San Juan Apocaleta



Difundid Señor, benignamente vuestra luz sobre toda la Iglesia, para que, adoctrinada por vuestro Santo Apóstol y evangelista San Juan, podamos alcanzar los bienes Eternos, te lo pedimos por el Mismo. JesuCristo Nuestro Señor, Tu Hijo, que contigo Vive y Reina en unidad del Espíritu Santo, Siendo DIOS por los Siglos de los siglos.












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"Sancte Pio Decime" Gloriose Patrone, ora pro nobis.





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domingo, 27 de abril de 2014

DOMINGO IN ALBIS, PRIMERO DESPUÉS DE PASCUA, U OCTAVA DE PASCUA



Amados hermanos en nuestro Señor Jesucristo:
Este domingo primero después de Pascua o Domingo in albis, era después de haber transcurrido la octava, es decir ocho días, no sólo de la Resurrección de nuestro Señor sino también de los bautizados en la Iglesia; justamente se llamaba a este domingo y al sábado de ayer, in albis por ser cuando se les retiraba la vestidura blanca que durante toda la semana portaban los recién bautizados como símbolo de la pureza bautismal; de allí su nombre.

Y como vemos en el relato del evangelio de este día, los apóstoles estaban reunidos y tenían miedo; no salían a enfrentar al mundo, ni a evangelizar hasta recibir el Espíritu Santo que los fortaleciera. Es importante y debe tenerse en cuenta que, a pesar de todo, los apóstoles quedaron amedrentados, y especialmente con temor a los judíos, de que los matasen; por eso, cuando ya recibieron la fortaleza del Espíritu de Dios, del Espíritu Santo, se atrevieron a salir sin importarles ni los judíos ni el mundo; con una fe plena. Fe que, como dice también la epístola de este día, “vence al mundo”.

De ahí la necesidad de tener una fe vigorosa, profunda, arraigada, pues es la que vence al mundo, la que no teme ni a los judíos ni al mundo y es la que se basa en creer que nuestro Señor Jesucristo es Dios. Porque los musulmanes aceptan a nuestro Señor como un profeta, como lo hacían los arrianos, que se decían católicos, pero que negaban la divinidad de nuestro Señor Jesucristo. Y es por esa fe sobrenatural en la divinidad de nuestro Señor Jesucristo que tenemos la fortaleza cuando es plena, arraigada, vivificada por el Espíritu Santo, por el Espíritu de Dios.

Por eso es la gran batalla contra la fe que libra y librará Satanás con todos sus secuaces por todos los tiempos, y de allí la necesidad de conservar esa fe íntegra, sin mezcla, sin tergiversaciones, sin rebajas, sin diluirla, sino pura, sólida. Así, los católicos que tengan esa fe no tendrán miedo al mundo.

Y si hoy vemos que el mundo está socavando a la Iglesia es porque no hay fe, porque está faltando esa afirmación de la divinidad de nuestro Señor ante las falsas religiones, ante los judíos, ante los mahometanos, ante quien sea, y lo que hay es un diálogo vergonzoso, proclive a claudicar, de los hombres de Iglesia sin fe, con esas falsas religiones. Esa es la herejía aberrante actual del ecumenismo, que no reafirma la fe, la divinidad de nuestro Señor ante el mundo, ante las doctrinas infieles; esa es la crisis desastrosa y vergonzosa de los hombres de Iglesia de hoy que tienen pena de reafirmar públicamente su catolicidad y por consecuencia la divinidad de la Iglesia católica con exclusión de cualquier otra, de toda otra religión o credo.

Pero eso no se ve hoy por culpa de la jerarquía, hay que decirlo, que no cumple con su deber de evangelizar y de proclamar la divinidad de nuestro Señor, sino que se sienta a conversar, a dialogar y a rebajar la fe y a hacer de ese diálogo el fundamento de la predicación moderna. Por eso todo está cambiando. Esa es la obra de Satanás y de la estupidez de los católicos, idiotez en la misma jerarquía de la Iglesia que no es fiel a su sacrosanta misión y por eso el sacerdocio de hoy es vergonzante, no sólo en la moral y en los escándalos públicos, sino también en la doctrina y en la fe y como consecuencia de esta carencia, de esa falta de doctrina,  vienen los desmanes y las aberraciones morales dentro del clero y el escándalo de los que no tienen fe; así, estúpidamente, se hacen protestantes, “Testigos de Jehová” o simplemente ateos.

Quién no se da cuenta de ello no vive en este mundo ni en esta Colombia llena de protestantes y de ateos, ¡qué claudicación! Por falta de fortaleza, de firmeza en la fe para proclamar la divinidad de nuestro Señor resucitado que es el Hijo de Dios, que es Dios mismo en persona, ¿cuál persona? La Segunda Persona de la Santísima Trinidad. Quien no lo diga, que no lo proclame, no es católico, es un hereje y a eso nos invita la Iglesia con su predicación del evangelio y la epístola de hoy primer domingo de Pascua, porque la religión católica no son los templos ni los cuatro muros de piedra y el techo sino la fe, sin la doctrina católica.
Para eso se han construido los templos que vemos y por eso San Cipriano profetizó sabiamente hace ya más de mil años que al fin de los tiempos estas iglesias de piedra y de ladrillo serían invadidas por el anticristo y que por eso teníamos que guardar los templos de nuestras almas para poder guardar allí la fe. Díganme si eso no está ocurriendo hoy dentro de lo que se llama y se dice la Iglesia católica, que de católica le queda ya muy poco porque parece protestante. ¿Acaso los sacerdotes no andan como infieles por la calle sin ninguna distinción de su fe y de su ministerio? ¿Su confesión (la fe), no la han arrinconado ya, prácticamente?

Cuando vemos en el evangelio de hoy, contra todos los protestantes, que nuestro Señor es muy claro al decir: “Se perdonarán los pecados a aquellos a quienes los perdonéis; y se les retendrán a aquellos a quienes se los retengáis”, esos protestantes, que están con la palabra de Dios y la Biblia debajo del sobaco, ¿en dónde dejan esas palabras de las Escrituras?, o ¿es que son imbéciles?; pues si lo son mucho más somos nosotros si nos dejamos convencer. Vergüenza nos debe dar, que habiendo recibido la luz del bautismo nos sometamos así; ya nada es pecado. ¿Y eso no es protestantismo puro dentro de la Iglesia? Claro que sí. Y el que no se dé cuenta, ya es medio hereje.

