajo ecuménico» (nº 8).
Estas palabras manifiestan suficientemente el profetismo ecuménico. Para Juan Pablo II, el ecumenismo se impone como un deber, dado el reconocimiento de los signos de los tiempos, es decir, la realización de las profecías para el fin de los tiempos, referentes a la unidad y Paz Universal, tantas veces anunciadas por las Escrituras.
El ideal ecuménico del Vaticano II y de Juan Pablo II es eminentemente profético, pero con sentido inverso, de ahí su carácter pseudomístico y pseudoprofético.
Así el ecumenismo es para Juan Pablo II (pseudoprofeta) un imperativo categórico cual diría un Kantiano. «La Iglesia católica asume con esperanza la acción ecuménica como un imperativo de la conciencia cristiana iluminada por la fe y la caridad» (nº 8).
Con base en esto se cambió y se creó una nueva visión de la Iglesia, toda una nueva concepción de la Iglesia cifrada en una «visión eclesiológica lúcida y abierta a todos los valores eclesiales presentes entre los demás cristianos.» (nº 10). Y por esto: «El concilio afirma que la Iglesia de Cristo subsiste en la Iglesia Católica...» y al mismo tiempo reconoce que «fuera de su estructura visible pueden encontrarse muchos elementos de santificación y de verdad que, como dones propios de la Iglesia de Cristo, empujan hacia la unidad católica» (nº 10).
Es una aberración teológica y dogmática el que un Papa, en nombre de un Concilio, no reconozca la plena y su total identificación (la misma y única realidad) entre la Iglesia de Cristo y la Iglesia Católica. Esto es en sí mismo abominable y herético.
Además el hecho de reconocer, al menos, la posibilidad de que existan fuera de la Iglesia elementos de santificación y de verdad, es no aceptar la exclusividad de la Religión e Iglesia Católicas. Esto es otra herejía más, a tal punto que Dios se serviría de las falsas religiones, obra del Demonio, tal como reza el salmo 95 «Ommes dii géntium daemonia», como medios de salvación. «Por tanto, las mismas Iglesias y comunidades separadas, aunque creemos que padecen deficiencias, de ninguna manera carecen de significación y peso en el misterio de la salvación. Porque el Espíritu de Cristo no rehúsa servirse de ellas como medios de salvación...» (nº 10).
Se niega así, simple y llanamente, el dogma que dice fuera de la Iglesia no hay salvación: «De corazón creemos y con la boca confesamos una sola Iglesia, no de herejes, sino la santa Romana, Católica, fuera de la cual creemos nadie se salva» (Dz. 423).
Podríamos decir que esta es la herejía básica del Ecumenismo. Herejía que fue señalada por Mons Lefebvre: «Hablando de las religiones cristianas no católicas, el Vaticano II enseña que ‘aunque las creamos víctimas de deficiencias, no están en ningún modo desprovistas de significación y de valor en el misterio de sanación’ ¡Esto es una herejía! El único medio de salvación es la Iglesia Católica.» (Le Destronaron... Ed. Fundación San Pío X - Buenos Aires, 1987, p. 177). Esto es tan grave que Mons. Lefebvre insiste diciendo al respecto: «Entonces, hablar de valores de ‘salvación’ de las otras religiones, lo repito, es una herejía.» (Ibid. p. 178)
Se niega la exclusividad de la única y verdadera Iglesia, y esto es precisamente una de las herejías básicas del Ecumenismo.
Con semejante doctrina el Vaticano II asienta las bases del sincretismo religioso más pérfido y abominable que se pueda imaginar. El ecumenismo es un gran movimiento religioso de carácter sincretista.
Por el solo hecho de pretender una unidad, fuera de la fe y de la verdad, está condenado a ser un sincretismo religioso del cual se aprovechará ciertamente el Anticristo con lo cual la labor ecuménica de Juan Pablo II es la de un pseudoprofeta.
Juan Pablo II niega la exclusividad de la Iglesia, no la acepta. Su mentalidad ecuménico-sincretista se lo impide, y por esto dice «fuera de la comunidad católica no existe el vacío eclesial. Muchos elementos de gran valor (eximia), que en la Iglesia católica, son parte de la plenitud de los medios de salvación y de los dones de gracia que constituyen la iglesia, se encuentran también en las otras comunidades cristianas.» (nº 13)
El ecumenismo es para Juan pablo II el medio de llegar y de realizar la iglesia en su realidad escatológica, afirmando que estamos en los últimos tiempos, con lo cual su labor de pseudoprofeta se reafirma una vez más: «De acuerdo con la gran Tradición atestiguada por los Padres de oriente y occidente, la Iglesia católica cree que en el evento de Pentecostés Dios manifestó ya la Iglesia en su realidad escatológica, que él había preparado desde el tiempo de Abel el Justo. Está ya dada. Por este motivo nosotros estamos ya en los últimos tiempos.» (nº 14).
El carácter pseudoprofético de Juan pablo II no puede ser mayor. Para él la Iglesia, en cuanto realidad escatológica, está ya dada y por eso afirma que estamos en los últimos tiempos. Y ésta es la gran obra del Ecumenismo, que pretende realizar sólo mediante las fuerzas humanas, lo que únicamente puede tener lugar por la intervención directa divina. Esta intervención rompe la continuidad histórica y el acontecer de lo humano. El progresismo en cambio exige la continuidad histórica.
La esperanza cristiana reclama la intervención de Cristo para rescatar su Iglesia y realizar la gran Promesa que anuncia un solo rebaño bajo un solo pastor.
El colmo del empeño ecuménico se resalta más cuando se refiere a los protestantes y ortodoxos que se han separado de la Iglesia por su cisma y su herejía, repitiendo con Juan XXIII: «Es mucho más fuerte lo que nos une, que lo que nos divide» (nº 20), cuando en realidad se trata de verdaderos herejes. ¿Qué puede haber, entonces, de común entre la luz y las tinieblas, entre la verdad y el error, entre la Fe y la herejía? Afirmar que es más lo que nos une que lo que nos divide entre católicos, protestantes y ortodoxos, es no sólo una estupidez, sino además es abolir la noción de error y herejía.
Reafirmación del Ecumenismo
Toda la carta Encíclica de Juan Pablo II es una reafirmación y apología del ecumenismo.
El ecumenismo es la gran aspiración a la unidad. Unidad ecuménica que como ya vimos es la inversión de la unidad profetizada en la Sagradas Escrituras, cuando todos los hombres queden congregados bajo un solo pastor y formando un solo rebaño. Profecía que tendrá lugar con la intervención de Cristo cuando vuelva a la tierra en Gloria y Majestad el día de su Parusía y no antes.
Pretender lo contrario es salirse del cauce de la Divina Providencia y de las profecías, para entrar en un camino sin salida, al quedar el hombre librado a sus propias fuerzas.
El ecumenismo esgrime en su seno el ideal mesiánico judaíco. Y por lo mismo coopera directa y eficazmente al advenimiento del Anticristo y realiza los designios de la contra-Iglesia inspirada por Satanás.
La Iglesia queda así ganada, para realizar los fines de la Masonería y del judaísmo. El ecumenismo es el medio más eficaz y seguro para utilizar a la Iglesia según los fines de la Sinagoga de Satanás, así: «resulta inequívocamente que el ecumenismo, el movimiento a favor de la unidad de los cristianos, no es sólo un mero ‘apéndice’» (nº 20).
Este ecumenismo es el que ha llevado a Juan Pablo II a hablar de «oración ecuménica, de ecu, por definición, cismáticos y herejes. Un ortodoxo y un protestante, son en cuanto tal, cismáticos y herejes, de ello no cabe la menor duda. De lo contrario no serían ortodoxos ni protestantes sino Católicos.
Juan Pablo II imbuido hasta las tuétanos del ecumenismo, no duda en reafirmar lo que constituye una grave y escandalosa comunicatio in sacris (comunicación en las cosas sagradas), propio de quien ha perdido la noción sobrenatural de la Fe, diciendo así: «Recuerdo con emoción muy especial la oración con el primado de la Comunión anglicana en la Catedral de Canterbury, el 29 de mayo de 1982,... tampoco puedo olvidar las realizadas en los países escandinavos y nórdicos (1-10 de junio de 1989),... y ¿cómo podría olvidar mi participación en la liturgia eucarística en la iglesia de San Jorge, en el patriarcado ecuménico (30 de noviembre de 1979), y la celebración en la Basílica de San Pedro durante la visita a Roma de su venerable Hermano, el Patriarca Dimitrios I (6 de diciembre de 1987)?» (nº 24). Y por si fuera poco Juan Pablo II sigue afirmando: «Quisiera ahora recordar también el encuentro de la oración con los arzobispos luteranos, primados de Suecia y Finlandia, en la misma Basílica de San Pedro, para la celebración de Visperas,...» (nº 25).
