San Juan Apocaleta



Difundid Señor, benignamente vuestra luz sobre toda la Iglesia, para que, adoctrinada por vuestro Santo Apóstol y evangelista San Juan, podamos alcanzar los bienes Eternos, te lo pedimos por el Mismo. JesuCristo Nuestro Señor, Tu Hijo, que contigo Vive y Reina en unidad del Espíritu Santo, Siendo DIOS por los Siglos de los siglos.












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"Sancte Pio Decime" Gloriose Patrone, ora pro nobis.





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domingo, 31 de julio de 2016

DOMINGO DECIMOPRIMERO DESPUÉS DE PENTECOSTÉS


Amados hermanos en nuestro Señor Jesucristo:

Escuchamos en esta parábola el relato del milagro que nuestro Señor hace al sordomudo, lo cual está también consignado en el rito del bautismo, cuando recibimos la fe, imitando el sacerdote el gesto que hace nuestro Señor con el sordomudo para que oiga y hable.

Vemos cómo nuestro Señor no era un buscador de la fama, haciendo milagros para ganársela, como lo haría cualquier brujo de hoy, o cualquier charlatán. En consecuencia, nuestro Señor lo lleva aparte, fuera del gentío, del tumulto y pide que no lo cuente, que no lo diga a nadie; pero era en vano, porque entre más hacía esa recomendación, más se divulgaba ese milagro que había sorprendido al pueblo. Y con este milagro del que la Iglesia toma parte para el rito del bautismo, nuestro Señor quiere mostrar la génesis de la fe, el origen de la fe, cómo la fe entra por el oído, por la palabra de Dios.

Pero cómo van a tener fe si no oyen, y cómo van a oír si no predican. De ahí la esencia de la predicación del evangelio en manos de los apóstoles, de los obispos y de los sacerdotes como ministros auxiliares del obispo, que para eso están los obispos, para eso está la jerarquía de la Iglesia, para predicar la palabra de Dios que engendra la fe. Por tal motivo los predicadores de la Iglesia primitiva eran considerados padres de la Iglesia, porque engendraban en la fe, que no es primeramente algo natural, una creencia natural, tampoco es un sentimiento religioso natural que tengo en el fondo del corazón, no.

No es un sentimiento como pensaban los protestantes, un sentimiento vuelto confianza; ni como piensan los modernistas que es un sentimiento religioso del cual se tiene experiencia en el corazón, no. Tampoco es el sentimiento de la falsa beatería. Es una adhesión firme de la inteligencia a la verdad revelada. De ahí su importancia. Hay una relación de nuestro ser con la verdad. Por lo que Santo Tomás define el objeto de la fe diciendo que es la verdad primera, que es Dios, en cuanto Él es la verdad suma y primera. Esa adhesión de nuestro ser, de nuestra inteligencia a la verdad que es Dios veritas prima, a esa verdad primera de Dios, no natural sino sobrenatural, claro está, esa adhesión se opera por el movimiento de la voluntad guiado por la gracia, y es un misterio. Hay esa adhesión de la inteligencia a la verdad movida por la voluntad pero por la gracia de Dios, y es un misterio.

Mas no porque sea un misterio vamos a tener un concepto erróneo, como el de los protestantes que confunden fe con confianza, que a lo sumo sería esperar, pero la esperanza sobrenatural es otra virtud; tampoco se puede confundir con un falso sentimiento religioso que se experimenta en el fondo del corazón, sino que es una relación trascendental con Dios como verdad primera; ese es el objeto material de la fe. Y ¿por qué adherirnos?, ¿cuál es el motivo formal por el cual adherirnos? La autoridad misma de Dios que revela, que así lo dice, que así lo manifiesta realmente, testimonio de Dios, en cuanto es veraz y sabemos que es sabio.

Hoy en día, cuánta gente al hablar de la fe manifiesta un concepto protestante, la pierde volviéndose ateo teórico o práctico, o indiferente; hace de la fe una cuestión de sentimiento y como cada uno tiene lo suyo, entonces cada uno tiene su fe y qué grave error es eso. Si desobjetivizamos la fe, ya no es la verdad Dios, no se puede olvidar esa relación trascendental con Dios como verdad primera, suma, a la cual nos adherimos movidos por la gracia; por eso es un don infuso, un don sobrenatural, un regalo de Dios, que debemos conservar, mantenerlo siempre vivo, adhiriéndonos a Dios y creyendo en su palabra.

¿Y qué viene entonces a ser la Iglesia? La Iglesia viene a ser el criterio sin el cual no hay fe, viene a ser la condición sin la cual no hay fe; condición esencial para que haya la fe, pero no el motivo formal, que es Dios dando testimonio de sí mismo; ni el motivo material que viene a ser el objeto material que es Dios proponiéndose como la verdad primera sobrenatural y esa verdad primera incluye todos los misterios que atañen a Dios directamente: la Santísima Trinidad, la Encarnación, todos los dogmas que se incluyen implícita y explícitamente en la Revelación. La Iglesia es como el faro, como la brújula, infalible de esa fe; el medio necesario por el que recibimos la fe, y por eso si se la rechaza no hay fe, no se tiene fe, no creemos a Dios que nos revela.

Y aquí hay también algo que aclarar: no se trata de la revelación externa simplemente contenida en la Tradición y en la Biblia, que eso sería condición también para que nuestra inteligencia, nuestro intelecto, conociendo suficientemente esa revelación externa hecha por Dios a la Iglesia, que nos la transmite infaliblemente y por eso es criterio, condición sin la cual, no obstante, debo reconocerlo, se debe adherir, asentir a esa palabra interior que se revela en mí. Entonces no es tanto la revelación exterior, el oído externo, sino el oído interno, reconocer en mi corazón, en lo profundo de mi alma que es Dios quien está diciendo “aquí estoy”. Por eso hay tanta gente que conoce la revelación externa y sin embargo no tiene fe.

Tenemos el ejemplo de San Pablo, que creyó en nuestro Señor cuando Él le dijo: “Saulo, Saulo, ¿por qué me persigues?”. Y Saulo le responde: “Señor, ¿qué quieres de mí?”. Esa es la respuesta interna, íntima, interior, de aceptación, de adhesión a la autoridad, al testimonio, a la palabra de Dios, que es Él quien me está diciendo: “Soy Yo, ¿crees en mí?”. La otra respuesta es el rechazo, se cierra la puerta y no se quiere oír. 

¡Maldito sea, entonces! Por eso la gente se condena, rechaza a Dios y hay que ver cuántos tienen bien trancado su corazón.
De ahí el misterio y la gracia de que nosotros tengamos la fe y que no la perdamos, que reconozcamos ese tesoro, que se mantenga en nuestro corazón, en nuestra inteligencia, esa verdad revelada y ese testimonio a la palabra de Dios y si no lo conservamos, en vano habremos creído, como dice San Pablo. Gran drama de la hora presente, en que no hay fe, en que la jerarquía de la Iglesia no profesa la fe católica, apostólica y romana; sencillamente no hay profesión de la fe, ni conservación ni custodia de la misma, porque para eso creó nuestro Señor a la Iglesia, para que ese tesoro sea guardado, custodiado, defendido y profesado, para que la Iglesia nos instruya en la fe, la proponga suficientemente y se adhiera a la autoridad divina de Dios.

