San Juan Apocaleta



Difundid Señor, benignamente vuestra luz sobre toda la Iglesia, para que, adoctrinada por vuestro Santo Apóstol y evangelista San Juan, podamos alcanzar los bienes Eternos, te lo pedimos por el Mismo. JesuCristo Nuestro Señor, Tu Hijo, que contigo Vive y Reina en unidad del Espíritu Santo, Siendo DIOS por los Siglos de los siglos.












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"Sancte Pio Decime" Gloriose Patrone, ora pro nobis.





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viernes, 20 de marzo de 2009

CUARTO DOMINGO DE CUARESMA 25 de marzo de 2001

Amados hermanos en Nuestro Señor Jesucristo:

En este cuarto domingo de Cuaresma, el Introito, que comienza con el Laetáre, "alégrate", permite en razón de su liturgia las flores en el altar y los ornamentos rosados si los hubiere, como una mitigación del espíritu riguroso de la Cuaresma: el ayuno, la abstinencia, el sacrificio. Es como un refrigerio litúrgico, espiritual, invitación a cierta alegría antes del paso final hacia la Pasión y Muerte de Nuestro Señor; eso quiere decir Laetáre.

El Evangelio nos presenta en este domingo la multiplicación de los panes, cómo Nuestro Señor se retira a la soledad y la muchedumbre le sigue con curiosidad para ver qué va a hacer ese hombre admirado por sus obras y milagros. Se retira tanto al principio como al final para hablar con Dios porque la verdadera espiritualidad está en el retiro, en la soledad, porque los hombres somos bulla, ruido, inquietud y Dios no está en el ruido, sino en la soledad, en la calma, en la paz. Buscar esa soledad para estar con Dios, porque los hombres no hacemos sino desparramar, hablar, por lo que nos perdemos en el mundanal ruido, como bien lo decía en verso el poeta Fray Luis de León: "¡Qué descansada vida la del que huye del mundanal ruido, y sigue la escondida senda por donde han ido los pocos sabios que en el mundo han sido!".

Esa añoranza por la soledad en compañía de Dios, la soledad que el hombre de hoy no quiere, no soporta, no entiende; el hombre moderno tiene miedo a la soledad porque tiene miedo de sí mismo, al no tener a Dios encuentra el vacío de su existencia y trata de compensarla con el vicio, el juego, el alcohol, la prostitución, la diversión o lo que fuere, hasta la misma televisión. Por eso la gente ve tanta televisión, por el vacío interior, porque si estuviéramos verdaderamente llenos de Dios, la televisión nos molestaría, nos fastidiaría, sería un martirio, un suplicio y ese debe ser el termómetro para marcar nuestro grado de espiritualidad y por ende de nuestra unión verdadera con Dios.

De qué nos sirve tener la gracia santificante, que es una participación de la naturaleza divina de Dios, si no la vamos a dejar florecer en nuestra alma, marchitándola, reduciéndola a su mínima expresión, hasta que la perdemos por culpa de la televisión. Eso nos debe hacer reflexionar; no seamos tan vacíos, tan vacuos, tratemos de llenamos de Dios y guardarlo en nuestra alma; para eso comulgamos, para eso recibimos los sacramentos, para vivir de la gracia y no para vivir del mundo ni de las cosas del mundo ni de la televisión.

La muchedumbre sigue a Nuestro Señor en la soledad y después de tres días aquella gente se encuentra en medio del campo, sin nada quE comer. Pero Nuestro Señor, que es delicado, pregunta a sus discípulos qué hay para comer. Sus discípulos responden que ni doscientos denarios servirían para dar medio bocado a cada uno; entonces recurre a los cinco panes y a dos peces que tenía por allí un muchacho y hace acomodar a la multitud, cinco mil hombres, como algunos Padres dicen, sin contar las mujeres ni los niños, y bendice esos panes y esos peces y comienza a repartirlos en signo de humildad con la ayuda de sus apóstoles.

Así, todo el mundo come y se sacia y no solamente se sacia, sino que sobran doce canastos que Nuestro Señor hace recoger. ¡Qué signo de hombre pobre, recoger lo que sobra! Santo Tomás dice que también lo hizo para que vieran que no se trataba de una fantasía, una fantasmagoría, sino que el milagro hecho era una realidad la multiplicación de los panes y de los peces; les acentúa sobre los panes, porque eso nos recuerda el pan de vida, la Eucaristía.

Cómo Nuestro Señor multiplica su cuerpo, que es nuestro pan celestial, y lo multiplica en esa
forma milagrosa, estando allí presente. Este milagro, es una prefiguración del milagro Eucarístico, la multiplicación del cuerpo de Nuestro Señor en la Eucaristía, que es el centro
de los sacramentos; porque los otros sacramentos dan la gracia, pero este sacramento es la
misma gracia, es Nuestro Señor en persona, con su sustancia, y que a veces lo olvidamos.

