San Juan Apocaleta



Difundid Señor, benignamente vuestra luz sobre toda la Iglesia, para que, adoctrinada por vuestro Santo Apóstol y evangelista San Juan, podamos alcanzar los bienes Eternos, te lo pedimos por el Mismo. JesuCristo Nuestro Señor, Tu Hijo, que contigo Vive y Reina en unidad del Espíritu Santo, Siendo DIOS por los Siglos de los siglos.












Website counter Visitas desde 27/06/10



free counters



"Sancte Pio Decime" Gloriose Patrone, ora pro nobis.





Link para escuchar la radio aqui

domingo, 2 de noviembre de 2014

DOMINGO VIGÉSIMO PRIMERO DESPUÉS DE PENTECOSTÉS


Amados hermanos en nuestro Señor Jesucristo:

Vemos cómo en la epístola San Pablo nos exhorta a mantenernos prevenidos ante el combate que toca librar a todo católico en esta tierra, recordándonos que no solamente es una batalla en la carne y la sangre contra nuestra propia sangre, contra nuestra propia carne por los malos deseos, instintos y concupiscencias que afloran desde adentro y que por eso aspiramos a la virtud, sino también que es lucha contra las potestades de los espíritus malos, de los demonios, de Satanás.

Nos exhorta a mantenernos en la fe, en la verdad y en la palabra de Dios. Y es curioso que la Iglesia ponga esta epístola ya aproximándose el final del ciclo litúrgico que culmina con la Parusía. Vemos cómo en su sabiduría la Iglesia, con estos domingos que anteceden al vigésimo cuarto y último domingo después de Pentecostés, nos va llevando hacia la segunda venida gloriosa de nuestro Señor y a todo lo que le antecede. Quienes tienen el misal de Pérez de Urbel verán cómo él, sabio benedictino, en su comentario al misal de los fieles, muestra la preparación a los feligreses encaminándoles hacia la Parusía de nuestro Señor y por eso la advertencia de San Pablo que la Iglesia trae en el domingo presente y en los otros que nos hablan del día del Señor, del día de nuestro Señor Jesucristo.

Y hoy más que nunca debemos tener presente esta exhortación de San Pablo, porque hoy la lucha es titánica y debemos consolidarnos confirmándonos en la fe, que está a punto de desaparecer de la faz de la tierra, la católica, apostólica y romana que es hoy perseguida por aquellos mismos que debieran defenderla y reafirmarnos en ella; eso es lo terrible y angustioso, tener que defender la fe a pesar de aquellos que debieran afianzarnos en ella. Y ¿quiénes deben ratificarnos en la fe? Los sacerdotes, los obispos y de modo especial el mismo Papa. Pero, desgraciadamente, hay que decirlo, ocurre todo lo contrario; en vez de confirmarnos en la fe nos llevan camino hacia el error, hacia la herejía y hacia la apostasía.

Y para colmo se nos propone como a santo de altar el ejemplo de alguien que es todo lo contrario a un santo de la Iglesia católica. El domingo pasado se canonizó a Escrivá de Balaguer, fundador del Opus Dei y preconizador de todos los ideales revolucionarios que cuajaron en el Concilio Vaticano II.

Ya desde los años treintas, cuando España todavía era católica y antes de que hubiera miles de mártires, cuando la embestida judeocomunista de la cual salió victoriosa en el año treinta y seis, ahí en Paracuellos hay miles de personas que murieron mártires, sin claudicar uno solo por defender la fe y la Iglesia contra el judeocomunismo internacional. En esa España católica ya monseñor Escrivá tenía esos ideales ecumenistas: la libertad religiosa, los derechos y la dignidad del hombre, todo lo que el ecu-menismo y el modernismo enseñan. Por eso lo han canonizado, porque es el santo del ecumenismo que está destruyendo a la Iglesia.

Que nos lo propongan como santo es absurdo e ilógico, cuando los santos han renunciado a títulos a los cuales tenían derecho como Francisco Borja, Grande de España, títulos de nobleza envidiables para cualquier noble, deja todo para hacerse siervo de Dios, mientras que monseñor Escrivá no sólo se cambia el apellido para que no se lo relacione con los escribas de las Escrituras y se lo tilde de judío como probablemente lo es y por eso cambia la B por V, sino que también compra el título de Marqués de Peralta, para engrandecer su alma miserable con la nobleza que no tenía, porque un alma virtuosa aunque pobre, es noble en virtud y eso viene a colmar una demostración del ecumenismo proclamando a su primer santo.

