San Juan Apocaleta



Difundid Señor, benignamente vuestra luz sobre toda la Iglesia, para que, adoctrinada por vuestro Santo Apóstol y evangelista San Juan, podamos alcanzar los bienes Eternos, te lo pedimos por el Mismo. JesuCristo Nuestro Señor, Tu Hijo, que contigo Vive y Reina en unidad del Espíritu Santo, Siendo DIOS por los Siglos de los siglos.












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"Sancte Pio Decime" Gloriose Patrone, ora pro nobis.





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domingo, 24 de abril de 2016

CUARTO DOMINGO DESPUÉS DE PASCUA


Amados hermanos en nuestro Señor Jesucristo:
En este cuarto domingo después de Pascua de Resurrección, tiempo que es de consolidación de la Iglesia, antes de la Ascensión de nuestro Señor, después de los cuarenta días de su Resurrección, los apóstoles y la Iglesia reciben la consolidación que culminará con la venida del Espíritu Santo.

En el Evangelio de hoy veremos, pues, que los apóstoles están tristes porque nuestro Señor ya los estaba instruyendo sobre su Pasión, su muerte, su agonía. Y les anuncia la conveniencia de que Él se vaya al Padre para enviar al Espíritu Santo, al Espíritu de Verdad, al Paráclito, el consolador. Pero con esta palabra no está exactamente expresado el término, ni lo que quiere decir paráclito, que más que consolador, como dice el venerable padre Castellani, quiere decir: el que sostiene, nos reafirma, nos consolida desde adentro.

O sea, que no es ese sentido sentimental de consolación, de paño de lágrimas, sino de esa fortificación interna, espiritual, de solidez, firmeza de afianzamiento interior; eso es lo que traduce el término paráclito, la verdad, la palabra de Dios y que se manifestará en el Espíritu Santo.  Nuestro Señor quiere disipar esa tristeza pasajera de los apóstoles ante todo lo que Él les había anunciado. Pesar que de paso es inútil y malo, sobre todo cuando es profundo; la única aflicción buena y que viene de Dios es por el pecado, el dolor, el arrepentimiento de haberlo ofendido; toda otra viene del demonio y es mala, como la producida por cosas de este mundo, por no poseer bienes materiales, y una tristeza honda puede llegar a la misma muerte.

Debemos entender esta lección para no dejarnos llevar en este mundo por cosas inútiles, por el mismo demonio que nos vuelve tristes y nos deprime; y vaya si el diablo no aprovecha las depresiones para desequilibrar a la gente; de allí la necesidad de esa consolidación y afianzamiento interior más que consolación sentimental, que el hombre necesita y que Dios nos promete a través del Espíritu Santo, y con esa garantía darnos la alegría no solamente a los apóstoles sino también a nosotros.

Porque mucho más que decir nuestro Señor, pero no las dice, sino que las señalará a través del Espíritu Santo; por eso la urgencia de la Iglesia. No es como los protestantes, que cuentan solamente con la Biblia, pero no todo está en ella, en el Evangelio, sino también lo que se dirá a través del tiempo por medio del Magisterio infalible de la Iglesia, no para que nos hablen de lo que no es de la competencia de la Iglesia, sino de la Palabra de Dios y de allí la infalibilidad de la Iglesia cuando la transmite y para eso ha sido instituida en ese Espíritu de verdad, como dice Santiago apóstol en la epístola de hoy: “Nos ha engendrado con la palabra de la verdad”, la palabra divina.

Por eso el católico es verdadero, tiene que serlo, tiene que ir con la verdad por delante y por eso la mentira es odiosa a Dios y aun la venial porque falsifica la veracidad y nos prepara para que seamos de un espíritu falso como lo es el mundo, el demonio.

Antaño, un hombre se caracterizaba por ser una persona de honor, es decir, que se sostenía en la exactitud de su palabra, porque era palabra de hombre. Hoy eso no existe porque no hay verdaderos hombres, todo el mundo miente, disimula y eso no puede ser. Es faltar a la verdad y lo que es peor, cuando esos que mienten y disimulan son los investidos con la autoridad de Dios, como el clero, los curas, los sacerdote. Entonces, ¿qué se va a esperar de los fieles? Por eso no es admisible la mentira, ni aun la pequeña, descartando la mal llamada mentira piadosa, que no existe; distinto es que uno no pueda decir toda la verdad y entonces haga una restricción mental sin mentir. No dice todo o dice algo que es ambiguo, pero no una mentira que falsea la relación humana y la relación con Dios. Porque hemos sido engendrados en el Espíritu y en la palabra de verdad y por eso la asistencia y la necesidad del Espíritu Santo.

Pero para que viniera el Espíritu Santo nuestro Señor tenía que marchar, ascender de nuevo a los cielos, subir al Padre llevando su naturaleza humana en estado glorioso. El Evangelio nos dice que así el mundo se convencerá de la injusticia, o mejor dicho, de la justicia, porque va al Padre, porque Él es justo, es decir, es santo. Y los judíos no querían reconocer esa santidad, esa equidad de nuestro Señor. Entonces se convencerá el mundo de ello, porque va al Padre y lo que está con el Padre es justo y santo como el Padre eterno. Se convencerá de su pecado, de su iniquidad por no haber creído en nuestro Señor, por no haberlo aceptado, por no haberlo reconocido.

Ese es el pecado del mundo, el de los judíos, la perfidia judaica, el asesinato más grande, el de deicidio, matar a Dios por no haberlo reconocido. Y por ese yerro Satanás ya está juzgado. Muestra así nuestro Señor la victoria sobre el maligno, aunque a nosotros nos toque sufrir los coletazos diabólicos del infierno, pero sabemos que la victoria ya la obtuvo nuestro Señor.

