San Juan Apocaleta



Difundid Señor, benignamente vuestra luz sobre toda la Iglesia, para que, adoctrinada por vuestro Santo Apóstol y evangelista San Juan, podamos alcanzar los bienes Eternos, te lo pedimos por el Mismo. JesuCristo Nuestro Señor, Tu Hijo, que contigo Vive y Reina en unidad del Espíritu Santo, Siendo DIOS por los Siglos de los siglos.












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"Sancte Pio Decime" Gloriose Patrone, ora pro nobis.





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domingo, 28 de mayo de 2017

DOMINGO DESPUÉS DE LA ASCENSIÓN

Amados hermanos en nuestro Señor Jesucristo:
En este domingo después de la Ascensión, que no se puede dejar pasar sin hacer alusión a la manera cómo desafortunadamente se va marginando a nuestro Señor de la España supuestamente católica, ya no se festejan esos jueves más refulgentes que el sol, ya no reluce nuestro Señor en el mundo católico, no hay naciones católicas; la apostasía de las naciones es evidente para quien quiera ver, y quien no lo quiera, pues que continúe en la ceguera. Y pareciera ser que la Providencia permite que se le ultraje, así como permitió que nuestro Señor fuese ultrajado en su propio cuerpo; permite también que se le ultraje en su culto al relegar a nuestro Señor, como si ya no tuviese ningún interés para nuestra sociedad; así pasa el día de la Ascensión en el pueblo, como un día de trabajo más, sin glorificar a nuestro Señor.


En este domingo después de la Ascensión, nuestro Señor, a través del evangelio, nos dice que no nos escandalicemos de dar testimonio de Él, que sube al cielo y nos envía el Espíritu Santo que viene a dar Su testimonio, testimonio de nuestro Señor Jesucristo, y que ese testimonio que viene a dar el Espíritu Santo también lo darán los apóstoles, porque estuvieron desde el principio con Él; aquellos que no le traicionaron, que no le abandonaron, sino que desde el principio creyeron en Él y rindieron su testimonio. No escandalizarnos entonces, en primer lugar de dar testimonio y como consecuencia de ese testimonio, no escandalizarnos tampoco de las persecuciones que ese testimonio de nuestro Señor acarree; es decir, nuestro Señor prevé para sus apóstoles y para toda la historia de la Iglesia una persecución a causa del testimonio que dé Él a quien con Él esté, aquellos verdaderos discípulos, no el de los traidores, no de quienes le reniegan o quienes le dejan a mitad del camino, sino de quienes permanecen con Él desde el principio hasta el final, apoyados por el Espíritu Santo.

Ese testimonio acarreará indefectiblemente persecución por parte de los judíos quienes los echarán de la sinagoga, Iglesia de entonces y presagio de lo que sería después. Si hoy en día se nos persigue por dar fiel testimonio de nuestro Señor Jesucristo, no nos escandalicemos de ser excomulgados de la Iglesia. El ser echados de la sinagoga era ser excomulgados y eso ¿acaso no es lo que pasa hoy día?; parece ser que el evangelio va dirigido de una forma muy particular a nosotros que permanecemos fieles dando testimonio de nuestro Señor. Lo peor del caso es que nuestro Señor dice que: “Aquellos que os echaren de la sinagoga creerán hacer un favor a Dios”, o sea que la causa, según aquellos que echaren a los verdaderos testigos que dan testimonio de nuestro Señor, es que creerán hacer un favor a Dios. Debemos suponer entonces que es por Dios que lo hacen, es decir, tendrán un motivo religioso, un motivo teológico, modo de actuar típico del fariseísmo: perseguir la verdad en nombre de Dios; lo que ocurre hoy, excomulgar la Tradición en nombre de Dios, echarnos fuera de las iglesias en nombre de Dios. Ya nuestro Señor, entonces, muy claro lo advirtió, no nos escandalicemos cuando veamos que estas cosas ocurran, que se nos echa de la Iglesia, que se nos excomulga y todo esto en honor al nombre de Dios.

“Y obrarán así, por no conocer ni al Padre ni a Mí”. Aquellas personas que excomulgaron a los apóstoles y las que nos excomulgan a nosotros no conocen ni al Padre ni parecen conocer a nuestro Señor Jesucristo, ya que el Espíritu de Verdad no está en ellos aunque invoquen la autoridad y  a nuestro Señor; es decir, a Dios, no le conocen. Es lo que pasa hoy de una manera patética, claramente se ve para aquellos que quieren ver; quien no quiere ver, porque tiene miedo de la luz, seguirá ciego, con una ceguera voluntaria, culpable. Por eso, de una forma u otra todos los que colaboran con la demolición de la Iglesia, persiguiendo a la Tradición y que no están plenamente con la Tradición, no dan testimonio de nuestro Señor Jesucristo y en definitiva no conocen al Padre, porque por no conocer al Padre persiguen a nuestro Señor Jesucristo a través de aquellos discípulos fieles que dan testimonio.

