San Juan Apocaleta



Difundid Señor, benignamente vuestra luz sobre toda la Iglesia, para que, adoctrinada por vuestro Santo Apóstol y evangelista San Juan, podamos alcanzar los bienes Eternos, te lo pedimos por el Mismo. JesuCristo Nuestro Señor, Tu Hijo, que contigo Vive y Reina en unidad del Espíritu Santo, Siendo DIOS por los Siglos de los siglos.












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"Sancte Pio Decime" Gloriose Patrone, ora pro nobis.





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martes, 24 de febrero de 2015

POSTRAOS AQUI LA ETERNIDAD COMIENZA Y ES POLVO LA MUNDANAL GRANDEZA





  Según el Blog de Radio Ceriandad, otrora Cristiandad, en la madrugada del día de hoy (al rededor del medio día en México) por motivos de un accidente Automovilístico MARIO FABIAN VAZQUEZ director de la otrora Radio católica pereció.

ver BLOG RADIO CRISTIANDAD

     Información que es lamentablemente confirmada por La Agencia de Noticias San Luis:

Ver Noticia

  Esperamos caritativamente que el gurü presbíterio Ceriani, en vida le haya aclarado el particular que escindió al que suscribe de las labores cotidianas de la otrora Radio Cristiandad y con el motivo de las herejías incoadas con respecto al particular de la presencia REAL de Nuestro Señor Jesucristo en la Sagrada Eucaristía, que Juan Carlos Ceriani, hizo creer heréticamente a Luis Ricardo Manzano, (Primero el Rayo, y ahora se murió tu mejor pieza de ganado) que dicha presencia era aparente.    Así como la herética idea, de que existen sacramentos parciales.

     Dios se digne juzgar a mi amado compadre como estulto y no como hereje y a Luis Ricardo Manzano y al casselista Ceriani, les de tiempo de enmendarse y corregir antes de que llegue su propio juicio.

     A mi comadre Vivi y a Nacho, que DIOS les conceda una pronta resignación, y les recordamos que estamos de paso, solo se nos adelanto un poco.



 

SEA PARA GLORIA DE DIOS.

R.I.P.

MARIO FABIAN VAZQUEZ





Alberto González
editor.

domingo, 22 de febrero de 2015

PRIMER DOMINGO DE CUARESMA



Amados hermanos en nuestro Señor Jesucristo:
Con este primer domingo de Cuaresma comienza solemnemente el tiempo de sacrificio, de oración, de penitencia y de ayuno para prepararnos a la gran fiesta de la Pascua de resurrección de nuestro Señor; por eso la Iglesia lo ha solemnizad, porque es especialmente sagrado. Por eso el demonio renueva sus ataques para que la gente y los fieles se disuadan de los ejercicios de oración, de ayuno, de penitencia y de sacrificios, pero los católicos estamos obligados a hacerlos para que nos asimilemos a los sufrimientos de nuestro Señor y para que la Cuaresma no se convierta, como en muchas partes, en un carnaval, en una parranda como si fuésemos animales que sin uso de razón vivimos según la carne y lo que la halaga. Maldita sea si esa es nuestra opinión de ser católicos porque otra muy distinta es la de la Iglesia.

La Iglesia misma en este día expone ante nosotros la tentación de nuestro Señor en el desierto, es decir, en la soledad, en una montaña no lejos de Jericó; no nos imaginemos un yermo como el Sahara sino una montaña solitaria; lo digo porque cuando conocí ese lugar me extrañó mucho, pero efectivamente sí es un desierto en la montaña, en la soledad y eso es lo que significa en definitiva, sobre todo espiritualmente; ese alejamiento que buscó nuestro Señor antes de comenzar su vida pública, preparándose con ese gran ayuno de cuarenta días y de cuarenta noches, no era ningún misterio, porque antaño ya lo habían hecho Moisés, San Elías y muchos otros.

Hoy que se ha perdido esa sabiduría sacerdotal y pareciera imposible, haciéndole decir tonterías a grandes exegetas como Salmerón o Ricciotti, quien desgraciadamente se apoyó en San Ambrosio. Sin embargo, de allí, de esos cuarenta días Mahoma sacó el Ramadán, atenuándolo, pero es muy probable que él haya hecho ese ayuno, porque naturalmente es posible, sin que se necesite un milagro.

Dice el padre Castellani, que es sin duda uno de los más grandes exegetas del siglo XX, aunque desconocido por la gran mayoría y despreciado por sus mismos compañeros y sacerdotes; pero ha sido una luz de exegesis sobre la cual debiéramos apoyarnos, sobre todo hoy. Al hablar de eso, menciona que si era una cuestión puramente divina él sería Dios porque ya lo había hecho, lo que dejaba en ridículo a otros exegetas por la ignorancia que a veces pulula y campea aun entre aquellos de mayor sabiduría y prestigio teológico en la Iglesia; porque la ignorancia desgraciadamente no respeta a nadie y por eso debemos cuidarnos de ella porque es atrevida y, entonces, nos hace decir estupideces.

También dice el padre Castellani, para explicar esta triple tentación de nuestro Señor, que no solamente el demonio quería hacerlo caer y pecar, sino que principalmente quería sacarse la gran duda que tenía de saber si era o no el Mesías, el Cristo, el Ungido de Dios, porque eso significa Cristo. El demonio, como vemos en el evangelio de hoy, conocía las Escrituras al dedillo, como lo hacen los protestantes, pero sin fe y por eso no creía; tenía esa gran duda, aunque ya lo había visto, no solamente en el desierto sino cuando fue la hora del bautismo en el Jordán por San Juan Bautista, cuando el Padre Eterno dice que Jesús es el Hijo amado en el cual ha puesto todas sus complacencias. El mismo San Juan Bautista había dicho “yo no soy digno de atar la correa de su sandalia”, y lo había señalado como al Cordero de Dios, al Agnus Dei.

Satanás sabía todo esto, por ello podemos preguntarnos por qué no creía, si nosotros con lo mismo o menos lo sabemos. La diferencia abismal es que el demonio no puede creer, no puede tener fe, está condenado. Y es más, los ángeles o creían, en un solo acto libre de amor a Dios, o se pervertían; esa fue su gran tragedia, sin que haya para ellos la posibilidad de la redención por la misma excelencia de su naturaleza angélica y espiritual que ve todo el bien y todo el mal de un solo golpe, y no como nosotros, de a poquito. Por eso Dios nos permite que podamos echarnos atrás y arrepentirnos viendo el mal y reconociéndolo aun después de haber pecado libremente.

Como hace ver el padre Castellani, Satanás tentó a nuestro Señor, no de sensualidad como dice la gran mayoría de los exegetas modernos, eso sería un desatino, inducir a un gran hombre religioso del desierto sensiblemente, sino que había que hacerlo espiritualmente con la soberbia, con el orgullo que es mucho peor que lo sensible, que lo sensual, que la concupiscencia de la carne; lo provocó con el orgullo, con la soberbia que no se ve, que no se manifiesta, que no se palpa pero que es peor; así, entonces, a través de esa triple tentación, de ese triple ataque quiere ver si en definitiva era el Mesías, el Enviado, el Ungido de Dios y por eso lo tienta con el pan, después de ayunar cuarenta días y cuarenta noches, en el momento neurálgico y más crítico en que debía romper el ayuno se lo ofrece. Le dice que convierta las piedras en pan y nuestro Señor le responde magistralmente: “No sólo de pan vive el hombre, sino de toda palabra de Dios”.

El verdadero alimento es la palabra de Dios. Derrotado entonces en este intento Satanás, como dueño y amo del mundo o del universo, o por lo menos de esta tierra, atrevidamente, lo transporta de esa montaña cerca de Jericó a Jerusalén, a una distancia que puede ser de veinte o treinta kilómetros; lo lleva y lo pone encima del pináculo del templo y le dice que se tire porque escrito está que “los ángeles no dejarán que tropiece tu pie”, sino que ellos Le recogerían antes de que se hiciera daño al llegar abajo.

