San Juan Apocaleta



Difundid Señor, benignamente vuestra luz sobre toda la Iglesia, para que, adoctrinada por vuestro Santo Apóstol y evangelista San Juan, podamos alcanzar los bienes Eternos, te lo pedimos por el Mismo. JesuCristo Nuestro Señor, Tu Hijo, que contigo Vive y Reina en unidad del Espíritu Santo, Siendo DIOS por los Siglos de los siglos.












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"Sancte Pio Decime" Gloriose Patrone, ora pro nobis.





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domingo, 28 de septiembre de 2025

MEDITACION PARA EL DOMINGO DECIMOSEXTO DESPUES DE PENTECOSTÉS

   

 


Ave Maria Purissima:



Estimados hermanos en la única y verdadera Fe. El Evangelio del día de hoy, además de mostrarnos la misericordia con la que Nuestro Señor JesuCristo, dispensa no solo para el hidrópico a quien propina salud, sino incluso para el mismo pueblo deicida, a quienes pretende aleccionar con sus preguntas sin respuesta; Más aún, es terminante y categórico en el resto de la enseñanza, específicamente, cuando nos explica como no debe uno situarse en el convite, en algún lugar principal, sino en el último de ellos, es pues imprescindible, tener en cuenta que por antonomasia, nuestro amado redentor, utiliza la figura de las bodas y banquetes, específico para indicarnos su vuelta en gloria y majestad, y consideramos algunos otros evangelios, como el de las vírgenes prudentes, o el del que entro en el otro banquete sin ropas adecuadas, nos podemos comenzar a dar una buena idea, de que el último lugar, no es precisamente, compartiendo el banquete, sino en habiéndonos colado a este, podemos ser expulsados a las tinieblas externas, ese si es el correcto último lugar, al que estamos expuestos si “nos consideramos a nosotros mismos, como con un “lugar apartado” dentro del festín, terribilísima frase no solo para quienes se pretenden ya invitados, y ya con un lugar reservado, porque como menciona la epístola correspondiente al día de hoy, sin la verdadera caridad cristiana, aunque nos hubiésemos colado al banquete, teniendo el aceite de las vírgenes prudentes, esto es el estado de gracia, sin la ropa de bodas, seguro seremos expulsados de aquel inefable banquete, esto es, la verdadera caridad, el verdadero amor de Nuestro señor JesuCristo, que implica forzosamente el desprecio propio, cualquiera que pretenda que tiene alguna reservación hecha, y que está en perfecto estado de gracia, se encontraría en la hipótesis de las vírgenes prudentes, empero es menester imperioso, revisar el vestido, porque aun estando sentado, puede ser expulsado.

No es cuestión mas de que nos examinarnos a nosotros mismos, en nuestra obra y nuestras intenciones, si alguno, se esconde para no ser visto y juzgado, por sus circunstantes, cuando hace alguna mala obra, se está olvidando por completo de que quien juzgara en eterno esa obra es un DIOS que siempre le está viendo, empero, es una buena muestra de que lo poco o mucho bueno, que pudiera obrar, TAMBIEN lo hace única y exclusivamente para sus coterráneos, y no para el verdadero servicio de DIOS. “EN VERDAD OS DIGO, YA RECIBIERON SU PREMIO” empero ese pasajero y material premio humano, no implica que la obra este adecuada para confeccionar un vestido para las bodas. Muy al contrario, el tal, logrará entrar al banquete, y será expulsado de aquel, con la vergüenza que indica el evangelio del día de hoy, por haberse ensalzado engañándose a sí mismo, creyendo que el aceite (suponiendo que realmente lo poseía), era el único requisito para permanecer en las bodas.

Hagamos pues una revisión y concienzudo examen del motivo por que hacemos, o decimos, rectifiquemos nuestra intención, para que únicamente nos mueva el verdadero amor a Nuestro Señor JesuCristo, y pidámosle a la Santísima Virgen María, que no nos suelte de su mano, y nos haga creer que ya tenemos alguna falsa reservación en el banquete del cordero, reconozcamos nuestra incapacidad para generar cualesquier cosa buena, y mucho menos obtener por méritos propios la gracia que solo la misericordia Divina dispensa, pero más aun, pidámosle que no nos deje caer en la tentación, de creer que ya tenemos el vestido de bodas, que no nos deje creernos que alguna cosa buena podemos generar, que nos permita mantener siempre presente, que lo único que hemos ganado y podemos ganar por meritos propios, esta por afuera de ese banquete celestial, que nos conceda tener presente que nuestra nada y nuestra miseria, solo propinan frutos de error, de soberbia y de condenación, y apelemos a la infinita Misericordia Divina, para el Verbo se apiade de nosotros, y como al hidrópico nos toque, cure y lleve de la mano, a una perspectiva de verdadera humildad.

