San Juan Apocaleta



Difundid Señor, benignamente vuestra luz sobre toda la Iglesia, para que, adoctrinada por vuestro Santo Apóstol y evangelista San Juan, podamos alcanzar los bienes Eternos, te lo pedimos por el Mismo. JesuCristo Nuestro Señor, Tu Hijo, que contigo Vive y Reina en unidad del Espíritu Santo, Siendo DIOS por los Siglos de los siglos.












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"Sancte Pio Decime" Gloriose Patrone, ora pro nobis.





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domingo, 26 de enero de 2014

TERCER DOMINGO DESPUÉS DE EPIFANÍA

Amados hermanos en nuestro Señor Jesucristo:
En este tercer domingo de Epifanía tenemos el doble milagro que relata el Evangelio, el de la curación del leproso y del centurión. La del enfermo, como el más miserable de todos, peor que un mendigo, porque quedaba excluido del trato y de la convivencia social, y la del centurión, como quien diría de un general del Imperio romano; dos extremos de la escala social. Vemos cómo nuestro Señor no hace distinción de clases, ni de ricos ni de pobres, porque es Dios de todos los hombres y de todas las criaturas. Y así le hace el milagro a ese pobre leproso que le pide, si Él quiere, que le cure; nuestro Señor extiende su mano y lo sana y le recomienda que no le diga a nadie; ¡qué pudor! Porque solamente por un miramiento religioso quería nuestro Señor ocultar como todo verdadero hombre, que no se anda pavoneando como una “vedette”, sino todo lo contrario, oculta su religiosidad, su santidad, su virtud, por pudor, para no mostrar lo mejor que tiene de Sí porque es para Dios y no para los hombres.


Qué gran lección, para que no nos ufanemos como pavos reales cuando entremos a la iglesia. Dicho sea de paso, no digo que todos, pero algunos fieles creen que el templo es para estar saludando al amigo o al conocido, o al íntimo; dejen eso para cuando salgan y no dentro de la iglesia. Aquí se reverencia a Dios con una genuflexión; no venimos a saludar a nadie más, para eso está la calle y lo digo con dolor porque es chocante y muy tonto, porque no es ninguna forma de educación; es todo lo contrario. ¿Y todo para qué?, ¿para ser admirados de los demás?
Por eso nuestro Señor en este grado de profunda humildad y de decoro manda a que no lo diga a nadie, que calle aquello que acaba de acontecer. No obstante le indica, según la ley de Moisés, que vaya a los sacerdotes para que sirva de testimonio y así también pueda regresar a la sociedad sin quedar excomulgado de ella y pueda tener ese contacto social del cual estaban excluidos todos los leprosos ya que se les consideraba peor que cualquier mendigo.


Vemos también el otro milagro, el del centurión, ese hombre que tenía a su mando hombres, pide por un criado suyo, paralítico. Le ruega a nuestro Señor que lo sane y Él le dice que irá a curarlo; cuánta fe tendrá este centurión que le dice que no hace falta, que solamente basta con que Él dé una orden, tomando como ejemplo su caso, ya que en su ejército, con dar una orden van, y da otra y vienen. Mucho más entonces nuestro Señor, que con una sola disposición suya bastaba para que su criado fuese curado. Nuestro Señor no dejó de expresar admiración por esa gran fe que no había visto en todo Israel, en todo el pueblo de Dios, sino en un pagano; ¡qué ejemplo! ¡Cómo un infiel tenía más fe que todos los hijos de Israel! Nuestro Señor cura en aquel instante a ese siervo del centurión y hace el gran reproche.


Esa recriminación a los judíos, a quienes antecedió la manifestación de la entrada de los gentiles en el reino de Dios, “muchos vendrán de Oriente y de Occidente y estarán con Isaac, Jacob y Abraham, y los hijos del reino; esos serán echados a las tinieblas exteriores, al infierno”. El averno, que ha sido negado o por lo menos puesto en duda en la nueva predicación actual y, sin embargo, aquí nuestro Señor hace alusión a él. Y así entonces manifiesta la entrada de los gentiles y muestra la reprobación de Dios del pueblo elegido de Israel por no tener fe, la el centurión, porque si la hubieran tenido no le hubieran crucificado.


¿Cómo es posible que este centurión pagano, un soldado romano, tenga esa fe que los hijos de Israel no tenían? ¿Qué fue lo que pasó si ellos tenían las Escrituras, las profecías? ¿Por qué no reconocieron a nuestro Señor, como sí lo hizo este humilde centurión pagano? Eso da mucho que pensar. Y la razón de ello está en la corrupción religiosa. Por la deshonestidad religiosa el pueblo judío, elegido de Dios, no reconoce a nuestro Señor; ese es el gran misterio de la reprobación de los judíos y por eso anuncia el ingreso de los gentiles.