Y entonces con esto no solamente anima a los apóstoles sino a nosotros durante todo el transcurso de este peregrinar, porque es un viaje. Ese el significado de las procesiones, no es dar el paseo por ahí para salir con banderas, sino para manifestar la fe en que vive el católico en este mundo, en esta tierra, porque la verdadera patria está en el cielo, donde está el Padre eterno, donde está nuestro Señor Jesucristo.

Nuestro caminar en la tierra tiene que estar entonces en consonancia con Dios, con su palabra, que hoy está siendo tergiversada, adulterada, profanada, violada y he ahí el gran drama de estos tiempos. Pero la verdadera Iglesia, el católico auténtico, conserva el espíritu de la verdad en el cual fue engendrado, como nos lo recuerda Santiago apóstol hoy en la epístola. Por eso hay que meditar, hay que leer el Evangelio, las Escrituras, o, por lo menos, reflexionar sobre  esos trozos o pasajes que corresponden a la Santa Misa, para que así nuestra espiritualidad se afiance y nos afirmemos en la verdad y no en la bobería, en la tontería; que tengamos legítimo espíritu conforme al Evangelio porque allí está la Palabra de Dios y así podamos atravesar este largo peregrinar que nos parecerá corto cuando haya acabado, cuando hayamos llegado al término.

Pidamos a nuestra Señora, a la Santísima Virgen, que nos conserve hoy y siempre en este espíritu de verdad, en ese espíritu de Dios, en el Espíritu Santo que es el alma que vivifica a la auténtica Iglesia. +

P. BASILIO MERAMO
     18 de mayo de 2003

domingo, 17 de abril de 2016

TERCER DOMINGO DESPUÉS DE PASCUA


Amados hermanos en nuestro Señor Jesucristo:
En este tercer domingo después de Pascua, ya pasó la época de la comunión Pascual que la Iglesia nos pide; sin embargo, aquellos que no la hayan hecho por cualquier circunstancia, con culpa o sin ella, la pueden hacer cuanto antes, con la confesión que pide la Iglesia sin fijar la fecha, por lo menos una vez al año, como para decir que somos católicos; entonces no nos olvidemos del precepto de la comunión pascual.

Vemos la incógnita ante las palabras de nuestro Señor Jesucristo; no olvidemos que los apóstoles estaban tristes, acongojados, nerviosos, atribulados por todos los eventos que se sucedían y que nuestro Señor también les había indicado: su Pasión, su muerte y la persecución. Los apóstoles estaban apesadumbrados y nuestro Señor les quiere dar ánimo, por eso les dice: “Dentro de poco ya no me veréis; mas poco después me volveréis a ver”. Este poco tiempo que “no me veréis” y que “me volveréis a ver”, los Padres y los Santos de la Iglesia lo han interpretado de diversos modos. Para mí no cabe sino un solo modo y es el que le dio el gran San Agustín, que muchas veces se da el lujo de interpretar en forma distinta a todos los otros Padres, y es tal su ingenio y su genio que santo Tomás lo pone en la balanza al mismo nivel, como si la sola opinión de San Agustín equivaliese a la de todos los otros por esa perspicacia y profundidad sobrenatural.

Lo que sucede es que a veces un sentido no excluye otro. Y puede ser el caso el de este poco de tiempo que los Padres de la Iglesia dicen que se refiere a los tres días que estaría en el sepulcro, que no lo verían durante ese tiempo hasta que resucitara durante los cuarenta días. Pero San Agustín dice que se refiere al lapso que va después de la Ascensión a su segunda venida cuando venga en gloria y majestad. Y en realidad, si lo miramos así, es la única interpretación, aunque no excluya la otra. Pero podremos decir que es una explicación suprema, porque si analizamos el contexto, lo dice muy claro, “porque me voy al Padre”; y ¿cuándo nuestro Señor va al Padre? Después de la Ascensión. Luego el tiempo que Él considera “poco”, es toda esta historia de la Iglesia y de la humanidad, desde la Ascensión hasta la Parusía.

Vemos entonces cómo la apreciación de este pasaje del evangelio es eminentemente apocalíptico, no lo olvidemos, no me cansaré de decirlo; porque esa fase de los novísimos, de las postrimerías no hay que ignorarla, sobre todo hoy más que nunca cuando nos encontramos en una situación verdaderamente angustiosa que evoca el fin de los tiempos, y que no hay que confundir con el fin del mundo; porque en el ínterin entre el fin de los tiempos y el del mundo está el reino de nuestro Señor Jesucristo sobre esta tierra, para juzgar no solamente a los muertos sino también a los vivos.

Todo lo que sucede es a veces de difícil explicación, como la primera resurrección y la segunda, que tan mal traída está por la exégesis contemporánea, deudora de muchos errores que se han repetido. Sabios como los padres Castellani, Eusebio de Pesquera, Rovira o Alcañiz, han tratado de corregir ese error infructuosamente, porque también, desafortunadamente, hay que decirlo, en la predicación, en la exégesis y en la teología se introducen en la Iglesia modas, corrientes que se imponen y si no se tiene y no se agudizan la inteligencia y luz sobrenatural, se repite y se copian esos mismos errores. Yerros que les valieron a los judíos no distinguir la primera venida de la segunda. Por eso crucificaron a nuestro Señor, porque no fue el rey que ellos esperaban. Y si a ellos les fue así por ese error de moda, político o lo que fuera. Quién sabe si no nos está yendo tan mal a causa de eso, por una mala concepción del reino de nuestro Señor Jesucristo sobre esta tierra, sobre vivos, y digo esto de paso pero dada su importancia, para que nos demos cuenta.