SEA PARA GLORIA DE DIOS

domingo, 21 de septiembre de 2025

DOMINGO DECIMOQUINTO DESPUÉS DE PENTECOSTÉS

  


Amados hermanos en nuestro Señor Jesucristo:
En el evangelio de hoy vemos la compasión de nuestro Señor por una mujer viuda a quien se le acaba de morir su único hijo. Conmovido ante el dolor de una madre, sin que nadie se lo pida, solamente por presenciar aquella escena, nuestro Señor le resucita a su hijo para consolarla, ya que siendo viuda perdía todo y lo único que tenía en el mundo; porque los hijos, no como mal se piensa ahora, son el único tesoro de una familia; en los hijos está la riqueza de una familia y el perdurar a través del tiempo la garantía de la ancianidad. Aunque también ahora, desgraciadamente, a los ancianos los encierran en las sociedades de la tercera edad para no ocuparse de ellos, lo cual muestra cuán bajo es nuestro nivel de cultura que desprecia a los ancianos, a los padres que nos han dado la vida. Nos preciamos de vivir en un siglo de ciencia y avance y lamentablemente es todo lo contrario.

Esa compasión de nuestro Señor, ese amor, esa caridad, nos hace recordar la deuda de amor que tenemos con Él que vino al mundo para redimirnos y que no escatimó su sangre para morir por nosotros. Ese amor se revela de manera concreta en la compasión que siente hacia esta pobre mujer resucitándole a su hijo, al único tesoro que tenía la viuda de Naím; por eso nuestro Señor le remedia su dolor volviéndole a la vida y manifestando con ese milagro su divinidad. ¿Por qué manifestando su divinidad? Porque dijo en nombre propio: “Yo te lo ordeno, Yo te lo digo”. Ese carácter personal es propio solamente de Dios, porque ningún enviado lo podría hacer sino invocando a Dios y no atribuyéndose poder divino como evidentemente lo hace nuestro Señor; así nos manifiesta su divinidad, en la cual debemos creer como católicos, porque siendo verdadero Hombre es verdadero Dios, y así ese Ser que es divino y que es humano, que se encarnó para salvarnos, para redimirnos del pecado, consuela a esta pobre mujer. La misericordia, el amor de Dios compadecido ante la miseria humana. Todos debemos tener ese amor, esa indulgencia con el prójimo y no faltar al mandamiento de la caridad que supera incluso al de la justicia; el de la estricta justicia que obliga en conciencia a retribuir a cada uno lo debido según el bien común; pero la caridad va mucho más allá, porque está por encima de la justicia.

También San Pablo, en la epístola de hoy, nos exhorta a hacer el bien a todos y en especial a los hermanos en la fe. Que no nos cansemos de hacer el bien y que no tengamos esa avidez, esa avaricia de vanagloria, de pretender y creernos mejores que los demás; eso es origen de disputas, de peleas y de odios. Que nos soportemos mutuamente es la Ley de Cristo. Y San Pablo nos dice que la Ley de la caridad, que es la Ley de Cristo, consiste concretamente en soportarnos mutuamente, y porque no nos toleramos, somos incapaces de tolerar a los demás que están a nuestro alrededor, porque de nada vale soportar a un chino, o a un japonés que está al otro lado del mundo que no nos afecta para nada, sino al que está viviendo bajo el mismo techo, al que vive al lado, al vecino de en frente, al que está próximo a nosotros.

De ahí viene la palabra prójimo, soportarnos y en ese soportarse mutuamente se ejerce la caridad, la Ley de Cristo, sabiendo que debemos tolerar los defectos inherentes a la miseria humana que tienen los que nos rodean, porque nosotros tenemos los mismos o quizá mayores o peores que ellos. Esto es un imperativo, no es facultativo, no es si me cae bien, si me hace un favor; no es si es agradable esa persona; es sin distinción, por encima de lo bueno o de lo malo que tenga, por encima de la simpatía o de la antipatía natural; la caridad no es un encanto natural, es, si pudiéramos decir, si quisiéramos usar la palabra simpatía, una simpatía sobrenatural por amor a nuestro Señor, por amor a Dios, porque Él murió en la cruz por todos y todos estamos obligados a amar al prójimo y en especial a los hermanos en la fe, es decir, a los católicos en primer lugar, en primer orden. Y veremos el fruto de la buena acción si no desfallecemos. De ahí surge la necesidad de la perseverancia, que es como una paciencia prolongada en el tiempo, para que veamos los frutos de las buenas obras hechas por amor a Dios.

Pidámosle a nuestra Señora, la Santísima Virgen María, que podamos cumplir con ese precepto de caridad, de amor, de compasión con el prójimo, soportándonos mutuamente y haciendo el bien a todos. +

PADRE BASILIO MERAMO
24 de septiembre de 2000

lunes, 15 de septiembre de 2025

Nuestra Señora de los Dolores



Nuestra Santísima madre la Virgen María manifestó a Sta. Brígida que concedía siete gracias a quienes diariamente le honrasen considerando sus lágrimas y dolores y rezando siete Avemarías:

* Pondré paz en sus familias.
* Serán iluminados en los Divinos Misterios.
* Los consolaré en sus penas y acompañaré en sus trabajos.
* Les daré cuanto me pidan, con tal que no se oponga a la voluntad adorable de mi Divino Hijo y a la santificación de sus almas.
* Los defenderé en los combates espirituales con el enemigo infernal, y protegeré en todos los instantes de su vida.
* Los asistiré visiblemente en el momento de su muerte; verán el rostro de su Madre.
* He conseguido de mi Divino Hijo que las almas que propaguen esta devoción a mis lágrimas y dolores sean trasladadas de esta vida terrenal a la felicidad eterna directamente, pues serán borrados todos sus pecados, y mi Hijo y Yo seremos su consolación y alegría.
(Rezar despacio, meditando estos dolores)


