San Juan Apocaleta



Difundid Señor, benignamente vuestra luz sobre toda la Iglesia, para que, adoctrinada por vuestro Santo Apóstol y evangelista San Juan, podamos alcanzar los bienes Eternos, te lo pedimos por el Mismo. JesuCristo Nuestro Señor, Tu Hijo, que contigo Vive y Reina en unidad del Espíritu Santo, Siendo DIOS por los Siglos de los siglos.












Website counter Visitas desde 27/06/10



free counters



"Sancte Pio Decime" Gloriose Patrone, ora pro nobis.





Link para escuchar la radio aqui

domingo, 27 de septiembre de 2015

DECIMOCTAVO DOMINGO DESPUÉS DE PENTECOSTÉS



Amados hermanos en nuestro Señor Jesucristo:

Vemos en este evangelio cómo nuestro Señor hace el milagro del paralítico en presencia de todos y cómo los judíos siempre estaban protestando, al asecho, en oposición a nuestro Señor, mientras que el pueblo de algún modo le era favorable y le pedía sus favores y sus milagros.

Según algunos buenos predicadores y exegetas, con este milagro nuestro Señor manifiesta por primera vez implícitamente su divinidad, porque ¿quién sino sólo Dios puede perdonar los pecados? Y eso fue lo que hizo nuestro Señor habiéndoles dicho que era muy fácil decir, “levántate y anda” o decir “tus pecados te son perdonados”, pero lo difícil es hacerlo. Nuestro Señor demostró al curar al paralítico que podía decirlo y hacerlo. Por eso los judíos le impugnan de blasfemo, porque solamente Dios podía perdonar los pecados, y ellos ante lo que veían y oían, en vez de ser cautos y prudentes, acusándolo, hacían, hacen todo lo contrario. 

Podemos preguntarnos la razón por la cual nuestro Señor no afirma su divinidad de una manera explícita desde el primer instante de su vida pública, y en vez, hace esta revelación implícita, gradual, progresiva. Sencillamente debemos recordar que en el mundo pagano los dioses eran moneda corriente, las divinidades que bajo formas humanas se vengaban de los hombres o traficaban con los hombres. Nuestro Señor no podía de primer momento ser confundido con ninguno de esos dioses de la mitología y mucho menos cuando el pueblo judío luchaba encarniza-damente contra esos dioses paganos.

Nuestro Señor va revelándose poco a poco para ir preparando así las mentes y los corazones y no ser confundido con uno de esos dioses paganos del Olimpo que eran asiduamente combatidos. Esa es la razón por la cual nuestro Señor se va manifestando poco a poco, va mostrando su divinidad hasta que después, al fin, lo dice claramente, explícitamente, para que creyesen tanto los judíos como los paganos.

Y esa relación trascendental del pecado, como nuestro Señor al perdonarle los pecados al paralítico nos muestra, nos hace ver nuestra condición pecaminosa, condición que tiene toda criatura por el hecho de haber sido hijos de Adán. El pecado que es delante de Dios, el pecado contraviene el orden de las cosas, el orden que Dios ha establecido según su sabiduría; el mal moral no es malo porque Dios lo diga por un acto de su voluntad, sino que es malo porque no corresponde a la naturaleza de las cosas que están en consonancia con su sabiduría. Por eso el pecado es contra Dios, delante de Dios.

Conculcamos ese orden, aunque muchas veces, cuando se peca, no se piensa en eso, y aquí podríamos decir que ese grave error de una moral o de una concepción que ya Santo Tomás tildaba de herética, era atribuir a la voluntad de Dios y no a la sabiduría divina lo bueno y lo malo. Un gran filósofo como Occam –que es un desastre– decía: “Si Dios me manda a adorar una burra como si fuera Él, yo tendría que obedecer y agradaría a Dios”; decía él, el muy burro; imposible que Dios me mande adorar a una burra, es absurdo, pues el voluntarismo consistía en eso, en hacer depender toda la moral, el orden de las cosas, de la voluntad de Dios, porque Dios era libre y todo se sometía a su libertad y a su voluntad. Ya Santo Tomás había dicho que era una herejía y no sólo una impiedad atribuir estas cosas a la voluntad y no a la sabiduría de Dios que es el que le da peso y medida a todas las cosas, el que les da una naturaleza, y que el orden moral se basa en esa relación que hay entre la naturaleza de esa cosa y su fin.

