San Juan Apocaleta



Difundid Señor, benignamente vuestra luz sobre toda la Iglesia, para que, adoctrinada por vuestro Santo Apóstol y evangelista San Juan, podamos alcanzar los bienes Eternos, te lo pedimos por el Mismo. JesuCristo Nuestro Señor, Tu Hijo, que contigo Vive y Reina en unidad del Espíritu Santo, Siendo DIOS por los Siglos de los siglos.












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"Sancte Pio Decime" Gloriose Patrone, ora pro nobis.





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domingo, 1 de junio de 2014

DOMINGO DESPUÉS DE LA ASCENSIÓN





Amados hermanos en nuestro Señor Jesucristo:
En este domingo dentro de la octava y después de la Ascensión de nuestro Señor a los cielos en cuerpo glorioso, habiendo preparado a sus discípulos durante esos cuarenta días anteriores a su Ascensión, consolidándolos e instruyéndolos, antes de partir a los cielos, promete nuestro Señor la venida del Paráclito, del Espíritu Santo, del Consolador, como dice la Vulgata pero que, como advierte el padre Castellani muy sabiamente, más que consolador (paño de lágrimas) es el fortificado. Paráclito quiere decir en griego el que está junto, como el que apuntala, el que sostiene y eso desde adentro. Por eso él es el que nos confirma en la plenitud de la gracia septiforme que se recibe en la confirmación y por eso tenía que venir para plenificar la Iglesia, consolidarla en su gracia, para que persevere incólume hasta el fin de los tiempos; esa es la obra del Espíritu Santo.

El Espíritu Santo es el soplo divino del mutuo amor, entre el Padre y el Hijo, esa Tercera Persona que se origina del amor que hay en Dios y que es Espíritu. Por eso la Iglesia se consolida en el amor de Dios. Ese es el carácter sobrenatural de nuestra religión, que no es una religión natural como hoy insensiblemente se la está prodigando; nuestra doctrina es formalmente sobrenatural, no una simple creencia en Dios infinito, omnipotente, bueno, providente, sino además un Dios que se reveló como Uno y Trino, y que nos participa de su naturaleza divina, que es la gracia santificante.

De allí la gran promesa de nuestro Señor antes de partir a los cielos en cuerpo glorioso; nos augura la venida del Espíritu Santo que Él enviará junto con el Padre; esa es la misión del Espíritu Santo, del soplo de amor divino para que permanezca en la Iglesia vivificándola como su alma y es Espíritu de verdad, no de confusión, ni de oscuridad, ni de error, como dice nuestro Señor.

Así, entonces, les dice a sus apóstoles que el Espíritu de verdad dará testimonio de Él como los discípulos y todos sus descendientes tendrán que darlo de nuestro Señor profesando públicamente la fe católica como fruto de esa revelación. Como dice Santo Tomás citando a San Juan Crisóstomo, el fruto del Espíritu Santo es la profesión de la fe en nuestro Señor Jesucristo dando testimonio de la verdad, sin parte con ningún error; por eso la fe es infalible, por eso la Iglesia inconsútil no acepta, no tolera el error, porque no sería la Iglesia de Dios. Eso, mis estimados hermanos, debemos tenerlo en cuenta sobre todo hoy, porque la comunión en la santa Iglesia católica es en la verdad, en el Espíritu de verdad, que es espíritu de amor. Y no le busquemos una quinta pata al gato.

Por eso no me cansaré de recordar lo que dice nuestro Señor: “No todo aquel que dice ¡Señor, señor! entrará en el reino de los cielos, sino aquel que hace la voluntad de mi Padre que está en los cielos”. Y la voluntad del Padre, ¿cuál es? Que se guarde su palabra, su Verbo. Y, ¿cuál es el Verbo del Padre, cuál su palabra? El Hijo, y Éste se encarnó, se hizo hombre y a través de ese Verbo se revela el Padre, se revela Dios como Uno y Trino y en la revelación de esa doctrina, de esa palabra, está hacer la voluntad del Padre.