1º Dolor

La profecía de Simeón en la presentación del Niño Jesús.
Virgen María: por el dolor que sentiste cuando Simeón te anunció que una espada de dolor atravesaría tu alma, por los sufrimientos de Jesús, y ya en cierto modo te manifestó que tu participación en nuestra redención como corredentora sería a base de dolor; te acompañamos en este dolor. . . Y, por los méritos del mismo, haz que seamos dignos hijos tuyos y sepamos imitar tus virtudes.
Ave María,…

2º Dolor

La huida a Egipto con Jesús y José.
Virgen María: por el dolor que sentiste cuando tuviste que huir precipitadamente tan lejos, pasando grandes penalidades, sobre todo al ser tu Hijo tan pequeño; al poco de nacer, ya era perseguido de muerte el que precisamente había venido a traernos vida eterna; te acompañamos en este dolor . . . Y, por los méritos del mismo, haz que sepamos huir siempre de las tentaciones del demonio.
Ave María,…


3º Dolor

La pérdida de Jesús.
Virgen María: por las lágrimas que derramaste y el dolor que sentiste al perder a tu Hijo; tres días buscándolo angustiada; pensarías qué le habría podido ocurrir en una edad en que todavía dependía de tu cuidado y de San José; te acompañamos en este dolor . . . Y, por los méritos del mismo, haz que los jóvenes no se pierdan por malos caminos.
Ave María,…


4º Dolor

El encuentro de Jesús con la cruz a cuestas camino del calvario.
Virgen María: por las lágrimas que derramaste y el dolor que sentiste al ver a tu Hijo cargado con la cruz, como cargado con nuestras culpas, llevando el instrumento de su propio suplicio de muerte; Él, que era creador de la vida, aceptó por nosotros sufrir este desprecio tan grande de ser condenado a muerte y precisamente muerte de cruz, después de haber sido azotado como si fuera un malhechor y, siendo verdadero Rey de reyes, coronado de espinas; ni la mejor corona del mundo hubiera sido suficiente para honrarle y ceñírsela en su frente; en cambio, le dieron lo peor del mundo clavándole las espinas en la frente y, aunque le ocasionarían un gran dolor físico, aún mayor sería el dolor espiritual por ser una burla y una humillación tan grande; sufrió y se humilló hasta lo indecible, para levantarnos a nosotros del pecado; te acompañamos en este dolor . . . Y, por los méritos del mismo, haz que seamos dignos vasallos de tan gran Rey y sepamos ser humildes como Él lo fue.
Ave María,…


5º Dolor

La crucifixión y la agonía de Jesús.
Virgen María: por las lágrimas que derramaste y el dolor que sentiste al ver la crueldad de clavar los clavos en las manos y pies de tu amadísimo Hijo, y luego al verle agonizando en la cruz; para darnos vida a nosotros, llevó su pasión hasta la muerte, y éste era el momento cumbre de su pasión; Tú misma también te sentirías morir de dolor en aquel momento; te acompañamos en este dolor. Y, por los méritos del mismo, no permitas que jamás muramos por el pecado y haz que podamos recibir los frutos de la redención.
Ave María,…


6º Dolor

La lanzada y el recibir en brazos a Jesús ya muerto.

Virgen María: por las lágrimas que derramaste y el dolor que sentiste al ver la lanzada que dieron en el corazón de tu Hijo; sentirías como si la hubieran dado en tu propio corazón; el Corazón Divino, símbolo del gran amor que Jesús tuvo ya no solamente a Ti como Madre, sino también a nosotros por quienes dio la vida; y Tú, que habías tenido en tus brazos a tu Hijo sonriente y lleno de bondad, ahora te lo devolvían muerto, víctima de la maldad de algunos hombres y también víctima de nuestros pecados; te acompañamos en este dolor . . . Y, por los méritos del mismo, haz que sepamos amar a Jesús como El nos amo.
Ave María,…


7º Dolor

El entierro de Jesús y la soledad de María.

Virgen María: por las lágrimas que derramaste y el dolor que sentiste al enterrar a tu Hijo; El, que era creador, dueño y señor de todo el universo, era enterrado en tierra; llevó su humillación hasta el último momento; y aunque Tú supieras que al tercer día resucitaría, el trance de la muerte era real; te quitaron a Jesús por la muerte más injusta que se haya podido dar en todo el mundo en todos los siglos; siendo la suprema inocencia y la bondad infinita, fue torturado y muerto con la muerte más ignominiosa; tan caro pagó nuestro rescate por nuestros pecados; y Tú, Madre nuestra adoptiva y corredentora, le acompañaste en todos sus sufrimientos: y ahora te quedaste sola, llena de aflicción; te acompañamos en este dolor . . . Y, por los méritos del mismo, concédenos a cada uno de nosotros la gracia particular que te pedimos…
Ave María,…
Gloria al Padre .

LOS SIETE DOLORES DE LA SANTÍSIMA VIRGEN MARÍA

Era menester que el Cristo padeciese
y así entrase en la gloria.
(Lucas, 24, 26).
Esta fiesta la celebraban con gran pompa los Servitas ya en el siglo XVII y fue extendida por el Papa Pío VII en 1817 a toda la Iglesia, en memoria de los sufrimientos infligidos a la Iglesia y a su jefe visible por Napoleón I, y en acción de gracias a la Madre de Dios, cuya intercesión les había dado fin. El Evangelio de la misa nos recuerda el momento más doloroso de la vida de María, así como su inquebrantable firmeza: junto a la cruz de Jesús está de pie María, su Madre.