Hay una verdadera claudicación de la jerarquía en esta misión sacrosanta de custodiar y conservar para transmitir infaliblemente la verdad revelada, y esto ha sido posible solamente por un misterio de iniquidad digno de los últimos tiempos, próximos a la venida de nuestro Señor Jesucristo. Ese solo hecho basta para mostrar los tiempos apocalípticos que se viven, sin saber si serán de corta o larga duración, pero que son apocalípticos a la luz de la fe, y de otro modo no se entiende, ni se acepta ni se tiene el espíritu de combate contra el error. Por eso, la claudicación de aquellos que debieran defender la verdad, porque no están a tono con los signos de los tiempos, porque en definitiva, y da vergüenza decirlo, no saben dónde están parados, perdieron el horizonte, el norte, la brújula, no saben, ¡qué ignorancia!

Son culpables, porque se tendría que saber, porque todo está por suceder, todo está profetizado, lo que pasa es que hay que saber, primero creer y ver, pero hoy ya ni se ve ni se cree y he ahí el drama de la pérdida de fe, hasta que culmine la gran apostasía anunciada por nuestro Señor: “Cuando venga, ¿acaso encontraré fe sobre la tierra?”.

Y en esa fe conservada en pocos corazones representando la verdadera Iglesia de Dios, dispersa por el mundo, en esas pocas almas fieles a Dios, allí estarán el testimonio y la visión y el verdadero amor a nuestro Señor; de ahí la importancia de esa fidelidad, de pertenecer a esa Iglesia reducida a un pequeño rebaño. Lo estamos viendo hoy cada vez más. ¿Qué es la Tradición? Un pequeño rebaño de fieles perseguidos, tildados de lo peor, excomulgados como rebeldes. Pidamos a Nuestra Señora su intercesión para permanecer siempre fieles a Cristo. +

Padre Basilio Méramo. 
19 de agosto de 2001




domingo, 24 de julio de 2016

DÉCIMO DOMINGO DESPUÉS DE PENTECOSTÉS


Amados hermanos en nuestro señor Jesucristo:

En este domingo leemos en el evangelio la parábola del publicano y del fariseo propuesta por nuestro Señor a esos hombres que presumían de justos y se consideraban mejores que los demás. Esta es una de las ciento veinte parábolas que hay en el evangelio, como nos lo recuerda el padre Castellani, que se tomó el trabajo de hacer la exegesis de cada una de ellas.

Con esta parábola nuestro Señor nos muestra cuál era su intención, qué se proponía al hacerse hombre. Él quería restituir el culto verdadero del pueblo de Israel, del pueblo de Dios a lo que debía ser; restablecer la religión en esa vida interior y no que quedara dispersa en multitud de acciones externas, que si no permanecen unidas al alma del verdadero espíritu de fe, de religión, a la vida interior, no obran por sí nada, sino que al contrario engendran orgullo y menosprecio, como era el caso de estos hombres que se tenían por mejores. Y por eso, nos muestra en la parábola al fariseo y al publicano; el fariseo que representaba, por decirlo así, a esa elite, a esa clase social de predominio religioso de los que se dedicaban a las cosas de Dios, que tenían el celo por las cosas de Dios, por el culto divino y también contaban con mucha influencia política; mientras, el publicano era prácticamente un vendepatrias un recaudador de impuestos al servicio del César, del Imperio Romano que subyugaba al pueblo judío.

Vemos así que ser publicano, en aquel entonces, era lo más abyecto y despreciable para el pueblo judío; peor no se podía ser. Y en esta contraposición nuestro Señor nos hace ver que el uno es perdonado y tenido en cuenta por Dios, como el publicano, que no osaba ni siquiera adentrarse en el templo, quedándose allí atrás, en el fondo, pues se reconocía vil y miserable pecador. En cambio, el fariseo, todo engreído de sí mismo, de sus buenas acciones, porque ayunaba dos veces por semana, daba el diezmo de lo que poseía, no era adúltero, no era ladrón, era un hombre de bien. Y sin embargo, no sale justificado del templo.

Es tremendo lo que nuestro Señor nos hace ver, porque de nada sirve ayunar, dar limosna, no ser ladrón, no ser adúltero, no ser injusto, todas buenas obras, si nosotros tenemos el corazón carcomido por el maldito orgullo. Gracias te doy porque no soy como esos miserables, ni aun como este vil y abyecto publicano, decía el fariseo. El contraste es tremendo, pero eso muestra cómo el orgullo anula toda obra por muy buena que sea. Y la soberbia es difícil de detectar por nosotros mismos. La persona petulante, y la mayoría lo somos, no se da cuenta, cree, creemos que actuamos bien, ¿y de qué tengo que pedir perdón, qué hice mal? ¡No, es el otro, es el otro que no me saludó, que me miró mal, que me dijo una palabra hiriente, que no me respondió, que no me hizo tal favor! Y eso nos sucede porque si no fuéramos orgullosos seríamos realmente santos.

Y es ese engreimiento que nuestro Señor quiere mostrarnos para que rectifiquemos y llevemos verdaderamente una vida en unión con Dios, agradable a Dios, que nuestra oración sea verdaderamente una oración y no una manifestación de nuestras obras. A Dios no se le va a decir, yo hice tal obra buena, limosnas, ayunos, soy bueno. No, a Dios hay que decirle, yo soy malo, soy perverso, tengo malas inclinaciones, malos sentimientos, malas tendencias. Todo esto a raíz del pecado original, a raíz de los pecados que hemos cometido, por eso no somos buenos y no nacemos buenos, como el mundo de hoy quiere hacernos creer. Nacemos malos, mal inclinados y por eso nos gusta lo malo, porque si no nos gustara no habría tentación, pero Dios dejó esa incitación para que justamente de lo malo sacáramos el bien con la ayuda de su gracia y corrigiésemos esa mala inclinación, esa perversión que hay en nuestra naturaleza y que la llevamos hasta el último día de nuestra existencia, aquí en la Tierra.

Por eso la santidad consiste en luchar, en combatir a ese viejo hombre que llevamos dentro y sin el cual ni el demonio ni el mundo harían nada si no hubiera ese cómplice, ese traicionero que somos nosotros mismos bajo ese aspecto de la naturaleza que ha quedado herida. Dios no creó al hombre así, y aun después de morir nuestro Señor en la Cruz, y de haber redimido a la naturaleza humana, al hombre, no obstante, estamos bajo esa influencia, esa tendencia hacia al mal. Por eso un niño, incapaz de cometer un pecado mortal porque no tiene uso de razón, es grosero, orgulloso, malcriado, y hay que adiestrarlo, como se hace con un animal, con un perro pequeño, hasta cuando el niño tenga uso de razón, para que cuando lo tenga ya esté domesticado; pero eso es difícil de entender hoy en día por la gran revolución que todo lo ha socavado.

Esa gran revolución me dice todo lo contrario, que yo debo ejercer mi libertad como se me dé la gana, caprichosamente, como yo quiera, que nadie me puede molestar; y no hay ningún principio que queda en pie, qué principio o autoridad va a haber, qué principio de paternidad va a haber y menos en la Iglesia, nadie puede reprender a nadie, porque me ofende, porque me insulta, porque me ultraja. Nadie acepta nada de nadie y esa es la situación social del mundo moderno. ¿Y qué queda en pie? Ni familia ni Iglesia, porque aún hay que saber aceptar el llamado de atención, la reprensión, aunque el que lo haga tenga mil y un errores; si a mí un loco o un borracho me dice que estoy demente o embriagado y es verdad, no por eso le voy a decir que no tiene ningún derecho en decírmelo porque él se encuentre en ese estado.

