San Juan Apocaleta



Difundid Señor, benignamente vuestra luz sobre toda la Iglesia, para que, adoctrinada por vuestro Santo Apóstol y evangelista San Juan, podamos alcanzar los bienes Eternos, te lo pedimos por el Mismo. JesuCristo Nuestro Señor, Tu Hijo, que contigo Vive y Reina en unidad del Espíritu Santo, Siendo DIOS por los Siglos de los siglos.












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"Sancte Pio Decime" Gloriose Patrone, ora pro nobis.





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domingo, 26 de febrero de 2017

DOMINGO DE QUINCUAGÉSIMA



Amados hermanos en Nuestro Señor Jesucristo:

Este domingo de Quincuagésima es el preludio de Cuaresma. Con los domingos de Septuagésima, Sexagésima y Quincuagésima, la Iglesia nos prepara para la Cuaresma que comienza con el Miércoles de Ceniza y que nos conduce, nos lleva al misterio de los misterios, la Pascua de Resurrección. Y para prepararnos bien a la Resurrección, ese misterio fundamental de nuestra fe, la Iglesia nos invita a la oración, al sacrificio y a que vivamos también la Pasión de Nuestro Señor y su crucifixión antes de resucitar. Este el significado y simbolismo de la Cuaresma que con el preludio de estos tres domingos nos vayamos adentrando en ese espíritu de sacrificio de la Pasión de Nuestro Señor que debemos tener presente a todo lo largo de nuestra vida.

La religión católica es inconcebible sin sacrificio, sin Pasión de Nuestro Señor. Lamentablemente el mundo pagano festeja para estas fechas todo lo opuesto, el carnaval que es un festival pagano de la carne, es una fiesta antiquísima que ha sido imposible erradicar, ni siquiera con todos los siglos de cristianismo, por lo que en muchos lugares se hace durante estos días reparación ante el Santísimo, por los desmanes que se cometen en estos días cuando debiera ser lo contrario, una preparación para la Cuaresma. Eso nos demuestra cuan opuesto es el espíritu católico al espíritu del mundo, son antagónicos y esos dos espíritus están en nosotros, el espíritu del mundo y de la carne simbolizados por el viejo hombre, y el espíritu católico simbolizado por el nuevo hombre.

Ese es el combate permanente que sostendremos durante toda nuestra vida, de ahí que debamos estar alerta para que no venza en nosotros el espíritu de la carne, espíritu del viejo hombre. Ese es el ejemplo que nos han dado los Santos, la lucha y la victoria sobre la carne, y ese es el espíritu que se intensifica en la Cuaresma. No es que la religión pida que seamos masoquistas; simplemente la religión católica es una religión con espíritu de sacrificio, el sacrificio de Nuestro Señor, su inmolación al Padre Eterno por nuestros pecados, la víctima inocente. Ese es el significado del sufrimiento cristiano católico y aun el de las víctimas inocentes como pueden ser los niños sin uso de razón, como el sacrificio de los Santos Inocentes y eso explica lo que el mundo no entiende por no tener la fe y la concepción católica de las cosas; cuando le reprocha a Dios el sufrimiento de personas inocentes, juzgan de acuerdo al mundo para reprocharle. De ahí la necesidad de que sepamos ofrecer los sufrimientos a imagen de Nuestro Señor, por nuestros pecados y también por los de los demás. Los grandes Santos no sufrían solamente por sí, sino también por los demás, por la Iglesia.

Hoy, como nunca, hay que sufrir por la Iglesia, por todo lo que está aconteciendo dentro de la Iglesia, por la pérdida de fe, por la apostasía, por la corrupción de la religión, por la corrupción del orden social católico, por la destrucción de la familia y de las naciones católicas, por el mal ejemplo, los escándalos, el pecado institucionalizado. Siempre hubo pecados y maldad, pero nunca hubo el pecado como hoy, proclamado e institucionalizado con el descaro que se ve.

Antiguamente el pecador reconocía que era pecador, que era miserable, que estaba conculcando la ley de Dios; hoy es todo lo contrario, esa ley de Dios ya no se proclama, ya no existe, lo que existe es la ley del hombre, la libertad del hombre, la dignidad del hombre, los derechos del hombre, la religión del hombre y por eso es una religión que no implica sacrificio, que no tiene la noción de la Santa Misa sino de una cena al estilo protestante, porque, en definitiva, es una religión del hombre, que utiliza el título de católica, se sirve de la reputación de la religión católica y se encubre bajo ese nombre, pero no es la religión católica, es la religión del hombre, no es la religión por Dios, por lo cual se la hace fácil, sin sacrificio, que "cada cual haga lo que quiera, es su conciencia la que determinará si está bien, si está mal".

