San Juan Apocaleta



Difundid Señor, benignamente vuestra luz sobre toda la Iglesia, para que, adoctrinada por vuestro Santo Apóstol y evangelista San Juan, podamos alcanzar los bienes Eternos, te lo pedimos por el Mismo. JesuCristo Nuestro Señor, Tu Hijo, que contigo Vive y Reina en unidad del Espíritu Santo, Siendo DIOS por los Siglos de los siglos.












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"Sancte Pio Decime" Gloriose Patrone, ora pro nobis.





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domingo, 31 de agosto de 2014

Domingo Decimo Segundo después de Pentecostés

Amados hermanos en nuestro Señor Jesucristo:

El evangelio de hoy nos relata cómo nuestro Señor le dice al pueblo que le escuchaba que muchos habían deseado ver lo que ellos veían y oír lo que ellos oían y no lo vieron ni lo oyeron, como algunos reyes y profetas del Antiguo Testamento. Reyes entre los que podíamos contar al Rey David, que quizás fue el que mejor vaticinó de nuestro Señor. Profetas que conocían por revelación al Mesías ya que el pueblo no lo entendía explícitamente, sino los profetas, los mayores, como dice Santo Tomás, que comprendían los dogmas de la Santísima Trinidad y de la Encarnación porque sustancialmente es la misma fe, aunque no por todos explícitamente conocidos pero sí por aquellos que tenían a cargo instruir al pueblo religiosamente pero que no había llegado la hora de la manifestación pública de ese misterio que hacía la esencia de la fe del Antiguo Testamento. Por eso nuestro Señor les dice que muchos hubieran deseado ver lo que ellos veían y oían. Ver y oír al Verbo de Dios encarnado, a nuestro Señor Jesucristo, al Mesías esperado por todos.

Y un doctor de la Iglesia de aquel entonces, es decir, doctor de la Sinagoga, le pregunta para tentarlo, no para saber, que es muy distinto, interrogar para conocer la verdad para la cual hemos sido hechos, es el primer deber de cada hombre y por eso los niños cuestionan, son preguntones, porque están ávidos de la verdad. Pero muy distinto es interpelar para tentar. Y nuestro Señor contestándole a su cuestionamiento de qué era lo necesario para salvarse, le hace a su vez la pregunta en consonancia con su estatus: “¿Qué es lo que se halla escrito en la Ley?”. Doctor de la Ley que parece que se la conociera al dedillo porque no titubeó en contestar prontamente con esa sentencia: “Amar a Dios sobre todas las cosas y al prójimo”, en eso se resumían los diez mandamientos.

Sin embargo, teniendo ese conocimiento al pie de la letra no comprendían su significado porque enseguida replica como doctor pero también como ignorante: ¿Quién es mi prójimo? Para los judíos que se habían convertido prácticamente en una secta y para los fariseos, elite de la secta, el prójimo eran los amigos, los familiares, los allegados, en definitiva todo aquel que podía formar parte o de la familia, o de la estima de uno, pero no todo el mundo, mucho menos los demás hombres; con lo cual destruían ese mandamiento de amar a Dios sobre todas las cosas. Por eso, como lo dice la segunda epístola de San Pablo a los Corintios, “La letra mata y el espíritu vivifica”.

Casi todos los domingos vemos esa concordancia entre la epístola y el evangelio, y en este caso es patente, ¿qué quiere decir en la epístola cuando se menciona que “La letra mata y el espíritu vivifica”? Pues tenemos un ejemplo en el evangelio, como el doctor de la ley que conocía y responde bien y sin embargo no conocía el significado, la extensión, la profundidad, la aplicación de eso que él sabía y por eso la letra mata; de nada me sirve conocer el decálogo, toda la teología, todas las verdades, toda la ciencia habida y por haber como la tuvo Adán por un privilegio especial, si todo eso no está vivificado por el espíritu de Dios, por el Espíritu Santo, por el amor de Dios, por la verdad.

Dios es amor y es verdad, y si eso pasa con las cosas de Dios como la revelación divina, como son las Sagradas Escrituras, ¿qué no pasará con todos aquellos preceptos humanos legales civiles que hacen la convivencia de los pueblos? La letra mata mientras que el espíritu vivifica.

Discernir que esa letra, esa ley, esa norma, ese decálogo o lo que sea debe estar animado del espíritu de Dios, del espíritu de fe, del espíritu de verdad, porque sin ese espíritu de fe no hay nada y eso es justamente lo que el mundo hoy ha perdido en su incredulidad, en su neopaganismo, en su impiedad, bajo una falsa civilización. No queda nada de la verdadera civilización en la cual se cultiva todo aquello que da cultura al pueblo, a los hombres y a las cosas del espíritu. Pero hoy eso es nulo completamente, en las escuelas, en las universidades, en los púlpitos hay el vacío de luz, por falta del espíritu de fe, del espíritu de la verdad y eso aun en hombres de Iglesia. Por eso, monseñor Lefebvre insistía siempre en sus conferencias espirituales ante los semi-naristas, en que es el espíritu de fe quien anima toda la doctrina, toda la verdad, todo el evangelio, todo el decálogo y si no se tiene ese espíritu, esa letra mata. Y mata doblemente porque nos hace culpables de aquello que sabemos pero que no cumplimos.

Por lo mismo en el Antiguo Testamento se le llamaba ley de muerte, porque le mostraba al pueblo su pecado pero todavía no le manifestaba de un modo explícito su redención, su salvación. En cambio, en el Nuevo Testamento que es el testamento del amor de Dios, se nos muestra el pecado pero también en el mismo momento se nos manifiesta la obra de misericordia, la obra de la redención, la obra de la salvación y por eso es más perfecta y completa al primero.

Por eso también se puede decir que todo el Antiguo Testamento, sin el nuevo, es letra muerta, que mata; de allí que el judaísmo sea una religión muerta, porque se queda con el Antiguo Testamento sin el nuevo; con la pura letra sin el Espíritu. Para colmo con un Antiguo Testamento que ya no corresponde tampoco a la interpretación según Moisés y los patriarcas sino a la obra de aquellas entelequias que tergiversaron las revelaciones antiguas y de allí fueron a dar a esos libros que son para los judíos mucho más importantes, como la Cábala y el Talmud, al no tener el verdadero espíritu; aun aquello que tienen de verdad lo tienen con otro espíritu y ese espíritu malo es lo que ha dado la Cábala y el Talmud; por tanto, tampoco son fieles, ni aun en cuanto a la letra, a Moisés y al Antiguo Testamento.

Ahora bien, lo mismo nos puede pasar, y de hecho está pasando hoy en la Iglesia, por no tener ni guardar ese espíritu de fe y de verdad y quedarnos con una palabra, con una moral, con una religión muertas y de ahí la necesidad de la sacrosanta Tradición católica, apostólica y romana que nos da y nos transmite el verdadero espíritu de fe, el verdadero espíritu de verdad para que nos salvemos; de ahí su importancia.

No es facultativo; uno puede al principio venir atraído por la capilla o por una Misa, o por lo que fuere, pero después que se pasa de ese primer contacto ya no se es libre de darle la espalda a Dios, a la Tradición, o decir que eso no es conmigo, porque si Dios me muestra cuál es la verdad y yo la desdeño, cometo un pecado contra el Espíritu Santo impugnando la verdad conocida.

Y cuánta gente pasa, se emociona y sigue de largo y creen que así se van a salvar; claro está que la misericordia de Dios es muy grande pero hay una responsabilidad por parte de cada uno y Dios nos pedirá cuentas a cada uno de nosotros.

Por eso la exigencia de perseverar y no ser aves de paso. La necesidad de profundizar en ese espíritu de fe, de verdad que nos lega la Santa Madre Iglesia, contenido en la Tradición sacrosanta de la Iglesia católica, y esa Tradición que ha sido hoy desdeñada, desechada, tirada por la borda; la barca de Pedro bota, tumbada, repudiada esa Tradición; esa es la imagen que nos podríamos hacer si queremos calcular qué pasaría en la Iglesia sin la Tradición. Pues dejaría de ser sencillamente la Iglesia; eso es lo grave, lo tremendo, que al dar la espalda a la sacrosanta Tradición apostólica y romana se tiene una nueva Iglesia que usurpa el nombre, el prestigio y la fama de la verdadera pero que ya no lo es.

Eso es lo terrible que estamos viendo y viviendo y por eso “no todo aquel que dice ¡Señor, Señor! se salva”. De ahí la necesidad del verdadero culto, de la verdadera misa, del verdadero catecismo, de los verdaderos sacramentos, de la verdadera doctrina católica; esto no es un juego, no es un pasatiempo y menos un club ni de lectores ni de lo que fuere. Es responsabilidad de cada uno de nosotros responder a la verdad y responder al amor de Dios y por eso es necesario conservar ese espíritu para que la letra no mate y así el espíritu nos vivifique y nos salve.

No limitemos, como los fariseos, el concepto de prójimo a lo que a ellos les convenía. Nuestro Señor muestra que el prójimo es cualquiera con el que yo me tope en la calle, lo conozca o no lo conozca, lo distinga o no lo distinga15, así que es todo aquel con el cual me tope, lo conozca o no, y a él lo tengo que amar como a mí mismo por amor a Dios; eso es lo que nos pide el Señor al contestarle así a este doctor de la ley que le preguntó para tentarle.

No le tentemos entonces cuando destruimos el término de prójimo aplicándolo a aquellos que nos conviene porque son nuestros amigos y el resto como si no existiera. Reconozcamos como prójimo a todo hombre que esté a nuestro alrededor (que, entre más cerca, más prójimo). +

Padre Basilio Méramo
11 Agosto de 2002

domingo, 24 de agosto de 2014

DOMINGO DECIMOPRIMERO DESPUÉS DE PENTECOSTÉS


Amados hermanos en nuestro Señor Jesucristo:

Escuchamos en esta parábola el relato del milagro que nuestro Señor hace al sordomudo, lo cual está también consignado en el rito del bautismo, cuando recibimos la fe, imitando el sacerdote el gesto que hace nuestro Señor con el sordomudo para que oiga y hable.