Esa es la influencia de este modernismo, de este progresismo que invade la Iglesia y el templo de Dios. Y esa es la abominación de la desolación que tendrá asiento en el lugar santo como lo dicen las profecías y las Escrituras mil y una veces; que no tengamos ojo para discernir y detectar el mal con el dedo, es claudicación y falta de fe en la divinidad de nuestro Señor Jesucristo y el sacerdote que no lo predique así no tiene fe, y si le queda la tiene medio muerta, porque esto que estoy diciendo lo tendría que señalar todo presbítero católico si se estima con fe y quiera su santo y sagrado ministerio.

Da vergüenza, pero hay que decirlo, para que los pocos fieles que quedan o que quedemos sepamos defendernos, porque ya no tenemos el enemigo fuera sino dentro de la casa; el ladrón está en el interior de la Iglesia, no en el exterior; ya penetró, así que no basta cerrar las ventanas y las puertas si no estamos preparados antes desde adentro, y la única manera de estarlo es reafirmando en la Iglesia la fe en la divinidad de nuestro Señor; en eso se debe basar la misión y la predicación de la Iglesia católica apostólica y romana, no en el ecumenismo, no en la libertad religiosa para que cada uno crea en el monigote que le dé la gana en el nombre de Dios. ¡Qué estupidez más grande! Y que eso lo hayan dicho en un concilio, ¿qué obispos eran esos?, ¿de la Iglesia católica?

Es una vergüenza públicamente instaurada dentro de la Iglesia que un concilio que debería ser infalible por su propio derecho y que no lo fuera es lo mismo que si alguien deseara que su matrimonio fuera disoluble, no indisoluble o que pidiera un círculo cuadrado o un hombre con cuatro patas; ¡todas estas son estupideces!

Pues bien, esa es la sandez del mismo papa Pablo VI, al declarar un concilio ecuménico no infalible; eso no ha existido jamás ni podrá haberlo dentro de la Iglesia católica. ¿Dónde le quedó la teología? A ninguno de los obispos que estaban allí, a nadie se le ocurrió, por la presión moral de lo que representaba una reunión con tanta pompa como esa, pero faltó la fe y el humo del infierno penetró en el Concilio como lo dijo Pablo VI mismo, cuando habló de la autodemolición de la Iglesia; él mismo lo señaló. ¿Qué podemos nosotros decir hoy cuando después de treinta y cuarenta años vemos los desastres y todavía nos sigamos comiendo el cuento? Eso es aberrante.

Pues bien, es lo que hay que evitar, mis estimados hermanos, para que permanezcamos firmes en la fe sobrenatural de la única religión, de la única Iglesia, de la única verdad y nada más; porque si nuestro lenguaje no es “Sí, sí; No, no”, no es el de Dios y el del Evangelio, porque como lo dice San Mateo: “Diréis (solamente): Sí, sí; No, no. Todo lo que excede viene del Maligno”. Esto es categórico, tajante, vertical, intransigente, porque lo contrario viene de Satanás, y si no, lean el capítulo 5, versículo 37 de San Mateo. Ese es lo que hoy el mundo no quiere, ya que prefiere la confusión, el sí y el no; la verdad, el error; el bien y el mal en contubernio; no quiere lo tajante y lo intransigente de la verdad, sino la mediocridad; este es el espíritu de apostasía que hoy pulula por doquier y que en el orden político se llama democracia, que en el fondo es una religión antropoteísta, como decía Gómez Dávila, ese gran pensador colombiano, casi desconocido.

Pues bien, pidamos a nuestra Señora, a la Santísima Virgen María, que no caigamos en esos errores; que nos mantengamos con una fe pura e íntegra que proclame la divinidad de nuestro Señor Jesucristo ante el mundo, y así,  venceremos al mundo y a Satanás. +

P. BASILIO MERAMO 27 de abril de 2003

domingo, 20 de abril de 2014

DOMINGO DE PASCUA


Amados hermanos en nuestro Señor Jesucristo:
Este Domingo de Resurrección, Domingo de Pascua, es el día más solemne, la fiesta más importante de todo el año litúrgico; aunque quizás no sea la más popular como lo es la Navidad, pero en sí misma es la principal y por eso está rodeada de la octava, de las pocas octavas que han quedado, dado el recorte litúrgico que hacía de las éstas el esplendor de la fiesta, pero con la modernización se fueron recortando.

Por eso este día queda aún, a pesar de todo, con su octava, es decir, el festejo reiterado durante ocho días consecutivos. Es una lástima, dicho sea de paso, ver que aquí en Colombia y sobre todo en Santander la Pascua no tiene ninguna impronta familiar, no hay una reunión, un agasajo, una comida, nada que de modo un poco más ordinario y explícitamente así lo demuestre, como sí lo hay en Europa y me duele decirlo, a mí, que me ha tocado pasar muchos años la Pascua en el viejo continente. Allí,  en Francia, en Italia, en España, existe la costumbre, muy arraigada, de festejar la Pascua. Claro está que aquí la gente vive la Semana Santa, pero ésta queda trunca sin el Domingo de Resurrección. Toda nuestra religión quedaría en el vacío sin la Resurrección de nuestro Señor. Toda su divinidad queda consignada, afirmada, proclamada, evidenciada y demostrada con la Resurrección.

 Nadie es capaz de resucitar de la muerte; por eso el Único que podía decir que iba a morir y a resucitar por sus propios y exclusivos medios es Cristo nuestro Señor, porque es el Dios Encarnado, hecho carne, hecho hombre; por eso es verdadero Dios y verdadero hombre.

Toda su persona es divina, es la Segunda Persona de la Santísima Trinidad la que se ha encarnado y, por eso, no obstante el estar muerto como hombre, separándose su alma de su cuerpo, Él es y sigue siendo el Dios vivo; porque ese cuerpo humanamente muerto, sin alma, era sustentado por la persona divina, por eso no era un cadáver como acontece con nosotros; no era un cuerpo en estado de putrefacción sino que en ese cuerpo estaba presente la divinidad aun en la tumba durante los tres días, y por eso su alma también estaba sustentada en su existir por el Verbo. Si bajó a los infiernos, es decir, al seno de Abraham, allí donde iban los justos del Antiguo Testamento para abrirle las puertas del cielo que estaban cerradas, su alma tenía la presencia de la divinidad de la Segunda Persona de la Santísima Trinidad; misterio que no entendemos pero que conocemos por la revelación, por la fe.

