San Juan Apocaleta



Difundid Señor, benignamente vuestra luz sobre toda la Iglesia, para que, adoctrinada por vuestro Santo Apóstol y evangelista San Juan, podamos alcanzar los bienes Eternos, te lo pedimos por el Mismo. JesuCristo Nuestro Señor, Tu Hijo, que contigo Vive y Reina en unidad del Espíritu Santo, Siendo DIOS por los Siglos de los siglos.












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"Sancte Pio Decime" Gloriose Patrone, ora pro nobis.





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lunes, 13 de octubre de 2025

El milagro del Sol en Fátima, conmemoración de 108 años

   


 A ciento seis años del gran milagro del sol , anunciado con antelación por la Santísima Virgen María a los tres pastorcillos en Fátima,  todo esta a punto  para la gloriosa Parusía de Nuestro Señor JesuCristo.

     ¿A caso encontrara la Fé a su regreso?

     ¿Cuantos aun conservan el precepto  CUANDO VIEREIS INSTAURADO EN EL LUGAR SANTO A LA GRAN ABOMINACIÓN ANUNCIADA POR DANIEL... SI  ALGUIEN OS DICE QUE ESTA EN EL FONDO,  (acuerdistas felones de melcocha), O SI OS DICEN  QUE  ESTA  EN EL DESIERTO (Sedevacantistas de pacotilla)..  !!!  Falsos cristos y falsos profetas  de merd !!!  tienen a fuerza de  una  falsa  "necesidad de apoyo sacramental sentimentaloide"  pero sin  fe,  a la otrora grey DIVIDIDA  ya sea en el desierto o ya sea en el fondo de la casa???

   ¿Cuanta  ignorancia  hasta por supercheria en torno a las malas interpretaciones incluso de profecías  serias y mal entendidas???

   La convergencia (del griego original),  de los falsos  hebreos,  tergiversada  de la diáspora iniciada en 1948, trucada por una expectativa de una conversión del pueblo deicida.

    La señal del hijo del hombre  en el Cielo,  confundida por la  Cruz,  que es la señal  de la pasión y de la redención, que  empero,  no  es  señal  de que  EL HIJO  DEL  HOMBRE,  como lo  es  precisamente  la  Santísima Virgen  María, (con dos posibilidades de facto),  en Fátima en el milagro del Sol  se apareció realmente en  el cielo,  siendo  esta,  la única vez  en la que apareció  en el cielo,  (la Señal del  hijo del  hombre).

    En Portugal  se conservara el DOGMA de la Fé,  y no son pocos  quienes interpretan en sus lenguas y a su estilo,  sin  entender,  que los pastorcillos  Portugueses entendían el portugués como lengua Nativa,  y que en tal idioma, "PORTUS CALOS", significa  en el Puerto Hermoso,  y quien mas podría ser la Madre  del  Amor Hermoso,  y  su devoción,  ¿quien  nos  ayudara  a  conservar  LO QUE SE DEBE CREER DE LA ÚNICA Y VERA RELIGIÓN DEL ÚNICO  Y VERDADERO DIOS??

   ¿Quien se pone a pensar un poco en San Malaquías tratando de entender,  que específicamente los lemas unidos  en el original,  entre la gloria del Olivo, (la rata cantante),  en la persecución  extrema con el Pedro Romano, (un simple y estúpido seglar),  al estar unidos  en la profética escritura,  también lo actualizan en esta segunda mitad  del MEDIO TIEMPO  MAS  del periodo anticristiano?.(Un tiempo de Juan 23), (dos tiempos de JP´s)  y medio tiempo mas de La bestia terrena (rata cantante) Maledicto 666.  Tras el periodo de los siete reyes del libro de la revelación.

    Podríamos escribir incluso un libro con todas las actualizaciones del referido libro de San Juan,  pero lo mas probable es que sea  tan  inconcuso  como intentar convencer a Williamson y Cerdiani,  de que se arrepientan de sus falsas  resistencias,  y se enmienden,  o  Bernard Felon,  de su traición,  al igual que a "Degarraleta"  o a Toser del malhareis"  y la pregunta YA EN EL TIEMPO NETAMENTE PARUSIACO, no dejaría de existir.

¿ A CASO ENCONTRARA LA FE?

SEA PARA GLORIA DE DIOSAlberto González


NOTA: Recomendamos el video de este link: https://youtu.be/RFlhwStkbqk

domingo, 12 de octubre de 2025

DOMINGO DECIMOCTAVO DESPUÉSDE PENTECOSTÉS

  


Amados hermanos en nuestro Señor Jesucristo:
En el evangelio de esta Misa vemos la continua y permanente disputa, oposición y rechazo hacia nuestro Señor Jesucristo por parte de los dirigentes del pueblo elegido, de de los judíos que eran los fariseos, los escribas, los doctores de la Ley y quienes en primer lugar tenían que informar al pueblo para que reconociesen en nuestro Señor al Mesías anunciado por los profetas a través de todo el Antiguo Testamento. Este permanente rechazo los lleva a cambiar el sentido de las Escrituras claudicando su misión; es así como finalmente acaban condenando y crucificando a nuestro Señor. Ese hecho perdura hasta el día de hoy, cada judío al llegar al uso de razón en que se adhiere al judaísmo, rechaza a nuestro Señor Jesucristo y se convierte en su enemigo personal. Y no nos asombre esto sobre todo hoy, cuando se trata de disipar la oposición entre las falsas religiones y con los judíos en particular, siendo ellos los promotores de tantas herejías, instrumentos de Satanás y los destructores principales de la Iglesia y del reino de Dios.

Es una falta de atención no reconocer al enemigo, y no al nuestro, sino al de Dios, pues desconociendo al contrario difícilmente se escapará de sus garras. La Iglesia está siendo judaizada, entregada en manos de los judíos a través de todas las ideologías que han promovido la revolución y la masonería. La famosa Revolución francesa fue producto de la masonería, del judaísmo, y todas las constituciones de los Estados modernos se basaron en esa revolución anticatólica, anticristiana. Es el judaísmo quien ha promovido el protestantismo de Calvino, con toda esa teología protestante de la predestinación; es el judaísmo el que ha promovido en el Vaticano II la libertad religiosa y el ecumenismo para que la Iglesia pierda su identidad y caiga en manos del traidor. Y eso con la anuencia de los pastores, de la jerarquía, con lo cual se llega a repetir la historia en el tiempo, la historia de cuando vino nuestro Señor y encontró que los pastores y la misma jerarquía de la sinagoga, en vez de adoctrinar al pueblo, lo hicieron sucumbir en la apostasía que culminó con la crucifixión de nuestro Señor. Por eso la Iglesia no se cansa de mostrar a través del evangelio esa oposición y esa asechanza permanente.

Vemos cómo a nuestro Señor lo tildan de blasfemo, porque, quién si no sólo Dios puede decir que perdona los pecados. Ellos sabían y conocían que sólo Dios puede perdonar los pecados, entonces, una de dos, o nuestro Señor era un blasfemo o era Dios. Sin embargo, aun mostrándoles a través de un milagro que tenía el poder de Dios y que perdonaba al paralítico, en vez de concluir que era Dios, lo rechazan. Por eso nuestro Señor les replica: ¿Qué es más fácil decir: Perdonados te son tus pecados, o bien: Levántate y anda? Lo difícil no es decirlo, es hacerlo, y nuestro Señor hizo las dos cosas, lo hizo levantar y le perdonó los pecados, con lo cual afirmaba implícitamente que era Dios; porque solamente Dios puede perdonar los pecados, y solamente un blasfemo podía decir yo te perdono los pecados, si no era Dios, o si no lo hacía en el nombre de Dios, como los sacerdotes en el sacramento de la penitencia. Quedaba claro, patente, para los judíos, que nuestro Señor sí se atrevió a decir que perdonaba y curó al paralítico; la conclusión era que Él era Dios, era el Mesías.

Se puede preguntar ¿por qué nuestro Señor no lo afirmaba abiertamente? ¿Por qué no decía abiertamente que era Dios? Hay que tener en cuenta que el mundo estaba imbuido de paganismo, y la prueba de ello es que su gente quiso idolatrar a San Bernabé y a San Pablo cuando vio la majestad de sus personas hablando de Dios. Lo mismo hubiera ocurrido con nuestro Señor, le hubieran tomado por uno de esos dioses de la mitología griega, pero no lo hubieran tomado por el verdadero Dios. Los judíos rechazaban ese paganismo y estaban opuestos a esa idolatría, entonces nuestro Señor no podía decirlo, ni para que los judíos por un lado tuvieran piedra de escándalo, ni para que los paganos lo tomaran por uno de esos dioses de la citada mitología griega. Por eso la revelación tenía que hacerse paulatina, pausada, indirecta e implícitamente al principio, para decirlo después de modo explícito; para que lo reconocieran como al verdadero Dios.

Pero nada de todo lo anterior hizo que los judíos, excepto unos pocos, una minoría, lo aceptasen, mientras que el pueblo siguiendo a sus dirigentes condenó y crucificó a nuestro Señor. Por lo mismo, no nos debe extrañar que si eso pasó en la sinagoga que era la Iglesia de Dios del Antiguo Testamento, pase ahora en la Iglesia que es la Iglesia de Dios, dirigidos al igual que los judíos, por dirigentes que tergiversan la palabra de Dios, que le cambian el sentido y que conducen al pueblo, desgraciadamente, al error y a la apostasía. Hay que recordarlo, mis estimados hermanos, la Iglesia es infalible, es indefectible, no puede haber error en ella. Y esa que hoy se presenta como Iglesia católica jerárquicamente, oficialmente, públicamente, está llena de errores, no hace falta que sean herejías, sino simplemente errores y éstos no pueden tener cabida en la Iglesia, que es inmaculada. Como institución no puede predicar el error y los fieles no pueden tener una fe errónea porque habría claudicado Dios, habría claudicado la Iglesia. Es lamentable; ni aun puede permitirse teológicamente el error porque la Iglesia es infalible, los fieles no pueden creer en errores tales como ese de que todas las religiones salvan; no pueden creer que lo que antes era pecado ya no lo es; eso es destruir el concepto de pecado por una subjetivación del bien y del mal, de la moral. No se puede creer en la libertad religiosa, no se puede creer en el ecumenismo aunando a todos los hombres “sin dogmas que dividan”; no se puede pretender una paz que no esté fundamentada en Cristo Rey; y no hace falta decir que sean herejías, sino simplemente errores, porque el error no puede tener cabida y mucho menos la herejía.