Esa putrefacción de la religión, del culto, de la palabra de Dios, fue lo que llevó al pueblo judío a negar a nuestro Señor, a no aceptarlo y a crucificarlo; y esa depravación religiosa, cultual, es lo que se llama fariseísmo, que es la peor de las corrupciones; porque no es solamente la de la moral, de una virtud, sino la de toda la religión, de todo el culto de Dios, de toda nuestra relación con Él. De ahí lo grave y la gran lección que debemos sacar, porque si la religión católica al fin de los tiempos se llegase a corromper como ciertamente lo anuncia nuestro Señor en las Escrituras, ¿qué quedará de la Iglesia?, ¿qué quedará de los fieles?, peor que el pueblo de los judíos y eso es lo que hoy está aconteciendo; estamos ante la corrupción de la religión católica y la cultual.
¿A dónde iremos a llegar? A la apostasía, en la cual culminará el anticristo en su supremo afán de querer destruir el reino de Cristo. Pero como Dios es todopoderoso permite eso porque al fin y al cabo su Sagrado Corazón triunfará, el que ya triunfó en la cruz, aunque no se hubiera evidenciado ese triunfo como rey. Por eso lo esperamos a Él en su segunda venida como rey y juez de todo el orbe. Por eso no debemos asustarnos y en cambio sí estar preparados para que teniendo las Escrituras en las manos, la Sagrada Biblia, no nos pase igual que a los judíos, que por un misterio de iniquidad se corrompa nuestra fe, nuestra religión y así nos encontremos en peor estado que los judíos. Por ello se habla de la gran tribulación para el fin de los tiempos y vemos esta corrupción no sólo de la moral, de los principios, de la familia, de los pueblos, sino dentro de la misma Iglesia; deshonestidad del clero, de sacerdotes, monjes, monjas, cardenales, obispos; por eso el enemigo aprovecha. ¡Qué escándalo abominable!, ¡contra natura! y todos los crímenes que podamos imaginar.


Todo lo anterior nos debe hacer reflexionar para que nos mantengamos incólumes en la fe, como dice nuestro Señor; esa fe admirable que tuvo este centurión pagano. Cómo, entonces, nosotros no vamos a permanecer en la fe católica, apostólica y romana si se lo pedimos a Dios de todo corazón. Y la manera más expresa de guardar la fe, en este mundo actual, en medio de este progresismo, de este modernismo que está destruyendo la religión, falseándola, adulterándola, es asistir a la Santa Misa que es el misterio de la fe, mysterium fidei; de allí se irradia todo lo demás.
Por eso la gran importancia de la Santa Misa verdadera, romana, tridentina, canonizada, apostólica, todos títulos que no tiene la nueva, que no es romana sino protestantizante, que no es apostólica sino fabricada allí bajo la supervisión de seis pastores infieles. Esa es la importancia de tener esta capilla aunque sea pequeña, modesta, pero que es un baluarte de fe, como un faro, así como el de Alejandría que era una de las siete maravillas del mundo antiguo; que así sea esta capilla, por lo menos para Colombia, un faro de fe. Así les pese al cardenal, al nuncio y a toda la jerarquía que no defiende la fe católica y que usurpa la autoridad al igual que los judíos para crucificar a nuestro Señor, para a la Iglesia que está sufriendo hoy su pasión porque esto no es más que la pasión de Cristo en su cuerpo místico que es la Iglesia, si no no se comprenderían todas estas aberraciones, no tendrían lógica ni razón de ser que es la corrupción religiosa por la falta de fe.


Debemos, pues, permanecer firmes en la fe para que el demonio no nos devore, ya que “como león rugiente gira a nuestro alrededor”, como lo dice San Pedro, el primer Papa de la Iglesia católica: “Hermanos, sed sobrios y velad porque el demonio, como un león rugiente, gira a nuestro alrededor buscando a quién devorar”.


He allí el testimonio, una sola palabra de Dios, una sola palabra de nuestro Señor basta, la fe no requiere más, no requiere pompas, riquezas ni glorias sino simplemente esa adhesión a la palabra de Dios, a la palabra divina; esa es la luz del mundo y por eso las tinieblas, el eclipse de la Iglesia del que habla nuestra Señora en La Salette. Se mencionan tantas apariciones que no sabemos ni somos capaces de sacar la inteligencia de ellas y, sin embargo, aquí en Colombia tenemos un pequeño libro de monseñor Cadavid, de 1953 o 1954, sobre Siracusa, en el que relaciona todas las verdaderas y más importantes apariciones de nuestra Señora, importancia que tienen como una advertencia para los últimos tiempos en los cuales la fe claudicará.