Por eso en el Domingo de Resurrección de nuestro Señor, es el día más importante de la semana, justamente, y por eso se le llama al domingo día del Señor, porque fue el día en que se reúne su alma nuevamente con su cuerpo, con la manifestación y el esplendor del cuerpo glorioso. Sin embargo, nuestro Señor resucita y se queda durante un tiempo, cuarenta días, instruyendo a sus discípulos, adoctrinando a sus apóstoles, instituyendo las bases de su Iglesia católica, consolidándola, dándole toda su estructura sobrenatural hasta que venga a coronarla, a completarla, a perfeccionarla la Tercera Persona de la Santísima Trinidad, el día de Pentecostés a los cincuenta días de la Resurrección de nuestro Señor. Díez días después de su Ascensión a los cielos, porque para que bajara el Espíritu Santo, tenía que enviarlo nuestro Señor junto con el Padre Eterno y por eso tenía que elevarse a la gloria.

Es muy importante que lo tengamos, porque la Iglesia católica no está en el aire; está fundada sobre la piedra angular que es nuestro Señor y por eso no todo está en las Escrituras sino que la Revelación está también en esa transmisión oral y por tanto ésta no puede ser desechada, pues es la mitad de la verdad revelada, si así se puede decir. Esto lo hacen los protestantes, que tienen una revelación amputada por la mitad porque desprecian la Tradición, y sin ésta, la revelación escrita queda mal interpretada, distorsionada, por lo que ellos predican un Cristo mutilado, cercenado.

Debemos, pues, hoy más que nuca, meditar siempre en estos principios, en estas verdades, porque están siendo sacudidas al igual que Iglesia, como no lo ha sido nunca ni lo será jamás. Por tanto, para mantenernos firmes en la fe y en los fundamentos de la doctrina católica, apostólica y romana, tenemos que instruirnos y meditar en la oración, para que vivamos de estas verdades sobrenaturales como católicos y cristianos que somos.

Aunque también los protestantes han usurpado el nombre de cristianos, no lo son; protestan contra la enseñanza de la Iglesia; ese es su nombre, no lo olvidemos. La meditación de estos principios fundamentales, de estas verdades, nutre nuestras almas para que vivamos de la fe y la esperanza sobrenatural, bajo la coronación de la caridad sobrehumana; que no que sea filantrópica, masónica, terrena, como una cruz roja, un Gandhi, unas Naciones Unidas o Unesco, que no sirve para nada, porque esa es una parodia de altruismo, ya que la única caridad entre los hombres está fundamentada en el amor a Dios. No hay amor entre los hombres si no lo hay a Dios; ese es un principio categórico.

Por lo tanto, fuera de la religión católica no hay amor entre los hombres como no lo hay entre los judíos, entre los musulmanes, entre los protestantes, entre los budistas, ni entre ningún miembro de esas falsas creencias y religiones que ni lo son, porque religión es lo que religa, lo que une a Dios; el error de esas falsas creencias no puede jamás unir al hombre con Dios.


Pidamos a nuestra Señora, a la Santísima Virgen, que tengamos presente el significado de la Resurrección para que nosotros, con la mirada puesta en lo de arriba, en lo de Dios, podamos transitar a lo largo de esta corta o larga vida que nos toque a cada uno, sin perder la finalidad y el motivo de ella, que no está aquí en la tierra sino en Dios, que es Cristo nuestro Señor resucitado. +

P. BASILIO MÉRAMO
   20 de abril de 2003

sábado, 19 de abril de 2014

Sábado Santo (vigilia de la SANTA NOCHE DE PASCUA)





Amados hermanos en nuestro Señor Jesucristo:
Esta es la noche más solemne de las festividades de la Iglesia. La Resurrección de nuestro Señor es la fiesta de las fiestas, es la manifestación de su divinidad y, como dice San Pablo, “si nuestro Señor no hubiese resucitado, vana sería nuestra fe”.

Todo el testimonio de la fe en nuestro Señor se apoya en su Resurrección, que demuestra su divinidad, no obstante haberse anonadado asumiendo una carne pasible, susceptible de morir, por un deseo propio, porque de lo contrario, ese cuerpo hubiera sido glorioso desde el primer instante de la Encarnación. Pero Él quería nacer para sufrir y morir y redimirnos. Por eso impidió esa gloria de su cuerpo y así se abatió como un vil siervo para morir en la Cruz y luego resucitar al tercer día. Esa es la gran fiesta de la Pascua, el gran paso de nuestro Señor de la muerte a la vida. De esta manera nos invita a todos a que nos regocijemos en Él ya que hemos muerto con Él en el bautismo, que de una parte simboliza la muerte en nuestro Señor Jesucristo; y así ahora resucitar con Él. Esa es la gran esperanza, la gran promesa.

Por lo mismo, el evangelio de hoy nos invita a mirar lo de arriba y no lo de aquí abajo, lo efímera de la tierra que no tiene sentido ni duración; que no nos dejemos distraer en nuestro camino y así tengamos nuestra mirada puesta en Dios nuestro Señor. Ese es el mensaje que se nos debe quedar grabado toda nuestra vida para que transitemos como peregrinos por este mundo; eso significan las procesiones, para que nos demos cuenta de que estamos de paso y que nuestra verdadera patria está en los cielos, allá, con Cristo resucitado.

Guardemos así este breve pero profundo mensaje y que no se nos olvide para que no perdamos nuestra finalidad, nuestro objetivo, nuestro fin y podamos vivir aquí en esta tierra santamente, aunque esté llena de calamidades y de muerte. Esa es la santificación, la gracia del Espíritu Santo, la santidad de la Iglesia que nos la participa nuestro Señor para que seamos santos como lo es nuestro Padre que está en los cielos.

Pidamos a la Santísima Virgen María que guarde en nuestra alma el recuerdo de esta santa noche y el sublime fin al cual nos llaman Cristo y su Iglesia. +

P. BASILIO MÉRAMO 
19 de abril de 2003

viernes, 18 de abril de 2014

Viernes Santo


Amados hermanos en nuestro Señor Jesucristo:
Que esta Semana Santa nos sirva como medio para acercarnos más a nuestro Señor. Vemos el altar despojado, desolado, desnudo; no hay Santísimo, se le hace a la Cruz velada una reverencia profunda.