Y así se conculcan los derechos más sagrados de Dios y se destruye todo principio de orden, de felicidad y de bienestar, por eso el mal y la gran amenaza que hay sobre el mundo, el castigo de Dios que tarde o temprano vendrá, esa purificación que tendrán el mundo y la humanidad. De ahí que nosotros debemos purificarnos sufriendo con paciencia estos males que afectan a la Iglesia, que afectan a la religión y que hacen que la Iglesia sufra en carne propia la Pasión de Nuestro Señor y que así, sufriendo el Cuerpo Místico de Cristo que es la Iglesia, salgamos acrisolados, purificados, como el metal que se purifica al contacto con el fuego.

Aprovechemos esta Cuaresma para que se intensifique el deseo de reparación, de purificación, de sacrificio, de inmolación; que dispongamos bien nuestras almas para poder regocijarnos después con la resurrección de Nuestro Señor, esa resurrección que también es promesa para todos aquellos que somos sus fieles. De ahí la importancia de la fidelidad a la gracia divina, la fidelidad a Nuestro Señor. Pidamos a Nuestra Señora, la Santísima Virgen María, para que Ella nos ayude a permanecer siempre fieles a Cristo Nuestro Señor.

BASILIO MERAMO PBRO.
 25 de febrero de 2001

domingo, 19 de febrero de 2017

Domingo de Sexagésima



Amados hermanos en nuestro Señor Jesucristo:
Nos encontramos en el domingo de Sexagésima, con el cual nos vamos acercando a la Cuaresma. La Iglesia nos prepara a disponer bien nuestro espíritu y nuestro cuerpo en la oración, el sacrificio, la abnegación, la limosna. Prepararnos santamente durante la Cuaresma para después festejar la gran fiesta de la Pascua; este es un tiempo de introducción a la Cuaresma y ésta en sí misma es una preparación para la Resurrección de nuestro Señor. No olvidemos que así como Él resucitó, también resucitaremos nosotros, de ahí que nuestra estancia en este mundo, en esta tierra, no deja de ser una Cuaresma, una preparación para el cielo.

En este domingo consideramos la parábola del sembrador, parábola que nuestro Señor mismo les explica a sus apóstoles; esa semilla que es la palabra de Dios, la palabra que salva, que debe caer en terreno fértil para que produzca fruto, este es su mensaje. Es muy extraño que un sembrador riegue la semilla a diestra y siniestra, absurdo por naturaleza, pero justamente nuestro Señor quiere mostrar que la palabra de Dios Él la esparce por todas partes, a derecha e izquierda, a lo largo del camino, a través de toda esta vida, el problema es que no cae siempre en terreno adecuado, y que nosotros estamos allí estereotipados en alguno de esos sectores en los que cae la semilla y que divide la parábola.

Una semilla cae a la vera del camino, donde están los que oyen la palabra pero que después se las arrebata el demonio para que, no se salven. No hace falta solamente oír, hay que oír con atención, hay que escuchar, prestar atención a esa palabra de Dios y no tomarla distraídamente, Alegremente , porque así no da fruto; por eso la arrebata el demonio; eso pasa en muchas personas que oyen la palabra pero se las arrebata el demonio y yo no sé si en ese sector están incluidos todos aquellos que como en Colombia, siendo católicos, naciendo católicos, hoy forman una legión, una manada –son como animales en manada– de protestantes, de todos los matices. Oyeron la palabra de Dios, pero el demonio se las robó; se dedican a predicar un evangelio que no es el de la Iglesia, que no es el de Dios.

Después, vemos que la semilla cae entre piedras; nuestro Señor explica que no echa raíces, es decir, que la palabra de Dios no se arraiga, no se enraíza, no tiene raíces, no tiene profundidad, cae superficialmente y así tampoco produce fruto, porque la palabra de Dios tiene que caer en lo hondo, en lo profundo de nuestra alma, penetrarla, vivificarla, que la fe arraigue, que no quede a flor de piel, que no quede sin raíces hondas y profundas; la estabilidad de un árbol depende de lo hondo de sus raíces, con lo cual nuestro Señor muestra cómo esa semilla también deja sin frutos a quienes la escuchan, porque no echa raíces.