Entonces, una Iglesia que se diga católica no puede albergar en su seno ni en la jerarquía ni en sus fieles una concepción errónea del dogma y de la fe católica, y si los presentan, mis estimados hermanos, desgraciadamente hay que decirlo, es porque hay una escisión dentro de la Iglesia; y aquellos que profesan el error, no digo una herejía, el simple error en lo concerniente a la fe, no pueden ser la Iglesia Católica que es una, es santa, y es verdadera. Es un problema muy grave, pero la infalibilidad, la indefectibilidad, la santidad de la Iglesia así lo exige, o si no, ¿qué pasaría? Sencillamente, que no todo aquel que dice ¡Señor, Señor! pertenece a Dios. Hay que conservar la pureza de la fe, y la Iglesia existe allí donde está la fe pura e inmaculada. No se trata solamente de los pecados de los miembros de la Iglesia como hombres pecadores, sino que se trata de la doctrina, que es una cosa muy distinta. Por eso, lamentablemente, hay una reducción de la Iglesia que nos cuesta admitir; pero por nuestro propio bien, no puede haber equivocación en la Iglesia, y si se diera, es porque allí, en esa parte, se ha desgajado de la verdad, se ha separado de nuestro Señor.

Por eso dice San Pablo en la epístola de hoy, epístola eminentemente apocalíptica porque hace alusión a la segunda venida de nuestro Señor: “De todo estáis ricos a causa de Él, en toda palabra y en toda ciencia, por haber establecido firmemente en vosotros el testimonio de Cristo. De manera que nada os falta en ninguna gracia, ya que esperáis la manifestación de nuestro Señor Jesucristo. Él os confirmará hasta el fin, para que seáis irreprensibles en el día del advenimiento de nuestro Señor Jesucristo”. Nos ha dado toda la verdad y toda la ciencia para que perseveremos en su testimonio y así Él nos mantendrá hasta que venga para que tengamos viva nuestra esperanza, ¿en qué? En la segunda venida de nuestro Señor, y esa debe ser nuestra esperanza. Él es el único que puede ordenarlo todo, porque estamos ante una Iglesia llena de errores y eso es un contrasentido.

Quiero decir, entonces, que no todo aquello que hoy se dice Iglesia católica lo es; no todo el que dice ¡Señor, Señor! entrará en el reino del cielo. Iglesia católica no es un nombre; yo no puedo ser católico si no profeso la fe de siempre y dejo de serlo si profeso la fe modernista de hoy. Esto que se nos presenta como la Iglesia, no puede serlo porque está llena de errores, porque la Iglesia es infalible, indefectible y de ahí que nuestro Señor nos advirtiera acerca de la gran apostasía, de la pérdida de fe para estos tiempos apocalípticos, próximos a su segunda venida y del pequeño rebaño al que quedará reducida la Iglesia, la verdadera Iglesia. Pues, como dice San Agustín, que la Iglesia de Dios está allí donde están los verdaderos fieles de Cristo, los verdaderos fieles, esa es la verdadera. La Iglesia no puede ser infiel y por eso debemos pedirle a Dios y a nuestra Señora como la Madre de Dios, que nos asista en esta hora tan dura, tan cruel, en esta pasión de la Iglesia, para que no claudiquemos en la fe que nos viene de la Santa Madre Iglesia, y para que no nos dejemos llevar de una Iglesia falsificada, judaizada.

Y esta petición que hacemos a Dios es porque sabemos que en Roma impera el judaísmo, y a eso se deben los crímenes por poder y por dinero aun dentro de la misma guardia suiza que es la guardia personal del Papa. La intriga, esa lucha entre la masonería y el Opus Dei, que es otra masonería dentro del Vaticano –basta leer para enterarse–. Desgraciadamente, algunos libros no muestran sino lo sucio, como quien mira un basurero, en eso se ha convertido el Vaticano, en un lugar donde no solamente se cometen asesinatos, sino donde también se ventilan entre cardenales vergonzosas intrigas de homosexualidad. ¿Y todo esto por qué y para qué? Para que no tengan el valor de hablar como yo lo estoy haciendo, porque les enrostrarían sus delitos, tales como “usted es así” u otros más. Últimamente se han editado dos libros, uno intitulado “Los crímenes en el Vaticano”, que comenta por qué se mató al capitán de la guardia suiza, a otro suizo y a su mujer; y otro libro anterior que también hablaba del Vaticano; nada de eso es bueno para la Iglesia. Pero desgraciadamente pasa, ¿y por qué no darnos cuenta de la miseria que ha entrado en el Vaticano? Ya lo anunció la Santísima Virgen María. Ella lo dijo: “Roma perderá la fe y será la sede del Anticristo”.

Y ¿qué pasará entonces con la Iglesia?, ¿será destruida? No, señores, porque la Iglesia es indefectible hasta el fin de los tiempos. Serán dos, una legítima y otra falsa que aparentará ante el público y el mundo que es la verdadera, pero la conoceréis por los frutos y los frutos son malos. La verdadera Iglesia, la perseguida, la del silencio, es fiel a la tradición católica, apostólica y romana. Estos conceptos se deben manejar claramente para no sucumbir ante el error y sobre todo no claudicar en la fe. Tengamos en cuenta las profecías, seamos católicos despiertos, vigilantes, no seamos idiotas útiles ni dormidos, no seamos perezosos. A Dios rogando y con el mazo dando, dispongámonos a dar la vida, la sangre, por amor a Dios y a la Iglesia católica aunque hoy la veamos convertida en cueva de ladrones. Esa podredumbre inocultable en razón de crímenes donde están en juego millones de dólares dentro del mismo Vaticano, son los hechos. Que después pretexten pasiones meramente personales, es ocultar la verdad, es otra cosa. No debemos escandalizarnos... “porque no puede menos de haber escándalos: pero ¡ay de aquel por quien viniere el escándalo!”. +

BASILIO MERAMO PBRO.
15 de octubre de 2000

martes, 7 de octubre de 2025

7 Octubre Batalla de Lepanto

 




LA BATALLA DE LEPANTO

La batalla de Lepanto fue un combate naval de capital importancia que tuvo lugar el 7 de octubre de 1571 en el golfo de Lepanto, frente a la ciudad de Naupacto (mal llamada Lepanto), situado entre el Peloponeso y Epiro, en la Grecia continental.

Se enfrentaron en ella los turcos otomanos contra una coalición cristiana, llamada Liga Santa, formada por los reinos de las Españas, Venecia, Génova y los Estados Pontificios. Los cristianos resultaron vencedores, salvándose sólo 30 galeras turcas. Se frenó así el expansionismo turco por el Mediterráneo occidental. En esta batalla participó Miguel de Cervantes, que resultó herido, sufriendo la pérdida de movilidad de su mano izquierda, lo que valió el sobrenombre de «manco de Lepanto». Este escritor, que estaba muy orgulloso de haber combatido allí, la calificó como «la más memorable y alta ocasión que vieron los pasados siglos, ni esperan ver los venideros».

Antecedentes de la Liga SantaEn 1570, después de unos años de tranquilidad, los turcos inician una expansión atacando varios puertos venecianos del Mediterráneo Oriental. Atacan Chipre con 300 naves y ponen sitio a Nicosia.

Venecia pide ayuda a las potencias cristianas, pero sólo el papa Pío V les responde. El Papa consigue convencer al rey de España para que también ayude, y se forma una armada para enfrentarse a los turcos. Esta armada se reúne en el puerto de Suda, en la isla de Candia (Creta).

Por parte veneciana hay 136 galeras, 11 galeazas y 14 naves, al mando de Jerónimo Zanne, Antonio de Canale y Jacobo Celsi.
Las fuerzas pontificias constan de 12 galeras al mando de Marco Antonio Colonna.
Felipe II aporta 50 galeras mandadas por Juan Andrea Doria (sobrino del fallecido Andrea Doria), que debía ponerse a las órdenes de Colonna.
En total suman 187 galeras, 11 galeazas, un galeón, 7 naves más, con un total de 1.300 cañones y 48.000 hombres, de los que sólo 16.000 son gente de guerra.

Mientras los generales cristianos discuten la forma de hacer frente a la situación, el 9 de septiembre los turcos toman Nicosia. Juan Andrea Doria, al ver que no hay acuerdo posible entre las fuerzas cristianas, decide volverse a Sicilia el 5 de octubre.

En su regreso a sus bases, las fuerzas venecianas y pontificias sufren un temporal en el que se pierden 14 de las galeras venecianas.

El Papa y Venecia culpan al almirante español del fracaso de la operación.

Los motivos de Juan Andrea Doria para no emprender un ataque contra fuerzas turcas superiores se basaban en el mal estado de las dotaciones y del armamento de las galeras de Venecia.

La Liga Santa
La armada aliada estuvo al mando de don Juan de Austria, secundado en la armada real por Álvaro de Bazán, Luis de Requesens y Juan Andrea Doria, mientras que la veneciana iba capitaneada por Sebastián Veniero y la pontificia por Marco Antonio Colonna. Entre todos reunían más de 200 galeras, 6 galeazas y otras naves auxiliares. La escuadra turca —al mando de Alí Bajá (señor de Argel y gran marino a las órdenes del sultán turco Selim II)— contaba con 260 galeras.

Ante el fracaso de esta expedición, Pío V reúne a plenipotenciarios reales y venecianos para tratar de tomar medidas efectivas contra la expansión turca por el Mediterráneo. Las discusiones se centran sobre las misiones de la Liga y la duración de la concentración de fuerzas, con posturas encontradas entre venecianos y de las españas. Los primeros quieren restringir su ámbito al Mediterráneo Oriental, mientras que los españoles quieren incluir las costas del norte de África.

Gracias al empeño personal del papa, el 24 de mayo de 1571 se llega a una solución de compromiso:

La duración será ilimitada.
Servirá tanto para atacar a Turquía como para atacar las plazas turcas del norte de África.
La armada estará formada por 200 galeras, 100 naves, 50.000 infantes y 4.500 jinetes.
Esta armada deberá estar preparada para entrar en acción en abril de cada año.
España sufragará tres sextos de los gastos, Venecia dos sextos y la Santa Sede el sexto restante.
El generalísimo de la liga será Juan de Austria, y cada nación aportará un Capitán General. Estos tres capitanes generales, reunidos en consejo, acordarán el plan anual de operaciones.
Ninguna de las partes podrá ajustar tregua ni paz con el enemigo sin participación y acuerdo de las otras dos.
El generalísimo no llevará estandarte propio ni de su nación, sino el especial de la Liga.
Una vez aprobado el tratado, el Papa intenta que se unan al mismo Portugal, Francia y Austria, sin conseguirlo. Francia incluso pactó con los turcos.

Mientras tanto, los turcos continúan con su campaña de conquista de Chipre, y forman una escuadra de 250 velas y 80.000 hombres para devastar y saquear algunos de los puertos venecianos del Adriático.

El 4 de agosto, por falta de vituallas, cae Famagusta, con lo que se completa la conquista turca de Chipre.

Reunión de las escuadras
Una vez escogido el puerto de Mesina como punto de reunión de las escuadras, comienzan a llegar al mismo las diferentes escuadras.