Después de la adoración, en que se devela la Cruz y todas las cruces, se le debe una genuflexión en honor a nuestro Señor. Hay una significación profunda de esta desolación del altar y no es únicamente lo que mira al pasado; ciertamente lo es la desolación por la muerte de nuestro Señor, los tres días que duró en la tumba, aunque no tres días de veinticuatro horas, pero sí tres en la manera de contar de los judíos; ese desamparo tiene un significado que no dudo en llamar apocalíptico, profético, porque no solamente mira hacia atrás sino hacia adelante, hacia el futuro, hacia el fin de los tiempos.

La Iglesia nos está predicando a través de esa aflicción de Semana Santa y de ese vaciamiento del altar, del sagrario, de esa velación de Cristo, de las imágenes, el eclipse de la Iglesia al fin de los tiempos. Y lo digo con todo el énfasis que le pueda dar y mucho más, para que se les grabe, porque esta verdad ha dejado de ser explícitamente enseñada por la Iglesia a través de la predicación, por falta de ese tesón profético, apocalíptico, y en vez de prepararnos, vamos a encontrarnos como sin saber qué hacer cuando llegue la hora, la de las tinieblas que están presagiadas en este altar vacío, sin Cristo; será la hora de Satanás, de la herejía, de la gran apostasía, de la abominación en el lugar santo.

Todo eso tiene una connotación y una realidad apocalípticas para los últimos tiempos, que hoy, nos gusten o no, nos toca vivir, sin saber cuándo sea exactamente ni el día ni la hora, pero cuando veamos los árboles reverdecer como la higuera sabremos que ya está a las puertas. Nadie sabe el día en que se va a morir, pero cuando vemos que alguien cae gravemente enfermo ya pensamos en la muerte; del mismo modo sin saber el día ni la hora, nuestro Señor, la Iglesia, nos prepara para la segunda venida de nuestro Señor. Pero antes de ésta, ese reino de nuestro Señor que pedimos en cada Padrenuestro, porque si fuese el reino del Sagrario no hay que pedirlo, ése lo tenemos todos los días; si es la Iglesia, esa la tenemos diariamente mal que bien, pero el reino de la plenitud de Cristo no solamente de derecho, sino de hecho, cuando todos los pueblos, todas las naciones adoren al verdadero Dios, ese es el reino que estamos pidiendo en el Padrenuestro.

Pero antes de que venga habrá una falsificación, reino ficticio, una falsa paz, un falso cristo que es el anticristo que propugna el judaísmo por no haber aceptado a nuestro Señor; por eso Él les dijo que a Él, que no venía en su nombre propio sino en el de su Padre no lo aceptaban, pero que a aquel, el otro, ese que vendrá en su propio nombre, sería aceptado como rey de los judíos. A esa instauración, duplicidad, falsificación de Cristo y de la Iglesia de nuestro Señor es a la que se encamina la obra mancomunada de hoy entre los poderes ocultos que detentan los resortes del mundo.

Debemos, pues, estar preparados para reconocer la verdadera faz de la Iglesia de Cristo y para que no claudiquemos dentro de una falsa Iglesia, dentro de un falso Cristo, cayendo así en la abominación de la desolación, adorando un dios impostor. Eso no se enseña desde hace mucho tiempo por ignorancia, por ceguera, por cobardía, por estupidez del clero comprometido con los reyes de este mundo, con los poderes de esta tierra. A eso se debe la decadencia dentro de la jerarquía de la Iglesia, que ha sido instaurada por nuestro Señor para defender la verdad y no para que ceda ante ella y por eso ese oscurecimiento de la Iglesia hacia el fin de los tiempos, presagiada, prefigurada en la liturgia de cada año en Semana Santa. Por ello no es simplemente un hecho del pasado que evocamos, sino que también apunta hacia la segunda venida de nuestro Señor, sin la cual la primera no tendría su coronamiento, su perfección, su plenitud.

Por haber sido castrado el aspecto profético apocalíptico en la mentalidad del clero dirigente de la Iglesia desde hace muchos años, vivimos en esta confusión, en esta anemia sobrenatural, viendo languidecer la fe y la verdad, para que se predique otra religión en nombre de Cristo pero sin Él, sin Cruz, sin su divinidad. Si hoy se confesara lo celestial de nuestro Señor no se aceptaría como doctrina común que las falsas religiones sean también caminos de salvación, porque la verdad excluye el error y éste está hoy siendo propagado a través de ese ecumenismo que pone en el mismo plano de igualdad a nuestro Señor y a su Iglesia con las doctrinas infieles, como nos lo dice el salmo 95,5: “Pues todos los dioses de los gentiles son demonios”16.

La religión de los gentiles (y estos en el Antiguo Testamento son los pueblos que no tienen la revelación que era el patrimonio del pueblo elegido, del pueblo judío) tiene por padre a Satanás. ¡Y que ahora se viene a decir y creer lo contrario! Esa es una prueba entonces de la gran falsificación que se agudizará. Por tanto, es mi deber en la medida en que pueda, recordárselo a los fieles para que estemos todos preparados, porque todavía tenemos un lugar sagrado, como esta capilla donde se puede libremente decir la Santa Misa; pero no sabemos si estaremos obligados a huir como en el tiempo de las catacumbas donde la situación era de “sálvese quien pueda”, guardando su fe en el corazón y teniendo que profesarla manifestándola con el derramamiento de la propia sangre, como han hecho muchos mártires.

Es de vital importancia no caer en una práctica abur-guesada de la religión, de acomodaticios, porque la religión requiere sacrificio; pero en el mundo de hoy, tanto el hombre como la mujer rehuyen todo lo difícil.

Sin sacrificio, sin Cruz, no hay religión católica, no hay virtud, no hay imitación de nuestro Señor Jesucristo, no hay martirio y no debemos olvidar que nuestro Señor fue una víctima en la Cruz, no lo olvidemos; la inmolación es el testimonio. ¿De qué? De que nuestro Señor dio su sangre. Y así entonces los mártires son los que dan su vida en prueba y fidelidad a imitación de nuestro Señor. Luego sería un error concebir una religión, una Iglesia católica sin Cruz, sin sacrificio.

No es de extrañar tampoco, mis estimados hermanos, que la Misa haya sido modificada, cambiada, trastocada, para hacer desaparecer en la medida de lo posible todo contenido de inmolación; por lo mismo hoy se habla mucho de misterio pascual. La Misa no es eso, no es la celebración de la Pascua de nuestro Señor, es de su muerte; son dos términos muy distintos. Distinto es que en el fallecimiento de nuestro Señor también prefiguramos su resurrección, porque de hecho resucitó al tercer día; con la Santa Misa no conmemoramos la resurrección sino la muerte de nuestro Señor y por eso lo tenemos ahí clavado en la Cruz, por si no nos damos cuenta.