Dios entonces prohíbe algo no porque dictamine que sea malo, sino porque es malo en ese orden de cosas conforme a la naturaleza, según su sabiduría. Y por eso todo pecado vulnera esa relación de las cosas entre sí y relacionadas con Dios, con la sabiduría de Dios, con el orden impuesto por Dios. El pecador es un disociador y esa es nuestra condición, lamentable, al ser pecadores. Cada vez que pecamos vulneramos el orden de la sabiduría divina impuesto a las cosas; de ahí el gran error del indiferentismo de quitar esa idea, esa noción del pecado, cuando se piensa que uno puede salvarse en cualquier religión, creer que todas las religiones son buenas y otro, afirmar que todas son malas.

Finalmente dicen que no hay pecado. Como hoy acontece, eso es una realidad, la gente hoy se besuquea en la calle, , como si fuera lo más normal del mundo, y así otros pecados que se cometen en la vida pública y ¡ay del que diga algo!, ¡ay del que recrimine!, porque se ha perdido la noción de pecado. “Yo hago lo que me da la gana”, en definitiva esa es mi voluntad, no la voluntad de Dios; lo cual es un error como lo acabamos de ver. Tenemos así la voluntad del hombre, entonces es bueno o malo de acuerdo con mi voluntad, o a mi parecer, y si tengo ganas de salir desnudo, así salgo, porque la gente sale hoy desnuda a la calle; no me digan que va vestida una mujer con el ombligo al aire o con medio seno afuera o como fuese, porque si eso es andar vestido... ¡Válgame Dios!

No es una exageración ni una consideración de un cura beatongo, porque yo no soy tal, ni me voy a escandalizar por ver una mujer desnuda; pero sí me doy cuenta de que eso no es acorde con la naturaleza decaída... que tenemos, porque no es normal que el hombre vea a una mujer en cueros y no tenga tentaciones; ; las cosas como son. Debe haber un poder social, una moral, y que eso hoy se conculque es la prueba de que no hay noción de pecado, que no existe, está abolido.

¿Y si no existe el pecado qué queda? No hay orden, no hay sabiduría, mejor dicho, se destruye todo el orden que Dios ha puesto en las cosas. De ahí la gran revolución que hay en la sociedad moderna con toda esta inmoralidad pública que vemos y que corresponde a ideas falsas y nociones falsas y que atentan contra la religión, contra Dios. De ahí la gravedad de todo esto, porque se vicia toda nuestra relación con Dios, que debe ser una relación ordenada y debida como Él lo ha querido según su divina sabiduría.

En definitiva, en este estado de las cosas se conculca, se ofende la sabiduría divina, el orden que Dios ha impuesto a todas las cosas y el hombre se convierte en un revolucionario; así nos demos o no cuenta, el hecho es objetivo. Con este milagro del paralítico, queda establecida esa relación de pecado afirmada por el evangelio y que nosotros no debemos olvidar hoy día viviendo en un mundo donde reina el indiferentismo.



Pidamos a nuestra Señora, la Santísima Virgen María, que nos ayude a perseverar y aunque seamos pecadores no pequemos tanto o por lo menos no gravemente para que nuestra vida sea más de santidad que de pecado. +

P. BASILIO MERAMO
6 de octubre de 2001

domingo, 20 de septiembre de 2015

DOMINGO DECIMOSEPTIMO DESPUÉS DE PENTECOSTÉS


Amados hermanos en nuestro Señor Jesucristo:
En primer lugar quiero saludar a todos los fieles, tanto a aquellos que me conocen como a los nuevos, y manifestarles la alegría de volverme a encontrar de paso por aquí, en Madrid.

