San Juan Apocaleta



Difundid Señor, benignamente vuestra luz sobre toda la Iglesia, para que, adoctrinada por vuestro Santo Apóstol y evangelista San Juan, podamos alcanzar los bienes Eternos, te lo pedimos por el Mismo. JesuCristo Nuestro Señor, Tu Hijo, que contigo Vive y Reina en unidad del Espíritu Santo, Siendo DIOS por los Siglos de los siglos.












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"Sancte Pio Decime" Gloriose Patrone, ora pro nobis.





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domingo, 29 de julio de 2018

DÉCIMO DOMINGO DESPUÉS DE PENTECOSTÉS

Amados hermanos en nuestro señor Jesucristo:

En este domingo leemos en el evangelio la parábola del publicano y del fariseo propuesta por nuestro Señor a esos hombres que presumían de justos y se consideraban mejores que los demás. Esta es una de las ciento veinte parábolas que hay en el evangelio, como nos lo recuerda el padre Castellani, que se tomó el trabajo de hacer la exegesis de cada una de ellas.

Con esta parábola nuestro Señor nos muestra cuál era su intención, qué se proponía al hacerse hombre. Él quería restituir el culto verdadero del pueblo de Israel, del pueblo de Dios a lo que debía ser; restablecer la religión en esa vida interior y no que quedara dispersa en multitud de acciones externas, que si no permanecen unidas al alma del verdadero espíritu de fe, de religión, a la vida interior, no obran por sí nada, sino que al contrario engendran orgullo y menosprecio, como era el caso de estos hombres que se tenían por mejores. Y por eso, nos muestra en la parábola al fariseo y al publicano; el fariseo que representaba, por decirlo así, a esa elite, a esa clase social de predominio religioso de los que se dedicaban a las cosas de Dios, que tenían el celo por las cosas de Dios, por el culto divino y también contaban con mucha influencia política; mientras, el publicano era prácticamente un vendepatrias un recaudador de impuestos al servicio del César, del Imperio Romano que subyugaba al pueblo judío.

Vemos así que ser publicano, en aquel entonces, era lo más abyecto y despreciable para el pueblo judío; peor no se podía ser. Y en esta contraposición nuestro Señor nos hace ver que el uno es perdonado y tenido en cuenta por Dios, como el publicano, que no osaba ni siquiera adentrarse en el templo, quedándose allí atrás, en el fondo, pues se reconocía vil y miserable pecador. En cambio, el fariseo, todo engreído de sí mismo, de sus buenas acciones, porque ayunaba dos veces por semana, daba el diezmo de lo que poseía, no era adúltero, no era ladrón, era un hombre de bien. Y sin embargo, no sale justificado del templo.

Es tremendo lo que nuestro Señor nos hace ver, porque de nada sirve ayunar, dar limosna, no ser ladrón, no ser adúltero, no ser injusto, todas buenas obras, si nosotros tenemos el corazón carcomido por el maldito orgullo. Gracias te doy porque no soy como esos miserables, ni aun como este vil y abyecto publicano, decía el fariseo. El contraste es tremendo, pero eso muestra cómo el orgullo anula toda obra por muy buena que sea. Y la soberbia es difícil de detectar por nosotros mismos. La persona petulante, y la mayoría lo somos, no se da cuenta, cree, creemos que actuamos bien, ¿y de qué tengo que pedir perdón, qué hice mal? ¡No, es el otro, es el otro que no me saludó, que me miró mal, que me dijo una palabra hiriente, que no me respondió, que no me hizo tal favor! Y eso nos sucede porque si no fuéramos orgullosos seríamos realmente santos.

Y es ese engreimiento que nuestro Señor quiere mostrarnos para que rectifiquemos y llevemos verdaderamente una vida en unión con Dios, agradable a Dios, que nuestra oración sea verdaderamente una oración y no una manifestación de nuestras obras. A Dios no se le va a decir, yo hice tal obra buena, limosnas, ayunos, soy bueno. No, a Dios hay que decirle, yo soy malo, soy perverso, tengo malas inclinaciones, malos sentimientos, malas tendencias. Todo esto a raíz del pecado original, a raíz de los pecados que hemos cometido, por eso no somos buenos y no nacemos buenos, como el mundo de hoy quiere hacernos creer. Nacemos malos, mal inclinados y por eso nos gusta lo malo, porque si no nos gustara no habría tentación, pero Dios dejó esa incitación para que justamente de lo malo sacáramos el bien con la ayuda de su gracia y corrigiésemos esa mala inclinación, esa perversión que hay en nuestra naturaleza y que la llevamos hasta el último día de nuestra existencia, aquí en la Tierra.

Por eso la santidad consiste en luchar, en combatir a ese viejo hombre que llevamos dentro y sin el cual ni el demonio ni el mundo harían nada si no hubiera ese cómplice, ese traicionero que somos nosotros mismos bajo ese aspecto de la naturaleza que ha quedado herida. Dios no creó al hombre así, y aun después de morir nuestro Señor en la Cruz, y de haber redimido a la naturaleza humana, al hombre, no obstante, estamos bajo esa influencia, esa tendencia hacia al mal. Por eso un niño, incapaz de cometer un pecado mortal porque no tiene uso de razón, es grosero, orgulloso, malcriado, y hay que adiestrarlo, como se hace con un animal, con un perro pequeño, hasta cuando el niño tenga uso de razón, para que cuando lo tenga ya esté domesticado; pero eso es difícil de entender hoy en día por la gran revolución que todo lo ha socavado.

Esa gran revolución me dice todo lo contrario, que yo debo ejercer mi libertad como se me dé la gana, caprichosamente, como yo quiera, que nadie me puede molestar; y no hay ningún principio que queda en pie, qué principio o autoridad va a haber, qué principio de paternidad va a haber y menos en la Iglesia, nadie puede reprender a nadie, porque me ofende, porque me insulta, porque me ultraja. Nadie acepta nada de nadie y esa es la situación social del mundo moderno. ¿Y qué queda en pie? Ni familia ni Iglesia, porque aún hay que saber aceptar el llamado de atención, la reprensión, aunque el que lo haga tenga mil y un errores; si a mí un loco o un borracho me dice que estoy demente o embriagado y es verdad, no por eso le voy a decir que no tiene ningún derecho en decírmelo porque él se encuentre en ese estado.

Y así, se podrían dar mil ejemplos, como la insumisión de la mujer, estar igualada al hombre, cuando la Iglesia predica la sumisión, la subordinación de la mujer al hombre. No es la esclavitud, no es el maltrato, pero sí la mujer sumisa; hacerle entender eso a la mujer de hoy, es casi imposible. Y esa insubordinación hace que la mujer de hoy no quiera usar la falda, sino el pantalón, porque éste le brinda esa igualdad de acción, y hay muchos otros ejemplos. Claro que hay faldas que pueden ser mucho más escandalosas que un pantalón ancho, por ejemplo.

Tenemos también la desobediencia de los hijos a los padres, a los superiores; la indisciplina en el área del trabajo y en todos los órdenes. Y justamente, lo que está detrás de todo eso es el orgullo exacerbado por principios que endiosan al hombre, y esos motivos son los de la libertad que proclamó la Revolución francesa, que más que francesa fue anticatólica, judeomasónica, para destruir la sociedad cristiana, católica, y convertir a cada uno de nosotros no en un católico sumiso y humilde, sino en un hombre independiente y autosuficiente. Ese es el error del naturalismo, del liberalismo, la presunción del hombre como tal y por eso es independiente de todo lo que no sea su querer y su parecer. De ahí lo complejo y difícil para que nos sometamos, no sólo a la Iglesia, sino también al orden natural, para que respetemos el orden natural sin el cual el sobrenatural no tendría soporte, porque la gracia supone la naturaleza.