Los primeros son los venecianos, que llegan el 23 de julio y traen, por ahora, 48 galeras y cinco galeazas.

Poco después arriban las 12 galeras del Papa bajo el mando de Colonna.

Juan de Austria y Sancho de Leiva salen de Barcelona el 20 de julio con las galeras del rey. Recalan en La Spezia para recoger tropas alemanas e italianas, y llegan a Nápoles el 9 de agosto, donde el 14 recibe Juan de Austria el estandarte y las insignias de la Liga Santa, diseñados por el Papa y en el que aparecen los símbolos de las tres comandos. Arriban a Mesina el 23 de agosto.

Faltan por llegar las escuadras de Álvaro de Bazán, Juan Andrea Doria, Juan de Cardona y 60 galeras venecianas. A primeros de septiembre ya está toda la flota reunida, y su composición es:

Reinos de las españas:
90 galeras
24 naves
50 fragatas y bergantines.
Venecia:
6 galeazas
106 galeras
2 naves
20 fragatas.
Estados Pontificios:
12 galeras
6 fragatas.
Las galeazas eran los navíos más potentes gracias a su gran aportación artillera. Las galeras eran impulsadas por remeros profesionales o por «chusma», gente que había sido condenada, por cualquier delito, a este duro trabajo.

Las piezas artilleras de toda la escuadra eran 1.250.

Pese a la gran cantidad de navíos reunidos, a Juan de Austria le preocupaba el mal estado de muchos de ellos, debido a que muchas de las galeras italianas se habían construido rápidamente y otras tenían los espolones desgastados o podridos a causa de sus largas esperas en los puertos de amarre. Pese a ello se decidió que podrían aguantar.

La Liga Santa logró reunir un total de 91.000 soldados, marineros y chusma. 34.000 soldados, 13.000 tripulaciones y 45 galeotes. Por la parte real eran 20.231 los soldados, de los cuales sólo 8.160 eran nativos de la penínsual Ibèrica, italianos 8.160 y alemanes 4.987. Además se unieron 1.876 caballeros y aventureros.

A causa de la escasez de gente en las galeras venecianas, Juan de Austria decide embarcar en ellas a 4.000 infantes españoles1, para reforzar su guarnición. También embarca a 500 arcabuceros españoles en cada galeaza.

1. Al decir infantes o arcabuceros españoles se quiere decir «al servicio de España», ya que parte de ellos eran italianos o alemanes.

Salida a la mar de la flota cristiana
El 15 de septiembre salen las naves de Cesar Ávalos para esperar al resto de la flota en el Golfo de Tarento.

El 16, sale el resto de la flota cristiana. En vanguardia van 8 galeras exploradoras, al mando de Juan de Cardona, general de la escuadra de Sicilia. Sus órdenes son ir 8 millas por delante del grueso de la fuerza. El resto de la fuerza va dividido en cuatro cuerpos. Su formación era la del águila, pero sin pico.

El primero, que será el cuerpo derecho en combate, lo manda Juan Andrea Doria, con 54 galeras. Llevan grímpolas verdes.
El segundo, que será el centro en combate, lo manda Juan de Austria, y lleva 64 galeras con grímpolas azules.
El tercero, cuerpo izquierdo en combate, lo manda Agustino Barbarigo y son 53 galeras con grímpolas amarillas.
Y el cuarto, que es la escuadra de socorro o de reserva en combate, lo manda Álvaro de Bazán. Está formado por 30 galeras con grímpolas blancas.
Cada uno de estos cuerpos lleva dos galeazas, que en caso de combate se pondrán por delante de la formación principal. Los cuerpos están formados sin tener en cuenta la procedencia de los buques, intercalando buques venecianos, reales y pontificios.

Encuentran tiempo borrascoso y vientos contrarios, lo que les impide pasar Otranto hasta el 24 de septiembre, dejando atrás a las naves de vela.

Gil de Andrade, que lleva con sus galeras la exploración lejana, informa de que la flota turca se encuentra en el golfo de Lepanto, al resguardo de sus castillos.

Juan de Austria decide dirigirse a Corfú, convocando consejo de guerra, ya que, al haber dejado atrás a las naves de vela, no disponen de medios de sitio para atacar los fuertes de Lepanto. Deciden embarcar seis piezas gruesas de artillería de la defensa de Corfú, y salen a la mar el 30 de septiembre.

Se plantea un problema de competencias entre don Juan y los venecianos. El problema se origina en una galera veneciana, donde por defender cada uno a su gente, se enfrentan con las armas el capitán de la galera y el capitán de los soldados embarcados, resultando herido el veneciano. El almirante veneciano, Veniero, hace ahorcar al capitán de los soldados puestos por don Juan, por lo que éste convoca consejo de guerra, del cual excluye a Veniero, llamando a Barbarigo en su lugar. Juan Andrea Doria se manifiesta partidario de volverse a las españas y dejar solos a los venecianos, a los que considera poco de fiar, dada su experiencia anterior.

Los generales al servicio del rey que hablan después de él, defienden esta postura, pero Álvaro de Bazán opina lo contrario. Dice que el hecho de que Veniero haya hecho un disparate no es motivo para tirar por la borda todo el esfuerzo hecho hasta el momento. Los que hablan después de don Álvaro apoyan su postura. Cierra el consejo don Juan, diciendo «Adelante, sigamos el parecer del marqués», y deciden salir a la mar muy de mañana, formar línea de combate a 15 millas de las bocas de Lepanto y esperar 2 horas, y, si no saliese el enemigo, disparar sus cañones y volverse.

LA BATALLA
Preparativos de los cristianos
Estos fueron según consta en la orden general de navegación y combate dada por D. Juan de Austria, capitán general de la armada combinada de la Liga Santa o Santa Liga Cristiana, en el puerto de las Leguméniças el 9 de septiembre de 1571:

Deben tener mucho cuidado los que gobiernan la Armada de mantener vivo en sus gentes el espíritu religioso «á tal que Dios nuestro Señor nos ayude en la santa y justa empresa que llevamos».

También se ordena que la flota viajará con una avanzadilla 20 ó 30 millas delante de la Armada, a cargo de "Fray Pedro Justiniano, Prior de Mecina y Capitán general de las galeras de San Juan de Jerusalén, con seis galeras y dos galeotas".

En la misma orden de navegación, se ordena que la 4.ª escuadra llamada "el Socorro", y que estará compuesta por 29 galeras, y «por Capitán de ella ha de ir Don Juan de Cardona, Capitán general de las galeras de Sicilia» ha de ir en retaguardia de toda la Armada recogiendo las galeras que se queden retrasadas evitando que ninguna se quede atrás. Las galeras de la escuadra el Socorro llevaban un «gallardete de tafetán blanco con un asta de pica, cuatro brazas encima del fanal».

Se ordena así mismo que toda la Armada debe proveerse de abundante agua «donde se hubiere de hacer aguada», que se almacene en las galeras y que no se gaste más que para lo necesario. Ya que ha ser tan grande la Armada, se teme tener dificultades para conseguirla en un único punto, y ordena por tanto que intenten aprovisionarse con una distancia de cinco o seis millas una escuadra de la otra y, en caso de tener por necesidad que hacerlo toda la Armada en el mismo punto, se hará toda la Armada junta.

La orden dice que la escuadra de vanguardia debe retrasarse a los lugares ordenados y las dos galeotas de Fray Scipion Ursino y Francisco de Mecina han de acudir al marqués de Santa Cruz a recibir órdenes.

Las galeazas, según la previsión de la orden de navegación y combate de 9 de septiembre de 1571, cuando llegue el momento de la batalla se distribuirían de la siguiente manera: La galeaza Capitana y la de Andrea de Pessaro con la escuadra de batalla siendo remolcadas por ésta, y en el momento preciso se colocarían delante de la escuadra «en derecho de la Real á tiro de cañón», esperando la orden para que se sacaran fuera de la batalla. Las dos del Duque de Florencia, Capitana y Patrona irían al ritmo de la batalla y lucharían en la parte derecha (Capitana) e izquierda (Patrona) de la Real. Las galeazas de Don Ambrosio Bragadini y Jacobo Gozo irían con el cuerpo derecho de la Armada a cargo del Marqués de Santa Cruz, posicionándose para la batalla delante a la misma distancia; el Marqués se tenía que hacer cargo de remolcarlas y pasarlas delante. Las dos galeazas de Antonio ragadini y Vicencio Quirini irían en el cuerpo izquierdo a cargo del Proveedor Soranzo, encargándose el Proveedor Sorano de remolcarlas y posicionarlas para la batalla.

El 30 de septiembre partió la Armada de los molinos (cerca de Corfú) y llegó a Leguminici (Albania) llamado antiguamente Epiro, un puerto con abundantes suministros. Llegó una de las fragatas que había llevado Gil de Andrade, avisando que el turco se encontraba en el puerto de Lepanto, antiguo Naupacto y que había enviado 60 navíos de remo y dos naves a Corn con enfermos para dejarlos allí.

Ordenó Don Juan de Austria a los que estaban retrasados en Corfú que se dieran prisa y que pusieran orden, pues el tiempo era de suma importancia. La Armada siguió en Leguminici, incluso después de llegar Antonio Colona (los retrasados en Corfú), por el mal tiempo reinante, saliendo del puerto el miércoles 3 al amanecer, si bien llevaban preparándose para la batalla desde el día 1.

Al llegar ese mismo día 3 a las 9 de la mañana al Cabo Blanco, cerca de Chafalonia, ordenó Don Juan de Austria prepararse para la batalla a toda la Armada. Don Juan personalmente fue por un lado de la Armada poniendo en orden de batalla y por la otra, el Comendador mayor de Castilla. Navegaron toda la noche hasta las 4 de la mañana y llegaron al puerto de Fiscardo en el canal de Chafalonia. Llegó ese mismo día un barco desde Candia y les contó que Famagusta había caído en manos del turco y que todos habían sido degollados.

Durante los siguientes días hasta el de la batalla, fueron aproximándose al puerto de Lepanto, enviando Don Juan vigías por mar y tierra para descubrir la armada turca. El domingo, la guardia que estaba en los calces de la Real, avisó que había descubierto una vela latina, y al poco toda la Armada turca. Don Juan ordenó subir vigías a los calces y que trataran de contar. Al poco llegaron los vigías de tierra confirmando que se trataba de la armada enemiga.

Mandó Don Juan disparar una pieza de artillería y otras señales previstas para avisar de la batalla. Se embarcó en una fragata con Don Luis Cardona, caballerizo mayor y con su secretario Juan Soto, y fue animando a sus soldados hablándoles de la victoria segura, pues iban a pelear por Dios, afirmando que lucharían hasta perder la vida, pues si la perdían, la ganarían.

