San Juan Apocaleta



Difundid Señor, benignamente vuestra luz sobre toda la Iglesia, para que, adoctrinada por vuestro Santo Apóstol y evangelista San Juan, podamos alcanzar los bienes Eternos, te lo pedimos por el Mismo. JesuCristo Nuestro Señor, Tu Hijo, que contigo Vive y Reina en unidad del Espíritu Santo, Siendo DIOS por los Siglos de los siglos.












Website counter Visitas desde 27/06/10



free counters



"Sancte Pio Decime" Gloriose Patrone, ora pro nobis.





Link para escuchar la radio aqui

domingo, 29 de diciembre de 2013

DOMINGO EN LA INFRAOCTAVA DE NAVIDAD (Segunda Misa)

Amados hermanos en nuestro Señor Jesucristo:

Festejamos hoy la Misa de la Infraoctava de Navidad que corresponde al domingo que cae dentro de los ocho días siguientes a la Navidad. Con esta octava la Iglesia quiere mostrar la importancia de la fiesta de Navidad que se celebra el 25 de diciembre con tres Misas, con lo cual desde la tierra la Iglesia responde con tres sacrificios a la Santísima Trinidad en retribución al Padre Eterno que envía a su Hijo. Tres Misas que tienen un triple significado en el nacimiento de nuestro Señor. La primera, el nacimiento carnal; la segunda, el nacimiento en nosotros a través de la gracia; y la tercera, el nacimiento eterno, el Verbo del Padre eternamente engendrado y la manifestación inefable de la Santísima Trinidad que en mutuo amor el Padre y el Hijo se prodigan amor consubstancial en el Espíritu Santo. Y la Iglesia quiere que nosotros meditemos estos misterios, pues nuestra Redención se inicia con la Encarnación y el Nacimiento de nuestro Señor.

Por eso, el Evangelio de hoy está tomado de la parte de la presentación de nuestro Señor en el templo y la purificación de la Santísima Virgen María. Presentación que se hacía como rescate del hijo primogénito que pertenecía a Dios y que como le corresponde en cierta forma, se le inmolaba. Pero no como interpretaron los paganos matando muchas veces los hijos, inmolándolos a Moloc, sino que se reconocía en el primogénito ese objeto, esa cosa que le pertenecía a Dios por ser la primicia, por ser lo mejor y que se rescataba por medio de ese óbolo que se ofrecía de acuerdo a la riqueza o pobreza de los padres. Nuestro Señor, en ese acto de la presentación en el templo, fue rescatado, cumpliendo con esa ceremonia; recobrado con dos tórtolas o palomas que era lo propio de los pobres. Quiso entonces remarcar ese rescate y mostrar que las primicias son de Dios, son para Dios.

Y la purificación de nuestra Señora a los cuarenta días, que era cuando se producía la parte ritual de esa limpieza que presagiaba la mancha del pecado original, pero nuestra Señora no tenía de qué depurarse no obstante quiso cumplir con el rito religioso y ceremonial del Antiguo Testamento, en el que todas las mujeres parturientas debían purificarse ya que quedaba, de algún modo, consignada esa imagen del pecado original que se transmite por vía de generación. Vemos cómo estaba en la figura del Antiguo Testamento, en el bautismo, que como bien sabemos son éstas, prefiguraciones de lo que más adelante sería la realidad del misterio del sacramento; por eso nuestra Señora va a purificarse siendo que Ella, era la toda pura, la tota pulchra, sin mancha original y sin ningún pecado venial o mortal, como bien lo explica en la salutación angélica Santo Tomás.

Vemos en el Evangelio de hoy, además, cómo San Simeón profetiza que nuestro Señor será signo de contradicción, de salvación para unos y de condenación para otros, porque ante Dios no hay sino dos actitudes fundamentales de todo ser libre: respuesta de aceptación o de rechazo. Con Dios o contra Dios, no hay término medio y ese es el acto de la elección fundamental de nuestra vida, de nuestra libertad. Aquel que elige bien, está con Dios y el elige mal, está contra Dios. Esa elección que hace y que la hacemos cada uno de nosotros debemos renovarla para vivir siempre en adhesión libre y amorosa a Dios que es la que nutre todos nuestros actos religiosos para que no caigan en rutina, en vacío, en aburrimiento, en ceremonias sin sentido; que así esa elección de Dios sea un acto de fe, de esperanza y de amor ya que tenemos la gracia, sin la cual sería imposible pronunciar el nombre de Dios con fe, con amor. Es lo que dice la Epístola de hoy “Abba”, Padre; así, todos nuestros actos quedan vivificados por el espíritu interior y siendo un acto de la libertad, es un acto virtuoso.

Drama de cada hombre frente a esa elección trascendental, frente a Dios, frente a nuestro Señor que es signo de contradicción para aquellos que le rechazan. Que si ese rechazo dura hasta la hora de la muerte es lo que desencadena el infierno, la condenación eterna y de ahí que nosotros podamos ayudar como instrumentos a convertir a aquellos que a nuestro alrededor no quieren adherirse a Dios, que no quieren adherirse plenamente, o que retardan esa adhesión; poder ayudarles a través del ejemplo, de la profesión de la fe en la verdad y en el espíritu de Dios, con sencillez, no con violencia, no con presiones, sino con el espíritu de verdad que se impone por sí mismo, si es que aquella alma es tocada por la gracia de Dios.

En eso debe consistir no sólo el apostolado de la Iglesia, sino el de cada fiel. Que dicho sea de paso, me asombra ver cómo los fieles, no digo los recientes, sino los antiguos, cuando quieren convertir a alguien y sobre todo a la verdadera Iglesia, no los preparan, no hacen una catequesis sino que los traen como quien conduce animales llevándolos al monte, dejándole el problema al sacerdote, sin la mínima disposición de aprovechar ese conocimiento, esa amistad para evangelizarlos, sobre todo hoy, en la Tradición.