Quiere, pues, nuestro Señor, en esta parábola de hoy, que veamos cómo vale mucho más la oración sencilla y humilde del más vil de los hombres que se reconoce pecador y miserable que la de aquel que presume de mucha religión, de muchas acciones buenas, pero que no reconoce su orgullo. Por eso el fariseo es el que simboliza esa arrogancia religiosa, que no es más que la corrupción específica de la religión. En consecuencia, un hombre mientras más religioso sea, más petulante podrá ser su actitud y por eso nosotros, que queremos defender la santa religión guardando la Tradición católica, estamos más cerca del pecado de orgullo que corrompe la religión, que cualquier otro hombre. Y de ahí la gravedad y la necesidad de saberlo, para que tengamos en cuenta que el diablo nos va a tentar más por la vanidad que por otros pecados más escandalosos.

Solicitemos a nuestra Señora, Maestra de humildad, permanecer modestos como el publicano y no engreídos como el fariseo, pero que sí tengamos ese celo de defender las cosas de Dios con humildad, como quiere nuestro Señor. Que defendamos la Iglesia con sumisión y no caigamos en ese pecado tan aborrecible del fariseísmo. Y Dios sabe y sabrá si no hay hoy hipocresía y que por culpa de ella es que en la Iglesia, en sus fieles, en sus miembros, en todos nosotros, estamos viviendo tan grande crisis; Dios aprovecha también de cierto modo, para que a aquellos que son humildes les sirva de purificación. La crisis actual hay que soportarla como una depuración y no debemos escandalizarnos si no vemos entre los fieles de esta capilla y demás capillas de la Tradición, ni a los más santos, ni a los mejores, ni a los más humildes. No debemos asombrarnos, ¿por qué? Porque si nosotros nos sorprendemos es porque somos peores, no tenemos esa misericordia que sabe soportar la miseria de los demás y del prójimo. Por eso Dios permite todo esto que nos puede asombrar al igual que a mucha gente cuando viene a una capilla de la Tradición. Debemos hacer esfuerzos para no alejar al que llega, al que viene y que no sabe nada, pero que se acerca con una recta intención, y no actuar como fariseos porque esa persona sea como un publicano. Eso es lo que Dios nuestro Señor no quiere, Él nos da el ejemplo de cuál debe ser la conducta y la oración, para que no caigamos en ese aberrante pecado del fariseísmo.

Invoquemos entonces a nuestra Señora para que nos ayude a ser más humildes, ya que solamente lo seremos si nos reconocemos pecadores, miserables y vanidosos. Ese orgullo lo tendremos hasta el fin de nuestra existencia pero lo debemos combatir, y la mejor manera de hacerlo es aceptando las humillaciones que nos caen sin que las preveamos y ni sospechemos el momento en el cual llegarán, y que las sepamos aceptar. Pidamos a nuestra Señora esa sumisión que Ella manifestó haciéndose la servidora de Dios, para que nosotros seamos obedientes servidores de Dios y de la verdad. +

PADRE BASILIO MERAMO
28 de julio de 2002

lunes, 16 de julio de 2018

CONMEMORACIÓN DE NUESTRA SEÑORA DEL CARMEN


Amados hermanos en nuestro Señor Jesucristo:
En la festividad de nuestra Señora del Monte Carmelo, debemos recordar la importancia de la Santísima Virgen María en la historia de la humanidad y en la de la Iglesia. No olvidar el regalo que nos hace Dios dándonos a esta Madre que es de todos nosotros y es la Reina del cielo. La advocación de la Virgen del Carmen, que viene del Monte Carmelo, es prehistórico, ya que allí San Elías redujo a un sinnúmero de idólatras de falsos dioses y de falsos sacerdotes aniquilados por Dios. Y en ese monte justamente nace la advocación de nuestra Señora del Carmen, remontándose así al Antiguo Testamento para mostrar cómo Ella sigue la historia de los hombres en el camino de su salvación.

Por eso nuestro Señor la deja como una garantía de nuestra redención, y la tenemos en el rezo del Santo Rosario que sabemos desde Fátima, aparición que ha sido ratificada por un milagro que no solamente vieron allí en Fátima miles de personas sino después el papa Pío XII, tres veces en el Vaticano. Lo curioso es cómo él no quiso publicar el tercer secreto y parece que aun ni leerlo e instituir la fiesta de una manera solemne. Claro que ya entonces había toda una conspiración contra Fátima, contra nuestra Señora aun dentro del Vaticano, en aquella época, cuando reinaba Pío XII; es inimaginable, pero así sucedió. Qué diremos ahora.

Y sabemos que desde Fátima el rezo del Santo Rosario, que es una síntesis del Evangelio, contiene los quince misterios, no son cinco, cinco es la tercera parte. El Rosario completo son los quince misterios más relevantes e importantes de la vida de nuestro Señor. Y con esta práctica, como dice nuestra Señora en Fátima, a través de Sor Lucía, no hay ningún problema ni material ni espiritual que no tenga solución; lo que debemos tener presente sobre todo para las dificultades espirituales, cuando no haya, cuando no tengamos misa, cuando no tengamos sacramentos, cuando seamos perseguidos, cuando llegue esa terrible hora en la soledad y que tengamos que dar testimonio so pena de claudicar.

También otra perla de garantía de nuestra salvación la tenemos con el escapulario que fue prometido a San Simón Stock en 1251, en pleno siglo XIII, siendo General de la Orden de los Carmelitas, lo cual le da ese privilegio, no solamente a los de su congregación que llevasen este distintivo, sino también a todos los demás. Por eso el escapulario es un hábito defensa, de lana. Y lo nombra de esta forma para que no lo confundamos con esas pastas de plástico que no son escapulario; es más, esta insignia no debe superar la mitad de la parte impresa que tiene el dibujo, tiene que ser menos de la mitad, según las normas de la confección del escapulario que es una miniatura de ese hábito que llevan los religiosos por detrás y por delante.

La única excepción es la medalla a la que San Pío X también le dio el mismo valor para las personas que tenían inconveniente por la debilidad, por la pérdida o rotura, por la fragilidad de esa pequeña tela. Entonces no nos dejemos engañar con cualquier escapulario, hecho de cualquier manera.

La promesa de ese escapulario es que nadie que siempre lo lleve irá al infierno, es decir, que no se condenará, está garantizada la salvación, que no es poca cosa. Pero hay que llevarlo dignamente con fe y cumplimiento de los mandamientos de la Ley de Dios. No como muchos, como un escudo, pero vulnerando la Ley divina, como hacen muchos hampones, sicarios, que he conocido personalmente con revólver en mano para matar y le piden a uno que les imponga el escapulario para que cuando les disparen no les alcance la bala. Pero aún así parece que tuvieran más fe esos sicarios que nosotros y créanme que muchas veces se han salvado llevando el distintivo carmelita. Pero claro que eso no va a ser así siempre. Es simplemente para que vean cómo a veces los bandidos tienen más fe que nosotros.