Poco antes de la batalla, se puso Don Juan de rodillas y oró a Dios pidiéndole la victoria para los suyos. Lo mismo hicieron todos los de la galera Real y del resto de la Armada. Tras esto les fue dada la absolución por los padres jesuitas y capuchinos enviados por su Santidad con el jubileo. Cuenta Don Juan que en ese momento «fue el mar aquietado de tanta bonanza, cuanta se pudo desear y forzó a la armada enemiga a plegar su velas y venir a remo», lo que permitió a la Armada cristiana ponerse en orden de batalla, especialmente el cuerpo izquierdo.

Según lo acordado, el «Balsâ» disparó una pieza para pedir batalla, que fue contestada por Don Juan con otra aceptando. Tras navegar una o dos millas en dirección al «Balsâ», «mandó Don Juan segundar otra vez significando que aseguraba la batalla».

A la vista de la cantidad de velas, algunos propusieron reunión del consejo de guerra, a lo que don Juan responde: «Señores, ya no es hora de deliberaciones, sino de combatir».

Preparativos de los turcos
Alí había llamado a todos sus almirantes para concentrar sus fuerzas en Lepanto. El último en llegar fue Mahomet, rey de Negroponte, con 60 galeras y 3.000 soldados.

En total reunieron 210 galeras, 63 galeotas y 92.000 combatientes, de los cuales 34.000 eran soldados, 13.000 tripulaciones y 45.000 galeotes. La «chusma» estaba compuesta de prisioneros cristianos capturados en distintas batallas o asedios. Además, las piezas artilleras ascendían a 750, menos que las cristianas, aunque los arqueros llevaban flechas envenenadas y fueron muy útiles en los abordajes.

Al igual que la flota cristiana, están divididos en cuatro cuerpos. Su formación era de media luna.

El primero, cuerpo derecho, al mando de Mahomet Siroco, gobernador de Alejandría, formado por 54 galeras y 2 galeotas.
El segundo, centro, mandado por Alí Bajá, general en jefe, con 87 galeras y 32 galeotas.
El tercero, cuerpo izquierdo, lo manda el corsario Cara Hodja (Kodja) con 61 galeras y 32 galeotas.
El cuarto, o escuadra de reserva o socorro, lo manda Murat Dragut, y tiene 8 galeras y 21 galeotas y fustas.
Las órdenes eran terminantes. El gran señor Selim II ordenó a Alí salir a la mar en busca de los cristianos y combatirlos donde los encontrara.

Cuando avistan a la flota cristiana, Pentev y Uluch Alí recomiendan retroceder y ponerse bajo la protección de los castillos, pero Alí, cumpliendo órdenes, manda atacar.

El combate

Fresco de la batalla en el museo del VaticanoA las 7 de la mañana las dos escuadras se divisan. En el lado cristiano, Barbarigo, al mando del cuerpo izquierdo, recibe órdenes de pegarse a la costa todo lo que le sea posible, para evitar que las galeras turcas lo sobrepasen y hagan una maniobra envolvente. El centro se coloca a su lado, pero el cuerpo derecho, al mando de Juan Andrea Doria, tarda en incorporarse a la formación, dejando un espacio libre entre el centro y el ala derecha.

Las galeazas, fuertemente armadas y artilladas, están situadas una milla por delante de la formación cristiana.

Los turcos tienen el viento en popa, pero, cuando están aproximándose, cambia el viento, lo que les obliga a emplear los remos.

Al llegar las primeras galeras turcas a la altura de las galeazas, éstas abrieron un nutrido fuego de artillería y fusilería, lo que hizo que algunas naves turcas empezasen a hacer ciaboga. Alí aceleró su ritmo de boga, para así estar menos tiempo sometido al castigo, y los demás le imitaron.

Pero al acelerar la boga, el cuerno derecho turco se adelantó sobre el resto de la formación, por lo que entabla el combate contra el cuerpo izquierdo cristiano. Algunas galeras turcas consiguen pasar entre las fuerzas de Barbarigo y la costa, y la galera de Barbarigo, la capitana del cuerpo izquierdo cristiano, es atacada por varias galeras turcas. Barbarigo muere en el combate de un flechazo en un ojo, y, cuando su nave está a punto de ser apresada, todas las demás galeras de su grupo acuden en su auxilio, dando la vuelta a la situación y haciendo que los turcos se retiren. Varias galeras turcas varan en la costa, y sus tripulaciones huyen por tierra.

En el centro, la capitana de Alí (la Sultana) embiste, proa con proa, a la de don Juan (la Real), dejando unidas a las dos embarcaciones en una plataforma de 110 metros. Al embicar con el golpe, recibe en su cubierta todo el fuego de artillería y fusilería de que es capaz la galera de don Juan, lo que le produce muchas bajas, repuestas inmediatamente desde otras galeras. Las galeras de Colonna, Veniero, el Duque de Parma y Urbino se ponen al costado de la de don Juan, con lo que se forma una piña de galeras cristianas y turcas en las que se lucha cuerpo a cuerpo. Álvaro de Bazán, con sus naves de socorro, interviene impidiendo que otras galeras turcas puedan unirse a esa piña, y envía 200 hombres de apoyo a la galera de don Juan. Cae rendida la galera capitana turca y los cristianos se apoderan de su estandarte. La lucha duró una hora y media. Con esto, el centro de la flota turca queda deshecho, al igual que antes su flanco derecho. Alí Baja fue abatido por siete disparos de arcabuz y un soldado de los Tercios, Andrés Becerra, descolgó el estandarte otomano y un galeote cortó la cabeza de Alí ofreciéndosela a Juan de Austria. Éste la despreció con gesto de asco y ordenó que la arrojase al mar.

En el ala izquierda turca, Uluch Alí ve que hay un hueco entre el centro y el ala izquierda cristianos, por lo que hace ademán de apartarse del centro turco, para que Juan Andrea Doria le siga y así aumentar la brecha. Cuando ve que ésta es suficiente, se lanza contra el costado derecho del centro cristiano, con sus 93 buques y la gente fresca, produciendo grandes daños a la capitana de Malta, a 10 galeras venecianas, a dos del Papa y a otra de Saboya. Juan de Cardona acude con 8 galeras y el de Bazán con la escuadra de reserva, consiguiendo detener el ímpetu del ataque turco, que estuvo a punto de cambiar la suerte del combate.

Uluch Alí, viendo que todo el centro cristiano se dirige a atacarle y que las galeras de Doria están a punto de llegar, corta los remolques de las galeras que había apresado y consigue huir con 16 galeras.

Juan de Austria sufrió una herida en un pie.

Hasta la puesta del sol continúa el combate a base de escaramuzas entre galeras aisladas, y, al anunciarse mal tiempo, ordena don Juan reunirse y marchar con las presas al puerto de Petala.

Al día siguiente volvieron los cristianos al campo de batalla para recoger y auxiliar a los buques desmantelados y a los náufragos.

Resultados de la batalla
En Petala los cristianos efectúan el recuento de bajas. Se contabiliza la pérdida de 12 galeras cristianas (aunque luego ascendieron a 40 por los graves daños sufridos) y de 7.600 hombres, de los que 2.000 eran españoles, 880 de la escuadra del Papa y 4700 venecianos. Hubo 4.000 heridos.

Se cuentan «170 galeras y 20 galeotas de 12 bancos arriba» apresadas a los turcos, de las que sólo 130 estaban útiles, quemándose las otras 60. Se hicieron 5.000 prisioneros y se liberaron 12.000 cautivos cristianos. Se estimaron entre 20.000 y 30.000 los muertos del bando turco. 

Conmemoración de Fiesta de Nuestra Señora del Rosario

    


Las promesas de la Virgen a los que recen el Santo Rosario

Un creciente número de hombres se unió a la obra apostólica de Domingo y, con la aprobación del Santo Padre, Domingo formó la Orden de Predicadores. Con gran celo predicaban, enseñaban y los frutos de conversión crecían. A medida que la orden crecía, se extendieron a diferentes países como misioneros para la gloria de Dios y de la Virgen.
El rosario se mantuvo como la oración predilecta durante casi dos siglos. Cuando la devoción empezó a disminuir, la Virgen se apareció a Alano de la Rupe y le dijo que reviviera dicha devoción. La Virgen le dijo también que se necesitarían volúmenes inmensos para registrar todos los milagros logrados por medio del rosario y reiteró las promesas dadas a Sto. Domingo referentes al rosario.


Promesas de Nuestra Señora, Reina del Rosario, tomadas de los escritos del Beato Alano:

1. Quien rece constantemente mi Rosario, recibirá cualquier gracia que me pida.
2. Prometo mi especialísima protección y grandes beneficios a los que devotamente recen mi Rosario.
3. El Rosario es el escudo contra el infierno, destruye el vicio, libra de los pecados y abate las herejías.
4. El Rosario hace germinar las virtudes para que las almas consigan la misericordia divina. Sustituye en el corazón de los hombres el amor del mundo con el amor de Dios y los eleva a desear las cosas celestiales y eternas.
5. El alma que se me encomiende por el Rosario no perecerá.
6. El que con devoción rece mi Rosario, considerando sus sagrados misterios, no se verá oprimido por la desgracia, ni morirá de muerte desgraciada, se convertirá si es pecador, perseverará en gracia si es justo y, en todo caso será admitido a la vida eterna.
7. Los verdaderos devotos de mi Rosario no morirán sin los Sacramentos.
8. Todos los que rezan mi Rosario tendrán en vida y en muerte la luz y la plenitud de la gracia y serán partícipes de los méritos bienaventurados.
9. Libraré bien pronto del Purgatorio a las almas devotas a mi Rosario.
10. Los hijos de mi Rosario gozarán en el cielo de una gloria singular.
11. Todo cuanto se pida por medio del Rosario se alcanzará prontamente.
12. Socorreré en sus necesidades a los que propaguen mi Rosario.
13. He solicitado a mi Hijo la gracia de que todos los cofrades y devotos tengan en vida y en muerte como hermanos a todos los bienaventurados de la corte celestial.
14. Los que rezan Rosario son todos hijos míos muy amados y hermanos de mi Unigénito Jesús.
15. La devoción al Santo rosario es una señal manifiesta de predestinación de gloria.

REFLEXIONES DE SOR LUCÍA SOBRE EL SANTO ROSARIO:

Creo que, después de la oración litúrgica del Santo Sacrificio de la Misa, la oración del Santo Rosario, por el origen y sublimidad de las oraciones que lo componen y por los misterios de nuestra redención que recordamos y meditamos en cada decena, es la oración más agradable a Dios que podemos ofrecer y de mayor provecho para nuestras almas. Si así no fuese, Nuestra Señora no la habría recomendado con tanta insistencia.