Si alguien viene a bautizarse o casarse en esta capilla que lo haga con el convencimiento de una catequesis tradicional; es un deber de cada fiel, eso es lo que significa el padrino; ese trabajo lo hace el padrino y atestigua la fe del otro, y muchos se extrañan cómo es que el padre no le da los sacramentos, y es que no se les pueden dar si no saben por qué vienen aqui; si les da lo mismo otra parroquia que esta capilla, pues que lo hagan en la otra, porque sencillamente uno tiene que saber en dónde pisa, a dónde va y cuál es la diferencia. Qué tal si una persona que se bautiza o se casa aquí , después tiene problemas con la partida de bautismo o de matrimonio; se la rechazan por los motivos de

ser quienes somos. Después nos vienen con el problema como si en este lugar estuviéramos engañando a la gente y de hecho ha pasado; no exagero, y ¿de quién es la culpa? Del sacerdote que imparte el sacramento sin suficiente catequesis y de aquellos que traen a esas personas y las dirigen a la capilla sin tomarse el trabajo de adoctrinarlos, creándose toda una situación de compromiso en la que no se gana nada y por eso Monseñor Lefebvre pedía y decía que los sacramentos son para los tradicionalistas porque se requiere un mínimo de conocimiento de lo que está pasando hoy en la Iglesia para recibir dignamente los sacramentos conforme los imparte la Iglesia y no que les dé lo mismo aquí que Allá 

. Eso forma parte del apostolado que cada uno debe hacer cuando la ocasión se presenta y no pensar que ese es el trabajo exclusivo de los sacerdotes. El catecismo comienza en la casa, es deber del papá y de la mamá enseñárselo a los hijos, y el sacerdote lo que hace es reforzar, perfeccionar o corregir en el supuesto caso de que haya algún error; la educación comienza en casa y la educación católica mucho más; no lo olvidemos. Ese es el trabajo de los padres con sus hijos y de las familias con sus familiares y de los amigos con sus conocidos; es un deber de religión, es un deber de caridad.

Aprovechemos para reforzar nuestra fe en estas Navidades, para que el Niño Dios nazca, se consolide en nuestros corazones, para que nuestra fe crezca, sea lúcida, no sea la del carbonero, que sea una fe inteligente, que se ilumine en las cosas y los misterios de Dios, para que vivamos de esa fe, de esos misterios y podamos de algún modo irradiarlos a los demás y convertir las almas y llevarlas a Dios.

Que meditemos todas estas cosas como lo hacía nuestra Señora, quien conservaba y guardaba todos estos misterios en su corazón, de los cuales se nutría su alma y vivía así inmersa en la apreciación de las cosas de Dios, para que nosotros podamos también contemplarlas y no las del mundo que nos incita a la rebelión, al orgullo y al pecado. Hagamos estos votos en estas Navidades y pidámosle a nuestra Señora ser fieles a Cristo nuestro Señor. +

PADRE BASILIO MERAMO
31 DE DICIEMBRE DEL 2001

miércoles, 25 de diciembre de 2013

NATIVIDAD DEL SEÑOR


Amados hermanos en nuestro Señor Jesucristo:
Esta es la tercera Misa de Navidad y corresponde a la Misa del día. La primera fue la Misa de medianoche, de gallo; y la segunda, la Misa del alba o de la aurora. Con estas tres Misas la Iglesia quiere manifestar lo sublime que es esta fiesta de la Natividad de nuestro Señor Jesucristo, de la Navidad, por lo cual en esta tercera Misa, la Iglesia ha elegido se lea el evangelio de San Juan con el que finalizan todas las Misas.

San Juan, el discípulo amado, es representado por el águila para simbolizar su alto vuelo, agudeza y profunda visión al situar al Verbo desde su origen en la Trinidad. Dice en su evangelio: “En el principio existía el Verbo, y el Verbo estaba en Dios, y el Verbo era Dios. Él estaba en el principio en Dios”. Ese principio es el Verbo que se hace hombre y: “en Él estaba la vida, y la vida era la luz de los hombres, y la luz resplandece en las tinieblas y las tinieblas no la han recibido”. “Existía la luz verdadera, que alumbra a todo hombre que viene a este mundo”. “Vino a los suyos, y los suyos no le recibieron”. “Pero a todos los que le recibieron, que son los que creen en su nombre, dioles potestad de llegar a ser hijos de Dios”. Es taxativo, fundamental, nos sitúa directamente en el orden sobrenatural; el concepto de Dios se adquiere por el conocimiento natural, pero el concepto de Cristo nos introduce directamente en el plano de lo sobrenatural, en el orden sobrenatural de la fe.

Por eso, al pronunciar el nombre de nuestro Señor Jesucristo no queda más que arrodillarse y adorarlo como a Dios, como al Verbo Encarnado. Es lo sublime de la religión católica que excluye toda falsa religión, todo otro nombre, toda otra posibilidad de salvación, cualquier otra iglesia, y eso hay que reafirmarlo hoy en medio de tanta confusión en materia religiosa, de salvación y en materia de gracia. Por eso San Juan es taxativo, no deja lugar a dudas, proclama esa fe y la generación eterna de la Segunda Persona de la Santísima Trinidad que es lo que quiere significar esta tercera Misa, la generación eterna en Dios del Verbo que procede del Padre; el Padre que le engendra desde toda la eternidad, desde siempre, y que por ese Verbo se han hecho todas las cosas; el universo y toda la creación converge en nuestro Señor Jesucristo. Es Rey de Reyes, Cristo Rey.

Desgraciados aquellos hombres y pueblos que no quieren someterse al suave yugo de nuestro Señor y no quieren reconocerle. Y ¡maldita, mil veces maldita sea la libertad religiosa que le niega el derecho de exclusividad a nuestro Señor! Por eso, es una herejía el ecumenismo que flagela y destruye la Iglesia, que pretende destruir la majestad de Dios y eso el mundo no lo ve, porque no tiene fe; no se consideran estas verdades a la luz sobrenatural de la fe y por eso la Iglesia está siendo cada vez más reducida a un pequeño rebaño fiel a nuestro Señor.
No podemos dejar pasar sin advertirlo, debemos estar vigilantes, que no en vano festejemos la Natividad de nuestro Señor. Si Él no es el Cristo, si Él no es el Ungido, ¿quién es el Verbo de Dios entonces? Habría que ver qué significado tiene la Navidad. Toda la religión católica caería por tierra. Se socavan la religión y la Iglesia católica al permitir la posibilidad de salvación no en el nombre de Cristo sino en cualquier falsa religión, como era lo que proclamaba esa falsa santa: la Madre Teresa de Calcuta.

Y que Dios y ustedes me perdonen, mis estimados fieles, pero es la verdad a la luz de la fe; ¿cómo es posible que el apostolado de ella consistiera en que cada uno se puede salvar, ya sea un buen pagano, un buen musulmán o un buen judío? Eso es filantropía, no es la caridad de Dios que debe predicar a Cristo; el apostolado es atraer a los infieles y a todos los hombres al nombre de nuestro Señor Jesucristo; ese es el apostolado de la Iglesia y no lo que hoy se predica, “que cada uno sea bueno en su creencia, según su conciencia”. ¿Cuál conciencia? La inconsciencia que da un mundo impío y ateo que por orgullo no quiere reconocer la sumisión y la sujeción de todos y de cada uno de nosotros a nuestro Señor Jesucristo y proclamar que Él es el Rey de Reyes, que es la revelación del Padre como acabamos de ver en la epístola; antaño, y como pasó en todo el Antiguo Testamento, Dios hablaba a través de los profetas, pero después ya no habla a través de los profetas sino a través de su Verbo mismo, de su Palabra que es la Segunda Persona de la Santísima Trinidad, la Palabra de Dios, eso quiere decir el Verbo, el Hijo de Dios.