Otra parte de la semilla cae entre espinas; nuestro Señor nos dice que queda sofocada por los placeres, los deleites de esta vida y los halagos del mundo.

Una cuarta parte cae en terreno fértil y da fruto. Por otra parábola sabemos lo que nuestro Señor dice de ese fruto, que unos dan treinta, otros sesenta y otros dan el cien por cien, incluso el fruto no es parejo aun cayendo en terreno fértil, eso nos muestra el misterio. Como Dios predica para todos los hombres, para eso instituyó su Iglesia, para que enseñe la palabra de Dios y, oyéndola, el hombre se salve. Sin embargo, la semilla no cae en terreno fértil y ese terreno es el de nuestras almas, porque oímos sin prestar atención no echa raíces; los halagos y apetencias de este mundo sofocan esa semilla, por falta de virtud, por falta de abnegación; por eso entre las condiciones esenciales y para que la semilla, la palabra de Dios, produzca fruto, se requiere que se oiga, que se preste atención, que se escuche, que arraigue en nuestra alma, que ahonde, la penetre, la vivifique y después, tener cuidado y solicitud para que los vicios de este mundo no nos hagan sucumbir. Debemos entonces, estar alertas, diligentes, vigilantes, para que así dé fruto y salvemos nuestras almas.

No debe extrañarnos que en esta parábola nuestro Señor haya dicho, después de haberles advertido, que oigan, que escuchen, que entiendan, que hablaba en parábolas para que no entendieran; a simple vista sería una gran contradicción y la única explicación es el sentido irónico en el cual nuestro Señor se sitúa, al decir que hablaba en parábolas para que no entendieran, es como el ejemplo de una madre que manda al hijo a llevar un vaso o un plato a la cocina y en lugar de decirle que tenga cuidado para que no se le rompa le dice “que se te rompa”. La ironía se usa como estilo indirecto, pero a veces es mucho más preciso para decir verdades, mucho más breve; es un llamado de atención que sitúa en el plano de la reflexión para que pongamos cuidado y prestemos atención.

Nuestro Señor habla en parábolas, ejemplificando con imágenes sensibles de orden cotidiano que nos ayuden a comprender una realidad sobrenatural desconocida; por eso no hay ninguna contradicción y queda esclarecida esa aparente oposición que pudiéramos encontrar en la interpretación del evangelio de hoy. De ahí la necesidad de explicar el evangelio, de la exhortación por parte de los ministros de la Iglesia siguiendo a los Padres de la Iglesia, siguiendo el juicio y el veredicto de la Iglesia y no inventándose por su cuenta explicaciones que no tienen un respaldo en la Iglesia y en sus Santos, aunque a veces entre ellos haya discrepancia, pero no como interpretan los protestantes, cada uno a su gusto desconociendo olímpicamente la autoridad de la Iglesia, de allí su pecado y su error.

Pidamos a nuestra Señora, la Santísima Virgen María, que nuestra alma sea tierra fértil abonada con muy buenas disposiciones para que la semilla, la palabra de Dios, fructifique en nuestras almas y así podamos salvarnos y con el buen ejemplo ayudar a salvar a los demás. +

BASILIO MERAMO PBRO.
18 de febrero de 2001


domingo, 12 de febrero de 2017

DOMINGO DE SEPTUAGÉSIMA


Amados hermanos en nuestro Señor Jesucristo:

Con este domingo de Septuagésima, se inicia el ciclo de la Pascua: segundo ciclo de la Pascua que gira alrededor de la Resurrección de nuestro Señor, y que es la fiesta más solemne, más importante del año litúrgico aunque no la más popular, como la Navidad. La fiesta más importante de todo el año litúrgico es el domingo de Pascua, el domingo de Resurrección y nos preparamos a esa Resurrección, a esa Pascua, con la Cuaresma: cuarenta días de ayuno, penitencia y oración. Con la Septuagésima nos introducimos levemente en esa preparación: mortificación del cuerpo como dice San Pablo, “yo someto mi cuerpo, mortifico mi carne para que después de haber predicado no sea yo inducido en tentación y sea réprobo”.