MEDITACIÓN LA VISTA DE LA CRUZ ES EL CONSUELO DEL CRISTIANO
I. Nada hay más consolador para un cristiano que poner sus ojos en la cruz; ella es quien le enseña a sufrir todo, a ejemplo de Jesucristo. Esta cruz anima su fe, fortifica su esperanza y abrasa su corazón de amor divino. Los sufrimientos, las calumnias, la pobreza, las humillaciones parecen agradables a quien contempla a Jesucristo en la cruz. La vista de la serpiente de bronce sanaba a los israelitas en el desierto, y la vista de vuestra cruz, oh mi divino Maestro, calrna nuestros dolores. No pienses en tus aflicciones ni en lo que sufres, sino en lo que ha sufrido Jesús. (San Bernardo)
II. ¡Qué dulce debe ser para un cristiano, en el trance de la muerte, tomar entre sus manos el crucifijo y morir contemplándolo! ¡Qué gozo no tendré, entonces, si he imitado a mi Salvador crucificado, viendo que todos mis sufrimientos han pasado! ¡Qué confianza no tendré en la cruz y en la sangre que Jesucristo ha derramado por mi amor! ¡Qué dulce es morir besando la cruz! El que contempla a Jesús inmolado en la cruz, debe despreciar la muerte. (San Cipriano)
III. Qué consuelo para los justos, cuando vean la señal de la cruz en el cielo, en el día del juicio y qué dolor, en cambio, para los impíos que habrán sido sus enemigos. Penetra los sentimientos de unos y otros. Que pesar para los malos por no haber querido, durante los breves instantes que han pasado en la tiera, llevar una cruz ligera que les hubiera procurado una gloria inmortal, y estar ahora obligados, en el infierno, a llevar una cruz agobiadora, sin esperanza de ver alguna vez el fin de sus sufrimientos.
El amor a la cruz
Orad por la conversión de los infieles.

ORACIÓN
Oh Dios, durante cuya Pasión, según la profecía de Simeón, una espada de dolor atravesó el alma dulcísima de la gloriosa Virgen y Madre, concédenos, al venerar sus dolores, que consigamos los bienaventurados efectos de vuestra Pasión. Vos que con el Padre y el Espíritu Santo vivís y reináis por los siglos le los siglos. Amén.

domingo, 14 de septiembre de 2025

DOMINGO DECIMOCUARTO DESPUÉS DE PENTECOSTÉS

  



Amados hermanos en Nuestro Señor Jesucristo:

En este domingo 14 después de Pentecostés, el Evangelio nos presenta la distinción, la incompatibilidad, la oposición que hay entre las riquezas, el mundo y Dios. Lo mismo hace San Pablo al hablarnos del espíritu de la carne opuesto al espíritu de Dios, las obras de la carne y las obras de Dios; nos muestra tajantemente que no se puede servir a Dios y al demonio, no se puede servir a Dios y al mundo, no podemos servir o seguir la ley del espíritu y al mismo tiempo la ley de la carne, hay una oposición diametral imposible de ignorar. Desgraciadamente el ecumenismo, el modernismo y el progresismo insisten en predicar ambas cosas como si fueran posibles, cuando Dios nos dice taxativamente en el Evangelio y San Pablo en la epístola que es indispensable esa separación, esa enemistad, esa oposición rotunda y profunda de esas dos maneras de ver las cosas, de considerarlas y de vivirlas.

Nos exhorta Nuestro Señor a buscar primero el reino de Dios, porque todo lo demás que nos es necesario para la vida cotidiana como el techo, la vivienda, el vestido, la educación, la alimentación, se nos dará por añadidura. Que no caigamos en el error de buscar la añadidura antes que el reino de Dios, que las cosas de Dios. Primero es Dios; todo lo demás, aunque sea de vital necesidad, de vital importancia, es añadidura y por añadidura se nos dará, para que no las busquemos con ese celo, con ese afán, con esa solicitud terrena que es lo que Dios no quiere, que arraiguemos en nuestro corazón esa preocupación por todo lo que legítimamente necesitamos, que no las busquemos primero con afán desmedido, y después a Dios. No es que Dios predique en el Evangelio de hoy la pereza, el desinterés, ni critique la provisión ni el ahorro, sino que al darnos el ejemplo de los lirios del campo, de las aves del cielo, nos hace entender que Él prevé y provee todas las cosas en su divina Providencia. Es tajante el Evangelio de hoy en concomitancia con la epístola de San Pablo a los Gálatas, el espíritu de la carne y el espíritu de Dios, el espíritu del hombre nuevo y el espíritu del hombre viejo.

El espíritu de Dios y el espíritu del mundo son opuestos, se destruyen, no se pueden amalgamar, no se pueden asociar, no pueden convivir en paz, no pueden estar juntos en igualdad de condiciones y debemos tener mucha claridad al respecto porque hoy el modernismo, el progresismo y el ecumenismo en esencia esto es lo que predican, y la amalgama de estas dos concepciones, de estos espíritus, está excluida, proscrita y maldita por la Ley de Dios. Y, aunque llevemos nosotros en nuestra propia carne esa ley de la carne, debemos con el espíritu de Dios combatirla y sojuzgarla hasta el último suspiro de nuestra vida; por eso es un error no solamente teológico, religioso y doctrinal sino además pedagógico.