Y así, se podrían dar mil ejemplos, como la insumisión de la mujer, estar igualada al hombre, cuando la Iglesia predica la sumisión, la subordinación de la mujer al hombre. No es la esclavitud, no es el maltrato, pero sí la mujer sumisa; hacerle entender eso a la mujer de hoy, es casi imposible. Y esa insubordinación hace que la mujer de hoy no quiera usar la falda, sino el pantalón, porque éste le brinda esa igualdad de acción, y hay muchos otros ejemplos. Claro que hay faldas que pueden ser mucho más escandalosas que un pantalón ancho, por ejemplo.

Tenemos también la desobediencia de los hijos a los padres, a los superiores; la indisciplina en el área del trabajo y en todos los órdenes. Y justamente, lo que está detrás de todo eso es el orgullo exacerbado por principios que endiosan al hombre, y esos motivos son los de la libertad que proclamó la Revolución francesa, que más que francesa fue anticatólica, judeomasónica, para destruir la sociedad cristiana, católica, y convertir a cada uno de nosotros no en un católico sumiso y humilde, sino en un hombre independiente y autosuficiente. Ese es el error del naturalismo, del liberalismo, la presunción del hombre como tal y por eso es independiente de todo lo que no sea su querer y su parecer. De ahí lo complejo y difícil para que nos sometamos, no sólo a la Iglesia, sino también al orden natural, para que respetemos el orden natural sin el cual el sobrenatural no tendría soporte, porque la gracia supone la naturaleza.

Quiere, pues, nuestro Señor, en esta parábola de hoy, que veamos cómo vale mucho más la oración sencilla y humilde del más vil de los hombres que se reconoce pecador y miserable que la de aquel que presume de mucha religión, de muchas acciones buenas, pero que no reconoce su orgullo. Por eso el fariseo es el que simboliza esa arrogancia religiosa, que no es más que la corrupción específica de la religión. En consecuencia, un hombre mientras más religioso sea, más petulante podrá ser su actitud y por eso nosotros, que queremos defender la santa religión guardando la Tradición católica, estamos más cerca del pecado de orgullo que corrompe la religión, que cualquier otro hombre. Y de ahí la gravedad y la necesidad de saberlo, para que tengamos en cuenta que el diablo nos va a tentar más por la vanidad que por otros pecados más escandalosos.

Solicitemos a nuestra Señora, Maestra de humildad, permanecer modestos como el publicano y no engreídos como el fariseo, pero que sí tengamos ese celo de defender las cosas de Dios con humildad, como quiere nuestro Señor. Que defendamos la Iglesia con sumisión y no caigamos en ese pecado tan aborrecible del fariseísmo. Y Dios sabe y sabrá si no hay hoy hipocresía y que por culpa de ella es que en la Iglesia, en sus fieles, en sus miembros, en todos nosotros, estamos viviendo tan grande crisis; Dios aprovecha también de cierto modo, para que a aquellos que son humildes les sirva de purificación. La crisis actual hay que soportarla como una depuración y no debemos escandalizarnos si no vemos entre los fieles de esta capilla y demás capillas de la Tradición, ni a los más santos, ni a los mejores, ni a los más humildes. No debemos asombrarnos, ¿por qué? Porque si nosotros nos sorprendemos es porque somos peores, no tenemos esa misericordia que sabe soportar la miseria de los demás y del prójimo. Por eso Dios permite todo esto que nos puede asombrar al igual que a mucha gente cuando viene a una capilla de la Tradición. Debemos hacer esfuerzos para no alejar al que llega, al que viene y que no sabe nada, pero que se acerca con una recta intención, y no actuar como fariseos porque esa persona sea como un publicano. Eso es lo que Dios nuestro Señor no quiere, Él nos da el ejemplo de cuál debe ser la conducta y la oración, para que no caigamos en ese aberrante pecado del fariseísmo.

Invoquemos entonces a nuestra Señora para que nos ayude a ser más humildes, ya que solamente lo seremos si nos reconocemos pecadores, miserables y vanidosos. Ese orgullo lo tendremos hasta el fin de nuestra existencia pero lo debemos combatir, y la mejor manera de hacerlo es aceptando las humillaciones que nos caen sin que las preveamos y ni sospechemos el momento en el cual llegarán, y que las sepamos aceptar. Pidamos a nuestra Señora esa sumisión que Ella manifestó haciéndose la servidora de Dios, para que nosotros seamos obedientes servidores de Dios y de la verdad. +

PADRE BASILIO MERAMO
28 de julio de 2002

domingo, 17 de julio de 2016

NOVENO DOMINGO DESPUÉS DE PENTECOSTÉS


Amados Hermanos en Nuestro Señor Jesucristo:

En este Evangelio vemos llorar a Nuestro Señor, llora ante lo que Él veía que le ocurriría a la Ciudad Santa a Jerusalén, esa ciudad que Él tanto quería. Y nos puede asombrar el hecho de que un hombre llore, por que equivocadamente creemos que son únicamente las mujeres las que lloran, no quizá como las mujeres por fragilidad, por sentimentalismo, sino por una realidad dura y cruel. Realidad dura de lo que le iba a acontecer a Jerusalén, por no haber aceptado y reconocido al Mesías Prometido, por no haber visto la presencia de Dios para abrirle sus puertas y, ante ese pecado, ante esa dureza del pueblo judío, Nuestro Señor con la sentencia que Él tenía y el don de ver tanto lo pasado como lo futuro, vio esa destrucción de la Ciudad como castigo a la incredulidad del pueblo judío; La ciudad Santa, ahí donde había el pueblo verdadero, único templo donde se adoraba verdaderamente a Dios en toda la tierra.

Por eso llora Nuestro Señor, con ese dolor, ese llanto de misericordia, de conmiseración por lo que luego aconteció con Vespaciano y Tito que destruyeron completamente la ciudad; del templo no quedó piedra sobre piedra y lo que queda del muro de las lamentaciones es la hondonada, como cuando alguien construye el borde de un precipicio y hace en ese borde un muro de contención, pero sobre la explanada no queda ni quedo piedra sobre piedra. Cumpliéndose literalmente lo anunciado por Nuestro Señor como castigo por no haber reconocido al Mesías, por eso lloró Nuestro Señor.

No podemos imaginar a las mujeres que se comieron a sus hijos para poder sobrevivir cuando Jerusalén fue sitiada por los romanos para obligarlos a rendirse o a morir, durante meses en los cuales se agotaba el alimento, como se lee en la historia de Flavio Josefo. Eso nos da una idea del horror de la situación como justo castigo por no haber reconocido a Nuestro Señor y eso le arrancó lágrimas de dolor, de conmiserción, de compasión ante esa dureza que caracteriza al pueblo elegido, los judíos, pueblo de dura cerviz.

El otro razgo que también nos puede sorprender es la actitud de Nuestro Señor cando entra al templo y con un látigo, a fuete limpio, sacuda a esas alimañas, los ladrones que profanaban su templo convirtiéndolo en cueva de ladrones en lugar de ser una casa de oración. Esto que Nuestro Señor hace al comenzar y al finalizar su vida publica, esta es la segunda expulsión que nos relata San Lucas y San Juan, nos relata poco después de las bodas de Caná antes de iniciase la vida pública de Nuestro Señor. No tengamos un imagen muy pueril de Nuestro Señor, muy boba, muy de mejillas coloradas, ojos azules y cara de niño bonito, No; Nuestro Señor es la virilidad; Esas imágenes medio afeminadas no son la expresión de la virtud, de la virilidad de la hombría de Nuestro Señor, por eso no nos debe sorprender ese gesto como de gladiador, de domador de leones con un látigo sacando a fuete del templo a esos personajes que se valían del templo para hacer negocios corrompiendo el lugar Santo.