Vemos cómo nuestro Señor no era un buscador de la fama, haciendo milagros para ganársela, como lo haría cualquier brujo de hoy, o cualquier charlatán. En consecuencia, nuestro Señor lo lleva aparte, fuera del gentío, del tumulto y pide que no lo cuente, que no lo diga a nadie; pero era en vano, porque entre más hacía esa recomendación, más se divulgaba ese milagro que había sorprendido al pueblo. Y con este milagro del que la Iglesia toma parte para el rito del bautismo, nuestro Señor quiere mostrar la génesis de la fe, el origen de la fe, cómo la fe entra por el oído, por la palabra de Dios.

Pero cómo van a tener fe si no oyen, y cómo van a oír si no predican. De ahí la esencia de la predicación del evangelio en manos de los apóstoles, de los obispos y de los sacerdotes como ministros auxiliares del obispo, que para eso están los obispos, para eso está la jerarquía de la Iglesia, para predicar la palabra de Dios que engendra la fe. Por tal motivo los predicadores de la Iglesia primitiva eran considerados padres de la Iglesia, porque engendraban en la fe, que no es primeramente algo natural, una creencia natural, tampoco es un sentimiento religioso natural que tengo en el fondo del corazón, no.

No es un sentimiento como pensaban los protestantes, un sentimiento vuelto confianza; ni como piensan los modernistas que es un sentimiento religioso del cual se tiene experiencia en el corazón, no. Tampoco es el sentimiento de la falsa beatería. Es una adhesión firme de la inteligencia a la verdad revelada. De ahí su importancia. Hay una relación de nuestro ser con la verdad. Por lo que Santo Tomás define el objeto de la fe diciendo que es la verdad primera, que es Dios, en cuanto Él es la verdad suma y primera. Esa adhesión de nuestro ser, de nuestra inteligencia a la verdad que es Dios veritas prima, a esa verdad primera de Dios, no natural sino sobrenatural, claro está, esa adhesión se opera por el movimiento de la voluntad guiado por la gracia, y es un misterio. Hay esa adhesión de la inteligencia a la verdad movida por la voluntad pero por la gracia de Dios, y es un misterio.

Mas no porque sea un misterio vamos a tener un concepto erróneo, como el de los protestantes que confunden fe con confianza, que a lo sumo sería esperar, pero la esperanza sobrenatural es otra virtud; tampoco se puede confundir con un falso sentimiento religioso que se experimenta en el fondo del corazón, sino que es una relación trascendental con Dios como verdad primera; ese es el objeto material de la fe. Y ¿por qué adherirnos?, ¿cuál es el motivo formal por el cual adherirnos? La autoridad misma de Dios que revela, que así lo dice, que así lo manifiesta realmente, testimonio de Dios, en cuanto es veraz y sabemos que es sabio.

Hoy en día, cuánta gente al hablar de la fe manifiesta un concepto protestante, la pierde volviéndose ateo teórico o práctico, o indiferente; hace de la fe una cuestión de sentimiento y como cada uno tiene lo suyo, entonces cada uno tiene su fe y qué grave error es eso. Si desobjetivizamos la fe, ya no es la verdad Dios, no se puede olvidar esa relación trascendental con Dios como verdad primera, suma, a la cual nos adherimos movidos por la gracia; por eso es un don infuso, un don sobrenatural, un regalo de Dios, que debemos conservar, mantenerlo siempre vivo, adhiriéndonos a Dios y creyendo en su palabra.

¿Y qué viene entonces a ser la Iglesia? La Iglesia viene a ser el criterio sin el cual no hay fe, viene a ser la condición sin la cual no hay fe; condición esencial para que haya la fe, pero no el motivo formal, que es Dios dando testimonio de sí mismo; ni el motivo material que viene a ser el objeto material que es Dios proponiéndose como la verdad primera sobrenatural y esa verdad primera incluye todos los misterios que atañen a Dios directamente: la Santísima Trinidad, la Encarnación, todos los dogmas que se incluyen implícita y explícitamente en la Revelación. La Iglesia es como el faro, como la brújula, infalible de esa fe; el medio necesario por el que recibimos la fe, y por eso si se la rechaza no hay fe, no se tiene fe, no creemos a Dios que nos revela.

Y aquí hay también algo que aclarar: no se trata de la revelación externa simplemente contenida en la Tradición y en la Biblia, que eso sería condición también para que nuestra inteligencia, nuestro intelecto, conociendo suficientemente esa revelación externa hecha por Dios a la Iglesia, que nos la transmite infaliblemente y por eso es criterio, condición sin la cual, no obstante, debo reconocerlo, se debe adherir, asentir a esa palabra interior que se revela en mí. Entonces no es tanto la revelación exterior, el oído externo, sino el oído interno, reconocer en mi corazón, en lo profundo de mi alma que es Dios quien está diciendo “aquí estoy”. Por eso hay tanta gente que conoce la revelación externa y sin embargo no tiene fe.

Tenemos el ejemplo de San Pablo, que creyó en nuestro Señor cuando Él le dijo: “Saulo, Saulo, ¿por qué me persigues?”. Y Saulo le responde: “Señor, ¿qué quieres de mí?”. Esa es la respuesta interna, íntima, interior, de aceptación, de adhesión a la autoridad, al testimonio, a la palabra de Dios, que es Él quien me está diciendo: “Soy Yo, ¿crees en mí?”. La otra respuesta es el rechazo, se cierra la puerta y no se quiere oír. 

¡Maldito sea, entonces! Por eso la gente se condena, rechaza a Dios y hay que ver cuántos tienen bien trancado su corazón.
De ahí el misterio y la gracia de que nosotros tengamos la fe y que no la perdamos, que reconozcamos ese tesoro, que se mantenga en nuestro corazón, en nuestra inteligencia, esa verdad revelada y ese testimonio a la palabra de Dios y si no lo conservamos, en vano habremos creído, como dice San Pablo. Gran drama de la hora presente, en que no hay fe, en que la jerarquía de la Iglesia no profesa la fe católica, apostólica y romana; sencillamente no hay profesión de la fe, ni conservación ni custodia de la misma, porque para eso creó nuestro Señor a la Iglesia, para que ese tesoro sea guardado, custodiado, defendido y profesado, para que la Iglesia nos instruya en la fe, la proponga suficientemente y se adhiera a la autoridad divina de Dios.

Hay una verdadera claudicación de la jerarquía en esta misión sacrosanta de custodiar y conservar para transmitir infaliblemente la verdad revelada, y esto ha sido posible solamente por un misterio de iniquidad digno de los últimos tiempos, próximos a la venida de nuestro Señor Jesucristo. Ese solo hecho basta para mostrar los tiempos apocalípticos que se viven, sin saber si serán de corta o larga duración, pero que son apocalípticos a la luz de la fe, y de otro modo no se entiende, ni se acepta ni se tiene el espíritu de combate contra el error. Por eso, la claudicación de aquellos que debieran defender la verdad, porque no están a tono con los signos de los tiempos, porque en definitiva, y da vergüenza decirlo, no saben dónde están parados, perdieron el horizonte, el norte, la brújula, no saben, ¡qué ignorancia!

Son culpables, porque se tendría que saber, porque todo está por suceder, todo está profetizado, lo que pasa es que hay que saber, primero creer y ver, pero hoy ya ni se ve ni se cree y he ahí el drama de la pérdida de fe, hasta que culmine la gran apostasía anunciada por nuestro Señor: “Cuando venga, ¿acaso encontraré fe sobre la tierra?”.

Y en esa fe conservada en pocos corazones representando la verdadera Iglesia de Dios, dispersa por el mundo, en esas pocas almas fieles a Dios, allí estarán el testimonio y la visión y el verdadero amor a nuestro Señor; de ahí la importancia de esa fidelidad, de pertenecer a esa Iglesia reducida a un pequeño rebaño. Lo estamos viendo hoy cada vez más. ¿Qué es la Tradición? Un pequeño rebaño de fieles perseguidos, tildados de lo peor, excomulgados como rebeldes. Pidamos a Nuestra Señora su intercesión para permanecer siempre fieles a Cristo. +

Padre Basilio Méramo. 
19 de agosto de 2001

viernes, 22 de agosto de 2014

Fiesta del Inmaculado Corazón de María

La Santísima Virgen María, dijo a Santa Lucía de Fátima: 
Nuestro Señor quiere que se establezca en el mundo la devoción al Corazón Inmaculado. Si se hace lo que te digo se salvarán muchas almas y habrá paz; terminará la guerra... Quiero que se consagre el mundo a mi Corazón Inmaculado y que en reparación se comulgue el primer sábado de cada mes... Si se cumplen mis peticiones, Rusia se convertirá y habrá paz... Al final triunfará mi Corazón Inmaculado y la humanidad disfrutará de una era de paz.
El 4 de marzo de 1944, con el decreto Cultus liturgicus, el Papa Pio XII extendió a toda la Iglesia latina la fiesta litúrgica del Inmaculado Corazón de María, y asigno como día propio el 22 de agosto, que es la octava de la Asunción, y elevándola a rito doble de segunda clase.



AQUI EL SERMON DEL PADRE MERAMO
PARA LA FIESTA DE ESTE DÍA


Amados hermanos en nuestro Señor Jesucristo:
En esta fiesta del Inmaculado Corazón de María, instituida por el papa Pío XII en plena guerra, después de consagrar la humanidad al Inmaculado Corazón, quiso que en la Octava después de la fiesta de la Asunción se celebrase la fiesta del Inmaculado Corazón de María.

La devoción al Inmaculado Corazón de María, como nosotros sabemos según San Juan Eudes, es la misma al Sagrado Corazón de Jesús; son dos devociones que expresan una misma realidad, el amor de nuestro Señor por nosotros y el amor de nuestra Señora que ama a su Hijo y nos ama a nosotros como a hijos suyos también. Lo vemos en el evangelio de San Juan: Ella es recibida por San Juan como Madre y Ella recibe a lo recibe a él y a todos nosotros como hijos suyos.

Aquí quiero hacer una observación, y es que no hay porqué enmendarle la plana al Ave María agregando “Madre nuestra”, también como en otras ocasiones lo he mencionado y, es más, cuando digo una cosa e insisto en ella, me baso teológicamente para decirlo, con lo cual no importa que cualquier otro padre o cualquier otro obispo así lo diga, porque así pierde, por no seguir la teología de la Iglesia. Me refiero a que no se dice “por nosotros los pecadores”, porque los pecadores no son los unos como si los otros no lo fueran, es un artículo relativo y aquí no hay ninguna relatividad; todos sin excepción somos pecadores, entonces no son los pecadores y los no pecadores. Sin agregarle además “Señora”, porque en latín no decimos en el Ave María “dómina”, son colombianismos, mejicanismos, argentinismos, que se le agregan.