Culturalmente es un error esa amalgama, esa falta de distinción y de separación entre los dos espíritus, el del mundo y el de Dios, y eso se aplica en todos los órdenes porque es imposible servir bien a dos señores, o se ama a uno y se odia a otro, o se sufrirá a uno y se despreciará al otro, no hay término medio. Dios quiere hacernos ver esta distinción para que no le prendamos una vela a Dios y otra al demonio, como desgraciadamente hacemos y como públicamente se hace en las santerías, ¿no le prenden una vela a Dios y otra al demonio? ¿Acaso no venden en un mismo negocio cosas religiosas, idolátricas y mágicas? Es cierto, el Indio Amazónico de la avenida Caracas tiene una sarta de estupideces de lo que llaman "brujería"; pero, quién sabe si llega a ser verdadero brujo, ya que para ser brujo hay que estar iniciado en el culto satánico y él tiene allí la imagen del Sagrado Corazón.

No prendamos una vela a Dios y otra al demonio, no, adoremos las riquezas y pretendamos adorar a Dios, porque una adoración excluye a la otra; y Nuestro Señor dice: "Buscad primero el reino de Dios y su justicia y todo lo demás se os dará por añadidura". No se interprete erróneamente este Evangelio pensando que Dios quiere una actitud de despreocupación parecida a la dejadez de un limosnero, un pordiosero, o como equívocamente se dice, un desechable. No es así, y tampoco consiste en vivir como los hippies a quienes nada importa; esa no es la actitud de la virtud católica. Dios quiere que nuestra preocupación por su reino esté por encima de todo lo otro; las cosas que se requieren para vivir decorosamente vienen: el techo, la comida, el vestido, pero no constituyen ellas el fin último sino que son la añadidura.

El fin último es Dios, el reino de Dios y no las riquezas, no la vivienda, no el vestido como hoy se piensa permanentemente, y que por buscar el pedazo de pan se olvida a Dios y hasta se lo vende. Dios quiere que olvidemos esa solicitud terrena, y ese apego desenfrenado, absurdo, loco; quiere en cambio que lo busquemos a El y a su reino, y que todas las otras cosas vengan por añadidura.

Dios no deja morir de hambre a nadie que le sirve; otra cosa es llevar una vida de sacrificios, de abnegaciones, y eso es lo que no quiere el mundo moderno; el mundo hoy vive para gozar, se tenga dinero o no, porque si no lo tienen, piensan en cómo vivir igual de mal que un millonario; y es un error, porque aun teniendo todo el oro del mundo, tienen que resignarse a vivir pobremente, sobriamente, sin desperdiciar nada, ahorrando y lo que sobre darlo de limosna, darlo para el culto divino, eso es lo que manda la ley cristiana o católica, eso es lo que manda la caridad. Pero es imposible que el mundo pueda entender eso; un mundo cuyo propósito es vivir cómodamente no puede entenderlo ni lo entenderá, aunque paradójicamente la gente vive peor que nunca. Sin embargo, ese es el ideal, la concepción de vida que busca primero lo que debiera ser la añadidura y deja para lo último el reino de Dios.

La mayoría de los que se dicen hoy católicos viven preocupados más del mundo que de las cosas de Dios y ese es el gran reproche, la gran advertencia, ¿acaso no valemos más nosotros que un pájaro, que un lirio, o no es más importante el alma que el cuerpo? Dios nos procurará aquello que se necesite si lo buscamos sincera y realmente a Él antes que a todo lo demás y para buscar a Dios antes que a todo lo demás, tiene que ser Él nuestro fin, nuestro último fin, pues Dios es lo principal. Es, por tanto, fundamental tener presente en nuestros deseos, en nuestros fines, que el reino de Dios está por encima de todas las cosas y no nuestros intereses, nuestros caprichos, nuestras preocupaciones, por legítimas y necesarias que sean.

Quien cree tener a Dios en segundo lugar, y quien pone a Dios en segundo lugar realmente lo deja en el último; esa es la lección que nos deja el Evangelio. Y el texto latino se refiere a Mammón, que es el dios o el ídolo bajo el cual los judíos, o el pueblo elegido simbolizaba las riquezas y todo lo que las riquezas procuran. Y no es solamente el mundo quien no busca a Dios, sino que, desgraciadamente, esta nueva iglesia, esta nueva Iglesia que se preocupa por agradar más a los hombres que a Dios, se convierte desde luego en la religión del hombre. Por eso, el verdadero culto, si no tiene a Dios y quiere volcarse al mundo, por ensalzar al hombre desprecia a Dios y eso es lo que acontece con toda la liturgia moderna.

Dicho sea de paso, no se puede rendir culto a Dios y al hombre, servir a Dios y al mundo en igualdad de planos, el culto tiene que ser exclusivo de Dios, porque Dios es exclusivo; de otra manera se tergiversa lo que explícitamente nos enseña este Evangelio y que el mundo de hoy contradice y por tanto no puede haber, ni podrá haber jamás paz entre esos dos espíritus, entre esos dos señores como desgraciadamente lo quiere el modernismo, lo quiere esa nueva religión que usufructúa el prestigio de la religión católica, pero que no es la religión católica ni tampoco es la Iglesia Católica.