Por eso la necesidad de que haya un rebaño de fieles, pusillus grex, del cual habla San Lucas para que permanezcamos fieles a la Iglesia católica, apostólica y romana, a nuestro Señor y no seamos unos falsarios, traidores y, menos aún, unos corruptos investidos con la autoridad de la jerarquía para hacer el juego a Satanás corrompiendo la religión, la fe como hace la gran mayoría de la jerarquía. Por eso, tampoco debemos asombrarnos de que no seamos muchos porque más vale pocos y buenos que muchos y malos; más vale estar en la soledad con la verdad y no con el error en compañía, porque esta soledad vale mucho más. Es mejor estar en el desierto, en la soledad, en la aridez que acrisola la fe; en ese arenal por el cual pasó el pueblo judío durante cuarenta años para purificarse antes de entrar en la tierra prometida; esa es la fe de los eremitas, de los monjes del desierto.


O, ¿qué queremos nosotros?, ¿una fe en medio de los clubes que no son sino antros de corrupción social? Pues la Iglesia nos invita al desierto para que nos acrisolemos, nos purifiquemos. Por eso la religión está representada en el Apocalipsis bajo la figura de esa mujer que huye al desierto para que el dragón no la destruya, porque es allí donde tienen que ir los fieles para que no sean devorados por Satanás en los últimos tiempos que son ciertamente los nuestros, aunque no sepamos cuál sea exactamente el término o la duración ya que puede ser larga y entonces, como la mujer que huye al desierto, otro tanto haremos nosotros para purificarnos en la fe y estar, aunque solos, en la verdad y no acompañados en el error.


Pidamos a nuestra Señora, la Santísima Virgen, a Ella que permaneció de pie ante la Cruz, para que nos dé ese valor, esa fortaleza y esa fe con la que Ella ofreció a su Hijo como víctima al Padre Eterno y ese es el sacrificio que se renueva mil y una veces sobre los altares en la Santa Misa. Pidámosle a que nos dé ese amor y esa fidelidad a Dios y a su santa religión. +


BASILIO MERAMO PBRO.
26 de enero de 2003

martes, 21 de enero de 2014

R.P. Basilio Méramo Hace algunas aclaraciones entre el Milenarismo Patrístico y el ramplón.