No es posible perder la noción de estas verdades fundamentales, necesarias para ser católicos; es un ejemplo de cuán diluida está la doctrina y la verdad católica, el fundamento de nuestra sacrosanta religión; y cuán profanado el nombre de Jesús, su cruz y su Iglesia. Debemos reanudar esos principios fundamentales de nuestra religión para que nuestra fe se enaltezca, sea pura e inmaculada; una fe afirmativa, no una fe diluida; una fe que ya no es fe sino un puro sentimiento religioso, eso no es fe sobrenatural, a ese sentimiento religioso no se le puede llamar ni considerar jamás fe, y ese es el concepto de fe de los protestantes, un sentimiento avalado por la conciencia y la libertad del hombre; y ¿cómo es posible que hoy se enseñen todas estas cosas, que destruyen la fe y hacen que las tinieblas en el mundo sean más densas que cuando vino la luz, nuestro Señor en persona, a disipar las tinieblas del mundo?

Por tanto, no hay autoridad en la Iglesia y no la puede haber jamás si va en contra de la luz, de la verdad y de la doctrina católica. Lo que hay, cuando no se cumple con el sacrosanto deber, es una claudicación; caiga la piedra a quien le caiga, pero lo debemos tener claro para seguir profesando la fe católica, apostólica y romana, para seguir perteneciendo a la Iglesia de Dios, a la Iglesia de nuestro Señor Jesucristo, y no que nos abracemos en un sincretismo religioso “sin dogmas que dividan en unión con todos los hombres” en la sinagoga de Satanás, que es la obra del judaísmo, obra de la masonería; esa no es la Iglesia católica.

De esta tribulación, creemos que saldrá la Iglesia acrisolada, purificada, pero hay que cuidarnos de no ser consumidos en esa purificación; para no ser consumidos y destruidos tenemos que permanecer con la llama de la fe encendida y que no se diluya en un sincretismo religioso del cual la Iglesia es una de tantas creencias más; eso es lo que propaga el ecumenismo, eso es lo que significan esas reuniones y ceremonias inter religiosas de Asís y de la misma Roma, profanando la tumba de San Pedro, primer Papa de la Iglesia católica. Todo esto nos hace reflexionar para que esta Navidad sea una proclamación de fe, un acto de fe vivido y no un sentimiento religioso o una opinión sino un dogma de fe, porque la proclamación de la fe implica nuestra salvación.
Esta es la época de apostasía que nos tocó sufrir: oscuridad, tinieblas, con muy poca luz, apagándose la fe que todavía queda en los fieles que, perdidos y descarriados, vagan como ovejas sin pastor; hay que alimentarlas con el pan de la verdad y la verdad es Dios y Dios es nuestro Señor Jesucristo. Esto es lo que proclama como un águila San Juan evangelista, el discípulo amado, el discípulo preferido y además primo de nuestro Señor, como atestiguan los Padres de la Iglesia.

Pidámosle a nuestro Señor esa fe en Él, que nos santifica; no puede haber obra de santificación si no hay fe, y sin fe no puede haber caridad ni amor a Dios; por tanto, la fe es esencial, es uno de los fundamentos de la Iglesia católica y esa fue la fe que tuvo nuestra Señora. Ella, que creyó como ningún otro mortal en la divinidad de su Hijo, siendo Ella una criatura, por lo que se consideraba a sí misma indigna de tan altas grandezas a las cuales Dios la llamó, a lo que apenas supo contestar: “Soy la esclava del Señor, hágase en mí según tu palabra”. Sierva de Dios, como quien dice la sirvienta de Dios, eso es la criatura ante Dios, somos siervos y Dios nos llama a ser hijos, asimilándonos a nuestro Señor Jesucristo y que por lo mismo se nos da en el Pan Eucarístico, en la Sagrada Hostia; eso significa la Comunión, no es un pedazo más de pan, como lo creen hoy.

¡Hasta dónde hemos llegado y quién sabe hasta dónde llegaremos en la destrucción y demolición de la Iglesia! por obra y mérito de los mismos pastores, de la misma jerarquía; eso es lo terrible y doloroso. Debemos aferrarnos cada vez más a nuestra Señora para que Ella nos proteja, nos conforte y nos consolide en la fe y en el amor a su Santísimo Hijo. +

BASILIO MERAMO PBRO.
25 de diciembre de 2000

martes, 24 de diciembre de 2013

VIGILIA DE NAVIDAD

Amados hermanos en Nuestro Señor Jesucristo:

En este domingo festejamos la Vigilia de la Natividad de Nuestro Señor Jesucristo, y narra el Evangelio la duda que embarga a San José ante el gran misterio de la Encarnación, misterio que él desconocía; por tanto, tenía el propósito de abandonar secretamente a su legítima esposa, abandonarla en secreto porque los judíos acostumbraban repudiar a la mujer adúltera y para evitar ese escándalo, pensaba, sin difamarla, dejarla en silencio, viéndola encinta y sabiendo por demás, que era una santa mujer y que se habían casado prometiéndose mutua virginidad.


La ley natural nos dice que si una mujer está encinta, es porque ha tenido relación marital con un hombre; la Santísima Virgen no podía revelar lo acontecido en Ella porque era a Dios a quien correspondía anunciarle a su esposo; Ella debía guardar silencio sabiendo que Dios proveería lo que fuese necesario, incluso, el hecho de advertir al casto, puro y virtuoso San José, quien según la Tradición de la Iglesia era primo hermano de la Virgen María6. San José, pues, ante aquel misterio decide abandonarla en secreto para no hacerle daño, para que los judíos no la lapidasen;
no difamarla, pues le constaba que era pura y santa; sin embargo, ya que no puede entender, con virilidad decide distanciarse, hasta que un ángel del cielo le aclara el misterio anunciándole que aquello era obra del Espíritu Santo y que recibiese a la Virgen en su casa como a su legítima esposa.