La oración del Santo Rosario es la que más ha sido recomendada por todos los Sumos Pontífices que en los últimos siglos, sirvieron a la Iglesia, comenzando por Gregorio X_111, que en la Bula "Monete Apostolos", lo llama "Salterio de la Santísima urgen que rezamos para aplacar la ira de Dios e implorar la intercesión de la Santísima Virgen" (1 de abril de 1573). También Sixto V, en la Bula "Dum ineffabilis", el 30 de enero de 1586, llama al Rosario "el Salterio de la Gloriosa y siempre Virgen María, Madre de Dios, instituido por inspiración del Espíritu Santo".

Antes de estos dos Papas gobernó la iglesia San Pío V. Éste atribuyó a la oración del Rosario la victoria de Lepanto, obtenida por los cristianos contra los turcos, el 7 de octubre de 1571. En acción de gracias, mandó celebrar anualmente, en ese día, la fiesta de Nuestra Señora de las Victorias, fiesta que su sucesor vino a designar como Nuestra Señora del Rosario.

Cerca de trescientos años después de esta guerra, servía a la Iglesia el Papa Pío IX. Éste, en su lecho de muerte dijo a los que lo rodeaban: "El Rosario es un evangelio compendiado y dará a los que lo recen aquellos ríos de paz de que nos habla la Escritura; es la más hermosa devoción, la rnás abundante en gracias, y agradabilísima al Corazón de María. Sea éste, hijos míos, mi testimonio para que os acordéis de mi en la tierra" (febrero de 1878). Es maravilloso cómo el gran Pontífice unió la oración del Rosario al Corazón Inmaculado de María. ¡O no fue, acaso, él, el Pontífice de la Inmaculada que hiciera la proclamación dogmática de la Inmaculada Concepción de María por la Bula "Ineffabilis Deus", en 1854!

León XIII, en la Encíclica "Fidentem plumque", de 20 de septiembre de 1896 dice: "En la devoción del Rosario, Cristo ocupa el lugar principal (...) por medio de las oraciones vocales de que está formado, podemos expresar- profesar la fe en Dios, nuestro Padre providentísimo, en la vida eterna, en el perdón de los pecados, -y también en los misterios de la Augusta Trinidad, del Verbo Encarnado, de la maternidad divina, y en otros. Ahora bien, nadie ignora el gran valor y mérito de la fe. La fe, efectivamente, no es otra cosa que una escogida simiente que, en el presente, produce flores de todas las virtudes que nos vuelven agradables a Dios y dan frutos que duran hasta la vida eterna: puesto que «conocerte es justicia consumada y el reconocer Tu justicia y virtud, es la raíz de la inmortalidad» (la cita es del Libro de la Sabiduría, 15, 3)".

Admirable es la afirmación del Papa León XIII según la cual la Santísima Trinidad es la obra de salvación realizada por Cristo que está en el centro de esta gran oración que es el Rosario, constituyendo éste una gran profesión de fe en aquellos misterios centrales de la Doctrina Católica. Es de gran valor espiritual la fe que en la referida oración profesamos y ejercitamos. Por eso el mismo Pontífice valiéndose de las palabras del Apóstol San Pablo dice: "Porque con el corazón se cree para alcanzar la justicia, y con la boca se confesa la fe perra la salvación " (Romanos, 10, 10). Por eso, el Rosario nos ofrece la oportunidad para esta profesión externa de fe.

Su Santidad Pío XI nos dijo en la Encíclica "lngravescentibus malis". del 9 de septiembre de 1937: "El Santo Rosario no es solamente arma para derrotar tilos enemigos de Dios v de la Religión. sino. sobretodo. promueve y fomenta las virtudes evangélicas. Yen primer lugar, reanima la fe católica con la contemplación de los divinos misterios .y eleva el entendimiento al conocimiento de leas verdades reveladas por Dios" Y se dignó conceder la indulgencia plenaria para el rezo del Rosario delante del Santísimo Sacramento de la Eucaristía. El Santo Padre Pío XII, el 16 de octubre de 1940. dijo: "El Rosario es, por el significado de su nombre, un collar de rosas; no de aquellas roscas con las cuales los impíos se adornan con petulancia, según la palabra de la Escritura -«Coronémonos de rosas antes de que se marchiten» (Sab. 2. 8)-. sino de rosas cuya frescura es incesantemente renovada en las manos de los devotos de María" (...)
A los que dicen que el Rosario es una oración anticuada y monótona debido a la repetición de las oraciones que lo componen yo les pregunto si hay alguna cosa que viva sin ser por la repetición continuada de los mismos actos.

Dios creó todo lo que existe de modo que se conserva por la, repetición continuada e ininterrumpida de los mismos actos. Así, para conservar la vida natural, inspiramos y expiramos siempre del mismo modo; el corazón golpea continuamente siguiendo siempre el mismo ritmo; los astros como el sol, la luna los planetas, la tierra, siguen siempre la misma ruta que Dios les marcó. El día sucede a la noche, año tras año, siempre del mismo modo_ La luz del sol nos alumbra y calienta siempre de la misma forma. En tantas plantas, brotan las hijas de la primavera, se visten después de flores, dan fruto y vuelven a perder las hojas en el otoño o invierno. Y, así, todo lo demás sigue la ley que Dios le marcó y todavía a nadie se le ocurrió decir que era monótono. y por lo tanto prescindible: ¡es que necesitamos de eso para vivir! Pues bien, en la vida espiritual tenemos la misma necesidad de repetir continuamente las mismas oraciones, los mismos actos de fe, de esperanza y de caridad, para tener vida, visto que nuestra vida es una participación continuada de la vida de Dios.

Cuando los discípulos pidieron a Jesucristo que les enseñase a orar, Él les enseñó la bella fórmula del Padrenuestro, diciendo: "Cuando oréis, decid: Padre..." (San Lucas, 11, 4). El Señor nos mandó rezar así, sin decirnos que, pasado un cierto número de años, buscásemos nueva fórmula de oración, porque ésta habría pasado a ser monótona. Cuando los enamorados se encuentran, pasan horas seguidas repitiendo la misma cosa: "Te amo!" Lo que les falta a los que hallan la oración del Rosario monótona es Amor; y todo lo que no está hecho por amor no tiene valor. Por eso, nos dice el Catecismo que los diez mandamientos de la Ley de Dios se encierran en uno sólo, que es amar a Dios sobre todas las cosas Y al prójimo como a nosotros mismos.
Los que rezan diariamente su Rosario son como los hijos que todos los días disponen de algunos momentos para ir junto a su padre, para hacerle compañía, manifestarle su agradecimiento, prestarle sus servicios, recibir sus consejos y su bendición. Es el intercambio y el cambio de amor del padre para con el hijo y de éste para con el padre, es la dádiva mutua.

HERMANA LUCÍA (Tomado de su libro "Llamadas del Mensaje de Fátima")


REVELACION DE NUESTRA SEÑORA A SANTO DOMINGO DE GUZMAN:

"Viendo Santo Domingo que los crímenes de los hombres obstaculizaban la conversión de los albigenses, entró en un bosque y pasó en él tres días y tres noches en continua oración y penitencia. Un día, se le apareció la Santísima Virgen acompañada de tres princesas del cielo y le dijo:
  
- ¿Sabes tú, mi querido Domingo, de qué arma se ha servido la Santísima Trinidad para reformar el mundo?

- Oh, Señora — respondió él — vos lo sabéis mejor que yo, porque después de vuestro Hijo Jesucristo fuisteis el principal instrumento de nuestra salvación.

Ella añadió: - Pues sabes que la pieza principal de la batalla ha sido la salutación angélica, que es el fundamento del Nuevo Testamento. Por tanto si quieres ganar para Dios esos corazones endurecidos, reza mi salterio.

La Virgen reveló: - Sólo si la gente considera la vida, muerte y gloria de mi Hijo, unidas a la recitación del Avemaría, los enemigos podrán ser destruidos. Es el medio más poderoso para destruir la herejía, los vicios, motivar a la virtud, implorar la misericordia divina y alcanzar protección. Los fieles obtendrán muchas ganancias y encontrarán en mí a alguien siempre dispuesta y lista para ayudarles.


El Santo se levantó muy consolado y abrazado de celo por el bien de estos pueblos, entró en la Catedral y en ese momento sonaron las campanas (por intervención de los ángeles) para reunir a los habitantes. Al principio de la predicación se levantó una espantosa tormenta, la tierra tembló, el sol se nubló y los repetidos truenos y relámpagos hicieron estremecer y palidecer a los oyentes. El terror de éstos aumentó cuando vieron que una imagen de la Santísima Virgen, expuesta en un lugar prominente, levantaba por tres veces los brazos al cielo para pedir a Dios venganza contra ellos si no se convertían y recurrían a la protección de la Santa Madre de Dios. Quería el cielo con estos prodigios promover esta nueva devoción del santo rosario y hacer que se la conociera más. La tormenta cesó al fin por las oraciones de Santo Domingo. Continúo su discurso y explicó con tanto fervor y entusiasmo la excelencia del Santo Rosario, que casi todos los moradores de Tolosa le abrazaron, renunciando a sus errores, viéndose en poco tiempo, un gran cambio en la vida y costumbres de la ciudad".

Historia de la festividad:
En el siglo XVI, San Pío V instauró su fecha el 7 de octubre, aniversario de la victoria en la Batalla de Lepanto, donde las fuerzas cristianas derrotaron a los turcos que invadían Europa (atribuida a la Virgen), denominándola Nuestra Señora de las Victorias; además, agregó a la letanía de la Virgen el título de Auxilio de los Cristianos. Su sucesor, Gregorio XIII, cambió el nombre de su festividad al de Nuestra Señora del Rosario.2​ A causa de la victoria en la batalla de Temesvár en 1716, atribuida por Clemente XI a la imagen, el papa ordenó que su fiesta se celebrase por la Iglesia universal. León XIII, cuya devoción por esta advocación hizo que fuera apodado el Papa del Rosario, escribió unas encíclicas referentes al rosario, consagró el mes de octubre al rosario e incluyó el título de Reina de Santísimo Rosario en la letanía de la Virgen.

domingo, 5 de octubre de 2025

DOMINGO DECIMOSÉPTIMO DESPUÉS DE PENTECOSTÉS

  


Amados hermanos en nuestro Señor Jesucristo:


En este domingo 17 después de Pentecostés, vemos en el Evangelio la continua asechanza de los fariseos hacia nuestro Señor. Cómo un doctor de la ley, un teólogo, como podríamos decir nosotros hoy, le pregunta no para aprender, no para salir de su ignorancia, no para saber un poco más, sino para tentar a nuestro Señor cuál es el mandamiento que en definitiva resume toda la ley y todos los profetas, es decir, todo el Antiguo Testamento. Nuestro Señor le responde: “Amar a Dios sobre todas las cosas, amarlo con toda el alma, con todo el entendimiento, amarlo de todo corazón”. No a medias, no parcialmente, no a ratos, sino íntegra y totalmente.