No tengo nada en contra del arte, pero este debe expresar la realidad y desgraciadamente a los Santos los pintan muy mujeriles y afeminados, ellos no son señoritas de salón. San Juan el Bautista no era una caña que llevaba el viento, para mostrarnos que era gente aguerrida, firme, viril y aun las mismas mujeres la virilidad de Santa Teresa o de una Santa Teresita que jamás se apoyó al respaldo de una silla por hacer mortificación; No nos dejemos engañar con esas imágenes todas coloreteadas que no expresan verdaderamente eso que los santos internaron y que desgraciadamente muchas veces, hasta los curas quieren imitar para parecer buenos, hablando suave como si fuesen niñas de quince años y de pura apariencia. Por eso no nos debe asombrar el gesto incluso violento de Nuestro Señor llorando, pero también por otro lado dando fuete; este es el celo que Él tiene por las cosas de Dios

¡Qué no haría hoy! Nos sacaría a todos zumbando a latigazos por lo mal que anda el clero en la Iglesia, y los fieles que son los menos culpables por que siguen el mal ejemplo que dan los sacerdotes, los monjes, los prelados, la jerarquía; Todo se deteriora, todo se corrompe, se convierten los templos en Museos (En Europa se pueden ver los grandes templos convertidos en museos donde incluso ay que pagar para entrar a ver la parte donde están los tesoros, es decir, donde esta las cosas pertenecientes al culto debido a Dios (Nota del editor del libro))

Dios destronado del altar para colocarlo en un rincón, son todas cosas que muestran el grado de deterioro que padece actualmente la religión y no nos damos cuenta.

Esa es la razón de nuestra existencia. Mantener la Pureza de la fe, de la religión, de la Iglesia, de la santidad, y que la Iglesia no se nos convierta en una cueva de ladrones, en un lugar de comercio,sino que sea un lugar santo, la casa de Dios, donde se reactualiza el Santo Sacrificio de la Misa, no una cena, una ágape, no la conmemoración de la pascua, SINO LA RENOVACION INCRUENTA DEL SACRIFICIO DE NUESTRO SEÑOR EN EL CALVARIO PRODUCIDO SACRAMENTALMENTE SOBRE EL ALTAR; y a eso comulgamos no un pedazo de pan, no a una galleta, sino AL CUERPO Y LA SANGRE DE NUESTRO SEÑOR JESUCRISTO, PRESENTES BAJO LA APARIENCIA DEL PAN Y DEL VINO, al cuerpo y la Sangre de Nuestro Señor junto con su Alma y Divinidad.

Por lo mismo, no se puede comulgar de cualquier forma ni tampoco se lo recibe de cualquier modo, como quien reparte pan sino con un acto de adoración, de rodillas, en la boca, en estado de gracia, con el ayuno debido, ; y que recuerdo el ayuno, lo ha repetido Monseñor Lefebvre, debe ser de tres horas y no de una, por respeto a Nuestro Señor; esa es la norma que nos debe regir. Otra cosa es que por una hora; nadie, después de haber comido, ha hecho la digestión en una hora, entonces va a recibir de postre a Nuestro Señor. Hasta donde llegan la profanación y la desacralización, la pérdida del sentido de lo sagrado que que hasta los paganos tenían; peor que pagano esta el mundo hoy, no hay sentido ni sentimiento de lo sagrado, de lo sacro, de lo Divino, todo es el hombre.

¡Maldito y condenado hombre que te vas a pudrir en el infierno! "Humanidad condenada", decía San Agustín. Esa es nuestra condición ; Si Nuestro Señor no hubiera muerto en la cruz estaríamos irremisiblemente y eternamente condenados en el infierno, no lo olvidemos y veamos esa misericordia, ese amor, esa caridad.

Pero no olvidemos, no nos creamos más de lo que somos; delante de Dios somos nada, la criatura es nada delante de Dios; no tenemos ningún derecho delante de Dios y Él tiene todos los derechos. Entonces dejémonos de estupideces con Dios, de proclamar nuestra dignidad, nuestra libertad, debemos proclamar nuestro estado de criaturas, de siervos inútiles delante de la Divina Majestad; esa es la humildad y dejemos de ser pavo reales, pura pluma en la cola y pavoneando estúpidamente mientras el tiempo transcurre y no lo aprovechamos para la eternidad. Así como Nuestro Señor lloró sobre Jerusalén, ha llorado Nuestra Señora en Siracusa; No ha hecho más que llorar viendo el estado de la humanidad y de la Iglesia y no hoy sino desde hace cincuenta años. De Nuestra Señora de Siracusa, en Sicilia, poco se habla, pero esa fue la realidad, durante tres o cuatro días lloró ininterrumpidamente verdaderas lágrimas, analizadas, reconocido por el obispo del lugar y el Papa Pio XII.

No hagamos llorar más a Nuestra Señora, no obliguemos a Nuestro Señor a sacarnos a fuetazos. Eso sería lo menos que hiciera, porque en aquel templo todavía no estaba su presencia real como lo debería estar en los templos católicos, en las iglesias Católicas donde está la presencia real, el verdadero culto que es el que los modernistas han destruido con la nueva misa. Por eso la nueva misa no se define, no se considera, no se reputa como un sacrificio, sino como una syntaxis, como una cena, como un ágape, como un recuerdo, no ya de la pasión sino de la pascua y aleluya. "No todo el que dice ¡Señor, Señor, Aleluya!" Aleluya quiere decir alabado sea Dios. Pero "no todo el que dice ¡Señor, Señor entrará en los cielos!", no todo el que dice "aleluya" entrará en los cielos.

Supliquemos a Nuestra Señora, la Santísima Virgen María,que conservemos por lo menos nosotros la fe, la religión, el verdadero culto; que no perdamos el sentido de lo sacro, de la divinidad de Dios y de la miseria y la indigencia que nos caracteriza a nosotros como seres humanos y como criaturas. Para que asi, en esa verdadera humildad, podamos invocar santamente el nombre de Dios, salvarnos y salvar a los demás, ayudándolos a que salven sus almas con la gracia de Dios. Pidamos todas estas cosas a Nuestra Señora y que comprendamos, manteniéndonos firmes en la Tradición de la Iglesia, que no es facultativa; no se viene a esta capilla por que sea bonita o fea, sino por que se viene a adorar a Dios, a Nuestro Señor, no de cualquier manera. Venimos a pedierle a Él esa ayuda, para así santificarnos y que nos salvemos en la hora de nuestra muerte.+

BASILIO MÉRAMO PBRO.
5 de Agosto de 2001.

sábado, 16 de julio de 2016

CONMEMORACIÓN DE NUESTRA SEÑORA DEL CARMEN


Amados hermanos en nuestro Señor Jesucristo:
En la festividad de nuestra Señora del Monte Carmelo, debemos recordar la importancia de la Santísima Virgen María en la historia de la humanidad y en la de la Iglesia. No olvidar el regalo que nos hace Dios dándonos a esta Madre que es de todos nosotros y es la Reina del cielo. La advocación de la Virgen del Carmen, que viene del Monte Carmelo, es prehistórico, ya que allí San Elías redujo a un sinnúmero de idólatras de falsos dioses y de falsos sacerdotes aniquilados por Dios. Y en ese monte justamente nace la advocación de nuestra Señora del Carmen, remontándose así al Antiguo Testamento para mostrar cómo Ella sigue la historia de los hombres en el camino de su salvación.