Por si fuera poco, esa promesa que hizo en aquel entonces nuestra Señora al superior de los carmelitas, se complementó con el privilegio sabatino; es decir, que nuestra Señora incluso sacaría del purgatorio a las almas al sábado siguiente después de su muerte, según nuestra manera de contar. Entonces hay esa doble promesa, la de salvarnos y la de sacarnos del purgatorio si morimos con el escapulario puesto, que hemos llevado durante nuestra vida como buenos católicos; porque si lo portamos como malos creyentes esas promesas difícilmente, por lo menos la segunda, tendrán lugar; es decir, la de sacarnos prontamente del purgatorio si es que nos salvamos.

Así nuestro Señor deja entonces a través de nuestra Señora esas dos prendas, para tener una garantía de nuestra salvación y por eso no debemos olvidarlo y tenerlo en cuenta. Simplemente, basta haber recibido una sola vez la imposición del escapulario y las otras se cambia, se renueva, y ya quedamos inscritos en ese libro que pide el ritual y que hoy no se hace porque casi todo eso está abolido, pero entonces hacerlo en el libro que tiene Dios.

Pidamos a nuestra Señora del Monte Carmelo, a nuestra Señora del Carmen, que nos proteja sobre todo en estos tiempos tan difíciles para el verdadero católico, para el que quiere ser buen católico y seguir en todo la virtud que nos señalan los diez mandamientos. Eso no es fácil; es muy difícil, ¿por qué? Simplemente por la moda; la mujer que viste a la costumbre de hoy ciertamente no es buena católica aunque no se dé cuenta; ni quien ve la televisión, quien lo hace, con toda la porquería e inmundicia que se observa allí, no puede ser buen católico.

Peor si a eso le seguimos sumando lo que piensa la gente: que nada es pecado, que todo es permitido, que se puede hacer lo que cada uno quiere. En la familia, los que se divorcian, los que se casan por el matrimonio civil, eso no es ser católico; no se diga ya de los contraceptivos, de los abortos, todo eso es no ser católico. Las revistas pornográficas son exhibidas públicamente, ya no escondidas como antaño. No se puede ir a una farmacia porque cuando no hay una revista inmunda, hay algún otro artículo de igual forma asqueroso. Y ni qué decir de la educación sexual en los niños, se los corrompe por ley de la nación. Y así seguimos viendo una cosa tras otra; díganme si así no es difícil ser buen católico.

Claro que ser “católico” protestante como la mayoría lo es hoy, sí es muy fácil: el libre examen, el libre hacer y querer, eso es ser cismático y por eso la Iglesia se está convirtiendo en otra religión, y sus fieles se están protestantizando sin salir de la Iglesia; por eso se piensa y se obra como verdaderos infieles sin darse cuenta de ello y paro aquí de contar porque sería larga la lista. Lo he dicho sencillamente para mostrar que es muy difícil pero sin embargo no es imposible, eso requiere un esfuerzo de virtud heroica para cada minuto, para cada segundo, a lo largo de las horas, de los días y de los años hasta la muerte, para que podamos vivir en estado de gracia. Se necesita un permanente control y freno que no hay, que no existe en el mundo moderno, ni el social de antaño; por eso vivimos una verdadera Babilonia, peor que Sodoma y Gomorra, porque si es verdad lo que se dice, por dar un ejemplo, que hace unos días en Alemania hombres y mujeres en cueros estaban revueltos. Eso, ¿no es peor que Sodoma y Gomorra? Claro que sí, y peor en ese país que se le tiene por culto, por avanzado.

Por eso debemos pedirle a nuestra Señora que nos ayude a ser buenos católicos, porque ya ni cristianos se puede decir, ya que los protestantes han usurpado este nombre; no son de Cristo, porque no son de la Santísima Virgen María. Así de sencillo, son herejes, son protestantes y nosotros nos estamos volviendo como ellos sin darnos cuenta, por el modernismo que ha cambiado prácticamente la estructura de la misma Iglesia. Pero ahora no voy a hablar de eso para no alargarme. Debemos por lo menos recordarlo, para que nos haga abrir los ojos, y pidamos a Dios la luz y a la Santísima Virgen María la protección de la Iglesia que está hoy peor que nunca; no la Iglesia en su esencia, pero sí en su parte humana y material, en sus hombres, en sus integrantes tan corrompidos, tan prostituidos y eso de un modo oficial, no privado.

Siempre hubo la corrupción privada pero la putrefacción instaurada oficialmente, hecha ley, eso ya es diferente; cambia todo porque ya no se combate el mal, el vicio y ¿qué moral e Iglesia puede haber? Por eso se insiste en el matrimonio de los sacerdotes. Porque, es cierto, es muy difícil ser un sacerdote célibe si se es modernista y progresista; es imposible. Si es difícil siendo aun en la verdad y en la Tradición de la Iglesia porque hay que luchar, pero se tienen las armas; y si no se tienen es imposible luchar. Por ello vemos esa corrupción en el clero, en los religiosos, porque no es posible sin virtud, sin espiritualidad verdadera resistir al mal que hoy impera pública y socialmente dentro y fuera de la Iglesia, eso es un hecho.

Y solamente si no queremos ver no lo veremos, sino que hay que estar muy obcecado para no admitirlo. Tenemos que aprovechar ese auxilio que nos da nuestro Señor a través de su Santísima Madre para que Ella nos proteja y nos facilite en cierto modo las cosas; que nos evite el mal y la fatal caída y que podamos así avanzar en el bien y en la verdad guiados de su santa mano. +

PADRE BASILIO MÉRAMO
16 de julio de 2003


domingo, 15 de julio de 2018

OCTAVO DOMINGO DESPUÉS DE PENTECOSTÉS


Amados hermanos en nuestro Señor Jesucristo:
Se nos muestra hoy en el evangelio al mayordomo infiel. Parábola que no deja de presentar cierta dificultad. Por un lado –aparentemente– hay una acción mala y sin embargo, nuestro Señor alaba esa perspicacia del administrador desleal. A primera vista podríamos pensar que se trata de un robo, de una falsificación que hace el trabajador hipócrita al rebajar la cuenta y estaríamos muy mal parados porque sencillamente nuestro Señor no podría alabar algo que fuese en sí malo, con un ejemplo malo, de robo o de falsificación, como desgraciadamente algunos predicadores ligeramente se han aventurado a decir; y por eso el padre Castellani, eminente exegeta, esclarece estos puntos.

Y así otra cosa es que el mayordomo tenga facultad en nombre de su amo, para hacer y deshacer dentro de ciertos límites, como pasa con un administrador de amplias facultades, que se aprovecha abusando, estira un  poco más la manga y así se beneficia. Era lo que hacía este mayordomo, que sin robar, sin falsificar, aprovechaba, como aquel que parte y reparte se queda con alguna parte. Pudo de esta manera condonar parcialmente su deuda, porque si no, no sería válida esa escritura, ese papel, si no hubiera tenido esa facultad. La cuestión está en que lo hizo no en beneficio de su amo, sino para el suyo propio, para granjearse la amistad cuando no tuviera ya aquel trabajo. 

Por eso alaba nuestro Señor la sagacidad de ese mayordomo infiel, en el sentido que acabo de decir, y lo pone de ejemplo para que los hijos de la luz seamos más perspicaces que los hijos de este mundo, los hijos de las tinieblas.