Hay una falsificación, hay un engaño, abusando y utilizando la autoridad de la Iglesia y la investidura de la Iglesia, y el prestigio de la Iglesia y la palabra de la Iglesia para proponernos una nueva religión, un nuevo culto, un nuevo Evangelio que no es el Evangelio de Dios sino que será el de Satanás. Por eso también Nuestra Señora lo advierte tajantemente: hay que tener, estimados hermanos, mucho cuidado de no traicionar esos principios por debilidad, por nuestra miseria, porque llevamos esa ley de la carne en contra de la ley del espíritu hasta el último instante que tengamos de vida en esta tierra; de ahí que la lucha es permanente, y la lucha no es con el vecino sino con nosotros mismos, para que así reine Dios en nuestros corazones y podamos hacerlo reinar en los demás, dando el buen ejemplo y sufriendo con paciencia cuando no podamos hacer otra cosa.

Pidamos a Nuestra Señora, a la Santísima Virgen María, que aleje de nosotros ese espíritu de preocupación, de solicitud terrena que el Evangelio quiere erradicar para que podamos ir libremente a Dios y buscando a Dios tengamos las demás cosas en la medida que sean necesarias para nuestra salvación.

BASILIO MERAMO PBRO.
 17 de septiembre de 2000

domingo, 7 de septiembre de 2025

DOMINGO DECIMOTERCERO DESPUÉS DE PENTECOSTÉS

     


Amados hermanos en nuestro Señor Jesucristo:

En el evangelio de hoy vemos la curación de los diez leprosos y el reproche que nuestro Señor hace ante la ausencia de los otros nueve, dado que sólo uno de los diez vino a agradecerle y a reconocerle como Dios. Todos los santos padres interpretan, como señala el padre Castellani, que es el evangelio de la gratitud y la ingratitud, y por eso nuestro Señor en cierta forma reprocha esa ingratitud de los otros nueve que no vinieron a presentarse.

No obstante, queda la dificultad, ya que fue nuestro Señor mismo quien les dijo que fueran a los sacerdotes, cumpliendo ellos lo que Él mismo les dijo y por lo cual el padre Castellani dice que además de ingratitud hay otro plano que apunta a la religión, a la conversión, a la fe; y ante ella no hay otro mandato, otro precepto, otro afán, otra obligación, nada. Porque a Dios no se le puede anteponer ninguna otra relación, ningún otro fin, ningún otro interés. Y por eso no es solamente la ingratitud lo que reprocha nuestro Señor, sino el no reconocer que el bien lo habían recibido a través de la mano de Dios.

El único leproso que se dio cuenta fue el que regresó a darle gracias y a adorar a Dios, por eso se postró sobre sus pies; es el gesto de adoración a Dios en Oriente y como antiguamente se estilaba, y es ese el otro aspecto que recalca y hace notar el padre Castellani, completando la exegesis común que hacen todos los padres refiriendo este milagro de hoy a la agradecimiento y desagradecimiento. ¿Y por qué es tan importante la gratitud? Porque todo lo que recibimos de Dios en el orden sobrenatural es gratis, no es debido. Y el mundo de hoy en su impiedad, en su herejía, hace de la gracia algo exigido por el hombre, por la dignidad del hombre, he ahí el Concilio Vaticano II.

Y todo es gracia, todo es regalado en el orden sobrenatural, y en el orden natural la vida, la existencia, etcétera; también son gratis, como muchas cosas que Dios nos da, no hay una exigencia, no hay una obligación de Dios, es completamente de balde, y eso hay que reconocerlo delante de Dios. No nos es debido, no hay una exigencia, y si la hubiera, entonces ya no sería gracia, ya no sería reconocimiento, gratitud.

Eso es lo que el hombre de hoy exige a Dios en su orgullo cuando reconoce la gracia, porque cuando no la reconoce simplemente le da la espalda. Teólogos como el cardenal de Lubac, honrado con ese título cardenalicio, fue quizás uno de los primeros herejes en ese sentido, en hacer de la gracia una cosa debida a la exigencia de la dignidad del hombre, eso es lo que enseña el Vaticano II. Luego rompe esa relación de lo gratuito de todo el orden sobrenatural, de lo gratuito de la gracia. Y por eso la importancia del reconocimiento; Santa Teresita del Niño Jesús decía: “Nada atrae tanto las gracias de Dios como el ser agradecido”. Y el mundo de hoy es desagradecido, nadie da las gracias, todo le es debido al dios hombre: mis derechos, y eso comenzando desde los niños; los derechos de los niños que ya no le dan el asiento a un mayor, que no se saben retirar ante la conversación de un mayor si no se los llama, que no saben estar en su puesto, todo les es debido, y se convierten para colmo en las mascotas del papá o la mamá.

Por eso la mala educación del mundo moderno y toda la falta del principio de autoridad. El niño o el hijo no es agradecido con sus padres, con sus mayores, con sus maestros. No, es el rey, todo le es debido y es poco. Es un hecho palpable, y así no solamente con la juventud y los niños, sino también con los mayores, nosotros mismos creemos que todo se nos debe, nuestros derechos, sin deberes. Y ante Dios también estamos exigiéndole, y nos asemejamos así a la oración del fariseo y no a la del publicano que se reconoce indigno pecador.