Todo esto que según la doctrina de la Iglesia es una abominable apostasía, Juan Pablo II lo considera como un logro a favor de la fraternidad en Cristo: «La oración ecuménica» manifiesta esta dimensión fundamental, la fraternidad en Cristo,... La oración ecuménica, la oración de los hermanos y hermanas, expresa todo esto. (nº 26).
El que todos sean uno según el ecumenismo, queda así suficientemente expresado: «A esta situación se podría aplicar una vez más felizmente la enseñanza del Concilio: ‘El Señor Jesús, cuando pide al Padre que todos sean uno [...] como nosotros también somos uno (Jn 17, 21-22),...’ « (nº 26).
El ecumenismo es por tanto un deber para la Iglesia post-conciliar y es, además, algo esencial: «Estas iniciativas manifiestan el deber concreto y general de la Iglesia católica de aplicar las orientaciones conciliares sobre ecumenismo: éste es un aspecto esencial del movimiento ecuménico» (nº 31).
El diálogo ecuménico tiene por presupuesto que la Iglesia no posee toda la verdad ni su exclusividad. Por eso dialogando busca la verdad que no tiene ni posee: «El diálogo ecuménico tiene el carácter de una búsqueda común de la verdad, particularmente sobre la Iglesia» (nº 33).
Se ve así porque «el diálogo ecuménico tiene una importancia esencial». (nº 32). Convirtiéndose el diálogo en el centro de todo en «diálogo de las conciencias», «diálogo de la conversión» y hasta en «diálogo de salvación», puesto que el diálogo está relacionado con la verdad, según la mentalidad modernista.
Se llega incluso al colmo en la inversión de las cosas, pues la unidad de acción lleva a la plena unidad de fe (nº 40), en vez de ser la unidad de Fe la que lleve a la unidad de acción.
El ecumenismo al estar emparentado con la verdad, y por ser un medio en común de búsqueda de la verdad, conduce, de sí, a la unidad, de tal modo que: «La cooperación ecuménica es una verdadera escuela de ecumenismo, es un camino dinámico hacia la unidad» (nº 40).
Juan Pablo II llega incluso a decir «El ecumenismo auténtico es una gracia de cara a la verdad» (nº 38).
La verdad es que no se puede hacer una mejor apología del ecumenismo. En definitiva el ecumenismo es para Juan Pablo II el nuevo medio de salvación, por esto dice y afirma que: «El diálogo ecuménico, como verdadero diálogo de salvación, no dejará de animar este proceso, bien encaminado ya en sí mismo a avanzar hacia la verdadera y plena comunión.» (nº 48).
Ecumenismo Ideal de la Fraternidad Universal
El ecumenismo es un empecinado y tergiversado ideal de fraternidad universal. Corresponde a uno de los términos de la famosa y desastrosa trilogía de la revolución Francesa Judeo Masónica, que pregona la Igualdad, Libertad y Fraternidad.
El ecumenismo pretende realizar la nueva civilización cristiana. El humanismo integral de Jacques Maritain, la civilización del amor tan pregonada de Juan Pablo II.
El ecumenismo en su ideal pseudoprofético anhela realizar el mesianismo judaico proclamado por la Revolución Francesa. Por esto para Juan Pablo II: «La fraternidad universal de los cristianos se ha convertido en una firme convicción ecuménica. (nº 42).
El ecumenismo vergonzante y adúltero no ve ya las oposiciones doctrinales y de fe: «relegando al olvido las excomuniones del pasado» (nº 46). La única excomunión que se esgrime es contra la Tradición Católica representada por Mons. Marcel Lefebvre y Mons. Antonio de Castro Mayer, para quienes el ecumenismo liberal no tiene su acostumbrada (aparente) comprensibilidad y apertura de miras. Con lo cual no hay peor intransigencia que la del librepensador contra todo lo que no sea libertad.
Juan Pablo II recuerda, dentro de la tónica ecuménica el gesto significativo de Pablo VI, quien al «relegar en el olvido y hacer desaparecer de la memoria y del interior de la iglesia las excomuniones del pasado consagró la vocación ecuménica del concilio (nº 17).
Proclamando con jubilo que «se ha borrado de la memoria y del interior de las iglesias el recuerdo de las excomuniones». (nº. 52).
El ecumenismo realiza el gran movimiento de síntesis dentro del sincretismo religioso más vasto que pueda imaginar. Tal objetivo exige una convergencia del culto divino y la palabra de Dios, pero vaciados de su contenido. Juan Pablo II habla así de «la solidaridad al servicio de la humanidad» y de las convergencias en la palabra de Dios y en el cultor divino. Estos son los títulos con los cuales hace resaltar dos de los temas de su carta encíclica.
Por esto no teme Juan Pablo II en expresar «el deseo de alcanzar el momento en que nosotros, católicos y luteranos, podremos participar en la misma eucaristía». (nº 72).
El ecumenismo llega en su afán de unidad, a reconocer el título de Santidad a los grandes heresiarcas, el cual únicamente se destina al Papa. Aplicar este término exclusivo del Papa, a los heresiarcas ortodoxos, es equiparar, igual la Sede de Pedro con las sedes patriarcales cismáticas y heréticas. Es desconocer en última instancia el Primado de la Cátedra de Pedro, el Papado. Juan pablo II lo manifiesta así: «El Papa Pablo VI de venerable memoria firmó unas declaraciones en este sentido con Su Santidad Shenouda III, papa de Alejandría y Patriarca copto ortodoxo, con el patriarca Ciro ortodoxo de Antioquia, su Santidad Jacoub III.» (nº 62).
Juan Pablo II llega al colmo, al dar el nombre de Papa, que debería ser exclusivo suyo, a un hereje; y no es un desliz, pues lo repite a continuación: «Yo mismo he podido ratificar este acuerdo cristológico y extraer consecuencias: para el desarrollo del diálogo con el Papa Shenouda y para la colaboración pastoral con el Patriarca siro-ortodoxo de Antioquía Mar Ignacio Zakk I Iwas.» (nº 62).
Que el Papa dé a otro el mismo apelativo, además de inaudito, es herético, pues Papa solo hay uno: el Obispo de Roma. Y esto es un dogma de Fe.
En el comentario al canon 218 del Derecho Canónico (1917) se lee: «El Papa, además de Sumo Pontífice o Jerarca supremo de la Iglesia universal, tiene entre otros títulos, los de Vicario de Cristo, Patriarca Occidental, Primado de Italia, Metropolitano de la provincia romana, Obispo de Roma.» Luego Papa u Obispo de Roma hay uno solo, como es evidente.
Deseos de un Pseudoprofeta
El ecumenismo es un deseo de unidad de todos los hombres sin dogmas, ni credos que los dividan. Es el anhelo de una falsa unidad propicia al reino del Anticristo. Pues la verdadera unidad es la Fe, en la Verdad. Juan Pablo II considera las divergencias doctrinales como un obstáculo que reparar. Por eso sofisticadamente habla de la fe que tenemos, de fórmulas teológicas diferentes, pero avivadas, en una misma fe compartida, etc. Los ortodoxos, los protestantes etc, no tienen la Fe: son cismáticos y herejes. Citaremos algunos textos que manifiestan lo dicho.
«...hay que reconocer que con frecuencia las varias fórmulas teológicas, más que oponerse se complementan entre si.» (nº 57).
«Teniendo en cuenta las formulaciones teológicas diferentes, hemos podido así profesar juntos la verdadera fe en Cristo.» (nº 62). Es decir con el hereje Mar Dinkha IV, «Patriarca» asirio de oriente.
«En las controversias tradicionales sobre la cristología los contactos ecuménicos han hecho posible clarificaciones esenciales, que nos han permitido confesar juntos aquella fe que tenemos en común. (nº 63).
«Las divergencias doctrinales que permanecen ejercen un influjo negativo y ponen límites incluso a la colaboración. Sin embargo la comunión de fe ya existente entre los cristianos ofrece una base sólida no sólo para su acción conjunta en el campo social, sino también en el ámbito religioso. Esta cooperación facilitará la búsqueda de la unidad» (nº 75).
