San Juan Apocaleta



Difundid Señor, benignamente vuestra luz sobre toda la Iglesia, para que, adoctrinada por vuestro Santo Apóstol y evangelista San Juan, podamos alcanzar los bienes Eternos, te lo pedimos por el Mismo. JesuCristo Nuestro Señor, Tu Hijo, que contigo Vive y Reina en unidad del Espíritu Santo, Siendo DIOS por los Siglos de los siglos.












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"Sancte Pio Decime" Gloriose Patrone, ora pro nobis.





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martes, 14 de abril de 2009

Carta a Monseñor Fellay en respuesta a mi expulsión

Acabo de recibir, el 7 de abril, en mano propia, como era de esperar, ateniéndose a la lógica
consecuencia de las cosas, después de dos amonestaciones canónicas, la notificación de mi
expulsión, que es desde luego injusta e inválida, jurídica y teológicamente considerada, pues las
moniciones eran de suyo inconsistentes siendo así repelidas inmediatamente, como consta en mis dos cartas en respuesta a las mismas.

De todos modos apelo a Roma Eterna interponiendo recurso contra el decreto de mi expulsión, a
tenor del derecho canónico (canon 647 § 2 n° 4), lo cual tiene efecto suspensivo y así, jurídicamente la expulsión queda en suspenso, sin efecto jurídico, hasta tanto el recurso esté
pendiente, y esto de modo indefinido, pues la Roma Eterna está hoy invadida por indignos
prelados que no cumplen con su deber, ex officio, confirmando a los fieles en la fe, sino que hacen
todo lo contrario, para corromper, prostituir la fe, el culto y la moral, violando la verdad, cuyo
imperio detestan, cual anticristos; y esto para colmo, como si fueran Dios, es decir, en el nombre
de Dios, de la santa obediencia a la autoridad y a la jerarquía de la Iglesia. Habrase visto mayor
abominación y desolación en lugar santo, haciéndose además adorar como si fueran Dios,
invocando la potestad divina, la cual pervierten e invierten. Y por esto Monseñor Lefebvre dijo que «Roma está ocupada por anticristos» en su declaración del 30 de junio de 1988. Y por irónico que suene el asunto queda como quien dice, pendiente hasta la Parusía de Cristo.

No obstante me toca soportar (sufrir) con paciencia e integridad la injuria recibida, permaneciendo firme en el combate frontal, como sacerdote católico, apostólico y romano, permaneciendo firme contra el modernismo de Roma anticristo, como una vez más Monseñor Lefebvre designa en la misma declaración mencionada a la Roma modernista y liberal que persigue a muerte la sacrosanta e infalible Tradición Católica, ante la cual hoy Usted junto con toda la cúpula directiva de la Fraternidad y los otros tres obispos de la misma, impune y cobardemente claudican entregándonos bajo apariencia de bien en los brazos del “magnánimo y paternal” Benedicto XVI que ha logrado seducirlos con hábil y sutil manipulación haciéndolos caer en la trampa.

Ahora, si Usted me lo permite, paso a hacer el descargo, de sus fulminantes (aunque absurdas)
acusaciones, al menos de las más relevantes y graves, dado el contexto teológico-doctrinal del
problema. Se me acusa de falsas y graves acusaciones contra el Superior General, de daño grave
por asumir una posición contraria, obstinación, rebelión contra la autoridad, escándalo, etc.

Quisiera saber, estimado y reverendísimo Monseñor, cuáles son las acusaciones falsas contra
Usted, graves sí, pero falsas no, si hay falsedad no es precisa y justamente de mi parte, sino (y
perdóneme) Usted, de la suya, dado que tiene un doble lenguaje, desde hace mucho tiempo y no
es porque Usted sea bilingüe, sino por su gran dilema, como llevarnos a un acuerdo sin que se
note la traición, encubierta bajo una falsa apariencia de bien.