Los Santos Padres interpretan y relacionan el Evangelio de hoy con la gratitud y la ingratitud, porque la ingratitud seca la simiente de donde emanan los bienes. ¿Cómo alguien va a dar a otro algo si al dárselo el otro piensa que le es debido y no que es simplemente una merced, una gracia? Y mucho más, si el que nos da es Dios, ¿cómo le vamos a exigir? Es un orgullo profundo.

Y el otro aspecto del que habla el padre Castellani, es el de la religión. ¿Por qué no vinieron los otros nueve sino nada más que uno sólo? Es el reproche que hace nuestro Señor, porque es mucho más importante que ir y tener el certificado legal que los incorporaba a la sociedad, pues los leprosos eran excluidos del comercio social con los demás, vivían por las afueras con una campanilla para que nadie se les acercase si no se daban cuenta de su proximidad; vivían excluidos, como excomulgados.

La lepra se podía sanar al comienzo (también podía haber falsa lepra), y si así sucedía, eran los sacerdotes los que certificaban que esos individuos podían volver a vivir en sociedad; pero nuestro Señor hace ver que todo eso queda de lado porque a Dios sólo hay que reconocerlo como tal y adorarlo, amarlo. A Dios se le alaba reconociendo sus beneficios, ¿y cómo se van a considerar sus beneficios, si los reconocemos como una exigencia? He ahí la contradicción; por eso es absurdo que el hombre moderno exija a Dios un beneficio, eso rompe toda alabanza; no puede alabar a Dios porque no lo puede reconocer como un beneficio sino como una obligación.

Eso es lo que hoy enseña la falsa religión instaurada dentro de la Iglesia, con ropaje de cordero, de oveja, para que el pueblo fiel no se dé cuenta y así el error circule; pero si vemos las cosas como son, deberíamos darnos cuenta. Debemos tener presente esa necesidad de reconocer con gratitud los beneficios de Dios para alabarlo reconociendo los beneficios que Él nos prodiga y así verdaderamente adorarlo. No como hoy que es un falso culto, es el hombre el que prima y no Dios; por eso la insistencia que vemos en la enseñanza de Juan Pablo II cuando va a todas partes diciéndole a la gente que Cristo vino para revelar al hombre, para mostrar lo que es el hombre, cuando es todo lo contrario. ¿Quién dice algo, quién osa decir que esa doctrina no es evangélica, no es de Cristo, no es de Dios, no es de la santa madre Iglesia? Cristo no viene a revelar al hombre ni a señalarle su dignidad, viene a mostrar la miseria del hombre, y viene a evidenciarnos su divinidad para que le adoremos y para que adorándole una vez convertidos, nos salvemos.

Hay una tergiversación profunda del mensaje evangélico y solamente se puede explicar en lo que éste anuncia, la pérdida de la fe, la gran apostasía, la falta de religión y la adulteración de la Iglesia católica. Hay una verdadera adulteración y por eso la necesidad de guardar el testimonio fiel de la sacrosanta tradición católica, apostólica, romana. Aunque muchos fieles, desgraciadamente, no se dan cuenta hasta dónde llega la lógica consecuencia, pero hay que insistir en ello, para mantenernos con una fe pura, inteligente para no caer en el error. Porque si los tiempos no son abreviados, aun los que poseen la buena doctrina caerían; tal es la presión. Y ésta es grandísima; es necesario advertir y alertar a los fieles.

No es que yo hable mal del Papa, como algunos fieles han pensado y no han tenido la valentía de decírmelo. Un católico jamás está en contra del Papa ni en contra del papado, pero también hay que tener claro que puede haber una usurpación, una inversión, una infiltración. El Apocalipsis habla de un pseudoprofeta que tiene la apariencia de cordero pero que habla como el dragón. Es más, si nos remitimos a lo que dice el venerable Holzhauser, gran exegeta reconocido por la Iglesia, que ya en los siglos XV y XVI, cuando escribió el comentario al Apocalipsis, advierte que hacia el final de los tiempos habrá un falso Papa; misterio, pero así habla él.

Ahora bien, no es a mí a quien toca determinar esas cosas, pero sí advertir, como lo han hecho los grandes exegetas que han vislumbrado la posibilidad de que haya un antipapa en la Iglesia; es lo único que trato de advertir sin hacer ningún juicio sobre la persona, prevenir para cuidarnos porque no es posible pontificar en el error. Eso lógicamente no es posible, la Iglesia es infalible en su enseñanza, en su fe y yo como católico, apostólico, romano, no puedo admitir que desde la cátedra de Pedro se pontifique en la herejía.

Ahora, ¿cuál es la explicación? ¿cuál es la solución? Yo no lo sé. Si al verdadero lo mataron y pusieron a otro, si hay un sosias o lo que sea, o un infiltrado; muchas son las posibilidades y es muy difícil saberlo, pero lo que sí tengo que saber como católico es que un Papa verdadero no puede pontificar en el error, tergiversando el evangelio y la palabra de Dios. Su misión es la de confirmar a sus hermanos en la fe y no en el error. En consecuencia, el gran desconcierto de los fieles es qué hacer ante esa patraña. Es muy difícil. Pero ahí está la sacrosanta Tradición, lo que siempre la Iglesia en materia de fe ha enseñado, lo que siempre enseñó, la fidelidad a sus dogmas. Dogmas que hoy están negados, cuando no puestos en duda y la Iglesia excluye la sospecha. Dudar de un dogma de fe ya es ser hereje; Dios es absoluto, no permite el recelo, no permite ese relativismo.