Entonces ciñámonos a la liturgia romana. Lo mismo ocurre en el Padrenuestro, le colocan un “Señor” donde no lo lleva, entonces las personas que dirigen el Rosario, por favor no cometan esos errores, porque quienes vienen por primera vez lo aprenden mal y eso es lamentable; en el colegio las profesoras no han podido aprender, porque el sacerdote anterior les enseñó así y el anterior también, y se termina por no decirles más porque da pena, pues no entienden, pero en esta capilla sí deben entender y espero que se comprenda que no es un capricho, es por una concesión que se convierte en error teológico introducido por agregar artículos que no hay y una palabra puede convertirse en un error.

En la Iglesia es así: una simple “y” (en latín “que”) en el “Filioque” que no admiten los ortodoxos constituye una herejía, una “i” de más que se le agrega al homoiousios, en vez de homoousios en griego, la herejía de Arrio. Ni una iota. No quiere decir que no sea verdad que es Madre nuestra, es muy Madre nuestra como ya lo acabamos de ver en el evangelio, que es Madre de la Iglesia; es entonces Madre nuestra, pero si les vamos a agregar a las oraciones todas las verdades, no acabaríamos nunca. También en otras oraciones como la Salve. En el Credo agregamos un segundo creo, “creo en Dios Padre y creo en Jesucristo”, etcétera. Nos acostumbramos a agregarle y por eso cuando nos cambian en el Padrenuestro “deudas” por “ofensas”, por esa mala costumbre nos tragamos el cuento.

Nuestra Señora, primera garantía de salvación. La epístola de esta fiesta, tomada de uno de los libros Sapienciales, el Eclesiástico, y que la Iglesia le aplica a nuestra Señora, como a Madre de la Sabiduría, que es nuestro Señor, la Sabiduría Eterna, increada; Ella, Madre de Dios, Madre de la Sabiduría Eterna, Madre de nuestro Señor Jesucristo, predestinada desde toda eternidad, ab initio, ante ómnia saécula. Todos esos pasajes que parecieran ininteligibles, no se entienden si no los situamos dentro de la predestinación, ab aeterno, de la Santísima Virgen en el mismo decreto de la Encarnación, en el mismo decreto que desde toda la eternidad Dios promulgó, para que el Verbo se hiciera carne; en ese mismo decreto se promulgó que nuestra Señora sería la Madre de Dios y de esa predestinación brota toda la gloria y todo el honor de nuestra Señora, por ser la predestinada desde siempre a ser la Madre de Dios y de ahí todos los privilegios, por su maternidad divina.

De ahí todo su poderío, todo su señorío, toda su realeza y el triunfo bajo la impronta de su Inmaculado Corazón; de ahí tantas promesas en ese triunfo muchas veces mal interpretado, mal entendido, mal situado. Bástenos por lo menos saber sobre todo en la hora presente, que después de todo esto, de esta apostasía, de esta pérdida de la fe, de esta pasión de la Iglesia, tendrá lugar el triunfo del Inmaculado Corazón, que no forma sino el mismo y único triunfo de nuestro Señor Jesucristo.

Todo colabora al bien de aquellos que Dios ama, esta es la importancia de ser, de pertenecer a aquellos que Dios ama y todos somos amados de Dios, el problema está en que nos excluimos de ese amor divino voluntariamente y por eso se forman dos bandos, dos genealogías, dos razas: la raza de los benditos en nuestra Señora y la raza de los malditos en Eva y la serpiente. De ahí viene el odio irreconciliable y por eso es un signo, como decía San Luis María Grignión de Montfort, un signo de la predestinación el que nosotros veneremos a nuestra Señora, seamos sus fieles y verdaderos devotos, porque hay infieles y falsos devotos. Siendo entonces, sus fieles y verdaderos devotos pertenecemos a esa raza de los hijos de María y tenemos así la garantía de nuestra Salvación.

No es, por tanto, una devoción más o que yo le rece a San Pedro, o a San Juan, o a San Pablo, o al Santo que más me guste, porque nuestra Señora está por encima de todos los santos y ángeles del cielo, está al lado de Dios y es nuestro escudo, nuestra abogada y nuestra protectora y bajo todos esos títulos tenemos que invocarla para que Ella aplaste a la serpiente, la cabeza de Satanás.

Pidámosle esa confianza y amor filial a Ella, para que amemos más y mejor a nuestro Señor Jesucristo a pesar de todas nuestras miserias. +

PADRE BASILIO MERAMO
22 de agosto de 2001

domingo, 17 de agosto de 2014

DÉCIMO DOMINGO DESPUÉS DE PENTECOSTÉS

Amados hermanos en nuestro Señor Jesucristo:

En el Evangelio de hoy tenemos la parábola que Nuestro Señor dirige a esos hombres que se tenían a sí mismos por buenos creyéndose mejores que todos los demás; se tenían por muy religiosos. Es la parábola del fariseo y el publicano y que nos viene muy bien para que no cometamos el mismo pecado de soberbia religiosa.

Los fariseos eran la elite social y religiosa del pueblo judío, que encarnaba el ideal nacional en contra del helenismo y del dominio romano. Defendían, por decirlo así, el patrimonio del pueblo elegido, sintiéndose los sucesores del espíritu de los macabeos quienes defendieron en un momento crucial el honor y la gloria de Dios, el culto verdadero, ante la profanación, y por esto murieron mártires cuando el emperador colocó una imagen, un ídolo, en el templo; pálida imagen de lo hecho en Asís con la imagen de Buda sobre el sagrario, de modo que si aquello fue profanación esto ya es apostasía.

Pues bien, los fariseos eran los guardianes del culto y de la religión, de las cosas de Dios y por eso se dedicaban a escudriñar las Escrituras y todo lo concerniente al culto. El publicano, un recaudador de impuestos, un “traidor” al servicio del César para recolectar los impuestos y así beneficiarse. Ser publicano entonces era lo más detestable que podían tener los judíos entre ellos y sin embargo, nuestro Señor muestra que la oración del fariseo no es escuchada y la del publicano sí.

El fariseo que en apariencia era excelente, “gracias te doy”; qué cosa mejor que dar gracias a Dios, pero, “... porque no soy como los demás hombres: ladrones, injustos, adúlteros”; “ni como este publicano”, o “como esta rata”, le faltaba decir. Sin embargo, nuestro Señor mismo nos dice que no le escuchó; daba el diezmo (que eso es lo que de limosna eclesiástica por ley siempre se ha estipulado y que la Iglesia no ha urgido), o sea la décima parte o dividendos, o rentas que tenía, y ayunaba dos veces a la semana y no un ayuno mitigado, un ayuno a medias como el que hoy se hace y que ni aun así se cumple, porque nos cuesta no comer carne, hacer abstinencia, ayunar dos o tres veces al año, y es un ayuno templado por la debilidad nuestra. Antes el ayuno era riguroso: absolutamente nada durante todo el día, y dos veces por semana, es lo que hace el fariseo; aparentemente era muchísimo mejor que cualquiera de nosotros, qué ejemplo. Sin embargo nada de eso le servía, su oración carecía de valor porque todas sus buenas acciones quedaban anuladas, sin valor sobrenatural por estar viciadas de soberbia, ¡la maldita soberbia! El maldito orgullo que todos llevamos dentro y peor, no cualquier soberbia, sino la peor que puede haber, la religiosa, la de los religiosos y de los fieles religiosos.

La palabra soberbia viene del latín superbia, supra, creerse por encima de los demás, mientras que humilde humilitas, humus del humus de la tierra, el humilde es aquel que se rebaja, que se siente poco, que se siente tierra porque venimos de la tierra, del limo de la tierra, del barro. Ese es nuestro origen material al cual Dios infunde el alma, y por eso la humildad es la verdad, reconocer lo que somos, criaturas hechas de barro, luego no tenemos nada de que enorgullecernos con respecto a los demás. Esa es la verdadera humildad y la verdadera oración: “Señor, soy un miserable pecador”, sea rico o sea pobre, rey o basurero; “soy un miserable pecador”, un hombre hecho de barro, de tierra. En cambio, el fariseo era soberbio religioso.

Esa soberbia religiosa la podemos tener todos nosotros y entre más religiosos peor aún, como en el clero; soberbia religiosa aun dentro del clero tradicionalista, y en los fieles; nosotros como tradicionalistas, en cierta forma como los fariseos detentores del verdadero culto, podríamos hacer esa comparación a muy justo título. Porque los fariseos no eran malos en su principio, degeneraron después; eso mismo nos puede acontecer, así que es grave peligro.

Dentro de la Tradición y aun dentro de la hermandad, Dios ha permitido la caída terrible de sacerdotes y de fieles para que no nos enorgullezcamos. Que si defendemos el verdadero culto y somos celosos de las cosas de Dios con santo celo, reconozcamos que no es por mérito propio sino que somos frágiles vasos de barro que guardan un tesoro, el tesoro de la liturgia, de la doctrina, de la fe, pero que somos barro; somos poca cosa, la verdad no nos pertenece. La verdad es para el bien común, como lo dice la epístola de hoy: la diversidad de espíritus, unos de profecía, otros de milagros, de doctrina, de interpretación, pero es el mismo espíritu para el bien común, para la verdad, no para que nos creamos los mejores, los santos; la verdad no está para que nos sirvamos nosotros de ella, sino para que sirvamos nosotros a la verdad.

Este es el pecado del fariseísmo religioso, convertir la religión en un medio de poder, de ambición de riquezas, de política; todo lo cual es costumbre en Colombia; politizar hasta la religión; ver la jerarquía de la Iglesia convertida al servicio de la política y peor, de la mala política, porque no sirve al bien común, y no es justa porque no tiene en cuenta los principios del evangelio que deben iluminar y dirigir toda verdadera política y aún más aquella que se estime como una política católica.