El primer mandamiento es amar a Dios sobre todas las cosas; que todo lo otro sea secundario, que todo lo otro venga después, que primero sea Dios, y eso en todo, por encima de todo. No hacerlo implica pecado y pecado mortal, pecado grave; porque si yo no amo a Dios sobre todas las cosas, quiere decir que amo otra cosa como si fuera Dios, la antepongo a Dios, peco contra Dios y mortalmente, porque la prefiero antes que a Él y no la subordino a Él; y en eso consiste, amados hermanos, el pecado mortal, en amar algo que no es Dios –por ende criatura–, como si fuera Dios, como si fuera la Suma Verdad, el Supremo Bien, el último fin; anteponer la criatura sea cual fuere ésta, en el lugar de Dios.

El otro mandamiento es semejante porque se basa y deriva del primero: amar al prójimo, es decir, a todos los demás hombres por amor a Dios. El hombre no vive solo, sino entre sus semejantes y ese amor a Dios se refleja en la caridad que debe tener el hombre con ellos, y el incumplimiento de este amor al prójimo es lo que ocasiona tantas desgracias y tantos males, odios, peleas, riñas, disputas, envidias, guerras desastrosas en las que prácticamente se aniquilan los pueblos. Si hay tanto mal y tanta violencia entre los seres humanos y entre las naciones es porque esos seres humanos y esas naciones ya no se fundamentan en la caridad y el amor a Dios.

Y, dicho sea de paso, y no por criticar, pero es absurdo, es estúpido hablar de paz en el mundo, y menos en Colombia, donde no habrá proceso de paz si no se habla de Dios, si no se habla del verdadero y único Dios, de la verdadera religión católica. Es ilógico, pues mientras no se hable de Dios, no habrá paz sino una maldición y por eso es una falsa paz, es un amañado proceso de paz, internacional y nacionalmente, porque las naciones no proclaman al Dios único. Como dice San Pedro en la epístola de hoy, cuando se habla de libertad religiosa, de libertad de cultos, es decir, de libertad de religiones y de dioses como a cada uno le venga en gana, eso es una blasfemia y una herejía, y esa herejía circula como si fuese moneda corriente en este mundo y dentro de la Iglesia, desgraciadamente, cayendo en el error. No podrá haber verdadera paz, verdadero amor entre los hombres si no se proclama a Cristo Rey. Ya eso no se predica, lo tienen olvidado, y no solamente olvidado, sino proscrito, como si fuera palabra maldita, cuando es todo lo contrario.

Toda la Ley de los profetas se resume, se condensa en ese mandamiento que es doble mandamiento –amar a Dios y amar al prójimo–, y vemos que ni aun nosotros que queremos ser católicos cumplimos con estos dos mandamientos, porque si los cumpliéramos cabalmente, seríamos santos, verdaderamente santos. La santidad consiste en ese amor pleno a Dios, y porque se ama a Dios se ama al prójimo y no se peca; todo lo demás puede darse o no. Por eso ya San Agustín decía: “Ama y haz lo que quieras”, no para hacer lo que quiere hoy el mundo que llama amor a cualquier cosa según su capricho, según sus pasiones, sino porque quien verdaderamente ama a Dios no puede sino amar al prójimo; y por esos dos amores, no pecar contra ninguno de ellos; no faltarle al prójimo en sus bienes externos materiales, robándole y engañándole, no faltarle en su familia deseando su mujer; no ultrajándolo en sus bienes personales, calumniando a la misma persona, mintiendo. Si cumpliéramos los mandamientos, no le haríamos mal a nadie y todo por verdadero amor a Dios. Ese es el mandamiento que da la pauta, para que veamos, pues, cuán lejos estamos del real amor a Dios y le amemos con toda nuestra alma, con todo nuestro corazón, con todo nuestro entendimiento.

Así le responde nuestro Señor al fariseo para que ellos se conviertan, para que ellos reconozcan al Cristo. Por eso, inmediatamente, sin perder tiempo, Él hace la pregunta: ¿Quién es el Cristo? ¿Qué se dice de Él? Y ellos le responden que Cristo es el ungido de Dios; eso es lo que quiere decir Cristo –hijo de David–, y nuestro Señor entonces les repite para hacerlos pensar: “Y cómo es posible que sea hijo de David, si David dijo que era su Señor y nadie va a decir que su hijo es su Señor”; con lo cual les estaba demostrando que si las Escrituras decían que el Hijo de Dios, el Ungido de Dios, era hijo de David y David reconocía que era su Señor, entonce este ungido era hijo de Dios, que era Dios, estaba por encima de David. Por eso le decía el rey David “Señor”, y con eso, que los fariseos reconocieran que ese hijo de David era Dios y que ese hijo de David era nuestro Señor.

Cómo nuestro Señor se les insinúa a través de la misma Escritura a estos doctores de la ley que se convirtieron en falsos doctores, en falsos profetas, tergiversando las Escrituras, corrompiéndolas, para acabar crucificando al Mesías, a nuestro Señor. En eso acabaron los judíos, y de ahí la maldición, hasta que reconozcan a nuestro Señor como a su Dios y Señor, como el hijo verdadero de David, es decir, que proviene del linaje de David según la carne. Así, queda manifiesta esa doble genealogía de nuestro Señor, su genealogía eterna, divina, Hijo de Dios, y su genealogía humana, temporal, terrestre, terrena, como hijo de David, ya que Él era hombre y Dios al mismo tiempo. Ese es el gran misterio de nuestra religión que no debemos olvidar para adorar a Dios, para adorar a nuestro Señor Jesucristo como a Dios y amarlo sobre todas las cosas. +

BASILIO MERAMO PBRO.

8 de octubre de 2000

domingo, 28 de septiembre de 2025

MEDITACION PARA EL DOMINGO DECIMOSEXTO DESPUES DE PENTECOSTÉS

   

 


Ave Maria Purissima:



Estimados hermanos en la única y verdadera Fe. El Evangelio del día de hoy, además de mostrarnos la misericordia con la que Nuestro Señor JesuCristo, dispensa no solo para el hidrópico a quien propina salud, sino incluso para el mismo pueblo deicida, a quienes pretende aleccionar con sus preguntas sin respuesta; Más aún, es terminante y categórico en el resto de la enseñanza, específicamente, cuando nos explica como no debe uno situarse en el convite, en algún lugar principal, sino en el último de ellos, es pues imprescindible, tener en cuenta que por antonomasia, nuestro amado redentor, utiliza la figura de las bodas y banquetes, específico para indicarnos su vuelta en gloria y majestad, y consideramos algunos otros evangelios, como el de las vírgenes prudentes, o el del que entro en el otro banquete sin ropas adecuadas, nos podemos comenzar a dar una buena idea, de que el último lugar, no es precisamente, compartiendo el banquete, sino en habiéndonos colado a este, podemos ser expulsados a las tinieblas externas, ese si es el correcto último lugar, al que estamos expuestos si “nos consideramos a nosotros mismos, como con un “lugar apartado” dentro del festín, terribilísima frase no solo para quienes se pretenden ya invitados, y ya con un lugar reservado, porque como menciona la epístola correspondiente al día de hoy, sin la verdadera caridad cristiana, aunque nos hubiésemos colado al banquete, teniendo el aceite de las vírgenes prudentes, esto es el estado de gracia, sin la ropa de bodas, seguro seremos expulsados de aquel inefable banquete, esto es, la verdadera caridad, el verdadero amor de Nuestro señor JesuCristo, que implica forzosamente el desprecio propio, cualquiera que pretenda que tiene alguna reservación hecha, y que está en perfecto estado de gracia, se encontraría en la hipótesis de las vírgenes prudentes, empero es menester imperioso, revisar el vestido, porque aun estando sentado, puede ser expulsado.

No es cuestión mas de que nos examinarnos a nosotros mismos, en nuestra obra y nuestras intenciones, si alguno, se esconde para no ser visto y juzgado, por sus circunstantes, cuando hace alguna mala obra, se está olvidando por completo de que quien juzgara en eterno esa obra es un DIOS que siempre le está viendo, empero, es una buena muestra de que lo poco o mucho bueno, que pudiera obrar, TAMBIEN lo hace única y exclusivamente para sus coterráneos, y no para el verdadero servicio de DIOS. “EN VERDAD OS DIGO, YA RECIBIERON SU PREMIO” empero ese pasajero y material premio humano, no implica que la obra este adecuada para confeccionar un vestido para las bodas. Muy al contrario, el tal, logrará entrar al banquete, y será expulsado de aquel, con la vergüenza que indica el evangelio del día de hoy, por haberse ensalzado engañándose a sí mismo, creyendo que el aceite (suponiendo que realmente lo poseía), era el único requisito para permanecer en las bodas.

Hagamos pues una revisión y concienzudo examen del motivo por que hacemos, o decimos, rectifiquemos nuestra intención, para que únicamente nos mueva el verdadero amor a Nuestro Señor JesuCristo, y pidámosle a la Santísima Virgen María, que no nos suelte de su mano, y nos haga creer que ya tenemos alguna falsa reservación en el banquete del cordero, reconozcamos nuestra incapacidad para generar cualesquier cosa buena, y mucho menos obtener por méritos propios la gracia que solo la misericordia Divina dispensa, pero más aun, pidámosle que no nos deje caer en la tentación, de creer que ya tenemos el vestido de bodas, que no nos deje creernos que alguna cosa buena podemos generar, que nos permita mantener siempre presente, que lo único que hemos ganado y podemos ganar por meritos propios, esta por afuera de ese banquete celestial, que nos conceda tener presente que nuestra nada y nuestra miseria, solo propinan frutos de error, de soberbia y de condenación, y apelemos a la infinita Misericordia Divina, para el Verbo se apiade de nosotros, y como al hidrópico nos toque, cure y lleve de la mano, a una perspectiva de verdadera humildad.

SEA PARA GLORIA DE DIOS

domingo, 21 de septiembre de 2025

DOMINGO DECIMOQUINTO DESPUÉS DE PENTECOSTÉS

  


Amados hermanos en nuestro Señor Jesucristo:
En el evangelio de hoy vemos la compasión de nuestro Señor por una mujer viuda a quien se le acaba de morir su único hijo. Conmovido ante el dolor de una madre, sin que nadie se lo pida, solamente por presenciar aquella escena, nuestro Señor le resucita a su hijo para consolarla, ya que siendo viuda perdía todo y lo único que tenía en el mundo; porque los hijos, no como mal se piensa ahora, son el único tesoro de una familia; en los hijos está la riqueza de una familia y el perdurar a través del tiempo la garantía de la ancianidad. Aunque también ahora, desgraciadamente, a los ancianos los encierran en las sociedades de la tercera edad para no ocuparse de ellos, lo cual muestra cuán bajo es nuestro nivel de cultura que desprecia a los ancianos, a los padres que nos han dado la vida. Nos preciamos de vivir en un siglo de ciencia y avance y lamentablemente es todo lo contrario.