Vemos en el evangelio de hoy cómo los fariseos van hacia nuestro Señor para tentarlo. Uno de ellos, que era doctor de la ley, teólogo podríamos decir nosotros, jurisconsulto, que no le pregunta para aprender, para instruirse, para disipar las tinieblas de la ignorancia en la cual todos nacemos, sino precisamente para tentarlo, no porque les interesase la verdad ni cuál era, sino para buscar una excusa y así tener con qué reprender a Jesús. Nuestro Señor le responde interpretando, como en el Antiguo Testamento, que el mandamiento más grande era el amor a Dios, y el del prójimo.

Esa es la importancia de la caridad, entendida como siempre nos ha enseñado la Iglesia católica, la de hacer el bien a los demás. Por eso dice que amemos al prójimo como nos amamos a nosotros mismos, es decir, del mismo modo, que nosotros nos amamos, procurándonos el bien. Y el mayor bien es la salvación de nuestras almas; el amor al prójimo consiste en querer lo mejor de los demás, aun de los pequeños y la salvación de sus almas y eso por amor a Dios sobre todas las cosas.
Por tal razón, se da la santificación, por la caridad, el amor; de otra manera sería la perversión de la religión católica, la corrupción de todas las Sagradas Escrituras y de toda la Iglesia católica. Lamentablemente hoy se nos predica una falsa caridad y un falso amor. Y la prueba está en que los pecados más aberrantes se cometen en nombre del amor, del amor adulterado y mal entendido, o ¿qué se hace en la mayoría de las películas y de las novelas? En nombre del amor toda una juventud pervertida, manoseándose en las calles, como si eso fuese lo más natural y normal de este mundo.

Y en nombre del amor, peor todavía, se niega el infierno, diciendo ¿cómo será posible que exista si Dios es amor? Y en nombre del amor, Jacques Maritain, el gran filósofo francés, llegó a afirmar que el averno estaría vacío, ¿y qué es un averno vacío? Pues directamente, como si no existiera. Desocupado, decía él, porque incluso podría redimirse hasta a Satanás, y no en vano Maritain fue el padre de la libertad religiosa del Concilio Vaticano II. En nombre del amor, de la caridad, se nos predica otra religión y el ecumenismo que quiere mancomunar a todos los hombres sin dogmas que dividan. Y en nombre del amor, falsear el amor; el anticristo llegará a esta tierra para promover un paraíso terrenal bajo una falsa paz y un falso amor. Hay que estar prevenidos, mis estimados hermanos; nos toca estar vigilantes, porque en nombre del amor, de la caridad, hoy se va camino hacia la apostasía.

Si se niega al enemigo, se niega el combate y vemos cómo en el evangelio de hoy los fariseos, los judíos, a cada paso, las veinticuatro horas del día, acechan para combatir a nuestro Señor. Y en nombre de un falso amor se niega a los enemigos de la Iglesia, al judaísmo, a la masonería, que son los tentáculos y el instrumento de Satanás para destruir la Iglesia que sufre hoy su pasión como la sufrió nuestro Señor en manos de los hebreos. Y de ahí la necesidad de tener espíritu de combate, de vigilancia en esta tierra, porque es una lucha permanente, primero contra nosotros mismos, contra nuestras pasiones, nuestros apetitos y también contra todo aquello que no quiere aceptar que reine nuestro Señor.