Con el evangelio de hoy, entonces, nuestro Señor pone de manifiesto una contradicción tremenda, monstruosa, esa monstruosidad se llama fariseísmo: aplicar con todo el rigor la Ley de Dios contra Dios; es un pecado de la inteligencia contra el Espíritu Santo, la impugnación de la verdad. Fue ese el pecado del pueblo elegido, pecado del judaísmo y es el pecado que comete la actual jerarquía de la Iglesia, que ha condenado a Monseñor Lefebvre y a través de él, no a personas por él representadas, sino a la Iglesia Católica, Apostólica y Romana. Y esa persecución es la que hoy por hoy está vigente, con una vigencia atroz: libertad para todo, menos para la verdad; todo se cambia, todo se permite, únicamente no es permitido el ser fieles testigos de nuestro Señor Jesucristo. Se cambia hasta el Vía crucis –por no corresponder al rigor exegético o histórico de lo que la ciencia hoy entiende por exegesis o por historia–, así que todos aquellos que durante años se han santificado haciendo el Vía crucis, hoy ya no; se cambia sistemáticamente todo porque Satanás es el fondo, inspira esta revolución, odia todo lo que sea de Dios y todo lo que sea la imagen de Dios, hasta en las cosas más insignificantes; por eso hay que subvertir, cambiar, revolucionar todo, poco a poco, pero de manera segura y a todos aquellos que han aceptado ese cambio, pues hacen de su vida una continua y permanente claudicación, pequeña, gota a gota, pero claudicación.

 Frente a todo lo anterior tenemos que mantenernos firmes, sin ceder, firmes pase lo que pase. Persecuciones, todas las que hubiere, ya lo tenemos advertido: no nos escandalicemos, no nos preguntemos el por qué. Es lógico, es hasta en cierta forma natural que se nos persiga. Permanezcamos entonces fieles en ese testimonio de nuestro Señor Jesucristo, fieles al Espíritu de Verdad, como llama nuestro Señor al Espíritu Santo y fiel en definitiva al Padre Eterno; “aquel que conoce al Padre me conoce también a mí”, dice nuestro Señor, entonces no le reneguemos, y no solamente en el plano doctrinal, en el plano teológico, en el plano de la fe, sino también en el orden cotidiano de nuestra vida, en nuestro actuar, en definitiva. Seamos fieles a nuestro Señor con nuestras inteligencias y con nuestros corazones, deseando verdaderamente la santidad, esa santidad que nos traerá el Espíritu Santo en plenitud; por eso nuestro Señor sube al cielo, para que el Espíritu Santo, el Espíritu de Verdad venga sobre nosotros, venga sobre la Iglesia, la Iglesia fundada por nuestro Señor Jesucristo con la venida del Espíritu Santo en el día de Pentecostés.


Pidamos a nuestra Señora. A Ella, que en cierta forma presidía ese cónclave que hubo en el cenáculo esperando durante este tiempo, justamente entre la Ascensión y Pentecostés, la venida del Espíritu Santo, para que reine en nosotros, para que reine en nuestros corazones. Aboguemos siempre con espíritu de verdad, nada de engaños, nada de mentiras, nada de claudicaciones, testimonio fiel sin escándalo de la persecución, sin escándalo de las excomuniones, sin escándalo incluso de todo lo que veamos de malo en nuestro derredor. +

P. BASILIO MÉRAMO     
12 de mayo de 1991
    

jueves, 25 de mayo de 2017

Ascensión de Nuestro Señor Jesucristo a los Cielos


ASCENSION DE NUESTRO SEÑOR JESUCRISTO
TOMADO DE LA "CATENA AUREA"Santo Tomás de Aquino


San Lucas cap. 24, 50-53:

Y los sacó fuera hasta Betania, y alzando sus manos les bendijo; y aconteció, que mientras los bendecía, se apartó de ellos, y era llevado al cielo. Y ellos, después de haberle adorado, se volvieron a Jerusalén con grande gozo. Y estaban siempre en el templo, loando y bendiciendo a Dios. Amén. (vv. 50-53)


Beda
Omitiendo todo lo que el Señor había hecho con sus discípulos en el espacio de cuarenta días, el evangelista pasa del primer día de su resurrección al último día en que subió a los cielos, diciendo: "Los sacó fuera, hasta Betania". Ante todo, por lo que dice el nombre de la ciudad -que quiere decir casa de obediencia - entendemos que el que había bajado del cielo por la desobediencia de los malos, subió por la obediencia de los convertidos. Además, por el lugar que ocupaba la ciudad (que según se dice estaba a la falda del monte de los Olivos), porque la casa de la Iglesia obediente debía estar a la falda del monte mismo (esto es, de Cristo), en donde ha colocado los fundamentos de la fe, de la esperanza y de la caridad. Bendijo a quienes había mandado enseñar. Por ello sigue: "Y alzando las manos los bendijo".

Teófil

Les infundió la fuerza que conserva hasta la venida del Espíritu Santo. Nos enseñó que cuantas veces nos separamos, encomendemos a nuestros súbditos a Dios por medio de las bendiciones.

OrígenesEl acto de levantar las manos y bendecirlos, significa que el que bendice debe estar adornado de buenas y heroicas obras, para bien de los demás; por esto levantó las manos al cielo.

CrisóstomoObsérvese que el Señor nos hace ver sus promesas. Había ofrecido que resucitarían los cuerpos; resucitó El de entre los muertos, y confirmó a sus discípulos en esta fe por espacio de cuarenta días. Ofreció también que seremos arrebatados al cielo, y probó esto también por medio de las obras. Prosigue: "Y aconteció, que mientras los bendecía", etc.

Teófil
Elías también parecía ser llevado al cielo, pero el Salvador mismo ascendió al cielo como precursor de todos para presentarse en su cuerpo sacratísimo como primicia ante el Padre. En este concepto, ya fue honrada nuestra naturaleza con todas las virtudes de los ángeles.