Vemos cómo nuestro Señor excluye la estulticia, que en lenguaje vulgar es la estupidez. Mucha gente cree que la religión nos vuelve tontos, imbéciles. ¡No señor! La religión nos dignifica, nos cultiva todas las potencias del alma, entre ellas la inteligencia, y tanto es así que hay un don de inteligencia, un don de sabiduría, un don de ciencia. Lejos entonces de la religión y de la Iglesia esa santa bobería, esa estupidez que no es característica de la sabiduría divina ni de la de la Iglesia, ni de la sabiduría de los santos.

Otra cosa es la mansedumbre, la bondad, la paciencia, pero un santo jamás será un tonto, un bobo o estúpido, un estulto. En eso quieren convertir la religión los enemigos, Satanás. El católico no es un castrado espiritual, que no ve, que no oye, ¡No señor! Tiene la luz de la fe y los dones del Espíritu Santo, para que combata al mal y sea más sagaz, más perspicaz que los hombres de este mundo en sus negocios. Y es una vergüenza que esto suceda. Pero nuestro Señor sabía que iba a pasar y por eso nos pone el ejemplo, para que no nos dejemos sacar ventajas.

¿Cómo es posible que el avaro piense y gaste más su tiempo contando las monedas de su negocio que nosotros, por lo menos lo mismo, en los negocios y en las cosas de Dios? Le pone mucho más amor el hombre de este mundo a sus negocios, en los que tiene puestas la fe y su esperanza, que el católico en Dios y en la Iglesia. Nuestro Señor nos advierte, para que tengamos, por lo menos, esa misma sagacidad e intuición, y así poder defender el patrimonio divino de la Iglesia y la fe contra los enemigos, contra todo aquello que ataca a la Iglesia. Lo vemos hoy de una manera más evidente; faltan esos hombres sagaces que defiendan a la santa madre Iglesia para no dejarnos aventajar por el enemigo que está muy bien organizado y muy bien guiado, porque hay una gran inteligencia en los misterios del mal, y esa gran inteligencia es la de Satanás, la de Lucifer, uno de los ángeles más poderosos y brillantes que había creado Dios, y que le dio la espalda por puro orgullo.

Y si la Iglesia y la santa religión están en situación tan calamitosa, no es tanto por la culpa del maligno, de los malos hombres de este mundo, sino por la culpa de aquellos que nos decimos católicos y que no tenemos esa inteligencia, esa agudeza para defendernos de los malos, para defendernos del mal. Es una actitud que claudica, es como el cuerpo que no tiene vigor para repeler el virus, la enfermedad, y toda enfermedad hace mella en el cuerpo que no es vigoroso; entonces, si el mal entra en la Iglesia es por la falta de fuerza de sus miembros, de ingenio, de inteligencia, de espíritu de combate, y éste ha sido viciado por el pecado del liberalismo; por eso San Ezequiel Moreno Díaz, patrono de este Priorato, hizo escribir en el sarcófago ese epitafio magnífico con letras grandes, para que quedara definido cuál era el problema: “El liberalismo es pecado”.

Y ese liberalismo es el que nos hace claudicar, no ver enemigos, no ver el mal que nos quita la energía de combatir como un organismo sano y nos hace tolerantes, pacifistas, para que así el virus encuentre facilidad en destruir el organismo; eso pasa en la Iglesia. Y todo aquel que de algún modo lo combate es automáticamente puesto en un rincón, desechado; por eso hoy abundan en la Iglesia esos obispos y cardenales tolerantes, pacíficos, sin espíritu de combate por la verdad y el amor a la santa Iglesia.

Entonces, no es de extrañar que estemos en esta situación, con la religión en flagrante decadencia; pero Dios permite todo eso para mostrar que aun así su Iglesia es divina, aunque sufra acrisolada, como el oro en el fuego, para que se purifique. Permite que haya esa angostura, esa estrechez que nos toca sufrir si somos fieles y perseverantes en nuestro Señor y en la santa Iglesia, en la Iglesia católica, apostólica y romana, aunque de Roma nos vengan hoy la herejía y el error por vía de autoridad.

Ese es el gran misterio de iniquidad anunciado mil y una veces por tantas profecías, por nuestra Señora en La Salette, en Fátima, en Siracusa, donde no hizo más que llorar, llorar y llorar. ¿Y cuándo una madre llora sin parar, sin decir palabra? Cuando ve el estado infeliz de sus queridos hijos; pues bien, ese estado triste fue el que Ella manifestó con un llanto incesante durante tres o cuatro largos días, en 1953, durante el pontificado del papa Pío XII.

 ¿Y qué no diría hoy cuando ya han pasado cincuenta años y la cosa es mucho más grave? Debemos por eso ser sagaces también en las cosas de Dios, como por lo menos lo son los hombres con los asuntos de este mundo. Esa es una parte de la moraleja de esta parábola que encontramos en el evangelio de hoy.


La otra parte es que ese dinero inicuo, no robado, no ha sido obtenido según la moral, porque yo puedo hacer que un objeto sea mío, pero de un modo moralmente aceptable.

Cuánta gente hace dinero con trabajos que hacen daño, como lo puede hacer un farmacéutico vendiendo drogas abortivas, o como lo puede hacer una gran empresa haciendo películas malas; no está robando, pero sí está obteniendo un dinero, aunque propio, mal habido, dinero inicuo, de iniquidad. El dinero ganado con la prostitución, clásico ejemplo del dinero mal habido. Sin embargo, no es robado, le pertenece en justicia a la persona, por eso no debe reintegrarlo. ¿Qué hacer con ese dinero? Granjearme el favor de Dios haciendo limosna con él, porque si fuera dinero hurtado debería restituirlo en justicia a su legítimo dueño y si no lo puedo hacer para no delatarme, sí debo darlo de limosna a los pobres, pero eso es otra tema.


Lo que quiere decir nuestro Señor es que con todo ese dinero mal habido, si nos arrepentimos de haberlo obtenido de un modo inmoral y si hacemos limosna con él, nos ganamos el cielo. Qué esperanza se nos abre ante un mundo que no hace más que pensar en ganar dinero sin importar de qué manera. Y así, entonces, tenemos la segunda parte que nos ofrece nuestro Señor, para que con ese dinero mal habido, una vez arrepentidos, aunque nos pertenezca, se nos abran las puertas del cielo si lo empleamos bien dándolo al necesitado.

Esa es la enseñanza que nuestro Señor nos deja en este pasaje del evangelio de hoy, en esta parábola que nos ayuda a tener más confianza en Dios y a ser más generosos, sabiendo que ese altruismo será retribuido con la gloria del cielo.

Pidámosle a nuestra Señora, la Santísima Virgen María, que tengamos esas disposiciones de corazón, para poder ganarnos el cielo a pesar de los dineros mal habidos y que no nos dejemos aventajar por los hombres de este mundo, que no sean más sagaces en sus negocios que nosotros en defender nuestra santa religión y la santa madre Iglesia. +

P. BASILIO MERAMO
14 de julio de 2002

domingo, 8 de julio de 2018

SEPTIMO DOMINGO DESPUÉS DE PENTECOSTES

Amados hermanos en nuestro Señor Jesucristo:

Vemos en este Evangelio una advertencia rotunda y tajante, escalofriante, que nos hace nuestro Señor. Que tengamos cuidado de los falsos profetas, los que tienen apariencia de ovejas pero son por dentro lobos rapaces. Esto no lo dice ninguna vieja chismosa, ningún cura furibundo, sino que lo dice, con toda ciencia, sabiduría y verdad, nuestro Señor Jesucristo. Y ¿quiénes son esos falsos, mal llamados profetas?