Esa principios que nuestro Señor dice no son de Él, sino del Padre, porque Él es su Verbo, su pensamiento. Eso es lo que sirve de característica fundamental para tener en medio de la gran confusión que nuestro Señor predice en el evangelio de este día, al advertir a sus discípulos que no se escandalicen cuando sean echados de la sinagoga, es decir, excomulgados, porque serán antema-tizados los verdaderos fieles de Cristo por mantener el testimonio real de Dios.

Y eso, mis estimados hermanos, es hoy una realidad que se ha cumplido literalmente, históricamente, con la condenación oficial que se hizo a monseñor Lefevbre y a monseñor De Castro Mayer. Esos son hechos históricos y no nos escandalicemos. He ahí en lo que no debemos caer, en el desconcierto de esa falsa excomunión por mantenerse en la verdad de Dios y no claudicar como lo hicieron los sucesores de monseñor De Castro Mayer en Brasil con el padre Rifán, al cual le había dicho yo dos años atrás que tuviera cuidado porque, “no es fiel a monseñor De Castro Mayer”; las cartas que le he enviado a él públicamente no son las primeras, porque ya se le veía el caminado y por éste se conoce al personaje.

Lo mismo pasa, duele decirlo, con respecto al padre Aulagnier, uno de los principales miembros de la Fraternidad, hablando de pluralismo litúrgico y de catolizar la misa moderna, cuando monseñor Lefebvre dijo que era bastarda, porque había nacido así en la cópula de ese acercamiento ecuménico entre católicos y protestantes. Lo que sale de allí es una doctrina, una liturgia falsa y eso no se puede legitimar; si hay un matrimonio legítimo no se puede legalizar a los hijos nacidos fuera de él. Entonces, ¿cómo se puede legitimar una misa de esas características? Eso es imposible. He estado esperando que me conteste el padre Aulagnier, porque lo que no puede ser es que se propague el error y los fieles estén sin directivas, sin saber qué hacer. Él, en los comienzos, fue el brazo derecho de monseñor Lefebvre y empieza a caminar torcido como el padre Rifán; lo digo con dolor porque lo que aquí menciono me toca hacelo de puño y letra.

Y para aumentar ese concierto musical carnavalesco, la misa del cardenal Castrillón, después de más de treinta años sin decirse en la Basílica de Santa María la Mayor. Claro que es muy fácil alegrarse, pero es también consecuencia de la ignorancia y por eso es mi deber, mis estimados hermanos, como deber de caridad, combatir la ignorancia.

No es diciendo una Misa de Pío V, después de tanto tiempo, como se vuelve a la Tradición. ¿Cuál dijo al otro día y cuál está diciendo hoy el cardenal Castrillón? O acaso, ¿con decir una misa tradicional, con eso ya está bien y se profesa toda la fe católica y no hay ningún problema? ¡No señor! Eso no es ningún signo de acercamiento, no lo hay, lo que hay y lo que compete es la profesión de la fe católica en toda su pureza, en toda su integridad, dando testimonio del espíritu de verdad y no oficiando una misa como si fuese una payasada de circo. Porque además han asistido todos los falsos tradicionalistas liberales de Eclesia Dei de San Pedro, todos los que se han ido de la Fraternidad y que critican tanto a monseñor Lefebvre como a nosotros y quieren el contubernio con el error invocando la autoridad del Vaticano, la del Papa, la de los obispos.

La autoridad de la Iglesia es para dar testimonio de la verdad y no del error, y nuestro Señor es categórico en eso. Él mismo nos dice, hablando de los falsos profetas, que estarán dentro de la Iglesia con apariencia de virtud. San Juan Crisóstomo nos advierte que son mucho peor que los que están fuera, porque son los enemigos internos, ocultos, quienes solapadamente socavan los fundamentos de la Iglesia católica. Así lo hizo ver hace un siglo su santidad Pío X cuando dijo que los modernistas estaban socavando la raíz misma de la Iglesia católica y que lo único que se esperaba, viendo los acontecimientos históricos de aquel momento, era que el anticristo naciera. Son palabras del sumo Pontífice Santo y Patrono de la Fraternidad Sacerdotal San Pío X. Porque hay que estar en comunión con la verdad.