Esta actitud de San José, que nos puede extrañar, incluso escandalizar, si somos piadosos en apariencia, porque la verdadera piedad es viril (fuerte) también en la mujer, como la piedad de Santa Teresa la grande, porque la virtud da esa fortaleza de espíritu tanto en el hombre como en la mujer; la misma palabra virtud quiere decir fuerza, vigor, uirtus. San José, entonces, en lugar de hacer consideraciones aparentemente piadosas "... como es una santa mujer, eso será hinchazón, será inflamación u otra cosa...", no entiende y decide tomar distancia.


Esa actitud tendríamos que tenerla en cuenta estimados hermanos, a lo largo de toda nuestra vida, para esas ocasiones difíciles, sobre todo en épocas como en la que nos ha tocado vivir. Cuando no entendamos y estemos ante una contradicción o un misterio, y más aún, cuando estemos ante un misterio de iniquidad como el que realmente se vive, nos sirve ser viriles y adoptar el ejemplo de San José: ante el error introducido en la Iglesia -preñada de errores cuando no de herejías-, siendo un contrasentido, ya que la Iglesia es santa, es pura e inmaculada, pasando por alto los errores personales que tengan sus miembros. Los errores doctrinales que
afectan a la institución en sí misma constituyen un misterio de iniquidad en la Iglesia. El católico, si ama a Nuestro Señor debe tomar distancia, alejarse en silencio para conservar la fe y no excusar el error ni aceptarlo, como desgraciadamente hacen muchas personas encubiertas con apariencia de piedad, como les pasa a muchos sacerdotes que justifican el error y la contradicción.


Y este ejemplo de San José: él, que no podía pensar mal de la Santísima Virgen María; él, que sabía que era una mujer inmaculada, la ve encinta y decide dejarla, y lo hubiera hecho, pero el ángel le retiene. Entonces, ¿cómo es que nosotros - católicos- que sabemos que la Iglesia Católica, Apostólica y Romana, como institución divina no puede enseñar el error y menos la herejía?, aceptemos esa contradicción, esa infamia, esa blasfemia, la de cohonestar con una Iglesia que no es ni pura ni santa ni inmaculada. Hay que imitar a San José.


Y esa fue la actitud que asumió Monseñor Lefebvre: tomó distancia, no aceptó bajo ningún concepto el error y la contradicción, se adhirió a la Tradición para mantenerse fiel y fundó una asociación de sacerdotes fieles a la verdadera Iglesia, porque la verdadera y única Iglesia no puede como institución albergar ni enseñar el error en su doctrina, en sus sacramentos y en su moral. Otra cosa son los errores humanos de sus miembros, pero ya no es la institución quien falla sino los hombres, la parte humana. Nosotros no podemos aceptar lo que actualmente se
presenta ante nuestros ojos como Iglesia oficial henchida de errores y herejías. Por esto, la valentía de San José viene a servirnos de ejemplo para mantenernos fieles al Evangelio, para que Nuestro Señor Jesucristo reine en su Iglesia y en nuestros corazones; aunque nos consideren cismáticos, o como ellos quieran considerarnos, ya que "cisma", como decía Monseñor Lefebvre, "si es que lo hay, no soy yo el cismático sino aquellos que no son fieles a la Tradición de la Iglesia siendo la innovación la que posibilita, y de hecho así lo ha sido, el error, llevando a los fieles a
la apostasía".


Por lo mismo, debemos cuidarnos de organizaciones que parecieran responder a mensajes del cielo y que pueden no ser verdad, porque son susceptibles de adulteración en el camino; me refiero al Movimiento Mariano del padre Gobbi, Movimiento Sacerdotal Mariano, suscitado aparentemente por Nuestra Señora quien revela cosas muy ciertas con las cuales estoy de acuerdo, salvo en un punto que me parece esencial, fundamental: ¿cómo es que Nuestra Señora no diga nada de la Santa Misa? Que ellos se mancomunen en concelebraciones y celebraciones de
la nueva misa, teológicamente es absurdo. Entonces, ese es un punto clave. Otro es el siguiente: ¿cómo es posible que reconociendo, por ejemplo, que en la Iglesia hay una gran confusión, desobediencia, error y herejía, incluso apostasía, cubra las espaldas a los principales responsables de esa apostasía? Eso no puede ser.


Necesitamos más que nunca manejar un concepto sobrenatural claro de lo que es la Iglesia y su doctrina y necesitamos también el virtuosismo de San José ante el error que la invade y que bajo el peso de la obediencia a la jerarquía y a la autoridad, quieren hacer prevalecer por encima de la verdad. Ese es el gran misterio de iniquidad y por eso digo que Nuestra Señora no puede ocultarlo.



Pablo VI firmó todos los decretos y declaraciones del Concilio Vaticano II, no se le puede eludir la responsabilidad que le corresponde; o también a Juan Pablo II, que no ha hecho más que favorecer el error difundiendo el Vaticano II, mientras que reprime y estrangula la verdad y la tradición de la Iglesia. No puede haber plena unión en la verdad en aquellas cosas que parecen correctas y con las que podríamos estar muy de acuerdo, si no se dice toda la verdad y, más aún, cuando se encubre con el manto de la Virgen a los culpables. La autoridad tiene una obligación y se peca no solamente por acción sino también por omisión; la autoridad que no reprime al mal se convierte en su cómplice, hace que el mal se vuelva impune y, así, es más condenable que el mismo criminal. Y si eso acontece en el orden natural, cuánto más en el orden sobrenatural de la Iglesia, estando la autoridad para combatir el error y para enseñar y afianzar la verdad infaliblemente y si eso no lo hace un Papa, peca con un pecado de lesa majestad contra la Iglesia y la verdad, que es Dios, y eso no lo puede encubrir Nuestra Señora.


Monseñor Lefebvre, ese santo Obispo, y santo no solamente por decirlo para significar una gran vida de santidad, sino santo con todas las características de aquellos santos dignos del altar, porque incluso por su intercesión se han hecho algunos milagros, pero que ha sido vilmente atacado por haber cometido el gran pecado de ser fiel a la Santa Madre Iglesia Católica, siguiendo él ese ejemplo de firmeza y de virilidad de San José al no querer aceptar el error.


En estos momentos de la Vigilia de Navidad, en que esperamos nazca nuevamente Nuestro Señor, esperamos también su segunda venida. La Navidad carecería de sentido si no tuviésemos presente cada año en esta fecha la segunda aparición de Nuestro Señor glorioso y majestuoso con la cual completa y corona su primera venida y toda la obra de la Redención.