Todo católico debe mortificar su cuerpo, sus sentidos, sus apetitos y el mundo de hoy enseña lo opuesto totalmente: placer, gozo, diversión. Mientras que el cristianismo nos dice sujeción, represión, mortificación del cuerpo con todos sus sentidos, el mundo de hoy predica lo contrario. Lo que demuestra una vez más el carácter y el sello anticristiano de la civilización moderna. Mucho menos entonces se comprenderá el significado de la Semana Santa, de la Cuaresma y de este preludio a la preparación de la Cuaresma con estos domingos iniciados hoy con la Septuagésima, o setenta días de preparación antes de la Resurrección.

Así como setenta años estuvo el pueblo de Dios en el cautiverio de Babilonia, lo mismo estamos nosotros, como cautivos a lo largo de este mundo hasta que se produzca la Pascua de Resurrección de todos nosotros, cuando nuestro Señor venga a juzgar y culmine todas las cosas para la mayor gloria de aquellos que Él ama; esa es la motivación y la esperanza que tenemos: vamos a resucitar al igual que nuestro Señor y resucitar como bienaventurados, no como réprobos. El sentido de la Septuagésima y después de la Cuaresma es, pues, la mortificación y la penitencia simbolizadas con el color morado.

En el evangelio de hoy vemos la parábola de los obreros que reciben todos un denario. Esta parábola pertenece al género simbólico. Un símbolo es una cosa real que representa otra cosa real. Las imágenes de las parábolas a través de un ejemplo que podemos ver o entender representan, muestran, una realidad sobrenatural, espiritual de las cosas de Dios, que no son tan fáciles de inteligir, que son verdaderamente un misterio. En apariencia, si juzgamos por la parábola parecería injusto lo que hace este Paterfamilias, quien les paga a todos por igual, cuando unos habían trabajado todo el día y los últimos apenas un rato, y, sin embargo, no fue injusto, porque lo convenido había sido que por todo el día pagaría un denario.

No comprendemos la bondad de Dios y no comprendemos la gran moraleja de esta parábola llena de esperanza, para que no desesperen aquellos que son llamados al último momento, a la última hora, y no se enorgullezcan los que son llamados desde el primer instante. Ese denario en definitiva vendría a ser el cielo igual para todos, convertidos desde el primer instante o en el último. Qué gran esperanza nos transmite la parábola de hoy, que al mismo tiempo es una lección contra el orgullo. Aquellos que han sido convertidos desde la primera hora y aquellos que sean llamados tarde, si oyen el llamado de Dios se salvan igual que los otros que fueron llamados desde el principio. Vemos que la bondad de Dios está muy lejos de una interpretación puramente material, igual a como en apariencia se puede juzgar si miramos las cosas así, como juzgaron los obreros que trabajaron todo el día en la viña.

Esta parábola tiene una gran dificultad. Algunos, yo no lo creo así, dicen que es una “extrapolación”, para en cierta forma esquivar la dificultad que tiene al terminar: “Los primeros serán los últimos y los últimos serán los primeros; muchos son los llamados y pocos los escogidos”. Que los primeros sean los últimos y los últimos sean los primeros, no habría mayor dificultad, viendo lo que aconteció con el pago igual para todos, la salvación igual para todos sin importar si fueron contratados temprano o tarde; en ese sentido quedaron igualados y así es la igualación de la vida eterna, el cielo de la salvación tanto para los primeros como para los últimos, todos quedan equiparados. Pero la dificultad sigue al decir que: “muchos son los llamados y pocos los escogidos”, y la mayoría tiende a mal interpretar diciendo que son pocos los que se salvan, cuando de eso precisamente nuestro Señor no quiso jamás manifestar ni una palabra. Respecto a la salvación, si son muchos o pocos quienes se salvan y quienes se condenan, es un gran misterio de Dios.

Aquellos exegetas y predicadores, que los hay muchos y no de ahora sino desde mucho antes de que se produjera esta crisis, la mayoría interpretaba que eran pocos los que se salvaban, y no se dan cuenta que por interpretar estas palabras tomadas al pie de la letra, caen en el error de la predestinación protestante, que dice que: Dios llama a unos para el cielo y a otros, para condenación, al infierno; es el gran error de la justificación protestante y calvinista. Dios no llama a la salvación a muchos, nos llama a todos y todos no son muchos; Dios llama al cielo a todos los hombres y por eso murió por todos los hombres. La obra de la Redención es para todos los hombres, aunque a la hora de la salvación ya no sean todos sino muchos, como cuando se dice en la consagración del cáliz “pro vobis et pro multis”, no son pocos, aunque eso tampoco nos permita decir que son muchos, sencillamente no hay que tomar al pie de la letra “muchos los llamados y pocos los escogidos” como si fueran muchos los llamados (no todos) y pocos los que se salvan, lo que sería un grave error.