Eso demuestra hasta dónde hay la adulteración de la verdad, muy sutilmente manipulada. Y si no hay sacerdotes y obispos lúcidos, ¿cómo va el pueblo a poder detectar eso?, ¡imposible!; hasta se diría que prácticamente la gente no tendría mayor culpa, salvo si adhiere conscientemente al error; pero, de hecho, nadie quiere ser engañado, y eso es lo que pasa hoy.

En consecuencia, la Pasión de nuestro Señor, acontecida hace dos mil años, debe recordarnos ese mensaje profético de la Pasión de la Iglesia hacia el fin de los tiempos. Ésta va a hacer su subida al calvario al fin de lo vida; ese es el mensaje de cada Semana Santa hacia el futuro, porque así como nuestro Señor sufrió y padeció en su cuerpo físico, al final de los tiempos la Iglesia, su Cuerpo Místico, sufrirá, pasará su Pasión.

Esa es la razón por la cual la Iglesia está padeciendo hoy esta Pasión que se irá acrecentando y a la cual nuestra Señora, en La Salette, se refirió al hablar del eclipse de la Iglesia. Y la divisa del actual pontificado de Juan Pablo II, “De labore solis”, en buen latín literario como el de Cicerón, traduce: el eclipse del sol, labore solis, labore lunae, de luna, eso se puede ver en cualquier diccionario de latín-español; que no cometan el error gramático de decir que los trabajos del sol, que no tiene ningún contenido, ningún significado, cuando diferente sí es y lo tiene al traducir el eclipse del sol. ¿Qué da luz? El sol, que es nuestro Señor, el sol que es la Iglesia. Ya se entiende entonces y, ¿quién osa decirlo? nadie y, sin embargo, es así. Para que nos demos cuenta una vez más de cuán engañados se nos tiene, adormilados, anestesiados, como cuando a alguien que va a ser intervenido en una operación quirúrgica, le aplican una inyección le pueden cortar la cabeza, y queda ahí campante sin enterarse; así sucede hoy.

No es de extrañar que se pierda la fe, el dogma, la moral, el sentido sagrado, sacramental y trascendental de la religión, todo eso se está olvidando y es un síntoma más de la decadencia anunciada para los últimos tiempos; no es de un día para otro, lleva un proceso lento, firme y seguro; y cuando comienza ese gran “caterpillar”, si podemos imaginarlo así, a andar lentamente, ¿quién se le pone por delante, quién lo para?, ¡nadie! Pues así mismo no lo va a detener nadie sino nuestro Señor cuando venga con el fulgor de su presencia majestuosa al fin de los tiempos.

Si esta devastación nos sorprende los sentidos al ver el tabernáculo vacío, desnudo el altar, desolada la Iglesia, humillada, eso tiene un significado para ella; estamos en la hora de las tinieblas, de su Pasión, como nos lo ha indicado más de una vez en sus verdaderas apariciones nuestra Señora, como en La Salette; y también con las lágrimas que ha derramado en esa gran manifestación de 1953 en Siracusa, donde hubo conversiones de miles de comunistas al ver a esa imagen llorar durante cuatro días consecutivos, reconocidas por Pío XII. Nuestra Señora no hizo más que llorar, y ¿cuándo lo hace una madre sin hablar? Cuando el mal ya es inevitable, inminente, ¿qué hace?, gime, y si esas lágrimas de una madre no hacen reflexionar a sus hijos cualquier palabra es vana, nula, porque todo hijo bien nacido reaccionaría ante el desconsuelo de su madre.

Ese es el significado de las lágrimas que nuestra Señora derrama sin parar y que a pesar de que ya han pasado cincuenta años sin que estos hechos se conozcan. Aquí en Colombia se saben gracias a monseñor Cadavid, quien reunió en un pequeño libro esa y otras apariciones ordenándolas y dándoles ese contexto profundamente teológico y apocalíptico de los verdaderos mensajes de nuestra Santísima Madre del cielo, para que estuviésemos preparados a la hora de la gran prueba de la Iglesia y de nosotros, que somos miembros de la Iglesia.

La Tradición de la Iglesia sufre, gime y es perseguida y nosotros debemos padecer pero sabiendo por qué. Porque el hombre no sufre como el animal, que no se da cuenta. Por eso, en realidad el animal no sufre si siente dolor, porque el sufrimiento es el daño comprendido por un alma racional, así que es tonto decir que el animal padece; a éste le duele, gime, llora, pero no sufre porque esta connotación tiene una relación del dolor sensible con el alma espiritual; es muy distinto.

Y cuando se sabe por qué se tolera, entonces así se asimila la Cruz y nos transfiguramos en imagen del Cristo inmolado y doliente y eso lo sabe todo aquel que soporte con un mínimo de fe y el que no lo sabe es porque no tiene fe y el que no la tiene, sufre como un condenado porque como lo dice el poeta: “Hay tres cruces en el Calvario; elige sabiamente puesto que es necesario o sufrir como santo o como penitente o si no como réprobo que pena eternamente”. Sufrir sin fe es hacerlo como los demonios, como los réprobos, como los condenados. De ahí la necesidad de la fe para padecer en compañía de nuestro señor Jesucristo y comprender el misterio de la Cruz.

En la medida en que podamos decir que entendemos, participamos de los dolores de la Pasión y la muerte de nuestro Señor. Captar también el significado real de la Semana Santa. Si no lo asimilamos no entenderemos absolutamente nada de ese gran ejemplo del cual dan testimonio todos los santos con sus vidas, ese arte de saber sufrir en armonía con la Pasión de nuestro Señor. Si comprendemos eso aunque sea un poquito, habremos sabido más que cualquier erudito el significado de ésta y de todas las Semanas Santas, de la Pasión y de la muerte de nuestro Señor Jesucristo.

P. BASILIO MÉRAMO
18 de abril de 2003

jueves, 17 de abril de 2014

Jueves Santo. "Triduo Sacro"


Amados hermanos en nuestro Señor Jesucristo:
En este Jueves Santo, con el cual se empieza el Triduo Santo de la Semana Santa, hay una sola Misa por iglesia, por parroquia, por comunidad. La Iglesia muestra la unidad del sacerdocio y del sacrificio único de nuestro Señor y por eso, en esta única Misa; los demás sacerdotes, si los hay, comulgan. Unidad del sacrificio y del sacerdocio del cual toda otra inmolación, como todas las misas y los clérigos, son una participación de ese sacerdocio único de nuestro Señor Jesucristo.