ACLARACIONES SOBRE EL MILENARISMO






Con respecto a un escrito sobre el Milenarismo del Padre Hervé Belmont el 5 de
diciembre de 2013, en el cual se hace eco de los prejuicios y errores que circulan
con sobre el tema, me veo en la obligación doctrinal y exegética de aclarar,
respondiendo a los principales reparos, pues aunque parezca mentira, la ignorancia
sobre el Milenarismo es muy grande desde hace mucho tiempo y hoy ya no es
posible continuar sosteniendo.
El P. Belmont (a quien conozco y aprecio) se hace eco de todos los prejuicios y
errores que se formulan por desconocimiento y confusión sobre el Apocalipsis y el
Milenio por lo cual amerita que se la haga una aclaración sobre el tema y se le
responda a esos prejuicios y reparos acerca del Milenio.
1° El origen del Milenio viene de las Sagradas Escrituras y no del judaísmo, pues
esa idea es una deformación carnalizada. La doctrina del Milenio proviene de San
Juan Apóstol y Evangelista y fue doctrina común durante los primeros cuatro siglos
de la Iglesia primitiva. De sus dos discípulos San Papías y San Policarpo, y San
Irineo, discípulo de este último, se recibe como revelada. San Papías no es un tonto
ni un mediocre intelectual como lo pinta el primer historiador de la Iglesia, el
hereje y arriano Eusebio para desacreditar a este gran patriarca de la Iglesia de
toda el Asia.
No hay que confundir el Milenarismo Patrístico, con el milenarismo herético de
Cerinto ni con el milenarismo judaizante de Nepos (Nepote) ni de Apolinar;
hacerlo sería un gran error o muestra de pura ignorancia.
2° La doctrina rechazada del Milenarismo después de siglos, es la del hereje y judío
de origen, Cerinto, así como la judaizante de Nepotes y Apolinar.
Es un gran error histórico y doctrinal confundir o poner dentro de un mismo saco,
a todos los milenaristas, sin distinguir. Considerar el milenarismo patrístico de un
San Ireneo, Obispo y Mártir de Lion (las Galias) o de un San Justino Obispo y
Mártir de Petovio en Panonia superior, que además son padres de la Iglesia, a la
par del milenarismo herético de Cerinto, es el colmo del desafuero.
3° Confundir el Milenarismo Patrístico que viene de San Juan, con la literatura
judía retomada por Cerinto, sacerdote de Alejandría, es un craso error que
únicamente un fanático o ignorante puede sostener hoy en día. Decir que esta
literatura judía es la adopción entre otros de San Justino –primer comentador del
Apocalipsis– y San Ireneo –discípulo este último de San Policarpo y compañero de
San Papías y estos a su vez, discípulos directos de San Juan– es no sólo un error
craso sino además un desconocimiento total del tema, histórica y doctrinalmente
considerado.
2
Invocar la autoridad de Orígenes es no saber que su alegorismo proviene de su
desdichada experiencia, producida a causa de su craso y bárbaro error cometido
por pura rigidez mental, interpretando crudamente la letra de las Escrituras y
pasándose al otro extremo: “Orígenes nació en Egipto, Alejandría, probablemente,
entre el 183 y 186, del griego Leónida que el año 202 padeció el martirio. Fue
director de la Escuela Alejandrina a los 17 años de edad. Después de la
persecución en la que fue ejecutado su padre, Orígenes se entregó a un ascetismo
austerísimo; y se cuenta dél, que interpretando crudamente una palabra de
Cristo, se hizo castrar”. (Alcañiz-Castellani, La Iglesia Patrística y la Parusía, ed.
Paulinas, Bs.As. 1962, p.185).
Confundir el Milenarismo Patrístico con el Milenarismo Carnal, como hace el
famoso aunque desdichado Orígenes –que además de castrarse, como resultado de
su frustración y para no terminar quizás cortándose la propia cabeza, comienza a
alegorizar– es no tener en cuenta que a pesar de ser un genio, seguía la idea de
Cayo Romano, para quien no había más milenarismo que el de Cerinto y que era
además hereje y aloguista (negaba la divinidad del Logos o Verbo). Además, Santo
Tomás de Aquino, es quien dice que Orígenes negaba la divinidad del Verbo
(aloguismo) pues negaba que fuera esencialmente divino, como se puede ver en su
comentario al Evangelio de San Juan (Cap. I, lec. I). Tampoco podemos olvidar que
Orígenes sostenía una noción exagerada y extralimitada de la apocatástasis
(restablecimiento), al incluir hasta la redención del mismo demonio, quedando el
infierno vacío.
“Cayo Romano nos anoticia que Kerinthos compuso el Apokalipsi que puso bajo el
nombre ‘de un gran Apóstol’ y aunque algunos creen que pudo ser un centón de
visiones falsas y apócrifas para propagar sus paparruchas, lo más probable es
que Cayo se refiera al auténtico Apocalipsis de San Juan, cuya autenticia él
rechazaba no menos que muchísimos otros antimilenistas; considerándolo, no sin
razón, como la fuente del milenismo”. (La Igl. Patr., p.322).
Orígenes, que si bien reconocía que el Apocalipsis era de San Juan, sin embargo,
para él no había más milenarismo que el de Cerinto.
Cerinto fue el enemigo personal de San Juan, puesto que: “Hay quienes le oyeron
decir que Juan, discípulo del Señor, yendo en Éfeso a bañarse, cuando vio dentro