De ahí que si yo me sirvo de la religión para tener poder, riqueza y prestigio, estoy cometiendo el pecado de la soberbia religiosa, del fariseo, sea rico o pobre, pues se puede ser pobre y soberbio. Aunque es mucho más fácil ser humilde siendo pobre, porque los mismos golpes de la vida nos hacen sentir que somos poca cosa y si tenemos resignación nos vamos por el camino de la humildad; en cambio es mucho más difícil ser humilde siendo rico, porque la riqueza me sitúa en un nivel superior, más difícil despegarse de esa riqueza, de utilizarla para el bien común, por eso nuestro Señor deliberadamente decidió vivir pobre y no rico en un palacio, para darnos el ejemplo. Lo que no quiere decir que ya en la pobreza sea humilde, porque se puede seguir siendo muy soberbio; así pues, este país ha caído en la desgracia y aunque es un país potencialmente rico, somos pobres; aprovechemos esa penuria para despegarnos de lo material y así ayudarnos en la humildad, sentirnos poca cosa.

Hay un asunto lamentable que debo decir, porque muchas veces la gente nueva que viene, se siente rechazada ya que los fieles más antiguos en vez de hacer un verdadero apostolado y explicarles, lo primero que hacen es mirarlos de arriba abajo para ver quién es, qué hace, como si fuera publicano. No señor; si viene mal vestido, con paciencia explicarle, que entre, que conozca, que vea, que si llegó aquí por pura curiosidad o por lo que fuera, Dios escribe derecho sobre líneas torcidas; no cerrar la puerta, ese es el verdadero apostolado, la verdadera predicación. No olvidar que llevamos más de treinta años de errores y confusiones que se agravan y que no todos tienen la suerte de haberlo visto desde un principio, sin contar la gracia que se necesita. Entonces sepamos acoger a los demás y allá ellos si perseveran o no, pero que no sea nuestra actitud la que aleje a la gente para después quejarnos de que somos pocos.

Por muchos que seamos, siempre seremos pocos; por la misma situación de crisis, por el paganismo atroz del mundo; no nos hagamos ilusiones, nunca seremos multitud sino un pequeño rebaño fiel y en la medida que nos acerquemos al fin de los tiempos ese pequeño rebaño se irá reduciendo. “¿Acaso encontraré fe cuando vuelva?”. Es lo que dice Nuestro Señor, y “Las puertas del infierno no prevalecerán”. Dos afirmaciones aparentemente contradictorias; la Iglesia no será destruida, pero “¿cuando yo vuelva encontraré fe?”. ¿Cómo es eso? Sencillamente: gran apostasía, un pequeño rebaño fiel, a eso se reducirá la Iglesia y por eso no prevalecerá el infierno sobre la Iglesia, porque la Iglesia no es una cuestión de números ni de cantidad, no es una democracia, no es la mitad más uno ni lo que piense el pueblo, ni el rey, ni nadie.

La Iglesia es Dios, su santa doctrina, la jerarquía que Él instituyó y los fieles. Es más, decía San Agustín: “Allí donde haya un fiel, allí habrá Iglesia”, y no importa que sea cura, obispo o un simple fiel, es decir un bautizado que tenga la fe, allí estará la Iglesia. Dice con mayor razón nuestro Señor: “Allí donde dos o tres se reúnan en mi nombre, allí estaré yo”, allí estará mi Iglesia. No interpretemos eso como definición de la Misa, porque una cosa es la presencia de nuestro Señor, allí donde dos o tres estén reunidos en su nombre, y otra es la presencia sacramental de nuestro Señor en el tabernáculo, son dos cosas distintas.

Aunque estemos en la tradición de la Iglesia, en medio de una apostasía como la que nos toca vivir, y aunque no sea evidente para todos y sí para nosotros, pues ¿qué es si no todo lo que hoy se vive en detrimento de la moral, de la fe, del culto, es decir, de la religión católica? Si bien se mira no queda ya nada en pie, nada es santo, nada es sagrado, todo profanado, la religión adulterada, del culto no quedan más que las formas, las cáscaras, no hay contenido. ¿Cuánta gente no va de buena fe a la nueva misa?. Si es que rinde culto a Dios verdaderamente, si comulga, ¿estará comulgando a nuestro Señor? No hay una mínima seguridad ni garantía de que esté rindiendo el verdadero culto a Dios, aun comulgando.

Y si nos atenemos a la definición de la Santa Misa que para ellos ya no es ni santa ni misa, ni tampoco un sacrificio, considerando que es simplemente un memorial, un recuerdo, y no el mismo sacrificio del calvario renovado sobre el altar sacramentalmente, pensando que es una reunión o conmemoración, como cuando yo festejo un cumpleaños: eso no es misa.

Y si consagro pensando que en la consagración no hay transubstanciación, no hay entonces la presencia real, no tengo la intención de la Iglesia. Todas estas cosas no me las garantiza la liturgia moderna, porque es una liturgia revolucionaria, contra la tradición, y yo no puedo ir contra la tradición sin caer por el mismo hecho en un cisma, en una ruptura. Hay un cisma en la Iglesia católica, nos guste o no. No todo lo que se dice Iglesia católica es católica; la Iglesia católica no puede estar dividida. Entonces, quien separándose de la tradición por seguir la revolución, aunque piense que no está en estado de cisma y de ruptura con la Iglesia católica, se divide. Esa es la teología, ser o no ser; diferente es que por ignorancia no me dé cuenta, sea o no sea culpable, esa es otra historia, si me doy cuenta o no, si tengo o no tengo la suficiente luz para ver las cosas como hay que verlas bajo la luz de la fe, sobrenaturalmente.

El simple hecho de oponerme a la tradición de la Iglesia católica, apostólica y romana, crea un estado de cisma y ese estado de cisma quedó formal y objetivamente confirmado, cuando Pablo VI firmó todos los decretos del Concilio Vaticano II. Los errores del Vaticano II no son de interpretación, sino que son errores de principios, y un Papa no puede firmar, rubricar como pontífice de la Iglesia católica lo que en principio se oponga a la tradición de la Iglesia: es inadmisible. Eso debería estar claro después de más de treinta años, si no fue claro en su momento.

Lo lamentable es que esto no lo diga quien debiera decirlo, al menos los obispos, pues tienen la responsabilidad de apacentar el rebaño con la verdad y no pueden tolerar un estado de ruptura con la tradición y no decirlo. Ya es hora de hablar claro –al pan, pan y al vino, vino– y que adoptemos una postura de verdad, de integridad y de fe delante de Dios, pues la religión no es una cuestión de sentimientos y de pareceres; yo no voy a la iglesia para sentirme bien, sino por un acto de fe para adorar a Dios en espíritu y verdad. No se viene a Misa para cumplir con una rutina o para ser niños buenos. Asistamos a Misa en un acto de profesión de fe católica, apostólica y romana de la única fe, de la fe sobrenatural, objetiva, y no de una fe subjetiva, sentimental, que nada tiene que ver con la adhesión de la inteligencia, movida por la voluntad bajo la acción de la gracia, a la verdad primera.

Pues bien, la Fraternidad enarbola la custodia de la tradición y todos los que venimos aquí queremos mantenerla, pero no por eso somos mejores que los demás. Dios nos exigirá más en la medida en que nos dé mayores gracias y la cuota de cada uno es la fidelidad como respuesta a esa verdad y respuesta categórica. No es una respuesta a medias tintas, no es un “sí” con un “no” ni es un “no” con un “sí”. “Sí sí, no no”, hay una decantación y en esa desviación de la fe, en la respuesta y en la fidelidad está la prueba por la cual cada uno de nosotros pasa y por la que está pasando la Iglesia en sus miembros, en sus fieles; ese dolor tan terrible del cual Dios sacará un gran beneficio. Por eso permite el mal, porque como Él es todopoderoso, del mal puede hacer surgir el bien, como triunfo del bien sobre el mal; ese es el ejemplo que nos da nuestro Señor en la Cruz, muriendo en ella nos da ejemplo de vida. De ahí la gran derrota del demonio, por derecho, porque todavía él sigue haciendo estragos hasta que Dios venga a ajustarle cuentas y por eso nosotros debemos aprovechar todas estas circunstancias y todos estos males.

Pidamos a nuestra Señora, la Santísima Virgen, nos dé la humildad con esa oración del publicano. Que esta misma crisis sea un medio que Dios nos permite para que nos santifiquemos y crezcamos en la fe. Dar verdadero testimonio de Dios con toda fidelidad y que esa fidelidad a la verdad, nos haga libres. “La verdad os hará libres”, somos libres, no en la democracia sino en la verdad, y la verdad es la santa Iglesia católica, apostólica y romana, la verdad en nuestro Señor Jesucristo, sintiéndonos como somos, pecadores, pero que llevamos un gran tesoro, el tesoro de la fe; dispuestos a defenderlo cueste lo que cueste sin caer en la soberbia del fariseo creyéndonos mejores. Sea nuestra Señora, ejemplo de humildad a imitar, Ella, que se consideró la sirvienta, la sierva de Dios y fue enaltecida por su profunda humildad. Sigamos su ejemplo de humildad y seamos fieles a Dios y a su santa Iglesia. +
BASILIO MÉRAMO PBRO.
12 de agosto de 2001

viernes, 15 de agosto de 2014

ASUNCIÓN DE LA SANTÍSIMA VIRGEN MARÍA

Amados hermanos en nuestro Señor Jesucristo:

En esta fecha la Iglesia católica festeja el dogma solemnemente proclamado por el papa Pío XII en 1950. Dogma de la Asunción de Nuestra Señora en cuerpo y alma, al final de su vida terrena, sin determinar más, sino sencillamente, que nuestra Señora después de su vida terrena fue asunta a los cielos en cuerpo y alma, es decir gloriosa.
Hoy, pues, festejamos esa proclamación solemne del dogma de la traslación de nuestra Señora en cuerpo glorioso al cielo y digo resucitada, porque si bien el Papa no quiso hablar en la definición dogmática si había resucitado o no, en la misma bula hace alusión a la muerte de nuestra Señora, muerte que no debe sorprendernos. Aunque algunos teólogos dicen que no murió, otros, como Santo Tomás, dicen que murió no por causa del pecado, porque Ella era toda pulcra e inmaculada, sino para asociarse a la muerte de nuestro Señor, que tampoco tuvo ningún pecado y, sin embargo, murió; y por ser Ella corredentora al pie de la cruz, murió de amor, pero no sufrió corrupción.