Esa compasión de nuestro Señor, ese amor, esa caridad, nos hace recordar la deuda de amor que tenemos con Él que vino al mundo para redimirnos y que no escatimó su sangre para morir por nosotros. Ese amor se revela de manera concreta en la compasión que siente hacia esta pobre mujer resucitándole a su hijo, al único tesoro que tenía la viuda de Naím; por eso nuestro Señor le remedia su dolor volviéndole a la vida y manifestando con ese milagro su divinidad. ¿Por qué manifestando su divinidad? Porque dijo en nombre propio: “Yo te lo ordeno, Yo te lo digo”. Ese carácter personal es propio solamente de Dios, porque ningún enviado lo podría hacer sino invocando a Dios y no atribuyéndose poder divino como evidentemente lo hace nuestro Señor; así nos manifiesta su divinidad, en la cual debemos creer como católicos, porque siendo verdadero Hombre es verdadero Dios, y así ese Ser que es divino y que es humano, que se encarnó para salvarnos, para redimirnos del pecado, consuela a esta pobre mujer. La misericordia, el amor de Dios compadecido ante la miseria humana. Todos debemos tener ese amor, esa indulgencia con el prójimo y no faltar al mandamiento de la caridad que supera incluso al de la justicia; el de la estricta justicia que obliga en conciencia a retribuir a cada uno lo debido según el bien común; pero la caridad va mucho más allá, porque está por encima de la justicia.

También San Pablo, en la epístola de hoy, nos exhorta a hacer el bien a todos y en especial a los hermanos en la fe. Que no nos cansemos de hacer el bien y que no tengamos esa avidez, esa avaricia de vanagloria, de pretender y creernos mejores que los demás; eso es origen de disputas, de peleas y de odios. Que nos soportemos mutuamente es la Ley de Cristo. Y San Pablo nos dice que la Ley de la caridad, que es la Ley de Cristo, consiste concretamente en soportarnos mutuamente, y porque no nos toleramos, somos incapaces de tolerar a los demás que están a nuestro alrededor, porque de nada vale soportar a un chino, o a un japonés que está al otro lado del mundo que no nos afecta para nada, sino al que está viviendo bajo el mismo techo, al que vive al lado, al vecino de en frente, al que está próximo a nosotros.

De ahí viene la palabra prójimo, soportarnos y en ese soportarse mutuamente se ejerce la caridad, la Ley de Cristo, sabiendo que debemos tolerar los defectos inherentes a la miseria humana que tienen los que nos rodean, porque nosotros tenemos los mismos o quizá mayores o peores que ellos. Esto es un imperativo, no es facultativo, no es si me cae bien, si me hace un favor; no es si es agradable esa persona; es sin distinción, por encima de lo bueno o de lo malo que tenga, por encima de la simpatía o de la antipatía natural; la caridad no es un encanto natural, es, si pudiéramos decir, si quisiéramos usar la palabra simpatía, una simpatía sobrenatural por amor a nuestro Señor, por amor a Dios, porque Él murió en la cruz por todos y todos estamos obligados a amar al prójimo y en especial a los hermanos en la fe, es decir, a los católicos en primer lugar, en primer orden. Y veremos el fruto de la buena acción si no desfallecemos. De ahí surge la necesidad de la perseverancia, que es como una paciencia prolongada en el tiempo, para que veamos los frutos de las buenas obras hechas por amor a Dios.

Pidámosle a nuestra Señora, la Santísima Virgen María, que podamos cumplir con ese precepto de caridad, de amor, de compasión con el prójimo, soportándonos mutuamente y haciendo el bien a todos. +

PADRE BASILIO MERAMO
24 de septiembre de 2000

lunes, 15 de septiembre de 2025

Nuestra Señora de los Dolores



Nuestra Santísima madre la Virgen María manifestó a Sta. Brígida que concedía siete gracias a quienes diariamente le honrasen considerando sus lágrimas y dolores y rezando siete Avemarías:

* Pondré paz en sus familias.
* Serán iluminados en los Divinos Misterios.
* Los consolaré en sus penas y acompañaré en sus trabajos.
* Les daré cuanto me pidan, con tal que no se oponga a la voluntad adorable de mi Divino Hijo y a la santificación de sus almas.
* Los defenderé en los combates espirituales con el enemigo infernal, y protegeré en todos los instantes de su vida.
* Los asistiré visiblemente en el momento de su muerte; verán el rostro de su Madre.
* He conseguido de mi Divino Hijo que las almas que propaguen esta devoción a mis lágrimas y dolores sean trasladadas de esta vida terrenal a la felicidad eterna directamente, pues serán borrados todos sus pecados, y mi Hijo y Yo seremos su consolación y alegría.
(Rezar despacio, meditando estos dolores)


1º Dolor

La profecía de Simeón en la presentación del Niño Jesús.
Virgen María: por el dolor que sentiste cuando Simeón te anunció que una espada de dolor atravesaría tu alma, por los sufrimientos de Jesús, y ya en cierto modo te manifestó que tu participación en nuestra redención como corredentora sería a base de dolor; te acompañamos en este dolor. . . Y, por los méritos del mismo, haz que seamos dignos hijos tuyos y sepamos imitar tus virtudes.
Ave María,…

2º Dolor

La huida a Egipto con Jesús y José.
Virgen María: por el dolor que sentiste cuando tuviste que huir precipitadamente tan lejos, pasando grandes penalidades, sobre todo al ser tu Hijo tan pequeño; al poco de nacer, ya era perseguido de muerte el que precisamente había venido a traernos vida eterna; te acompañamos en este dolor . . . Y, por los méritos del mismo, haz que sepamos huir siempre de las tentaciones del demonio.
Ave María,…


3º Dolor

La pérdida de Jesús.
Virgen María: por las lágrimas que derramaste y el dolor que sentiste al perder a tu Hijo; tres días buscándolo angustiada; pensarías qué le habría podido ocurrir en una edad en que todavía dependía de tu cuidado y de San José; te acompañamos en este dolor . . . Y, por los méritos del mismo, haz que los jóvenes no se pierdan por malos caminos.
Ave María,…


4º Dolor

El encuentro de Jesús con la cruz a cuestas camino del calvario.
Virgen María: por las lágrimas que derramaste y el dolor que sentiste al ver a tu Hijo cargado con la cruz, como cargado con nuestras culpas, llevando el instrumento de su propio suplicio de muerte; Él, que era creador de la vida, aceptó por nosotros sufrir este desprecio tan grande de ser condenado a muerte y precisamente muerte de cruz, después de haber sido azotado como si fuera un malhechor y, siendo verdadero Rey de reyes, coronado de espinas; ni la mejor corona del mundo hubiera sido suficiente para honrarle y ceñírsela en su frente; en cambio, le dieron lo peor del mundo clavándole las espinas en la frente y, aunque le ocasionarían un gran dolor físico, aún mayor sería el dolor espiritual por ser una burla y una humillación tan grande; sufrió y se humilló hasta lo indecible, para levantarnos a nosotros del pecado; te acompañamos en este dolor . . . Y, por los méritos del mismo, haz que seamos dignos vasallos de tan gran Rey y sepamos ser humildes como Él lo fue.
Ave María,…


5º Dolor

La crucifixión y la agonía de Jesús.
Virgen María: por las lágrimas que derramaste y el dolor que sentiste al ver la crueldad de clavar los clavos en las manos y pies de tu amadísimo Hijo, y luego al verle agonizando en la cruz; para darnos vida a nosotros, llevó su pasión hasta la muerte, y éste era el momento cumbre de su pasión; Tú misma también te sentirías morir de dolor en aquel momento; te acompañamos en este dolor. Y, por los méritos del mismo, no permitas que jamás muramos por el pecado y haz que podamos recibir los frutos de la redención.
Ave María,…


6º Dolor

La lanzada y el recibir en brazos a Jesús ya muerto.

Virgen María: por las lágrimas que derramaste y el dolor que sentiste al ver la lanzada que dieron en el corazón de tu Hijo; sentirías como si la hubieran dado en tu propio corazón; el Corazón Divino, símbolo del gran amor que Jesús tuvo ya no solamente a Ti como Madre, sino también a nosotros por quienes dio la vida; y Tú, que habías tenido en tus brazos a tu Hijo sonriente y lleno de bondad, ahora te lo devolvían muerto, víctima de la maldad de algunos hombres y también víctima de nuestros pecados; te acompañamos en este dolor . . . Y, por los méritos del mismo, haz que sepamos amar a Jesús como El nos amo.
Ave María,…


7º Dolor

El entierro de Jesús y la soledad de María.

Virgen María: por las lágrimas que derramaste y el dolor que sentiste al enterrar a tu Hijo; El, que era creador, dueño y señor de todo el universo, era enterrado en tierra; llevó su humillación hasta el último momento; y aunque Tú supieras que al tercer día resucitaría, el trance de la muerte era real; te quitaron a Jesús por la muerte más injusta que se haya podido dar en todo el mundo en todos los siglos; siendo la suprema inocencia y la bondad infinita, fue torturado y muerto con la muerte más ignominiosa; tan caro pagó nuestro rescate por nuestros pecados; y Tú, Madre nuestra adoptiva y corredentora, le acompañaste en todos sus sufrimientos: y ahora te quedaste sola, llena de aflicción; te acompañamos en este dolor . . . Y, por los méritos del mismo, concédenos a cada uno de nosotros la gracia particular que te pedimos…
Ave María,…
Gloria al Padre .

LOS SIETE DOLORES DE LA SANTÍSIMA VIRGEN MARÍA

Era menester que el Cristo padeciese
y así entrase en la gloria.
(Lucas, 24, 26).
Esta fiesta la celebraban con gran pompa los Servitas ya en el siglo XVII y fue extendida por el Papa Pío VII en 1817 a toda la Iglesia, en memoria de los sufrimientos infligidos a la Iglesia y a su jefe visible por Napoleón I, y en acción de gracias a la Madre de Dios, cuya intercesión les había dado fin. El Evangelio de la misa nos recuerda el momento más doloroso de la vida de María, así como su inquebrantable firmeza: junto a la cruz de Jesús está de pie María, su Madre.