Cómo es posible aceptar, lo que Usted mismo dijo hace ocho años, (en una entrevista al diario
valesano La Liberté, el 11 de mayo de 2001, y publicada en DICI n° 8, el 18 de mayo del mismo
año): «que nosotros guardamos en un 95% el Concilio Vaticano II», sin ser liberal y modernista; cuando hasta los mismos liberales y modernistas reconocen que el Concilio Vaticano II fue, como dice el Cardenal Suenens: «El Concilio es 1789 en la Iglesia», es decir, la Revolución Francesa de 1789 dentro de la misma Iglesia, o también como afirmó el entonces Cardenal Ratzinger y hoy Benedicto XVI: «El problema del Concilio fue asimilar los valores de dos siglos de cultura liberal» (Le destronaron, Monseñor Marcel Lefebvre, en la introducción).

Luego es claro y evidente que cualquiera que guarde o acepte el Concilio Vaticano II en un 95%
acepta en un 95% la Revolución Francesa dentro de la Iglesia, que asimila dos siglos de cultura
liberal en la Iglesia. Un 95% es un porcentaje altísimo estadística o matemáticamente considerado.

Entonces la gran pregunta es ¿que nos quiere decir? ¿qué pretende hacernos creer?, al decir que van a dialogar o a discutir con Roma doctrinalmente, ¿qué van a discutir, el 5% que resta? Esto
sólo prueba fehacientemente la parodia, el engaño, la mentira y la falsedad objetivamente
hablando, y esto por etapas con gran aparato de seriedad, mientras que de hecho todo se pudre
aceleradamente más.

Por si fuera poco, qué queda de la Fraternidad, de la resistencia ante el modernismo si se guarda, tiene, mantiene o acepta el 95% del nefasto y atípico Concilio Vaticano II, adogmático y por lo
mismo, absurdo, como el concebir un círculo cuadrado o un triángulo bilátero, un matrimonio
católico no indisoluble, pues como hace ver el teólogo dominico Marín Solá (sucesor en la cátedra
del eminente teólogo tomista en Friburgo, el Padre Norberto del Prado): «Está revelado que “todo Concilio ecuménico es infalible”, o lo que es lo mismo, está revelado que “todo Concilio es infalible si es ecuménico”.» (La Evolución Homogénea del Dogma Católica, Marín Sola, ed. BAC, Madrid 1963, p. 435); libro elogiado en 1923 cuando apareció por el Cardenal Merry del Val, quien fue Secretario de Estado de San Pío X, para combatir la herejía modernista que pretendía una evolución transformista y heterodoxa del dogma católico, tal cual hoy la concibe Benedicto XVI cuando dijo siendo Cardenal que «pone en duda que haya un magisterio que sea permanente y definitivo en la Iglesia» que «ya no hay una verdad permanente en la Iglesia, verdades de Fe, dogmas en consecuencia, se acabaron los dogmas en la Iglesia, esto es radical. Evidentemente esto es herético, está claro, es horroroso, pero es así». Tal como lo aseveró Monseñor Lefebvre en una de sus últimas conferencias espirituales en Ecône del 8 y 9 de febrero de 1991, pues murió el 25 de marzo de 1991.

Pero claro, ahora es según Usted “magnánimo”, “valiente”, “paternal”, le inspira confianza, es
conservador, y aún criticado por el ultraprogresismo como favorable a la Tradición, en resumen
casi un tradicionalista ante el cual Usted va a Roma «casi corriendo» y lo admira con ingenua
sonrisa como se puede apreciar en algunas fotografías en una de sus entrevistas, donde aparece
también el Cardenal Castrillón Hoyos y que adjunto para más pruebas de su inopinado y
comprometido proceder.

Monseñor Lefebvre denuncia un pacto de no agresión entre la Iglesia y la masonería, y Usted está dispuesto a pactar con él. «Un pacto de no agresión ha sido concertado entre la Iglesia y la masonería», A esto se lo ha encubierto con el nombre de «aggiornamento» de «apertura al
mundo»
, de «ecumenismo». (Un Évèque Parle, p. 97). «En adelante, la Iglesia acepta no ser ya la única religión verdadera, único camino de salvación eterna». (Ibid. p. 97).