Porque a profetas los hemos conocido en el Antiguo Testamento y la Iglesia se basa en ellos; Santo Tomás nos dice que el último fue San Juan Bautista. Cuando nuestro Señor habla de los profetas no puede referirse a ninguno de ellos ni a profetas en el mismo sentido para el futuro, puesto que ya quedaba cerrada esa vía profética como fuente de la revelación católica, y Santo Tomás, interpretando este pasaje, dice que los profetas son en la Iglesia los doctores y los prelados, es decir, los que tienen un lugar en la jerarquía de la Iglesia y que apacientan a las ovejas, a los feligreses. Profetas son los que predican la doctrina de Dios a los fieles en la Iglesia; eso lo dice Santo Tomás.
Entonces ¿quiénes son los falsos profetas? Justamente, esos doctores y prelados de la Iglesia que no predican la verdad, aquellos que no apacientan las ovejas. Y Santo Tomás dice que son falsos porque son mentirosos. Es decir, que nuestro Señor apunta a los prelados, a los doctores en la Iglesia, a toda la jerarquía que no cumpla con ese deber sacrosanto de profesar y enseñar únicamente la verdad, la fe, la religión católica, los dogmas de fe, y al no hacerlo son falsos profetas. Y peor aún, lobos rapaces con apariencia de ovejas, de corderos.

El cordero por antonomasia es nuestro Señor; los que se presentan con apariencias de nuestro Señor, con apariencias de santidad, de religiosidad, no se mostrarán ante el público como ateos, revolucionarios, o antireligiosos, sino todo lo contrario, como hombres piadosos, santos, virtuosos. Es terrible pero es así, lo dice nuestro Señor. Aparentarán, llevarán la piel de una oveja, pero por dentro, intrínsecamente son lobos rapaces, lobos que destruyen el rebaño, que pervierten el rebaño.

Dice también Santo Tomás que no son los simples herejes, es evidente que no son tampoco los mercenarios, aquellos prelados que procuran su propio provecho, su comodidad, los sanchopanzas que viven para comer y dormir bien a expensas de la Iglesia; ¡y vaya que hay curas y obispos que se dedican a eso!; lamentablemente, se dice que no son ellos; a esos habrá que tolerarlos.

Dice definitivamente que son lobos de los cuales hay que huir, no tolerarlos, sino huir, porque el lobo come, destruye y el gran peligro es que no se presentan como son, sino con esa apariencia de santidad, como dice también monseñor Straubinger comentando este pasaje, esa apariencia de piedad y hace toda una descripción; eso es lo que engaña a las ovejas, porque si ellas vieran venir al lobo tal cual como es, saldrían huyendo; pero pasa todo lo contrario, piensan que es una hermana oveja y resulta que es el lobo, como en el cuento de Caperucita.

Parece mentira pero a eso se asemeja si queremos darle esa figura, para que se nos haga más patente eso que nuestro Señor dice significar con esta advertencia para cada uno, tener cuidado con los falsos profetas. Su signo de distinción serán los frutos, los conoceréis por ellos; éstos son los hechos, las obras, la realidad, no son las intenciones ni la buena o mala voluntad y el buen o mal deseo, sino los hechos y contra los éstos no valen los argumentos. “Por sus frutos los conoceréis, el mal árbol no puede dar buenos frutos, ni el buen árbol malos frutos”.

Nuestro Señor es muy concreto, no se va por las ramas, nos da una clara visión para que aprendamos a distinguir los falsos profetas, es decir, los doctores y prelados de la jerarquía de la Iglesia católica –porque está hablando de la Iglesia–, que se convertirán en ilegítimos por no apacentar con la verdad que es nuestro Señor Jesucristo, que es Dios, a las ovejas, a las almas; porque la verdad es la que nos salva, la que nos hace libres. Hay un compromiso con la verdad, esa actitud ante ellla que debe ser el sostén con Dios y con todo; nuestra relación en el mundo es trascendental y con las cosas es una relación de verdad y con Dios mucho más, es trascendental. Y cuando falla la religión es porque falla esa relación y los que no se convierten, es porque fallan en ella; no han escuchado el campanazo de la verdad, no han dejado que penetre en su corazón, o no la han seguido si es que la han escuchado, o no viven conforme a ella y de ahí el gran mal.

Esa veracidad se adultera, se tergiversa, se falsea por culpa de los falsos profetas, que no son cualquier hereje, sino que son los prelados, los doctores de la Iglesia católica, apostólica y romana. Eso lo dice nuestro Señor, lo dice Santo Tomás, de los falsos doctores, cuyo ejemplo, lamentablemente, de engaño, de adulteración, de corrupción de la verdad, lo vemos hoy más que nunca en esta crisis apocalíptica de estos últimos tiempos que nos toca vivir como purificación de la Iglesia.

Nuestro Señor insiste en que tengamos cuidado. “...no todo aquel que dice ¡Señor, Señor! entrará en el reino de los cielos”. Agrega que no solamente con piel de oveja, apariencia de religioso, de bueno, de santo, de virtuoso, de rezandero, porque esto también se aplica a los protestantes que invocan “Señor, Señor” y los “aleluyas” y para arriba y para abajo, ¡no señor! Porque los frutos tienen que ser buenos y para entrar al cielo no basta decir “Señor”, sino cumplir la voluntad de Dios; porque no basta solamente con oír, conocer la verdad, sino que hay que ponerla en práctica; no basta decir “Señor, Señor”, decir “totus tuus” y dejar que la Iglesia se eclipse, se disgregue, se degenere o se desuna.

Y aquí corresponde tocar un punto delicado sin que quede la menor duda; al hablar así no se está en contra del Papa ni de Juan Pablo II ni de la jerarquía de la Iglesia, se está en contra del error, de los falsos profetas, de aquellos que, como dice nuestro Señor, son lobos rapaces pero disfrazados con piel de oveja. No sabemos qué pasa en el Vaticano, si hay impostores o no, si al Papa lo suplantan o no, pero lo que sí se sabe se ve por sus frutos y ningún Papa, ningún cardenal, ningún obispo puede negar la existencia del infierno, no se puede negar la exclusividad de la Iglesia católica, apostólica y romana. Esas son cosas que no puede negar ni nuestro Señor Jesucristo volviendo a la tierra, ni un ángel del cielo, ni San Pablo, ni ningún apóstol, ni ningún Papa, entonces no estamos en contra del Papa. Soy más papista que el Papa, pero no podemos aceptar que el error circule en la Iglesia bajo el nombre, el peso y la autoridad del Sumo Pontífice, llámese Pablo VI, Juan XXIII o Juan Pablo II, o como quiera llamarse y que en el nombre de Su Santidad el Papa se deje circular el error.

Los frutos, los hechos, son los que hablan. ¿Cuáles son los hechos? ¿De qué le vale a Juan Pablo II decir “totus tuus, todo tuyo Señora” cuando deja corromper la Iglesia? Hay una grave responsabilidad de omisión por lo menos, no hace falta sumar herejías y errores que se digan o pronuncien, sino con lo mínimo, la omisión. ¿Qué pasa con un capitán que deje que el timonel haga lo que le venga en gana? No cumple con su deber y eso es grave, peor aún si llega a ser un falso profeta, un lobo rapaz vestido con piel de oveja.

