San Juan Apocaleta



Difundid Señor, benignamente vuestra luz sobre toda la Iglesia, para que, adoctrinada por vuestro Santo Apóstol y evangelista San Juan, podamos alcanzar los bienes Eternos, te lo pedimos por el Mismo. JesuCristo Nuestro Señor, Tu Hijo, que contigo Vive y Reina en unidad del Espíritu Santo, Siendo DIOS por los Siglos de los siglos.












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"Sancte Pio Decime" Gloriose Patrone, ora pro nobis.





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domingo, 17 de febrero de 2013

PRIMER DOMINGO DE CUARESMA


Amados hermanos en nuestro Señor Jesucristo:

Nos encontramos en este primer domingo de Cuaresma que nos prepara de un modo intenso a la fiesta de la Pascua y esa fiesta tiene durante todo este tiempo, esa preparación espiritual a través del ayuno, la mortificación, la penitencia, la oración, la limosna. Para que dejemos nuestros malos hábitos, que se convierten en vicios y en cambio adquiramos la virtud, que son los hábitos buenos; que dejemos todo lo malo a lo cual la misma naturaleza nos inclina, haciéndonos agradable y fascinante lo malo, y desagradable y rechazable lo arduo, lo difícil, que es lo bueno. Tengamos en consideración esto para que nos preparemos santamente durante toda la Cuaresma y podamos disponer nuestras almas para festejar espiritualmente la Resurrección de nuestro Señor, la Pascua.

En este domingo el Evangelio nos relata la tentación que hace Satanás, el demonio, a nuestro Señor en el desierto, después de haber ayunado durante cuarenta días y cuarenta noches. Esa penitencia ancestral que se practicaba antaño, Moisés lo hizo y esa tradición se ha ido perdiendo, pero todavía los paganos conservan ese recuerdo y más aún, Mahoma instituyó el Ramadán justamente basado en esta costumbre, con lo cual vemos cómo los católicos nos hemos alejado tanto del espíritu de abstinencia; y se nos hace como algo imposible, cuando eso era del orden natural; claro está que ofrecido por Dios y para Dios, cobra un valor sobrenatural.

No nos extrañe que los faquires o cualquiera de esos que no tienen fe practiquen o tengan esa sabiduría natural de estos ayunos que eran, además, un medio de curación de muchas enfermedades que hoy parecen incurables, pero que son producidas por el exceso de la comida que va quedando y de la que necesitan purificarse el cuerpo y la sangre y se manifiesta a través de múltiples males que serían corregidos o atenuados con este santo ayuno.

El demonio aprovecha la ocasión para tentar a nuestro Señor en el desierto en el momento más crucial, después de esos cuarenta días de ayuno cuando su cuerpo se encontraba debilitado al máximo; esa es la ocasión que aprovecha Satanás para quitarse la duda que le carcomía las entrañas por saber si era o no el Hijo de Dios, si era el Mesías, duda que tenía, porque él no es ningún tonto ni bobo, conoce bien las Escrituras. Había visto la adoración de los pastores, la de los tres reyes magos, también en el bautismo de San Juan, cómo Dios lo nombra como su Hijo bien amado. Pero, sin embargo, él no podía creer, no podía tener fe, porque es un espíritu condenado y allí no cabe la fe, puede caber la conjetura y él podía concluir por los hechos que veía, que era Dios, pero no podía creer que era Dios, y eso originaba una gran duda que le impedía tener la certeza de que sus conclusiones o sospechas fueran o no ciertas.

Ese fue el motivo por el cual se aventura a tentar a nuestro Señor, para descubrir a través de ella si era o no Dios y por eso, en la primera tentación, que parece muy connatural y muy humana, le ofrece de comer: “Si tienes hambre di a estas piedras que se conviertan en panes”, milagro que solamente puede hacer Dios; y entonces éste le podría manifestar al Demonio que nuestro Señor era Dios, y Él le responde con palabras de la Escritura: “No sólo de pan vive el hombre, sino de toda palabra de Dios”. Lo vence con la palabra de Dios, no con el pan que nutre al hambriento, sino con su palabra que nutre el alma del que desea a Dios; lo vence con la fe.

Al demonio hay que vencerlo con la palabra de Dios, con el nombre de Dios, con la fe en Dios, y no con el pan de este mundo. No pudiendo el Demonio saciar su curiosidad, atrevidamente lo coge y lleva al pináculo del templo, osa levantarlo en brazos, si así pudiéramos decir, porque un espíritu como el ángel no tiene brazos pero sí la potencia de mover las cosas y desde allí le dice: “Escrito está, si te tiras desde aquí arriba hacia abajo los ángeles no dejarán que tus pies tropiecen contra las piedras”. Conocía bien las Escrituras y en nombre de las ellas le tienta.