Lo que nuestro Señor quiere hacernos ver es que son muy pocos los escogidos de Dios en el sentido de la perfección, de la santidad. Son pocos los que hacen buenas obras y esa es la interpretación que da Santo Tomás; dentro de ese número de hombres que hacen buenas obras pocos son los santos, pocos son los píos, pocos son los virtuosos. Hay una gradación en la perfección cristiana, una cosa es ser virtuoso, otra cosa es ser pío y otra cosa es ser santo, porque el camino que lleva al cielo es estrecho, pero es ancho el que lleva al infierno; así entonces, nuestro Señor pudo decir “muchos los llamados y pocos los escogidos”; pocos, muy pocos los que siguen esa vida de virtud, menos aún esa vida de piedad y mucho menos esa vida de santidad a la cual Dios nos llama.

Pidámosle a nuestra Señora, a la Santísima Virgen, que esta crisis que desola a la Iglesia nos sea provechosa en sus efectos purificadores. Así como los metales se purifican y como el oro se acrisola en el fuego, así nosotros y la Iglesia misma conformada por hombres se purifique con el fuego de esta crisis, ya que bien mirada y sobrenaturalmente llevada es una crisis purificadora para aquellos pocos escogidos que quieren seguir el buen camino, mientras la mayoría va por el ancho de las malas obras. Que sea Ella, la Santísima Virgen María, quien nos ayude a mantenernos firmes, de pie, sin escandalizarnos de lo que acontece con los hombres de Iglesia dentro de la Iglesia, con su jerarquía, y del peligro que corremos por la presión que se ejerce sobre ese residuo fiel ante la prostitución de los demás.

Hago referencia a las dos mujeres de las que habla San Juan en el libro del Apocalipsis: la mujer vestida de sol que pare en el dolor y que por eso no es la Santísima Virgen María, como creen muchos erróneamente, con falsa piedad y poco seso. La Virgen no alumbra en el dolor; otra cosa es que esta imagen de la mujer parturienta que representa la religión fiel y perseguida en los últimos tiempos sea un símbolo que se pueda aplicar a nuestra Señora, no textualmente, porque sería herejía pensar que nuestra Señora dio a luz en el dolor a nuestro Señor. Y la otra mujer, la ramera o prostituta que cabalga sobre la bestia, que es la misma bestia que salió del mar, el Anticristo, y vestida de color púrpura, llevando en la frente la palabra “misterio” y que asombró a San Juan, esa mujer ramera es la religión, esta mujer en el Antiguo Testamento ha sido el Israel de Dios, como buena esposa o como mala mujer, pura o adúltera, es toda la historia del Antiguo Testamento.

Por eso la mujer significa la religión y estas dos mujeres significan el estado de la religión y la Iglesia en esos dos polos, el de la corrupción, la prostitución y el de la fidelidad. De ahí la gran persecución de esa religión prostituida, la gran ramera que cabalga montada sobre el poder de este mundo bebiendo el cáliz de su prostitución, de su profanación, el cáliz lleno con la sangre de los santos y de los mártires, como acontece hoy con la Roma modernista, progresista, que se ha prostituido, que persigue a la Roma eterna, a la Roma fiel, a la Roma que representa la Tradición Católica y que enarboló monseñor Lefebvre; esa Roma prostituida, corrompida, quiere destruir a la que es fiel. Ese es el peligro que corremos dejándonos seducir y esa obra de seducción –hay que decirlo–, la lleva a cabo el cardenal monseñor Darío Castrillón, colombiano zorro; lo que los europeos no pudieron hacer con monseñor Lefebvre, lo encargan hoy a un colombiano.