Pero nuestro Señor, ni lento ni perezoso, le responde y le replica: “También escrito está, no tentarás a Dios”; porque pedir milagros imprudentemente, indiscretamente, precipitadamente, es tentar a Dios. Cuántos no lo hacen, diciendo: “¿Por qué Dios no hace que me gane la lotería si estoy en la miseria”, “por qué Dios no cura a mi hijo que tiene cáncer o a mi madre o a mi padre”, o lo que sea. Y porque no les hace ese favor se ponen en contra de Dios y de la Iglesia por orgullo, cuando la enfermedad, la calamidad debiera acercarnos a Dios suplicantes y si Él quiere y nos conviene para la salvación de nuestra alma, entonces que se produzca la sanación si fuere el caso. Pero, ¿qué haría yo con ganarme la lotería?, ¿para malgastarla en un casino; para prostituirme en prostíbulos, para holgazanear en el mundo, para hacer maldad creyéndome todopoderoso, o abusar de la salud? Dios no obra muchos milagros que podría hacer porque sencillamente no nos convendría o a nosotros o a esa persona a la que queremos que se le haga.

No sólo de pan vive el hombre, sino de toda palabra de Dios”, “no tentarás a tu Dios” le responde nuestro Señor. Queda Satanás por segunda vez destrozado, derrotado. Pero el muy pérfido vuelve insidiosamente, no se da por derrotado, sino como una mujer; por eso dicen los Santos Padres que es peor la mala mujer que el mal hombre.

Vuelve Satanás una tercera vez para quitarse la duda y si no para hacerse adorar; lo toma y lo lleva a un monte muy alto y le muestra todas las riquezas, pompas, glorias y poderes de este mundo y le dice que todo eso se lo daría si él le adorase. ¡Qué atrevido, qué sinvergüenza! Y eso que era una de las criaturas más excelsas, más inteligentes, quizás como dicen algunos Santos que era el ángel de luz por encima de todos y por eso su nombre Luzbel, luz bella, y quien sin embargo claudicó por la soberbia.

Podemos preguntarnos cómo tenía tanto poder al ofrecerle esas riquezas, cómo fue que nuestro Señor no lo desmintió ni le dijo ¡mentiroso, eso no es tuyo sino que es de Dios!, sin necesidad de haberle dicho que era suyo, porque en cierta forma, como dicen los Padres de la Iglesia, el mundo, el universo, o por lo menos esta tierra, este planeta, este sistema solar, o esta galaxia pertenece de algún modo a Satanás que fue predestinado para que fuera él quien gobernara esta maquinaria terrenal y por eso es el príncipe de este mundo, por eso tiene poder material físico, ese espíritu sobre las cosas, sobre la naturaleza. Por eso se dan las infestaciones, las posesiones demoniacas, diabólicas y de ahí también entonces la necesidad de los exorcismos y las bendiciones.

Finalmente, nuestro Señor le responde: “¡Vade retro, Satana!”, ¡retírate!, ¡hacia atrás, Satanás!, porque escrito está: Al Señor tu Dios adorarás, y sólo a Él servirás.” Nuestro Señor tampoco le responde ni le dice: “Yo soy ese Dios”, sino que le contesta con esta otra parte de la Escritura que afirma que solamente a Dios se le debe adoración.

Vemos que en esta triple tentación, la primera, que nos queda a nosotros, a la Iglesia, a la parte humana de la Iglesia, a los hombres, procurarse bienes materiales a través de la religión. Primera tentación en la que vemos ya ha caído la jerarquía actual, preocupada por los bienes terrenales, por el pan, creando la dialéctica, interpretando el Evangelio en esta forma; de allí la teología de la liberación y todos los comunistas que han salido del seno de la Iglesia, los curas, los jesuitas y digo los estos, no porque los dominicos o los franciscanos no lo sean, sino porque ellos, siendo más poderosos, fueron pregoneros de la revolución en América como en Chile, Colombia, Guatemala donde usan la religión para procurar bienes materiales.

Segunda tentación: procurarse el prestigio y el poder, el imperio, el mando a través de la religión; y ¿no vemos eso hoy? Los obispos pavoneándose como grandes sabios cuando viven en el error; los sacerdotes, las monjas, todo consecuencias del Concilio Vaticano II, cambiando la faz de la Iglesia aprovechándose de la religión; la misma jerarquía, en países laicos y masones como Francia, como ver al cardenal Lustiger amigo de ese gobierno masón ha impedido que todos los bienes que los fieles han donado a su muerte para la Fraternidad de San Pío X pudiese recibirlos. Son hechos.
Y así, cuántos otros usando el poder, el prestigio, la fama en provecho propio, se procuran poder a través de la religión. Por ello mucha gente se aleja de la Iglesia escandalizada y muchos se vuelven protestantes, ateos, o comunistas.

Y, ¿no es en el mismo orden en que utilizan el poder desde el Vaticano para destruir a un obispo fiel como monseñor Lefevbre y para someterlo bajo una falsa obediencia a que sea como ellos? Porque hasta eso le propusieron: comprarle un palacete para que viviera como un cardenal, o mejor quizás, y se quedase tranquilo viviendo de vacaciones; eso le pidieron cuando era Superior de los padres del Espíritu Santo para que no predicara la verdad. ¿Eso no es acaso utilizar el poder en contra de la religión y de la verdad? ¿No es en gran parte lo que San Pablo en la epístola de hoy ha dicho, “consideraos como últimos, como si nada tuviésemos, como castigados cuando todo lo tenemos”?, cuando estamos en la verdad; eso nos pasa a los fieles que continuamos firmes en la Tradición. Y no se olviden: cuando se sientan tentados, lean la epístola de hoy para que se vean en cierta forma reflejados en esta gran persecución de Satanás, que en definitiva ha entrado en la Iglesia, como lo dijo Pablo VI, y hoy estamos viendo los frutos.

Tercera tentación. En las anteriores ya ha caído la gran parte de la jerarquía oficial porque nadie se atreve a decir y a predicar lo contrario; la tercera tentación diabólica, perversa, de adorar a Satanás, ¿lo logrará? He ahí el gran misterio de iniquidad. He ahí la abominación de la desolación en el lugar santo, ¿logrará hacer que la Iglesia en su contexto humano adore a Satanás? Tal vez esté por producirse, por verificarse. Y no me hago el profeta, sino que sencillamente sigo la exegesis de la Iglesia, lo que nuestro Señor dice en los evangelios: “Cuando vuelva, ¿encontraré fe...?”.
¿Qué hará el anticristo que se sentará en Roma?, porque así lo dice nuestra Señora en La Salette: “Roma perderá la fe y será la sede del anticristo”. ¿Para qué? Para hacer adorar en definitiva a Satanás, y por eso la gran apostasía, la gran tribulación de los últimos tiempos en los cuales vivimos y en los que, lejos de aterrarnos, con fe y esperanza debemos enfrentar. Hay que enfocar esa realidad que nos está tocando vivir y no pasárnoslas viendo televisión y leyendo revistas que por muy buenas y muy verdaderas no dejan de ser estupideces en comparación con todo lo que está involucrando a la Iglesia a punto de caer, en su parte humana, en esa terrible y demoniaca tercera tentación.

Que no nos demos cuenta es el colmo, porque no hay quien lo predique, quien lo diga, quien lo clame. ¿Por qué? Por cobardía, ignorancia, estupidez humana, o lo que fuera. Por eso el padre Castellani ha sido uno de los grandes exegetas del siglo XX, porque lo avizoró, lo dijo y lo anunció y por ello fue desterrado de la Compañía de Jesús cuando era el teólogo, el doctor sacro bulado por Pío XII.