Pidámosle a la Santísima Virgen María que nos ayude a festejar una Navidad en paz con Dios y con los que están a nuestro alrededor si eso es posible, manteniendo la fe pura, la fe inmaculada cual pura e inmaculada fue la Santísima Virgen María que albergó la palabra de Dios en su seno.



BASILIO MERAMO PBRO.
24 de diciembre de 2000

domingo, 22 de diciembre de 2013

CUARTO DOMINGO DE ADVIENTO


Amados hermanos en nuestro Señor Jesucristo:
Nos encontramos en el cuarto domingo de Adviento. Estos cuatro domingos presagian los cuatro mil años que van desde la creación de Adán y su contiguo pecado, a la espera y venida del Salvador. Digo cuatro mil años, porque eso es lo que poco más o menos atribuye la Tradición de la Iglesia, desechando las fábulas, mitos y estupideces, como decía San Juan Crisóstomo, el patrón de los predicadores, que desde aquella época ya refutaba esa idea infundada de atribuirle miles y millones de años al universo y la creación del hombre. Cuatro domingos que nos preparan para la Natividad de nuestro Señor.


Por lo mismo, la Iglesia en su liturgia durante este tiempo de Adviento nos presenta la figura de San Juan Bautista, precursor del Señor, comparado a los ángeles no porque fuese un ángel en su naturaleza sino por la misión que tuvo; porque ángel es aquel que tiene la misión de anunciar a los hombres las cosas de Dios. Y él fue quien anunció y más que anunciar, señaló con el dedo la presencia de nuestro Señor, el Verbo Encarnado del cual él “no era digno ni aun de atar la correa de sus sandalias”. Figura que nos prepara para ese espíritu de Navidad tal como él preparó para que el pueblo elegido aceptara la predicación de nuestro Señor Jesucristo y a nuestro Señor mismo ya que era su precursor, el gran pregonero y la voz de aquel que clamaba en el desierto, que era nuestro Señor Jesucristo en persona y San Juan su portavoz. Predicaba el bautismo de mortificación, es decir, la penitencia, la conversión de corazón hacia Dios y la negación de todo aquello que se opone a Dios, y que se cifra en el pecado.


El pecado está arraigado en una triple raíz, en una triple concupiscencia y de ahí provienen todas las malas inclinaciones, que si no las atacamos a tiempo, se convierten en perversión; eso es lo que genera los crímenes y abominaciones que vemos y que con un espíritu a veces impío, se le atribuye a Dios ese mal, cuando Él es la Bondad Suma, la Misericordia Infinita. El corazón perverso del hombre no se convierte y se sede no sólo por la triple concupiscencia, sino también como ministro del demonio que siempre trama el mal, por ser el gran enemigo del hombre y de Dios; el demonio nos odia como imagen y semejanza de Dios. Por tal razón quiere destruirnos y que nos condenemos eternamente en el infierno. Esa es la obra de Satanás, el maldito, por no querer servir a Dios; esa es su desgracia, ese fue el primer pecado y la primera apostasía y Dios le quitó la sabiduría pero no el poder, ese poder que ostenta porque Dios se lo ha dejado justamente para que sirva de acicate, de espuela para el bien, para la virtud, para la santidad.
El mal coadyuva para aquellos que aman a Dios, quien saca del mal un bien para aquellos que son de Él, para los que se transforman a Dios. Esa es la conversión, el bautismo de penitencia que predicaba San Juan Bautista.


Y la Iglesia presenta al Bautista en este tiempo de Adviento para que nos convirtamos a Dios. La conversión tiene muchas etapas en nuestra vida y si no nos decidimos, cada vez retrocederemos más en la vida espiritual; si no se avanza se retrocede; y esa transformación culmina en la santidad sublime de la cual nos han dado ejemplo los santos. Por eso requiere y tiene muchas etapas. No creamos entonces que se trata simplemente del cambio del infiel, del ateo, del que odia y se opone a Dios, sino también la transfiguración del cristiano, del bautizado, del fiel, para que quite todo escollo u obstáculo, todo aquello que imposibilita la gracia para fructificar o producir sus efectos.


Por eso hay que allanar todo monte que dificulta en nuestra alma esa acción de la gracia. Nuestra soberbia, orgullo, vanidad, odio, rencor, envidia, todas esas pasiones que hacen que no nos adhiramos a Dios totalmente porque impiden que la gracia produzca plena en nuestro corazón y nos impide de verdad amar de todo corazón a Dios.


Insiste pues el Evangelio con el ejemplo de San Juan Bautista para que alise todos esos repliegues de nuestra alma, del corazón y que habite plenamente Dios en nosotros como templos sagrados del Espíritu Santo, como tabernáculo que es nuestra alma en estado de gracia; teniendo así esa participación; no lo olvidemos, la gracia como una colaboración de la Naturaleza Divina y por eso nos asemeja a Dios.


Esa fue la gran tentación del Paraíso: que el hombre quiso procurársela por sí mismo dictaminando qué era lo bueno y lo malo para sí, como acontece hoy. El mal y el bien ya no son una cosa objetiva, sino que en este modernismo apóstata cada uno es doctor y maestro de su moral, de lo bueno y de lo malo; por eso ya nadie se avergüenza de besuquearse y de amancebarse en público, porque cada uno determina en el fuero de su conciencia si está bien o está mal; una libertad absurda, de pecado.


Esa es la moral del mundo moderno y la que desgraciadamente predican hoy los falsos profetas que invaden la Iglesia Sacrosanta de Cristo. Tragedia por la cual no debemos claudicar; todo lo contrario, nuestro deber es recordar que el bien y el mal son cosas objetivas en sí mismas. Tan objetivas que por eso se va al cielo o al infierno eterno. Tan objetivo es que si para ir al cielo hay que creer con fe, para irse al infierno no hace falta la fe; de ahí el peligro, la facilidad y la puerta ancha para condenarse, porque para salvarnos necesitamos la e y ésta con la gracia santificante; pero para condenarnos no la necesitamos; por eso es ancho el camino que lleva al infierno, camino adornado hoy con flores, perfumes y halagos para que la gente se deslice tontamente y Satanás se salga con la suya.