Monseñor Lefebvre fue excomulgado, cumpliéndose literalmente lo que dice nuestro Señor: “Seréis expulsados de la sinagoga”, ésta en aquel entonces era la Iglesia del Antiguo Testamento instituida por Dios. Por eso no debemos escandalizarnos cuando nos echen de la Iglesia por defenderla. Hay que tener una fe muy firme, una visión muy clara, hay que ser un católico instruido. En esta crisis no se aceptan soldados de medio pelo; esos no le sirven ya. Se necesitan soldados de Cristo y no católicos aburguesados y mediocres que todo les da igual, que les da lo mismo prenderle una vela a Dios y otra al diablo.

“No todo el que dice ¡Señor, Señor! entrará en el reino de los cielos, sino el que hace la voluntad de mi Padre celestial”. Es más, “pensarán hacerle un servicio”, dice nuestro Señor. Agrega Santo Tomás, que se refiere a los judíos porque los paganos no persiguen en el nombre de Dios sino en el de los dioses; pero el judío acosa en el nombre de Dios y por eso pensarán hacerle un servicio. Con lo cual nuestro Señor está también profetizando y señalando el hostigamiento judaico que habrá a lo largo de los tiempos y que se acrecentará hacia el final.

Lo que está pasando hoy es la judaización de la Iglesia, son los judíos los que gobiernan y dominan el mundo y entronizarán al anticristo, para lo cual necesitan una Iglesia  de acuerdo a sus intereses, para que no haya resistencia.

Por eso esa obra que está haciendo monseñor Castrillón es una obra típica de un israelita; entonces, que no sea un idiota útil que se preste a ello. Y si es un judío avispado entonces se le desenmascarará, pero lo que no puede ser es que no veamos claro y que caigamos ingenuamente como una niña de quince años un poco cándida y un poco pura, pero un poco tonta también, en las manos de su seductor. Duele decirlo, pero es así.

El Evangelio emplea las imágenes fuertes; el mismo casto San Juan, cuando muestra el misterio de la mujer escarlata, simbolizado por una prostituta. Tengamos cuidado, porque a una mala mujer uno no se acerca. ¿Y qué hace monseñor Castrillón, que hoy oficia la misa tradicional y mañana la nueva, y que va con el que primero le ofrezca más? Espero, mis estimados fieles, que ninguno se escandalice y si se lo hacen, pues sacudo mis pies y me voy a otra parte.

No puede ser que nos dejemos insensiblemente adormecer y que toda la prensa internacional esté al unísono. Por eso es mi deber decirlo, porque aun dentro de la Fraternidad no todos los sacerdotes lo comprenden, es un hecho, pero aquellos que crean que sí lo entienden, tienen que alzar la voz en el nombre de Dios y en del Espíritu Santo. Es muy fácil hablar de un San Atanasio hace diecisiete siglos, pero lo que no puede ser es que empeorándose la situación no haya Santos Atanasios hoy, eso no puede ser. Y si no existen, es porque no hay Iglesia católica.

El mismo monseñor Williamson me dijo un día: “Cayó Campos...”, es decir, los sacerdotes que continuaron y se unieron a monseñor De Castro Mayer. “...¿caerá la Fraternidad?”. Pidamos para que no claudique, no se escandalice de ser señalada con el dedo como los desechos de la sociedad clerical, como lo advierte San Pablo, “seréis señalados como la escoria de la sociedad”; y ahí está nuestro honor, nuestra humillación y nuestra humildad. Porque hay que ser modestos para dejarse escupir así la cara y mantenerla en alto, como un verdadero soldado confirmado en la gracia del Espíritu Santo.