Así nos inducen los protestantes en nombre de las Escrituras falsamente interpretadas y manipuladas, como hace todo vano profeta, todo falso predicador, manipular las Escrituras. Y nuestro Señor, ni lerdo ni perezoso le responde también: “Escrito está, no tentarás al Señor tu Dios”; porque no hay que tentar a Dios con absurdos milagros, o pidiéndoselos imprudentemente, “si yo hago tal cosa, Dios tiene que ayudarme”, “si yo hago tal otra, Dios tiene que socorrerme”; no señor, no hay que tentar a Dios. Él me va a socorrer y ayudar siempre que no sea imprudente, porque si me pongo al borde del precipicio a mirar para abajo y digo: si me caigo, Dios me salva, eso es tentar a Dios, exigirle algo fuera de lo establecido; por eso, le responde nuestro Señor: “No tentarás al Señor tu Dios”.

Esas tentaciones son pecado, Ahí está el pecado, tentarle. Cuando no nos esforzamos en hacer bien las cosas y aun haciéndolas bien sabemos que pueden resultar bien o mal, porque esa es la condición humana en este mundo, aunque sí pedirle a Dios que nos ayude, pero después de habernos dispuesto prudentemente, y así y todo no por una obligación, un derecho, una exigencia. ¿Por qué se murió tal niño inocente? ¿Por qué las personas sufren, acaso Dios no ayuda?

Son todas tentaciones que el Demonio utilizó en el segundo intento con nuestro Señor, y que las vemos a diario. Sintiéndose derrotado Satanás y viendo ya que no podía sacarle a nuestro Señor aquello que quería, tiene la idea diabólica y perversa de volverlo a tomar y llevarlo a un monte alto y prodigarle todas las riquezas y tesoros del mundo. Según San Agustín, el mundo está regido por Satanás, porque él era uno de los ángeles de Dios, al cual Dios encomendó el gobierno del universo o por lo menos de esta Tierra o de esta galaxia. Él es el príncipe natural del mundo, el que lo gobierna y podía decir con propiedad, sin engaño que este mundo le pertenecía en cierto modo ya que él lo regía, cosa que no podemos olvidar. Por eso al católico debe importarle un comino la gloria de este mundo gobernado por Satanás; debe sí importarle la gloria de Dios, porque no vivimos para este mundo ni por su reino. No lo olvidemos.

Entonces Satanás le pide que le adore; ese atrevimiento de la criatura espiritual caída queriéndose hacer honrar y adorar como si fuese Dios; el pecado de soberbia de los ángeles malditos. Esa presunción que está detrás de cada pecado; ese orgullo que al fin y al cabo impide que adoremos y amemos de todo corazón a Dios, pero sí hace que nos amemos a nosotros mismos y por eso nos condenamos al igual que Satanás, porque nos ponemos en el lugar de Dios, nos erigimos en dioses, gran pecado de arrogancia, en el grado último de lo diabólico, aunque a veces sin darnos cuenta. Por eso San Agustín decía que hay dos amores: del desprecio de sí mismo hasta al aprecio y al amor de Dios, y el amor hacia sí mismo hasta hacia el desprecio y el odio de Dios. Esas son las dos grandes constantes en las que vivimos y de las cuales muchas veces no nos percatamos.

Todo pecado mortal es muy grave y uno solo es suficiente para llevarnos al infierno, porque en definitiva lo que nos hace pecar es ese amor hacia nosotros mismos que nos lleva al desprecio de Dios. Péquese de lo que se peque, lujuria o lo que fuera, pero ahí está el amor de sí mismo que lleva a despreciar a Dios. Nuestro Señor está ante esa osadía satánica, diabólica, perversa del demonio de querer ser adorado como si fuese Dios, ya que no había conseguido saber si era o no el Mesías; entonces quiere hacerse adorar por aquella criatura, aunque fuera para satisfacer su diabólico orgullo. Nuestro Señor le responde con las Escrituras: “Sólo a tu Dios adorarás y a Él sólo servirás”, y Satanás desaparece derrotado y sin poder salirse con la suya. Vienen entonces los ángeles y le dan alimento a nuestro Señor. O sea que lo mismo que el demonio le había propuesto, lo traen los ángeles del cielo, lo mismo que el diablo nos propone para que caigamos, Dios nos lo da.

Eso de querer ser dioses, Dios nos lo da por la gracia, por una participación; nos asemeja a Él comunicándonos la gracia, la visión beatífica que tendremos después como premio; nos eleva a ese endiosamiento sin dejar de ser criaturas y sin ser Dios pero sí nos hace de algún modo dioses, pero a través de los caminos de Dios y no de los caminos nuestros. Toda tentación tiene una cierta connaturalidad y fascina, porque hay algo de verdad, pero una verdad mal planteada, mal propuesta; el demonio es astuto, y por eso tenemos que conocer esa sgacidad y esa malicia para derrotarlo con fe y con inteligencia y no caer como lo hizo Eva y con ella Adán.