Crisóstomo
Pero dirás: ¿a mí en qué me interesa? Pues tú serás igualmente llevado a los cielos, porque tu cuerpo es de la misma naturaleza que el cuerpo de Jesucristo. Tu cuerpo, pues, será tan ágil, que podrá atravesar los espacios; porque así como la cabeza, es el cuerpo; como el principio, así el fin. Véase cómo fuimos honrados por este principio. El hombre era la clase más ínfima de las creaturas racionales, pero los pies se hicieron semejantes a la cabeza, fueron encumbrados en una torre real por virtud de Jesucristo, su cabeza.

Beda
Habiendo subido el Señor a los cielos y habiendo adorado sus discípulos el último lugar que pisaron sus pies, volvieron apresuradamente a Jerusalén, en donde se les había mandado esperar la promesa del Padre. Prosigue: "Y ellos, después de haberle adorado, se volvieron", etc. Estaban embargados de una grande alegría, porque después del triunfo de la resurrección, habían visto a su Dios y Señor penetrar en los cielos.

Griego
Y velaban, ayunaban y oraban, porque no descansando en sus propias casas, sino esperando constantemente la gracia de lo alto, estaban siempre en el templo, aprendiendo en él, entre otras virtudes, la piedad y la honestidad. Prosigue: "Y estaban siempre en el templo".

Teofilacto
Todavía no había venido el Espíritu Santo y ya hablaban espiritualmente. Al principio estaban encerrados, pero ahora ya no tenían inconveniente en presentarse delante de los príncipes de los sacerdotes, sin preocuparse de las cosas del mundo, antes bien, alababan todos a Dios, desestimando todo esto. Prosigue: "Loando y bendiciendo a Dios. Amén".

Beda
Obsérvese que San Lucas se distingue por el toro, entre los cuatro animales del cielo, porque el toro se ofrecía como víctima por los sacerdotes, y en atención a que se ocupó del sacerdocio más que los otros evangelistas. Además empezó su Evangelio por el ministerio sacerdotal de Zacarías en el templo, y lo concluyó con la reunión de los apóstoles en el templo, no ofreciendo sacrificios cruentos, sino como ministros del nuevo sacerdocio, alabando y bendiciendo a Dios, para prepararse así a recibir dignamente la venida del Espíritu Santo.

Teófil
Prosigamos imitándolos siempre en una vida santa, alabando y bendiciendo a Dios, de quien es la gloria, la dicha y el poder por los siglos. Amén

domingo, 21 de mayo de 2017

QUINTO DOMINGO DESPUÉS DE PASCUA



Amados hermanos en nuestro Señor Jesucristo:
En este quinto y último domingo después de Pascua, vemos en el Evangelio cómo nuestro Señor les dice a sus discípulos, y a nosotros también, que hasta ahora nada se le ha pedido al Padre en su nombre. Ha mostrado la importancia de cómo se ha de implora, es decir, de orar, de rogar, de rezar en el nombre de nuestro Señor Jesucristo. Y hacerlo en el nombre de Jesús es pedir la salvación. Jesús, quiere decir salud, dador, el Salvador; el que da la salud eterna y la salvación. Y por eso dice San Agustín que para pedir en el nombre de Jesús a Dios Padre hay que suplicar en lo concerniente a la salvación de nuestras almas, así se le implora nuestra salvación.

De modo que si le estamos rogando ganar la lotería, ser ricos o famosos o tener éxito, es evidente que esto no nos las va a dar y peor si no nos vamos a salvar sino a condenar por medio de ellas. Cuánta gente es buena sólo cuando vive en la lucha y sufre, pero cuando tiene dinero se corrompe; a cuántas almas pervierte la abundancia, la prosperidad y no solamente las seduce con una mala vida sino también a veces con el simple orgullo de creerse poderosos, más fuertes y así oprimen y no les importa el débil y necesitado, el que llora, el que sufre.

Si vemos, esa es la historia de la humanidad: el que está arriba pisotea al que está abajo, cuando debería ayudarlo; y el inferior cuando asciende no debería vengarse. Eso es lo que sucede aquí en Colombia y en todo el mundo, pero aquí de un modo desastroso, donde no se es superior para mandar bien, para ayudar, para gobernar, sino para oprimir y sacar ventaja; eso es lamentable.

Es una concepción completamente anticatólica de la vida y de la superioridad en cualquier orden que sea. El patrón es el que guía, el que dirige a los otros a su fin, y les ayuda y los sostiene, les da ánimo y trata de algún modo de paliar las dificultades que puedan tener los otros. Lo demás es una concepción falsa de la superioridad, de la autoridad, del mando, del poder, tanto dentro de la Iglesia como fuera de ella, en la vida social como en la familiar.

Nuestro Señor nos dice que siempre debemos pedir en su nombre, en nombre del Salvador, la redención de nuestras almas y lo que es necesario para que no nos condenemos; no lo que nos puede parecer indispensable, como como pueden serlo algunas comodidades. El sentido de pobreza que hay que tener aunque se sea multimillonario, es de renuncia, de desapego. ¿Por qué creen ustedes que nuestro Señor nació en un pesebre y vivió pobremente? Porque era mucho más perfecto vivir con poco en la renuncia, aun de lo necesario, para que floreciera la virtud. Claro está que Dios no quiere que vivamos en la miseria pero sí en la pobreza o, por lo menos, con sentido de pobreza a lo cual ayuda la limosna. Ésta, que como el agua, apaga el fuego, los pecados o las deudas por ellos.