Entonces, cómo se va a hablar de verdadero ecu-menismo cuando no se quiere aceptar al verdadero amor a Dios para que le reconozcamos como al Dios Único y Trino. El Dios de la religión católica y de la revelación no es el dios del judaísmo ni el de los musulmanes; ni tampoco es el dios de los budistas ni de cuanta religión hay por ahí, sino el Dios de la revelación católica, de la Iglesia católica, y ese es el gran vaciamiento que estamos viviendo hoy; por eso la gran crisis y la necesidad de recordar el combate, de combatir para defender nuestra religión. Por lo mismo, en defensa de la fe, monseñor Lefebvre fue quien hizo todo lo que hemos visto y continúa haciéndolo a través de la Fraternidad San Pío X por defender la fe; eso es lo que explica toda su actitud, ese es el principio, el motor, el deber que tiene cada católico de preservar su fe ante todos los enemigos de la Iglesia, tanto externos como internos, que se proponen destruir la santa madre Iglesia.

Ahora bien, sin fe se vacía también la caridad, porque ésta supone tanto la esperanza como la fe; pero una caridad sin fe, como la que predica el modernismo actual, el ecumenismo actual, es una falsa caridad. En consecuencia, es la falsificación de toda la doctrina, de toda la religión cuando se nos predica la caridad sin la fe. Y la fe es una adhesión de nuestra inteligencia a la verdad primera revelada que es Dios; es una relación con la verdad primera y ésta me dice: Dios Trino, que es Dios Padre, Dios Hijo y Dios Espíritu Santo, cuya segunda persona se encarnó, murió en la Cruz y fundó la Iglesia con unos sacramentos, con una jerarquía, con un sacerdocio. Todo eso hace a la institución divina de la Iglesia que no se puede cambiar ni socavar como se está haciendo por vía de la autoridad, porque hoy la revolución ha llegado a destruir las organizaciones por la autodemolición, es decir, la autodestrucción, socavando la jerarquía en sí misma, de modo que vemos el padecimiento tan terrible y cruel que vivimos y la gran tentación de sucumbir a la presión.

La prueba de esa presión la tenemos con la reciente caída y traición, porque así hay que decirlo, de los padres de Campos, que se han dejado engatusar por el cardenal Castrillón, que me duele decir, es colombiano, mucho más sutil y sagaz que otros antecesores suyos. Si no tenemos cuidado también nosotros sucumbiremos, y no podemos aceptar entrar en el panteón de las religiones aunque nos den todos los derechos y privilegios como el de la santa Misa, porque será un altar más en el panteón. No lo olvidemos, no podemos creer como algunos han querido pensar, que Roma está cambiando. Sí, está cambiando, pero de táctica como la serpiente, que muda de piel pero sigue siendo la misma. Y es un misterio de iniquidad, porque Roma debiera ser la luz de la verdad, la cátedra de la infalibilidad, y ¿qué vemos hoy? Está convertida en tinieblas, en confusión, lo cual nos hace pensar en la profecía de La Salette: “Roma perderá la fe y será la sede del anticristo”. Eso nos dice la Santísima Virgen María.

No puede haber cosa más terrible y dolorosa para un católico, que ver que de allí, de donde debiera salir la luz de la verdad, pulula el error, el engaño, la mentira, la confusión, como de ese reencuentro de Asís renovado y aun el mismo Vaticano con todas las religiones, sin respetar la tumba del primer Papa, San Pedro, que allí se encuentra. ¿No basta eso para hacer abrir los ojos a los fieles que todavía se creen católicos, pero que no lo son? Porque la Iglesia católica no puede predicar el error, la confusión y las tinieblas, no digo ya la herejía, pero ni aun el error.

No puede haber una fe errónea como la que hoy vemos en la gran mayoría de los que se siguen diciendo católicos. Les han robado, vaciado su fe, y les proponen una nueva y falsa caridad, un falso amor a Dios. Por eso hoy es ineludible de nuestra parte mantenernos firmes en la fe, porque el demonio anda como un león rugiente a nuestro alrededor, para ver a quién va a devorar, como dice san Pedro en una de sus epístolas. No podemos olvidar, no debemos dormir y permitir que nos dé la anemia espiritual y perdamos la capacidad de combate, que no es más que la capacidad del martirio, ya que a eso estamos llamados cada uno de nosotros si Dios así lo requiere, ser testigos, es decir, mártires de Cristo, de la Iglesia de nuestro Señor; para eso tenemos el sacramento de la confirmación, que nos afianza en la fe como soldados de Cristo, no como mercenarios, ni como traidores.