No hay que confundir el fin de los tiempos con el fin del mundo. Porque todo lo anunciado apocalípticamente está para el fin de los tiempos, la gran crisis, la gran apostasía, la gran hecatombe dentro de la Iglesia zarandeada, sacudida por Satanás, las horas de las tinieblas. ¡Ay de nosotros si nos equivocamos y no lo vemos!, ¿cómo nos defenderemos? Hay que estar alertas, vigilantes y con verdadero espíritu de fe pedir esa inteligencia de los misterios de Dios.

San Agustín dice, entonces, que todo ese tiempo desde la Ascensión de nuestro Señor hasta su segunda venida, es cuando que no le verán, pero que será poco, porque cuando ya venga todo el tiempo que antes nos habría parecido largo, parecerá entonces corto. Como siempre pasa aquí con lo de este mundo, con grandes inconvenientes esperando un evento, y cuando se da, todo lo que se sufrió, se pasó y lo que se esperó, parece que no existiera; pues algo parecido y mucho más será cuando aparezca nuestro Señor. Esa es la gran esperanza y la necesidad de que nos encuentre santos y no carnales, con los deseos de la carne, que como dice San Pedro en la epístola de este día, “combaten contra el alma”, contra el espíritu.

Y sabrá el diablo si el mundo de hoy no es carnal, cuando todo es pornografía, desnudez de la moda en las mujeres, esa desvergüenza, ya no hay pudor ninguno, más les valdría salir en cueros para que por lo menos tuvieran frío o para que se asen con el sol, a ver si aguantan. Por eso no podemos ser ingenuos, ni católicos tontos, ni bobos, no dejarnos engañar por un mundo satánicamente carnalizado; él sabe que llevamos la concupiscencia en la carne, en las venas, en la sangre y que tenemos que luchar contra las pasiones con látigo, rejo y martillo y hacha y machete, pero hay que hacerlo. No se pueden vencer las tentaciones sino con oración, sacrificio y penitencia, para tener medio domado al animal que llevamos dentro, que surge cada vez que la razón específica formal del hombre se obnubila.

De allí la definición del hombre, animal racional, y cada vez que esa razón se aminora, sale el animal, que es él quien mata, odia, fornica, se degenera. Ese es el peligro del alcohol, ¿por qué creen que emborracharse es pecado mortal? Porque quita la razón, y ¿qué emerge?, el bruto; por eso debemos tener cuidado de nosotros mismos. Si a todo esto le agregamos el mundo y el demonio, ¿dónde vamos a parar?

Por eso estamos como estamos. Queremos una religión light, fácil, donde no haya pecado, donde no haya mal sino lo que a mí me parezca, lo que a mí me plazca. No usemos la libertad como dice San Pedro, “a manera de velo”, sino que la utilicemos como hijos de Dios; y hoy ¿qué se hace de la libertad? Se convirtió en libertinaje. Contrario a lo que dice nuestro Señor. Porque el libre albedrío basado en la verdad es lo que nos hace hijos de Dios y seres realmente libres. Debe ser una libertad en la verdad y no en el pecado, no en el error como hoy se quiere y como San Pedro lo señala en su epístola; no es un escudo la libertad para hacer lo que el hombre quiere según sus apetitos animales, sino los espirituales, según los de Dios; no olvidemos que lo que tenemos los hombres en común con los animales es el procrear, el comer y el dormir.

Así que ¿dónde está la libertad del hombre? Es una libertad pecaminosa, no de animal, porque es lo que tenemos en común. Por eso entonces hay que sobrenaturalizarlo para no quedar en la pura animalidad sino que venga a lo que es superior, a lo que es del alma, a lo que es del espíritu, a lo que es de Dios y así podamos usar bien ella y no como un escudo que nos permita hacer lo que queramos, que es lo que hace hoy la juventud, el hombre y la mujer modernos, “hacer lo que se me dé la gana, no estoy sujeto a nada ni a nadie, ni a Dios, porque elijo la religión que quiero, el culto que más me convenga”. Libertad religiosa,  ¡maldita, herética y apóstata! Es una verdadera apostasía. 

Por eso en el evangelio de hoy, toda esta vida aquí en la tierra hasta la segunda venida de nuestro Señor, es comparada a un parto, como nos muestra San Agustín hablando de ese poco de tiempo “en que no me veréis y otro poco me volveréis a ver”. Toda la vida histórica de la Iglesia está comparada a un parto, a un dolor, pero que después desaparece. Quiere decir que nuestra vida espiritual, la conversión de los infieles, la vida sobrenatural privada y la pública, de cada uno, es como dolores de un alumbramiento, pero que ese malestar después se convierte en alegría, en gozo, por haber dado un hombre al mundo. Así da la Iglesia hombres para el cielo, esa es su misión, la de sufrir y la de parir cristianos para Dios y que ese penar, ese sacrifico, esa tristeza, se conviertan en alegría.

Pero hacia el fin de los tiempos esos tormentos se acrecientan; cuando la hora de dar a luz se acerca es cuando más terrible y de aflicción es el momento; lo mismo lo será para la Iglesia. No debemos entonces desesperarnos. Esa es la importancia de la interpretación de San Agustín sobre las congojas de la vida en general, de la Iglesia y sobre todo al fin de los tiempos antes de la segunda venida de nuestro Señor. De ahí ese estrechamiento de la Iglesia, ese repliegue que lo vemos en la medición del templo en el Apocalipsis, reducida a un pequeño rebaño fiel, porque: “no todo el que dice ¡Señor, Señor!” es de Dios.

