San Juan Apocaleta



Difundid Señor, benignamente vuestra luz sobre toda la Iglesia, para que, adoctrinada por vuestro Santo Apóstol y evangelista San Juan, podamos alcanzar los bienes Eternos, te lo pedimos por el Mismo. JesuCristo Nuestro Señor, Tu Hijo, que contigo Vive y Reina en unidad del Espíritu Santo, Siendo DIOS por los Siglos de los siglos.












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"Sancte Pio Decime" Gloriose Patrone, ora pro nobis.





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jueves, 23 de abril de 2009

SEGUNDO DOMINGO DESPUÉS DE PASCUA 29 de abril de 2001

Amados hermanos en nuestro Señor Jesucristo:

En este segundo domingo después de Pascua el evangelio nos muestra a nuestro Señor ante los fariseos definiéndose a sí mismo como el buen Pastor.

Es impresionante ver a través de todo el evangelio la disputa, dialéctica y oposición permanente, constante e insidiosa hasta el odio, de parte de los fariseos, de parte de los superiores y quienes guiaban al pueblo judío, y cómo nuestro Señor no rehuye, sino que siempre va directo al grano: “Yo soy el buen Pastor”. Solamente Dios es bueno, la bondad por esencia, todo lo demás es bueno por una participación de la bondad de Dios, pero lamentablemente el hombre, los ángeles, espíritus puros, con la libertad que tanto los ángeles y nosotros tenemos, conculcamos, contradecimos esa bondad y he ahí el origen del mal y del pecado.

Nuestro Señor además les dice que solamente Él es el buen Pastor que da su vida por sus ovejas y que Él conoce a sus ovejas y ellas lo conocen a Él, como Él conoce al Padre y como el Padre le conoce a Él. De ahí la importancia de conocer a Dios, de conocer a nuestro Señor, de reconocerlo, y ese conocimiento y reconocimiento se hace por la fe y Dios se da a conocer por la revelación que Él hace de sí mismo a través de la palabra, del Verbo y ese Verbo es Cristo. Así como el hombre se da a conocer a través de la palabra, Dios se da a conocer a través de su palabra que es el Verbo Encarnado, que es nuestro Señor Jesucristo. En ese conocimiento mutuo que hay en Dios entre el Padre y el Verbo, nos reconocemos nosotros también, y esta es la importancia de conocer a Dios a través de la revelación. Esa revelación se encuentra en las Sagradas Escrituras y en la Tradición de la Iglesia, revelación escrita y revelación oral y aun la revelación escrita fue primeramente oral y después escrita; de ahí la importancia de la Tradición, de la revelación oral que no se puede dejar de lado.

Pero, desafortunadamente, esa Tradición oral hoy es dejada de lado como la dejaron de lado los judíos, tanto la oral como la escrita, para seguir su propia tradición, sus propias costumbres, sus propias tradiciones, sus propias cábalas y estupideces. Si el hombre no sigue a Dios y sigue a su propia estulticia, su propia estupidez es el castigo por no seguir la divina sabiduría, que es la palabra de Dios.

La estupidez es un pecado grave, es un pecado contra la verdad, contra la luz, contra el don más excelso del Espíritu Santo, que es el de la sabiduría. Por lo que en este mundo impío y alejado de Dios y que conculca los derechos de Dios y proclama los derechos del hombre, no hay sabiduría. Y donde no hay sabiduría no puede haber ni inteligencia ni ciencia, otros dos dones del Espíritu Santo y allí donde no hay ciencia ni inteligencia ni mucho menos sabiduría, ¿qué otra cosa puede haber? Caos, la estupidez del hombre endiosado, pues no pasamos de ser imbéciles, peores que animales.

Esa es la triste realidad del mundo y de nosotros si nos alejamos de la sabiduría divina; de ahí tantas injusticias y calamidades. No se puede rechazar la verdad, no se puede conculcar la verdad y en eso consiste el gran pecado contra el Espíritu Santo: impugnar la verdad conocida, revelada, manifestada, y esa luz es nuestro Señor que ilumina a todo hombre que viene a este mundo si el hombre no conculca y no rechaza esa luz; pero vemos en la historia de la humanidad el continuo y permanente rechazo a la luz, el mismo pecado de los fariseos que eran los pastores, los dirigentes de la sinagoga, de la verdadera Iglesia del Antiguo Testamento.