Para que nos hagamos una idea, eso le permitía predicar y escribir sin el nihil obstat, como doctor sacro de la Iglesia universal. Y, ¿cómo murió? Recluido en un apartamento de dos habitaciones llenas de libros, pero aislado, difamado; se le había prohibido decir la Misa durante muchos años, casi lo vuelven loco en Manresa. Así trataron a este doctor por señalar con el dedo lo que ahora les estoy diciendo y por eso, mis estimados hermanos, esta triple tentación debemos meditarla hoy más que nunca, y tener cuidado porque Satanás no llegará a hacerse adorar de golpe, necesitará primero quitar la esencia a la religión católica. Por eso vaciará el culto de la Santa Misa, de los sacramentos, de la doctrina, de las verdades católicas, de los dogmas. Lo que se viene haciendo desde el Concilio Vaticano II, con toda la innovación revolucionaria de la liturgia y de la teología.
Satanás necesita un culto falso, vaciado de su contenido para lograr que le adoren, que la Iglesia en su contexto humano caiga en la tercera tentación y le alabe.

Pidamos a nuestra Señora que nos ayude a meditar y tener presente todo esto para que permaneciendo siempre fieles adoremos a nuestro Señor Jesucristo y no a otro. +

PADRE BASILIO MERAMO
9 de marzo de 2003

miércoles, 18 de febrero de 2015

Miércoles de Ceniza, MEMENTO HOMO



Extracto del Sermón del R.Padre Méramo del Domingo de Quincuagésima en febrero de 2001.

...Con los domingos de Septuagésima, Sexagésima y Quincuagésima, la Iglesia nos prepara para la Cuaresma que comienza con el Miércoles de Ceniza y que nos conduce, nos lleva al misterio de los misterios, la Pascua de Resurrección. Y para prepararnos bien a la Resurrección, a ese misterio fundamental de nuestra fe, la Iglesia nos invita a la oración, al sacrificio y a que vivamos también la Pasión de nuestro Señor y su crucifixión antes de resucitar. Este es el significado y simbolismo de la Cuaresma que con el preludio de estos tres domingos nos vayamos adentrando en ese espíritu de sacrificio de la Pasión de nuestro Señor que debemos tener presente a todo lo largo de nuestra vida.
La religión católica es inconcebible sin sacrificio, sin la Pasión de nuestro Señor. Lamentablemente el mundo pagano festeja para estas fechas todo lo opuesto, el carnaval, que es un festival pagano de la carne, es una fiesta antiquísima que ha sido imposible erradicar, ni siquiera con todos los siglos de cristianismo, por lo que en muchos lugares se hace durante estos días reparación ante el Santísimo, por los desmanes que se cometen en estos días cuando debiera ser lo opuesto, una preparación para la Cuaresma. Eso nos demuestra cuán opuesto es el espíritu católico al espíritu del mundo, son antagónicos y esos dos espíritus están en nosotros, el espíritu del mundo y de la carne simbolizados por el viejo hombre, y el espíritu católico simbolizado por el nuevo hombre.
Ese es el combate permanente que sostendremos durante toda nuestra vida, de ahí que debamos estar alertas para que no venza en nosotros el espíritu de la carne, el espíritu del viejo hombre. Ese es el ejemplo que nos han dado los Santos, la lucha y la victoria sobre la carne, y ese es el espíritu que se intensifica en la Cuaresma. No es que la religión pida que seamos masoquistas; simplemente la religión católica es una religión con espíritu de sacrificio, el sacrificio de nuestro Señor, su inmolación al Padre Eterno por nuestros pecados, la víctima inocente. Ese es el significado del sufrimiento cristiano católico y aun el de las víctimas inocentes como pueden ser los niños sin uso de razón, como el sacrificio de los Santos Inocentes y eso explica lo que el mundo no entiende por no tener la fe y la concepción católica de las cosas; cuando le reprocha a Dios el sufrimiento de personas inocentes, juzgan de acuerdo al mundo para reprocharle. De ahí la necesidad de que sepamos ofrecer los sufrimientos a imagen de nuestro Señor, por nuestros pecados y también por los de los demás. Los grandes Santos no sufrían solamente por sí, sino también por los demás, por la Iglesia.
Hoy, como nunca, hay que sufrir por la Iglesia, por todo lo que está aconteciendo dentro de ella, por la pérdida de fe, por la apostasía, por la corrupción de la religión, por la corrupción del orden social católico, por la destrucción de la familia y de las naciones católicas, por el mal ejemplo, los escándalos, el pecado institucionalizado. Siempre hubo pecados y maldad, pero nunca hubo el pecado como hoy, proclamado e institucionalizado con el descaro que se ve.
Antiguamente el pecador reconocía que lo era, que era miserable, que estaba conculcando la ley de Dios; hoy es todo lo contrario, esa ley de Dios ya no se proclama, ya no existe, lo que existe es la ley del hombre, la libertad del hombre, la dignidad del hombre, los derechos del hombre, la religión del hombre y por eso es una religión que no implica sacrificio, que no tiene la noción de la Santa Misa sino de una cena al estilo protestante, porque, en definitiva, es una religión del hombre, que utiliza el título de católica, se sirve de la reputación de la religión católica y se encubre bajo ese nombre, pero no es la religión católica, es la religión del hombre, no es la religión por Dios, por lo cual se la hace fácil, sin sacrificio, que “cada cual haga lo que quiera, es su conciencia la que determinará si está bien, si está mal”.
Y así se conculcan los derechos más sagrados de Dios y se destruye todo principio de orden, de felicidad y de bienestar, por eso el mal y la gran amenaza que hay sobre el mundo, el castigo de Dios que tarde o temprano vendrá, esa purificación que tendrán el mundo y la humanidad. De ahí que nosotros debemos purificarnos sufriendo con paciencia estos males que afectan a la Iglesia, que afectan a la religión y que hacen que la Iglesia sufra en carne propia la Pasión de nuestro Señor y que así, sufriendo el Cuerpo Místico de Cristo que es la Iglesia, salgamos acrisolados, purificados, como el metal que se purifica al contacto con el fuego.
Aprovechemos esta Cuaresma para que se intensifique el deseo de reparación, de purificación, de sacrificio, de inmolación; que dispongamos bien nuestras almas para poder regocijarnos después con la resurrección de nuestro Señor, esa resurrección que también es promesa para todos aquellos que somos sus fieles. De ahí la importancia de la fidelidad a la gracia divina, la fidelidad a nuestro Señor...

domingo, 15 de febrero de 2015

DOMINGO DE QUINCUAGÉSIMA


Amados hermanos en nuestro Señor Jesucristo:
Nos encontramos en el domingo de Quincuagésima, que significa los cincuenta días que nos separan de la Pascua de nuestro Señor, estos tres domingos antes de comenzar la Cuaresma. El tiempo de Septuagésima, es un preludio para la Cuaresma, es decir una preparación para que nos dispongamos a celebrarla santamente, y con la mortificación de este tiempo a través de la penitencia, el ayuno, la oración, el sacrificio intensificado, nos preparemos para la gran fiesta de la Pascua.

En este domingo vemos cómo nuestro Señor anuncia su muerte, su Pasión, pero los discípulos no comprendían ese lenguaje. Sin embargo, nuestro Señor lo manifiesta para que cuando llegue la hora lo recuerden y se les mitigue esa gran pena, esa gran desolación, ese abandono por la muerte en la cruz. Y vemos cómo cura al ciego en esta ocasión que le llama Hijo de David. No había expresión más excelsa, más honorable, más que decir aquí doctor, como tontamente en estas tierras se le dice doctor a cualquiera. Pues mucho más que decirle así a alguien, era decirle antaño hijo de David. Era ensalzarlo a ese linaje del rey David, mucho más que el nombramiento de doctor tan vulgarizado en nuestro país.