Esa Eucaristía es la Santa Misa, porque la comunión es la consecuencia, es la participación en esa Eucaristía, en esa multiplicación del cuerpo de Nuestro Señor, junto con su sangre, alma y divinidad, no lo olvidemos. De ahí lo necesario de la verdadera Santa Misa, que garantiza esa multiplicación, porque la nueva deja muchas dudas y es más, teológicamente, aunque no lo digan otros sacerdotes, yo lo puedo decir basado en la opinión de Santo Tomás de Aquino a la cual me remito: que la nueva misa, por la adulteración en la fórmula de la consagración del vino, es inválida, y aquel que crea saber más que Santo Tomás de Aquino, que venga y lo refute. Porque las cosas hay que decirlas tales como son, y allá que digan lo que quieran; pero basado en Santo Tomás de Aquino, la nueva misa es inválida por la adulteración de la fórmula consagratoria del vino y si no, estudien, porque los fieles también deben estudiar; la Teología no es atributo únicamente del clero, como erróneamente creen algunos curas clericales, que quieren absorber toda ciencia.

La Teología es para todo aquel que es capaz y tiene la fe; y todos, en cierto modo, somos capaces, aunque en diverso sentido, porque hasta el catecismo es una Teología, muy incipiente, muy rudimentaria, pero es Teología; así que los fieles que tienen capacidad, deben estudiar.

La importancia de la Santa Misa es pues la multiplicación del cuerpo de Nuestro Señor. Y por eso este milagro que El repite en dos ocasiones, nos prefigura esa Eucaristía, esa multiplicación, para darse como pan de vida, pan celestial para ser comido; pero en vez nosotros asimilar ese pan a nuestra sustancia, se produce lo inverso, es para que El, recibido, nos transforme en El mismo. La comunión nos debe llevar a la transformación de nuestro ser, de nuestra alma, a semejanza del Ser Divino y del alma de Nuestro Señor; esa alma que tiene existencia humana, pero que está sostenida en el Ser Divino y no es como creen muchos por la falta de filosofía; niegan la existencia del alma de Nuestro Señor, por no distinguir entre el ser y la existencia, pero eso es ya una lección de filosofía.

Sin embargo, la existencia se ve por la realidad histórica, existencia humana pero con Ser Divino. Ese es el misterio de Nuestro Señor y de ese Ser Divino; El nos quiere hacer partícipes dándonos su cuerpo, su sustancia, su persona en la Sagrada Hostia consagrada en la Santa Misa, porque de la nueva no hay garantía alguna.

Dice Santo Tomás, basándose en los Santos Padres, que El tomó esos cinco panes para hacer el milagro y también para demostrar que la materia no era producto del demonio como creían los maniqueos que dividían en igualdad de prioridades el bien y el mal, el principio de lo bueno y el principio de lo malo y todo lo que era espiritual pertenecía a Dios y todo lo que era material al demonio; luego, la carne y el mundo son del demonio. Eso creían los maniqueos, gnósticos; y por esta razón Nuestro Señor se vale de esa materia sensible para demostrar que si El obraba una acción divina, Dios no iba a obrar algo con materia que fuese del demonio; refutaba así al maniqueísmo al cual perteneció San Agustín en su juventud; después se convirtió.

Pero, para que veamos cuan arraigado estuvo ese concepto, hoy palpamos las secuelas cuando escuchamos decir: tener hijos en el matrimonio es pecado; error de origen maniqueo; se oponen al matrimonio porque ven en él pecado, por no aceptar las cosas tal como las propone la Santa Madre Iglesia sin sacar cabalas de falsas filosofías, concepciones que conculcan el dogma y la fe.

Nuestro Señor mismo sin reparos se vale de esa poca materia, para mostrar que El sin necesitar de ella, pudiéndose valer de su divinidad, la utiliza. Y cuando lo vemos orar nos podemos preguntar el porqué unas veces ora para hacer los milagros como si no fuera Dios y otras veces no ora y lo hace imperativamente. Al respecto, dice Santo Tomás que justamente cuando unas veces ora, es para mostrar su humanidad y cuando no ora, es para mostrar su divinidad y así en esas dos fases muestra que El es verdadero hombre y verdadero Dios.

Pidamos a Nuestra Señora, la Santísima Virgen María, nos conceda meditar todas estas cosas en provecho de nuestra vida espiritual y prepararnos mejor en esta Santa Cuaresma identificándonos con la Cruz de Nuestro Señor Jesucristo.

BASILIO MERAMO PBRO.