Pero vaya si no hay un pecado contra ese santo sacramento de la confirmación en el cual se nos da la plenitud de la gracia del Espíritu Santo. Si hay un sacramento que podríamos decir del Espíritu Santo, es ese, en el cual se nos da la infusión plena de la gracia y el vigor para consolidarnos como soldados fuertes y aguerridos en la fe recibida en las fuentes bautismales. Eso precisamente falta hoy, hay una claudicación y un verdadero pecado contra el Espíritu Santo; no somos capaces de defender nuestra religión con el tesón que se nos exige sacramentalmente.

¿Dónde están los obispos, los cardenales y los sacerdotes católicos? Sobran los dedos de la mano, porque estábamos seguros de por lo menos cinco obispos católicos fieles: los cuatro de la Fraternidad Sacerdotal San Pío X y monseñor Lisinio, sucesor de monseñor de Castro Mayer que acaba de claudicar, para tener en su lugar ahora al susodicho monseñor Rifán. Digo esto con toda firmeza, porque no es de hoy, desde hace dos años en el jubileo, la última vez que lo vi le increpé frente a la Escala Santa, para decirle, advirtiéndole que él no era fiel transmisor de lo que decía monseñor de Castro Mayer y que hacía pasar sus ideas (buenas o malas, en eso no me meto), como si lo fuesen. Ahora, dos años después, me da la razón la Historia, cuando claudican treinta sacerdotes que eran la gloria de monseñor de Castro Mayer. Transigen engañados, sin malicia, como cede una doncella de quince años en las manos de su seductor.

Igual que a ellos, se nos engaña en Asís; por eso es un deber que cada sacerdote advierta a los fieles, porque cada uno de nosotros tiene que dar cuenta ante Dios, por eso tenemos ese sacramento, no lo olvidemos, la confirmación. Para que si es necesario y si Dios así lo quiere, muramos y demos nuestra vida en buena hora, con el mejor acto de inmolación. Pero, ¿qué inmolación va a haber si no hay capacidad de combate, de sacrificio, de lucha y de entrega, de amor a la verdad? Se hace cualquier cosa en nombre de la verdad y así volvemos a lo mismo, a un falso amor y por eso tenemos una falsa Iglesia, una falsa religión que culminará en esa gran apostasía y de lo cual nos daremos cuenta demasiado tarde, cuando tengamos al anticristo sobre nuestras cabezas.

Entonces quedaría la Iglesia reducida a un pequeño rebaño que será excluido, maltratado, perseguido, pero que está y huye al desierto, allí donde el dragón querrá matarlo pero no podrá por la intervención de la mano de Dios.

Por lo mismo, no debemos olvidar que no es un combate contra el hombre sino contra los espíritus, contra los demonios, de allí también el cuidarnos del tiempo que nos desgasta, no escandalizarnos cuando vemos incluso a algún sacerdote de la Fraternidad ir por malos pasos porque se deja engañar o se cansa con el transcurso del tiempo. Debemos anclarnos no en el tiempo que pasa y que fluye sino en la eternidad de la verdad católica que está en la Tradición católica, apostólica, romana. Esto nos hace mucho más romanos que todos los cardenales que están en Roma vendiendo la Iglesia; duele decirlo pero hay que hablar y pedirle a la Santísima Virgen María que nos ayude a mantenernos de pie como Ella lo estaba frente a la Cruz y como, gracias a Ella, lo estuvo también San Juan mientras que los demás apóstoles cobardemente huían. La cobardía y el miedo.

Todo lo contrario, se necesitan soldados de Cristo, valientes, y si tenemos miedo como a veces es legítimo, no sucumbir ante él teniendo la esperanza puesta en Dios y sabiendo que nuestra Madre nos protegerá; por eso debemos acudir siempre a Ella, ser sus hijos fieles y asimismo así serlo de la Iglesia católica, apostólica y romana.