Pues así este ciego le pide a nuestro Señor que le cure y Él al oír los gritos desaforados, podríamos decir impertinentes, lo manda traer y le pregunta que quién es, qué quiere y él le pide que vea, que le dé la vista, y nuestro Señor se la concede, lo cura y le dice que su fe le ha salvado. ¿Por qué? Porque sencillamente para pedirle a nuestro Señor ese milagro, tenía que tener fe y este buen ciego la tenía; nuestro Señor quiso entonces premiársela dándole la luz de la vista, puesto que la fe es la luz divina, la luz sobrenatural que nos hace conocer y adherir a la Verdad Eterna que es Dios y a toda otra verdad en el nombre de Dios.

La fe tiene por objeto tanto material como formal, a la Verdad Primera que es Dios en su doble aspecto objeto material y objeto formal, cosa que pasa desapercibida u olvidada; la fe es esa adhesión a la Verdad Primera, a Dios, propuesto como verdad a nuestra inteligencia. De ahí la gran corrupción que provoca Satanás y todos sus secuaces para destruir las inteligencias, para que no se adhieran a la Verdad primera. Por eso a este pobre ciego que algunos dicen que era Bartimeo, nuestro Señor quiso premiarlo con la luz natural como síntoma de esa luz espiritual que ya brillaba en él.

Y nuestro Señor elogia esta fe, la que es el fundamento de la Iglesia católica, apostólica, romana, junto con el otro gran basamento que son los sacramentos de la fe, como dice Santo Tomás de Aquino. Si se sacude la fe se está quitando el apoyo de la Iglesia católica, se tambalea la Iglesia y se socava la fe. De ahí el gran cuidado de conservarla, hoy más que nunca porque es de difícil adquisición. Ya no se sabe a dónde ir o recurrir para tener la fe, porque aun ni yendo a Roma encontramos la fe católica, apostólica, romana, mis estimados hermanos. Si vamos al clero, no encontramos la fe católica, sino una parodia, un sustituto, pero no encontramos la fe simple y pura.

Ese es el logro de las tinieblas, de Satanás, que ha complicado esa luz sobrenatural de la fe, dificulta que nuestra inteligencia que se adhiera a esa verdad primera y que se profese esa fe; son muy pocos los que la ejercen en estos tiempos de universal apostasía que nos ha tocado vivir, en los cuales debemos armarnos para no sucumbir y mantener esa llama viva de la fe, para no estar más ciegos que el del Evangelio de hoy, que no veía; mucho peor que no ver, es no tener la luz de la gracia de Dios en los corazones. Poco nos importaría ver o no con los ojos de la carne si nuestra alma estuviera inundada de la luz de la gracia de Dios. Y por eso el mundo está lleno de densas tinieblas, aunque alumbre la luz del sol porque falta el sobrenatural que es Cristo.

El mundo de hoy más que nunca le rechaza y ese rechazo hoy se hace con la connivencia, con la anuencia de aquellos pastores que por sus cargos debieran ser la luz del mundo y que lamentablemente no lo son.
Y por eso el nefasto acto de Asís se ha vuelto a repetir este año, y hay que decirlo y recordarlo. La pertinacia en el error, rebajando a Dios a cualquier concepto que se tenga de su dignidad; degradándolo a un concepto pagano de dios que no es el Dios de la revelación, no es el Dios Uno y Trino, ni el único camino que es el Verbo Encarnado, nuestro Señor, pues no hay otro camino. Buda no es un camino, ni Confucio, ni Mahoma, ni ningún fantoche de esos que fundarono dirigen las falsas religiones, invenciones del demonio como muy claramente lo dice el Salmo 95, que el dios de los gentiles, es decir, de los infieles, es obra del demonio.

Entonces es absurda, ilógica esa reunión, esa degradación, esa negación del Credo, de su primer artículo que es el símbolo de nuestra fe, pero que no lo ven, el mundo no lo quiere ver y Roma paganizada tampoco, convirtiéndose en una Babilonia como ya la llamaba San Pedro cuando escribía desde Roma; la Roma sin fe es la Babilonia del Apocalipsis, la falsa religión, la mujer vestida de escarlata, la mala mujer que cabalga sobre la bestia bebiéndose la sangre de los mártires y que en la frente lleva la palabra misterio, el misterio de la religión prostituida de los últimos tiempos. De todo lo cual ya nos hiciera advertencia, mil veces, nuestra Señora en sus apariciones y en la principal, la de La Salette; todo para advertirnos que no perdamos la fe a instancias de Roma paganizada, de la Roma moderna, para ser fieles a la Roma sempiterna, a la eterna, a la católica y apostólica.

Para que bajo una falsa obediencia, bajo pretexto de autoridad no se nos conculque a perder la fe; ese es el gran mérito de los pocos fieles que permanecen leales a nuestro Señor y a la Iglesia católica, apostólica y romana. Ese es el gran combate que pocos, muy pocos entienden o quieren entender y es el que les corresponde a ustedes mis estimados fieles, comprender y pedir para que no apostaten, para que no desertemos, porque es una visión espeluznante la caída de sacerdotes, inclusive tradicionalistas, que oyen a la sirena y caen por la presión espantosa del error bajo el peso de la autoridad corrompida.

“¿Qué será de la sal si pierde su sazón?”. Para nada vale ya, sino para que la tiren a la calle y la pise la gente, pues eso es lo que vale un cardenal, un obispo, un sacerdote o el clero que no tiene la sal de la fe, que le pisoteen la cabeza. Y eso no lo digo yo, mis estimados hermanos, lo dice el Evangelio de nuestro Señor; lo que pasa es que no tenemos fe, no sabemos juzgar las cosas con ella y ser consecuentes; por ello nos gusta entonces el contubernio, la amalgama, la combinación, la diplomacia. Para seducir y corromper siguiendo así la obra de Satanás.
Por eso es un gran deber de los pocos fieles, de los pocos sacerdotes, de los pocos obispos; no sé si quedará por ahí algún cardenal que ciertamente no es monseñor Castrillón, porque es uno de los peores, que hizo caer al clero fiel de monseñor don Antonio de Castro Mayer, ya reciclándolos, ya homologándolos bajo la presión de la autoridad y que nos haría caer, que haría caer a la Fraternidad Sacerdotal San Pío X, si no permanecemos fieles y vigilantes al espíritu de monseñor Lefebvre, de monseñor de Castro Mayer; estos fueron los San Atanasios del siglo XX, porque no hicieron más que recordar los principios de la fe, para que salvemos nuestras almas y no caer seducidos en el error, tonta y estúpidamente.

Por eso tenemos que pedir, mis estimados hermanos, más que la visión que pidió este ciego, la luz, la visión sobrenatural de la fe, para que nos adhiramos de todo corazón a la Verdad Primera que es Dios y así salvar nuestras almas y las del prójimo en esta gran confusión. Este es el mensaje que nos debe quedar si confrontamos el Evangelio de hoy, con lo que está pasando de un modo más agudo, más crítico y más grave, para el mundo y para la Iglesia, y por tanto, para nosotros, que sin ser del mundo, vivimos en este mundo queriendo ser fieles y dignos hijos de la Iglesia católica, apostólica y romana, fuera de la cual no hay salvación.