a Cerinto, salió de las termas sin bañarse por temor, según él, de que se
desplomaran las termas porque se hallaba dentro Cerinto, enemigo de la verdad.
(San Ireneo, Contra las Herejías, Libro III, ed. Apostolado Mariano, Sevilla, 1994,
p.21).
Tampoco hay que olvidar que Judas traicionó a Cristo por no creer en el Reino,
siendo antimilenarista: He aquí lo que Papías –oyente de Juan–, compañero de
Policarpo –hombre venerable–, atestigua por escrito en su libro cuarto –pues hay
cinco libros compuestos por él– “Y añadió: ‘todo esto es creíble, para los que
tienen fe. Porque, prosigue él, como Judas el traidor siguiese incrédulo y
preguntase: ¿Cómo podrá Dios crear tales frutos? –el Señor le respondió: verán
quienes vivan hasta entonces’ ”. (San Ireneo, Contra las Herejías, Libro V,
Apostolado Marino, p.122).
3
San Jerónimo y San Agustín, no condenaron el milenarismo, ni jamás lo hubieran
podido hacer, por la sencilla razón que muchos santos lo habían sostenido.
San Jerónimo llega a expresar: “… cosas que, aunque no sigamos, no podemos
empero condenar, porque muchos de los varones eclesiásticos y de los mártires
las dijeron. Y así, cada cual abunde en su sentido y a Dios se reserve la resolución”
(M.L. XXIV, 801). Esta solución enaltece la reverencia de San Jerónimo hacia los
Padres y Mártires, pero espanta que no ose ‘condenar’ aquel milenismo grosero y
judaico de que habla, aquí como doquiera. Pues admitir entre los Santos
resucitados ‘nupcias, francachelas, relleno de panzas y circuncisión y sacrificio de
toros’ y lo demás que el Santo atribuye a los milenistas católicos ¿quién no ve que
a orejas católicas rechina?”. La Igl. Patr. p. 267,268).
Es increíble que San Jerónimo, no se haya percatado de una postura incongruente
y contradictoria, pues sin distingos, engloba a todos los milenaristas dentro del
milenarismo carnal y herético de Cerinto y por otro lado, no se atreve a condenarlo
porque muchos Santos Padres lo afirmaron: “A todos los milenistas católicos,
atribuye pues Jerónimo el más crudo kiliasmo kerinthiano. Como a un toro el
trapo rojo, lo saca de quicio el solo nombre de sus adversarios. Esta inquina del
Santo, causa principal del abandono (hasta qué punto, más tarde veremos) del
milenismo por San Agustín, deberá ser explicada históricamente”. (Ibídem,
p.266).
Más claro no es posible. San Jerónimo atribuye el milenismo craso que tanto lo
irrita, a los grande Padres de la Iglesia Latina, desde Tertuliano a Sulpicio
Severo, de los cuales menciona los principales. Y para que no haya resquicio de
confusión, enyunta al final el milenismo de San Ireneo, con el grosero kiliasmo del
hereje Apolinar”. (Ibídem, p. 265).
“Aquí San Jerónimo no dejaba de ver que se le lanzaba una objeción grave: pues
si a una mano, tantos Padres y Doctores y aquella ingente multitud de fieles
abrazaba el ‘milenismo judaico’; y a otra mano, esa doctrina era judaica, hay que
decir que todos cayeron en herejías”. (Ibídem, p.267).
“Como vimos San Agustín abrazó primero la sentencia milenista, porque
creíblemente era general entonces en la Iglesia africana, o casi general; ya que
ningún antimilenista aparece allí y por contra, muchos milenistas, como
Tertuliano, Lactancio y Commodiano; y además habla del milenismo talmente
como cuestión discutible. ¿Cuál fue la causa que Agustín cambió su primera
sentencia? Con certidumbre no lo sabemos, porque él no lo dijo, conjeturamos que
por doble causa: Primera, por el peligro del milenismo carnal, que a causa de los
escritos del Obispo Apolinar se extendía grandemente, arrastrando a muchos
católicos a ‘judaizar’ como decía Jerónimo. Segunda, la autoridad del anciano
Jerónimo. Nos consta cuanta deferencia mostraba el joven Agustín a la exégesis
del ermitaño de Palestina; ahora bien, varios años antes que el Africano
escribiera la Ciudad de Dios, circulaban ya los comentarios a los Profetas, de
Jerónimo; en el cual abundan las acervas impugnaciones de todo milenismo, que
en la mente de San Agustín no pudieron menos de influir muchísimo”. (Ibídem, p.
280).
4
Lamentablemente cuando San Agustín cambió de opinión, tomó de Ticonio –que
fue un hereje donatista y aloguista– la idea de aplicar el milenio a la historia de la
Iglesia, desde la Ascensión hasta la Parusía, como puede verse por lo que a
continuación dice el P. Castellani: “Indicaré aquí sin embargo, la otra
interpretación, alegórica, que inventó en el siglo IV el hereje donatista Tyconius, y
repitió minuciosamente San Agustín en el Cap. 20 y ss. de ‘Civitate Dei’. Estos mil
años significarían todo el tiempo de la Iglesia, desde la Ascensión de Cristo hasta
el Anticristo; los fieles reinarán en ese tiempo sobre la tierra (porque servir a
Dios es reinar), y también en el cielo, donde los muertos tienen la gloria eterna y
se pueden llamar resucitados; porque la Primera Resurrección, no es sino la
gracia de Dios”. (Castellani, El Apokalypsis de San Juan, ed. Paulinas Buenos Aires
1963, p.294).