Es necesario recordar estas cosas por el bien de nuestras almas y que ese bien lo tengamos presente en esta Navidad; para eso ha venido el Señor, para eso se Encarnó. No echemos a perder el fruto de su Encarnación y Redención que es el de salvarnos, no condenarnos, y así amemos eternamente a Dios en el cielo después del transcurso de esta vida una vez que hayamos muerto en estado de gracia. Ese es el propósito de la verdadera Iglesia. No la falsa Iglesia de los pseudoprofetas, de los anticristos, sino la Iglesia de Cristo y ya sabemos que la verdadera Iglesia se reconoce por la fidelidad a la Sacrosanta Tradición, a la revelación de hoy. Por eso en la Epístola San Pablo dice que lo que se requiere de los dispensadores de las cosas de Dios, de los Ministros de Dios es la fidelidad y no sólo a sus ministros sino también a los fieles.
De ahí viene el nombre de fieles, fidelidad a nuestro Señor, a su Palabra, al Verbo de Dios y a la Iglesia de Dios. Luego ese es el signo infalible para detectar la verdad y distinguirla del error: la fidelidad, esa es nuestra misión y por eso la gran persecución de todo lo que no es la Iglesia de Cristo contra los que son de Cristo por fidelidad.


Seamos fieles y pidámosla a Dios nuestro Señor en estas Navidades. Tengamos presente la lealtad de la cual Nuestra Señora dio prueba al pie de la Cruz; que Ella sea nuestra sustentadora, nuestra fortificadora para permanecer siempre devotos en ese amor del cual Ella nos dio ejemplo. Pidámosle entonces a Ella ese apego y ese amor hacia su amado Hijo. +

BASILIO MERAMO PBRO.
23 de diciembre de 2001

domingo, 15 de diciembre de 2013

TERCER DOMINGO DE ADVIENTO

Amados hermanos en nuestro Señor Jesucristo:
Nos encontramos en el tercer domingo de Adviento, también conocido con el nombre de laetare –alégrate–, en el cual la Iglesia permite en razón del Introito, una especie de mitigación, en medio de la oración, el sacrificio, la penitencia y el ayuno del tiempo de preparación a la Navidad, manifestando ese descanso con la presencia de flores en el altar y el uso de ornamentos de color rosado, una ventilación en medio de estos cuatro domingos, que son como una Cuaresma de Navidad.

El sentir de la Iglesia es que nos preparemos para la Natividad de nuestro Señor; que dispongamos nuestras almas para imitar a nuestro Señor Jesucristo; que la Navidad nos conduzca a realizar un recuento de nuestra vida para pedir a Dios perdón por nuestros pecados, y con la ayuda de la gracia ir destruyendo al viejo hombre que está demasiado enraizado e impide la santidad, nos impide volar hacia Dios, nos impide la virtud, y todo aquello que hay de bueno y de santo. Destruir en especial el orgullo, el amor propio, la vanidad.

El orgullo es el pecado más difícil de erradicar, porque es el más sutil, el más espiritual, los pecados de la carne son evidentes; el orgullo se esconde, se enmascara bajo la apariencia de religión, como fue el gran pecado de los fariseos, que en eso consiste el fariseísmo, y de allí provino la gran calamidad del rechazo a nuestro Señor Jesucristo por parte del pueblo elegido. Y de allí también puede provenir nuestra calamidad: rechazar a nuestro Señor por la falsedad que todos llevamos, tal vez escondida bajo capa de religiosidad, y que lleva a muchos a no creer, a rechazar la palabra de Dios; eso es en parte lo que escandaliza a todos aquellos que no pertenecen o que no están cerca de Dios y que podrían estarlo, pero por nuestro mal ejemplo no entran en la casa de Dios; es el caso de comunistas, revolucionarios, protestantes y de sectas que por su debilidad se escandalizan y combaten a Dios o lo rechazan.

El evangelio de este domingo se refiere a la figura de San Juan Bautista; tanta y tal era su reputación que algunos de los judíos pensaban pudiera ser el Cristo y por eso le envían emisarios a preguntarle quién es y él responde que no es el Cristo.

¿Entonces quién, Elías? Uno de los grandes profetas que no ha muerto, pero no es Elías. Entonces, ¿el profeta? Pensando ellos en Eliseo, el gran profeta discípulo de San Elías, y él responde que no; ¿entonces, quién dices tú que eres?, “soy la voz del que clama en el desierto”. Vox clamántis in desérto; ese clamántis, como dice Santo Tomás, se puede interpretar de dos formas: que él es la voz que clama en el desierto o mejor aún, que él es la voz de Aquel que clama en el desierto; es decir, que no es Juan el Bautista, sino nuestro Señor Jesucristo clamando en el desierto de esa Jerusalén desolada por el judaísmo, por los fariseos que no estaban dispuestos a recibir al Mesías; la voz de Aquel que clama en el desierto y él era su pregonero. Aquel que les señalaba a los demás como él mismo lo señaló con el dedo diciendo que él no era digno siquiera de desatar la correa de su zapato, que era lo que hacían los esclavos, amarrarle las sandalias o el cordón de los zapatos a su amo; y él no se reputaba ni aún digno de ese gesto del esclavo, para mostrar la grandeza de nuestro Señor que era Dios.

De esta manera, San Juan Bautista es mucho más que un profeta, porque no sólo habla de nuestro Señor sino que dice: “Éste es el cordero de Dios que quita los pecados del mundo”; lo señaló con el dedo, no lo profetizó como los demás, como algo lejano por venir, sino que lo señaló, puntualizó, dijo: “Éste es y vosotros no le conocéis”, entonces es verdaderamente el gran profeta de la primera venida de nuestro Señor Jesucristo. ¿Por qué? Porque señala no al Mesías que está por venir, sino al Mesías que ya vino y ya está entre nosotros. En ese sentido, San Juan Bautista es el hombre más grande que mujer haya dado a luz, como en una ocasión nuestro Señor lo describe en otro pasaje de las Escrituras.

Sigamos el ejemplo de San Juan Bautista, personaje que durante este tiempo de Adviento nos presenta la Iglesia por su sencillez, humildad, y por su penitencia en el desierto, en la soledad a la cual el hombre moderno es ajeno, no está acostumbrado al retiro ni a la penitencia. Estamos acostumbrados a la bulla, a la televisión, al radio; cuánta gente no puede trabajar sin un radio prendido porque no saben vivir y estar en el silencio de Dios, por eso no podemos vivir en paz y ese parece ser el propósito del mundo moderno, no dejar vivir en paz, sin mencionar el teléfono, el Internet y cuanta cosa nos perturba el sosiego que se requiere para recogernos en Dios.
Por eso vivimos disipados; el hombre moderno es un hombre que evade la realidad de Dios; a eso nos lleva la técnica, las comunicaciones, la agitación frenética del mundo que desquicia a las personas; de allí tanto locos sueltos, desequilibrados y deprimidos, porque ese asedio quebranta los nervios, el equilibrio psicológico y de allí también la variedad de neurosis. Debemos entonces, por un mínimo de higiene mental, protegernos con la oración, refugiarnos en Dios para que ese mundo no nos socave, no nos aplaste, no nos destruya, no nos desquicie. Pero eso exige un esfuerzo que no estamos acostumbrados a hacer; de allí la necesidad de recurrir a la ayuda de la Santísima Virgen María, de los santos, para que nos protejan, que sean nuestro escudo, y así escapar de este mundo moderno impío, y en el fondo demoníaco porque afecta al hombre en sus acciones y lo condiciona