«En todo esto, será de gran ayuda atenerse metodológicamente a la distinción entre el depósito de la fe y la formulación con que se expresa» (nº 81).
Todo esto para que llegue el día anhelado y pseudoprofetizado por el ecumenismo: «Podemos ahora preguntarnos cuanto camino nos separa todavía del feliz día en que se alcance la plena unidad en la fe y podamos concelebrar en concordia la sagrada eucaristía del Señor.» (nº 77).
Así en espera del año 2000 y del nuevo milenio auspiciado por el Ecumenismo, la «Iglesia» cumple con su misión.
Juan Pablo II, tal como lo haría un pseudoprofeta espera la Gran Unidad realizada a través del ecumenismo para el tercer milenio que tanto anhela: «Dirigiéndome recientemente a los obispos, al clero y a los fieles de la iglesia católica para indicar el camino a seguir en vista de la celebración del gran jubileo del año 2000, he afirmado entre otras cosas que ‘la mejor preparación al vencimiento bimilenario ha de manifestarse en el renovado compromiso de aplicación, lo más fiel posible de las enseñanzas del Vaticano II a la vida de cada uno y de toda la iglesia’. El Concilio es el gran comienzo como adviento de aquel itinerario que nos lleva al umbral del tercer milenio.» (nº 100).
El Nuevo Milenio verá realizadas las profecías tergiversadas, «que todos sean uno» que haya un solo rebaño y un solo pastor. Este es el pseudoprofetismo de Juan Pablo II y del ecumenismo: «Al alba del nuevo milenio, ¿cómo no pedir al Señor con impulso renovado y conciencia más madura la gracia de prepararnos todos a este sacrificio de la unidad? (nº 102). Sí, verdadero sacrificio de la Pasión de la Iglesia.
Conclusión
Juan Pablo II no profesa la exclusividad de la Iglesia católica, su ecumenismo no se lo permite. Por eso se dice que la Iglesia de Cristo subsiste en la Iglesia Católica, y no que la Iglesia de Cristo es la Iglesia Católica, lo cual expresa la exclusividad.
Juan Pablo II habla de la plenitud de los medios de salvación en la iglesia Católica, pero no de la exclusividad que está expresada en el dogma extra Ecclesia Nulla Salud (Fuera de la iglesia Católica no hay salvación). Por esto Juan Pablo II se refiere a los medios de salvación fuera de la Iglesia.
Esto es para Juan Pablo II tener una «visión eclesiológica lúdica y abierta» (cfr. nº 10) y cual precursor del Anticristo pregona sin cesar con gran carismtismo» que todos sean uno» para que todos se unan en paz de la manera querida por Cristo, en un solo rebaño bajo un solo pastor. (nº 12).
Por duro que parezca concebir que un Papa enseñe el error y pervierta la religión católica, conviene recordar las proféticas palabras, hoy suprimidas, del exorcismo del 18 de mayo de 1890 contra Satanás y los Angeles apóstatas del Papa León XIII: «Ubi sedes beatissima Petri et Cathedra veriatis ad lucen géntium constituta est, ibi thronum possuérunt abominacionis impietátis suae; ut pèrsússo Pastore, et gregen dispérdere váleant.» Lo cual viene a decir así: «Donde fueron establecidas la Sede del Bienaventurado Pedro y la Cátedra de la Verdad, como una luz para las naciones, ellos han erigido el trono de la abominación de su impiedad, a fin de que, una vez golpeado el pastor, pueda dispersarse el rebaño.»
También es necesario saber que el Poder oculto de la Sinarquía (Gobierno Mundial Invisible) encierra entre sus planes obtener un Papa conforme a sus propósitos. En el libro de Pierre Virrion «La Masonería dentro de la Iglesia» prolongado por el P. Julio Meinvielle (cuyo título en el original francés es «Mystére de Iniquité)», se lee refiriéndose al sacerdote apóstata el Abate Roca (1830-1893): «Un sacerdote de aquella época, después de apostatar y de pasarse a las Altas Sociedades secretas, lo cual demuestra que sabía muchas cosas, había ya dicho y anunciado todo esto. Intérprete fiel y sumamente calificado de los grandes ‘iniciados’, vamos a seguirle en sus revelaciones, en su esperanza de ver caer al ‘Vaticano Real’, y reinar un papa que será el Pontífice de la ‘Divina Sinarquía’ a la cabeza de un ‘nuevo catolicismo’ y que consagrará el espíritu, todo el espíritu de la sociedad moderna.» (p. 16 - 17).
En los Protocolos de los Sabios de Sión, nº 17, también se lee: «El rey de los judíos será el verdadero papa del universo, el patriarca de la Iglesia internacional.» Podríamos leer ecuménica en lugar de internacional.
Tenemos el derecho del mundo para pensar que Juan Pablo II es el Papa deseado por los enemigos de la Iglesia, pues responde a sus designios, obrando más como un Antipapa que como un verdadero Papa.
El P. Castellani tiene un pasaje muy significativo que entreve la posibilidad de un Antipapa como expresión del Misterio de Iniquidad y de la Abominación de la desolación en lugar santo: «El Misterio de Iniquidad es el principio de la Ciudad del Hombre, que lucha con la Ciudad de Dios desde el comienzo; (...) La cúspide del Misterio de Iniquidad es el odio a Dios y la adoración idolátrica del Hombre.(...) Y entonces la estructura temporal de la Iglesia existente será presa por el Anticristo, fornicará con los Reyes de la tierra -al menos una parte ostensible de ella-, y la abominación de la desolación entrará en lugar santo. ‘Cuando veáis la desolación abominable entrar donde no debe, entonces ya es’. ¿Será el reinado de una Antipapa, o un Papa falso? ¿Será la destrucción material de Roma? ¿Será la entronización en ella de un culto sacrílego? No lo sabemos. Sabemos que el Apokalypsis, al describir la Gran Prostituta, señala con toda precisión «la ciudad de las siete colinas’: interpretación dada por el mismo Ángel que a San Juan adoctrina.» (Cristo ¿vuelve o no vuelve? Ed. Dictio Buenos Aires, 1975, 2da edición p. 28 - 29).
Con todo lo que está pasando en la Iglesia por culpa y responsabilidad de la misma jerarquía, los interrogantes del P. Castellano parecen ser hoy una realidad.
Juan pablo II realiza a la perfección la misión del Pseudoprofeta (la bestia de la tierra con cuernos de cordero) al servicio del Anticristo, (la bestia del mar): Ut Unum Sint en el reino del Anticristo. Hacia allá vamos con el ecumenismo de Vaticano II y de todo el progresismo, del modernismo introducido dentro de la Iglesia Católica Apostólica Romana.
Anexo I
Como una confirmación de lo dicho, conviene recordar lo que Romano Amerio en su libro lota Unum declara como objetivo de su estudio: «Incluso los innovadores que promueven la mutación de fondo están obligados a sostener de algún modo la continuidad histórica de la iglesia; confesar un cambio sustancial equivaldría a la apostasía... Se busca por lo tanto disimular el salto ad aliud poniéndolo bajo otra categoría, la de la modalidad. Se avanza que la nueva idea de la religión es sólamente un modo nuevo de la idéntica religión y no el tránsito a una ‘equidad’ heterogénea que implique la corrupción y pérdida de la primera. Pero todo nuestro libro es una recolección de pruebas de tal tránsito» (Salamanca, 1994, p. 476).
Lástima que el autor no sea consecuente con la conclusión de su obra. Pero estas palabras por sí mismas revelan el cambio sustancial operado en la Iglesia por los innovadores.
La Iglesia, según el mismo Romano Amerio, está en un estado de disgregación y de cisma: «El grado de ser de una comunidad como la Iglesia se deduce del grado de su unidad. Sin embargo, en el estado presente, la unidad está rota bajo un triple aspecto: doctrinal, del culto y de gobierno.» (Ibid p. 477).
Es más, con toda claridad Amerio confiesa: «Y la corrupción doctrinal del orden de los presbíteros precede o sigue a la del orden episcopal (..) Conviene observar que la corrupción doctrinal ha dejado de ser un fenómeno de pequeños círculos y práctica de una ‘disciplina arcani’: se ha convertido en una acción pública en el cuerpo eclesial en homilias y libros, en la escuela y en la catequesis... A esta elisión de la dogmática católica, no son ajenas ni la nueva disciplina de la congregación para la Doctrina de la Fe,... ni la escasa atención prestada en la provisión de las diócesis a las cualidades culturales de los candidatos.» (Ibid p. 477).