Por eso nuestro Señor la deja como una garantía de nuestra redenció
n, y la tenemos en el rezo del Santo Rosario que sabemos desde Fátima, aparición que ha sido ratificada por un milagro que no solamente vieron allí en Fátima miles de personas sino después el papa Pío XII, tres veces en el Vaticano. Lo curioso es cómo él no quiso publicar el tercer secreto y parece que aun ni leerlo e instituir la fiesta de una manera solemne. Claro que ya entonces había toda una conspiración contra Fátima, contra nuestra Señora aun dentro del Vaticano, en aquella época, cuando reinaba Pío XII; es inimaginable, pero así sucedió. Qué diremos ahora.

Y sabemos que desde Fátima el rezo del Santo Rosario, que es una síntesis del Evangelio, contiene los quince misterios, no son cinco, cinco es la tercera parte. El Rosario completo son los quince misterios más relevantes e importantes de la vida de nuestro Señor. Y con esta práctica, como dice nuestra Señora en Fátima, a través de Sor Lucía, no hay ningún problema ni material ni espiritual que no tenga solución; lo que debemos tener presente sobre todo para las dificultades espirituales, cuando no haya, cuando no tengamos misa, cuando no tengamos sacramentos, cuando seamos perseguidos, cuando llegue esa terrible hora en la soledad y que tengamos que dar testimonio so pena de claudicar.

También otra perla de garantía de nuestra salvación la tenemos con el escapulario que fue prometido a San Simón Stock en 1251, en pleno siglo XIII, siendo General de la Orden de los Carmelitas, lo cual le da ese privilegio, no solamente a los de su congregación que llevasen este distintivo, sino también a todos los demás. Por eso el escapulario es un hábito defensa, de lana. Y lo nombra de esta forma para que no lo confundamos con esas pastas de plástico que no son escapulario; es más, esta insignia no debe superar la mitad de la parte impresa que tiene el dibujo, tiene que ser menos de la mitad, según las normas de la confección del escapulario que es una miniatura de ese hábito que llevan los religiosos por detrás y por delante.

La única excepción es la medalla a la que San Pío X también le dio el mismo valor para las personas que tenían inconveniente por la debilidad, por la pérdida o rotura, por la fragilidad de esa pequeña tela. Entonces no nos dejemos engañar con cualquier escapulario, hecho de cualquier manera.

La promesa de ese escapulario es que nadie que siempre lo lleve irá al infierno, es decir, que no se condenará, está garantizada la salvación, que no es poca cosa. Pero hay que llevarlo dignamente con fe y cumplimiento de los mandamientos de la Ley de Dios. No como muchos, como un escudo, pero vulnerando la Ley divina, como hacen muchos hampones, sicarios, que he conocido personalmente con revólver en mano para matar y le piden a uno que les imponga el escapulario para que cuando les disparen no les alcance la bala. Pero aún así parece que tuvieran más fe esos sicarios que nosotros y créanme que muchas veces se han salvado llevando el distintivo carmelita. Pero claro que eso no va a ser así siempre. Es simplemente para que vean cómo a veces los bandidos tienen más fe que nosotros.

Por si fuera poco, esa promesa que hizo en aquel entonces nuestra Señora al superior de los carmelitas, se complementó con el privilegio sabatino; es decir, que nuestra Señora incluso sacaría del purgatorio a las almas al sábado siguiente después de su muerte, según nuestra manera de contar. Entonces hay esa doble promesa, la de salvarnos y la de sacarnos del purgatorio si morimos con el escapulario puesto, que hemos llevado durante nuestra vida como buenos católicos; porque si lo portamos como malos creyentes esas promesas difícilmente, por lo menos la segunda, tendrán lugar; es decir, la de sacarnos prontamente del purgatorio si es que nos salvamos.

Así nuestro Señor deja entonces a través de nuestra Señora esas dos prendas, para tener una garantía de nuestra salvación y por eso no debemos olvidarlo y tenerlo en cuenta. Simplemente, basta haber recibido una sola vez la imposición del escapulario y las otras se cambia, se renueva, y ya quedamos inscritos en ese libro que pide el ritual y que hoy no se hace porque casi todo eso está abolido, pero entonces hacerlo en el libro que tiene Dios.

Pidamos a nuestra Señora del Monte Carmelo, a nuestra Señora del Carmen, que nos proteja sobre todo en estos tiempos tan difíciles para el verdadero católico, para el que quiere ser buen católico y seguir en todo la virtud que nos señalan los diez mandamientos. Eso no es fácil; es muy difícil, ¿por qué? Simplemente por la moda; la mujer que viste a la costumbre de hoy ciertamente no es buena católica aunque no se dé cuenta; ni quien ve la televisión, quien lo hace, con toda la porquería e inmundicia que se observa allí, no puede ser buen católico.

Peor si a eso le seguimos sumando lo que piensa la gente: que nada es pecado, que todo es permitido, que se puede hacer lo que cada uno quiere. En la familia, los que se divorcian, los que se casan por el matrimonio civil, eso no es ser católico; no se diga ya de los contraceptivos, de los abortos, todo eso es no ser católico. Las revistas pornográficas son exhibidas públicamente, ya no escondidas como antaño. No se puede ir a una farmacia porque cuando no hay una revista inmunda, hay algún otro artículo de igual forma asqueroso. Y ni qué decir de la educación sexual en los niños, se los corrompe por ley de la nación. Y así seguimos viendo una cosa tras otra; díganme si así no es difícil ser buen católico.

Claro que ser “católico” protestante como la mayoría lo es hoy, sí es muy fácil: el libre examen, el libre hacer y querer, eso es ser cismático y por eso la Iglesia se está convirtiendo en otra religión, y sus fieles se están protestantizando sin salir de la Iglesia; por eso se piensa y se obra como verdaderos infieles sin darse cuenta de ello y paro aquí de contar porque sería larga la lista. Lo he dicho sencillamente para mostrar que es muy difícil pero sin embargo no es imposible, eso requiere un esfuerzo de virtud heroica para cada minuto, para cada segundo, a lo largo de las horas, de los días y de los años hasta la muerte, para que podamos vivir en estado de gracia. Se necesita un permanente control y freno que no hay, que no existe en el mundo moderno, ni el social de antaño; por eso vivimos una verdadera Babilonia, peor que Sodoma y Gomorra, porque si es verdad lo que se dice, por dar un ejemplo, que hace unos días en Alemania hombres y mujeres en cueros estaban revueltos. Eso, ¿no es peor que Sodoma y Gomorra? Claro que sí, y peor en ese país que se le tiene por culto, por avanzado.

Por eso debemos pedirle a nuestra Señora que nos ayude a ser buenos católicos, porque ya ni cristianos se puede decir, ya que los protestantes han usurpado este nombre; no son de Cristo, porque no son de la Santísima Virgen María. Así de sencillo, son herejes, son protestantes y nosotros nos estamos volviendo como ellos sin darnos cuenta, por el modernismo que ha cambiado prácticamente la estructura de la misma Iglesia. Pero ahora no voy a hablar de eso para no alargarme. Debemos por lo menos recordarlo, para que nos haga abrir los ojos, y pidamos a Dios la luz y a la Santísima Virgen María la protección de la Iglesia que está hoy peor que nunca; no la Iglesia en su esencia, pero sí en su parte humana y material, en sus hombres, en sus integrantes tan corrompidos, tan prostituidos y eso de un modo oficial, no privado.