Desgraciadamente no todo el que hoy se dice católico lo es, puesto que yo no puedo ser católico y modernista al mismo tiempo, estar en ruptura con la Tradición de la Iglesia, perseguirla, eso es una contradicción, pero es parte de los dolores de parto de los cuales hoy nos habla el evangelio. Por ello hay que sufrir con gozo, para así poder resistir, y con verdadera fe seguir permaneciendo fieles a nuestro Señor, para que cuando Él venga, nos encuentre vigilantes y esperándolo y no dormidos.

Ese es el mensaje del evangelio de hoy si bien miramos, si bien lo interpretamos y vemos la esperanza que encierra y eso debe entonces reconfortarnos, fortificarnos para que podamos seguir adelante en medio de un mundo carnal, de un mundo que en definitiva odia a Dios y se opone a la su obra.


Pidamos a nuestra Señora, a la Santísima Virgen María, que nos ayude para que seamos fieles y así nuestro Señor nos encuentre dignos de ser suyos. +

P. BASILIO MERAMO
    
11 de mayo de 2003


domingo, 10 de abril de 2016

SEGUNDO DOMINGO DESPUÉS DE PASCUA


Amados hermanos en nuestro Señor Jesucristo:
En este segundo domingo después de Pascua llamado Domingo del Buen Pastor en alusión al Evangelio de hoy, vemos cómo nuestro Señor les dice a los fariseos, a pesar de las injurias y calumnias, que Él es el buen Pastor. Podemos observar a lo largo de todo el Evangelio esa pugna, esa lucha, esa antítesis entre los fariseos y nuestro Señor. Santo Tomás de Aquino nos dice que el buen Pastor es el que apacienta el rebaño y lo gobierna. Por eso, todo guía, a imagen de nuestro Señor Jesucristo en la Iglesia, debe apacentar el rebaño y gobernarlo para el bien de las almas y mayor gloria de Dios. Y ¿cómo apacienta nuestro Señor a su grey, es decir, a su Iglesia? Lo hace con la doctrina de su amor, con la caridad manifestada en la cruz. Él llega a la inmolación de sí mismo por su gente. Vemos así cómo se llega a ese sacrificio máximo en aras del beneficio del rebaño, del bien común, de la Iglesia, de nosotros.

Nuestro Señor enseguida les muestra la imagen del mercenario. El asalariado que no es propiamente pastor porque no está por el beneficio y la utilidad del rebaño sino por el propio, por la merced, por la prebenda que puede adquirir en su provecho y a expensas del apostolado. Éste pasa por pastor pero sin que en el fondo le importe el oficio de gobernar y apacentar las ovejas, sino que ejerce ese ministerio para propia utilidad; cuando viene el lobo, cuando viene el peligro, lejos de exponer su vida por las ovejas, huye como todo jornalero, porque le importa mucho más su vida que la de los fieles, la de las ovejas y se dispersa, se disgrega el rebaño.

Qué reproche más grave hace nuestro Señor, y éste no va solamente para los fariseos sino a todo mal sacerdote, mal religioso, a todo aquel que tenga a su cargo el apacentar las ovejas de la Iglesia, sea sacerdote, cura, obispo o cardenal. Todo prelado, todo aquel que tenga un mando, una autoridad en la Iglesia, si está por beneficio propio es un mercenario; mientras que el buen Pastor gobierna bien las ovejas y las apacienta con la doctrina de la verdad, de la caridad, con la de la Cruz que nos refleja esa caridad en grado sumo.

En cambio, al mal Pastor no le importa y huye ante el peligro dejando que el rebaño se disgregue y se pierda. Sólo Dios sabe si hoy día habrá malos pastores en la Iglesia, primero porque no se la gobierna en beneficio de la salvación de las almas, sino de acuerdo con los principios del mundo moderno; no para Dios, sino  para exaltar al hombre. Se enaltece al hombre, se le endiosa, y no se le gobierna dirigiéndolo hacia su fin último sino que se trata de condescender todo lo posible con él para congraciarse  según sus caprichos, sus debilidades, según todo aquello que se opone en definitiva a Dios. Y la prueba de ello es que en todas las naciones que se dicen desarrolladas, como Inglaterra, donde está aprobada públicamente la homosexualidad y al Primer Ministro de su Graciosa Majestad, su herética majestad diría yo, porque es un apóstata, ya que Inglaterra era la isla de los santos y abjuró, se le da la comunión en el Vaticano cuando él no es católico, es protestante; si fuera católico sería pésimo. Ese es un simple ejemplo de un país que se tiene por culto y avanzado.

Para que nos demos cuenta de cuán mal gobernados estamos hoy por los mercenarios que no rigen en beneficio de los intereses de Dios sino de los reyes de la tierra, del hombre: se promueven las aberraciones más grandes como la homosexualidad, no se diga ya del “matrimonio” entre ellos. Es un hecho que hoy para el mundo moderno vale lo mismo el matrimonio católico que el concubinato civil legalizado por los pequeños países que siguen el mal ejemplo de las grandes potencias, que si miramos bien son protestantes y ateas. Luego no se puede condescender con el mundo moderno en detrimento de la honra y la gloria de Dios.

No se pregunte ya entonces en dónde queda la moral pública, que está por el suelo, como lo vemos hoy; todo eso no es sino desgobierno. Porque mandar es encauzar, dirigir a los subordinados hacia el bien último tanto en el orden natural como en el sobrenatural. Y en el orden natural el bien de la sociedad es la integridad, vivir en paz y en convivencia por el ejercicio de la virtud; eso ya lo sabían los paganos, como Platón y Aristóteles.