Lo mismo recalca en este otro texto: “Esta interpretación alegorista, según
Vacant, D.T.C. I, col. 1472, tuvo su origen en un hereje donatista llamado Tyconio
que escribió un comentario del Apokalipsi. Este método siguió San Agustín en su
segunda época, después de San Jerónimo, Aretas Cesariense y los demás. (La Igl.
Patr. , p.327).
De todos modos, queda claro, que en sus vaivenes exegéticos, el gran San Agustín
reconoce que aún con todo, no sabe si su segunda posición, evidentemente
alegorista, es la correcta exegéticamente, pues como dice el P. Castellani: “San
Agustín advierte que no sabe si esta interpretación es la buena o no, cosa en la
que no es imitado por ninguno de los actuales ‘alegoristas’, muchos de los cuales
además incriminan de ‘heréticos’ (y de ridículos, y de judaizantes, y de zotes, y de
groseros, y de perturbadores) a aquellos que no gustan della” . (El Apok. p.294).
De San Agustín sabemos que abandonó el Milenarismo sin condenarlo: “Hay que
distinguir en San Agustín dos tramos; en el primero profesó el Milenismo; en el
segundo se retiró del, sin condenarlo”. (Ibídem, p. 275).
El alegorismo que pretende suplantar (y usurpar los derechos exclusivos y
primigenios de la exégesis literal) haciéndose exclusivo, deshace la naturaleza
(pulveriza) del Apocalipsis y su contenido escriturístico profético. El alegorismo
apriorista y exclusivista va además, contra las directrices dictaminadas y precisadas
por el Magisterio de la Iglesia que por boca del Papa Pío XII en su encíclica Divino
Afflante Spiritu expresa: “Al llevar a cabo esta obra, tengan presente los
intérpretes, que su máximo cuidado ha de dirigirse a ver y determinar con
claridad, cuál es el sentido de las palabras bíblicas que se llama literal. Este
sentido literal, han de averiguar con toda diligencia por medio del conocimiento
de las lenguas, con ayuda del contexto y de la comparación con pasajes
semejantes; a todo lo cual suele también apelarse a la interpretación de los
escritores profanos, a fin de que aparezca patente y claro el pensamiento del
autor”. (Dz. 2293).
Luego es evidente que el alegorismo puro, exclusivo y generalizante no cumple los
parámetros dictaminados por la exégesis que la Iglesia reclama, como hoy podemos
ver con lo que dice, puntualiza y precisa Pío XII.
5
Por esto dice el P. Castellani sobre el sentido literal: “Cuando una interpretación
ha sido manifiestamente contradicha por los sucesos, es más que evidente que hay
que abandonarla; y así como cuando es imposible o absurda. Estos son los límites
de la interpretación ‘literal’; fuera de ese caso hemos interpretado literalmente, de
acuerdo a la exhortación pontificia contenida en la Encíclica ‘Divino Afflante
Spiritu’. El sentido alegórico es segundo y debe basarse sobre el sentido literal,
que es primario; dice Santo Tomás, y lo confirma el sentido común. Levantarse de
inmediato a la alegoría pura, como hacen tantos modernos (Luis Féret) y algunos
antiguos (Luis de Alcázar) es quitar al libro su carácter propio de profecía y toda
importancia y seriedad, convirtiendo en un libro de ‘poesía’; bastante dudosa y
aún extravagante, por cierto. Así Luis de Alcázar tuvo que llegar a la confesión
despampanante de que el Apokalypsis sería un libro de ‘¡adivinanzas sacras!’,
combinado por Dios mismo, con el fin de enseñar… la Dogmática”. (El Apok. p.11).
Y así el P. Castellani continúa diciendo: “San Basilio el Grande (330), estando en
un ambiente propenso al ‘alegorismo, su propio hermano, San Gregorio de Niza,
reacciona contra él (en el único libro de exégesis que compuso, In Hexámeron en
esta forma: ‘Conozco las reglas de la alegoría, no por haberlas yo inventado, sino
por haberlas topado en libros de otros. Los que no siguen el sentido literal de la
Escritura, no llaman al gua, agua; sino cualquier otra cosa. Interpretan ‘planta o
pez’ como se les antoja. Explican la naturaleza de los reptiles o de las fieras, no de
acuerdo a lo que son, sino a lo que cuadra a sus alegorismos; tal como los
intérpretes de los sueños… Yo en cambio, cuando veo la palabra ‘hierba’, no
entiendo sino hierba. Planta, pez, fiera, animal doméstico… tomo todos estos
términos en sentido literal; porque no me avergüenzo del Evangelio… (Hex.9,
80)”. (Ibídem, p. 27).
Como recalca sabia y profundamente el P. Castellani, hay que tener en cuenta: “Si
se tiene sinceramente que la Biblia es la ‘Palabra de Dios’, entonces hay que
aceptar que su sentido literal responde a cosas, que son tan grandes o más de lo
que suenan las palabras; que esas cosas no se han verificado todavía muchas de
ellas; y que se habrán de verificar; y por cierto, pronto, como dice siete veces
Juan Apokaleta. La ‘Palabra de Dios’ no puede ser un centón de metáforas
extravagantes y adivinanzas desaforadas de unos pobres rapsodas orientales a
medio civilizar. Blasfemia es esto. (…) Dijo el gran exégeta Maldonado (In
Mattheum, VIII, 12): ‘Lo que puédese interpretar literalmente, interpretarlo
alegóricamente, eso es propio de incrédulos o de gente que busca salirse de la fe’ ”.