 Si algún fiel no entiende esto, le pido me lo diga para esclarecérselo y si no quiere comprender es que se equivocó de lugar. Hay que saber que nos espera un combate rudo, cruel y que no es para muchos sino para unos pocos predilectos y amados de Dios, que lo buscan en todas las cosas y en primer lugar, y que Él para ellos no es un artículo de lujo de segundo o tercer orden sino que es esencial,  fundamental. Donde no está Dios verdadero no hay nada, todo es podredumbre y basura. Primero Dios, decía Santa Juana de Arco, y murió tildada de loca, como engañadora y mala mujer por el obispo Cochón, que hasta ese nombre tiene, pues quiere decir cochino, cerdo, y él era el miembro más encumbrado de la universidad de La Sorbona, de París. Fueron algunos integrantes de esta universidad los que persiguieron y mandaron ejecutar a Santa Juana de Arco, que permaneció fiel a la palabra divina muriendo con gran entereza.

Y ahora, ¿cómo es posible que nosotros, siendo muchos más, vayamos a claudicar, nos vaya a dar miedo? ¿De qué? ¿De que no nos den permiso? ¿De qué? ¡No señor! Para ser católicos, nadie le pide autorización a la Iglesia para ser bautizado, simplemente le manifiesta y le pide que le dé la fe en el bautismo. Nosotros no necesitamos ningún permiso para decir la Misa de siempre; ninguno. Y no hay ninguna excomunión, no existe. La Tradición no puede ser condenada. Por eso monseñor Lefebvre decía que si había algún anatematizado serían ellos, los que arrinconan y persiguen a la Tradición de la Iglesia, los que no la quieren y desean una implantación de una Iglesia mancomunada, que cobije a todos los hombres sin dogmas ni credos que dividan. Esa será la Iglesia del anticristo y “a ese sí le recibiréis”, dice nuestro Señor, “pero yo, que no vengo en nombre propio, sino en el de mi Padre, me rechazáis”; por eso  le crucificaron. Por eso nosotros vamos a la inmolación y no nos hagamos ilusiones de que así no sea.

Ahí está la gloria, en poder soportar esa sacrificio como verdaderos católicos sin escandalizarse, llenos del amor del Espíritu Santo que es el alma de la Iglesia y no el espíritu de error y de mentira que entró con el Vaticano II como el humo del infierno, como el mismo Pablo VI, siendo pontífice en aquella época, lo dijo.

Por eso el evangelio de hoy debe servirnos para que nos consolidemos en el espíritu de verdad y no nos asombremos cuando seamos proscritos. Porque la Iglesia católica, apostólica y romana no son los muros de piedra, no son los edificios, es el alma de todo fiel a Cristo, los Cristifideles, que por un misterio de iniquidad serán dispersados por el mundo. Ese es el gran misterio de iniquidad de la Iglesia. La congregación de los Cristifideles al fin de los tiempos sean dispersados físicamente, materialmente, pero unidos en la verdad del Espíritu Santo, del soplo de amor del Espíritu de verdad de Dios. Por eso el próximo domingo, que será Pentecostés, la Iglesia quedará definitivamente consolidada, reafirmada, coronada en ese soplo de amor del Espíritu Santo que es Espíritu de verdad y que durará hasta el fin de los tiempos.

Pidamos a nuestra Señora que sepamos dar testimonio de nuestro Señor profesando la fe y la verdad sobrenatural y eso con el amor, con el soplo de Dios, del Espíritu Santo y así no tendremos miedo a nada ni a nadie, sólo a Dios. Él será lo único que realmente nos interese, todo lo demás es secundario. Ese es el sentido verdaderamente católico, en el que todo fiel debe vivir y morir y por eso hay que recordarlo, sobre todo ahora, en esta hecatombe que estamos viviendo fuera y dentro de la Iglesia. Pidamos al Espíritu de amor que ilumine nuestras inteligencias y el corazón con su llama, con su fuego, para que así permanezcamos en este testimonio fidedigno y veraz de Dios. +

P. BASILIO MERAMO
    
1 de junio de 2003