Hay que decirlo con dolor, pero decirlo; de lo contrario claudicamos, porque no se puede proponer como santo a alguien de las “cualidades” de monseñor Escrivá de Balaguer del cual el padre Meinvielle hace muchos años decía que para judaizar a España había bastado el Opus Dei.
Poseen más de una docena de productoras de cine y televisión; díganme entonces cuáles son esas películas piadosas de santos que esta docena de productoras de cine del Opus hacen, cuando lo más corrompido es el cine y la televisión. Tienen agencias de información, bancos que los relacionan con el poder financiero que oprime y destruye a la Iglesia, más los crímenes del Vaticano por la lucha intestina, como se lee en esos libros publicados y conocidos por todos los fieles que nos muestran cómo hay crímenes en el Vaticano por esa lucha entre la masonería, por decirlo así, clásica, enquistada en el Vaticano, y el Opus Dei como nueva masonería que quiere dominar a la otra. Por eso, esa muerte del jefe de la guardia suiza, miembro del Opus Dei, haciéndolo pasar por un crimen pasional. Hay todavía más, como el escándalo de la logia P2, el caso Marcinkus con sus respectivas muertes donde el dinero del Opus Dei fue el que salvó las finanzas del Vaticano y con su dinero calló e hizo callar todas las conciencias. Estos son los hechos.
Por todo lo anterior, más que nunca debemos reafirmar nuestra fe, nuestra adhesión a la Tradición católica, para no sucumbir ante estos malos ejemplos, ante estos falsos santos y que no caigamos bajo el peso de una indebida pero muy esgrimida obediencia para que claudiquemos en la defensa de la verdad. Saber que detrás del mal que hacen los hombres están Satanás y los malos espíritus; por eso San Pablo habla de que el combate no es sólo contra la carne y la sangre sino contra los malos espíritus que gobiernan las tinieblas, que envuelven al mundo y que lo cubrirán de una manera peor hacia el final y antes de la Parusía.

Por eso, la Iglesia, en estos domingos que anteceden al último domingo del ciclo litúrgico, nos ordena prepararnos para que no durmamos y para que seamos verdaderos soldados de Cristo como lo es todo confirmado en la fe de su bautismo, para lo cual ha recibido la plenitud de la gracia septiforme del Espíritu Santo. Para quedar así confirmados, consolidados, fortificados en la fe del bautismo que será agredida a tal punto, que desaparecerá hacia los últimos tiempos, como son los actuales pero que el mundo impío y descreído no tiene en cuenta, y eso facilita la labor de los enemigos de Dios, de la Iglesia que penetran dentro de ella con piel de oveja pero que son lobos rapaces, mercenarios que se valen de esas argucias para destruirla desde dentro.

San Pío X, ya al alborear el siglo XX, dijo que los enemigos de la Iglesia estaban no fuera sino dentro y que el anticristo estaba pronto a aparecer, porque lo único que faltaría sería que naciera, pues todo preparaba su advenimiento. Qué diría hoy, un siglo después, si eso lo dijo hace un siglo el último Papa santo canonizado; qué diría hoy; hay que recordarlo, iba a ser electo en aquella época el cardenal Rampolla, quien era masón, como después de su muerte se descubrió. Ese iba a ser el Papa, pero fue vetado por el cardenal del Imperio austro húngaro. Y vean cómo le cobraron a este Imperio el veto a la judeomasonería, matando al que iba a ser el rey. ¿Qué originó aquello? La Primera Guerra Mundial. Son hechos que la gente no relaciona a la luz de la fe para ver la verdad, la malicia y el poder del adversario.

Y hoy esos enemigos están dentro de la Iglesia, por eso exigen la obediencia, para que los fieles, bajo la apariencia de la virtud del sometimiento, sigan en el error. Muy pocos son los que se dan cuenta de la argucia y por eso la gran santidad de monseñor Lefebvre. Morir excomulgado por los enemigos de la Iglesia mientras canonizan a Escrivá de Balaguer. Monseñor Lefebvre no tuvo miedo a desobedecer, porque primero hay que seguir a Dios antes que a los hombres cuando estos quieren hacernos desobedecer a Dios. Por eso nosotros debemos acatar a Dios manteniendo la palabra del Evangelio, la palabra de Dios, conservando la fe sin perderla, por obra y gracia de la verdad divina; ese es el mensaje de San Pablo.

Este santo nos insta al combate, a la lucha. Y cuidado con el desaliento porque ese es el peligro; el desánimo ante lo arduo y prolongado del combate y por eso muy pocos serán los que permanezcan firmes y fieles. Aun caerían si los tiempos no fuesen acortados, como lo advierten las Sagradas Escrituras. No debe, pues, importarnos si somos muchos o pocos, lo que interesa es ser de Cristo, de la Iglesia, guardar la fe, la fidelidad para no caer en el error, la herejía y la apostasía a la cual se va hoy campantes y alegres, desapercibidamente, con el ecumenismo que iguala a la Iglesia católica con todas las falsas religiones que tienen por autor a Satanás, como lo dice el Salmo 95.

Invoquemos a Nuestra Señora, la Santísima Virgen María, para que podamos guardar esa fidelidad y ese fiat como Ella, esa ofrenda que hizo al pie de la Cruz, al ver a su Hijo inmolado, sabiendo que era Dios y viéndolo morir como hombre. Había que tener mucha fe para saber que nuestro Señor era Dios muriendo en una Cruz y renovar así ese “sí” de adhesión a nuestro Señor que es el fundador de la Iglesia católica. Por eso, fuera de ella no hay salvación, porque no la hay fuera de Cristo y de la Cruz aunque el ecumenismo nos diga todo lo contrario, que también las otras religiones son de algún modo la expresión del Espíritu Santo y llevan a la salvación. Eso es lo que dice el Opus Dei: “Sé buen judío y te salvas, sé buen musulmán y te salvas en tu religión”. ¡Qué gran contradicción, qué gran herejía! Pero pocos la percibimos por la gran confusión y tinieblas que imperan hoy.

Pidamos entonces a nuestra Señora esa fidelidad, siguiendo su ejemplo y su amor hacia su divino Hijo. +

BASILIO MERAMO PBRO.
13 de octubre de 2002