Nuestro Señor les reprocha a los fariseos que sean unos mercenarios, asalariados, es decir, que no apacientan desinteresadamente al pueblo manifestándole la verdad, sino que lo hacen por vil interés en la prebenda o el provecho, o para decirlo más vulgarmente, para satisfacer los propios apetitos como comer, beber, vivir bien. “¡Mercenarios!”, les reprocha en la cara nuestro Señor. En cambio, el buen pastor da la vida por sus ovejas, no huye cuando ve que viene el lobo, cuando hay dificultad, sino que afronta y defiende al rebaño. ¿Y acaso no sucede eso con el clero, con la jerarquía en general de la actual Iglesia católica, los obispos, los cardenales, los prelados, los príncipes de la Iglesia? ¿Qué hacen, no son hoy unos mercenarios? ¿No están allí por vil interés de la prebenda, del beneficio, del usufructo y menos por enseñar la verdad que rechazan y no conocen? Son unos brutos, lo que les interesa es el puesto como a los políticos.

Es un hecho, estimados hermanos, los obispos debieran ser la luz del mundo, que conozcan la doctrina y la defiendan y no esa sarta de interesados que no saben dónde están parados, lo único que les interesa es vivir bien; el mismo pecado de los dirigentes del pueblo elegido y que lo comete hoy la jerarquía en general, sin negar la excepción que confirma la regla. Pero ¿dónde está el clero? ¿Dónde la jerarquía de la Iglesia católica que defienda el rebaño y lo apaciente con la luz y si es necesario muera con las ovejas? Brillan por su ausencia; de allí el estado calamitoso y deplorable de la Iglesia católica hoy, por esa deserción de la jerarquía ante la verdad.

Por no seguir el ejemplo del buen pastor, convirtiéndose así en fariseos, cuánta gente no se pierde por el mal ejemplo de los sacerdotes corruptos, degenerados, homosexuales; porque hay que decirlo, eso es lo que se ve y da vergüenza. Por lo mismo, debemos pedir a nuestro Señor que haga algo prontamente, porque esto es el colmo como consecuencia de haberse alejado de la verdad, por haber perdido el interés en las cosas de Dios; cuando se pierde el interés por las cosas de Dios, queda todo lo ancho del mundo, con las facilidades que hoy otorga para hacer lo malo, lo perverso, lo corrompido; por radio, televisión, periódico o cine se transmite cuanta porquería se ocurra publicar; y para Dios, el olvido. Así va el mundo, todas estas abominaciones claman a Dios porque se ven dentro del clero y dentro de la jerarquía.

También hace nuestro Señor en este evangelio la gran promesa que no debemos olvidar: “Tengo también otras ovejas que no son de este aprisco, las cuales debo recoger; y oirán mi voz, y se hará un solo rebaño y un solo pastor”. No debemos olvidar esta promesa. Ese es el verdadero ecumenismo y no esa aberración que quieren llevar a cabo hoy: reunir a todos los hombres, mas no en la verdad, no bajo el mismo redil, no bajo el nombre de Cristo. Es una pantomima, una parodia, cuando no la antítesis de esta gran promesa; de ahí la herejía del ecumenismo que como toda herejía es la transposición de una verdad sobrenatural llevada al plan terreno y natural, naturalizando esa realidad sobrenatural.

Ese es el actual ecumenismo: una parodia. No necesariamente se puede estar conscientes de eso, pero la realidad objetiva y el trasfondo son así, porque no puede haber unidad fuera de nuestro Señor. Esa es la gran promesa que se realizará tarde o temprano en el reino de Dios, cuando “venga a nosotros tu reino y se haga tu voluntad aquí en la tierra como en el cielo”, y consta en el Padrenuestro. Esa fue la gran esperanza de los primitivos cristianos, por eso esperaban ansiosos el reino de nuestro Señor, ese reino que los judíos quisieron hacer carnal convirtiéndolo en un dictador mucho más prepotente que los emperadores del imperio romano y al estilo del orgullo de los hombres, error del cual nacen también las sectas protestantes.

El verdadero reino de Dios en esta tierra es el que los hombres de Iglesia han dejado de predicar hace ya mucho tiempo, a pesar de las palabras de Papas como San Pío X, o el mismo Pío XII quien en más de una ocasión llegó a alzar sus ojos esperando el reino de nuestro Señor y no para miles de años después. Nuestro Señor quiere reunir a todos los hombres bajo su cetro, reunirlos en su Iglesia, reunirlos en su verdad, porque Él es Rey y porque tiene otras ovejas que no son de este aprisco; esa es la gran promesa que debemos tener siempre presente y a la cual colaboramos todos aquellos que permanecemos fieles a nuestro Señor, fieles a la Iglesia católica, apostólica y romana, rechazando el ecumenismo herético y el progresismo igualmente herético, para ser fieles a nuestro Señor, esperando que más pronto que tarde se realice esa gran promesa.

Pidamos a nuestra Señora, la Santísima Virgen María, que nos ayude a consolidarnos en la fe, a robustecernos en la fe para poder permanecer fieles a nuestro Señor Jesucristo y a su santa Iglesia.

BASILIO MERAMO PBRO.