Debemos tener cuidado, la Virgen de La Salette ya lo dijo: “Roma perderá la fe y será la sede del anticristo”. ¿Qué querrá decir, que habrá un impostor, un falso Papa, un verdadero Papa que caerá en la herejía y se convertirá en un falso profeta, en el pseudoprofeta del Apocalipsis? Eso no se sabe, pero lo que sí se sabe es que debemosestar al pendiente y conocer bien los frutos y que no se avale el error y seguirlo porque se diga que viene del Vaticano, de Su Santidad Juan Pablo II, porque no puede haber una contradicción con la verdad, con Dios. Por eso se ha dado en la Iglesia la infalibilidad al Papa y a todos los obispos en comunión con él, no para que profesen una nueva doctrina ni enseñen una nueva religión, sino para que digan públicamente la verdad que ha sido revelada y el depósito de la fe, para que expliciten, para que aclaren, para que hagan más lúcido eso que está contenido en el depósito de la fe de un modo implícito o no muy claro, pero no para inventarse otra nueva Iglesia, otra nueva religión.

Esto no es un invento, son los textos del mismo Vaticano I que lo dicen, y es nuestro Señor en este evangelio quien lo indica: “cuidado con los falsos profetas”, con los falsos prelados que se pueden disfrazar de ovejas piadosas pero que son “lobos rapaces” y “no todo el que dice ¡Señor, Señor! entrará en el reino de los cielos”. No vamos a discutir lo que, como muchos dicen, que “Juan Pablo II es piadoso”; mejor para él si es piadoso. Pero lo que no puede ser es que diga: “¡Señor, Señor!” y, teniendo la responsabilidad, deje que la Iglesia se degenere como lo está haciendo en el orden de la fe, en el de la verdad, en el de la doctrina con sus repercusiones en el moral; que se degenere en una liturgia que vicia los sacramentos, en una teología que destruye el dogma. Hay que ver los frutos. Quede muy claro que no estamos en contra del Papa, estamos en contra de los falsos profetas a los cuales alude nuestro Señor.

Defendemos el papado que es la roca sobre la cual está fundamentada la Iglesia; es la institución divina de la Iglesia, porque los Papas mueren, mientras que el papado permanece; es una distinción que hay que tener en cuenta y que hay que hacer para poder entender muchas cosas que a veces se nos hacen difíciles. De ahí la necesidad de estudiar, de leer para conocer nuestra doctrina, nuestra religión, para no volvernos protestantes, no ya saliendo de la Iglesia sino permaneciendo en ella. El católico modernista con buena voluntad es un protestante que se desconoce, piensa lo mismo que aquel que dice ser cristiano porque ellos a sí mismos no se dicen protestantes, sino cristianos, usurpando este nombre.

Ayer asistimos a una conferencia dictada por el licenciado Luis Padilla, autor de algunos folletos de los que se publican en la Fraternidad, extraídos de su libro “La hora de la verdad” y habló como no lo hubiera hecho ningún cura; habló del infierno, del mal, de la necesidad de convertirse, de la inminencia de los últimos tiempos, que recordaran que los judíos ya estaban en su patria desde el año 1948, que ya no estaban en la diáspora, y ese es un signo fundamental de los últimos tiempos. Habló también de la presencia de nuestra Señora.

Por mi parte públicamente le reconocí que “como los sacerdotes no hablan y nuestro Señor dijo que hablarían las piedras, por eso quizás un laico como usted dice lo que los curas debieran decir y lo callan”. Pero claro, él, para no asustar a nadie, remitiéndose a Fátima, después de hablar del infierno, recordando lo que era, un lugar, que es un estado de separación del alma, alguien le refuta que el Papa dice que no es un lugar sino un estado, y el pobre hombre, claro, cómo iba a decir en público algo que pudiera ir en contra de la imagen del Papa, tuvo que soslayar la cuestión diciendo que no, que él no dijo eso, que él afirmó que... y ahí salió como pudo.

Personalmente le recalqué que sí, que no pudo decirlo porque, claro, aquel que hable en contra de la autoridad del Papa enseguida ya es un excomulgado, un hereje, un desgraciado. Y no, no es así, el Papa tampoco puede abusar de su prestigio, de su autoridad, de su investidura para enseñar el error o por lo menos dejarlo circular como moneda corriente. Contra eso hay que declararse opositor, no contra la autoridad que representa o lo que es; ahora, si él es verdadero o falso, si es Papa o antipapa, eso no se sabe, o si al verdadero lo tienen escondido por ahí como decían con respecto a Pablo VI, que el malo es quien aparece. Eso tampoco se puede saber y no importa en el fondo, porque lo que interesa son los hechos y nada más, y cuidarse de los que llevan piel de oveja.

No todo el que dice “¡Señor, Señor! entrará en el reino de los cielos, sino aquel que hace la voluntad de mi Padre”, con lo cual nuestro Señor nos invita también a hacer la voluntad de su Padre, a dar ejemplo, testimonio de vida, vivir en la verdad ante Dios, no para que me mire el vecino ni el que tengo al lado, sino sólo Dios. Eso es lo que forja la santidad, lo que hagamos frente a Él, por amor a Él y que eso por reduplicación se torna de rebote y llegue al prójimo, a nuestros hermanos; de ahí la necesidad de vivir en la verdad y dar ese testimonio, ser fieles.

Este fue el camino de San Agustín, pecador hasta los tuétanos cuando desconocía la verdad, pero cuando la vio y la conoció cambió de vida, dejó a la mujer con la que había vivido diez años y con quien tenía un hijo; dice que aquello le partió el corazón pero la dejó, y como la carne es débil, buscó otra. Cuando recibió el bautismo cambió definitivamente y es el gran San Agustín, un santo entre los santos por su virtud, inteligencia y comentarios a la verdad, a la palabra de Dios.

Ese testimonio lo debemos dar nosotros en respuesta a Dios, que dice: “Yo soy el camino, la verdad y la vida y la verdad os hará libres”. La veracidad da la real libertad, por eso otra afirmación de San Agustín es: “Ama y haz lo que quieras”, pero no para drogarse o prostituirse en una discoteca, cambiar de mujer como de zapatos, o para desnudarse en las playas, sino para hacer la voluntad de Dios. Porque el que ama verdaderamente hace la voluntad del amado, y si el amado es Dios, hace la voluntad de Dios. “Ama y haz lo que quieras”, eso es muy distinto de la libertad que hoy se proclama para pecar e irse más libremente a la condenación eterna del infierno; y para colmo que se diga que no se preocupe, que el infierno no es el fuego eterno a donde van las almas; ¡qué crimen, qué atrocidad! Pero son los hechos; creo haber dicho las cosas claramente para que no haya escándalo.

Más escándalo es ver lo que está pasando y no denunciarlo, o dejarse llevar por él en el arroyo del error, o no entender nada. La verdad nos hace libres y por eso hay que decirla; no es nuestra culpa; es imposible hacer otra cosa y si alguien no está de acuerdo lo puede manifestar, y si ninguno estuviera de acuerdo habría que irse a otra parte, pero no dejar de decir lo que es un deber. Habría que hacer como los apóstoles, como lo recomendó nuestro Señor: “Si vais a una casa y no se os recibe, sacudíos el polvo de las sandalias e id a otro lugar”, porque la verdad no se impone por la fuerza sino que se impone por la vía de su misma luz y del amor. Nuestro Señor no se impone, no nos obliga, pero ahí está: le respondemos libremente y en verdad y nos salvamos o nos negamos a ella y nos condenamos en verdad y con entera libertad.