Hoy el hombre moderno no lo sabe en su ignorancia supina, tirándoselas de sabio y científico cuando no conoce lo más elemental, al contrario de los paganos. ¿Qué se deja entonces para el orden sobrenatural? Conducirnos al cielo, no al infierno, esa es la misión de la Iglesia y por ello es su autoridad. Pero, para colmo de males, dudando o negando parcial o totalmente el infierno, hoy “todo el mundo se salva sin recordar que hay un averno”, cuando la mejor manera de hacer que las personas no vayan a él es recordándoselo y no como se hace hoy.

Hay quienes dicen que “no existe el fuego eterno del infierno”, cuando está expresado más de catorce veces en las Sagradas Escrituras; todo eso es falta de gobierno y de doctrina, de caridad. Ésta está en la verdad, en su predicación, y es Dios, esa verdad que se encarnó es nuestro Señor Jesucristo y que tiene Dios en Sí mismo, como lo dice nuestro Señor, que Él conoce a sus ovejas como Él es conocido del Padre y como el Padre lo conoce a Él; es un entendimiento en la Trinidad y por eso se revela en ella.

Nuestro Señor viene, se encarna esa verdad, se hace carne esa revelación y deposita su doctrina en su Iglesia, para que le conozcamos como Él conoce a sus ovejas y es conocido del Padre Eterno. Porque nuestra religión es una religión trinitaria, creemos en el Dios único en tres personas y sin esa comprensión sobrenatural no hay religión verdadera, no hay fe, no hay Iglesia. Es nuestro Señor mismo quien nos lo dice. De otra manera no se entendería por qué y a cuento de qué, se refiere al decir: “Conozco a mis ovejas, y las mías me conocen a Mí”, y nombra a su Padre y el saber que de Él tiene su Padre. Esto nos debe ayudar a reflexionar, a meditar, a contemplar para que profundicemos en nuestra religión y saquemos de allí alimento espiritual y se nutran así nuestras almas de las verdades de Dios, que están contenidas en las Escrituras.

En este mismo evangelio, nuestro Señor les hace alusión a esa gran promesa, porque cuando se anuncia como el buen Pastor también habla de la misión que Él tiene de reunir a todos los hombres en un solo rebaño, bajo un solo pastor. Y si bien se mira, todos los errores modernos, todo ese deseo de unión que tienen los hombres, corresponden a esa promesa, pero en Cristo. Es por esto que nuestro Señor nos dice: “Se hará un solo rebaño y un solo pastor” que es Él, es nuestro Señor Jesucristo.

Luego, nada que ver los judíos, ni los musulmanes, ni los budistas, sino que se tienen que convertir a la Iglesia católica. Y no lo que se hace hoy, que se diluye la Iglesia, se la disgrega para unir a los hombres no en Cristo sino en el hombre; y les digo más, se unirán en el anticristo como está anunciado; no hay término medio. Por eso la necesidad de la predicación de la doctrina, para que los paganos, infieles, ateos, los de todas las falsas religiones se conviertan a la verdad de Cristo, a esa verdad encarnada y no a un ideal filantrópico de la dignidad y la libertad del hombre, convirtiendo la religión en algo humano y no divino. Y esa es justamente la religión que hoy se está engendrando, la del humanismo ateo, donde tanto el comunismo como el capitalismo convergen en un sincretismo político que necesita una fusión religiosa, luego es una religión católica sin su contenido.

Allí se origina el desorden y la falta de pastores y se llena la Iglesia de mercenarios que predican lo que no es Cristo. En el fondo van a terminar proclamando al anticristo aunque no se den cuenta de eso todavía, como no sabemos el demonio nos azuza; después de la vil caída es que podemos, si levantamos la mirada al cielo, comprender que fue el demonio, y nosotros, culpablemente, no lo habíamos advertido desde el principio, por nuestra propia estupidez.

 Ahora bien, nuestro Señor aclara, habla de mercenarios y de los buenos pastores que lo imitan; eso dentro de la Iglesia, si no fuera así no hablaría de jornaleros, de lobos, de peligros. La Iglesia es Santa, pero no todo lo que está en la Iglesia es santo, como los fieles, como el clero, como su jerarquía, que puede ser mala o buena, santa o impía y eso no le quita un ápice a la santidad de la Iglesia como institución divina, porque la cabeza de la Iglesia es Cristo. Pero no todo lo que está dentro de la Iglesia es divino, sino en la medida en que sea fiel a nuestro Señor, y será infiel e impío en el orden en que se separe de nuestro Señor por obra de los mercenarios.

Y digámoslo de una vez, es por los infiltrados dentro de la Iglesia católica, apostólica y romana, como los masones, judíos, ateos, modernistas, que llegan a ser sacerdotes, obispos o cardenales. De ahí la necesidad de señalar el mal como lo hacía nuestro Señor. El buen Pastor, entonces, es el que da la vida por sus ovejas, como la dio nuestro Señor y los mártires. Es difícil creerlo y me duele decirlo, pero lo haré. Juan Pablo II besa el Corán, cuando San Perfecto murió mártir en España en la época de la invasión musulmana por maldecir ese libro.