Pidámosle a nuestra Señora, a la Santísima Virgen María, que con esa fe podamos entrar en esta Cuaresma y en esta la verdadera Pasión de la Iglesia, porque al igual que nuestro Señor, la Iglesia está siendo crucificada. Por eso debemos permanecer de pie como nuestra Señora al pie de la Cruz mientras los apóstoles huyen aterrados abandonándolo; por eso es la hora de la Virgen María, de la Santísima Virgen María, para mantenernos de pie en esta segunda crucifixión de nuestro Señor en su Cuerpo Místico que es la Iglesia católica, apostólica y romana. +

PADRE BASILIO MERAMO
10 de febrero de 2002


jueves, 12 de febrero de 2015

El R:P: Méramo escribe: a los Impotentes MUY ORONDOS



Non Possumus y el Padre René Trincado, que está detrás, como no pueden (haciéndose
eco inconscientemente del nombre que llevan), publican muy orondos el libro del P.
Emmanuel pretendiendo rebatir el Milenarismo Patrístico de la exégesis común de la
Iglesia Primitiva, durante por lo menos los tres primeros siglos de su historia y
pretenden hoy pisotearla, esos que dicen ser tradicionalistas, sin percatarse que no
hacen más que alinearse en las filas del progresismo del insigne modernista y apóstata
Lamennais, si juzgamos de acuerdo a lo expresado por el P. Castellani en este texto:
“En suma: es la vulgar actitud conciliadora y contemporizadora del ‘evolucionismo
teológico’, la herejía más difundida y menos conocida de nuestros días: que tiene
como raíz el no pensar en la Parusía ni tenerla en cuenta, ni creerla quizá, sin
negarla explícitamente; polarizando las esperanzas religiosas de la humanidad hacia
el foco del ‘progresismo’ mennesiano”. (Los Papeles de Benjamín Benavides, ed.
Dictio, Bs.As. 1978, p. 312).
Aunque el P. Emmanuel no es milenarista, como es de esperar puesto que la escuela
francesa es muy reticente y hacia al milenarismo de modo general, aunque haya
excepciones, sin embargo este autor una es aproximación silenciosa al milenio, pues
mucho de lo que dice, se aplica literalmente al milenio con el cual encaja, si bien se
mira. Claro está que esto es pedir mucho al P. René Trincado que ni cuenta se da por
su escasa formación y estudio sobre el tema, como el mismo lo admitió hace poco más
de un año, al decir que no sabía mucho del tema, pero vemos que hoy lo impugna
acérrimamente, influido y respaldado quién sabe por qué mano (o mente) siniestra.
Con este propósito cita el libro del P. Emmanuel que tiene un prefacio de Mons.
Lefebvre, quien veía la realización profética de lo anunciado por el Apocalipsis en
nuestros días, ante la crisis de la hora presente; pero de esto ni cuenta se da el P. René,
dada su actual obcecación visceral antimilenarista.
Pareciera que es mucho pedirle al P. René que analice lo que el P. Emmanuel dice:
“Hemos dicho y mantenemos como incontestable, que la muerte del Anticristo será
seguida de un triunfo sin igual de la Santa Iglesia de Jesucristo” (La Sainte Église, ed.
Clovis, 1997, p. 334), y se dé cuenta de lo que esto implica.
Esta afirmación implica que el Triunfo de la Iglesia es después de la Parusía, si no
retorcemos los argumentos y se tiene en cuenta lo que dicen las Sagradas Escrituras,
que el Anticristo será destruido por Jesucristo, quien con el soplo de su boca lo matará.
Y esto evidentemente sólo puede acontecer por su Parusía, tal como lo afirma
expresamente la Escritura: “Y entonces se hará manifiesto el inicuo a quien el Señor
Jesús matará con el aliento de su boca y destruirá con la manifestación de su
Parusía” (II Tes. 2, 8).
El mismo San Agustín, que aunque cambió de parecer sobre el Milenarismo Patrístico
que él profesaba, y sin condenarlo ni él ni San Jerónimo, puesto que muchos santos
mártires lo habían enseñado, dice: “La última persecución que ha de hacer el
Anticristo, la extinguirá con su presencia el mismo Jesucristo, porque así lo dice la
Escritura: ‘Que le quitará la vida con el espíritu de su boca y le destruirá con el solo
resplandor de su presencia’ ” (La Ciudad de Dios, cap. 53). Luego, es evidente, nos
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guste o no nos guste, que la muerte del Anticristo será producida por la intervención de
Cristo el día de su Segunda Venida o gloriosa Parusía, bajando de los cielos con todo el
poder divino de su gloria y majestad.
Es más, esa gran unidad (como consecuencia del triunfo) de la que habla el P. Emanuel
al decir: “… en una palabra, realizándose la gran unidad comprada al precio de la
sangre de un Dios, un solo rebaño y un solo pastor” (Ibídem, p. 335), sólo puede
realizarse cabal y plenamente en el milenio.
San Luis María Grignion de Montfort, en su famosa Oración Abrazada dice: “Vuestra
divina Ley es trasgredida, vuestro Evangelio es abandonado, los torrentes de
iniquidad inundan toda la tierra y arrastran hasta a vuestros seguidores, toda la
tierra está desolada, la impiedad está sobre el trono, vuestro santuario es profanado
y la abominación está hasta en el lugar santo. (…) ¿No tendrá que hacerse vuestra
voluntad en la tierra como en el cielo y que vuestro reino arribe? ¿No habéis
mostrado por adelantado a algunos de vuestros amigos una futura renovación de la
Iglesia? ¿No es esto lo que la Iglesia espera?, ¿Todos los santos del cielo no os gritan
justicia: vindicat? ¿Todos los justos de la tierra no os dicen: amén, veni, Domine?
¿Todas las criaturas incluso las más insensibles gimen bajo el peso de los pecados
innombrables de Babilonia y piden vuestra venida para restablecer todas las cosas:
omnis criaturas ingemiscit, etc”. (Oeuvres Complètes de Saint Louis-Marie Grignion
de Montfort, ed. du Seuil, 1966, p.677).
Esto es ni más ni menos que el Triunfo glorioso de Cristo Rey el día de su Parusía
inaugurándose así el famoso Milenio o Reino de Cristo, el Reino de los Sagrados
Corazones de Jesús y María, o también como dijo Nuestra Señora en Fátima: “Al fin mi
Inmaculado Corazón triunfará”. Al fin significa: al fin y al cabo o a pesar de todo y
contra todo, incluso después de lo que dijo en La Sallete, que la Iglesia será eclipsada,
el clero será pestilente como cloacas de impureza y que Roma perderá la fe y será la
sede del Anticristo. Pero así y todo, como está la promesa infalible de que las puertas
del infierno no prevalecerán sobre la Iglesia, se ve como pudo afirmar Nuestra Señora
absolutamente y sin condiciones de ninguna clase, que al fin su Inmaculado Corazón
triunfaría. ¡Qué gran y mayor esperanza bienaventurada para la pobre Iglesia
perseguida y reducida a un pequeño rebaño disperso por el mundo!
Esta es la bienaventurada esperanza de la que nos habla San Pablo en la epístola a Tito,
“Para que renunciando a la impiedad y a los deseos mundanos vivamos sobria, justa
y piadosamente en este siglo actual, aguardando la dichosa esperanza y la aparición
de la gloria del gran Dios y Salvador nuestro Jesucristo” (Tito 2, 12-13), y esto es lo
único que hará resistir firmes en la fe a los pocos católicos que se mantengan fieles a
Cristo y a su Iglesia en medio de la Gran Tribulación y de la Apostasía Universal.
P. Basilio Méramo

Bogotá, 12 de Febrero de 2015

domingo, 8 de febrero de 2015

DOMINGO DE SEXAGÉSIMA


Amados hermanos en nuestro Señor Jesucristo:

Durante este preludio de la Cuaresma la Iglesia nos presenta en el Evangelio la parábola del sembrador que nuestro Señor mismo la explica a sus discípulos ya que no la comprendían. Nuestro Señor les dice irónicamente que habla en parábolas para que no entiendan. No es que nuestro Señor les hable así para que no capten como leemos en el evangelio si se le interpreta al pie de la letra, sino que Él lo dice de un modo irónico, un modo indirecto de decir las cosas al revés para que surtan el efecto deseado. Como aquel que por advertir a alguien, en vez de decirle: tenga cuidado no se le caiga tal cosa, directamente le dice que se le caiga. Ironía que no es burlesca o hipócrita, sino producida por el celo por las cosas de Dios. Nuestro Señor les hablaba en parábolas no para que no entendieran; cuando lo que Él quería, justamente, era que entendiesen a través de esas semejanzas o comparaciones naturales las realidades de orden sobrenatural que eran difíciles de interpretar normal y comúnmente.