Si verdaderamente se hiciera caridad estarían más compensados la sociedad y el mundo, no existiría la rapiña y la injusticia hoy legalizada, porque las leyes ya no son católicas, no tienen que ver con la justicia y con la equidad y por eso la falta de virtud en el orden social que genera la injusticia, la iniquidad. El equilibrio está en la virtud, en el servicio y las obras que se hacen por ella; pero como cuesta, entonces no nos gusta. Por ello los santos son quienes han vivido en el heroísmo de la virtud, es decir, en su permanencia, llegando así a la osadía de una vida santa y virtuosa en unión con Dios. No debe ser a ratos solamente cuando comulgamos, queremos ir a Misa, o cuando rezamos el rosario, y después, el resto de las veinticuatro horas del día y de la noche qué, “hacer lo que se me da la gana”; por eso el mundo y los católicos andan como andan, porque no permanecemos en ese espíritu de Dios durante todo el santo día, sino de ratos cuando nos acordamos, y aún así creemos que ya hemos hecho mucho.

Y vemos también que en el evangelio de hoy nuestro Señor no solamente nos enseña a pedir nuestra salvación sino que nos muestra el amor que nos tiene el Padre eterno, a tal punto que no hace falta que le pidamos, le manifestemos nuestras necesidades porque Él, que nos ama, las conoce; pero la condición, el soporte, el fundamento de ese amor es nuestro Señor, “el mismo Padre os ama, porque vosotros me habéis amado y habéis creído que yo salí de Dios. Salí del Padre y vine al mundo; otra vez dejo el mundo y voy al Padre”. Entonces dicen los discípulos que ahora sí les habla claro y no en parábolas, en imágenes, en semejanzas, sino directa y abiertamente. Pero lo que pasa es que a veces es difícil hablar abierta y directamente. Cuántas veces nos pasa eso con el prójimo; entre más clara y abiertamente se hable, peor, hay que ir con rodeos o con una comparación, con una semejanza.

Nuestro Señor es el fundamento del amor del Padre, esto ya nos demuestra que cualquier otro es falso, que no hay amor a Dios que no esté fundamentado en Jesucristo; y ahí claudican todas las creencias y religiones que no se basan en Cristo y que no conservan la doctrina de nuestro Señor Jesucristo. No hay que olvidar ese carácter revelado de nuestra santa religión. No es una doctrina natural que existiría si Dios no se hubiese revelado. Dios se reveló en nuestro Señor como Él es, Uno y Trino, y por eso toda otra creencia, credo o religión transigen, no existen delante de Dios, son inútiles; como ejemplo tenemos el judaísmo, el mahometismo, el budismo, el protestantismo, porque aunque ellos vivan hablando de Cristo no conservan su doctrina sino lo que a ellos les viene en gana; lo mutilan como de hecho los mahometanos hacen, creen en Él pero como lo hacía Arrio: que Cristo es un gran profeta, un gran personaje, pero que no era Dios, que no salió del Padre.

Nos damos cuenta entonces de la importancia de la divinidad de nuestro Señor y de creer en ella, pues allí está el fundamento del amor que nos tiene el Padre y si no, no nos puede amar como a hijos suyos sino como a réprobos, a condenados y eso siempre lo predicó la Iglesia católica, apostólica y romana. Pero hoy no se pregona eso; entonces ¿es que la Iglesia dejó de serlo? O, por lo menos, ¿esos que catequizan en nombre de la Iglesia no son de ella? ¡Claro que no!, son usurpadores, protestantes que se quedan dentro de la Iglesia apoderándose de su nombre, del de Cristo, del de Dios; esa es parte de la gran crisis que hay hoy dentro de la Iglesia, porque el demonio se dio cuenta que hay que atacar desde el interior, ya no desde el exterior.

El gran papa San Pío X al inicio, al alba del siglo XX, dijo en su primera encíclica que el anticristo no tenía otro trabajo que el de nacer. ¿Qué diría cien años después? Porque fue en 1903 y estamos en el 2003, ¿qué manifestaría hoy? Por eso debemos estar prevenidos para cuando llegue ese día, la entronización dentro de la Iglesia del anticristo, que se ha ido preparando y que se está haciendo dentro y fuera de la Iglesia, para que venga y reine usurpando el poder de Cristo.

Los fieles o lo que quede de ellos, porque no todo el que dice “Señor, Señor” es fiel, pero lo que reste, ese pequeño rebaño leal que heroicamente mantendrá la fe cuando toda esa abominación que hoy  vemos culmine en el anticristo, debe estar preparado. Los profetas, o los que lo han anunciado, han llegado a hablar para los últimos tiempos incluso de antipapas, es decir, de usurpadores en el trono sacrosanto de San Pedro y eso hay que señalarlo.

Ya desde el siglo XVII, comentadores del Apocalipsis como el venerable beato Holzhauser, hablaban de anti-papas, porque el anticristo no vendrá de golpe. Y desde mucho antes, también Beato de Liévana, del siglo VIII, uno de los grandes glosadores del Apocalipsis cuyo libro quedó perdido y se encontró y es una joya, habla de lo mismo, de la defección del clero bajo la bestia de la tierra en connivencia con la del mar del Apocalipsis. La terrenal, que tiene la apariencia de cordero, simbolizada con los dos cuernos, de Moisés; los dos cuernos de la mitra que representan el Antiguo y el Nuevo Testamento y el poder de Dios; luego es algo que aparenta ser de Dios e incluso su poder, pero que no le sirve, no sirve a la Iglesia.