Es blanco sobre negro, y lo que dije del primer ministro de Inglaterra que recibió la comunión en el Vaticano, de manos de Juan Pablo II; esa noticia se puede obtener por Internet en la propaganda o en la página de Zenit, que es la del Vaticano; no es ningún invento. ¿Qué está pasando en la Iglesia de Dios? Ahora nadie se escandalice, mis estimados hermanos. San Malaquías, en las divisas de los Papas, coloca a Papas y antipapas. Con esto no estoy haciendo ningún juicio, simplemente estoy dando una información para que por ignorancia no se asombre nadie de lo que yo pueda decir, porque aquel que se moleste por fariseo ya sería perversión del corazón. Pues bien, San Malaquías habla en sus lemas de algunas que corresponden a antipapas como los ha habido en la Iglesia, y el que conoce un poco de su historia puede llegar a contar hasta más de cuarenta antipapas.

¿Qué quiero decir con esto? Sencillamente que no basta cerrar los ojos y decir que porque lo señaló el Papa ya está bien; puede estar mal y muy mal. El error, mis estimados hermanos, hoy se propaga por vía de autoridad y ese es el golpe maestro de Satanás, hacer prevalecer la falsedad por vía de mando, porque lo dijo el Papa, Roma o los cardenales.

Hay que estar advertidos, sobre todo para los últimos tiempos en los que la Iglesia puede ser y será infiltrada; para obedecer hay que acatar la verdad y ésta tiene que estar en armonía con la eterna que es Dios; que no prediquen otra Iglesia católica fuera de la que enseñaron los apóstoles y por la que murieron mártires, en la que vivieron todos los santos. La Iglesia católica, apostólica y romana no nace con el Vaticano II; se originó hace dos mil años en la Cruz y perdurará idéntica en su institución divina, en su doctrina, en su moral hasta el fin de los tiempos; pero cuando venga el anticristo habrá una defección dentro de la Iglesia, por culpa de los mercenarios que adorarán dentro de ella al anticristo; eso es lo que nos dicen las Escrituras, y nos lo recuerdan las verdaderas profecías de La Salette, de Fátima.

Somos católicos, apostólicos y romanos hasta la muerte. Y no basta que lo diga un sacerdote, un cardenal o un Papa, para que nos traquemos el cuento, si eso que dijo va en contra del Evangelio, pues hay que obedecer a Dios antes que a los hombres. ¿No fueron acaso, Anás y Caifás los sumos sacerdotes de la sinagoga, de la jerarquía de la Iglesia del Antiguo Testamento quienes crucificaron a nuestro Señor? Y la autoridad eclesial de hoy es la que está inmolando a nuestro Señor, por andar coqueteando con los reyes de la tierra, y así se hacen a imagen de la ramera del Apocalipsis, la que bebe el cáliz de la sangre de los mártires y que está sobre la bestia para agradar a los reyes terrenales.

O no nos damos cuenta, o no queremos saberlo. Así es como se está perdiendo la fe; por eso esta humilde capilla tiene la misión de guardar la doctrina según la santa Tradición de la Iglesia católica, apostólica, romana. No somos protestantes, Testigos de Jehová, judíos o musulmanes. Somos católicos, apostólicos y romanos, pero conocemos cuándo hay que desobedecer a los hombres para someternos a Dios. Y si no, ¿por qué creen ustedes que la Iglesia católica está llena de cardenales, sacerdotes, religiosos depravados, corrompidos? Los seminarios están vacíos y cuando tienen  vocaciones, la mitad de ellas son desviadas, y al que es buen alumno lo echan, por ser decente o medio decente.

 ¿Qué pasa dentro de la Iglesia? Pues lo que dijo nuestra Señora en La Salette, que Roma perdería la fe y sería sede del anticristo; hacia eso vamos ya lo dijo nuestra Señora, la Santísima Virgen María; vayan y reclámenle a Ella los fieles que se puedan escandalizar, o que crean que exagero. Es más, me guardo la mitad de lo que sé, para no volverme pesado, para no asustar a nadie, pero tampoco me puedo callar. Sé que viene mucha gente nueva, pero quien busca la verdad la encuentra, porque Dios nuestro Señor nos muestra dónde está la realidad y por eso la fidelidad a nuestra Señora, a la Santísima Virgen María.

¿Por qué creen que no se ha querido revelar el tercer secreto de Fátima? Porque de un modo u otro especificaba lo que estoy diciendo, lo señalaba, pero los mercenarios que están en la cúpula de la Iglesia, cardenales judíos y masones, no lo van a permitir, es un hecho, como los crímenes en el Vaticano. Hay libros que lo mencionan, entonces no se está diciendo nada que un fiel medianamente instruido no sepa. Lo que pasa es que a veces la verdad duele porque no nos gusta que nos la digan, queremos que nos  hablen lo que nos siga manteniendo en el letargo y en la anemia espiritual como viven los católicos hoy día y por eso el mundo y la Iglesia están como están.

La Iglesia católica y su culto se están volviendo protestantes. ¿Por qué creen que la gente comulga en la mano, si eso es sacrílego? Reciben la comunión de pie y sin ningún signo de adoración al Rey de reyes y al Señor de los señores. ¿Por qué han sacado el altar y lo han convertido en una mesa? Pues para hacerlo una cena protestante, para que los infieles se sientan en su casa. Por todo lo anterior se inventa una nueva misa, y por eso la persecución de todo lo que es Tradición, de todo lo que es verdad, y a esos dos santos obispos, monseñor Lefebvre y monseñor De Castro Mayer, los únicos que osaron decir públicamente la verdad.