Por esto, el entonces Cardenal Ratzinger, hoy Benedicto XVI, llega a reconocer a las otras falsas
religiones como un camino o vías extraordinarias de salvación como se puede apreciar en este
texto de corte conservador pero profundamente y solapadamente herético: «…se ha llegado a
poner un énfasis excesivo en los valores de las religiones no cristianas, que algún teólogo llega a presentar no como vías extraordinarias de salvación, sino incluso como caminos ordinarios».
(Informe sobre la Fe, Ed. BAC Popular, Madrid 1985, p. 220 última página).
Por si fuera poco, Monseñor Lefebvre señala que: «Este concilio representa, tanto a los ojos de
las autoridades romanas como a los nuestros, una nueva Iglesia que ellos laman por otra parte “Iglesia Conciliar”.»
(Ibid. p. 97).

Monseñor Lefebvre afirma que es un Concilio cismático, y Usted guarda el 95%, es decir que es
cismático en un 95%, magnífico nivel, citemos el texto: «Creemos poder afirmar, ateniéndonos a la crítica interna y externa de Vaticano II, es decir analizando los textos y estudiando los pormenores de este Concilio, que éste, al dar la espalda a la Tradición y al romper con la Iglesia del pasado, es un Concilio cismático. Se juzga el árbol por sus frutos.» (Ibid. p. 97). Así tenemos paradójica y absurdamente que Usted acepta el 95% de la Nueva Iglesia postconciliar, cismática y apóstata, por lo cual, tendríamos en Usted, a un cismático y apóstata en un 95% (no está mal el porcentaje), que dice ser el fiel y digno sucesor de Monseñor Lefebvre, si esto no es una falsedad y una traición ¿dígaseme qué es?

Monseñor Lefebvre considera que: «Todos los que cooperan en la aplicación de este
trastrocamiento, aceptan y adhieren a esta nueva “Iglesia conciliar”… entran en el cisma»
(Ibid. p. 98). Y Usted hoy pretende obtener un acuerdo con esta nueva Iglesia conciliar cismática.

Por si fuera poco, Usted pretende un reconocimiento oficial o regularización de la Fraternidad con Roma modernista y su ecumenismo apóstata, tal como lo señaló Monseñor Lefebvre: «Los que estiman un deber minimizar estas riquezas e incluso negarlas, no pueden sino condenar a estos dos obispos y así confirman su cisma y su separación de Nuestro Señor y su reino, a causa de su laicismo y su ecumenismo apóstata.» (Itinéraire Spirituel, p.9).

Sí, ecumenismo apóstata, porque eso es, en lenguaje moderno lo que las Escrituras llaman Gran
Apostasía, es decir la apostasía universal o ecuménica. Y a esta apostasía ecuménica o
ecumenismo apóstata Usted nos quiere acercar. Luego, nos quiere hacer unos adúlteros,
cismáticos, puesto que como dijo Monseñor Lefebvre: «Esta apostasía convierte a estos miembros en adúlteros y en cismáticos opuestos a toda tradición, en ruptura con el pasado de la Iglesia, y por lo tanto, con la Iglesia de hoy en la medida en que permanece fiel a la Iglesia de Nuestro Señor. Todo lo que sigue siendo fiel a la verdadera Iglesia es objeto de persecuciones salvajes y continuas.» (Ibid. p. 70-71).