Y la imagen fuerte de la gran ramera, la religión prostituida, corrompida pero vestida de púrpura y escarlata, todo eso ¿qué es?, ¿literatura? Es mucho más que eso. Es una profecía apocalíptica para los últimos tiempos de la Iglesia, antes del advenimiento de nuestro Señor en gloria y majestad, cuando venga a destruir toda esa usurpación de Satanás, de los infiernos, dentro de la Iglesia.

Hay que estar apercibidos si es que nos toca estar vivos, para salvar nuestras almas, para pedir en el nombre de nuestro Señor, porque yo no puedo hacerlo en el nombre de Cristo, de nuestro Señor, la salvación en el ecumenismo igualando a todas las creencias y religiones que niegan la exclusividad de la Iglesia católica apostólica y romana, que proclaman la libertad de cultos y de creencias en el corazón endiosado del hombre moderno. Todas estas son herejías, una detrás de otra; todo eso camina hacia la apostasía y eso hay que decirlo, es mi deber, para que roguemos por la salvación de nuestras almas y para que sigamos creyendo en la divinidad de nuestro Señor, en la de su santa Iglesia y no en la prostitución de la jerarquía de hoy, que la tiene sumida, sumergida, en esta espantosa y abominable crisis.

Duele decirlo, pero hay que hacerlo, que el cardenal Castrillón, se deje de hacer el payaso diciendo la Misa tridentina. Ayer dice la tridentina, y hoy ¿cuál? ¡La moderna! Como una mala mujer que va con el que mejor le pague hoy para irse mañana con el otro; ¿esa es la religión católica? Que deje esa payasada circense que no hace más que convertir la Iglesia en el Panteón donde anidaba en cada rincón un altar para el dios de cada uno y dentro de él nos quieren meter hoy. Que gente como el padre Aulagnier, que durante tantos años ha sido Superior de Francia, ahora se desvíe hablando de pluralismo litúrgico, diga estupideces, hable de la catolización de la nueva misa que es protestantizante, y eso que es uno de los más antiguos de la Fraternidad; ¿a dónde nos quiere llevar?

Y digo el padre Aulagnier porque si nadie en la Fraternidad va a alzar la voz lo haré yo, pero primero espero que lo haga la autoridad de la Fraternidad, que lo hagan los obispos, pero si no lo hacen, me tocará a mí. Porque no puede ser que uno de entre los primeros miembros y brazo derecho de monseñor Lefebvre haga también esa estupidez, esa claudicación y que haya alabado sin transigir ese desistimiento de los padres de Campos, para que entraran al panteón del pluralismo religioso, que digan la Misa de San Pío V en medio de las otras religiones, en medio de la reforma litúrgica, que es revolucionaria.

No queda más que la santa intransigencia de la verdad y donde no la haya, es una posición exclusiva, es un solo punto el que me da la verticalidad, ya lo demás no lo es; no hay otra alternativa, lo único que resta es mantenernos en esa santa inflexibilidad, y el que no lo entienda, claudicará tarde o temprano. Sometimiento que será uno tras otro, lo malo es que no se la advierta por miedo de asustar a los fieles. La verdad no asusta, salva, porque si nos atemoriza, es para nuestra salvación si respondemos a ella. Es un deber para mí el hacerlo y el decirlo, para que ustedes aprendan a defenderse, porque no se sabe hasta cuándo nos sea permitido tener la libertad de predicar, de decir la Santa Misa y de que los fieles tengan el apoyo de los sacerdotes. Y, ¿qué irá a pasar si los creyentes en esa soledad del desierto no han aprendido y no se les ha enseñado a defenderse para que así salven sus almas?

Pidamos a nuestra Señora, a la Santísima Virgen María, que guardemos estas cosas y las meditemos y las tengamos presentes. No nos olvidemos de pedir siempre en el nombre de nuestro Señor, en el de Jesús, la salvación de nuestras almas, ya que el fundamento de nuestra salvación es la divinidad de nuestro Señor y en esa aceptación tenemos la garantía del amor del Padre eterno. ¿Qué más queremos? Ya tenemos la seguridad de nuestra salvación, pero está basada en nuestro Señor y por eso es importante tenerlo presente y por eso la exclusión de todo lo que no sea Cristo Redentor.

Pidamos, pues, a nuestro Señor, mantener viva esa llama de la fe, aunque nos toque estar solos. Pero que se conserve así en nuestro corazón para por lo menos salvarnos nosotros si es que no podemos lograr socorrer a los demás. +


P.BASILIO MERAMO
    
25 de mayo de 2003

domingo, 14 de mayo de 2017

CUARTO DOMINGO DESPUÉS DE PASCUA


Amados hermanos en nuestro Señor Jesucristo:
En este cuarto domingo después de Pascua de Resurrección, tiempo que es de consolidación de la Iglesia, antes de la Ascensión de nuestro Señor, después de los cuarenta días de su Resurrección, los apóstoles y la Iglesia reciben la consolidación que culminará con la venida del Espíritu Santo.

En el Evangelio de hoy veremos, pues, que los apóstoles están tristes porque nuestro Señor ya los estaba instruyendo sobre su Pasión, su muerte, su agonía. Y les anuncia la conveniencia de que Él se vaya al Padre para enviar al Espíritu Santo, al Espíritu de Verdad, al Paráclito, el consolador. Pero con esta palabra no está exactamente expresado el término, ni lo que quiere decir paráclito, que más que consolador, como dice el venerable padre Castellani, quiere decir: el que sostiene, nos reafirma, nos consolida desde adentro.