Esto concuerda con la cabalización (gnosis judaica) de la Iglesia, ni más, ni menos. Un poco más adelante el autor señala el cisma en la Iglesia en los siguientes términos: «Hoy la discordia tiene el carácter de una disensión y contrariedad en acto» (Ibid. p. 483).
Y la religión católica queda vilmente adulterada en un nefando e impío sincretismo: «De la unidad litúrgica garantizada por la unidad de lengua, de actos y de objetos, se ha pasado a un sincretismo en el que todo es diversificado: lengua, gesto, vestido o canto. Se sigue afirmando la unidad, pero queda sin expresión y es por tanto nula» (Ibid. p. 482).
«El generalizado sincretismo de las religiones se encuentra así inscrito en un sincretismo humanitario, alma del mundo moderno» (Ibid, p. 494).
«En fin no debe pasarse por alto que la corrupción de los dogmas católicos se expande en el pueblo por obra del clero y de la prensa católica» (Ibid p. 476).
«En los estratos intelectuales de la iglesia la desdogmatización es profesada teóricamente, y no es únicamente una diseminación popular del error» (Ibid. p. 478).
Es asombroso que personajes como el Cardenal Poletti, citando a Rahner, y el Card. Ratzinger, lleguen a hablar de criptoherejía, el primero, y de autodestrucción, el segundo, cuando ellos mismos son, en gran parte, responsables de lo que mencionan: «Incluso el Card. Poletti, vicario de su santidad para la Urbe, fautor y ensalsador de las reformas conciliares, se encontró recientemente forzado a ceder ante la verdad de los hechos y escribió en L’Osservatore Romano del 7 de Octubre de 1984): En los años del postconcilio (quizás es inevitable después de todo concilio importante) se ha producido en la Iglesia Católica una enorme confusión doctrinal y pastoral que ha llevado a un estudioso fuera de toda sospecha, como Rahner, al hablar de criptoherejía. Lamentablemente este clima genera una profunda desorientación en los mismos fieles’» (Ibid. p. 485).
«La retracción de los himnos de victoria con los que fue solemnizado el vigésimo aniversario del Concilio culminó últimamente con las declaraciones del Card. Ratzinger, prefecto de la Congregación para la Doctrina de la Fe, concedidas para una entrevista y reproducida en L’Osservatore Romano del 9 de noviembre de 1984... ‘Los resultados del Concilio parecen oponerse cruelmente a las expectativas de todos, empezando por las de Juan XXIII y siguiendo por las de Pablo VI: se esperaba una nueva unidad católica y sin embargo se ha llegado un disentimiento que ha parecido pasar de la autocrítica a la autodestrucción(..) se esperaba un salto hacia adelante y sin embargo nos hemos encontrado ante un proceso regresivo de decadencia que se ha desarrollado en gran medida precisamente bajo el signo de una apelación al Concilio, y por tanto ha contribuido a desacreditarlo para muchos’» (Ibid. p. 486).
«EL Vaticano II es un imponente fenómenos de innovación cuyos efectos se han imprimido en todo orden doctrinal y práctico de la vida eclesial...» (Ibid. p. 498).
Otro autor que también viene a confirmar lo mismo es Johannes Dormann, quien se expresa de la siguiente manera refiriéndose al rumbo de la época post-conciliar. «En este contexto Asís es claramente el ‘comienzo de una nueva era’ la meta de la ‘convergencia’ de todas las religiones.» (El Itinerario Teológico de Juan Pablo II hacía la Jornada Mundial de Oración de las Religiones en Asís, Ed. Fundación San Pío X, Buenos Aires, 1994, p. 31).
«Es indiscutible que la actitud postconciliar de la Iglesia hacia las religiones no cristianas representa una ruptura radical con la Tradición» (Ibid. p. 11).
«Para el católico la ceremonia antirreligiosa de Asís, organizada y preparada por el Vaticano con el Papa en su centro, es un acontecimiento eclesiástico importante que afecta profundamente su fe en la única verdadera Iglesia Católica: Papa contra Papa, Iglesia pre-conciliar contra Iglesia post-conciliar» (Ibid. pp. 13-14).
«Asís ataca la sustancia de la revelación divina y de la fe católica» (Ibid. p. 14).
Anexo II
Sobre el Reino de Cristo extractaremos algunos pasajes de la Enciclopedia Espasa Calpe aparecidos en el artículo Parusía y que tiene por autor al P. Rovira S.J., los cuales nos ayudarán a comprender mejor el pseudoprofetismo de Juan Pablo II y del Ecumenismo.
«Cristo, el Mesías y Redentor prometido al género humano al principio de los tiempos (Gen. 3,15) es el Verbo de Dios que se hizo carne (Jn. 1,14) y habitó entre los hombres y padeció y murió por la salud de los hombres en la plenitud de los tiempos, y el mismo Cristo que subió a los cielos y está sentado a la diestra del Padre, vendrá desde allí a juzgar a los hombres en el fin de los tiempos; (...) Esta segunda venida de Cristo es un artículo de nuestra santa fe, que se contiene en aquel artículo del credo: Desde allí ha de venir a juzgar a los vivos y a los muertos (...) Así, pues, como Cristo subió al cielo el día de la Ascensión, así ha de volver a venir, y éste es el segundo advenimiento, la parusía.»
«Aunque Cristo Señor Nuestro dijo que la hora de su venida era desconocida, dió, con todo, a sus discípulos, y en ellos, a nosotros, algunas señales por las que pudiese de algún modo vislumbrarse la proximidad de su venida».
«Señales remotas de la venida de Cristo son: 1º las guerras, hambres, pestes, terremotos... Y todas estas cosas son los comienzos de los dolores; 2º las persecuciones y martirios de los apóstoles y los siervos de Dios, 3º los escándalos... 4º la seducción de los falsos profetas... 5º consecuencia de todo esto será el acrecentarse la maldad y el enfriarse la caridad... 6º Jerusalén será destruida y será hollada y conculcada por las gentes hasta que se cumplan los tiempos de las naciones... 7º la predicación del Evangelio por todo el mundo.»
«Señales próximas. En el mundo 1º voces o rumores acerca de la próxima venida de cristo..., 2º otra señal será, según las palabras de Cristo ya citadas, la aparición de falsos Cristo y falsos profetas..., 3º el espíritu de apostasía e irreligión y de rebelión..., 4º la venida de los dos testigos, que, según la interpretación de muchos santos padres, son Elías y Enoch..., 5º en fin, otra señal será el Anticristo, llamado así por antonomasia, el que San Pablo llama hijo de perdición... A esta bestia, el Anticristo, se añade la segunda bestia, el seudoprofeta...»
«Señales próximas. En el cielo... el sol se obscurecerá y la luna no daría su luz, y las estrellas caerán del cielo y las virtudes del cielo serán conmovidas».
«Venida gloriosa de Cristo». La Parusía no es otra cosa, según dijimos, sino la segunda venida de cristo... Pero Cristo no vendrá solo, como Rey que es, vendrá acompañado de su corte... Vendrá el Señor acompañado de sus ángeles como él mismo indico».
«Resurrección de los santos y congregación de los escogidos. Se seguirá después la resurrección de los santos. Verdad es que acerca de este punto no están de acuerdo los teólogos e intérpretes, pues comúnmente dicen que la resurrección ha de ser de todos juntos a un mismo tiempo. Pero esto ha de entenderse de la resurrección general. Mas esta resurrección particular de los santos será como un privilegio, y así como resucitó Cristo y con Cristo resucitaron también otros santos, como dice San Mateo (27, 52-53), los cuales probablemente como asiente Santo Tomás (S. Th. Sup. q. 77, a.1, ad3), no volvieron a morir, así también puede admitirse que cuando aparecerá Cristo en su segunda venida para destruir el Anticristo, resucitarán por privilegio, no todos los santos, sino solamente algunos».
«Reino de los santos. Destruidas las potestades antiteocráticas y encadenado y encarcelado el demonio, se seguirá el reino de Cristo y de los santos. Este reino predícelo el profeta Daniel en el capítulo séptimo de su profecía... En este texto se predica claramente que a la destrucción del Anticristo y de las otras potestades antiteocráticas le seguirá no sólo un triunfo, sino un reino de Cristo y de los santos, un reino, que será sobre la tierra o debajo del cielo, como dice Daniel, un reino en que el poder será del pueblo de los santos altísimos, al cual (pueblo) todos los reyes le servirán y obedecían. Es, por consiguiente, muy probable que inmediatamente después de la muerte del Anticristo no se acabará el mundo, sino que se seguirá todavía la Santa Iglesia, el reino de los santos que ejercerá la soberanía sobre toda la tierra. Y en este sentido interpretan el texto de Daniel los mejores y más renombrados intérpretes, Maldonado, Mariana, Menoquio Tirini, Gaspar Sánchez, Cornelio a Lapide y Kabenbauer. Véase por ejemplo, lo que dice Cornelio a Lapide: «Entonces, destruido el reino del Anticristo la Iglesia reinará en toda la tierra y de los judíos y de los gentiles se hará un solo redil con un solo pastor.»