Fue entonces una resurrección anticipada para ser glorificada en los cielos. Aunque esto de la muerte claramente no está definido, es una opinión teológica muy fundada y la más conveniente, pero quede claro que el mismo papa Pío XII sin comprometerse en definirlo, dice que los fieles no tenían inconveniente en admitir la muerte, para identificarse con nuestro Señor que también murió y padeció por nosotros. De todos modos, con este dogma se proclama solemnemente la Asunción, la traslación de nuestra Señora en cuerpo glorioso, en cuerpo y alma a la gloria de los cielos.

No creamos que es un dogma nuevo; hay muchos dogmas en la Iglesia que se creen con verdadera fe sin ser proclamados solemnemente; ya esta verdad era creída, casi práctica y unánimemente desde el siglo VII y creída por haber sido enseñada por el Magisterio Ordinario Universal de la Iglesia quien también define dogmas pero no solemnemente. El Magisterio Ordinario de la Iglesia define, determina, por lo menos, el sentido y así se creen muchas verdades y ellas pueden ser solemnizadas con fórmulas precisas y con una determinación más exacta que lo acaba, que lo circunscribe, si podemos decir así, de una manera que no se pueda vulnerar ni mejorar. Hay otras verdades que también están implícitamente contenidos en los dogmas; el de la Asunción está contenido en el dogma de la plenitud de gracia13 que nos trae la Inmaculada Concepción, plena de gracia, llena de gracia. Al ser llena de gracia no podía tener Ella ninguna mancha que borrar, ni el pecado original ni ningún otro pecado actual, ni venial ni mortal. Y esa plenitud de gracia desde el primer instante de su Inmaculada Concepción es una gracia que nosotros no nos podemos imaginar.

Para tener una idea, pensemos que la gracia de todos los santos y de todos los ángeles no llega a la inicial de nuestra Señora en el momento de su concepción; y esa plenitud de gracia inicial, después se acrecienta con la concepción del Verbo, cuando pronunció Ella su fiat y luego se acrecentó más, cuando fue asunta a los cielos; entonces ya esa gracia inicial es mayor que la de todos los santos y todos los ángeles juntos.

Vemos entonces cuán horroroso es que los protestantes nieguen esto por el perverso y sacrílego error de Satanás, que los tiene sujetos y obnubilados; pero lo digo para que se vea por contraste la depravación satánica del protestantismo y para que defendamos nuestra religión poniendo a la Santísima Virgen por delante, como un buen hijo que pone a su madre en alto y no se avergüenza de Ella como si fuese una mujer cualquiera. Esa plenitud de la gracia inicial que fue aumentando hasta la Asunción de nuestra Señora, es la consecuencia del privilegio de la maternidad divina, de la maternidad de nuestra Señora; de ahí deriva porqué es la Madre de Dios, deriva toda la plenitud de gracia y de gloria que Ella tiene mucho más excelsa que la de todos los santos y todos los ángeles juntos y deriva, también, todo su poder. Por la grande y sencilla razón de que Ella es la criatura que Dios más amó y ama. Por todo esto y por ser la más amada de Dios es la predilecta, y de ese privilegio que Ella tiene en su Inmaculada Concepción, de esa gloria que tiene en su Asunción, nosotros participamos en alguna medida como miembros de la Iglesia católica, teniéndola a Ella por nuestra Madre.

Ella es la antítesis de Eva, y cosa curiosa, Eva al revés es ave, ¡Ave María! Eva fue maldecida y por eso volvió a la tierra, volvía al origen de su procedencia por el pecado, por la mancha. Nuestra Señora es la antítesis, es el culmen de las bendiciones. La maldición de Eva entraña la muerte, porque Dios hizo al hombre naturalmente defectible y por lo mismo mortal, aunque fue elevado a la inmortalidad. Perdió esa eternidad por el pecado original de Adán y Eva. Hay dos linajes, el de Eva: un linaje maldito; y el de la Santísima Virgen: un linaje bendecido. En el linaje de Ella, están todos aquellos que la reconocen como madre, que pertenecen al seno de la Iglesia y más aún, aquellos que se consagran a Ella, que rezan el rosario y que llevan el escapulario, que la veneran de un modo especial por esa plenitud de gracia, por esa exaltación, por esa bendición, y porque también está profetizado que Ella aplastaría la cabeza de Satanás y del linaje de Ella saldría nuestro Señor que es Dios, que triunfa contra el mal.

Por lo mismo la Iglesia, aunque sufra, es una Iglesia llena de esperanza aun en medio del padecimiento, porque si la tenemos a Ella por Madre y somos de su linaje, vamos a ser odiados por el otro linaje antítesis de Ella. Los hijos de Eva, los que no reconocen a nuestra Señora, no reconocen a nuestro Señor, no reconocen a la Iglesia. Hay una enemistad hasta el fin de los tiempos, no nos extrañemos de que haya persecución, de que haya guerra religiosa, de que haya oposición; y no que ahora nos vengan a hacer bajar la guardia en el falso ecumenismo donde no hay enemigos, porque es mentira, el demonio existe y el mal existen, igual los malos hijos y combaten a los buenos, a los del linaje de nuestra Señora, como combatieron y mataron a nuestro Señor.

No hay peor ignorancia que la de ignorar el enemigo, y no hay peor burla del enemigo, que la de hacernos creer que no existe; por eso Satanás ríe haciéndole creer al mundo moderno que no existe y es hoy más satánico que nunca; los juguetes de los niños son diabólicos, esas figuras monstruosas, esos dibujos animados en la televisión también monstruosos, inculturizando a los niños para que cuando vean volar a los demonios los tengan por sus ídolos y sus héroes. No entiendo cómo hay padres de familia que les compran un juguete monstruoso a sus hijos; realmente no se piensa, eso demuestra hasta qué punto se nos enceguece con la propaganda, el bombardeo, la desfiguración del arte, la destrucción de la realidad que Dios ha creado y eso viene del odio del infierno. Desgraciadamente los secuaces de carne y hueso, los hombres que no pertenecen y no quieren pertenecer al linaje de nuestra Señora y que sí son del linaje de Eva, maldecida, corrupta. Nuestra Señora es la antítesis y en Ella están todas las bendiciones.
“Bendita eres entre todas las mujeres”. ¿Por qué esa bendición? Por ser la Madre de Dios, porque es “Bendito el fruto de tu vientre”, que es Jesús, Dios. Así que hoy, con la Asunción, nosotros podemos proclamar con gozo, con regocijo, que tenemos una madre en el cielo, coronada en el cielo, venerada por todos los ángeles, omnipotente ante los ángeles, omnipotente por participación porque sólo Dios es omnipotente absoluto; pero a Ella por ser la Madre de Dios, nuestro Señor le da todo ese poder de su gracia para que Ella sea el canal por el cual esas gracias nos lleguen, así como el agua nos llega a través del acueducto. Ella es así, el canal, el conducto por el cual nos llega esa agua pura del cielo, que nos salva y nos asemeja a Dios.


Pidamos a nuestra Señora, la Santísima Virgen María, ser sus verdaderos hijos, no como muchos que siguen falsas devociones, como lo dice San Luis María Grignión de Montfort, sino que seamos de los verdaderos y que podamos tenerle en nuestro corazón un altar privilegiado, para que Ella sea nuestro socorro y nuestro auxilio, sobre todo a la hora de nuestra muerte. +

BASILIO MERAMO PBRO.
15 de agosto de 2001.