O sea, que no es ese sentido sentimental de consolación, de paño de lágrimas, sino de esa fortificación interna, espiritual, de solidez, firmeza de afianzamiento interior; eso es lo que traduce el término paráclito, la verdad, la palabra de Dios y que se manifestará en el Espíritu Santo.  Nuestro Señor quiere disipar esa tristeza pasajera de los apóstoles ante todo lo que Él les había anunciado. Pesar que de paso es inútil y malo, sobre todo cuando es profundo; la única aflicción buena y que viene de Dios es por el pecado, el dolor, el arrepentimiento de haberlo ofendido; toda otra viene del demonio y es mala, como la producida por cosas de este mundo, por no poseer bienes materiales, y una tristeza honda puede llegar a la misma muerte.

Debemos entender esta lección para no dejarnos llevar en este mundo por cosas inútiles, por el mismo demonio que nos vuelve tristes y nos deprime; y vaya si el diablo no aprovecha las depresiones para desequilibrar a la gente; de allí la necesidad de esa consolidación y afianzamiento interior más que consolación sentimental, que el hombre necesita y que Dios nos promete a través del Espíritu Santo, y con esa garantía darnos la alegría no solamente a los apóstoles sino también a nosotros.

Porque mucho más que decir nuestro Señor, pero no las dice, sino que las señalará a través del Espíritu Santo; por eso la urgencia de la Iglesia. No es como los protestantes, que cuentan solamente con la Biblia, pero no todo está en ella, en el Evangelio, sino también lo que se dirá a través del tiempo por medio del Magisterio infalible de la Iglesia, no para que nos hablen de lo que no es de la competencia de la Iglesia, sino de la Palabra de Dios y de allí la infalibilidad de la Iglesia cuando la transmite y para eso ha sido instituida en ese Espíritu de verdad, como dice Santiago apóstol en la epístola de hoy: “Nos ha engendrado con la palabra de la verdad”, la palabra divina.

Por eso el católico es verdadero, tiene que serlo, tiene que ir con la verdad por delante y por eso la mentira es odiosa a Dios y aun la venial porque falsifica la veracidad y nos prepara para que seamos de un espíritu falso como lo es el mundo, el demonio.

Antaño, un hombre se caracterizaba por ser una persona de honor, es decir, que se sostenía en la exactitud de su palabra, porque era palabra de hombre. Hoy eso no existe porque no hay verdaderos hombres, todo el mundo miente, disimula y eso no puede ser. Es faltar a la verdad y lo que es peor, cuando esos que mienten y disimulan son los investidos con la autoridad de Dios, como el clero, los curas, los sacerdote. Entonces, ¿qué se va a esperar de los fieles? Por eso no es admisible la mentira, ni aun la pequeña, descartando la mal llamada mentira piadosa, que no existe; distinto es que uno no pueda decir toda la verdad y entonces haga una restricción mental sin mentir. No dice todo o dice algo que es ambiguo, pero no una mentira que falsea la relación humana y la relación con Dios. Porque hemos sido engendrados en el Espíritu y en la palabra de verdad y por eso la asistencia y la necesidad del Espíritu Santo.

Pero para que viniera el Espíritu Santo nuestro Señor tenía que marchar, ascender de nuevo a los cielos, subir al Padre llevando su naturaleza humana en estado glorioso. El Evangelio nos dice que así el mundo se convencerá de la injusticia, o mejor dicho, de la justicia, porque va al Padre, porque Él es justo, es decir, es santo. Y los judíos no querían reconocer esa santidad, esa equidad de nuestro Señor. Entonces se convencerá el mundo de ello, porque va al Padre y lo que está con el Padre es justo y santo como el Padre eterno. Se convencerá de su pecado, de su iniquidad por no haber creído en nuestro Señor, por no haberlo aceptado, por no haberlo reconocido.

Ese es el pecado del mundo, el de los judíos, la perfidia judaica, el asesinato más grande, el de deicidio, matar a Dios por no haberlo reconocido. Y por ese yerro Satanás ya está juzgado. Muestra así nuestro Señor la victoria sobre el maligno, aunque a nosotros nos toque sufrir los coletazos diabólicos del infierno, pero sabemos que la victoria ya la obtuvo nuestro Señor.

Y entonces con esto no solamente anima a los apóstoles sino a nosotros durante todo el transcurso de este peregrinar, porque es un viaje. Ese el significado de las procesiones, no es dar el paseo por ahí para salir con banderas, sino para manifestar la fe en que vive el católico en este mundo, en esta tierra, porque la verdadera patria está en el cielo, donde está el Padre eterno, donde está nuestro Señor Jesucristo.

Nuestro caminar en la tierra tiene que estar entonces en consonancia con Dios, con su palabra, que hoy está siendo tergiversada, adulterada, profanada, violada y he ahí el gran drama de estos tiempos. Pero la verdadera Iglesia, el católico auténtico, conserva el espíritu de la verdad en el cual fue engendrado, como nos lo recuerda Santiago apóstol hoy en la epístola. Por eso hay que meditar, hay que leer el Evangelio, las Escrituras, o, por lo menos, reflexionar sobre  esos trozos o pasajes que corresponden a la Santa Misa, para que así nuestra espiritualidad se afiance y nos afirmemos en la verdad y no en la bobería, en la tontería; que tengamos legítimo espíritu conforme al Evangelio porque allí está la Palabra de Dios y así podamos atravesar este largo peregrinar que nos parecerá corto cuando haya acabado, cuando hayamos llegado al término.