«Resurrección universal y juicio final. Se seguirá después la sublevación o rebelión de Gog y Magog contra la ciudad de los santos, que es probablemente, según veremos diversa de la persecución del Anticristo. Luego, más tarde, el fuego de la conflagración, con el cual serán encendidos y abrazados los cielos y los elementos según dice el apóstol San Pedro en su segunda carta (3, 7-12). Y por fin terminará todo con la resurrección última y el juicio final a sus discípulos, según se refiere en el evangelio de San Mateo (25, 31-46)... Y San Pablo (1 Cor 15, 24- 28) dice también que Cristo reinará hasta que ponga bajo sus pies a todos sus enemigos, y la última de todas será destruida la muerte: después de esto Cristo entregará su reino al Padre y entonces será Dios todas las cosas en todo.»
«Duración del reino de los santos. Hemos visto que según la predicción de Daniel (7, 26-27) inmediatamente después de la muerte del Anticristo no se acabará el mundo, sino que seguirá la Iglesia compuesta de judíos y gentiles y extendida por toda la tierra, y los santos ejercerán el poder y la soberanía y a ellos servirán y obedecerán todos los reyes del orbe».
«Esta interpretación del texto daniélico es no universalmente reconocida pero sí la más común y autorizada y más conforme a las palabras del profeta. Pero ¿cuánto tiempo ha de durar este reino de los santos en la tierra? Esto es ya objeto de discusión; del texto daniélico no puede sacarse nada, pues aunque Daniel dice que su reino será sempiterno, es porque nos presenta este reino de los santos en la tierra continuándose con el del cielo, el reino de los santos anterior al juicio final, continuándose con el de después del juicio. Más ahora hablamos solamente del reino de los santos anterior al juicio final: y éste, claro está que no ha de ser eterno... Pero en fin, Daniel nada nos dice de la duración de este reino de los santos en la tierra. Y, por consiguiente, de las palabras de Daniel no podemos sacar cuánto durará, si breve, si largo tiempo. Si, pues, hay otro texto en la Sagrada Escritura que nos determine de algún modo la duración del reino de los santos, lo sabremos, si no, no lo sabremos. En este punto los milenaristas fundándose en el Apocalipsis (XX, 1-9), admitieron después de la muerte del Anticristo un reino de Cristo y de los santos en la tierra que había que durar mil años».
«Pero los milenaristas eran de dos clases. El milenarismo herético y judaizante, cuyo fundador fue Cerinto, de los que admitían un reino de Cristo terreno con placeres y deleites materiales y sensuales, o asimismo un reino judaizante en el que se restablecería la circuncisión y los sacrificios, ritos y ceremonias de la ley mosaica. El otro milenarismo admitía un reino espiritual de Cristo y de los santos en la tierra que había de durar mil años. Este otro milenarismo, aunque no fue universalmente admitido estuvo con todo muy extendido en los primeros siglos de la Iglesia. Y así, milenaristas fueron San Papias, obispos de Hierápolis; San Ireneo, obispo de Lion, Adv. haer. (c. XXXII-XXXVI); San Justino Martir, Dailog. cum Tryph. (nº 80), quien dice que muchos cristianos, aunque no todos, son del mismo parecer; el Autor de la Epístola de Bernabé (t. XV), el de la Didascalia, Tertuliano, adv. Martion (l, III, c. XXIV), San Victorino, obispo Petavionense y mártir, De Fabrica mundi; San Metodio, Conviv. Decem Virginum (or. IX, c. V), y Lactant. Divinar Institut. (lib VII c. XXIV). San Zenón, obispo de Verona (lib. II trac VI) y otros. Verdad es que otros Santos Padres no admiten el milenarismo y aún positivamente lo rechazan y combaten, pero, en general, atacan y combaten el milenarismo terreno y carnal o el judaizante, más no el de Ireneo y Papias. Y así, San Agustín. De Civ. Dei. (lib. 20 c.7), dice: Esta opinión (la de los milenaristas) sería tolerable si juzgasen que los santos en aquel sábado habían de gozar de delicias espirituales por la presencia del Señor. Pues que también nosotros fuimos en otro tiempo de esta opinión; más como dicen que los que resucitaron se entregarán a placeres carnales sin moderación ninguna, esto no pueden creerlo sino los carnales. Por donde se ve que San Agustín rechaza el milenarismo carnal. Asimismo San Jerónimo, acérrimo impugnador del milenarismo judaizante, dice del otro milenarismo, en sus Comm. in Jer. (c. XIX): Y aunque no sigamos esta opinión, con todo no podemos condenarla, porque muchos varones eclesiásticos y mártires dijeron estas cosas. Dos cosas son también dignas de notarse. La primera es que la Santa Iglesia nunca ha reprobado positivamente el milenarismo de los Santos Padres y mártires de que habla San Jerónimo. La segunda, que los milenaristas más antiguos, como fueron Papias e Ireneo, trasmiten estas doctrinas del reino milenario no puramente como fruto de sus interpretaciones escriturísticas, sino como enseñanzas recibidas de los apóstoles y de los varones apostólicos. Con todo, no puede negarse que en la doctrina milenarista se mezclaron y se involucraron con frecuencia otros errores, que motivaron la condenación de libros de autores milenaristas. Por eso, prescindiendo de todo lo demás, trataremos solamente esta cuestión. ¿Puede o debe admitirse entre el Anticristo y el juicio final un reino de mil años, tal cual los describe San Juan al principio del cap. XX del Apocalipsis? o en otras palabras, el reino de Cristo y de los santos, reino de mil años, que describe San Juan en el Apocalipsis (XX 1 -7) ¿ha de ser posterior a la muerte del Anticristo? La respuesta más probable parece que es la afirmativa, ya que se miren las razones o indicios extrínsecos. Vemos, en efecto que los milenaristas más antiguos son San Papias y San Ireneo, los cuales apelan como dijimos, a las enseñanzas apostólicas; ahora bien; San Ireneo es discípulo de San Policarpo, y San Policarpo y San Papias son discípulos de San Juan Evangelista, el autor del Apocalipsis.»
«Así que miradas y consideradas todas estas razones, parece más probable que el reino de los mil años que predice San Juan en su Apocalipsis, ha de ponerse después de la destrucción del Anticristo. Admitido esto, muchos puntos obscuros del Apocalipsis se esclarecen; de lo contrario, este libro se convierte en un tejido de incoherencias inexplicables. Y no solo el Apocalipsis sino muchos otros textos bíblicos se esclarecen con esta explicación.»
«Podría, sí objetarse a todo lo dicho que el reino que Daniel predice después del Anticristo (Dan. VII, 27) no puede ser el que predice San Juan (Apoc. XX, 4); porque el de Daniel es perpetuo; más el del Apocalipsis ha de durar un tiempo definido de mil años (ora se haya de ver en este un número exacto o bien un número redondo). Pero en realidad no hay oposición entre los dos textos. Porque el reino de los santos que describe Daniel es perpetuo, según dijimos, porque dura en la tierra hasta el fin del mundo y porque se continúa después en el cielo eternamente. Y en este sentido es también perpetuo el reino de los santos que pinta San Juan en su Apocalipsis. Mas éste dice que el reino durará mil años; porque en realidad, durante este tiempo el demonio estará encadenado y los santos reinarán pacífica y universalmente en toda la tierra. Después sobrevendrá la seducción de las gentes y la sublevación de Gog y Magog, durante la cual los santos conservarán su poder y soberanía, pues que no serán vencidos; pero su reino ya no será entonces pacífico ni universal como antes; hasta que castigadas con fuego del cielo las tropas rebeldes de Gog y Magog se restablecerá en su primitivo esplendor el reino de los santos hasta el fin del mundo o hasta el tiempo que Dios sabe. Pues que el fin del mundo no ha de seguir inmediatamente a la rebelión de Gog y Magog, ya que después de ésta, dice Ezequiel, que los israelitas pasarán siete años sin gastar otra leña que la de las armas de los ejércitos de Gog y Magog. Cuanto tiempo haya pues de transcurrir entre esta rebelión y el fin de los tiempos, es cosa que solo Dios lo sabe».