Y con la enseñanza de hoy nuestro Señor quiere mostrarnos la suerte de la semilla de la Palabra de Dios esparcida en el mundo. La respuesta que tiene esa semilla como fruto es un verdadero misterio. Nosotros no sabemos quiénes se salvan ni quiénes se condenan; si nos vamos a salvar o a condenar. La salvación se debe al fruto que produce la semilla, la palabra de Dios en nuestros corazones, en nuestras almas. Pero no todos tenemos la misma disposición, no todos corren la misma suerte, hay una elección fundamental, elemental, que nos pone en consonancia o en disonancia con Dios, esa elección del libre albedrío, de la libertad, porque libremente nos salvamos o nos condenamos, y para ello necesitamos la gracia de Dios.

Hay, pues, una elección que cada uno hace con Dios o contra Él; he ahí el gran misterio de la libertad, del fuero interno de cada uno. De esa decisión que está en lo más profundo de nuestra alma viene la respuesta y según ésta se da esa disposición para que germine y dé fruto o no, esa semilla que debería crecer y fructificar en el alma.

Coloca entonces cuatro ejemplos: tres de ellos, en los cuales no hay fruto, porque cae en mal lugar, en mala tierra, en mal corazón. La semilla que cae a la orilla del camino pero que viene el diablo y arrebata la palabra de Dios y es como si resbalase. La segunda porción, la semilla que cae entre las piedras, que crece, germina, pero al no haber raíces sólidas se pierde. Y la tercera, la que cae entre espinas y que por esas espinas la semilla es sofocada. La cuarta parte, que cae en tierra buena y da fruto y de ese fruto sabemos en otros pasajes del Evangelio, que unos dan el treinta, otros el sesenta y otros el ciento por ciento, que podríamos decir son los incipientes, los píos y los perfectos según la clasificación de las tres edades de la vida interior. Hay entonces una gradación; siendo la misma palabra de Dios, no en todos da el mismo resultado. Esa es la gran moraleja, la gran lección.

Lo que quiere nuestro Señor es que seamos buena tierra, bien abonada para que la semilla dé fruto; que no seamos de los que reciben su palabra pero que se les resbala, que poco caso hacen de ella; viven en la superficialidad, en la vanidad; de pronto se entusiasman en un momento efímero, como los fuegos de artificio, que duran unos segundos y luego desaparecen, se acaban.

Cuántas almas fogosas, en un instante de entusiasmo oyen la palabra de Dios, pero a la vuelta de la esquina ya van como si no hubieran oído absolutamente nada. Otra clase de personas, quizás menos superficiales, menos casquivanas, logran que la palabra de Dios germine, pero ante la dificultad por falta de esfuerzo, por flojera, no perseveran y entonces la semilla que crece se marchita, no produce fruto ante la dificultad, ante la contradicción, no hay hondas raíces, sólidas, no ha penetrado; es como quien siembra una planta a flor de tierra, se cae, echa raíces pero éstas no mantienen esa planta en pie. Y a cuántas personas vemos, incluidos todos nosotros, en quienes la semilla, la palabra de Dios, no tiene ese arraigo, esa penetración que nos haga mantener firmes, de pie, sólidamente, sin sucumbir ante la adversidad, ante la contradicción, ante el esfuerzo, ante el sufrimiento que implica la vida presente y más si se quiere vivir cristianamente, católicamente, y mucho más si se vive en un mundo como el de hoy, adverso a Dios, a la virtud, al bien, donde el pecado, el mal, tiene carta de ciudadanía. Eso es lo que hacen los medios de difusión, introducir el mal como si fuese bueno, aceptable, y eso en todos los órdenes, aun en el artístico como los adefesios que hace Botero.

¿Quién se escandaliza hoy de ver una pareja manoseándose en plena esquina? La niña o la mujer se prostituyen públicamente, es lo más normal del mundo, ¿quién les dice algo? Cuando antes algo así era denunciado, intervenía la policía, hoy es lo más normal, como el nudismo en las playas, lo más normal del cuento; lo raro es quien no hace eso; lo común es abortar, usar anticonceptivos, y no terminaría si comenzara a enumerar. Todo es general, menos la virtud, el bien, la pureza, la castidad, la virginidad, la veracidad, la palabra, la honradez.

Se ha dado vuelta al mundo; nos han dado vuelta los principios, los conceptos y esto es por la maldita televisión que nos emboba, me entristece decirlo, pero eso demuestra la perversión de nuestro corazón que nos gusta lo malo, pues si no nos gustara, no tendríamos esa atracción por el maldito aparato; y no es por lo de las “noticias”, eso es mentira, pues éstas son el gancho, si es que noticias podemos llamar a ese bombardeo incesante de información sin ton ni son; porque no sabemos cuál es la causa ni las consecuencias, ni los efectos de aquello con que nos atiborran sin poder ni siquiera reflexionar.

Comprobamos, pues, que es difícil mantenerse hoy como buen católico; incluso, ser un hombre normal cuando hoy el lesbianismo, la homosexualidad y cualquier perversión, tienen estatus social legal; lo que es antinatural. Entonces, ¿qué debemos hacer para poder vivir cristianamente y aun si se quiere, vivir naturalmente como un hombre normal. Es casi imposible hoy en día, sin un esfuerzo prácticamente sobrehumano. Luego cuántos no dejan, abandonan y abandonamos el camino por la falta de esfuerzo; no solamente pasa eso en la gente, en los fieles, en los sacerdotes; cuántos no se cansan y nos cansamos de la dificultad. ¿Qué les ha pasado a los padres de Campos? ¿Por qué cedieron? Porque hay una fatiga. Hay un desgaste y eso hace que uno claudique habiendo oído la palabra de Dios sin echar raíces hondas, sólidas.

Las raíces sólidas consisten en la capacidad para el sufrimiento que el mundo moderno no nos da; hoy no se quiere sufrir, no se quiere el dolor; en cambio el cristianismo nos enseña que el dolor y el martirio son fuente de redención, eso es la cruz, y por eso nosotros tenemos que asumir nuestra cuota de calvario, de suplilcio para asimilarnos y configurarnos en nuestro Señor. El mundo moderno eso no lo enseña, en cambio fomenta otra cosa: la diversión, la comodidad, lo placentero, todo lo que favorece la flojedad y por eso estamos espiritual y físicamente débiles, no tenemos espíritu aguerrido. Al contrario, estamos propensos a la depresión, a la neurosis, al estrés, sin culpa, como víctimas de un mundo que vive en el ruido, en la velocidad supersónica, que nos hace incapaces de adaptarnos a situaciones, porque cuando ya casi nos adaptamos a una viene otra, luego otra y otra. ¿Qué cuerpo aguanta?, ¿qué nervios toleran?