Siempre hubo la corrupción privada pero la putrefacción instaurada oficialmente, hecha ley, eso ya es diferente; cambia todo porque ya no se combate el mal, el vicio y ¿qué moral e Iglesia puede haber? Por eso se insiste en el matrimonio de los sacerdotes. Porque, es cierto, es muy difícil ser un sacerdote célibe si se es modernista y progresista; es imposible. Si es difícil siendo aun en la verdad y en la Tradición de la Iglesia porque hay que luchar, pero se tienen las armas; y si no se tienen es imposible luchar. Por ello vemos esa corrupción en el clero, en los religiosos, porque no es posible sin virtud, sin espiritualidad verdadera resistir al mal que hoy impera pública y socialmente dentro y fuera de la Iglesia, eso es un hecho.

Y solamente si no queremos ver no lo veremos, sino que hay que estar muy obcecado para no admitirlo. Tenemos que aprovechar ese auxilio que nos da nuestro Señor a través de su Santísima Madre para que Ella nos proteja y nos facilite en cierto modo las cosas; que nos evite el mal y la fatal caída y que podamos así avanzar en el bien y en la verdad guiados de su santa mano. +

PADRE BASILIO MÉRAMO
16 de julio de 2003


domingo, 3 de julio de 2016

SÉPTIMO DOMINGO DESPUÉS DE PENTECOSTÉS


Amados hermanos en nuestro Señor Jesucristo:
El Evangelio de este domingo tiene una aplicación sorprendente: la alerta en la cual nos pone nuestro Señor mismo, sobre todo en estos días, en esta época, en este tiempo en el que se presagian para aquellos que son fieles a Dios, las profecías anunciadas con todas sus advertencias; tenemos que tomar conciencia cada día de que vivimos en ellos de un modo cada vez más palpable y evidente, porque de ello dependerá la salvación de nuestra alma. No será difícil nuestra redención si perseveramos en la Iglesia católica, en la fidelidad a nuestro Señor Jesucristo.

Muchos de los errores que comete la gente de buena voluntad se debe a que no saben situar el mal de la crisis presente dentro de ese contexto apocalíptico y piensan que es pasajera; dificultad la ha habido siempre en la Iglesia, pero pasa. Y por eso entonces esperan que amaine la tormenta quedándose encerrados en casa. Pero eso no sucederá con la última gran crisis universal, que no será superada sino que será final, la última. Como en la vida nuestra, en la cual podemos tener muchas enfermedades y pasan, pero habrá una última que será la mortal, y qué mal haría un médico que le diga que esa es otra enfermedad sin importancia cuando es terminal y lo enviará al fondo del sepulcro. Así acontecerá al fin de los momentos finales, en esta crisis de los últimos tiempos apocalípticos. Y por eso nuestro Señor dice en el evangelio hoy, ¡cuidado con los falsos profetas!

¿Quiénes son los falsos profetas? En el Antiguo Testamento eran los hombres de Dios los encargados de dirigir al pueblo elegido y hablaban en el nombre de Él para manifestar las cosas de Dios, y bajo su inspiración divina les hacía ver y así presagiaban el futuro. Eran los dirigentes, los encargados de conducir, de dirigir al pueblo elegido, de enseñar la religión. Por eso dice Santo Tomás de Aquino en su comentario al evangelio de San Mateo, que los profetas son los prelados de la Iglesia, los doctores de la Iglesia. Eso dice el gran doctor Santo Tomás de Aquino acerca de los profetas, lo cual se ve muy bien porque son los conductores, los guías espirituales de la Iglesia, los que enseñan la religión y la doctrina, los que cuidan el rebaño; son entonces los prelados, es el clero, es todo predicador que hay en nombre de Dios. Si eso es el verdadero enviado, entonces, ¿cuál es el falso? Es todo lo contrario, es un hombre que hipócritamente ejerce ese ministerio, falsifica la doctrina, la la religión, la palabra de Dios. Eso han hecho muchos herejes, muchos cismáticos que toman una parte del dogma para negarlo o para exagerarlo, buscando que así se pierda el equilibrio de ese conjunto arquitectónico que es nuestra santa religión con su teología y sus principios.

Por eso los falsos profetas, como lo han sido todos los herejes, vacían, adulteran el contenido sobrenatural para meter uno humano y natural, para cambiar el significado. Esto lo hace ver el padre Castellani citando un proverbio francés: que sólo se destruye lo que se sustituye. Entonces el falso profeta cambia la verdadera religión por una falsa, y de ahí el grave peligro.

Por eso la advertencia de nuestro Señor para todos los tiempos de la Iglesia, y con mayor necesidad para los últimos que nos toca vivir; eso es lo que se ha significado con todas las señales religiosas del cielo desde hace dos siglos, comenzando con nuestra Señora en la Rue de Lubac en Francia, con la medalla Milagrosa, pasando por Lourdes, por Fátima, Siracusa y todo para mostrar la gravedad del momento. Nuestra Señora en La Salette llora, pero también habla; en Siracusa no habla sino que llora por uno, dos, tres y cuatro días consecutivos, sobre este mundo que ya no tiene solución y que ha caído bajo la égida del demonio, de Satanás y de sus supósitos.
Eso dentro de la Iglesia, con el mal que causa dentro de ella, para que así se conviertan en falsos profetas que tergiversan, que adulteran, que vacían la religión dándole un contenido natural y quitándole el sobrenatural. Así se adultera y lo vemos hoy, estimados hermanos. Esa adulteración, esa remedo de la religión católica. El que no lo vea está ciego, no tiene fe. Porque no hay más que pensar en la crisis universal, porque no está aquí en Bogotá o en Colombia o en un país determinado, sino que es en todo el orbe católico, es universal y viene desde arriba; el error viene de la cabeza, por vía de autoridad, con el peso y el sello de la jerarquía y nosotros sabemos que ésta puede traicionar su sagrado ministerio; siempre ha pasado en la historia política y social de los pueblos, que han sido traicionados por su gobierno.

Nosotros también podemos ser vendidos por la autoridad dentro de la Iglesia. El judaísmo es una claudicación por culpa de la autoridad que engañó al pueblo, cambió las Escrituras para no basarse en ellas, en la Ley de Moisés, en la Ley que está contenida en el Pentateuco y en todo el Antiguo Testamento, en los profetas, para crear una tradición humana contenida en el Talmud y en la Cábala; eso pasó con el pueblo elegido, esa fue su desgracia y también puede ser la nuestra.

Y ¿qué pasa con Iglesia católica? Duele decirlo, pero hay que hacerlo y si yo supiera que me fuera a morir hoy, diría muchas otras cosas que no las quiero mencionar, pero me las guardo porque a veces pienso que es como a un bebé a quien no se le puede dar la comida sólida de sopetón, pues hay que esperar para cambiar la leche por el puré; y ya después cuando salgan los dientes ya darle lo menos líquido. Pero ya es hora de que nos salgan los dientes, que dejemos de ser bebés, que no sea únicamente con leche y puré que se nos tengan que decir las cosas, y más teniendo el Evangelio que nos advierte de esos falsos profetas que son los prelados.

Dice Santo Tomás que el verdadero profeta es el prelado, el doctor, el hombre que habla por Dios en su lugar, y Él le ha hecho revelaciones para que las manifieste al pueblo en su nombre sin halagar, sin seducir, sin importarle lo que piense la gente sino que sea fiel a la palabra de Dios. Esa es la característica del del verdadero discípulo de Dios que no le interesa adular los corazones de los hombres para cautivarlos, porque sabe que los atrae, o los debe ganar con la palabra de la verdad pronunciada fielmente en el nombre de Dios; la verdad que es Dios es lo que seduce. No cautiva el ser diplomático, halagüeño, el acomodarse, el hablar de cosas bonitas pero que son una vil mentira, un engaño, como una novela romántica donde todo es color de rosa. Esa no es la historia de la humanidad y mucho menos de la Iglesia que nació en la Cruz, en el Calvario, de la sangre, de la muerte; esa es la vida de la Iglesia, sacrificio, oblación y muerte de cruz.