Vemos cómo ha sido derrotado el demonio y nuestro Señor nos lo muestra. Pero esas tres tentaciones que sufrió nuestro Señor y que le propinó el demonio, le serán y nos serán propuestas, le serán propuestas a la Iglesia, al Cuerpo Místico de Cristo para que caigan sus ministros en esa prueba; si nosotros hacemos un paralelo y miramos lo que ha acontecido después del Concilio Vaticano II, vemos cómo se ha caído en las dos primeras tentaciones y estamos a punto de que se caiga en la tercera.

La primera, convertir las piedras en pan para dar de comer a los pobres, procurar los bienes y riquezas de este mundo, la economía del mundo. ¿Acaso no se ha hecho así? Pablo VI vendió su tiara, símbolo del poder papal para dar de comer con eso a los pobres destronándose simbólicamente, despojando a la Iglesia, preocupada por el hambriento, cuando nuestro Señor nos dice que no sólo de pan vive el hombre sino de toda palabra de Dios. Olvida el clero la palabra de Dios preocupado por la economía del mundo, y si no ¿por qué hay curas que se hacen guerrilleros, o alcaldes, o lo que fuera? Es una realidad, los ministros de hoy en su mayoría han caído en la primera tentación, procurar los bienes de la tierra, dándole el pan al hambriento pero olvidándose de la palabra de Dios, de la fe, eso es un hecho.

La segunda tentación: tírate hacia abajo; total, si eres divino, nada te pasará. La Iglesia lanzada al abismo; pues si es divina no sucumbirá. Y ¿no se ha tirado al abismo la Iglesia destronando a nuestro Señor del centro del altar para confinarlo a un rincón? Lanzando las imágenes, las estatuas, como los peores iconoclastas, peores que Lutero, vaciando la Iglesia; total, si es divina nada le pasará. Despójese de todo lo que es honroso para Dios, de los ornamentos y de las cosas más preciosas para Él; ya no hay necesidad de eso ¿para qué? Vaciada la Iglesia; total, si es divina, qué importa, nada le pasará; ¿ha incurrido en esa tentación? Pues claro que sí, mis estimados hermanos, ha caído y recaído. La segunda tentación es un hecho, está vaciada la Iglesia, despojada de todo aquello que simbolizaba, que significaba su divinidad y la mayor gloria de Dios.

Y por eso el ultraje al culto, a la Santa Misa y a todo lo que era de orden sacro y que tenía un gran esplendor en su manifestación. Quítense las sotanas, los hábitos; total, si son puros y son religiosos ¿qué va a pasar?, nada; tírense abajo y ¿no lo han hecho los sacerdotes? ¿cuál sacerdote anda con sotana? Y las monjas, que andan con su vestido, poco les falta para que anden con minifalda. Quítense los hábitos, y eso las que vemos vestidas, cuántas no habrá que no van vestidas. Quizás en Colombia no sea el caso, pero en Europa a ver si uno ve una religiosa vestida de monja por la calle y si la ve es colombiana o chilena que anda por ahí dando vueltas en Roma. ¿No es eso tirarse desde el pináculo del templo? Exactamente lo mismo.

Y la tercera y gran tentación en la que estamos a punto de sucumbir, es adorando a Satanás a través del culto del hombre, a través de todas las religiones reunidas en el nombre de Dios. ¿De cuál dios? El dios de los ateos, de los judíos, de los musulmanes, de los budistas, de los animistas. Ese no es el Dios Uno y Trino de la Revelación; no es el Dios de la fe, el Dios verdadero. ¿Eso no es ya adorar a Satanás? Pues claro que sí, por eso es abominable ese acto de Asís repetido; es odioso a los ojos de la fe y es un deber repudiarlo públicamente y preguntarse con qué autoridad la jerarquía actual realiza esos actos, porque no es con la autoridad del Dios Uno y verdadero sino con la autoridad del poder que le dará Satanás al Anticristo.

No me cansaré de repetir mil veces esa gran advertencia de nuestra Señora en La Salette: “Roma perderá la fe y será la sede del Anticristo”; el demonio va hasta allá; se quiso hacer adorar por Cristo y ¿no lo va a querer lograr con todos nosotros? Pero, lógico que sí; tonto e ingenuo sería pensar otra cosa ; por eso nuestro Señor nos deja esa triple advertencia como ejemplo.

Que la gracia de Dios nos proteja y no nos deje caer en estas tentaciones. +
Padre Basilio Méramo.
17 de febrero de 2002