Hemos visto en el evangelio el relato de la traición de Judas, que ya nuestro Señor sabía, y cómo, no obstante, Él les lava los pies a los apóstoles, a sus discípulos. ¡Qué ejemplo de humildad y de amor para mostrar la necesidad de seguir ese ejemplo del Divino Maestro!


En este Jueves Santo muestra también la Iglesia la institución de la Eucaristía, es decir, de la Santa Misa. Era aquel día, en la última cena, una anticipación del sacrificio del calvario que se iba a producir al día siguiente. Instituye la Santa Misa junto con el sacerdocio, porque están íntimamente correlacionados. El sacerdote no es otra cosa sino el hombre del sacrificio de nuestro Señor; eso es la Santa Misa. No es una cena, una synaxis, como dice San Pablo, porque antiguamente no estaba separada esa synaxis, del sacrificio; dados los abusos, los apóstoles decidieron separar la comida, la synaxis, del sacrificio, para que no hubiera malos entendidos ni abusos posibles y para que no hubiera la diferencia entre el que tenía mucho y el que nada tenía de comer como lo vemos en la epístola de hoy.


Nuestro Señor instituye un día como el de hoy el sacerdocio católico, instituye la Santa Misa por anticipación; por eso, ahora, después de la muerte de nuestro Señor todas las Misas son la renovación incruenta del mismo sacrificio del calvario renovado sacramentalmente sobre el altar, por el mismo Cristo representado en el sacerdote, que es otro Cristo por tener la gracia sacramental del sacerdocio de nuestro Señor, basada en esa gracia de unión. Eso es el sacerdocio y no lo que hoy se predica queriendo igualar a la Misa a una reunión o synaxis y al presbítero a la manera protestante. Esas son aberraciones cultuales litúrgicas y doctrinales que están afectando la esencia de la religión y de la Iglesia católica, apostólica y romana.


Quienes vienen aquí deben, pues, tener una noción clara de estas verdades sobrenaturales para que podamos dar fe y testimonio de ellas en medio de esta gran hecatombe de pérdida y crisis de fe, con la consabida consecuencia de la pérdida de la moral y de la conversión de casi media Colombia, en su ignorancia vuelta hacia el protestantismo por fuera y por dentro. Por fuera, por todas las sectas protestantes que vemos alrededor; y por dentro, porque los sacerdotes modernistas se comportan dentro de la Iglesia como verdaderos protestantes y esas son abominaciones que manifiestan la falta del sentido sagrado y católico de la religión, del culto y de la Santa Misa; por eso la garantía es de un modo incondicional la fidelidad a la sacrosanta Tradición de la Iglesia católica, apostólica y romana.


Al instituir nuestro Señor la Santa Misa y el sacerdocio católico nos demuestra su amor, porque no otra cosa es la Pasión de nuestro Señor que llega hasta el sacrificio de Sí mismo; porque para salvarnos nuestro Señor ha hecho todo lo posible, y por eso, cuando vemos una Cruz, vemos la expresión de querer; que sigamos ese camino de ejemplo de amor crucificado, y asimilemos, asemejemos e imitemos la inmolación de nuestro Señor.


En consecuencia no puede existir una Iglesia católica sin Cruz como hoy lo quiere el modernismo progresista, buscando un paraíso de bienes terrenales aquí en la tierra, sin Cruz. Esa es la peor falsificación de la religión católica y así será la del anticristo, que abominará dentro del templo proponiendo una religión sin Cruz. Hacia eso nos encaminamos. Y por eso la gente quiere esa doctrina fácil de hoy día, donde no hay pecado o “el pecado es lo que a mí me parece”; si me da la gana de salir desnudo y para mí eso está bien, pues no peco; por eso se besuquean en cualquier esquina las parejas desvergonzadamente; por eso las mujeres andan con el ombligo al aire, porque si para esa niña eso está bien, no es pecado; y así vivimos en la estupidez que provocan los escándalos. Y no se hable del matrimonio, de la familia, de los divorcios, de la contracepción, del cine. La humanidad vive en un eterno carnaval a espaldas de Dios y cada uno cree que todo lo hace bien; todo se justifica; así se destruye toda noción objetiva de bien y de mal, de vicio y de virtud. Estamos peor que los paganos, peor que en Babilonia. Esto clama el fuego del cielo, el castigo de Dios que va a venir tarde o temprano y más temprano que tarde cada día que pasa; porque todo esto ya tiene una dimensión apocalíptica por su universalidad y su gravedad, pero como en la época de Noé, el mundo sigue danzando y bailando.


Debemos sacar de esta Semana Santa un motivo de reflexión para que no nos dejemos arrastrar por el mal ejemplo que se ve por doquier y que imprime carácter, ya que socialmente se justifica bajo cualquier pretexto como es la libertad. Libertad para todo menos para el bien y la verdad y hay quienes alegan porque, dicen, son los únicos que tienen derecho a ella, pero no advierten que nuestro albedrío de seres humanos no es el de los animales, que no tienen uso de razón.


La libertad se prodiga en la verdad. “La verdad os hará libres”, dijo nuestro Señor; cualquier otra es absurda, no existe de acuerdo con los parámetros de la naturaleza humana que es la que hoy se prodiga, se exige y es la que la juventud quiere y no solamente ésta sino los mayores, volviéndose peores que jóvenes libertinos. Por todo lo anterior las tinieblas y la confusión reinan hoy día como nunca se ha visto ya que es universal.


¿De qué nos vamos a extrañar entonces porque el mundo esté en caos, como hoy, alocado, sin norte, sin horizonte, sin pies ni cabeza? Todo eso por no seguir el ejemplo que nos propone la Iglesia con su evangelio. ¿Qué más puede haber fuera de Cristo? La paz falsa del anticristo y a esa nos dirigimos. O aceptamos a Cristo o al anticristo, no hay término medio. Debemos reflexionar sobre todo esto para reaccionar en este mundo como católicos verdaderos y no de nombre, pero ignorantes, que para lo único que serviríamos sería como dice el adagio: católico ignorante seguro protestante.