Nosotros, por tanto, no podemos continuar en ese orden alterado y creer que somos católicos. La única manera de ser católicos, apostólicos y romanos es conservando la Misa Romana, la Tridentina, que es la misma que los Papas de Roma celebraron desde cuando se formó ese rito y que ahora después de más de dos mil años se la tira a la basura, porque hay que pedir permiso, cuando tiene la Bula de un Papa Santo como San Pío V. Todos absurdos, como lo fue el proceso farisaico que los judíos le infligieron a nuestro Señor y ahora esa historia se repite; la desgracia es que el gran verdugo o anfitrión, hoy en día elegido para destruir la Tradición, sea el cardenal colombiano Castrillón Hoyos.


Pidámosle a nuestra Señora el saber distinguir quién es el buen Pastor y quién el mercenario, para que haya luz. El que viene aquí por primera vez, aunque sea distraídamente, pero que entró, ya Dios le dio una gracia, pero depende de que ella fructifique de acuerdo con el terreno en el que cae la semilla, ya sea a la vera del camino, entre espinas o  en tierra fértil. He ahí el problema, el dilema del por qué mucha gente no está en la verdad, no la defiende, porque la semilla, la gracia de Dios cae en un mal terreno. Roguemos a nuestra Señora que nos ayude a ser tierra fértil. Es un signo de verdad, de salvación y aun de predestinación la verdadera devoción a la Santísima Virgen María, porque a través de Ella vino nuestro Señor, se encarnó y Ella nos lleva a Él como una buena madre que ama a sus hijos y los protege, esa es su misión. Invoquemos esa protección de nuestra Señora porque Ella es la Madre de Dios. +

P. BASILIO MERAMO   
4 de mayo de 2003



domingo, 3 de abril de 2016

DOMINGO IN ALBIS, OCTAVA DE PASCUA; DOMINGO, PRIMERO DESPUÉS DE PASCUA


Amados hermanos en nuestro Señor Jesucristo:
Este domingo primero después de Pascua o Domingo in albis, era después de haber transcurrido la octava, es decir ocho días, no sólo de la Resurrección de nuestro Señor sino también de los bautizados en la Iglesia; justamente se llamaba a este domingo y al sábado de ayer, in albis por ser cuando se les retiraba la vestidura blanca que durante toda la semana portaban los recién bautizados como símbolo de la pureza bautismal; de allí su nombre.

Y como vemos en el relato del evangelio de este día, los apóstoles estaban reunidos y tenían miedo; no salían a enfrentar al mundo, ni a evangelizar hasta recibir el Espíritu Santo que los fortaleciera. Es importante y debe tenerse en cuenta que, a pesar de todo, los apóstoles quedaron amedrentados, y especialmente con temor a los judíos, de que los matasen; por eso, cuando ya recibieron la fortaleza del Espíritu de Dios, del Espíritu Santo, se atrevieron a salir sin importarles ni los judíos ni el mundo; con una fe plena. Fe que, como dice también la epístola de este día, “vence al mundo”.

De ahí la necesidad de tener una fe vigorosa, profunda, arraigada, pues es la que vence al mundo, la que no teme ni a los judíos ni al mundo y es la que se basa en creer que nuestro Señor Jesucristo es Dios. Porque los musulmanes aceptan a nuestro Señor como un profeta, como lo hacían los arrianos, que se decían católicos, pero que negaban la divinidad de nuestro Señor Jesucristo. Y es por esa fe sobrenatural en la divinidad de nuestro Señor Jesucristo que tenemos la fortaleza cuando es plena, arraigada, vivificada por el Espíritu Santo, por el Espíritu de Dios.

Por eso es la gran batalla contra la fe que libra y librará Satanás con todos sus secuaces por todos los tiempos, y de allí la necesidad de conservar esa fe íntegra, sin mezcla, sin tergiversaciones, sin rebajas, sin diluirla, sino pura, sólida. Así, los católicos que tengan esa fe no tendrán miedo al mundo.

Y si hoy vemos que el mundo está socavando a la Iglesia es porque no hay fe, porque está faltando esa afirmación de la divinidad de nuestro Señor ante las falsas religiones, ante los judíos, ante los mahometanos, ante quien sea, y lo que hay es un diálogo vergonzoso, proclive a claudicar, de los hombres de Iglesia sin fe, con esas falsas religiones. Esa es la herejía aberrante actual del ecumenismo, que no reafirma la fe, la divinidad de nuestro Señor ante el mundo, ante las doctrinas infieles; esa es la crisis desastrosa y vergonzosa de los hombres de Iglesia de hoy que tienen pena de reafirmar públicamente su catolicidad y por consecuencia la divinidad de la Iglesia católica con exclusión de cualquier otra, de toda otra religión o credo.

Pero eso no se ve hoy por culpa de la jerarquía, hay que decirlo, que no cumple con su deber de evangelizar y de proclamar la divinidad de nuestro Señor, sino que se sienta a conversar, a dialogar y a rebajar la fe y a hacer de ese diálogo el fundamento de la predicación moderna. Por eso todo está cambiando. Esa es la obra de Satanás y de la estupidez de los católicos, idiotez en la misma jerarquía de la Iglesia que no es fiel a su sacrosanta misión y por eso el sacerdocio de hoy es vergonzante, no sólo en la moral y en los escándalos públicos, sino también en la doctrina y en la fe y como consecuencia de esta carencia, de esa falta de doctrina,  vienen los desmanes y las aberraciones morales dentro del clero y el escándalo de los que no tienen fe; así, estúpidamente, se hacen protestantes, “Testigos de Jehová” o simplemente ateos.