Invoquemos a nuestra Señora, la Santísima Virgen María, que nos ayude a comprender estas cosas y que podamos rendir ese tributo, ese testimonio de nuestras vidas a la verdad que es Dios y que es nuestro Señor Jesucristo encarnado, el Verbo de Dios hecho hombre para redimirnos del pecado y salvarnos+
P.BASILIO MERAMO
22 de julio de 2001

domingo, 1 de julio de 2018

La Gran Blasfemia de la "nueva raza contra su Creador"



    Para despistados y modernizados "tradicionaloides"  inclusive.

    La  "fabricación" de independencias,  revoluciones,  bandos  y  banderas,  que la Sinagoga de Satanás, logro incoar en el nuevo pueblo HISPANO AMERICANO, avalado por cierto con la presencia de la Misma Santísima Virgen Maria en Guadalupe,  y valiéndose de los "albañilitos y las "demoniocracias"   hoy  culmino de forma especial  haciendo que los individuos uno a uno,  se presentasen en las Casillas  electorales demoniocraticas  para manifestar  fuerte  y claro,  QUE NO TIENEN MAS  REY QUE AL CESAR.

    Precisamente en la fiesta de la PRECIOSISMA  SANGRE del Mismo  Nuestro Señor JesuCristo,  regocijándose así  de  ella,  y avalando de esa  forma  su adhesión al reino del otro.

DIOS SE APIADE DE TODOS NOSOTROS,  (Hispano parlantes)

MARANATHA

FESTIVIDAD DE LA PRECIOSÍSIMA SANGRE DE NUESTRO SEÑOR


Amados hermanos en nuestro Señor Jesucristo:
Este cuarto domingo después de Pentecostés coincide con la Festividad de la Preciosísima Sangre de nuestro Señor Jesucristo. Fiesta que instituyó el papa Pío IX y que Pío XI la extendió a toda la Iglesia, solemnizándola; por tanto, prima sobre el domingo como fiesta de primera clase, reemplaza la Misa del domingo porque las fiestas de nuestro Señor son las mismas que las del domingo en valor. ¿Y qué nos dice?

Nos recuerda la sangre de nuestro Señor, su Sacrificio, su Muerte, su Pasión y nuestra Redención operada en la Cruz. Redimidos, rescatados, liberados de las garras del demonio, del infierno, de la condenación eterna del pecado. Por eso San Agustín decía que la humanidad era condenada en ese sentido por la impronta del pecado, irremediable, irreparable, pero que eso nos mereció la intervención de nuestro Señor y por eso él exclama: “¡Oh feliz culpa que nos diste tan grande Redentor!”. A nuestro Señor que nos redime en la Cruz y nosotros nos aplicamos esa Redención, sus frutos de salvación, asistiendo a la Misa.

Por eso no es lo mismo el Misterio de la Redención, que el Misterio de la Salvación. Y tampoco es lo mismo como acontece en la liturgia moderna, en la pseudoliturgia de una pseudoiglesia, de una pseudoreligión que quiere pasar como verdadera y equipara la Redención al Misterio Pascual. Eso es un error. La Pascua, que es la Resurrección de nuestro Señor, implica la muerte que tuvo nuestro Señor en la Cruz; pero en la Santa Misa no se tiene simplemente simbolizada, o significada la Pascua, sino la muerte de nuestro Señor en la Cruz y por lo mismo es un Sacrificio propiciatorio por nuestros pecados y no una simple conmemoración de lo que aconteció en la Cruz, de lo que le pasó a nuestro Señor, como quería Lutero.

Con la Misa no anunciamos la Pascua, anunciamos la Muerte de nuestro Señor y de modo indirecto la Resurrección. Directa, evidente, objetivamente la Muerte y no la Resurrección. Entonces la Misa no es la conmemoración de la Pascua de nuestro Señor y mucho menos la conmemoración de la Pascua del Antiguo Testamento de los judíos; eso es tergiversar, prostituir la Misa; eso fue lo mismo que hizo Lutero. Por eso para ellos es una cena, un ágape, pero no un sacrificio verdadero que se reactualiza, se renueva; se vuelve a hacer en cada Misa el mismo Sacrificio de la Cruz renovado incruentamente sobre el altar. La diferencia consiste en el modo: en la Santa Misa es incruento y en la Cruz fue cruento, hubo derramamiento de sangre.

Por lo mismo son esenciales las palabras en la consagración del cáliz que hacen alusión al derramamiento de la sangre de nuestro Señor, porque fue a través de su Muerte y de esa separación, representada en la separación de la sangre de su cuerpo. La doble consagración simboliza la Muerte de nuestro Señor, la simboliza y la realiza y esto hay que tenerlo presente, sin adulterar el significado de nuestra Redención, de la Muerte de nuestro Señor; debemos evitar que se confundan los términos.

Al confundir los términos se niegan las verdades esenciales definidas por el concilio de Trento, porque detrás de todo esto hay herejía, y más que herejía hay una gran apostasía que muy pocos perciben. La mayoría de la gente, mucha de buena fe, sigue el error y por lo mismo hay que predicar la verdad para que si se está en el error de buena fe, oyendo la verdad se salga de él y eso es lo que en la misa de hoy se recuerda, nuestra Redención por el derramamiento de la Sangre, de la Muerte de nuestro Señor en la Cruz para rescatarnos del infierno de la muerte eterna, de la separación eterna de Dios. Para que no odiemos a Dios sino que le amemos y eso es lo que quiere la Iglesia, que amemos a Dios con todo nuestro corazón, con toda nuestra alma, con todo nuestro espíritu.

No es que el alma sea distinta al espíritu, como piensan los gnósticos, sino que nuestra alma es espiritual, porque las plantas y los animales tienen alma vegetativa, alma animal, pero nuestra alma no es vegetativa ni animal sino espiritual; es un alma racional y espiritual y por eso inteligente y libre para que con la inteligencia conozcamos a Dios y con la voluntad le amemos sobre todas las cosas. Ese es el primer mandamiento. Y demuestro ese amor cumpliendo al asistir al culto divino, al verdadero culto de Dios los domingos y no a una parodia de misa, una cuasi misa, una apariencia ya que no se define como lo que es, sino a la manera que la entienden los luteranos y los protestantes y esa no es nuestra fe.

Así que en esta fecha de la fiesta de la Preciosísima Sangre de nuestro Señor, nosotros, que bebemos de Ella cuando comulgamos, ya que en la Hostia, por concomitancia, está también la Sangre de nuestro Señor, por eso no es necesario comulgar bajo las dos especies.

Pidamos a nuestra Señora, la Santísima Virgen María, que nos beneficiemos de la Sangre de nuestro Señor para que no sea derramada inútilmente y así salvar el alma y dar mayor gloria a Dios. +

PADRE BASILIO MÉRAMO
1 de julio de 2001

Sexto Domingo Después de Pentecostes


Amados hermanos en nuestro Señor Jesucristo:
En este domingo nos relata el Evangelio la segunda multiplicación de los panes, que como dice sabiamente ese gran exegeta desconocido y despreciado por los suyos, el padre Castellani, cuando nuestro Señor repite un milagro, una acción, tiene un significado distinto al primero porque si no, hubiera bastado una sola vez. ¿Y cuál sería el significado de esta segunda multiplicación de los panes, es que el Señor la hace por medio de las manos de sus discípulos, para que la muchedumbre que le seguía desde hacía tres días no desfalleciere al retornar a la casa en ayunas, sin comer? Y la respuesta, si vemos bien, es que hay una proporción inversa entre la primera y la segunda multiplicación de los panes. En la primera había cinco panes y cinco mil personas comieron y sobraron doce cestos o canastas; en la segunda hay siete panes, sobran siete cestos, sobra menos y hay menos personas que comen, cuatro mil.