Entonces los falsos profetas predican algo diferente. Hoy vemos a la humanidad embobada con la libertad, con la paz, con el progreso, todo esto mentiras y engaño si no se es fiel a la palabra de Dios. Porque al que hay que agradar es a Dios y no a los hombres. Al enviado impostor le interesa lisonjear los corazones y por eso es astuto y diplomático, por eso tiene tacto, porque lo que le interesa es estar bien con los hombres, no siendo un profeta de desgracias, como lo dijo Juan XXIII: “Yo no quiero ser un profeta de desgracias”. Entonces, hablo bonito para que la gente sonría y así más rápido se los trague el lobo como a Caperucita; es decir, el diablo.

¿Es que acaso vamos a ser tan tontos, tan estúpidos para que nos engulla el lobo como a la niña del cuento? No creo, mis estimados hermanos, que debamos ser comparados con ella, pues si ven bien el mundo entero, al no ser fiel a nuestro Señor estamos a punto de ser devorados por el lobo, por Satanás. Todo ello por culpa de los falsos profetas que no predican la palabra tremenda y terrible de Dios, que lo hace como un buen Padre, para que reaccionemos y salgamos del error, del vicio, del pecado, del mal, y no nos condenemos eternamente, miserablemente en el infierno. Por eso hoy se niega que haya un lugar con fuego, para que la gente no se asuste; el temor es el último freno que nos puede parar para no caer en el abismo del vicio y del pecado; y si no es por amor de Dios, al menos que sea por el susto, por el miedo, como decía San Ignacio de Loyola.
Esos falsos profetas como los de todos los tiempos, tienen una misma característica: la de adular, la de congraciarse, pero ¿al precio de qué? Al de falsificar la verdad, por eso nuestro Señor nos incita a tener cuidado.

Y ¿cómo distinguiremos entonces el buen profeta del falso, del pseudoprofeta? Por sus frutos. En esto es categórico nuestro Señor cuando habla. Y ¿cuáles son los frutos?, hoy vemos qué hechos desastrosos hay dentro de la Iglesia, como la pérdida de fe, la desmoralización, la desintegración de la sociedad y familia católicas para que todos sean seducidos por la dignidad y la libertad del hombre, de la persona humana con sus derechos.

Y por si fuera poco, también como si los niños no fueran personas, ya que tienen que agregar el derecho de ellos; y así se endiosa al hombre. El hombre moderno, que exaltado con la técnica y ciencia actuales, cree que con todo el progreso científico y tecnológico ya llega al cielo, cuando no es capaz de ir más allá de la luna. Y ¿qué es un hombre que no vive en la realidad? Un loco, un lunático, o, por lo menos, un distraído. Pero se endiosa la ciencia, como un arma de poder, de dominio sobre la naturaleza, y sobre todo como un niño que con un revólver se cree ya el dueño del mundo. De lo que no se da cuenta es de que se puede dar un balazo porque no lo sabe usar.
Eso es lo que pasa con la ciencia y técnica de hoy, que no se sabe cómo usarla para que no acarree la destrucción y la hecatombe del universo, porque eso es la bomba atómica. El mismo Einstein, científico judío y el más metafísico de los físicos, confesó que hubiera preferido ser un plomero, cuando vio a lo que se llegó con su teoría, con su ciencia, con su física, con su aporte. ¿Qué quiere decir todo eso? Que este mundo peligra por donde se lo mire.

Pero el peor riesgo, mucho peor que mil guerras y mil bombas atómicas es la pérdida de la fe, la desintegración de la Iglesia, porque Iglesia quiere decir los reunidos bajo el llamado de Dios, los agrupados, no los dispersos. Por eso cuando nuestro Señor congregó alrededor de Él para fundar la Iglesia, dispersó a los judíos en la diáspora; cuando ellos vuelvan de ella a la tierra prometida, estará pronto el fin, y eso ya pasó hace más de cuarenta años.

Hoy, Jerusalén es la capital de los judíos después de dos mil años de historia, esos son signos evidentes del final de los tiempos. Y más claro es la gran apostasía que vivimos, que no se ha formalizado todavía pero que es una deserción práctica bajo la conducción de los falsos profetas, de la autoridad que no quiere ser enviada de desgracias sino que quiere congraciarse con el mundo; entonces habla de libertad, de igualdad, de fraternidad, de paz, de progreso.

Ese es el mensaje de los masones, de las Naciones Unidas, de la política internacional y de la misma Iglesia hoy, no de la verdadera, sino de esa parte humana que ha caído seducida en el error y que se convierte así de verdadero profeta en falso. El infiel enviado va a decir ¡Señor, Señor! ¡Dios, Dios! Pero nuestro Señor lo dice en el mismo pasaje de hoy, “Cuidado, no todo el que dice ¡Señor, Señor! es de Dios sino el que hace la voluntad de mi Padre que está en los cielos”. Entonces hay que hacer el mandato del Padre eterno y no encubrirse como lo hace todo falso profeta con la piel de oveja siendo un lobo rapaz, mostrando una piedad que es falsa, invocando a un dios que no es el verdadero.

Y eso está pasando hoy, mis estimados hermanos, ¡cuántos lobos rapaces vestidos de oveja hay! La oveja que simboliza a nuestro Señor porque es un animal tierno ante el sacrificio, ante la muerte y no se mueve, se deja inmolar; por eso el cordero representa a nuestro Señor, y el falso profeta es eso, aparece con piel de cordero pero no lo es. Es un lobo que se quiere comer a Caperucita Roja, es un seductor, un falsificador. Hoy vemos cómo se adultera la doctrina y cómo se dispersa la Iglesia, que debiera ser la congregación de los fieles a Cristo.

La prueba está en que tantos católicos, para poner un ejemplo, en Colombia hoy son protestantes, porque hay muchas sectas en nuestro país, eso debido a toda esta desorganización, a una verdadera dispersión. Por eso debemos tener cuidado para que haya verdaderos profetas, verdaderos prelados, verdaderos doctores en la Iglesia. ¿Y cuántos estudiosos vemos que invocan públicamente la verdadera doctrina? Cardenales no vemos ninguno, obispos había dos y ya murieron, monseñor Lefebvre y monseñor De Castro Mayer, aunque a veces mucha gente piensa que esos dos eran los malos. Y después de ellos dos, cuatro obispos que son los de la Fraternidad. Y ¿dónde más hay obispos, prelados que digan la verdad, dónde? todos disimulan, se escudan, en definitiva falsifican y corrompen y le hacen el juego al demonio; para justificarse hablan de Dios, pero “no todo el que dice ¡Señor, Señor!” es de Dios, lo dice nuestro Señor ahí mismo en el evangelio de hoy.

Espero no desconcertar a nadie por ignorancia. Porque el escándalo del fariseo me importa muy poco, ya que éste siempre se va a sorprender porque se le toca el punto en que es vulnerable. En el fondo de todo falso profeta hay una profunda dosis de fariseísmo que es la corrupción de la religión, ya que el hipóscrita es el que vive hablando de Dios, de la religión, pero ésta es en sus manos se corrompe, pierde su esencia, su especificación y lo que queda es una pantalla, una apariencia, justamente lo mismo que hace el falso profeta, adulterar y aparentar con piel de oveja lo que no es.

Pidamos a nuestra Señora, a la Santísima Virgen María, que nos dé prelados, pero que sean inteligentes y virtuosos, porque uno bruto, por muy piadoso que sea no sirve; se necesita inteligencia, luz, porque el intelecto solo tampoco sirve. Se puede tener luz, pero si falta la virtud, la voluntad, la valentía para decir lo que se ve, de nada sirve.