Esa es la aceleración del mundo moderno que desquicia, que nos desquicia y de ahí el sumo cuidado que debemos tener para no sucumbir, la necesidad de soledad para la oración, para la contemplación, para refugiarnos en Dios. Por eso la semilla que cae entre las piedras, por falta de hondas raíces queda sin fruto, se pierde. Y la otra parte, la que cae entre las espinas es el mundo con toda esa lucha que acabamos de describir y que de pronto se vuelve en nosotros una agonía; porque somos, o nos creemos, incapaces de poder sobrellevar ese aguijón, esa espina, esa dificultad agudizada que no es de un modo general sino de un modo más particularizado y que hace que no dé fruto la palabra de Dios como aquel a quien se le amputa un miembro. Quedamos amputados, sofocados por esas dificultades graves que encontramos a lo largo de nuestro camino, de nuestra existencia. Cuánta gente es buena, muy buena, por un tiempo, incluso largo tiempo y de pronto una gran desgracia, inesperada, violenta, la hace sucumbir, al igual que al sacerdote o simple fiel, por las espinas del mundo, por no haber tenido cuidado con todo lo que el mundo prodiga. Aun siendo buenos, aunque no tan buenos, somos seducidos por las riquezas, por las cosas del mundo pero sin darnos suficiente cuenta, como aquel ejemplo de las vacas flacas y de las vacas gordas, cuando viene la dificultad ya no somos capaces. Hay que tenerlo presente mis estimados hermanos, para no sucumbir.

Sólo una cuarta parte cae en terreno fértil, y sin embargo, no todos responden ni respondemos de igual modo; no debemos escandalizarnos de que a veces la palabra de Dios no produzca los efectos que deseamos, y no es por culpa de Dios sino por el defecto de la tierra donde cae la palabra Divina.

Pidámosle a nuestra Señora que nos haga terreno fértil, para que la palabra divina produzca ese fruto generoso, para sufrir con paciencia perseverando en el bien; que podamos llegar a esa perfección y santidad a la que Dios nos llama. +


PADRE BASILIO MERAMO
3 de febrero de 2002


lunes, 2 de febrero de 2015

Fiesta de la Presentación del Niño Jesus en el templo, o Purificación de la Santísima Virgen María o de las Candelas





Tomado del MISAL DIARIO COMPLETO por el P. Luis Ribera CMF, España 1954:

    Esta fiesta nos recuerda la escena Evangélica de la Presentación de María en el Templo a los cuarenta días del alumbramiento, como ordenaba la ley a toda madre que daba a luz a un hijo.   El origen de la procesión es de las mas remota antigüedad  pero la bendición de las candelas es de época más posterior, o sea del siglo X.

EPÍSTOLA:

      De Malaquias Profeta 3, 1-4- Esto dice el Señor DIOS:  He aquí que yo envío a mi Ángel para preparar el camino delante de mi.    Y luego vendrá a su tiempo el dominador que vosotros buscáis, y el Ángel tan deseado de vosotros. Vedle ahí que viene, dice el Señor de los Ejércitos;    Y ¿Quien podrá pensar en lo que sucederá el día de su venida?, Y ¿Quien podrá pararse a mirarle?  Porque Él será como fuego que derrite y como la hierba jabonera de los bataneros.    Y sentarse ha como el que funde y purifica la plata;   Y de este modo purificará a los hijos de Leví, y los acrisolará como el oro y la plata;  Y así ofrecerán al Señor sacrificios con Santidad    Y entonces será grato al Señor el sacrificio de Judá y de Jersusalén.   Como en los siglos pasados y en los años antiguos:  dice DIOS omnipotente.

EVANGELIO:

      + Evangelio según San Lucas 2, 22-32.-  Cumplido el tiempo de la purificación de María, según la ley de Moisés, llevaron a Jesús a Jerusalén para presentarle al Señor, como está escrito en la Ley del Señor:  todo primogénito varón serpa consagrado al Señor;   Y para presentar la ofrenda de un par de tórtolas, o dos palominos, como está ordenado en la Ley del Señor.   Había a la sazón en Jerusalén un hombre justo y temeroso de Dios, llamado Simeón, el cual esperaba la consolación de Israel, y el Espíritu Santo moraba en él.   Él Espíritu Santo le había revelado que no había de morir antes de ver al Cristo.   Así vino inspirado de Él al templo.    Y al entrar con el Niño Jesús sus padres, para practicar con Él lo prescrito por la Ley, tománmdole Simeón en sus brazos, bendijo a DIOS, diciendo:  Ahora, Señor, sacad en paz de este mundo a vuestro siervo, según vuestra promesa, porque ya mis ojos han visto al Salvador que nos has dado, para que, expuesto a la vista de todos los hombres, sea luz que ilumine a los gentiles, y gloria de Israel, vuestro pueblo.-

domingo, 1 de febrero de 2015

DOMINGO DE SEPTUAGÉSIMA


Amados hermanos en nuestro Señor Jesucristo:

Con este domingo de Septuagésima, se inicia el ciclo de la Pascua: segundo ciclo de la Pascua que gira alrededor de la Resurrección de nuestro Señor, y que es la fiesta más solemne, más importante del año litúrgico aunque no la más popular, como la Navidad. La fiesta más importante de todo el año litúrgico es el domingo de Pascua, el domingo de Resurrección y nos preparamos a esa Resurrección, a esa Pascua, con la Cuaresma: cuarenta días de ayuno, penitencia y oración. Con la Septuagésima nos introducimos levemente en esa preparación: mortificación del cuerpo como dice San Pablo, “yo someto mi cuerpo, mortifico mi carne para que después de haber predicado no sea yo inducido en tentación y sea réprobo”.

Todo católico debe mortificar su cuerpo, sus sentidos, sus apetitos y el mundo de hoy enseña lo opuesto totalmente: placer, gozo, diversión. Mientras que el cristianismo nos dice sujeción, represión, mortificación del cuerpo con todos sus sentidos, el mundo de hoy predica lo contrario. Lo que demuestra una vez más el carácter y el sello anticristiano de la civilización moderna. Mucho menos entonces se comprenderá el significado de la Semana Santa, de la Cuaresma y de este preludio a la preparación de la Cuaresma con estos domingos iniciados hoy con la Septuagésima, o setenta días de preparación antes de la Resurrección.

Así como setenta años estuvo el pueblo de Dios en el cautiverio de Babilonia, lo mismo estamos nosotros, como cautivos a lo largo de este mundo hasta que se produzca la Pascua de Resurrección de todos nosotros, cuando nuestro Señor venga a juzgar y culmine todas las cosas para la mayor gloria de aquellos que Él ama; esa es la motivación y la esperanza que tenemos: vamos a resucitar al igual que nuestro Señor y resucitar como bienaventurados, no como réprobos. El sentido de la Septuagésima y después de la Cuaresma es, pues, la mortificación y la penitencia simbolizadas con el color morado.

En el evangelio de hoy vemos la parábola de los obreros que reciben todos un denario. Esta parábola pertenece al género simbólico. Un símbolo es una cosa real que representa otra cosa real. Las imágenes de las parábolas a través de un ejemplo que podemos ver o entender representan, muestran, una realidad sobrenatural, espiritual de las cosas de Dios, que no son tan fáciles de inteligir, que son verdaderamente un misterio. En apariencia, si juzgamos por la parábola parecería injusto lo que hace este Paterfamilias, quien les paga a todos por igual, cuando unos habían trabajado todo el día y los últimos apenas un rato, y, sin embargo, no fue injusto, porque lo convenido había sido que por todo el día pagaría un denario.

No comprendemos la bondad de Dios y no comprendemos la gran moraleja de esta parábola llena de esperanza, para que no desesperen aquellos que son llamados al último momento, a la última hora, y no se enorgullezcan los que son llamados desde el primer instante. Ese denario en definitiva vendría a ser el cielo igual para todos, convertidos desde el primer instante o en el último. Qué gran esperanza nos transmite la parábola de hoy, que al mismo tiempo es una lección contra el orgullo. Aquellos que han sido convertidos desde la primera hora y aquellos que sean llamados tarde, si oyen el llamado de Dios se salvan igual que los otros que fueron llamados desde el principio. Vemos que la bondad de Dios está muy lejos de una interpretación puramente material, igual a como en apariencia se puede juzgar si miramos las cosas así, como juzgaron los obreros que trabajaron todo el día en la viña.