Cómo entonces actuaría la gracia si está fallando la naturaleza humana, sobre la cual reposa. La gracia supone la naturaleza, pero si llegamos a diluir, a desquiciar, a tal punto que se volatiliza esa naturaleza, difícilmente actuaría la gracia, eso es lo que pasa en el hombre actualmente. Se requiere un mínimo de soporte para que la gracia actúe y pueda aun corregir los defectos inherentes a nuestra naturaleza humana, caída a consecuencia del pecado original. Esta es la insistencia en la oración, el sacrificio y la penitencia que regeneran nuestra naturaleza, y de todo aquello que, lejos de entenderlo, prescinden el hombre y la sociedad moderna.

La grandeza de San Juan estaba, pues, encaminada a señalar a nuestro Señor Jesucristo como el verdadero y único Mesías, y el pueblo judío, habiendo farisaicamente tergiversado las profecías, no podía estar preparado y no solamente preparados, sino dispuestos a reconocer a nuestro Señor; por lo que conculcando la verdad, terminan crucificándolo, dándole muerte en la cruz. Gran lección para la segunda venida de nuestro Señor, las profecías que son tergiversadas, el no estar preparados para recibirlo.

Por eso la Iglesia, en este tiempo de Navidad, al comenzar con el primer domingo de Adviento y al terminar el año litúrgico, es decir, el último domingo anterior, lo finaliza con las profecías apocalípticas del Segundo advenimiento, porque la Natividad tiene su acabamiento, su perfección y su coronación, con este Segundo advenimiento de nuestro Señor. La gran apostasía, la venida del Anticristo, su reinado antes de que venga nuestro Señor en gloria y majestad aunque nadie conozca el día ni la hora. Nuestro Señor Jesucristo mismo lo advierte: “Ved la higuera y todos los árboles: cuando producen ya de sí el fruto, sabéis está cerca el verano, así también cuando veáis que suceden estas cosas, sabed que está cerca el reino de Dios”. Debemos pues cuidarnos de no caer en exageraciones, pero tampoco en el rechazo del contenido profético.

Se impone, por tanto, una labor de verdadera exegesis, conocimiento teológico de las Escrituras y no perder la esperanza en la venida de nuestro Señor, esperarlo tal cual Él ha prometido, sin caer en el falso profetismo en que han caído todos aquellos que pertenecen a sectas, que predican un falso reino y que quieren, malentendiendo al igual que los judíos, con las solas fuerzas de la Historia, y sin la intervención de Dios, un reino del paraíso aquí en la tierra. A todo eso también apunta el triunfo del Inmaculado Corazón de María, que es el triunfo de los sagrados corazones de Jesús y de María.

El triunfo supone primero la venida de nuestro Señor a ordenar, desde dentro, su Iglesia, vilmente adulterada con herejías a la orden del día, lo cual es la abominación de la desolación en el lugar santo, las grandes advertencias de nuestra Señora, en apariciones fuera de toda duda como Lourdes, la Medalla Milagrosa, Siracusa, Fátima, La Salette; todas convergen en que hay una corrupción doctrinal espantosa en el mismo clero, en la misma jerarquía de la Iglesia, hasta el punto de pronosticar que: “Roma perderá la fe y se convertirá en sede del Anticristo”. ¡Terrible, pero cierto! Entonces, debemos oponer a este aviso una sana doctrina exegética que nos evite caer en errores a diestra y siniestra, como quien va por el filo de la cumbre de una montaña con abismos a ambos lados; solamente aquel que vaya con cuidado y humildad, puede llegar a la cima sin caer ni a izquierda ni a derecha, donde el abismo sería la perdición.
Por eso, debemos pedir a la Santísima Virgen María nos ayude a perseverar en la fe y festejar estas Navidades en un verdadero espíritu de fe, devoción y amor a Dios, en medio de un mundo que ya no es católico sino pagano, con una Iglesia sacudida en sus fundamentos: la fe, los sacramentos y la doctrina. Si esto perdura, aun nosotros, que queremos permanecer firmes, que queremos guardar la sana doctrina, caeremos, lo dice Santo Tomás, si los tiempos no fueran abreviados. Entonces, pedir a Dios, sin tregua, que abrevie esa gran tribulación por la que Él acrisola su Iglesia, reducida, como dice San Lucas, a “pequeño rebaño”, mientras que el resto ha caído en la apostasía. Se cae en el perjurio al no seguir fielmente la sacrosanta tradición de la Iglesia católica, apostólica y romana, porque cualquier otra doctrina que se oponga a la santa tradición como son el modernismo, el progresismo, como es todo lo que hoy se enseña en nombre de Dios –pero que no es de Dios–, lleva hacia la apostasía y lleva hacia el reinado del Anticristo, que tendrá su aparición y que gobernará y sojuzgará al mundo durante tres años y medio, los más crueles de esta gran tribulación.

Tenemos entonces que estar preparados, encomendándonos a los Sagrados Corazones. En estas Navidades acerquémonos más a nuestro Señor Jesucristo, que siendo un Rey nació en un pesebre, un establo donde viven animales, no personas, en medio de un burro y de un buey, allí nació nuestro Señor, en esa pobreza, desolación y abandono del género humano.
Pero, ¿cómo podremos imitar a nuestro Señor, cuando no somos capaces de seguir ni a medias ese ejemplo de humillación, de pobreza, si no nos gusta, nos aterra? Por eso la Navidad debe ser un motivo para recapacitar y dejar de lado nuestro orgullo, tratar de ser buenos, santos, acercarnos más a nuestro Señor y a la Santísima Virgen María para que haya verdadera paz, si no en el mundo, por lo menos en nuestros corazones, la paz que da el estar con Dios. Preparemos bien la Navidad, que no sea profanada por el paganismo, que aprovecha cualquier día santo para festejar libidinosamente y emborracharse en la concupiscencia de la carne, como por desgracia acontece en Colombia con las fiestas de los santos en los pueblos (lo ocurrido en Popayán en aquella Semana Santa). La Navidad debe ser un motivo de acercamiento a Dios para hacer el balance de nuestras vidas con el propósito de mejorar y santificarnos; ese y no otro es el verdadero significado de la Navidad.

