San Juan Apocaleta



Difundid Señor, benignamente vuestra luz sobre toda la Iglesia, para que, adoctrinada por vuestro Santo Apóstol y evangelista San Juan, podamos alcanzar los bienes Eternos, te lo pedimos por el Mismo. JesuCristo Nuestro Señor, Tu Hijo, que contigo Vive y Reina en unidad del Espíritu Santo, Siendo DIOS por los Siglos de los siglos.












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"Sancte Pio Decime" Gloriose Patrone, ora pro nobis.





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domingo, 9 de noviembre de 2014

DOMINGO VIGÉSIMO SEGUNDO DESPUÉS DE PENTECOSTÉS

Amados hermanos en nuestro Señor Jesucristo:
Vemos en este evangelio cómo los fariseos no perdían la ocasión ni el tiempo para ver en qué podían apresar a nuestro Señor para reprenderle y juzgarle. Pero no solamente los fariseos sino también los herodianos. Eso hay que tenerlo muy en cuenta hoy día, sobre todo cuando se nos quiere decir que la Iglesia, que Jesucristo, pues la Iglesia no es más que el Cuerpo Místico de Cristo, que nuestro Señor no tiene enemigos; eso es absolutamente falso. Negar que hay enemigos es renunciar y dejar libres todas las puertas al demonio y sus secuaces. Desgraciadamente hay que decirlo, sí hay enemigos en esta tierra dirigidos en última instancia por Satanás en contra de la Iglesia católica, en contra de la religión católica, en contra de nuestro Señor Jesucristo.

Esa enemistad es la que ha producido las grandes herejías. Por nombrar una de las primeras, la del judío Arrio, sacerdote de Alejandría; el protestantismo con todas sus divisiones: luteranos en Alemania, anglicanos en Inglaterra, calvinistas en Francia, esparcidos por todo el mundo, son la consecuencia de esa rivalidad, de esa oposición a la verdad, a la luz, a la fe, a la Iglesia, a nuestro Señor Jesucristo. Está el judaísmo, en primer lugar, con el poder de la masonería que es uno de sus tentáculos y que hoy ya no necesita ocultarse porque prácticamente todo el mundo aunque se diga católico piensa como masón, que si cree en un Dios, es un deísmo, cuando no se lo niega rotundamente como hacen los ateos. No se considera, ni se concibe que hay un culto y una religión y nada más, y que ese único culto, esa única religión, esa única verdad la tiene en exclusividad la Iglesia católica.

Es lo que la judeomasonería no ha querido aceptar: que la Iglesia se proclamase como la única poseedora con exclusividad de toda la verdad que salva, a eso se debe la predicación de tolerancia, para que se consienta el error y para que consintiéndolo entonces nos corrompamos. La tolerancia en sí misma es absurda, porque la posesión de la verdad nos hace intransigentes, intolerantes ante el error. Algo diferente es la caridad con las personas, con el pecador, con el hombre de carne y hueso, que es distinto a ser intolerante con el error o ser tolerante con el individuo, con la persona.

Por eso la Iglesia siempre ha dicho: “Odiar al pecado y amar al pecador”; es decir, odiar el error y al mal y amar al pecador. Pero que jamás se tolere el error, porque es una contradicción ya que la fe en la que se basa la verdad de nuestra religión es firme y excluye todo error y da una certeza; luego el que tiene certidumbre de la posesión de la verdad no es tolerante con lo que se opone a esa verdad, eso es absurdo. Por eso, los que hablan de transigencia que den ellos el primer ejemplo, y no su intolerancia anticatólica y anticristiana. Que no nos quieran debilitar para que sucumbamos ante el error.

De allí deriva la promulgación judaica masónica dentro de la Iglesia del ecumenismo que equipara todas las religiones a un mismo nivel. Por eso se habla de libertad religiosa, para hacer creer falsamente que el hombre tiene albedrío para adherirse o no a la verdad, sea ella cual fuere, siguiendo los caprichos de su conciencia, como si la ésta fuese quien dictamina quién o qué es la verdad. Todo lo contrario, la conciencia debe seguir a la verdad que se impone desde afuera y que en un acto de sumisión uno acepta. No al revés, que la verdad gira alrededor de mi conciencia.