Colombia da para lo bueno y lo malo y de ahí la insistencia con que este cardenal está llevando a cabo su tarea, hacernos sucumbir, no me cabe la menor duda. Quien se acerca a una mujer corrompida, si no es para convertirla como lo hizo nuestro Señor con la Magdalena, cae bajo su seducción, pagando el precio de la apostasía; por tal razón monseñor Fellay ha pedido que se rece durante un mes la oración de la consagración de la Fraternidad al Corazón Doloroso e Inmaculado de la Virgen María para que acelere su triunfo, el mismo que Ella prometió en Fátima, triunfo que no podrá darse sin la intervención de Dios; no será un triunfo por mano de elemento humano, será una intervención de Dios, que tenemos profetizada con el segundo advenimiento de nuestro Señor. Sobre esto hay gran confusión y poca luz.

Sin embargo, los Padres de la Iglesia, durante los primeros cuatro o cinco siglos, tenían estas cosas como predicación común, por lo cual San Pablo, como todos recordamos, les dice que todavía no es el advenimiento de nuestro Señor, les da los signos y les habla de un obstáculo que nosotros no sabemos cuál es concretamente, pero conjeturamos esto, para estar alertas, ya que vivimos un tiempo extraordinario, una situación extraordinaria. Pero la verdadera expresión, la verdadera palabra no es esa, esa expresión tiene validez en un lenguaje común, pero en el lenguaje exegético, bíblico y profético, quiere decir que vivimos tiempos apocalípticos, últimos tiempos; así denominan las Escrituras a esta época anunciada, y que lo menos que podríamos decir es que es sorprendente, pero que bien mirada es apocalíptica, es una situación completamente anormal, fuera de los cánones de la Iglesia. Nos toca vivirla, purificarnos y esperar el triunfo de nuestro Señor, el triunfo del Inmaculado Corazón cuando Él venga a juzgar, por su aparición y por su reino, como dice San Pablo.

Pidámosle a nuestra Señora, la Santísima Virgen, que nos ayude a comprender todas estas cosas que se van aclarando a medida que los tiempos se van cumpliendo y que permanezcamos fieles a la Iglesia católica, apostólica y romana para salvar nuestras almas. +

BASILIO MERAMO PBRO
11 de febrero de 2001

domingo, 5 de febrero de 2017

QUINTO DOMINGO DESPUÉS DE EPIFANÍA



Amados hermanos en nuestro Señor Jesucristo:

Escuchamos en el Evangelio de hoy una de las parábolas de nuestro Señor. Las parábolas son semejanzas, comparaciones que hace de una realidad espiritual, sobrenatural, difícil de discernir, y que a través de un ejemplo con una imagen concreta de la vida real, podemos de algún modo inteligir y sacar provecho para nuestra alma. Esa es la razón de las parábolas, ayudarnos a entender las cosas de Dios, la realidad espiritual que a veces cuesta comprender.

Vemos, pues, en la parábola de hoy, la explicación del origen del mal en el mundo, y si se quiere en la Iglesia misma. Aunque los predicadores toman el campo como el mundo, sin embargo también es la Iglesia, pues la Iglesia está en el mundo. Además, dice la parábola al iniciar, “semejante al reino de los cielos” y más semejante al reino de los cielos que el mundo es la Iglesia, entonces, es la explicación del mal ya sea en el mundo o bien en la Iglesia, porque también la Iglesia está conformada por hombres tanto en su parte jerárquica como en el resto de la comunidad de los fieles.

El mal siempre ha sido una de las grandes objeciones filosóficas y metafísicas. Y cuando digo metafísica, hablo en sentido filosófico, no en el que se le quiere hoy aplicar en Colombia a la gnosis, que usurpa este nombre de metafísica para engatusar a la gente. El maniqueísmo estaba basado en ese error, al no saber explicar el motivo del mal, le atribuyen principio, un origen tal como sí lo tiene el bien; estableciendo luego, que existe un doble origen o principio, uno para el bien y otro para el mal, iguales de poderosos los dos.

Y es un error, porque el bien puede existir sin el mal, pero el mal no puede existir sin el bien, porque el mal es un defecto del bien, es una corrupción del bien, es una deficiencia del bien, es una deficiencia del Ser; pero para que haya esa deficiencia del bien tiene que existir el Ser y el Ser en sí mismo es bueno. Ese principio filosófico da luz sobre el origen del mal; así como no puede existir un cáncer si no es en un ser vivo, y muriendo el paciente se acaba el cáncer y cualquier otra enfermedad, se acaba juntamente con el sujeto, porque el mal requiere la vida, requiere el Ser y el Ser y la vida los da Dios, luego es absurdo que haya un doble principio, uno bueno y otro malo en igualdad de condiciones, como pensaban los maniqueos.