Por eso nuestro Señor hace ese reproche a los otros nueve: ¿dónde están? Como diciendo, ¿por qué no han venido también ellos a adorarme y agradecerme como tú lo has hecho? De ahí el significado, el sentido del evangelio de hoy. Nos demuestra, entonces, la responsabilidad de cada uno ante Dios: el cielo o el infierno. Porque de acuerdo con esa respuesta categórica se definirá por siempre nuestra existencia y hoy vemos que hasta al infierno se lo pone en duda o se lo niega, como se lo ha rechazado diciendo que es simplemente un estado del alma, pero que no es un lugar donde hay fuego.

¿Dónde queda el dogma de la Iglesia que dice que es un estado y que también hay un fuego eterno? Es evidente, y sin embargo, estas cosas que antes eran comúnmente aceptadas hoy son paladinamente cambiadas, puestas en duda. Nosotros no tenemos otro recurso más que el de la fidelidad a la sacrosanta Tradición de la Iglesia, y saber que ningún Papa, ningún cardenal, ningún obispo, ningún sacerdote, ni un ángel del cielo, como dice San Pablo, puede enseñar otro evangelio, otra doctrina. Eso dijo San Pablo, aun si uno de nosotros, es decir, uno de los apóstoles o un ángel del cielo viene y les algo distinto, sea anatema, sea excomulgado, queda fuera de la Iglesia. La garantía para pertenecer a la Iglesia Católica es mantenernos en la fe y la fe me la da la Iglesia, la de siempre, la de todos los Papas, y no la nueva que ha comenzado con Vaticano II, desconociendo la sacrosanta Tradición. Y no creo que nadie deba escandalizarse porque yo hable claro y diga la verdad a la luz de la fe y si me llegase a equivocar, pues que por lo menos, en honor a la caridad, tengan a bien venir y decirlo, pero no hacer labor de zapa, de socavar cuando se trata de dar la luz para que no caigamos en el error.

Pidámosle a nuestra Señora, la Santísima Virgen María, porque Ella es también la garante de la fidelidad a nuestro Señor, la verdadera devoción a la Santísima Virgen María, que hasta eso el demonio trata de eclipsar, de variar, de cambiar. Aun los gnósticos, aun los de la Nueva Era también hablan de nuestra Señora, y hasta los protestantes, cosa curiosa que nunca antes habían hecho. Pero no es la verdadera devoción, es la mentira mezclada con el error, y eso es muy difícil de detectar; tenemos que pedir la luz del cielo y agradecer cuando haya un sacerdote que con valentía y con toda sinceridad hable a los fieles, porque eso también es una gracia de Dios.

Por eso Dios les dijo a sus apóstoles que cuando no sean aceptados lo que queda por hacer es sacudir el polvo de sus pies e irse, pero no claudicar en su misión, no acomodarse al mundo, ni aun al gusto o al capricho de los fieles que están peor de lo que piensan, influidos y bombardeados trágicamente por un mundo impío y adverso a Dios. Ese siempre ha sido el lenguaje de los profetas, no el que halaga sino el que dice la verdad, pero ésta es de difícil aceptación.

De diez, uno solo reconoció la verdad y los otros nueve, ¿dónde están? Esperemos que en la hora de la muerte sigamos el ejemplo de este pobre leproso, que reconozcamos a nuestro Señor para que le adoremos en espíritu de verdad, en espíritu de fe y que este mundo corrompido que ha entrado en la Iglesia no nos destruya la fe y así podamos salvar nuestras almas. Es un problema de salvación, de santificación y no como algunos creen que “esto no es conmigo; total, yo me voy a salvar si sigo tranquilamente el camino más fácil”; seguir el camino más cómodo, sí, cuando todo anda bien en la Iglesia, pero cuando todo está al revés, ya es distinto y todo cambia; estos son los tiempos difíciles que nos toca vivir y que estamos viviendo.

Tenemos que recurrir de un modo mucho más intenso a nuestra Señora para que Ella nos proteja como a hijos pequeños suyos, porque todo es por gracia de Dios, no por exigencia. Reconocer los beneficios de Dios, por ejemplo, los de tener la Santa Misa tradicional, esta capilla y eso hay que reconocerlo y agradecerlo, ¿cuántos no andan por ahí buscando sin saber a dónde ir? Agradecer que somos católicos, que hemos nacido en tierras católicas, ¿qué tal haber nacido en China o en Japón, o en Suecia? Es un privilegio que hay que reconocer y más aún, mantenernos en lo que hemos recibido y no desperdiciar la gracia de Dios, que debemos transmitirla a los demás en la medida de nuestras posibilidades, y así ser más aceptos a Dios en medio de este acrisolamiento de la Iglesia, de la verdadera Iglesia reducida a un pequeño rebaño de Dios, como dice San Lucas.

Pidámosle a nuestra Señora para que seamos los fieles hijos de la Iglesia católica, apostólica, romana y así podamos permanecer leales a Ella y a Dios nuestro Señor. +

P. BASILIO MERAMO
18 de agosto de 2002