Hoy ese error es moneda corriente. El pecado y el mal son admitidos, dependen de la conciencia de cada uno, “para mí tal cosa no es pecado y lo hago porque me da la gana”; así cada uno con lo suyo, y si no, ¿cómo explicar todo ese desastre moral? Ya no hay honestidad pública ni pudor y lo que es peor, en la mujer, cuando lo esencial al sexo femenino es el recato; sin embargo, hasta eso se ha perdido. Por eso vivimos en una sociedad de salvajes paganos y por eso las modas andan como andan; está el bombardeo de la miserable televisión, la pornografía no ya escondida sino pública; todo a capricho de lo que justamente quieren Satanás y los enemigos de la Iglesia para corromper todo lo que sea católico.

Debemos recordar que sí hay enemigos visibles, como en el evangelio de hoy los fariseos y los herodianos que acechan a nuestro Señor y Él les enrostra su hipocresía. Si hay que decirle a alguien en la cara que es un  hipócrita, que alguno de nosotros se atreva a decirlo, pues nuestro Señor lo hizo y lo dijo, les cantó en la cara; tal es la contundencia, la tenacidad de sus enemigos que insisten para ver cómo lo hacen caer, cómo le buscan la vuelta. ¿Es lícito pagar tributo al César, o no? Porque si decía que sí, dirían entonces que no es un buen judío porque reconoce al César quien es justamente el que oprime al pueblo elegido y si dice que no, entonces no respeta la autoridad, no lo respeta y lo acusamos ante él para que lo liquide.

Eran perversos y astutos, pero nuestro Señor, que no era bobo ni lelo ni perezoso, les replica enseguida: ¿De quién son la figura e inscripción que están en la moneda? Dad pues al César lo que es del César y a Dios lo que es de Dios. Qué ejemplo para no sucumbir ante la autoridad terrenal, en reconocer o sin dejar de hacerlo la que viene de Dios porque todo mando, incluso el del César viene de Dios y no del pueblo, como dice heréticamente la democracia moderna; diferente es que el pueblo elija o dictamine en quién recaiga ese gobierno, pero la autoridad soberana viene del único Rey que es Dios y no del pueblo ni de nadie, sea éste rey, presidente o lo que fuera. Esa es la doctrina católica.

Nuestro Señor muestra también que hay que darle a Dios lo que es de Dios. Y ¿qué es lo que es de Dios? Es toda nuestra alma, todo nuestro ser. Al César se le da su tributo, lo material, lo que exija como impuesto, como retribución por mantener el orden público y los bienes temporales, esa es la misión de todo gobierno, pero por encima está Dios. Por eso es aberrante hacer girar la religión alrededor de la política; a eso se le llamó cesaropapismo o regalismo. Porque es la política y no sólo ésta sino todo, como la economía, como la sociedad, quienes deben girar alrededor de la religión, servir a Dios en última instancia. Todos esos conceptos hoy son desconocidos, negados. Y ¿cómo queremos que haya orden, prosperidad, paz?, ¡pues no tendremos nada de eso! Lo advierte nuestro Señor, porque primero hay que buscar el reino de Dios y lo demás viene por añadidura. Hay que buscarlo y no buscarnos a nosotros mismos, sea en las riquezas, en el poder o en el prestigio, en el mando o en lo que fuese. Dar a Dios lo que es de Dios.

No olvidar esa imagen de Dios que hay en nosotros. Estaba impresa la figura del César en la moneda y por eso Jesús dijo que hay que dar al César lo que es del César. Porque en nuestra alma, está la imagen de Dios  y en toda criatura hay un vestigio de Él; por eso se nos enseña que San Francisco de Asís veía en los animales, en la naturaleza, esa bondad de Dios y ¿cómo se producían esos milagros?, ¿para qué?, ¿para que creyéramos que San Francisco era un tonto o un bobo que hablaba a los pájaros como una niña? ¡No señor!, para dejarnos esa imagen patente de que esos animales reproducían de alguna forma la gloria de Dios y mucho más nosotros; entonces ya no es un vestigio de Dios sino una imagen y debemos conservarla para no degradarnos en la abyección en la que está hoy el mundo impío que reniega de Dios y de su Iglesia.

Pidamos a nuestra Señora que sepamos entonces dar a Dios lo que es de Dios y que podamos así ayudar a redimir muchas almas. Si no podemos hacer otra cosa, por lo menos salvar nuestras almas con la ayuda y la gracia divina y por la intercesión de nuestra Señora como abogada para que nos ayude a comparecer el día del juicio y de nuestra muerte ante su Hijo y que podamos así ser aceptos por Él y no que nos rechace.


Tengamos presente todas estas consideraciones para poder perseverar en medio de un mundo atroz que no quiere, y por eso es cruel, porque no quiere ni tiene en cuenta la salvación de nuestras almas. +



P. BASILIO MERAMO
20 de octubre de 2002