Que esta Semana Santa sirva para que nosotros reanudemos esos deseos de imitar el amor de nuestro Señor aceptando la inmolación cotidiana a través del sufrimiento, la enfermedad, la adversidad, la contradicción, la vejez, a través del mal, porque éste sirve al bien, acrisola la virtud y ésta nos hace imitar a nuestro Señor. Por eso Él aceptó el mal, aceptó morir en una Cruz injustamente por manos de los judíos, y ahora nosotros, iguales o peores que ellos lo crucificamos en su Cuerpo Místico, la Iglesia, con todas estas aberraciones que hoy vemos, toleramos y aceptamos.


Tratemos de hacer una Semana Santa con esos deseos, para poder festejar después con creces la Pascua de resurrección, porque si nuestro Señor murió para resucitar después, al tercer día, probando su divinidad, podamos entonces ser fieles testigos, dando prueba de nuestra fe, proclamando su divinidad.


Pidamos a nuestra Señora, a la Virgen María, para que nos fortifique, nos consolide en esa fidelidad de testimonio en la proclamación de la divinidad de nuestro Señor y de su santa Iglesia. +


PADRE BASILIO MERAMO
17 de abril de 2003

domingo, 13 de abril de 2014

SEGUNDO DOMINGO DE PASIÓN (DE RAMOS)


Amados hermanos en Nuestro Señor Jesucristo:
Entramos en la semana mayor, la Semana Santa, la semana más solemne del año. Con ella nos adentramos en el misterio de la Pasión, de la derrota y de la muerte de Nuestro Señor que escandalizó a los apóstoles y que escandaliza al mundo. Un Dios que muere en el patíbulo es un misterio, ya que murió como hombre porque como Dios, como Divinidad, no podía morir. Por tanto, en el cuerpo inanimado, mal llamado cadáver, no podía haber putrefacción. Pero en su cuerpo, por estar unido a la Persona Divina, allí estaba su divinidad, aunque no el alma humana que se separó del cuerpo; aunque estuviera muerto permanecía allí su divinidad; ese es un misterio de fe.

El misterio de la Santa Misa que reproduce y separa, bajo la doble consagración, el cuerpo de la sangre, es el centro de la religión, del culto de la fe católica y por esto es tan combatida por Satanás.Porque si él venció naturalmente a Nuestro Señor, Nuestro Señor a su vez lo derrotó a él sobrenaturalmente; ese es el gran misterio católico y de la Iglesia, que así como Nuestro Señor fue derrotado naturalmente y venció sobrenaturalmente, lo mismo le ocurrirá a la Iglesia, a la que hoy vemos derrotada ante el mundo y ante el poder del mundo, pero esa es una derrota natural.

La victoria será sobrenatural, una victoria de la fe. No es una victoria de conquista, del mesianismo material, de combate material, como querían y quieren los judíos y muchos católicos que reducen la religión a sus ambiciones políticas; otra cosa es que la política esté subordinada a la religión, a la Iglesia; pero, ¿cuántos no hacen apostolado en nombre de la política y no en nombre de Cristo? Cosa que es un grave error.

Nuestro Señor se anonadó, pero no como interpretan muchos sacerdotes que de teología poco saben: que Nuestro Señor se anonadó por el hecho de encarnarse; eso es una estupidez. El anonadamiento no está en el hecho de encamarse, porque en el hecho de encamarse está justamente la grandeza de Dios, que sin dejar de ser Dios asume la naturaleza humana; el anonadamiento consiste en tomar una naturaleza humana en la cual Él interrumpe la participación de la gloria divina, para ser apto al sufrimiento y a la muerte.

En eso está el anonadamiento, en no asumir esa naturaleza gloriosa por el contacto de la naturaleza divina; esa es la diferencia. Se anonadó, haciéndose siervo, súbdito del sufrimiento y de la muerte para redimirnos; porque si Él no obstaculiza esa participación de la gloria de su divinidad en el cuerpo de naturaleza humana que Él tomó, no hubiera podido morir en la Cruz, no hubiera habido pasión por nuestra redención, para rescatarnos con un precio. Y tal precio fue el de su sangre y la sangre es muerte, la efusión de la sangre es la muerte, representa la muerte.

En la Santa Misa hay la efusión de la sangre sacramentalmente, sacrificio incruento, no cruento. Y es en la consagración del cáliz donde se hace mención de la efusión, del derramamiento de la sangre y no en la del pan y por eso dice Santo Tomás que eso era esencial a la consagración. Si nos atenemos a la opinión de Santo Tomás la nueva misa es nválida, porque adulteró esa fórmula de la consagración de la sangre al adulterar las palabras que expresaban la efusión; adulteración que consiste en cambiar "muchos" por "todos"; así de simple y de sencillo como es la verdad, sin vericuetos, pero desgraciadamente hay poca teología en el clero y vemos que si falta la luz de la ciencia divina, tal como es la teología, viene la repercusión, ya que un seminario, lugar de formación del clero, no es para pasársela jugando al fútbol sino para estudiar, para poder después aclarar y enseñar a los fieles, y defenderlos ante la crisis teológica y religiosa.

En esa efusión de la sangre que Nuestro Señor derramó por todos, pero que Él sabía que no todos se iban a beneficiar. Viendo que la eficacia no era para todos, sino que intervenía el libre albedrío, por la libertad del hombre, dijo: "Por vosotros y por muchos", y no por vosotros y por todos, ahí está la gran diferencia existente; hay otras que no voy a mencionar, bástenos por ahora ésa.

Nuestro Señor se anonadó, pero también resucitó por su propio poder y Él nos pide que le sigamos en esa muerte y esa muerte nosotros la pasamos sacramentalmente por el bautismo, que es una muerte sacramental y una resurrección también sacramental y sobrenatural del nuevo hombre. Estimados hermanos, la vida católica cristiana en desarrollar la gracia recibida en el bautismo desarrollo consiste la santidad, como lo hace ver San Luis María Grignion de Montfort.

Pidamos a Nuestra Señora que podamos llevar esavida sobrenatural basada en la fe y en la gracia que recibimos en el bautismo; que se desarrolle plenamente en nosotros y cuando esto ocurra, después de muchos sacrificios, abnegaciones y renuncias, habremos lllegado a la verdadera santidad.