Esta parábola tiene una gran dificultad. Algunos, yo no lo creo así, dicen que es una “extrapolación”, para en cierta forma esquivar la dificultad que tiene al terminar: “Los primeros serán los últimos y los últimos serán los primeros; muchos son los llamados y pocos los escogidos”. Que los primeros sean los últimos y los últimos sean los primeros, no habría mayor dificultad, viendo lo que aconteció con el pago igual para todos, la salvación igual para todos sin importar si fueron contratados temprano o tarde; en ese sentido quedaron igualados y así es la igualación de la vida eterna, el cielo de la salvación tanto para los primeros como para los últimos, todos quedan equiparados. Pero la dificultad sigue al decir que: “muchos son los llamados y pocos los escogidos”, y la mayoría tiende a mal interpretar diciendo que son pocos los que se salvan, cuando de eso precisamente nuestro Señor no quiso jamás manifestar ni una palabra. Respecto a la salvación, si son muchos o pocos quienes se salvan y quienes se condenan, es un gran misterio de Dios.

Aquellos exegetas y predicadores, que los hay muchos y no de ahora sino desde mucho antes de que se produjera esta crisis, la mayoría interpretaba que eran pocos los que se salvaban, y no se dan cuenta que por interpretar estas palabras tomadas al pie de la letra, caen en el error de la predestinación protestante, que dice que: Dios llama a unos para el cielo y a otros, para condenación, al infierno; es el gran error de la justificación protestante y calvinista. Dios no llama a la salvación a muchos, nos llama a todos y todos no son muchos; Dios llama al cielo a todos los hombres y por eso murió por todos los hombres. La obra de la Redención es para todos los hombres, aunque a la hora de la salvación ya no sean todos sino muchos, como cuando se dice en la consagración del cáliz “pro vobis et pro multis”, no son pocos, aunque eso tampoco nos permita decir que son muchos, sencillamente no hay que tomar al pie de la letra “muchos los llamados y pocos los escogidos” como si fueran muchos los llamados (no todos) y pocos los que se salvan, lo que sería un grave error.

Lo que nuestro Señor quiere hacernos ver es que son muy pocos los escogidos de Dios en el sentido de la perfección, de la santidad. Son pocos los que hacen buenas obras y esa es la interpretación que da Santo Tomás; dentro de ese número de hombres que hacen buenas obras pocos son los santos, pocos son los píos, pocos son los virtuosos. Hay una gradación en la perfección cristiana, una cosa es ser virtuoso, otra cosa es ser pío y otra cosa es ser santo, porque el camino que lleva al cielo es estrecho, pero es ancho el que lleva al infierno; así entonces, nuestro Señor pudo decir “muchos los llamados y pocos los escogidos”; pocos, muy pocos los que siguen esa vida de virtud, menos aún esa vida de piedad y mucho menos esa vida de santidad a la cual Dios nos llama.

Pidámosle a nuestra Señora, a la Santísima Virgen, que esta crisis que desola a la Iglesia nos sea provechosa en sus efectos purificadores. Así como los metales se purifican y como el oro se acrisola en el fuego, así nosotros y la Iglesia misma conformada por hombres se purifique con el fuego de esta crisis, ya que bien mirada y sobrenaturalmente llevada es una crisis purificadora para aquellos pocos escogidos que quieren seguir el buen camino, mientras la mayoría va por el ancho de las malas obras. Que sea Ella, la Santísima Virgen María, quien nos ayude a mantenernos firmes, de pie, sin escandalizarnos de lo que acontece con los hombres de Iglesia dentro de la Iglesia, con su jerarquía, y del peligro que corremos por la presión que se ejerce sobre ese residuo fiel ante la prostitución de los demás.

Hago referencia a las dos mujeres de las que habla San Juan en el libro del Apocalipsis: la mujer vestida de sol que pare en el dolor y que por eso no es la Santísima Virgen María, como creen muchos erróneamente, con falsa piedad y poco seso. La Virgen no alumbra en el dolor; otra cosa es que esta imagen de la mujer parturienta que representa la religión fiel y perseguida en los últimos tiempos sea un símbolo que se pueda aplicar a nuestra Señora, no textualmente, porque sería herejía pensar que nuestra Señora dio a luz en el dolor a nuestro Señor. Y la otra mujer, la ramera o prostituta que cabalga sobre la bestia, que es la misma bestia que salió del mar, el Anticristo, y vestida de color púrpura, llevando en la frente la palabra “misterio” y que asombró a San Juan, esa mujer ramera es la religión, esta mujer en el Antiguo Testamento ha sido el Israel de Dios, como buena esposa o como mala mujer, pura o adúltera, es toda la historia del Antiguo Testamento.

Por eso la mujer significa la religión y estas dos mujeres significan el estado de la religión y la Iglesia en esos dos polos, el de la corrupción, la prostitución y el de la fidelidad. De ahí la gran persecución de esa religión prostituida, la gran ramera que cabalga montada sobre el poder de este mundo bebiendo el cáliz de su prostitución, de su profanación, el cáliz lleno con la sangre de los santos y de los mártires, como acontece hoy con la Roma modernista, progresista, que se ha prostituido, que persigue a la Roma eterna, a la Roma fiel, a la Roma que representa la Tradición Católica y que enarboló monseñor Lefebvre; esa Roma prostituida, corrompida, quiere destruir a la que es fiel. Ese es el peligro que corremos dejándonos seducir y esa obra de seducción –hay que decirlo–, la lleva a cabo el cardenal monseñor Darío Castrillón, colombiano zorro; lo que los europeos no pudieron hacer con monseñor Lefebvre, lo encargan hoy a un colombiano.

Colombia da para lo bueno y lo malo y de ahí la insistencia con que este cardenal está llevando a cabo su tarea, hacernos sucumbir, no me cabe la menor duda. Quien se acerca a una mujer corrompida, si no es para convertirla como lo hizo nuestro Señor con la Magdalena, cae bajo su seducción, pagando el precio de la apostasía; por tal razón monseñor Fellay ha pedido que se rece durante un mes la oración de la consagración de la Fraternidad al Corazón Doloroso e Inmaculado de la Virgen María para que acelere su triunfo, el mismo que Ella prometió en Fátima, triunfo que no podrá darse sin la intervención de Dios; no será un triunfo por mano de elemento humano, será una intervención de Dios, que tenemos profetizada con el segundo advenimiento de nuestro Señor. Sobre esto hay gran confusión y poca luz.

Sin embargo, los Padres de la Iglesia, durante los primeros cuatro o cinco siglos, tenían estas cosas como predicación común, por lo cual San Pablo, como todos recordamos, les dice que todavía no es el advenimiento de nuestro Señor, les da los signos y les habla de un obstáculo que nosotros no sabemos cuál es concretamente, pero conjeturamos esto, para estar alertas, ya que vivimos un tiempo extraordinario, una situación extraordinaria. Pero la verdadera expresión, la verdadera palabra no es esa, esa expresión tiene validez en un lenguaje común, pero en el lenguaje exegético, bíblico y profético, quiere decir que vivimos tiempos apocalípticos, últimos tiempos; así denominan las Escrituras a esta época anunciada, y que lo menos que podríamos decir es que es sorprendente, pero que bien mirada es apocalíptica, es una situación completamente anormal, fuera de los cánones de la Iglesia. Nos toca vivirla, purificarnos y esperar el triunfo de nuestro Señor, el triunfo del Inmaculado Corazón cuando Él venga a juzgar, por su aparición y por su reino, como dice San Pablo.

Pidámosle a nuestra Señora, la Santísima Virgen, que nos ayude a comprender todas estas cosas que se van aclarando a medida que los tiempos se van cumpliendo y que permanezcamos fieles a la Iglesia católica, apostólica y romana para salvar nuestras almas. +

BASILIO MERAMO PBRO
11 de febrero de 2001