Pidamos a nuestra Señora, a la Santísima Virgen, que nos conserve hoy y siempre en este espíritu de verdad, en ese espíritu de Dios, en el Espíritu Santo que es el alma que vivifica a la auténtica Iglesia. +

P. BASILIO MERAMO
     18 de mayo de 2003

domingo, 7 de mayo de 2017

TERCER DOMINGO DESPUÉS DE PASCUA


Amados hermanos en nuestro Señor Jesucristo:
En este tercer domingo después de Pascua, ya pasó la época de la comunión Pascual que la Iglesia nos pide; sin embargo, aquellos que no la hayan hecho por cualquier circunstancia, con culpa o sin ella, la pueden hacer cuanto antes, con la confesión que pide la Iglesia sin fijar la fecha, por lo menos una vez al año, como para decir que somos católicos; entonces no nos olvidemos del precepto de la comunión pascual.

Vemos la incógnita ante las palabras de nuestro Señor Jesucristo; no olvidemos que los apóstoles estaban tristes, acongojados, nerviosos, atribulados por todos los eventos que se sucedían y que nuestro Señor también les había indicado: su Pasión, su muerte y la persecución. Los apóstoles estaban apesadumbrados y nuestro Señor les quiere dar ánimo, por eso les dice: “Dentro de poco ya no me veréis; mas poco después me volveréis a ver”. Este poco tiempo que “no me veréis” y que “me volveréis a ver”, los Padres y los Santos de la Iglesia lo han interpretado de diversos modos. Para mí no cabe sino un solo modo y es el que le dio el gran San Agustín, que muchas veces se da el lujo de interpretar en forma distinta a todos los otros Padres, y es tal su ingenio y su genio que santo Tomás lo pone en la balanza al mismo nivel, como si la sola opinión de San Agustín equivaliese a la de todos los otros por esa perspicacia y profundidad sobrenatural.

Lo que sucede es que a veces un sentido no excluye otro. Y puede ser el caso el de este poco de tiempo que los Padres de la Iglesia dicen que se refiere a los tres días que estaría en el sepulcro, que no lo verían durante ese tiempo hasta que resucitara durante los cuarenta días. Pero San Agustín dice que se refiere al lapso que va después de la Ascensión a su segunda venida cuando venga en gloria y majestad. Y en realidad, si lo miramos así, es la única interpretación, aunque no excluya la otra. Pero podremos decir que es una explicación suprema, porque si analizamos el contexto, lo dice muy claro, “porque me voy al Padre”; y ¿cuándo nuestro Señor va al Padre? Después de la Ascensión. Luego el tiempo que Él considera “poco”, es toda esta historia de la Iglesia y de la humanidad, desde la Ascensión hasta la Parusía.

Vemos entonces cómo la apreciación de este pasaje del evangelio es eminentemente apocalíptico, no lo olvidemos, no me cansaré de decirlo; porque esa fase de los novísimos, de las postrimerías no hay que ignorarla, sobre todo hoy más que nunca cuando nos encontramos en una situación verdaderamente angustiosa que evoca el fin de los tiempos, y que no hay que confundir con el fin del mundo; porque en el ínterin entre el fin de los tiempos y el del mundo está el reino de nuestro Señor Jesucristo sobre esta tierra, para juzgar no solamente a los muertos sino también a los vivos.

Todo lo que sucede es a veces de difícil explicación, como la primera resurrección y la segunda, que tan mal traída está por la exégesis contemporánea, deudora de muchos errores que se han repetido. Sabios como los padres Castellani, Eusebio de Pesquera, Rovira o Alcañiz, han tratado de corregir ese error infructuosamente, porque también, desafortunadamente, hay que decirlo, en la predicación, en la exégesis y en la teología se introducen en la Iglesia modas, corrientes que se imponen y si no se tiene y no se agudizan la inteligencia y luz sobrenatural, se repite y se copian esos mismos errores. Yerros que les valieron a los judíos no distinguir la primera venida de la segunda. Por eso crucificaron a nuestro Señor, porque no fue el rey que ellos esperaban. Y si a ellos les fue así por ese error de moda, político o lo que fuera. Quién sabe si no nos está yendo tan mal a causa de eso, por una mala concepción del reino de nuestro Señor Jesucristo sobre esta tierra, sobre vivos, y digo esto de paso pero dada su importancia, para que nos demos cuenta.

No hay que confundir el fin de los tiempos con el fin del mundo. Porque todo lo anunciado apocalípticamente está para el fin de los tiempos, la gran crisis, la gran apostasía, la gran hecatombe dentro de la Iglesia zarandeada, sacudida por Satanás, las horas de las tinieblas. ¡Ay de nosotros si nos equivocamos y no lo vemos!, ¿cómo nos defenderemos? Hay que estar alertas, vigilantes y con verdadero espíritu de fe pedir esa inteligencia de los misterios de Dios.

San Agustín dice, entonces, que todo ese tiempo desde la Ascensión de nuestro Señor hasta su segunda venida, es cuando que no le verán, pero que será poco, porque cuando ya venga todo el tiempo que antes nos habría parecido largo, parecerá entonces corto. Como siempre pasa aquí con lo de este mundo, con grandes inconvenientes esperando un evento, y cuando se da, todo lo que se sufrió, se pasó y lo que se esperó, parece que no existiera; pues algo parecido y mucho más será cuando aparezca nuestro Señor. Esa es la gran esperanza y la necesidad de que nos encuentre santos y no carnales, con los deseos de la carne, que como dice San Pedro en la epístola de este día, “combaten contra el alma”, contra el espíritu.