Como le pasó al cardenal Siri, que vio todo esto y lo condensó magistralmente en su libro “Getsemaní”, para ponerse luego a llorar como una Magdalena más cuando tuvo que coger la espada y ser un Cid Campeador, un Pelayo, un Hernán Cortes y no una penitente llorando; porque está muy bien para ella sollozar, pero no para un prelado de la Iglesia. Por eso, entonces, se necesitan también sacerdotes inteligentes y virtuosos que hoy precisamente no abundan y si no, miremos los que tenemos a nuestro alrededor, de qué se ocupan, de qué hablan, de nada importante. Les interesa vivir bien, pasarla bien, ser uno más del montón, ser un hombre más y si tienen mujer, mejor, y como ahora hay libertad para todo, si no les gustan las mujeres pues que entonces con los hombres, no es relevante; ahí va y si lo podemos hacer obispo bien, y cardenal aún mejor y así es como se pudre la Iglesia en la parte humana. Eso es lo que produce tanto escándalo, tanta miseria. Pero Dios permite ese colmo, a ver si se dan cuenta, a ver si reaccionan aquellos pocos que buscan y aman la verdad; por eso me toca decirlo, mis estimados hermanos.

No sé cuánto tiempo voy a durar aquí, es posible que el Superior General me traslade a Portugal, pero lo importante es que ustedes sepan defenderse; monseñor Castrillón está haciendo hasta lo imposible por destruir la Fraternidad, y él como colombiano no va a permitir que ésta progrese aquí en Colombia. Si me voy, a ustedes les corresponderá ampararse, proteger esta capilla y su religión. Les tocará a ustedes como a los cristeros, quizás, ser unos mártires, porque él va a hacer todo lo posible por destruir, por eso viene tras él, como está ahora presente aquí en Colombia, la Fraternidad San Pedro, de quienes han sido los sacerdotes ordenados por monseñor Lefebvre, quienes por no tener esa virtud, esa firmeza para perseverar en la fidelidad en la verdad, claudicaron y Roma los cobija, los respalda, los abraza, los congrega para destruirnos.
Entonces les corresponde a ustedes preservar la integridad de la religión, de la verdad y que sean fieles y fuertes porque hoy estamos aquí y mañana no sabemos dónde estaremos; el justo vive por la fe, en la fe, de la fe y morirá en ella, y si no, no es justo, no es de Dios. No es un juego, es una realidad de vida o muerte; de ser o no ser; de cielo o infierno; no es un carnaval o un desfile. Esa es la gravedad del ser, del nacer, de existir en este mundo. Dios nos crea para Él pero que no le hacemos caso y nos dejamos seducir por el bullicio de este mundo; nos perdemos y nos traga el diablo como a Caperucita Roja que se la come el lobo. Por eso hay que estar vigilantes.

Si la posibilidad de irme se llega a concretar, siempre estaré presente con ustedes espiritualmente; en lo que de mí dependa trataré de ayudar y de colaborar para que estas dos capillas crezcan y sean un reducto de verdadera fe y sean como un faro, como el de Alejandría, una de las siete maravillas del mundo, que ya no existe. Que seamos como un faro sobrenatural, una verdadera llama luz y de verdad y que así podamos morir en la fidelidad de la santa Iglesia católica, aunque la autoridad, lo repito, nos traicione, porque, “Roma perderá la fe y será la sede del anticristo”, lo dice nuestra Señora en La Salette y lo he señalado más de una vez aquí.

Y también, por si fuera poco, es el mismo San Juan, en concomitancia con nuestro Señor en el Evangelio de hoy, quien nos habla del pseudoprofeta, de ese animal de la tierra con apariencia de oveja, que tiene dos cuernos como de cordero pero que está al servicio de la bestia, del anticristo. Dios no lo permita, pero es muy probable que haya, para engañarnos, en la cabeza de ese pseudoprofeta no solamente un obispo o un cardenal sino hasta un Papa. Por eso muchos comentadores venerables como Holzhauser de Alemania habla de ese falso enviado en la persona de un Papa adulterado, de un antipapa; sabemos que halaga, que es amado del mundo, que es querido por el mundo, que es humanista, que habla de paz, de progreso, de fraternidad y es aupado por la prensa y por la televisión.

Todo eso no lo vemos y ni siquiera lo sospechamos, pero si no es éste podrá ser otro peor todavía; en nombre del Papa podemos claudicar miserablemente, eso es lo que quieren decir La Salette, San Juan y nuestro Señor: que tengamos cuidado con los falsos profetas y principalmente con el último gran pseudoprofeta del Apocalipsis.

Es mi deber en conciencia delante de Dios, si es que me trasladan, advertir a mis fieles que estén al pendiente, vigilantes porque “no todo el que dice ¡Señor, Señor!” es de Dios; no todo lo que viene de Roma, proviene de la autoridad del Papa ni es de Dios. Debe estar claro, es de Dios el que hace la voluntad del Padre. Y por eso la Iglesia es reducida a su mínima expresión hacia el final de los tiempos, a un pequeño rebaño, como decía San Lucas,pusillus grex; por eso nuestro Señor decía: “Si acaso encontraré fe sobre la tierra cuando vuelva”.

Son todas realidades que hoy de algún modo palpamos y por eso no debemos ceder ni dejarnos engañar con firmas de concordatos, de contratos y de acuerdos, que son seducciones de los pseudoprofetas. Y ojalá que las autoridades de la Fraternidad así lo vean, porque si no, me corresponderá gritar como una voz que clama en el desierto, para que lo vean los otros que son seducidos o engañados. No puede ser que nos hagamos los desentendidos y por miedo de hablar y por falta de luz o por falta de fuerza no se diga la realidad y dejemos que el lobo se coma al rebaño, a las ovejas, porque el verdadero fiel conoce la voz de su Pastor. Es más, el verdadero fiel sabe que lo que yo estoy diciendo es verdad y si es mentira, yo les invito a que públicamente, o en privado, o como quieran, me lo hagan ver; y si me equivoco, estoy dispuesto a retractarme, pero entonces tendrían que cambiar todos estos acontecimientos históricos que vivimos, que son incontrovertibles porque los hechos hablan por sí mismos sin necesidad de argumento.

Pidamos a la Santísima Virgen María que tengamos ese sumo cuidado. Lo único que les pido es que se no alarmen ni se asusten pero sí que estén vigilantes, que sean precavidos, que sean prudentes como la serpiente, pero sencillos como la paloma; que no se dejen engañar, que no caigan en la seducción tan tremenda que se ejerce sobre nosotros. Desgraciadamente tenemos ejemplos de sacerdotes buenos pero que se han ido, como el padre Navas, como el padre Barrero, que los conocemos porque son colombianos, y tantos otros en otros lugares, que fueron buenos, como los de Campos que cayeron, que claudicaron. No se sabe qué va a pasar con el padre Aulagnier, pues está a punto de ser seducido por el error; le he escrito y todavía es de la Fraternidad. Cuántos hay en esta fundación que con buena intención se acercan al error por la presión; por ellos debemos rezar, al igual que por los superiores de la Fraternidad para que tengan inteligencia y virtud, para que los cuatro obispos permanezcan firmes, y para que los sacerdotes también así lo sean y que podamos así, unidos como verdadera Iglesia, permanecer fieles esperando la pronta venida de nuestro Señor en gloria y majestad. +

PADRE BASILIO MÉRAMO
27 de julio de 2003