Pidámosle a Dios y a la Santísima Virgen, a través de su ayuda, esa gracia para no claudicar en la hora presente. +

P. BASILIO MERAMO
15 de septiembre de 2002


domingo, 13 de septiembre de 2015

Domingo décimo sexto después de Pentecostés.


Tomado del MISAL DIARIO COMPLETO por el P. Luis Ribera CMF, España 1954:

Directorio de la misa.-
1. Domingo menor, pagina 86, Doble. Verde.
2. Admite una sola conmemoración. OCM (49.I.)


Epístola de San Pablo a los Efesios, 3, 13-21.- Hermanos: Os ruego que no os desaniméis en cuanto yo tengo que sufrir por vosotros, porque gloria vuestra es.  Por esta causa doblo mis rodillas ante el acatamiento del Padre de Nuestro Señor Jesucristo, del cual toma su nombre toda la familia en el Cielo y en la tierra, para que os conceda, según las riquezas de su gloria, que estéis, firmes por la acción de su Espíritu en lo interior del hombre;   que habite Cristo por la fe en vuestros corazones,  arraigados y cimentados en la caridad;    para que podáis comprender qué cosa sea la anchura y longitud, la profundidad y alteza de la caridad de Cristo, que sobrepuja todo conocimiento, para que conociéndola, seáis colmado de ella hasta su plenitud en DIOS.    Al que es poderoso para hacer todas las cosas mas cumplidamente de lo que pedimos o entendemos, según el poder con que obra en nosotros;;  a Él sea la gloria en la Iglesia y en Cristo Jesús para siempre. Amén.

+Evangelio según San Lucas, 14, 1-11.-  En aquel tiempo, al entrar nuestro Señor Jesucristo en casa de cierto príncipe de los fariseos a comer en día de sábado, ellos  le estaban asechando.  Y he aquí que se presentó delante de Él un hombre hidrópico.  Nuestro Señor Jesucristo, vuelto a los doctores de la ley y los fariseos, les dijo:  ¿Es lícito curar en día de sábado?  Mas ellos callaron.  Él, pues, habiendo tomado al hidrópico, le curó.    Y les dijo entonces: ¿Quién de vosotros, si su asno o su buey cae en algún pozo, no le sacará luego, aunque sea en día de sábado?  Y a esto no sabían que contestar.
      Y viendo como los convidados iban escogiendo los primeros puestos en la mesa, les propuso esta parábola:  Cuando fueres invitado a las bodas, no te pongas en primer puesto, no sea que haya otro convidado más distinguido que tú, y viniendo el que a ti y s él convidó, te diga:  Amigo, haz lugar a este;   y entonces con sonrojo te veas obligado a ponerte en el último.   Ahora bien, cuando fueres convidado, vete a poner en el último lugar, para que, cuando venga el que te convidó, te diga:  Amigo, sube más arriba.  Esto te arrancará mucha gloria delante de los comensales.   Así es que cualquiera que se ensalza, será humillado;  y cualquiera que se humillare, será ensalzado. - Credo.

-Laus tibi Christe

domingo, 6 de septiembre de 2015

DOMINGO DÉCIMO QUINTO DESPUÉS DE PENTECOSTÉS



Amados hermanos en nuestro Señor Jesucristo:
En el evangelio de hoy vemos la compasión de nuestro Señor por una mujer viuda a quien se le acaba de morir su único hijo. Conmovido ante el dolor de una madre, sin que nadie se lo pida, solamente por presenciar aquella escena, nuestro Señor le resucita a su hijo para consolarla, ya que siendo viuda perdía todo y lo único que tenía en el mundo; porque los hijos, no como mal se piensa ahora, son el único tesoro de una familia; en los hijos está la riqueza de una familia y el perdurar a través del tiempo la garantía de la ancianidad. Aunque también ahora, desgraciadamente, a los ancianos los encierran en las sociedades de la tercera edad para no ocuparse de ellos, lo cual muestra cuán bajo es nuestro nivel de cultura que desprecia a los ancianos, a los padres que nos han dado la vida. Nos preciamos de vivir en un siglo de ciencia y avance y lamentablemente es todo lo contrario.