En la carta a los Obispos del 10 de marzo de 2009, Benedicto XVI afirma, después de hacer
alusión a la “remisión de la excomunión”, como un gesto de bondadosa y paternal misericordia,
para invitar al retorno (del hijo pródigo) a los cuatro obispos de la Fraternidad, pero recordando
clara y explícitamente que «no ejercen legítimamente ministerio alguno en la Iglesia», puesto que no tienen misión o posición canónica, ya que siguen suspensos a divinis hasta tanto su situación se regularice aceptando, después de las discusiones doctrinales, el Concilio Vaticano II, lo cual expresa en estos términos (mostrando con el dedo la luna llena de la Pascua): «con esto se aclara que los problemas que deben ser tratados ahora son de naturaleza esencialmente doctrinal, y se refieren sobre todo a la aceptación del Concilio Vaticano II y del magisterio postconciliar de los Papas. (…) No se puede congelar la autoridad magisterial de la Iglesia al año de 1962, lo cual debe quedar claro a la Fraternidad». Con esto se ve cual es el objetivo de Roma modernista y apóstata, y Usted y los otros tres Obispos de la Fraternidad nos dicen que van a Roma para predicar la verdad, para convertirlos, etc. Esto es engañarse y engañarnos a todos estulta e ingenuamente, como el tonto que se queda mirando el dedo cuando le señalan la luna con la mano. Pero para colmo, Usted mismo reconoce casi con las mismas palabras de Benedicto XVI, y en respuesta, que: «Lejos de querer parar la Tradición en 1962, nosotros deseamos considerar el Concilio Vaticano II y la enseñanza postconciliar» (Carta del 12 de marzo de 2009) con lo cual Usted responde prontamente (dos días después) al mensaje de Benedicto XVI, cuando le señala claramente la luna. Esto sólo muestra y demuestra, y perdóneme Monseñor, su doble lenguaje modernista y liberal, manifestándose su falsedad y traición.

Luego Monseñor, es absurdo e injusto que por resistirle pública y abiertamente a su siniestra
política de reintegración en el marco oficial de la Nueva Iglesia conciliar con su ecumenismo
cismático y apóstata, Usted se atreva, en el ejercicio abusivo de su autoridad, comprometida y
claudicante con los peores y principales enemigos de la Iglesia, expulsarme, acusándome falsa e
injuriosamente de rebeldía, insumisión, desobediencia, obstinación, escándalo, sublevación, falto
de enmienda, perjudicial o dañino para con el bien común de la Fraternidad, acusaciones todas
que muy fácilmente se las puedo endosar y restregárselas en la cara, pero de esto se encargará el Divino Juez cuando venga a juzgar a vivos y a muertos, en él pongo la suerte de mi causa y allí
nos veremos, y entre tanto pido por Usted, que Dios lo perdone, porque no sabe lo que hace, ni
con la Fraternidad, ni conmigo que me defenestra como a un vil delincuente a la calle, sin
recursos, con 55 años (al igual que aconteció con muchos sacerdotes reticentes a las innovaciones en la época del Concilio), y esto después de haber dado todo de mí con total y generosa entrega al servicio de la Fraternidad, a la que pertenecí durante 29 años, dejando todo, renunciando a todo para servir a la Santa Madre Iglesia en la Fraternidad, resistiendo y combatiendo contra el modernismo herético y apóstata, al cual hoy Usted nos conduce suave, dulce, pero seguramente.

Hoy Usted me excluye de la Nueva Fraternidad reciclada a los pies de la Nueva Iglesia conciliar,
Nueva Fraternidad y Nueva Iglesia a las cuales jamás pertenecí ni quiero pertenecer nunca, yo
seguiré perteneciendo a la verdadera Iglesia y a la verdadera Fraternidad. Usted me expulsa,
mejor dicho me excomulga de su Nueva Fraternidad, poco me importa, como poco le importó a
Monseñor Lefebvre que lo excomulgaran de la Nueva Iglesia, siendo ello, lejos de un estigma, de
una afrenta, una verdadera condecoración inmarcesible y una prueba de su ortodoxia, y no como Ustedes, los cuatro obispos, que avergonzados pedís que se os quite tal afrenta ante los ojos del
mundo, no queriendo seguir soportando la Cruz, considerándola ignominiosa, como sí Cristo
hubiera bajado de la Cruz (instrumento de máximo oprobio y sufrimiento), pero no lo hizo, prefirió morir crucificado, vejado, escupido, azotado y despojado de su vestimenta y por todos
abandonado, para fundar su divina Iglesia entregándole el testamento de su Sangre derramada
sobre la Cruz. Y este testamento firmado con su divina sangre, su cuerpo todo inmolado, es la
Santa Misa, que hoy Usted de algún modo desconoce como única y exclusiva, al aceptar la Nueva Misa espuria y bastarda (como la llamó Monseñor Lefebvre al igual que a todos los nuevos
sacramentos y a los sacerdotes) como rito principal (ordinario) y legítimo mientras que la Misa
Tridentina pasa a ser un rito ocasional (extraordinario) en la Nueva Iglesia, que es (o será) la sede del Anticristo-Pseudoprofeta, pues como dijo Nuestra Señora en la Salette: «Roma perderá la fe y será la sede del Anticristo». El que tenga ojos que vea, y el que tenga oídos que oiga.