Quién no se da cuenta de ello no vive en este mundo ni en esta Colombia llena de protestantes y de ateos, ¡qué claudicación! Por falta de fortaleza, de firmeza en la fe para proclamar la divinidad de nuestro Señor resucitado que es el Hijo de Dios, que es Dios mismo en persona, ¿cuál persona? La Segunda Persona de la Santísima Trinidad. Quien no lo diga, que no lo proclame, no es católico, es un hereje y a eso nos invita la Iglesia con su predicación del evangelio y la epístola de hoy primer domingo de Pascua, porque la religión católica no son los templos ni los cuatro muros de piedra y el techo sino la fe, sin la doctrina católica.

Para eso se han construido los templos que vemos y por eso San Cipriano profetizó sabiamente hace ya más de mil años que al fin de los tiempos estas iglesias de piedra y de ladrillo serían invadidas por el anticristo y que por eso teníamos que guardar los templos de nuestras almas para poder guardar allí la fe. Díganme si eso no está ocurriendo hoy dentro de lo que se llama y se dice la Iglesia católica, que de católica le queda ya muy poco porque parece protestante. ¿Acaso los sacerdotes no andan como infieles por la calle sin ninguna distinción de su fe y de su ministerio? ¿Su confesión (la fe), no la han arrinconado ya, prácticamente?

Cuando vemos en el evangelio de hoy, contra todos los protestantes, que nuestro Señor es muy claro al decir: “Se perdonarán los pecados a aquellos a quienes los perdonéis; y se les retendrán a aquellos a quienes se los retengáis”, esos protestantes, que están con la palabra de Dios y la Biblia debajo del sobaco, ¿en dónde dejan esas palabras de las Escrituras?, o ¿es que son imbéciles?; pues si lo son mucho más somos nosotros si nos dejamos convencer. Vergüenza nos debe dar, que habiendo recibido la luz del bautismo nos sometamos así; ya nada es pecado. ¿Y eso no es protestantismo puro dentro de la Iglesia? Claro que sí. Y el que no se dé cuenta, ya es medio hereje.

Esa es la influencia de este modernismo, de este progresismo que invade la Iglesia y el templo de Dios. Y esa es la abominación de la desolación que tendrá asiento en el lugar santo como lo dicen las profecías y las Escrituras mil y una veces; que no tengamos ojo para discernir y detectar el mal con el dedo, es claudicación y falta de fe en la divinidad de nuestro Señor Jesucristo y el sacerdote que no lo predique así no tiene fe, y si le queda la tiene medio muerta, porque esto que estoy diciendo lo tendría que señalar todo presbítero católico si se estima con fe y quiera su santo y sagrado ministerio.

Da vergüenza, pero hay que decirlo, para que los pocos fieles que quedan o que quedemos sepamos defendernos, porque ya no tenemos el enemigo fuera sino dentro de la casa; el ladrón está en el interior de la Iglesia, no en el exterior; ya penetró, así que no basta cerrar las ventanas y las puertas si no estamos preparados antes desde adentro, y la única manera de estarlo es reafirmando en la Iglesia la fe en la divinidad de nuestro Señor; en eso se debe basar la misión y la predicación de la Iglesia católica apostólica y romana, no en el ecumenismo, no en la libertad religiosa para que cada uno crea en el monigote que le dé la gana en el nombre de Dios. ¡Qué estupidez más grande! Y que eso lo hayan dicho en un concilio, ¿qué obispos eran esos?, ¿de la Iglesia católica?

Es una vergüenza públicamente instaurada dentro de la Iglesia que un concilio que debería ser infalible por su propio derecho y que no lo fuera es lo mismo que si alguien deseara que su matrimonio fuera disoluble, no indisoluble o que pidiera un círculo cuadrado o un hombre con cuatro patas; ¡todas estas son estupideces!

Pues bien, esa es la sandez del mismo papa Pablo VI, al declarar un concilio ecuménico no infalible; eso no ha existido jamás ni podrá haberlo dentro de la Iglesia católica. ¿Dónde le quedó la teología? A ninguno de los obispos que estaban allí, a nadie se le ocurrió, por la presión moral de lo que representaba una reunión con tanta pompa como esa, pero faltó la fe y el humo del infierno penetró en el Concilio como lo dijo Pablo VI mismo, cuando habló de la autodemolición de la Iglesia; él mismo lo señaló. ¿Qué podemos nosotros decir hoy cuando después de treinta y cuarenta años vemos los desastres y todavía nos sigamos comiendo el cuento? Eso es aberrante.

Pues bien, es lo que hay que evitar, mis estimados hermanos, para que permanezcamos firmes en la fe sobrenatural de la única religión, de la única Iglesia, de la única verdad y nada más; porque si nuestro lenguaje no es “Sí, sí; No, no”, no es el de Dios y el del Evangelio, porque como lo dice San Mateo: “Diréis (solamente): Sí, sí; No, no. Todo lo que excede viene del Maligno”. Esto es categórico, tajante, vertical, intransigente, porque lo contrario viene de Satanás, y si no, lean el capítulo 5, versículo 37 de San Mateo. Ese es lo que hoy el mundo no quiere, ya que prefiere la confusión, el sí y el no; la verdad, el error; el bien y el mal en contubernio; no quiere lo tajante y lo intransigente de la verdad, sino la mediocridad; este es el espíritu de apostasía que hoy pulula por doquier y que en el orden político se llama democracia, que en el fondo es una religión antropoteísta, como decía Gómez Dávila, ese gran pensador colombiano, casi desconocido.

Pues bien, pidamos a nuestra Señora, a la Santísima Virgen María, que no caigamos en esos errores; que nos mantengamos con una fe pura e íntegra que proclame la divinidad de nuestro Señor Jesucristo ante el mundo, y así,  venceremos al mundo y a Satanás. +



P. BASILIO MÉRAMO 27 de abril de 2003