(El Apok. p.297).
Recordemos la regla de oro de la exégesis, como muestra el Padre Castellani y que
no conviene jamás olvidar: “Sucede que los recientes Pontífices Romanos (como
Pio XII en la Encíclica ‘Divino Afflante Spiritu’), recomiendan y encarecen al
exégeta que busque antes de todo el sentido textual de la Escritura (lo cual no es
sino de sentido común) repitiendo la ‘regla de oro’ de San Agustín y el Concejo de
Santo Tomás: ‘Totum te aplica ad textum, totum textum aplica a te’ ”. (La Igl. Patr.
p.336). Aplícate todo al texto, y todo el texto aplícalo a ti.
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“Según la Regla de Oro de la exégesis, ‘Siempre hay que interpretar literalmente a
menos que sea imposible’ (San Agustín)”. (La Igl. Pat. p.142)
El puro Alegorismo de Orígenes está en contra de lo que la Iglesia dice y expone, a
través de Pío XII como hemos visto, por eso es un absurdo exegético seguir
basándose en él única y exclusivamente, dejando de lado el sentido literal propio y
natural de las palabras.
La supuesta condenación del Milenarismo para los ignaros, es prácticamente un
hecho irrefutable que los hace inconscientemente proclives al antimilenarismo. Y el
problema es que no se dan cuenta que no se trata de una condenación doctrinal o
teológica, pues sin analizar, se dejan espantar por lo que ha sido utilizado como un
tabú espantapájaros; lo que hubo no fue una condenación doctrinal del
Milenarismo, sino una simple admonición o advertencia de carácter disciplinar con
respecto al Milenarismo Mitigado y nada más, puesto que no se condena
doctrinalmente al Milenarismo, cosa que no se podría hacer de una manera general
y absoluta, pues estarían cercenando la rama del árbol sobre la cual se asienta la
Iglesia y que es la exégesis de los Padres de la Iglesia de los primeros cuatro siglos;
además hay que decir que la primera supuesta condenación del año 41 era en sí
misma errónea y hasta herética, puesto que sin darse cuenta negaba el Reino de
Cristo sacramentado presente en todos los Tabernáculos de las Iglesias por el
mundo, ya que se negaba en los términos siguientes diciendo: “El sistema del
milenarismo, aún el mitigado, es decir, el que enseña que, según la revelación
católica, Cristo Nuestro Señor antes del juicio final, ha de venir corporalmente a
esta tierra a reinar, ya sea con resurrección anterior de muchos justos o sin ella,
no se puede enseñar sin peligro”. (Decreto del Santo Oficio del 11 de Julio de 1941).
Y como sabemos que Nuestro Señor Jesucristo reina corporalmente desde el
Sagrario, hubo que corregir el grave error que raya en la herejía, una vez advertido,
lo cual los obligó a tener que hacer un segundo decreto cambiando el término
corporalmente, por visiblemente y así tenemos un segundo decreto del 21 de Julio
de 1944 que restringe además, su enfoque refiriéndose al milenarismo mitigado:
“En estos últimos tiempos se ha preguntado más de una vez a esta Suprema
Sagrada Congregación del Santo Oficio qué haya de sentirse del sistema del
milenarismo mitigado, es decir, del que enseña que Cristo Señor, antes del juicio
final, previa o no resurrección de muchos justos, ha de venir visiblemente para
reinar en la tierra.
Respuesta: El sistema del milenarismo mitigado no puede enseñarse con
seguridad”. (Dz. 2296).
Como bien se puede observar, no se trata de una condenación doctrinal, sino de
una simple advertencia prudencial de carácter disciplinar, o a lo sumo una
prohibición disciplinar, restringida al Milenarismo Mitigado y nada más. Queda
claro que hacer de esto una condenación doctrinal, es abusar de la ignorancia de los
incautos que no leen ni estudian, pero como loritos, repiten sintiéndose amparados
por lo que el clima de prejuicio sobre el tema pululaba y pulula, aún hoy en día, en
un ambiente clerical, mediocre, que está bajo la férula antiapocalíptica y
antimilenarista que aún hoy perdura.
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Por esto el P. Castellani, decía al respecto: “La corrección del adverbio
‘corporáliter’ substituído por ‘visibiliter’ es fácil de comprender, el alegorista que
redactó el primer decreto no advirtió quizá que sin querer se condenaba a sí
mismo. En efecto los alegoristas o antimilenistas, sostienen como hemos visto que
el profetizado Reino de Cristo en el universo Mundo es este de ahora, es la Iglesia
actual tal cual. ¿Y cómo reina ahora Cristo en este Reino? Reina desde el
Santísimo Sacramento. ¿Está allí corporaliter? Sí. Había que corregir
rápidamente eso. Está pues prohibido enseñar en Sudamérica que Cristo reinará
visiblemente desde un trono en Jerusalén, sobre todas las naciones;
presumiblemente con su Ministro de Agricultura, de Trabajo y Previsión y hasta
de Guerra si se ofrece. Muy bien prohibido. Teología a lo Fulton Sheen. ‘Teología
para negros’ llama a esta fábula Ramón Doll. Con perdón de los negros. Ningún
Santo Padre milenista –y hay muchos, como hemos visto– o quier escritor actual
serio, ha descrito así el Reino de Cristo”. (La Igl. Patr. p. 350-351).