Por irónico que parezca, pero así son las cosas, Usted hoy me decapita, sin quizás recordarse que
gracias a mí, Usted aceptó el cargo de Superior General, dada mi intervención en el Capítulo
General de 1994, impidiendo así la reelección del Padre Schmidberger, que desde dos años antes
comenzó a disponerlo todo para ser reelegido y que casi lo logra, pues sorpresivamente Usted fue el elegido, en contra de sus planes, y que gracias a mi intervención al levantar mi voz para decirle que aceptara el cargo como una cruz, a imagen de San Pío X, que aceptó con pesar y hasta con
lágrimas el ser elegido milagrosamente en el cónclave, y así Usted después de retirarse unos
momentos a solas con el Padre Schmidberger en la habitación contigua (sala de grabaciones), a lo cual me opuse levantándome en medio de la concurrencia impávida y muda de los asistentes,
incluidos los otros tres obispos, para dirigirme al Padre Aulagnier, el entonces superior de Francia, y pedirle que interviniera impidiendo estos secretos, pero sin obtener ningún resultado; y así Usted al retornar a la gran sala aceptó su elección, concluido el breve entendimiento con el Padre Schmidberger.

Y para colmo de ironías después de saber esto, viendo como me trata (maltrato) algún ladino (cual abogado del diablo) podrá decir: «así paga el diablo a quien bien le sirve».

Todo este drama apocalíptico que vive la Iglesia está contenido proféticamente en toda la liturgia de la Cuaresma, de manera espacialísima y solemne en la Semana Santa y el Triduo Sacro que
nos muestra la Iglesia desolada, el altar desmantelado y el tabernáculo vacío, clara imagen de lo
acontecido no sólo hace 2000 años con la Pasión y muerte de Cristo en la Cruz, sino también de
lo que sucedería a la Iglesia, cuerpo místico de Cristo al fin de los últimos tiempos apocalípticos,
antes de su gloriosa Parusía, que todos debemos esperar y que pedimos incesantemente quizás
muchas veces sin darnos cuenta al pedir en el Padrenuestro, venga nos el tu reino (adveniat
regnum tuum), o como dice también San Juan Evangelista al finalizar el libro del Apocalipsis: Ven Señor Jesús, Maranatá.

Que Dios lo perdone, Monseñor, con todo su Capítulo, que cual concilio sanedrita me condena y
excluye, recordándome lo que hiciera con Nuestro Señor Jesucristo quien fuera el pueblo elegido, pero después corrompido, resonando en mis oídos las palabras de la liturgia: «Dijeron los impíos
oprimamos al varón justo porque es contrario a nuestras obras.» (5ª antífona de Laudes de Martes Santo). Pero también vienen a mi mente las reconfortantes palabras del Profeta: «El Señor Dios es mi protector, por eso no seré avergonzado; y así he presentado mi rostro como una piedra durísima, y sé que no quedaré confundido». (Is. 50, 7).
Así pues no quedándome otra alternativa que la de callar y claudicar en el vil silencio ante lo que
veo, o la de hablar claro y firmemente al precio de la exclusión, he cumplido con mi deber
sacerdotal sin traicionar a Dios ni a mi conciencia. Ahora no me queda sino deambular con la
cabeza entre las manos cual aconteció a San Dionisio cuando le decapitaron, antes de caer y
morir.

Me despido de Usted en este patético y significativo Triduo Sacro de la solemne Semana Mayor,
lleno de profética alusión a lo que acontecería con la Iglesia en los últimos tiempos apocalípticos,
pero que es el necesario preludio para la futura y gloriosa Pascua de Resurrección.

Basilio Méramo Pbro.
Orizaba, Jueves Santo, 9 de abril de 2009