Conviene notar en estos últimos renglones que es más preciso decir, en este caso, fin del mundo en vez de fin de los tiempos, quedando así bien distinguidos los dos acontecimientos.
Anexo III
Acerca del Milenio anunciado en las Sagradas Escrituras, el P. Castellani uno de los pocos doctores con Diploma Bulado que lo acredita como Doctor Sacro Universal, el título más alto que la Iglesia Católica confiere a los más sabios entre sus doctores, sobre el Juicio Final en su libro Catecismo para Adultos, Ed. Patria Grande, Buenos Aires 1979 pp. 175 a 182:
«La clase versa sobre el Reino de los Mil Años; es la cuestión más difícil que hay en el Apokalypsis (Cap. XX). Dicho capítulo dice que hay dos resurrecciones; dice: ‘Esta es la Resurrección primera’ y eso no lo quiere admitir hoy día, muchísima gente. Resurrección única y simultánea, dice. Eso es lo que ellas quisieran, pero la Escritura no dice eso.»
«Pero la cuestión más batallona e inexcusable acerca de la Resurrección es el Reino de los Mil Años, que ocupa el Cap. XX del Apocalypsis. Es una de las luchas actuales de la Iglesia, aunque no es muy conocida, pero los que luchan si la conocen. Y la cuestión en el fondo consiste en decir: hay una resurrección o hay 2 resurrecciones separadas por un largo período de tiempo. Esas son las dos opciones.»
«Hay 3 milenismos (como hay que decir, porque milenarismo es incorrecto gramaticalmente). Uno es el milenismo espiritual, que consiste simplemente en interpretar literalmente lo que dice San Juan en el Apocalipsis - Nada más. Tomar eso como cosa que va a pasar por difícil o rara que parezca. Así entendieron ese capítulo los Padres Primeros de los 4 primeros siglos casi todos; desde el primer siglo en que todavía vivían los Apóstoles.»
«Creían tranquilamente que iba a haber un Reino de Mil Años; y que la Iglesia va a ser en él sumamente próspera y va a ser regida de hecho por Jesucristo, después de la Parusía, o sea, después de que Jesucristo haya bajado a vencer al Anticristo. San Justino Mártir, San Ireneo, Tertuliano, Lactancio, San Ambrosio y San Agustín joven así lo entendieron. Yo he traducido del latín todos los testimonios a la letra y todos los autores en fila, que me facilitó el P. Florentino Alcaliz, en el libro ‘La Iglesia Patrística y la Parusía’.»
«Todo eso hubiera seguido así sin duda, si no fuera por el tropezón del milenismo carnal. Un judío llamado Kerintos o Cerintos (siglo IV) fundó una secta herética sobre una interpretación judaica y grosera del Cap. XX que tuvo mucho séquito y fue condenada por Eugenio IV en la Bula ‘Cantate Domino’ (1441), junto con una retahíla de herejes (los Ebionistas, Arrio, Pablo de Somosata, etc.), pero no precisamente por el milenismo carnal sino por haber negado la Divinidad de Cristo (ver Denzinger, Nº 710). Pero el milenismo carnal fue condenado también, no por un Papa o Concilio, sino por lo que llaman el ‘Magisterio Ordinario de la Iglesia’. De Kerintos no nos queda una sola palabra; y lo que sabemos de él viene de los Doctores que lo combatieron, sobre todo de San Jerónimo. Dicen que predicaba un triunfo grandísimo de los judíos los cuales iban a dominar el mundo entero y vengarse de sus enemigos y gozar de grandes francachelas y festines. Algunos añaden que, según el Kerintos este gozaría también de abundantes placeres sexuales. Esto no es seguro, San Agustín lo omite.»
«Sabemos lo que dijo por los Santos Padres que lo refutaron y nada más. Entonces pasó algo curioso: San Jerónimo, desde Palestina, donde la nueva Herejía crecía mucho, escribió a San Agustín, que era jovencito y lo veneraba, reprendiéndolo acremente porque con su sermón 259, donde San Agustín decía que él era milenista, ‘ayudaba a la herejía’ que él denominaba ‘fábulas judaicas’ y exhortándolo a interpretar de otro modo el Apocalipsis. Lo asustó a San Agustín y éste inventó una «interpretación alegórica» del Cap. XX del Apocalipsis, que (Dios me perdone porque me cuesta decirlo), es una patochada y un tropezón del Sto. Doctor tan grande como su talento. Hace llorar cuando uno lo lee en el libro 20 del ‘Civitate Dei’ y uno se avergüenza por San Agustín (no de). Para decirlo breve, el cap. XX del Apocalipsis sería una poesía, pero si así es ¿Qué impide que el resto del Apocalipsis y aún toda la Escritura sean alegorías, o sean poesías? Según esta interpretación el triunfo de la Iglesia es este triunfo que nosotros conocemos y que no es muy triunfante. En el cielo es triunfante pero acá no. Los tronos de los 12 apóstoles que van a juzgar a todos los hombres son las sedes de los Obispos y así va diciendo todo el resto....el demonio que es retirado por un Ángel y encadenado por mil años dice que significa que ahora el demonio no tiene mucho poder y fuerza para tentar a los hombres; y eso no es cierto. Tiene una fuerza bárbara ahora. Y así continuamente lo interpreta todo alegóricamente, deshace la profecía de la Escritura y expone a la Escritura a ser derribada toda convirtiéndola en poesía y para peor, mala poesía, como dijeron los impíos como Aldous, quien observó que la Escritura era poesía un poco salvaje de los tiempos de la Edad de Piedra y atacó a la Biblia diciendo que no valía nada y que era poesía mala. De manera que esa interpretación alegórica es una caída de San Agustín por consideración a San Jerónimo, él hizo esa interpretación nueva y dijo ‘Yo no digo que esta sea la interpretación única posible; hay otra, y esa otra no me atrevo a condenarla porque ha sido seguida por muchos Santos y muchos Mártires’. Y San Jerónimo que estaba furioso contra los milenistas de su tiempo, dice lo mismo: ‘No nos atrevemos a condenar el milenismo porque lo han seguido muchos Santos y Doctores y Mártires’. Y resulta que ahora se atreven: hay mucha gente que condena el milenismo puro y trata de hacer castigar a los que los siguen. No son lo mejor de la Iglesia Católica ni como ciencia ni como calidad los que hoy día tienen una especie de conjura contra el milenismo espiritual. De manera que no quedaría más que aceptar el milenismo alegórico de San Agustín que él mismo dijo que era interpretación alegórica y nada más.»