Entonces, como el mal es una deficiencia del Ser en cualquiera de sus manifestaciones como es la misma vida, la salud y la felicidad, no debe escandalizarnos al punto de querer erradicarlo intolerantemente. Como lo muestra la parábola de hoy, vemos que si Dios sembró el bien y viene alguien y siembra el mal, ese es el demonio, el maligno, y nosotros mismos, cuando seguimos las inspiraciones del mal y de la maldad; ese es el origen del mal y del pecado en el mundo. Del mal aun dentro de la Iglesia, en los fieles, y éste es también el origen del fariseísmo, cuando aun predicando la sana doctrina o defendiendo la verdad, no se viva conforme a ella sino que al contrario, sirva de escudo para encubrir el mal y, peor aún, perseguir el bien. Qué mayor maldad que perseguir la verdad en nombre de la verdad; he ahí la cizaña. Qué otra cosa peor que utilizar la obediencia, la misma autoridad para el mal y no para el bien, no para la verdad, no para Dios en definitiva y eso en todos los órdenes, tanto en el natural como en el sobrenatural.

¿Por qué otras causas creen que anda mal el mundo? Porque hay malos gobernantes que buscan sólo su propio beneficio; lo mismo ocurre en todas las profesiones: malos médicos, malos abogados, que no cumplen con sus deberes, con aquello que se predica; y cuánto más grave será si lo trasladamos a una institución divina como es la Iglesia; un sacerdote que utilice el confesionario para corromper, un obispo que utilice su rango para abusar de la Iglesia y no para predicar el evangelio, y lo mismo que se dice de un obispo, qué decir de un cardenal, e incluso de un Papa. Ejemplos tenemos que colman la medida, que son extraordinarios, pero se dan. Hay entonces una ley superior que lleva a decir a San Pedro: “Antes que obedecer a los hombres hay que obedecer a Dios”. Dios es la verdad, es el bien.

No se puede, pues, so pretexto de quien ordena, detenta y ejerce la autoridad, obedecer al mal, obedecer al error, porque entonces estaríamos obedeciendo a los hombres y desobedeciendo a Dios y la obediencia como virtud sobrenatural exige que esté al servicio de Dios. Esta prioridad debe entenderse muy bien; en el caso de la Iglesia muchas veces se nos echará en cara, como lo hicieron con monseñor Lefebvre, el reproche de que desobedece al Papa, desobedece a la Iglesia, a la jerarquía. Nos puede pasar, y se les puede decir a ustedes: ¿Somos acaso desobedientes? No. Porque hay el deber de obedecer para el bien y la verdad, mas no para el error, y no hay jerarquía en la Iglesia, y en ninguna institución humana autoridad para mandar obedecer al mal: un padre que quiera violar o prostituir a una hija ¿tendría ella que obedecerle en nombre del cuarto mandamiento? Absurdo. Y ¿en nombre de la obediencia tendríamos entonces que obedecer a los obispos, a la jerarquía y aun al mismo Papa en contra de lo que la Iglesia siempre ha dicho, en contra de lo que los otros Papas, incluso santos, han dicho? Absurdo.

Es una situación anormal, extraordinaria, pero a los males extraordinarios se aplican soluciones extraordinarias y por esa solución optó monseñor Lefebvre encabezando la Santa Tradición: mantenernos fieles a lo que desde antaño los Papas anteriores han recomendado; permanecer fieles a lo que siempre se ha enseñado; alejar toda innovación aunque se quiera imponer obediencia por vía de autoridad y mantener así la estructura de la Iglesia, no queriendo hacer otra Iglesia paralela sino manteniéndola hasta que se aclare la situación, hasta que vuelvan las cosas a su cauce.