BASILIO MERAMO PBRO.
8 de abril de 2001

domingo, 6 de abril de 2014

PRIMER DOMINGO DE PASIÓN



Amados hermanos en nuestro Señor Jesucristo:

El primer domingo de la Pasión nos acerca a la Semana Santa, la semana de gran sufrimiento y de dolor de nuestro Señor, días de duelo; por eso vemos las imágenes, salvo el Viacrucis, veladas. Debemos, en consecuencia, intensificar nuestra oración, sacrificios, limosnas, y aprovechar la purificación que todas estas obras producen para apaciguar la concupiscencia de la carne y el orgullo de la vida, para sustraernos un poco del mundo que nos tiene tan envueltos sin que nos demos cuenta. Ese debe ser el espíritu con que vivamos la Santa Cuaresma, ser más aceptos y agradables a Dios a pesar de nuestra miseria. No olvidar que la Iglesia manda confesarnos aunque sea una vez al año y fija una fecha para la comunión pascual: desde el domingo de Pasión hasta el segundo domingo después de Pascua.

Vemos en este Evangelio que la disputa entre los fariseos y nuestro Señor se intensifica, se agudiza. Cómo éstos infringen la verdad en el nombre de Dios, de la religión, de la Iglesia de entonces, como acontece hoy; es lo característico del fariseísmo, la corrupción específica de la religión convirtiéndose en el peor y más mortal enemigo. Así es como rechazan a nuestro Señor, en vez de creer le dicen que está endemoniado, en lugar de aceptar le alegan en el nombre de los profetas. Y a la manifestación de su divinidad toman piedras para lanzárselas, pero Él desaparece en medio de ellos. Se hizo invisible, como dicen algunos Padres de la Iglesia, porque todavía no había llegado su hora, si no, lo hubieran apedreado allí antes de tiempo por no querer oír la palabra de Dios.


Él dice que es el Padre quien da testimonio de Él, que quien guarda su doctrina tendrá la vida eterna, que Abraham deseó ver su día y que Él era antes que Abraham. Todas son manifestaciones de su divinidad. Ningún hombre podría ser o existir antes que otro que le había precedido, y los judíos entendían bien eso y por ello tomaron piedras para destruirlo; aquí hay una prueba que ya la he insinuado muchas veces, y es que los Padres del Antiguo Testamento conocían la Encarnación y la Santísima Trinidad. De lo contrario sería absurdo que Moisés hubiera deseado ver su día y no como la mayoría de los exegetas modernos dicen, que la diferencia era el misterio de la Santísima Trinidad y de la Encarnación, lo cual es ilógico y absurdo ya que no sería entonces la misma fe, no podría ser nuestro Padre Abraham si no fuera la misma fe, y ésta la de la Trinidad y la Encarnación; es evidente.


Pero, lamentablemente, así se deslizan los errores porque la mayoría no hace más que repetir como loros. Eso nos debe servir para no extrañarnos de que estas falsedades cundan con el agravante de que no hay quiénes asienten la doctrina, que pontifiquen en la verdad; es la desgracia actual de la Iglesia católica, apostólica y romana; no hay doctores en la fe que pontifiquen en la verdad y nada más que la verdad, y por eso andamos a tientas zigzagueando, carencia que, dicho sea de paso, también es un castigo, y por eso la Iglesia se ve eclipsada. Como está oscurecida la Iglesia durante la Pasión, la ocultación de nuestro Señor Jesucristo es lo que vaticinan estas imágenes cubiertas. También ocultación de nuestro Señor hacia el final de los tiempos, eclipse del sol, de labore solis, justamente, la divisa que le corresponde al papado actual según San Malaquías.


¿Queremos ver más claro o seremos peores que los judíos, orgullosos, que no queremos entender ni a palos? Son los hechos; la Iglesia está hoy eclipsada como estas imágenes durante estos dos domingos de Pasión ya anunciada en La Salette; oscurecimiento por falta de autoridad, de principios, de doctrina, de dirigentes, de moral, de fe, de falta del Espíritu de Dios, de sabiduría; lo que estamos viviendo es el eclipse de la Iglesia; pero a pesar de todo no sucumbirá, porque las puertas del infierno no prevalecerán sobre su divinidad, como no prevaleció la muerte sobre la divinidad de nuestro Señor.


He aquí un gran misterio difícil de entender; pero a medida que los acontecimientos se van dando, se va dilucidando, se va inteligiendo y barruntando de algún modo. Es el tema del único libro profético del Nuevo Testamento, del Apocalipsis, que es la revelación de la manifestación de nuestro Señor glorioso y majestuoso y de todos los acontecimientos desastrosos que culminarán en la gran apostasía de las naciones de los gentiles; en el anticristo, en el falso reino de paz, en la persecución de la Iglesia, de la Santa Misa y en el triunfo de nuestro Señor, que derrotará al anticristo con el aliento de su boca como dice San Pablo en su segunda carta a los Tesalonicenses.


Desgraciadamente el demonio ha hecho lo imposible por dificultar y oscurecer ese gran libro de fe y de esperanza, no de terror, sino de esperanza, para aquel que está bajo el yugo del sufrimiento y la persecución por amor, por testimonio a la verdad, a la Santa Iglesia, a nuestro Señor Jesucristo. Qué más consolación se tendrá si el Rey de Reyes, Señor de Señores, va a liberar a su Iglesia. El Apocalipsis es un libro de bienaventuranza, de esperanza, específicamente para los últimos tiempos. Por lo mismo no se lo consideró de tanta importancia en la Edad Media, porque no veían la necesidad, pero nosotros sí la debemos ver, si realmente vivimos esta crisis de fe, de eclipse de la Iglesia por la que atravesamos.


Así como sabemos que después de estos dos domingos de Pasión y de oscurecimiento de nuestro Señor encubierto, velado, oculto, que huye, según el Evangelio, de las manos de los judíos para no morir antes de tiempo, a pedradas, de esa dolorosa Pasión y muerte, viene la resurrección; lo mismo será para la Iglesia: ésta no resucitará porque no puede morir, ya que el alma es el Espíritu Santo y él no puede separarse de la Iglesia, pero sí pasará su terrible Pasión y, por tanto, eclipse del sol, de la verdad, de la luz, todo lo cual de algún modo lo estamos viviendo. Lo que no sabemos es la cuantía, la duración y la intensidad a la cual todo esto llegará y por lo mismo hay que pedirle a nuestro Señor la fidelidad y la fortaleza para no sucumbir ni caer enredados en la confusión de las tinieblas, pero sí esperando con una profunda esperanza sobrenatural ese día de Pascua y de gloria al cual volverá la Iglesia cuando llegue la hora y el día de Dios nuestro Señor.


Pidamos a la Santísima Virgen hacer una Santa Cuaresma y vivir en este periodo tan difícil, fiel y santamente como nos lo pide nuestro Señor; ser santos como nuestro Padre que está en los cielos. +


PADRE BASILIO MERAMO
17 de marzo de 2002