De ahí entonces, de esa proporción inversa, nuestro Señor quería significar en esta multiplicación de los panes que no necesita de muchos sino de pocos y sobre todo quería además mostrar el desarrollo, propagación y crecimiento de la Iglesia a través del pan de la palabra divina, de la doctrina, de la palabra de Dios y del pan eucarístico de su cuerpo. A través de estos dos medios se propaga, se desarrolla, crece en manos de sus discípulos, de sus apóstoles y del clero de la Iglesia católica. Y no se necesitan muchas cosas, así como con menos panes produce más. El desarrollo y la difusión de la Iglesia, la expansión de la fe no depende de los medios humanos y mucho menos de que sean muchos y numerosos; al contrario, entre menos, más se sacian y más sobra, como los panes.

Por eso es una tentación que la Iglesia quiera en su expansión utilizar demasiados medios. Si bien se mira, el único es el de la palabra predicada sabiamente y la multiplicación de las misas, que eso es la Eucarístia, que de allí sale la comunión, que allí se opera la Transubstanciación, y allí crece la Iglesia y no con medios políticos, diplomáticos, de influencia y de poder, de grandeza. Todos estos son medios humanos para los reinos del mundo, pero no para la Iglesia y mucho menos el dinero que todo lo puede.

Cuán sabia lección nos deja nuestro Señor para que los ministros y los fieles no caigan en ese grave error de querer difundir la fe a costa de política, de diplomacia, de influencia, de poder y de dinero, porque eso es lo que ha hecho sucumbir más de una vez a regiones enteras en la fe, cuando la Iglesia perdía la libertad de la predicación de la palabra a instancias del emperador, no lo olvidemos. Constantino el Grande abrió las puertas a la Iglesia, la apoyó, la defendió y, sin embargo, miserablemente se dejó seducir por una corte arriana y persiguió a San Atanasio, lo desterró y apoyó a sus enemigos; él fue en gran parte culpable de que el arrianismo no hubiera sido desterrado en el Imperio Romano recién convertido a la Iglesia. Constantino, con el clero y los obispos, por no provocar la ira del emperador no se lo decían, pero hubo un San Atanasio, un San Basilio, unos cuantos, santos, aunque la gran mayoría apoyaba la voluntad del emperador y así fue como se difundió la herejía arriana que había sido condenada en el Concilio de Nicea que él mismo Constantino convocó para ayudar a la Iglesia.

Y ese mismo error, sacado como un perro por la puerta, entra por la ventana. Así se multiplican los yerros cuando se utilizan los medios inadecuados. Por ejemplo, en Inglaterra, ¿Enrique VIII no era acaso el gran defensor de la fe ? ése era el título que tenía; y después ¿no fue acaso por su propia culpa que toda esa nación cayó en el protestantismo anglicano hasta el día de hoy?

La Iglesia y la fe no crecen ni por la política, ni por la diplomacia, ni por las influencias, ni por el dinero; pueden necesitar el apoyo y la ayuda de todos ellos pero no son su primer elemento. El primero es la predicación de la doctrina, de la palabra de Dios y la difusión de la Santa Misa y de la eucaristía, del cuerpo de nuestro Señor y de su sangre; eso es lo que convierte; eso es lo que hace crecer y desarrollar a la Iglesia. Por eso, la Iglesia se basta de instrumentos pobres, mínimos, como los panes, y entre menos panes, más gente come y más son las sobras. Eso es una gran lección y por eso es un error creer que la fe se propaga a través de la televisión y del radio, de las revistas y de los periódicos; esto es mentira y engaño.

Para difundir la fe se necesitan en primer lugar sacerdotes preparados y no monigotes al servicio del poder secular, llámese rey o gobierno, presidente o lo que fuere. Para predicar con la libertad del Espíritu Santo la palabra divina de Dios, es para lo que la Iglesia necesita a presbíteros íntegros y no a curas bastardos, miserables vende patrias y vende iglesias. Por eso, la urgencia de buenos seminarios basados en la teología de Santo Tomás, en la sapiencia de los Santos Padres, en la tradición de la Iglesia y no en algo diferente. La Iglesia necesita apóstoles dóciles que reparten el pan de la palabra de Dios y el de la eucaristía y no la política, no el poder, no el dinero, no la diplomacia.

Hay acciones triviales que mundanizan a la Iglesia, al clero; por eso se ha caído tan bajo porque se ha frivoliza la Iglesia en la parte humana, en sus ministros y en sus cardenales; de ahí viene esa expresión en Italia de bocatto di cardinale, comida de cardenal, de lujo de cardenal, gran pompa, gran banquete, cuando nuestro Señor hacía todo lo contrario. Decía el gran San Juan Crisóstomo, en el siglo V, que el lastre de los bienes materiales llevaba a la Iglesia a su corrupción; esto lo mencionaba para mostrar ese gran peligro si se confunden los medios. Esto se dio también por culpa de los fieles que, faltos de caridad, dejaban de ayudar generosamente cada uno con lo que podía y tenía; y ante esa falta de caridad y de generosidad espontánea, la Iglesia tuvo que atesorar, que guardar bienes materiales para poder satisfacer sus necesidades. De ahí vino el gran mal, ya que acaparando y acaparando se corrompen las conciencias, e igual sucedió al clero; decae la moral y se pierde la predicación de la palabra.

Hoy vemos cuán confundido está todo y por eso vemos decaer la fe. Y no la vamos a recuperar con ninguno de esos medios sino con el de siempre, con la predicación de la palabra, ese simple soplo que no es nada pero que es mucho y es todo si viene de Dios, como debe serlo la doctrina enseñada e impartida en la Iglesia y la propagación del Santo Sacrificio de la Misa. Pero hoy vemos cómo esos dos métodos han sido corrompidos, igual la palabra de la doctrina con el ecumenismo, con el modernismo, con el progresismo, ya que es adulterada; y el otro medio, la eucaristía, también pervertida por la nueva misa.

Entonces, ¿de qué nos vamos a extrañar?, ¿cómo vamos a querer que haya fe, que crezca la Iglesia si se corrompen, a propósito, a instancias de Satanás, esos dos medios de la propagación de la Iglesia, de la de la fe, de los medios de conversión de las almas; esa es la triste realidad. Y por eso hay que ser fieles a la Misa tridentina, a la Misa Romana, católica, apóstolica, porque es ésta la que San Pío V codificó para que nadie osara tocarla ni mancharla, canonizándola para siempre, exenta de todo error y de toda profanación, y no la nueva misa que es protestantizante, que no es romana, que no es católica sino ecuménica para atraer a los demás que no la aceptan, como los protestantes. Esa es la gran diferencia, y por eso se necesitan verdaderos sacerdotes, valientes y bien instruidos, bien formados para que puedan así propagar la Iglesia y la fe con la palabra de la doctrina, con el pan de la doctrina, con el de la verdadera eucaristía, el de la verdadera misa y no de una nueva rubricada a gusto y placer de los protestantes que odian a la Iglesia católica y que rechazan el sacrificio incruento del altar, la Santa Misa.

Pidamos a nuestra Señora, a la Santísima Virgen María, que podamos retener en nuestra memoria todo esto y así difundir la fe y se salven las almas. +

PADRE BASILIO MERAMO
20 de julio de 2003