Pongamos el caso de quien va conduciendo un automóvil y tiene mareo o infarto; si quien va al lado pierde tiempo y no toma el timón, se mata. Lo mismo que un automóvil puede ser un avión o simplemente una nave, un barco en plena mar. Si el capitán muere por infarto o lo que sea, ¿se dejará ir a la deriva? Aquel más capaz tiene que tomar el timón y llevar la embarcación a buen puerto. De otro modo, sucumbe. Algo parecido está pasando en la Iglesia, si desaparece la buena orientación, la buena doctrina, si el capitán del barco que es el Papa no cumple con ello por el motivo que sea, si por un misterio de iniquidad no cumple con su deber, ¿no hay que tomar el timón y llevarlo a buen término para que no zozobre, no se hunda la embarcación? Pues simplemente eso es lo que ha hecho monseñor Lefebvre en beneficio de la Iglesia, de las almas, no dejarlas a la deriva, no dejarlas sin Dios, sin religión, no dejarlas llevar por mal camino y esas son verdades fáciles de evidenciar.

Si hoy se obedece, ¿qué pasaría? Dejaríamos de decir primero la Santa Misa de siempre para decir una misa querida por el enemigo, por los protestantes, comenzar a decir que ya el infierno no es tal infierno porque no es un lugar, ni hay llamas allí; que prácticamente no hay infierno, que el pecado ya no es tal porque cada uno buenamente según su conciencia sabrá qué es lo bueno y qué es lo malo y lo que para uno es bueno para otro es malo y poco importa; que todas las religiones salvan, que en todas las religiones se rinde un culto debido a Dios ¡mejor dicho! Suficiente para ser no solamente un hereje, sino un apóstata. Evidentemente, no se puede obedecer en contra de las Escrituras y de la Tradición.

En el Antiguo Testamento vemos cuán celoso es Dios con su culto, que reprueba y abomina los otros cultos y que recrimina a su pueblo con palabras duras cuando se asocia a ellos. Y entonces comparando a esa Israel la considera una mala mujer que fornica con otras liturgias; cuántas veces hasta el cansancio podremos ver en el Antiguo Testamento ese trato, para que nos demos cuenta del celo que tiene Dios por las cosas que atañen al culto divino, que no es cualquiera, no es cualquier oración o sacrificio el que pide Dios.La ofrenda de Abel no era la misma que la ofrecida por Caín y la nueva misa que se asemeja al sacrifico de Caín no es igual a la Misa de siempre que es la ofrenda de Abel; y eso es lo menos que podemos decir, porque si nos ponemos a comparar, no acabaríamos. Por otra parte, ¿dónde está la santidad sacerdotal?, ¿cómo andan los sacerdotes?, ¿qué Iglesia representan? De la santidad de los religiosos, ¿qué ejemplo se da?, ¿y a todo eso le vamos a decir que es Iglesia y que es de Dios y que hay que obedecer? No señor. Nuestra respuesta es una santa intransigencia, una santa desobediencia aparente, para obedecer a una verdad superior, y que no nos debe escandalizar el mal que vemos, ya que tiene por autor a Satanás.

Dios nos pide tener paciencia para no arrancar incluso el trigo queriendo erradicar el mal, y esperar el juicio de Dios, la hora de la siega. Ese es el juicio que debemos esperar, no debe importarnos el juicio de las autoridades actuales que representan a la Iglesia –y vaya cuán mal la representan–, sino el juicio de Dios. Es allí donde quisiera ver a todos aquellos que nos tratan de herejes, de desobedientes. Quiero ver a esos cardenales, obispos y sacerdotes que hoy nos escupen, quiero verlos allí, delante del juicio de Dios, allí donde se verán las acciones.

Ahí será la hora de la verdad y esa debe ser nuestra garantía, actuar dando testimonio de la verdad y no de cualquier verdad, sino de la verdad sobrenatural que es Cristo y dejar todo a ese juicio de Dios, soportar el mal de la hora presente por terrible que sea, sin escandalizarnos, y esperar la siega y que ese sufrimiento nos santifique, nos acrisole y nos fortifique en el dolor, para que seamos virtuosos, santos. La santidad y la virtud sólo se forjan en el sufrimiento, en el dolor, eso es la cruz y no hay santidad ni santificación posible sin la cruz, esto es lo que nos enseña nuestro Señor crucificado.

Pidámosle a nuestra Señora, a Ella, que fue la única que se mantuvo de pie ante la crucifixión de nuestro Señor para que nosotros podamos tener ese valor y esa fe que tuvo Ella, y que sostenidos por Ella, soportemos esta segunda crucifixión de nuestro Señor Jesucristo en su Iglesia, que es su cuerpo místico. +

P. BASILIO MERAMO.
4 de febrero de 2001