Esa compasión de nuestro Señor, ese amor, esa caridad, nos hace recordar la deuda de amor que tenemos con Él que vino al mundo para redimirnos y que no escatimó su sangre para morir por nosotros. Ese amor se revela de manera concreta en la compasión que siente hacia esta pobre mujer resucitándole a su hijo, al único tesoro que tenía la viuda de Naím; por eso nuestro Señor le remedia su dolor volviéndole a la vida y manifestando con ese milagro su divinidad. ¿Por qué manifestando su divinidad? Porque dijo en nombre propio: “Yo te lo ordeno, Yo te lo digo”. Ese carácter personal es propio solamente de Dios, porque ningún enviado lo podría hacer sino invocando a Dios y no atribuyéndose poder divino como evidentemente lo hace nuestro Señor; así nos manifiesta su divinidad, en la cual debemos creer como católicos, porque siendo verdadero Hombre es verdadero Dios, y así ese Ser que es divino y que es humano, que se encarnó para salvarnos, para redimirnos del pecado, consuela a esta pobre mujer. La misericordia, el amor de Dios compadecido ante la miseria humana. Todos debemos tener ese amor, esa indulgencia con el prójimo y no faltar al mandamiento de la caridad que supera incluso al de la justicia; el de la estricta justicia que obliga en conciencia a retribuir a cada uno lo debido según el bien común; pero la caridad va mucho más allá, porque está por encima de la justicia.

También San Pablo, en la epístola de hoy, nos exhorta a hacer el bien a todos y en especial a los hermanos en la fe. Que no nos cansemos de hacer el bien y que no tengamos esa avidez, esa avaricia de vanagloria, de pretender y creernos mejores que los demás; eso es origen de disputas, de peleas y de odios. Que nos soportemos mutuamente es la Ley de Cristo. Y San Pablo nos dice que la Ley de la caridad, que es la Ley de Cristo, consiste concretamente en soportarnos mutuamente, y porque no nos toleramos, somos incapaces de tolerar a los demás que están a nuestro alrededor, porque de nada vale soportar a un chino, o a un japonés que está al otro lado del mundo que no nos afecta para nada, sino al que está viviendo bajo el mismo techo, al que vive al lado, al vecino de en frente, al que está próximo a nosotros.

De ahí viene la palabra prójimo, soportarnos y en ese soportarse mutuamente se ejerce la caridad, la Ley de Cristo, sabiendo que debemos tolerar los defectos inherentes a la miseria humana que tienen los que nos rodean, porque nosotros tenemos los mismos o quizá mayores o peores que ellos. Esto es un imperativo, no es facultativo, no es si me cae bien, si me hace un favor; no es si es agradable esa persona; es sin distinción, por encima de lo bueno o de lo malo que tenga, por encima de la simpatía o de la antipatía natural; la caridad no es un encanto natural, es, si pudiéramos decir, si quisiéramos usar la palabra simpatía, una simpatía sobrenatural por amor a nuestro Señor, por amor a Dios, porque Él murió en la cruz por todos y todos estamos obligados a amar al prójimo y en especial a los hermanos en la fe, es decir, a los católicos en primer lugar, en primer orden. Y veremos el fruto de la buena acción si no desfallecemos. De ahí surge la necesidad de la perseverancia, que es como una paciencia prolongada en el tiempo, para que veamos los frutos de las buenas obras hechas por amor a Dios.

Pidámosle a nuestra Señora, la Santísima Virgen María, que podamos cumplir con ese precepto de caridad, de amor, de compasión con el prójimo, soportándonos mutuamente y haciendo el bien a todos. +

PADRE BASILIO MERAMO
24 de septiembre de 2000