miércoles, 13 de agosto de 2014

El. R.P. Basílio Méramo envía:REFUTADOS POR SAN ROBERTO BELARMINO EL PADRE DEVILLERS Y LOS DOMINICOS DE AVRILLÉ


Como los dominicos de Avrillé preguntan ¿Si el Papa es infiel o herético, qué pasa
con él?, (Si le pape est infidèle ou hérétique, que devient-il ?), les vamos a
ayudar a esclarecer un poco las neuronas, iluminándolos con la luz de la verdad,
que es una de las obras de misericordia, es una de las manera de limosna espiritual:
enseñar al que no sabe y corregir al que yerra, puesto que persisten en sacar un
trasnochado artículo del P. Devillers y que lo republican ahora nuevamente el 11 de
Agosto en su página web http://www.dominicainsavrille.fr/.
En realidad doblemente trasnochado, puesto que esa sentencia que los Dominicos
hacen suya, fue refutada nada más y nada menos que por el Cardenal San Roberto
Belarmino, que egregia y lúcidamente dice como sigue:
“La cuarta opinión es la de Cayetano, para quien (De auctor. Papae et Conc.,
cap. 20 et 21), el Papa manifiestamente herético, no está ‘ipso facto’ depuesto,
pero puede y debe ser depuesto por la Iglesia a mi juicio, es sentencia esa
sentencia no puede ser defendida. Pues, en primer lugar, se prueba con
argumentos de autoridad y de razón que el hereje manifiesto está ‘ipso facto’
depuesto. El argumento de autoridad se basa en San Pablo (Epist. ad Titum, 3),
que ordena que el hereje sea evitado después de dos advertencias, es decir,
después de revelarse manifiestamente pertinaz, lo que significa antes de cualquier
excomunión o sentencia judicial. Es eso lo que escribe San Jerónimo agregando
que los demás pecadores son excluidos de la Iglesia por sentencia de excomunión,
pero los herejes se apartan y se separan a sí mismos del Cuerpo de Cristo.
Ahora bien, el Papa que permanece Papa no puede ser evitado, pues ¿cómo
habríamos de evitar nuestra propia cabeza? ¿Cómo nos apartaríamos de un
miembro unido a nosotros?.
Este principio es certísimo. El no cristiano no puede de modo alguno ser Papa,
como lo admite el propio Cayetano (Ibídem, cap. 26). La razón de ello es que no
puede ser cabeza el que no es miembro; ahora bien, quien no es cristiano no es
miembro de la Iglesia; y el hereje manifiesto no es cristiano, como claramente
enseña San Cipriano, San Atanasio, San Agustín, San Jerónimo y otros; luego el
hereje manifiesto, no puede ser Papa.
A eso responde Cayetano que el hereje no es cristiano ‘simpliciter’, mas lo es
‘secundum quid’. Pues dado que dos cosas constituyen al cristiano -la fe y el
carácter- el hereje, habiendo perdido la fe, aún está de algún modo adherido a la
Iglesia y es capaz de jurisdicción; por lo tant0 todavía es Papa, pero debe de ser
destituido, toda vez que está dispuesto, con disposición última, para dejar de ser
Papa: como el hombre que aún no está muerto, pero se encuentra ‘in extremis’.
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Contra eso: en primer lugar, si el hereje, en virtud del carácter, perteneciese, ‘in
actu’ unido a la Iglesia, nunca podría ser cortado y separado de ella ‘in actu’, pues
el carácter es indeleble. Pero no hay quien niegue que algunos pueden ser ‘in actu’
separados de la Iglesia. Luego el carácter no hace que el hereje este ‘in actu’ en la
Iglesia, sino que es tan solo una señal de que él estuvo en la Iglesia y de que a ella
debe volver. Analógicamente, cuando la oveja yerra por las montañas, el carácter
en ella impreso no hace que ella esté en el redil, sino que indica de qué redil huyó y
a qué redil debe ser nuevamente conducida. Esa verdad tiene una confirmación
en Santo Tomás, que dice (S. Theol. III, 8, 3) que no están ‘in actu’ unidos a Cristo
los que no tienen fe, sino sólo están potencialmente, Santo Tomás ahí se refiere a
la unión interna y no a la externa, que se hace por la confesión de la fe y por las
señales visibles. Por lo tanto, el carácter es algo interno y no externo, según Santo
Tomás el mero carácter no une ‘in actu’ el hombre a Cristo.
Todavía contra el argumento de Cayetano: o la fe es una disposición ‘simpliciter’
necesaria para que alguien sea Papa, o tan sólo para que lo sea de modo más
perfecto (‘ad bene esse’). En la primera hipótesis, en el caso de que esa disposición
sea eliminada, por la disposición contraria, que es la herejía, inmediatamente el
Papa deja de ser tal: pues la forma no puede mantenerse sin las disposiciones
necesarias. En la segunda hipótesis el Papa, no puede ser depuesto en razón de la
herejía, pues en caso contrario debería ser depuesto por ignorancia, improbidad
y otras causas semejantes que impiden la ciencia, que impiden la ciencia, la
probidad y demás disposiciones necesarias para que sea Papa de modo más
perfecto (‘ad bene esse Papae’). Además de eso, Cayetano reconoce por la
ausencia de las disposiciones necesarias ‘no simpliciter’, mas tan sólo para mayor
perfección (‘ad bene esse’), el Papa no puede ser depuesto.
A eso, Cayetano responde que la fe es una disposición ‘simpliciter’ necesaria más
parcial y no total; y que, por lo tanto desapareciendo la fe el Papa todavía puede
continuar siendo Papa en razón de otra parte de la disposición que es el carácter,
el cual todavía permanece.
Contra ese argumento: o la disposición total, constituida por el carácter y por la
fe, es ‘simpliciter’ necesaria, o no lo es, bastando entonces la disposición parcial.
En la primera hipótesis desapareciendo la fe ya no resta la disposición
‘simpliciter’ necesaria, pues la disposición necesaria ‘simpliciter’ era la total, y la
total ya no existe. En la segunda hipótesis la fe sólo es necesaria para un modo
más perfecto de ser (‘ad bene esse’), y por lo tanto su ausencia no justifica la
deposición del Papa. Además de eso, lo que se encuentra en la disposición última
para la muerte, inmediatamente deja de existir, sin intervención de ninguna otra
fuerza extrínseca, como es obvio. Luego, también el Papa hereje deja de ser Papa
por sí mismo, sin ninguna deposición.
Por fin, los Santos Padres enseñan unánimemente, no sólo que los herejes están
fuera de la Iglesia, sino también que están ‘ipso facto’ privados de toda
jurisdicción y dignidad eclesiástica. San Cipriano dice: ‘afirmamos que
absolutamente ningún hereje ni cismático tiene poder y derecho alguno’; y enseña
también que los herejes que retornan a la Iglesia deben ser recibidos como laicos,
3
aunque hayan sido anteriormente Presbíteros u Obispos en la Iglesia. San Optato
enseña que los herejes y cismáticos no pueden tener las llaves del reino de los
cielos ni ligar o desligar. Lo mismo enseñan San Ambrosio, San Agustín, San
Jerónimo. (…) El Papa San Celestino I, que figura en el Concilio de Efeso escribió:
‘Es evidente que permaneció y permanece en nuestra comunión, no consideramos
destituido a aquel que ha sido excomulgado o privado del cargo, ya sea episcopal
o clerical, por el Obispo Nestorio o por otros que lo siguen, después que estos
comenzaron a predicar la herejía. Pues la sentencia de quien ya se reveló como
debiendo ser depuesto, a nadie puede deponer’.
Y en carta al Clero de Constantinopla el Papa Celestino I dice: ‘La autoridad de
nuestra Sede Apostólica determinó que no sea considerado depuesto o
excomulgado el Obispo, Clérigo o simple cristiano que haya sido depuesto o
excomulgado por Nestorio o sus seguidores, después que estos comenzaron a
predicar la herejía. Pues con tales predicaciones defeccionó de la fe, no puede
deponer o remover a quien quiera que sea’. Lo mismo repite y confirma San
Nicolás I. Finalmente, también Santo Tomás enseña (S. Theol. II-II, 39,3) que los
cismáticos pierden inmediatamente toda jurisdicción y que será nulo lo que
intenten hacer con base en alguna jurisdicción. No tiene fundamento lo que
algunos responden a esto: ‘Que esos Padres se basan en el Derecho antiguo,
mientras que actualmente, por el decreto del Concilio de Constanza solo pierden
la jurisdicción los que son nominalmente excomulgados y los que agreden a los
clérigos. Ese argumento –digo- no tiene valor alguno, pues aquello Padres,
afirmando que los herejes pierden la jurisdicción, no alegan Derecho humano
alguno, que por otro lado en aquella época tal vez no existiese respecto de esa
materia, sino que argumentan con base en la propia naturaleza de la herejía. El
Concilio de Constanza solo trata de los excomulgados, es decir, de los que
perdieron la jurisdicción por sentencia de la Iglesia, mientras que los herejes ya
antes de ser excomulgados están fuera de la Iglesia y privados de toda
jurisdicción. Pues ya fueron condenados por su propia sentencia, como enseña el
Apóstol (Tit. 3, 10-11), es decir fueron cortados del cuerpo de la Iglesia sin
excomunión, conforme explica San Jerónimo.
Además de eso, la segunda afirmación de Cayetano de que el Papa hereje puede
ser verdadera y autoritativamente depuesto por la Iglesia, no es menos falsa que
la primera. Pues si la Iglesia depone al Papa contra la voluntad de éste, está
ciertamente por encima del Papa; el propio Cayetano sin embargo defiende, en el
mismo tratado, lo contrario de esto. Cayetano responde que la Iglesia,
deponiendo al Papa, no tiene autoridad sobre el Papa, sino solamente sobre el
vínculo que une a la persona con el Pontificado. Del mismo modo que la Iglesia
uniendo el Pontificado a tal persona, no está por eso por encima del Pontífice, así
también puede la Iglesia separar al Pontífice de tal persona en caso de herejía, sin
que se diga que está por encima del Pontífice.
Pero contra eso se debe de observar en primer lugar, que, del hecho de que el
Papa depone Obispos, se deduce que el Papa está por encima de todos los Obispos,
aunque el Papa al deponer a un Obispo no destruye la jurisdicción episcopal sino
tan solo la separe de aquella persona. En segundo lugar, deponer a alguien del
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Pontificado contra la voluntad del depuesto, es sin duda una pena; luego, la
Iglesia al deponer a un Papa contra la voluntad de éste, sin duda lo está
castigando; ahora bien, castigar es propio del superior y del juez. En tercer lugar,
dado que conforme enseñan Cayetano y los demás Tomistas, en la realidad el
todo y las partes tomadas en su conjunto son la misma cosa quien tiene autoridad
sobre las partes tomadas en su conjunto, pudiendo separarlas entre sí, tiene
también autoridad sobre el propio todo constituido por aquellas partes.
Está también desprovisto de valor el ejemplo de los electores, dado por Cayetano,
los cuales tienen el poder de designar a cierta persona para el Pontificado sin
tener con todo poder sobre el Papa. Pues cuando algo está siendo hecho, la acción
se ejerce sobre la materia de la cosa futura, no sobre el compuesto, que aún no
existe; pero cuando la cosa está siendo destruida, la acción se ejerce sobre el
compuesto, como se torna patente en la consideración de las cosas de la
naturaleza. Por lo tanto, al crear al Pontífice, los Cardenales no ejercen su
autoridad sobre el Pontífice, pues este aún no existe, sino sobre la materia, ésto es,
sobre la persona de cuya elección tórnase dispuesta para recibir de Dios el
Pontificado. Pero si depusiesen al Pontífice, necesariamente ejercerían autoridad
sobre el compuesto, es decir, sobre la persona dotada del poder pontificio, es
decir, sobre el Pontífice”. (Implicaciones Teológicas y Morales del Nuevo Ordo
Missae, Arnaldo Vidigal Xavier da Silveira, obra mimeografiada en 1971, Sao Paulo-
Brasil, p. 167,168, 169, 170, 171).
Así San Roberto Belarmino concluye dando su sentencia: “Luego, la opinión
verdadera es la quinta, de acuerdo con la cual el Papa hereje manifiesto deja por
sí mismo de ser Papa y cabeza, del mismo modo que deja por sí mismo de ser
cristiano y miembro del cuerpo de la Iglesia y por eso puede ser juzgado y punido
por la Iglesia. Esta es la sentencia de todos los antiguos Padres, que enseñan que
los herejes manifiestos pierden inmediatamente toda jurisdicción, y
concretamente de San Cipriano, el cual así se refiere a Novaciano, que fue Papa
(anti Papa) en el cisma que hubo durante el pontificado de San Cornelio: ‘No
podría conservar el Episcopado, y si fuese anteriormente hecho Obispo, se apartó
del cuerpo de los que como él eran Obispos y de la unidad de la Iglesia’. Según
afirma San Cipriano en ese pasaje, aunque Novaciano hubiera sido verdadero y
legítimo Papa, con todo habría decaído automáticamente del Pontificado en caso
de que se hubiese separado de la Iglesia. (…) Lo mismo dice Melchor Cano
enseñando que los herejes no son partes ni miembros de la Iglesia y que no se
puede ni siquiera concebir que alguien sea cabeza y Papa, sin ser miembro y
parte (…) el fundamento de esta sentencia es que el hereje manifiesto no es de
modo alguno miembro de la Iglesia, es decir, ni espiritualmente ni corporalmente,
que significa que no lo es ni pos unión interna ni por unión externa. Porque
inclusive los malos católicos están unidos y son miembros, espiritualmente por la
fe, corporalmente por la confesión de la fe y por la participación de los
sacramentos visibles; los herejes ocultos están unidos y son miembros, aunque
solamente por unión externa; por el contrario, los buenos catecúmenos
pertenecen a la Iglesia tan solo por una unión interna, no por la externa; pero los
herejes manifiestos no pertenecen de ningún modo, como ya probamos”. (Ibídem,
p.172, 173).
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Entonces queda claro que ni el P. Devillers ni los Dominicos de Avrillé pueden hoy
contradecir lo que aquí lucida y claramente expone el Santo Doctor y Cardenal San
Roberto Belarmino; al hacerlo quedan olímpicamente refutados.
P. Basilio Méramo
Bogotá, 13 de Agosto de 2014