Y sabrá el diablo si el mundo de hoy no es carnal, cuando todo es pornografía, desnudez de la moda en las mujeres, esa desvergüenza, ya no hay pudor ninguno, más les valdría salir en cueros para que por lo menos tuvieran frío o para que se asen con el sol, a ver si aguantan. Por eso no podemos ser ingenuos, ni católicos tontos, ni bobos, no dejarnos engañar por un mundo satánicamente carnalizado; él sabe que llevamos la concupiscencia en la carne, en las venas, en la sangre y que tenemos que luchar contra las pasiones con látigo, rejo y martillo y hacha y machete, pero hay que hacerlo. No se pueden vencer las tentaciones sino con oración, sacrificio y penitencia, para tener medio domado al animal que llevamos dentro, que surge cada vez que la razón específica formal del hombre se obnubila.

De allí la definición del hombre, animal racional, y cada vez que esa razón se aminora, sale el animal, que es él quien mata, odia, fornica, se degenera. Ese es el peligro del alcohol, ¿por qué creen que emborracharse es pecado mortal? Porque quita la razón, y ¿qué emerge?, el bruto; por eso debemos tener cuidado de nosotros mismos. Si a todo esto le agregamos el mundo y el demonio, ¿dónde vamos a parar?

Por eso estamos como estamos. Queremos una religión light, fácil, donde no haya pecado, donde no haya mal sino lo que a mí me parezca, lo que a mí me plazca. No usemos la libertad como dice San Pedro, “a manera de velo”, sino que la utilicemos como hijos de Dios; y hoy ¿qué se hace de la libertad? Se convirtió en libertinaje. Contrario a lo que dice nuestro Señor. Porque el libre albedrío basado en la verdad es lo que nos hace hijos de Dios y seres realmente libres. Debe ser una libertad en la verdad y no en el pecado, no en el error como hoy se quiere y como San Pedro lo señala en su epístola; no es un escudo la libertad para hacer lo que el hombre quiere según sus apetitos animales, sino los espirituales, según los de Dios; no olvidemos que lo que tenemos los hombres en común con los animales es el procrear, el comer y el dormir.

Así que ¿dónde está la libertad del hombre? Es una libertad pecaminosa, no de animal, porque es lo que tenemos en común. Por eso entonces hay que sobrenaturalizarlo para no quedar en la pura animalidad sino que venga a lo que es superior, a lo que es del alma, a lo que es del espíritu, a lo que es de Dios y así podamos usar bien ella y no como un escudo que nos permita hacer lo que queramos, que es lo que hace hoy la juventud, el hombre y la mujer modernos, “hacer lo que se me dé la gana, no estoy sujeto a nada ni a nadie, ni a Dios, porque elijo la religión que quiero, el culto que más me convenga”. Libertad religiosa,  ¡maldita, herética y apóstata! Es una verdadera apostasía. 

Por eso en el evangelio de hoy, toda esta vida aquí en la tierra hasta la segunda venida de nuestro Señor, es comparada a un parto, como nos muestra San Agustín hablando de ese poco de tiempo “en que no me veréis y otro poco me volveréis a ver”. Toda la vida histórica de la Iglesia está comparada a un parto, a un dolor, pero que después desaparece. Quiere decir que nuestra vida espiritual, la conversión de los infieles, la vida sobrenatural privada y la pública, de cada uno, es como dolores de un alumbramiento, pero que ese malestar después se convierte en alegría, en gozo, por haber dado un hombre al mundo. Así da la Iglesia hombres para el cielo, esa es su misión, la de sufrir y la de parir cristianos para Dios y que ese penar, ese sacrifico, esa tristeza, se conviertan en alegría.

Pero hacia el fin de los tiempos esos tormentos se acrecientan; cuando la hora de dar a luz se acerca es cuando más terrible y de aflicción es el momento; lo mismo lo será para la Iglesia. No debemos entonces desesperarnos. Esa es la importancia de la interpretación de San Agustín sobre las congojas de la vida en general, de la Iglesia y sobre todo al fin de los tiempos antes de la segunda venida de nuestro Señor. De ahí ese estrechamiento de la Iglesia, ese repliegue que lo vemos en la medición del templo en el Apocalipsis, reducida a un pequeño rebaño fiel, porque: “no todo el que dice ¡Señor, Señor!” es de Dios.

Desgraciadamente no todo el que hoy se dice católico lo es, puesto que yo no puedo ser católico y modernista al mismo tiempo, estar en ruptura con la Tradición de la Iglesia, perseguirla, eso es una contradicción, pero es parte de los dolores de parto de los cuales hoy nos habla el evangelio. Por ello hay que sufrir con gozo, para así poder resistir, y con verdadera fe seguir permaneciendo fieles a nuestro Señor, para que cuando Él venga, nos encuentre vigilantes y esperándolo y no dormidos.

Ese es el mensaje del evangelio de hoy si bien miramos, si bien lo interpretamos y vemos la esperanza que encierra y eso debe entonces reconfortarnos, fortificarnos para que podamos seguir adelante en medio de un mundo carnal, de un mundo que en definitiva odia a Dios y se opone a la su obra.


Pidamos a nuestra Señora, a la Santísima Virgen María, que nos ayude para que seamos fieles y así nuestro Señor nos encuentre dignos de ser suyos. +

P. BASILIO MERAMO
    
11 de mayo de 2003