Por todo lo dicho, es hoy inadmisible, continuar hablando de condenación del
Milenarismo, cuando solo lo que hay es una prohibición disciplinar que advierte de
un posible peligro, aún hoy todavía no identificado, lo que vendría a ser una especie
de ovni exegético, es decir de un objeto volador no identificado.
Luego, queda claro, y clarísimo, aún para un intelecto medianamente informado,
que no se puede seguir hablando de condenación del milenarismo, como muchos
estulta e ignaramente hacen.
No hay que olvidar que los antimilenaristas, en su furibunda alergia hacia el
Milenio, no hacen sino judaizar, alineándose sin darse cuenta, muchos, en la
misma perspectiva de los progresistas y modernistas, pues como recalca el P.
Castellani. “Un último punto curioso deseo brevemente revelar: muchos de los
actuales alegoristas, sino todos, son en el fondo milenistas carnales. En efecto,
negando el postparusíaco Reino de Cristo, se ven obligados a reponer el
cumplimiento de las profecías en un futuro gran triunfo temporal de la Iglesia,
antes de la Segunda Venida; o sea, una ‘Nueva Edad Media’ (ver Berdiaef y
también a R.H. Benson) en ‘The Dawn of All’) con el Papa como monarca
Temporal Universal, comandando ejércitos de alegres ‘jocistas’ en bicicleta y
camiseta de sport… Coinciden con el sueño de la Sinagoga antes de la Primera
Venida. Coinciden también con la extraña visión del milenismo ateo de Carlos
Marx; no menos que con las barrocas promesas de la muy extendida secta
protestante judaizante llamada en Norte América ‘la Nueva Dispensación’. Son
todos pájaros de la misma pluma”. (La Igl. Patr. p. 353).
Como se ve aquí, en este error caen todos los que, como algunos hoy en día, aún
dentro de la Tradición o de los Tradicionalistas, sean estos Obispos, sacerdotes o
fieles, esperan, anhelan y desean, cuasi dogma de fe, amparados en una errónea
interpretación fatimista, el anhelado triunf0 terreno de la Iglesia en este mundo, a
fuerza de pulmón y musculatura puramente humana.
No olvidemos que el Concilio Vaticano II inaugurado por Juan XXIII, tenía como
resorte impulsor el de no ser como él mismo lo expresó, un profeta de desgracias
como aquellos que piensan en los últimos tiempos apocalípticos y así entonces,
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como hay mucha tela para rato en este mundo, abramos las ventanas de la Iglesia
para abrazarnos fraternalmente todos los hombres sin dogmas que dividan, cual
proclama del adúltero ecumenismo.
Y como advierte sabiamente el P. Castellani, no hay que olvidar que: “Sea como
fuere, cuando vino el Mesías, los judíos se equivocaron. Este es uno de los
fenómenos más asombrosos y la tragedia más grande que ha habido en el mundo.
Estaban bastante preparados a equivocarse desde tiempo hacía. Habían dejado
caer de su vista los vaticinios del Mesías sufrido y manso, redentor de pecados,
impartidor de conocimiento religioso, y jefe de un reino pacífico y paciente; y
esperaban (y exigían) el Rey triunfante de la Segunda Venida. En suma, quisieron
la Segunda Venida sin la Primera, pasando por alto las indicaciones de los
Profetas, aunque sea de paso, las distinguen; y muy claramente en Daniel. (…)
Una vez hubieron decidido el Mesías tenía que ser así como ellos lo soñaban,
inevitablemente los Judíos tenían que matar al Mesías real. (…) Fatalmente los
Judíos o bien aceptaban al Mesías, o tenían que darle muerte (…). Pues bien, los
cristianos podemos caer en la misma ilusión de los Judíos, y estamos quizá
cayendo. Podemos hacernos una idea falsa de la Segunda Venida y pasarla por
alto y eso ha de ser uno de los elementos de la Gran Apostasía. ‘Faltan todavía
miles de años’, afirman pseudoexégetas modernos. Vemos que hoy día muchos
exégetas, incluso católicos, desvirtúan de todas maneras las profecías, usando
como instrumento el ‘alegorismo’ o ‘midrashismo’ ”. (El Apok. p. 364-365).
Esto es, como hace ver el P. Castellani: “Es el mismo sueño carnal de los Judíos que
los hizo engañarse respecto a Cristo. Estos son milenistas al revés. Niegan
acérrimamente el Milenio metahistórico después de la Parusía, que está en la
Escritura; y ponen un milenio que no está en la Escritura, por obra de las solas
fuerzas históricas, o sea una solución infrahistórica de la Historia, lo mismo que
los impíos ‘progresistas’ como Condorcet, Augusto Comte y Kant; lo cual equivale
a negar la intervención sobrenatural de Dios en la Historia; y en el fondo, la
misma inspiración divina de la Sagrada Escritura”. (El Apok. p.367).
Y como bien sentencia el P. Castellani para no caer en esta ilusión: “El Apokalypsis
es el único antídoto actual contra esos ‘pseudoprofetas’ ”. (El Apok. p.367).
Espero que todo esto sirva para reflexionar y recapacitar sobre el Apocalipsis y el
debatido tema del Milenio, para disipar los prejuicios y errores que opacan la
verdad contenida sobre el Milenarismo Patrístico doctrina común de los cuatro
primeros siglos de la Iglesia.
P. Basilio Méramo

Bogotá, 20 de Enero de 2014