martes, 12 de agosto de 2014

R.P. BASILIO MERAMO: REFUTACIÓN AL ARTICULO DEL P. BOULET PUBLICADO POR NON POSSUMUS



Dado que en el blog Non Possumus se insiste en considerar el sedevacantismo
como peligroso y cismático con la reciente publicación del P. Boulet: “¿Está
Vacante la Sede?”, creo que hay que hacerles saber a los fieles que eso se
corresponde con el artilugio de haber satanizado el tema haciendo un tabú y un
estigma.

De una parte no se distingue que haya un sedevacantismo visceral, categórico,
dogmatizante, que irónicamente parte del mismo concepto erróneo y papólatra de
los antisedevacantistas. Papolatría que consiste en divinizar o cuasi divinizar la
persona del Papa, haciéndola indefectible siempre en la fe, por lo cual se hace
impecable, siendo imposible que se desvíe en la fe y así es inmune ante todo cisma,
herejía o apostasía. La infalibilidad sería así idéntica a la impecabilidad.

Todo esto por entender mal las promesas de Nuestro Señor (Lc. 22, 32) así como la
misma infalibilidad del Papa y a lo cual se suman una errónea concepción del
axioma la suprema sede por nadie puede ser juzgada y que es de fe que este Papa
hic et nunc (aquí y ahora) es verdadero y legítimo Papa, de tal modo que todo el
que no esté con el Papa es un cismático por lo menos, si es que no es un hereje.

De aquí el tácito y oculto deseo de muchos de los tradicionalistas (sacerdotes y
fieles) de procurar a todo precio, guardar un contacto la Roma modernista,
apóstata y anticristo, y obtener una aprobación o reconocimiento que los certifique
como católicos; por eso las expresiones tan conocidas “si el Papa me llama voy
corriendo”, o un poco más veloces, “si el Papa me llama, me voy en avión”, como
también, “si no se va a Roma se es cismático”, viéndose, además, obligados a decir
que lo que está en Roma es la legítima autoridad, por más que la evidencia de los
hechos nos muestre una fe y una religión adulterada y ante una Nueva Iglesia
Conciliar.

A esto se suma el otro axioma: “donde está el Papa está la Iglesia”; si todo esto no
se estudia bien teológicamente nada de raro que se caiga en graves errores sobre el
tema tal como hoy acontece. La mediocridad teológica así aparece en todo su
esplendor pontificando una vez más en el error bajo apariencia de verdad y defensa
de la fe.

Se confunde de otra parte, infalibilidad, con impecabilidad del Papa en materia de
fe; se toma además como un dogma o cuasi dogma de fe que tal o cual Papa aquí y
ahora, es verdadero Papa, al igual que muchos incautos, por ignorancia teológica
piensan que es de fe que en esta Hostia está la Presencia Real, substancial y
personal de Nuestro Señor Jesucristo (cuerpo, sangre, alma y divinidad) cuando en
realidad lo que es de fe es que toda Hostia (sin determinar ésta o aquella) está la
Presencia Real, si ha sido válidamente consagrada; lo mismo ocurre con el Papa,
que es de fe que todo legítimo sucesor de Pedro, es Papa y no que éste o aquel,
(teniendo sólo la garantía de éste o aquel Papa, cuando ha sido canonizado).


La discusión entre los teólogos sobre el tema de la Sede Vacante, prueba que ella es
teológicamente posible, aunque no estén de acuerdo en la solución (el cómo y el
cuándo).

El único que lo negó, fue Albert Pighi en contra de la Tradición de la Iglesia al
respecto; posición que San Alfonso María de Ligorio equiparaba en el extremo
opuesto a la de Lutero y de Calvino.

De todos modos no se percatan de que entran en el juego dialéctico entre
sedevacantismo (visceral) y antisedevacantismo (también visceral) urdido por
Roma modernista apostata y anticristo (si nos atenemos a los términos empleados
por Mons. Lefebvre al nombrarla) que quede eclipsado o sepultado la
consideración teológica de la sede vacante, y así poder continuar pontificando en
el error para seguir socavando y adulterando la fe y la Iglesia.

El P. Boulet menciona la obra de Da Silveira, pero parece olvidar o no tener en
cuenta lo que allí el autor expone y concluye, lo cual se verá en los siguientes textos:

“Contra esta primera sentencia se puede alegar, por un lado, que el citado pasaje
de San Lucas (22,32) es en general aplicado únicamente a las enseñanzas
pontificias que envuelven infalibilidad; y por otro lado, que son numerosos los
testimonios de la Tradición en favor de la posibilidad de herejía en la persona del
Papa”. (Implicaciones Teológicas y Morales del Nuevo Ordo Missae, obra
mimeografiada por el autor en Junio de 1971, Sao Paulo-Brasil, Arnaldo Vidigal
Xavier Da Silveira, p.146).

“En cuanto al sentido exacto del texto de San Lucas, numerosos teólogos contestan
que para el cumplimiento de la promesa de Nuestro Señor, basta que no existan
errores en los documentos infalibles. Así concluyen que no hay razón suficiente
para juzgar que la confirmación de los hermanos postula también la
indefectibilidad de la fe del Papa como persona privada. He aquí como Palmieri,
por ejemplo, expone este argumento: ‘(...) no es necesario que la fe indefectible sea
en realidad distinta de la confirmación de los hermanos, pero basta que se distinga
por la razón. Pues si la predicación de la fe auténtica y solemne es infalible, puede
confirmar a los hermanos; por eso, una única es la fe infalible y la que confirma;
siendo infalible, goza ella también del poder de confirmar. La indefectibilidad del
pontífice en la fe fue pedida para que él confirmase a sus hermanos; luego, de las
palabras de Cristo sólo se puede inferir como necesaria aquella indefectibilidad que
es necesaria y suficiente para la consecución de ese fin y tal es la infalibilidad de la
predicación auténtica’ ”. (Ibídem, p.147).

“Condenando a Honorio como favorecedor de la herejía, el Papa San León II
(+ 683) escribió: ‘Anatematizamos también a los inventores del nuevo error:
Teodoro, Obispo de Pharan, Ciro de Alejandría, Sergio, Pirro (...) y también
Honorio que no ilustró esta Iglesia apostólica en la doctrina de la tradición
apostólica, sino que permitió, por una traición sacrílega, que fuese maculada la fe
inmaculada’ ”. (Ibídem, p.148).

Y para que no digan que los textos del Concilio III de Constantinopla (VI
Ecuménico) fueron adulterados, aquí hay otras cartas de San León que ya sería el
colmo el dicho argumento, máxime que fueron escritas para España y los textos se
supone que se adulteraron por los orientales: “En carta a los Obispos de España, el
mismo San León II, declara que Honorio fue condenado porque: ‘(...) no
extinguió, como convenía a su autoridad apostólica, la llama incipiente de la
herejía, sino que la fomentó por su negligencia'. Y en carta Ervigio, rey de
España, San León II repitió que, con los heresiarcas citados fue condenado: ‘(...)
Honorio de Roma, que consintió que fuese maculada la fe inmaculada de la
tradición apostólica, que recibiera de sus predecesores’ ”. (Ibídem, p.148).

“Entre los documentos escritos a propósito del caso del Papa Honorio, ninguno
goza tal vez de tanta importancia para nuestro tema, cuanto el pasaje citado
seguidamente, extraído de un discurso del Papa Adriano II dirigido al VIII
Concilio Ecuménico. Como veremos, cualquiera sea el juicio que se haga sobre el
caso de Honorio I, tenemos aquí una declaración pontificia que admite la
eventualidad de que un Papa caiga en herejía. He aquí las palabras de Adriano II,
pronunciadas en la segunda mitad del siglo IX, esto es, más de dos siglos después
de la muerte de Honorio: ‘Leemos que el Pontífice Romano siempre juzgó a los
jefes de todas las iglesias (esto es, a los patriarcas y obispos); pero no leemos que
jamás alguien lo haya juzgado. Es verdad que, después de muerto, Honorio fue
anatematizado por los Orientales, pero se debe recordar que él fue acusado de
herejía, único crimen que torna legítima la resistencia de los inferiores a los
superiores, así como el rechazo de sus doctrinas perniciosas’ ”. (Ibídem, p.149).

“San Bruno, Obispo de Segni y Abad de Montecassino, estaba a la cabeza del
movimiento contrario a Pascual II en Italia, no se posee ningún documento en que
haya declarado de modo insoslayable que juzgaba al Papa sospechoso de herejía.
Sin embargo, es esa la acusación que sus cartas y sus actos insinúan
inequívocamente. Escribió a Pascual II: ‘(...) Yo os estimo como a mi Padre y
señor (...). Debo amaros; pero debo amar más aún a Aquel que os creó a Vos y a
mí. (...) Yo no alabo el pacto (firmado por el Papa), tan horrendo, tan violento,
hecho con tanta traición y tan contrario a toda piedad y religión. (...) Tenemos los
Cánones, tenemos las constituciones de los Santos Padres, desde los tiempos de los
Apóstoles hasta Vos. (...) Los Apóstoles condenan y expulsan de la comunión de
los fieles a todos aquellos que obtienen cargos en la Iglesia por medio del poder
secular. (...). Esta determinación de los Apóstoles (...) es santa, es católica, y quien
quiera que la contradiga no es católico. Pues solamente son católicos los que no se
oponen a la fe y la doctrina de la Iglesia Católica. Y, por el contrario, son herejes
los que se oponen obstinadamente a aquel y a la doctrina de la Iglesia Católica’ ”.
(Ibídem, p.150).