MEDITACIÓN LA VISTA DE LA CRUZ ES EL CONSUELO DEL CRISTIANO
I. Nada hay más consolador para un cristiano que poner sus ojos en la cruz; ella es quien le enseña a sufrir todo, a ejemplo de Jesucristo. Esta cruz anima su fe, fortifica su esperanza y abrasa su corazón de amor divino. Los sufrimientos, las calumnias, la pobreza, las humillaciones parecen agradables a quien contempla a Jesucristo en la cruz. La vista de la serpiente de bronce sanaba a los israelitas en el desierto, y la vista de vuestra cruz, oh mi divino Maestro, calrna nuestros dolores. No pienses en tus aflicciones ni en lo que sufres, sino en lo que ha sufrido Jesús. (San Bernardo)
II. ¡Qué dulce debe ser para un cristiano, en el trance de la muerte, tomar entre sus manos el crucifijo y morir contemplándolo! ¡Qué gozo no tendré, entonces, si he imitado a mi Salvador crucificado, viendo que todos mis sufrimientos han pasado! ¡Qué confianza no tendré en la cruz y en la sangre que Jesucristo ha derramado por mi amor! ¡Qué dulce es morir besando la cruz! El que contempla a Jesús inmolado en la cruz, debe despreciar la muerte. (San Cipriano)
III. Qué consuelo para los justos, cuando vean la señal de la cruz en el cielo, en el día del juicio y qué dolor, en cambio, para los impíos que habrán sido sus enemigos. Penetra los sentimientos de unos y otros. Que pesar para los malos por no haber querido, durante los breves instantes que han pasado en la tiera, llevar una cruz ligera que les hubiera procurado una gloria inmortal, y estar ahora obligados, en el infierno, a llevar una cruz agobiadora, sin esperanza de ver alguna vez el fin de sus sufrimientos.
El amor a la cruz
Orad por la conversión de los infieles.

ORACIÓN
Oh Dios, durante cuya Pasión, según la profecía de Simeón, una espada de dolor atravesó el alma dulcísima de la gloriosa Virgen y Madre, concédenos, al venerar sus dolores, que consigamos los bienaventurados efectos de vuestra Pasión. Vos que con el Padre y el Espíritu Santo vivís y reináis por los siglos le los siglos. Amén.

domingo, 14 de septiembre de 2025

DOMINGO DECIMOCUARTO DESPUÉS DE PENTECOSTÉS

  



Amados hermanos en Nuestro Señor Jesucristo:

En este domingo 14 después de Pentecostés, el Evangelio nos presenta la distinción, la incompatibilidad, la oposición que hay entre las riquezas, el mundo y Dios. Lo mismo hace San Pablo al hablarnos del espíritu de la carne opuesto al espíritu de Dios, las obras de la carne y las obras de Dios; nos muestra tajantemente que no se puede servir a Dios y al demonio, no se puede servir a Dios y al mundo, no podemos servir o seguir la ley del espíritu y al mismo tiempo la ley de la carne, hay una oposición diametral imposible de ignorar. Desgraciadamente el ecumenismo, el modernismo y el progresismo insisten en predicar ambas cosas como si fueran posibles, cuando Dios nos dice taxativamente en el Evangelio y San Pablo en la epístola que es indispensable esa separación, esa enemistad, esa oposición rotunda y profunda de esas dos maneras de ver las cosas, de considerarlas y de vivirlas.

Nos exhorta Nuestro Señor a buscar primero el reino de Dios, porque todo lo demás que nos es necesario para la vida cotidiana como el techo, la vivienda, el vestido, la educación, la alimentación, se nos dará por añadidura. Que no caigamos en el error de buscar la añadidura antes que el reino de Dios, que las cosas de Dios. Primero es Dios; todo lo demás, aunque sea de vital necesidad, de vital importancia, es añadidura y por añadidura se nos dará, para que no las busquemos con ese celo, con ese afán, con esa solicitud terrena que es lo que Dios no quiere, que arraiguemos en nuestro corazón esa preocupación por todo lo que legítimamente necesitamos, que no las busquemos primero con afán desmedido, y después a Dios. No es que Dios predique en el Evangelio de hoy la pereza, el desinterés, ni critique la provisión ni el ahorro, sino que al darnos el ejemplo de los lirios del campo, de las aves del cielo, nos hace entender que Él prevé y provee todas las cosas en su divina Providencia. Es tajante el Evangelio de hoy en concomitancia con la epístola de San Pablo a los Gálatas, el espíritu de la carne y el espíritu de Dios, el espíritu del hombre nuevo y el espíritu del hombre viejo.

El espíritu de Dios y el espíritu del mundo son opuestos, se destruyen, no se pueden amalgamar, no se pueden asociar, no pueden convivir en paz, no pueden estar juntos en igualdad de condiciones y debemos tener mucha claridad al respecto porque hoy el modernismo, el progresismo y el ecumenismo en esencia esto es lo que predican, y la amalgama de estas dos concepciones, de estos espíritus, está excluida, proscrita y maldita por la Ley de Dios. Y, aunque llevemos nosotros en nuestra propia carne esa ley de la carne, debemos con el espíritu de Dios combatirla y sojuzgarla hasta el último suspiro de nuestra vida; por eso es un error no solamente teológico, religioso y doctrinal sino además pedagógico.

Culturalmente es un error esa amalgama, esa falta de distinción y de separación entre los dos espíritus, el del mundo y el de Dios, y eso se aplica en todos los órdenes porque es imposible servir bien a dos señores, o se ama a uno y se odia a otro, o se sufrirá a uno y se despreciará al otro, no hay término medio. Dios quiere hacernos ver esta distinción para que no le prendamos una vela a Dios y otra al demonio, como desgraciadamente hacemos y como públicamente se hace en las santerías, ¿no le prenden una vela a Dios y otra al demonio? ¿Acaso no venden en un mismo negocio cosas religiosas, idolátricas y mágicas? Es cierto, el Indio Amazónico de la avenida Caracas tiene una sarta de estupideces de lo que llaman "brujería"; pero, quién sabe si llega a ser verdadero brujo, ya que para ser brujo hay que estar iniciado en el culto satánico y él tiene allí la imagen del Sagrado Corazón.

No prendamos una vela a Dios y otra al demonio, no, adoremos las riquezas y pretendamos adorar a Dios, porque una adoración excluye a la otra; y Nuestro Señor dice: "Buscad primero el reino de Dios y su justicia y todo lo demás se os dará por añadidura". No se interprete erróneamente este Evangelio pensando que Dios quiere una actitud de despreocupación parecida a la dejadez de un limosnero, un pordiosero, o como equívocamente se dice, un desechable. No es así, y tampoco consiste en vivir como los hippies a quienes nada importa; esa no es la actitud de la virtud católica. Dios quiere que nuestra preocupación por su reino esté por encima de todo lo otro; las cosas que se requieren para vivir decorosamente vienen: el techo, la comida, el vestido, pero no constituyen ellas el fin último sino que son la añadidura.

El fin último es Dios, el reino de Dios y no las riquezas, no la vivienda, no el vestido como hoy se piensa permanentemente, y que por buscar el pedazo de pan se olvida a Dios y hasta se lo vende. Dios quiere que olvidemos esa solicitud terrena, y ese apego desenfrenado, absurdo, loco; quiere en cambio que lo busquemos a El y a su reino, y que todas las otras cosas vengan por añadidura.

Dios no deja morir de hambre a nadie que le sirve; otra cosa es llevar una vida de sacrificios, de abnegaciones, y eso es lo que no quiere el mundo moderno; el mundo hoy vive para gozar, se tenga dinero o no, porque si no lo tienen, piensan en cómo vivir igual de mal que un millonario; y es un error, porque aun teniendo todo el oro del mundo, tienen que resignarse a vivir pobremente, sobriamente, sin desperdiciar nada, ahorrando y lo que sobre darlo de limosna, darlo para el culto divino, eso es lo que manda la ley cristiana o católica, eso es lo que manda la caridad. Pero es imposible que el mundo pueda entender eso; un mundo cuyo propósito es vivir cómodamente no puede entenderlo ni lo entenderá, aunque paradójicamente la gente vive peor que nunca. Sin embargo, ese es el ideal, la concepción de vida que busca primero lo que debiera ser la añadidura y deja para lo último el reino de Dios.

La mayoría de los que se dicen hoy católicos viven preocupados más del mundo que de las cosas de Dios y ese es el gran reproche, la gran advertencia, ¿acaso no valemos más nosotros que un pájaro, que un lirio, o no es más importante el alma que el cuerpo? Dios nos procurará aquello que se necesite si lo buscamos sincera y realmente a Él antes que a todo lo demás y para buscar a Dios antes que a todo lo demás, tiene que ser Él nuestro fin, nuestro último fin, pues Dios es lo principal. Es, por tanto, fundamental tener presente en nuestros deseos, en nuestros fines, que el reino de Dios está por encima de todas las cosas y no nuestros intereses, nuestros caprichos, nuestras preocupaciones, por legítimas y necesarias que sean.

Quien cree tener a Dios en segundo lugar, y quien pone a Dios en segundo lugar realmente lo deja en el último; esa es la lección que nos deja el Evangelio. Y el texto latino se refiere a Mammón, que es el dios o el ídolo bajo el cual los judíos, o el pueblo elegido simbolizaba las riquezas y todo lo que las riquezas procuran. Y no es solamente el mundo quien no busca a Dios, sino que, desgraciadamente, esta nueva iglesia, esta nueva Iglesia que se preocupa por agradar más a los hombres que a Dios, se convierte desde luego en la religión del hombre. Por eso, el verdadero culto, si no tiene a Dios y quiere volcarse al mundo, por ensalzar al hombre desprecia a Dios y eso es lo que acontece con toda la liturgia moderna.

Dicho sea de paso, no se puede rendir culto a Dios y al hombre, servir a Dios y al mundo en igualdad de planos, el culto tiene que ser exclusivo de Dios, porque Dios es exclusivo; de otra manera se tergiversa lo que explícitamente nos enseña este Evangelio y que el mundo de hoy contradice y por tanto no puede haber, ni podrá haber jamás paz entre esos dos espíritus, entre esos dos señores como desgraciadamente lo quiere el modernismo, lo quiere esa nueva religión que usufructúa el prestigio de la religión católica, pero que no es la religión católica ni tampoco es la Iglesia Católica.

Hay una falsificación, hay un engaño, abusando y utilizando la autoridad de la Iglesia y la investidura de la Iglesia, y el prestigio de la Iglesia y la palabra de la Iglesia para proponernos una nueva religión, un nuevo culto, un nuevo Evangelio que no es el Evangelio de Dios sino que será el de Satanás. Por eso también Nuestra Señora lo advierte tajantemente: hay que tener, estimados hermanos, mucho cuidado de no traicionar esos principios por debilidad, por nuestra miseria, porque llevamos esa ley de la carne en contra de la ley del espíritu hasta el último instante que tengamos de vida en esta tierra; de ahí que la lucha es permanente, y la lucha no es con el vecino sino con nosotros mismos, para que así reine Dios en nuestros corazones y podamos hacerlo reinar en los demás, dando el buen ejemplo y sufriendo con paciencia cuando no podamos hacer otra cosa.

Pidamos a Nuestra Señora, a la Santísima Virgen María, que aleje de nosotros ese espíritu de preocupación, de solicitud terrena que el Evangelio quiere erradicar para que podamos ir libremente a Dios y buscando a Dios tengamos las demás cosas en la medida que sean necesarias para nuestra salvación.

BASILIO MERAMO PBRO.
 17 de septiembre de 2000