«Así que tienen aquí figurados muy veraz y exactamente los 3 milenismos, con lo cual cumplo mi oficio de Doctor en Teología. Y con esto no predico ninguno de los tres Milenismos, sino simplemente dejo ‘le cose come stanno’ ¿Por qué digo esto? Porque existe una prohibición de enseñar el milenismo espiritual dada al Reino de Chile en 1941; la cual el año 1944 se extendió a la República Argentina. Tengo el texto latino y castellano de los dos decretos, el contra Chile y el contra la Argentina, julio de 1941 y Julio de 1944 que no leo por no alargarme. Son dos disciplinares, no doctrinales; es decir, son órdenes, y dicen que el milenismo espiritual no se puede enseñar sin peligro en esos dos paisuchos, nada más. Eso fue lo que fulminó al pobre Martínez Zuviría, José Ignacio Olmedo y al Padre Straubinger y a varios otros. Se asustaron, se callaron la boca y no dijeron nada. Esos dos decretos están firmados por el Cardenal Pizzardo (o Pizzapardo, como le decían en Roma) y define mal el milenismo, pues el 1º dice que los que enseñan que Jesucristo va a reinar durante mil años en la tierra ‘corporalmente’ son peligrosos y eso no se debe enseñar. Ahora bien, alguien le hizo notar al Cardenal Pizzardo que se estaba ‘condenando a sí mismo’ porque según ellos la Iglesia actual es el Reino de los 1.000 años, y ahora Cristo reina en el Santísimo Sacramento corporalmente. También le advirtieron al Card. Marchetti Lelvaggiani que por condenar a los milenistas espirituales se estaba condenando a sí mismo; Y entonces cambiaron corporaliter por visibiliter, que no va mundo con un Ministro de Agricultura o de Bienestar Social y todas esas cosas. Nadie dice eso. Todos dicen que van a resucitar una parte de los muertos (los mártires de los últimos tiempos) y ellos van a gobernar la tierra pero no como gobernantes ordinarios sino apareciéndose a los ‘viadores’, a los mortales que van a quedar; van a quedar mortales durante mil años y van a procrear gente y van a ser numerosísimos los cristianos que vivan en ese tiempo de la Iglesia, pero van a gobernar los obispos y los curas, como siempre. Se van a aparecer los resucitados como Jesucristo se apareció después de su resurrección a los Apóstoles. Y con esas solas apariciones van a poner una prosperidad increíble en la Iglesia. De manera que en el 2do decreto tampoco acertaron, así que son nulos los dos decretos, pero sin embargo aquí lo siguieron al pie de la letra. Menéndez y Pelayo en el Capítulo VI del tomo IV de Heterodoxos, que escribió sobre Lacunza, que es uno de los mayores exégetas modernos de la Escritura y el mayor milenista que hay actualmente (los mayores fueron los primeros Padres de la Iglesia), escribió un apéndice al Capítulo VI del libro IV el cual es lo mejor que se ha escrito sobre Lacunza y sobre el milenismo, y ahí dice: ‘como todos saben, el milenismo espiritual o puro es una opinión libre’. Bueno, esto no todos lo saben y hoy día algunos no quieren saberlo. Menéndez y Pelayo se equivoca en una sola cosa, que cree que el libro de Lacunza lo editó en Londres el Marques de Mora y en cambio, esa primera edición la hizo Manuel Belgramo como es evidente y clarísimo. En el prólogo del editor dice: ‘el sentimiento de no poder verificarlo (imprimirlo) en la capital Buenos Aires de nuestra amada patria... ‘Está averiguado con certeza que es él quien imprimió esa primera edición del Lacunza (que ya corría manuscrita en la República Argentina y que no conoció sino de oídas Menéndez y Pelayo).»
«En resumen hay tres interpretaciones del capítulo XX, una condenada por la Iglesia, la de Kerintos, o sea el ‘milenismo carnal’, y dos no condenadas ni tampoco definidas, que son por tanto dos ‘opiniones’ libres. Pero hoy día hay una especie de conjura que impide la exégesis antigua y vuelve de hecho obligatoria la alegórica de San Agustín, por medio de castigos o amenazas.»
«Y yo ¿cómo lo sé? Primero por mi mismo, por la experiencia propia que no puede mentir, porque a mi me acusaron de milenista y me siguen acusando, el Pbro. Doctor (que no es doctor) Mejía, y me han venido una cantidad de castigos por milenista pero sin decir que es por eso, castigos anónimos. Se los mandaban a Monseñor Tavella o a Monseñor Copello acá y después por varias personas que he conocido, bastante eminentes, que han sido perseguidos por eso, por ser milenistas, de las cuales mencionaré las principales.»
«Padre Víctor Anzoátegui: Doctor en Escritura por la Gregoriana de Roma - Se manifestó milenista. Diré libremente; lo persiguieron sin descanso, hasta hacerlo perder la salud y después la fe y después el juicio - El General Jesuíta Jannssennss y el Provincial de la Argentina Travino no lo dejaban entrar en Buenos Aires donde él quería ir a ver a su madre (no la pudo ver ni siquiera cuando se murió) mandándole sucesivamente a Chile, de donde lo echaron por milenista también, Mendoza, Montevideo y el Chaco, y no a enseñar Escritura sino Primeras Letras. Estando ya en el Chaco con la salud averiada, perdió la fe, se hizo protestante, se casó, perdió el juicio y partió a Santiago de Chile, donde fue algún tiempo empleado de la Biblioteca Nacional. Volvió a la Argentina del todo arruinado, loco de atar, yo lo asistí en su última agonía. Daba horror.»
«2º Padre Antonio Van Prixtel S.C.J.: Holandés, profesor de Escritura, hombre muy docto e inteligente. Fue echado de Holanda y enviado a Montevideo, donde en 1945, escribió un gran volumen defendiendo su idea, que hizo mimeografiar ayudado por católicos Uruguayos, es decir, por los jóvenes de la Acción Católica. Se lo llama «El testimonio de Nuestra Esperanza» (confidencial) y yo lo poseo. Cuando se supo, lo enviaron a Buenos Aires, donde no tenía nada que hacer, y después a Tucumán, donde lo vejaron y maltrataron. Pidió perdón, destruyó su libro, y lo dejaron volver a Holanda. No sé como acabó.»
«3º Padre Florentino Alcañiz: Hizo en Roma su tesis de Doctor en Escritura Sacra sobre ‘La Iglesia Patrística y la Parusía’ a la cual ya me referí. Yo la traduje al castellano, porque él me pidió que lo hiciera y me regaló su libro. Lo modifiqué un poco, lo amplié y está impreso. Ahí él hizo un trabajo minucioso sobre todos los Padres de los primeros siglos de la Iglesia, hasta el siglo V y resulta que en el siglo I, todos sin excepción, eran milenistas y después en el siglo I, III, IV V, fueron disminuyendo, sobre todo después de la exégesis de San Agustín muchos abandonaron la idea milenista y se hicieron alegoristas. Al final hace un esquema, donde pone a los Santos Padres por orden, por siglos y por fechas, donde uno ve que la tradición de la Iglesia entonces era el milenismo espiritual que dicen ahora. Por eso digo yo que jamás va a condenar la Iglesia el milenismo espiritual porque eso sería cortar la rama donde está sentada; porque Ella está asentada sobre la tradición. Profesor del Seminario de Cerdeña y después del de Granada, al publicar su libro latino, estrictamente científico, en 1933 fue echado de sus cátedras y más tarde enviado a Buenos Aires, donde me regaló su tesis para que la tradujera. Como aquí no tuviese nada que hacer, pidió lo mandaran de misionero al Perú, salió de la compañía de Jesús, y vivió años en la montaña peruana de ermitaño. Desde allí me envió un enorme libro manuscrito con su defensa, que por desgracia yo regalé a Federico Brach- Me pareció notar en ese libro asomos de enajenación mental.»
«Muchos otros he conocido aunque menos de cerca, como el eminente escriturista Jesuita P. Rovira, el que escribió el artículo «PARUSIA» en la Enciclopedia Espasa, y otros...»
«El resultado de este fenómeno increíble es que hoy día es obligatorio interpretar el Reino de los Mil Años conforme a la patochada de San Agustín. Es triste tener que decir esto de San Agustín pero no hay remedio - Es una interpretación tan arbitraria y tan inverosímil que no se puede mantener ni un solo momento. La Iglesia no ha definido el milenismo Alegórico ni ha condenado el milenismo Patrístico, son dos opiniones libres; pero de hecho no se puede seguir más que una, la más infeliz - Contra lo que dice el Padre Florentino Alcañiz: La Iglesia no condenará jamás la opinión patrística por la misma razón que rehusaron condenarla San Agustín y San Jerónimo por haberla tenido muchos Santos Padres y Mártires (dicen ambos); o sea que no va a serruchar la rama donde está sentada, que es la tradición; que es lo que hicieron los protestantes.»
«En la Argentina han sido milenistas espirituales antes que viniera la prohibición «disciplinar» de enseñarlo (o sea mentarlo), cristianos excelentísimos como Gustavo Martínez Zuviría (el escritor), José Ignacio Olmedo, José Bourdieu, el padre Straubinger- y además yo, según el Pbro. Jorge Mejía- Esto si que me permito dudarlo.»
«No he hecho más que poner en los libros que escribí, en algún libro que escribí, como éste del Apola, donde tenía que decir lo que hay sobre la Escritura, poner ‘le cosse come stanno’, la cosas como son, como dicen los italianos.»