“Por lo tanto San Ivo tenía razón al sustentar que por el mero hecho de actuar en
forma opuesta a un dogma, Pascual II no se tornaba hereje. Pero, por sus escritos,
no se ve que él haya considerado el otro aspecto de la cuestión: el actuar
continuamente en un sentido contrario a un dogma puede ser suficiente para
caracterizar al hereje. Y, por su parte, los Obispos reunidos en Vienne tenían
razón al decir que es posible caer en herejía no solo por palabras, sino también
por actos (...)”. (Ibídem, Nota 1 de la p.152). Lo cual le pasa hoy a muchos.

“En el ‘Decretum’ de Graciano, figura el siguiente canon atribuido a San Bonifacio
mártir: ‘Ningún mortal tendrá la presunción de argüir al Papa de culpa, pues,
infundido de juzgar a todos, por nadie debe ser juzgado, a menos que se aparte de
la fe. en el Dictionaire de Theologie Catholique, Dublanchy provee algunos datos
expresivos sobre la influencia de ese canon en la fijación del pensamiento
medieval respecto de la cuestión del Papa hereje (...) Inocencio III se refiere a ella
en uno de sus sermones (...). En general los grandes teólogos escolásticos no
prestaron atención a esa hipótesis; pero los canonistas de los siglos XII y XIII,
conocen y comentan el texto de Graciano, todos admiten sin dificultad que el Papa
puede caer en herejía, como cualquier otra falta grave; se preocupan tan solo de
investigar por qué y en qué condiciones puede, en ese caso, ser juzgado por la
Iglesia. Párrafo del sermón de Inocencio III: ‘La fe es para mí a tal punto
necesaria, que, teniendo a Dios como único Juez, en cuando a los demás pecados,
sin embargo, solamente por el pecado que cometiese en materia de fe, podría ser
yo juzgado por la Iglesia’ ”. (Ibídem, p.152-153).

Para todos aquellos que rechazan que se pueda afirmar la herejía de un Papa,
porque los teólogos discuten entre sí, he aquí un texto de San Roberto Belarmino:
“Es lo que pone de relieve San Roberto Belarmino, en el siguiente pasaje en el cual
refuta con tres siglos de antecedencia, a su futuro hermano en el cardenalato y en
la gloriosa milicia ignaciana: ‘sobre eso se debe observar que aunque sea posible
que Honorio no haya sido hereje, y que el Papa Adriano II, engañado por
documentos falsificados del VI Concilio haya errado al juzgar a Honorio como
hereje, no podemos sin embargo negar que Adriano, juntamente con el Sínodo
romano, e inclusive con todo el VIII Concilio General, consideró que en caso de
herejía el Pontífice Romano puede ser juzgado’ ”. (Ibídem, p.154).

“Como diremos en el capítulo siguiente, juzgamos que esta quinta sentencia es la
verdadera, y que Wernz-Vidal tiene razón al decir –interpretando a San Roberto
Belarmino– que el Papa eventualmente hereje pierde el pontificado ‘ipso facto’ en
el momento en que su herejía se torne ‘notoria y divulgada del público’ ” (Ibídem
p.176).

Resumiendo: creemos que un examen cuidadoso de la cuestión del Papa hereje,
con los elementos teológicos de que hoy disponemos, permite concluir que un
eventual Papa hereje perdería el cargo en el momento en que su herejía se tornase
‘notoria y divulgada del público’. Y pensamos que esa sentencia no es tan solo
intrínsecamente probable sino cierta, toda vez que las razones alegables en su
defensa parecen absolutamente concluyentes. Además, en las obras que
consultamos, no encontramos argumento alguno que nos persuadiese de lo
opuesto”. (Ibídem p.181).

“En cuanto al axioma ‘donde está el Papa está la Iglesia’, vale cuando el Papa se
comporta como Papa y jefe de la Iglesia; en caso contrario, ni la Iglesia está en él,
ni él en la Iglesia (Cayetano)”. (Ibídem, p.185).

Suárez, basándose en los cardenales Cayetano y Torquemada, dice respecto al
cisma: “Y de este segundo modo, el Papa podría ser cismático, y en caso que no
quisiese tener con todo el cuerpo de la Iglesia la unión y la conjunción debida,
como sucedería si tratase de excomulgar a toda la Iglesia, o si quisiese subvertir
todas las ceremonias eclesiásticas fundadas en la tradición apostólica como
observa Cayetano y, con mayor amplitud, Torquemada” (Ibídem, p.185).
“Para demostrar que ‘el Papa puede ilícitamente separarse de la unidad de la
Iglesia y de la obediencia a la cabeza de la Iglesia y por lo tanto caer en cisma’, el
Cardenal Torquemada usa tres argumentos:

‘1 - (…) Por la desobediencia, el Papa puede separarse de Cristo, que es la
cabeza principal de la Iglesia y en relación a quien la unidad de la Iglesia
primeramente se constituye. Puede hacer eso desobedeciendo a la ley de Cristo
u ordenando lo que es contrario al derecho natural o divino, de ese modo se
separaría del cuerpo de la Iglesia en cuanto está sujeta a Cristo por la
obediencia. Así, el Papa podría sin duda caer en cisma.

2 - El Papa puede separarse sin ninguna causa razonable, sino por pura
voluntad propia del cuerpo de la Iglesia y del colegio de los sacerdotes. Hará
eso si no observare aquello que la Iglesia universal observa con base en la
tradición de los Apóstoles, según el c. ‘Ecclesiasticarum’, d.11, o si no observare
aquello que fue, por los Concilios universales o por la autoridad de la Sede
Apostólica, ordenado universalmente, sobre todo en cuanto al culto divino (…)
apartándose de tal modo, y con pertinacia de la observancia universal de la
Iglesia, el Papa podría incidir en cisma. La consecuencia es buena; y el
antecedente no es dudoso, porque el Papa, así como podría caer en herejía,
podría también desobedecer y con pertinacia dejar de observar aquello que fue
establecido para el orden común en la Iglesia. Por eso, Inocencio dice (c. De
Consue.) que en todo se debe obedecer al Papa, en cuanto éste no se vuelva
contra el orden universal de la Iglesia, pues en tal caso el Papa no debe de ser
seguido, a menos que haya para ello causa razonable’ ”. (Ibídem, p.186-187).

El tercer argumento no la consignamos aquí, pues se refiere al caso en que haya
dos o más personas que se consideren Papa.

“Los autores que admiten la posibilidad de un Papa cismático, en general no
dudan en afirmar, en tal hipótesis, como la del Papa hereje, el pontífice pierde el
cargo. La razón de eso es evidente: los cismáticos están excluidos de la Iglesia, del
mismo modo que los herejes”. (Ibídem, p.187).

Por último, sobre el tan debatido “Una Cum”, veamos lo que dice en el Misal
Diario (1944), don Andrés Azcárate O.S.B. Prior del monasterio benedictino de
Buenos Aires: “juntamente con tu siervo el Papa N., nuestro prelado N., y todos
los que profesan la verdadera fe católica y apostólica”. (Y comenta en la nota 15 al
pie de página): “La Iglesia sólo encomienda aquí a los que profesan la fe católica
íntegra. La que hemos recibido de los Apóstoles; los demás no cuentan como hijos
fieles de la Iglesia y no se puede, en efecto, creer o practicar lo que a uno le parece,
sino solamente lo que la verdadera Iglesia enseña y manda. Sólo a este precio se
vive en comunión con ella y se goza de sus bienes”. (p. 627-628).

Por esto, lo menos que se puede hacer es decir el Una Cum, sub conditione, para
aquellos que entrevén al menos la duda sobre un Papa hereje y así no
comprometerse con el error, ya que no ven todavía con claridad la conclusión
teológica; además no es una obligación tener que decir el Oremos pro Pontífice
nostro en las bendiciones con el Santísimo, pues hay otras fórmulas que sin
nombrarlo se pueden hacer, pues tampoco es “conditio sine qua non” tener que
mencionar en público esas oraciones, en las bendiciones, para ser católico.

¿Por qué ese empecinamiento encarnizado, a todo precio, de no querer admitir ni
aún la posibilidad de un Papa hereje, cismático o apóstata?, precisamente porque
hacen de ello un dogma o cuasi un dogma de fe, es decir, de que tal Papa, aquí y
ahora, es Papa legítimo y verdadero; si eso fuera cierto, San Vicente Ferrer hubiera
sido cismático y con certeza no lo fue.

De otra parte, ¿cómo no ver la incompatibilidad existente entre pontificar en el
error y el cargo de Papa?

No se puede ir contra el sentido común, que en no pocas ocasiones resulta ser el
menos común de los sentidos, como el caso que nos ocupa, en esta hecatombe
eclesiológica legitimar lo ilegitimable.

El hecho de que los fieles tengan que desobedecer a la autoridad para conservar la
fe, implica que hay un problema con dicha autoridad, lo cual cuestiona su misma
legitimidad.

Todo lo anterior sirve para de una vez por todas demoler el tabú y el estigma que
sobre el tema de la Sede Vacante se ha, dialécticamente, urdido y el cual ha sido
favorecido por la ignorancia y mediocridad de un clero falto de teología. Además
darse cuenta de lo aberrante que supone decir como lo hace, muy estultamente por
cierto, el P. Boulet: que sería preferible para la Iglesia, estar gobernada
“válidamente” por un hereje, que el que la Sede estuviese vacante.

Como decía mi tatarabuelo Martín Fierro:
“Mas naide se crea ofendido,
pues a ninguno incomodo;
y si canto de este modo
por encontrarlo oportuno,
no es para mal de ninguno
sino para bien de todos”.
P. Basilio Méramo

Bogotá, 12 de Agosto de 2014