Anexo IV
Para que se nos facilite la comprensión de la crisis por la que estamos atravesando junto con la Iglesia, verdadero Misterio de Iniquidad (apostasía), es muy ilustrativo el prólogo del venerable Padre Julio Meinvelle al libro de Pierre Virion «La Masonería dentro de la Iglesia» Editorial Cruz y Fierro Buenos Aires, 1968, cuyo título en el original francés es «Mystère de Iniquité»:
«Hace apenas unos años, Cruz y Fierro publicó de Pierre Virion El Gobierno Mundial y la Contra - Iglesia. Allí aprendimos a conocer los planes novísimos que la Alta Masonería estaba ejecutando en el mundo occidental para llegar al gobierno mundial, tanto en el plano económico-político como en el religioso. Un punto oscuro quedaba en la obra de Virion: ¿Cómo romper la osatura de la Iglesia Católica Romana para hacerla entrar en esta Iglesia Universal de la Masonería junto con los otros cultos de los que creen y no creen en Jesucristo, y de los que creen en Dios? Este nuevo libro de Pierre Virion viene precisamente a ilustrar este punto y a revelarnos en qué consiste el misterium iniquitatis de que habla el Apóstol (2 Tes. 2,7). El misterio de iniquidad consiste precisamente en que el ‘Aparato publicado de la Iglesia’ que debía servir para llevar las almas a Jesucristo, sirva en cambio para perderlas y esclavizarlas al demonio. Aquí está el ‘misterio de perversidad’: Que la sal se corrompa y deje de salar (Mt. 5,13). Fíjese bien el lector que no decimos que la Iglesia deje de llevar las almas a Jesucristo. La Iglesia es indefectible y durará como tal hasta el fin. Pero la Iglesia de Jesucristo puede no identificarse con el ‘Aparato publicitado de la Iglesia’. La Iglesia de Jesucristo puede mantenerse en las almas fieles a la doctrina que se conservaría en algunos sacerdotes y obispos adheridos a la Cátedra del Pontífice de Roma, mientras que el Aparato mismo de lo que el mundo conoce como Iglesia puede seguir otra doctrina y otra pastoral elaborada por la soberbia de los grandes y publicitados teólogos de la nueva teología».
«El nuevo libro de Virion, que en esta edición lleva el título de la Masonería dentro de la Iglesia, explica el mecanismo mediante el cual se ha operado este cambio de la Iglesia de Cristo en la Iglesia del Anticristo. Las Altas Logias de la Masonería han elaborado el plan al fin del siglo pasado: La ORDEN CABALISTICA DE LA ROSACRUZ, fundada en 1888 por Stanislas de Guaita; la ORDEN MARINISTA, fundada en 1890 por Papus, de la que formaba parte de la Sinarquía de Saint-Yves d’Alveydre; y el SIMBOLISMO de Oswald Wirth, que debía tener tan destacada actuación en las relaciones actuales de la Masonería con la Iglesia a través del conocido Jesuita P. Riquet».
«El plan ‘tan insensato y tan criminal’ (León XIII) de esta transformación de la Iglesia había de ser expuesto, casi al detalle, por un célebre apóstata, el Canónigo Roca (1830-1893), quien estaba interiorizado con los planes de las Altas Logías. Pierre Virion expone cumplidamente los detalles de este plan trayendo citas oportunas de las obras de Roca».
«Pasa luego Virion a mostrar la ejecución del plan elaborado a fines del siglo pasado.La historia de la ejecución del plan coincide punto por punto con las relaciones de algunos altos eclesiásticos con altos dignatarios de la Masonería, y destaca particularmente las conversaciones de Aix-la Chapelle entre el P. Gruber y Mukermann, de la Compañía de Jesús, y altas dignidades masónicas en 1926; entre el P. Berteloot y el masón Albert Lantoine en 1938, entre el P. Riquet y los masones Lepage y Alec Mellor en 1960. Estas relaciones habituales de masones y jesuitas en el nivel superior de la alta publicidad ha de determinar otro tipo de relaciones en todos los planos (intelectuales, publicitarios, pastorales y de toda clase de acción) entre masones, comunistas e izquierdistas y dirigentes católicos, en una colaboración estrecha y habitual para forjar y construir el mundo de los hombres. Es claro que esta colaboración del cristianismo con el anticristianismo de la masonería debe traer como consecuencia una transformación necesaria de la doctrina y de la vida cristiana. Esta transformación es propiamente el Progresismo».
«El Progresismo se centra en el error de identificar Iglesia y Mundo. Al hombre se le daría una dimensión, la del mundo. Con ello se suprime la necesidad de un Dios salvador, Cristo no ha venido a salvar al mundo. La Iglesia no es necesaria para salvar al hombre. La salvación del hombre viene de la inmanencia del hombre mismo. El hombre es Dios en lo más profundo de su ser. Por lo tanto no existe una Iglesia, ni un Cristo, ni un Dios trascendente al hombre. Se puede y se debe hablar un lenguaje teísta acomodado al vulgo. Pero en realidad no es el mismo sino expresión exotérica de la total inmanencia de lo divino en el hombre y en el mundo. Esta es la única realidad esotérica que unifica todas las religiones de la humanidad. Por eso, el culto del hombre y el de la humanidad, el culto de la logias masónicas, se ha de imponer como único culto de la verdadera humanidad».
«De esta suerte, mediante la nueva religión del Progresismo, el culto católico se cambia por el culto masónico de la fraternidad universal. La transformación ha comenzado ya en el alto nivel de la teología nueva de los grandes teólogos publicados. No hay dogma que quede en pie. Ni el del pecado, ni el de la gracia, ni el de Cristo, ni el de Dios. Todo es subvertido en nombre de la ciencia y de los principios masónicos. La nueva teología del Progresismo, elaborada por teólogos de prestigio, invade seminarios, universidades y casas de formación y configura la mentalidad de las nuevas generaciones eclesiásticas. Unos años más, y de no intervenir directamente la mano de Dios, el ‘Aparato publicitado de la Iglesia Católica’ profesará una religión completamente distinta de la que nos enseñó Jesucristo y que nos han transmitido los Padres, Doctores y Santos de la Iglesia doblemente milenaria. De aquí este furor satánico que se ha desatado contra la Iglesia pre-conciliar».
«El libro de Pierre Virion constituye el testimonio más elocuente e ilustrativo de todo cuanto se ha publicado para aclarar el fenómeno del Progresismo cristiano. Sin embargo, este fenómeno queda explicado tan sólo al nivel de la gentilidad. La Masonería es un fenómeno pagano. Faltaría una explicación en un nivel más alto y fundamental, en el nivel del judaísmo propiamente tal. Porque es aquí donde se ha tramado la rutina de la Iglesia. La vieja y secular enemiga de la Iglesia -la Sinagoga- ha querido destruir para siempre a la Iglesia. Esta es la lucha eterna de Caín contra Abel, de Esaú, contra Jacob. Y para ello los judíos se disfrazan de cristianos. Nada más aleccionador a este respecto que el libro del judío inglés Cecil Roth, ‘History of jews marranos’, donde se nos cuenta cómo los judíos, sin dejar de ser judíos, lograron escalar altas posciiones en la Iglesia, de cardenales, obispos, dignatarios eclesiásticos y afamados religiosos, aún en plan Inquisición. Tiene uno derecho a preguntarse: Si los judíos, en un momento de la iglesia en que se desconfiaba de ellos y se los vigilaba y controlaba, lograron burlar el control eclesiástico. ¿Qué ha de suceder ahora, cuando, lejos de perseguírselos, se los estimula y adula? No es nada de extrañar que los judíos, juntos con los masones y los comunistas hayan logrado encaramarse en posiciones claves de la Iglesia y que desde allí gobiernen a la iglesia misma. Esta es la gran realidad. la Iglesia estaría hoy gobernada en gran parte por judíos, masones y comunistas. Gobernaba contra los intereses de la Iglesia misma. Aquí está el Misterium iniquitatis».
«Pero la Iglesia y el mundo están en definitiva gobernados por Dios. La Providencia permite el mal en vista de un mayor bien y, sobre todo, del bien de los elegidos. La Historia tiene su razón de ser a causa de Jesucristo y de su Cuerpo Místico. Por esto, el momento presente de la iglesia y del mundo hay que mirarlos con ojos sobrenaturales. Lo esencial es nuestra adhesión inquebrantable a Jesucristo. A Jesucristo el de siempre. Que no es ni pre-conciliar ni post-conciliar. Jesucristo es el mismo ayer, hoy y por los siglos (Hebr. 13, 8)».
«El libro de Virión se cierra con una magnifica profesión de fe y de confianza en María, Reina del Universo, en Aquella en la que la que el Verbo se ha hecho carne, y no la carne se ha hecho espíritu de revuelta. María, en oposición a las gnosis orgullosas y perversas, nos introduce en el conocimiento de la Fe y en el gozo de la Esperanza. La Virgen salvará a la Iglesia.»
P. BASILIO MÉRAMO
SANTA FE DE BOGOTA, DICIEMBRE 8 DE 1995. FIESTA DE LA INMACULADA CONCEPCIÓN
2° Impresión. Diciembre de 2000 Santa fe de Bogota.