Pidamos a San Juan Bautista, precursor de nuestro Señor, quien lo señaló con el dedo, que podamos imitarlo viviendo la santidad a la cual Dios nos llama. Prepararnos de un modo especial para que esta Navidad no sea una más, sino que nos haga realmente un poquito más buenos y santos. +


BASILIO MERAMO PBRO.
17 DICIEMBRE 2000


miércoles, 11 de diciembre de 2013

Et signum magnum paruit in caelo mulier amicta sole et luna sub Apocalipsis 12:1


"Non fecit taliter omni nationi"
El 25 de mayo de 1754, el Papa Benedicto XIV, confirmó el Patronato de la Virgen de Guadalupe sobre la Nueva España, y promulgó una Bula que aprobó a la Virgen de Guadalupe como Patrona de México, concediéndole misa y oficio propios. Estas gracias que el Papa le concedió a la Virgen de Guadalupe se dieron gracias a este hecho: El Papa, después de contemplar extasiado una copia auténtica de la Guadalupana, pintada por Don Miguel Cabrera, fue llevada como regalo a Su Santidad por el padre Juan Francisco López. En esa ocasión luego de examinarla con atención, con lágrimas en los ojos pronunció una frase del salmo 147, 20 que se ha perennizado: “non fecit taliter omni nationi” NO HIZO COSA IGUAL CON OTRA NACIÓN.

REINA DE MÉXICO Y EMPERATRIZ DE AMERICA
ora pro nobis




RELATO DE LAS APARICIONES DE LA SANTISIMA VIRGEN MARÍA
SEGUN EL NICAN MOPUA:
En orden y concierto se refiere aquí de qué maravillosa manera se apareció poco ha la siempre Virgen María, Madre de Dios, Nuestra Reina, en el Tepeyac, que se nombra Guadalupe.

Primero se dejó ver de un pobre indio llamado Juan Diego; y después se apareció su preciosa imagen delante del nuevo obispo don fray Juan de Zumárraga. También (se cuentan) todos los milagros que ha hecho.

PRIMERA APARICIÓN

Diez años después de tomada la ciudad de México se suspendió la guerra y hubo paz entre los pueblos, así como empezó a brotar la fe, el conocimiento del verdadero Dios, por quien se vive. A la sazón, en el año de mil quinientos treinta y uno, a pocos días del mes de diciembre, sucedió que había un pobre indio, de nombre Juan Diego según se dice, natural de Cuautitlán. Tocante a las cosas espirituales aún todo pertenecía a Tlatilolco.
Era sábado, muy de madrugada, y venía en pos del culto divino y de sus mandados. al llegar junto al cerrillo llamado Tepeyácac amanecía y oyó cantar arriba del cerrillo: semejaba canto de varios pájaros preciosos; callaban a ratos las voces de los cantores; y parecía que el monte les respondía. Su canto, muy suave y deleitosos, sobrepujaba al del COYOLTOTOTL y del TZINIZCAN y de otros pájaros lindos que cantan.
Se paró Juan Diego a ver y dijo para sí: "¿Por ventura soy digno de lo que oigo? ¿Quizás sueño? ¿Me levanto de dormir? ¿Dónde estoy? ¿Acaso en el paraíso terrenal, que dejaron dicho los viejos, nuestros mayores? ¿Acaso ya en el cielo?"
Estaba viendo hacia el oriente, arriba del cerrillo de donde procedía el precioso canto celestial y así que cesó repentinamente y se hizo el silencio, oyó que le llamaban de arriba del cerrillo y le decían: "Juanito, Juan Dieguito".

Luego se atrevió a ir adonde le llamaban; no se sobresaltó un punto; al contrario, muy contento, fue subiendo al cerrillo, a ver de dónde le llamaban. Cuando llegó a la cumbre, vio a una señora, que estaba allí de pie y que le dijo que se acercara.

Llegado a su presencia, se maravilló mucho de su sobrehumana grandeza: su vestidura era radiante como el sol; el risco en que se posaba su planta flechado por los resplandores, semejaba una ajorca de piedras preciosas, y relumbraba la tierra como el arco iris.
Los mezquites, nopales y otras diferentes hierbecillas que allí se suelen dar, parecían de esmeralda; su follaje, finas turquesas; y sus ramas y espinas brillaban como el oro.
Se inclinó delante de ella y oyó su palabra muy blanda y cortés, cual de quien atrae y estima mucho. Ella le dijo: "Juanito, el más pequeño de mis hijos, ¿a dónde vas?" Él respondió: "Señora y Niña mía, tengo que llegar a tu casa de México Tlatilolco, a seguir cosas divinas, que nos dan y enseñan nuestros sacerdotes, delegados de nuestro Señor".

Ella luego le habló y le descubrió su santa voluntad, le dijo: "Sabe y ten entendido, tú, el más pequeño de mis hijos, que yo soy la siempre Virgen Santa María, Madre del verdadero Dios por quien se vive; del Creador cabe quien está todo; Señor del cielo y de la tierra.
Deseo vivamente que se me erija aquí un templo para en él mostrar y dar todo mi amor, compasión, auxilio y defensa, pues yo soy vuestra piadosa madre; a ti, a todos vosotros juntos los moradores de esta tierra y a los demás amadores míos que me invoquen y en mí confíen; oír allí sus lamentos, y remediar todas sus miserias, penas y dolores.

Y para realizar lo que mi clemencia pretende, ve al palacio del obispo de México y le dirás cómo yo te envío a manifestarle lo que mucho deseo, que aquí en el llano me edifique un templo: le contarás puntualmente cuanto has visto y admirado y lo que has oído.

Ten por seguro que lo agradeceré bien y lo pagaré, porque te haré feliz y merecerás mucho que yo recompense el trabajo y fatiga con que vas a procurar lo que te encomiendo. Mira que ya has oído mi mandato, hijo mío el más pequeño, anda y pon todo tu esfuerzo".

Al punto se inclinó delante de ella y le dijo: "Señora mía, ya voy a cumplir tu mandado; por ahora me despido de ti, yo tu humilde siervo" Luego bajó, para ir a hacer su mandado; y salió a la calzada que viene en línea recta a México.

Habiendo entrado en la ciudad, sin dilación se fue en derechura al palacio del obispo, que era el prelado que muy poco antes había venido y se llamaba don fray Juan de Zumárraga, religioso de San Francisco. Apenas llegó, trató de verle; rogó a sus criados que fueran a anunciarle y pasado un buen rato vinieron a llamarle, que había mandado el señor obispo que entrara.

Luego que entro, se inclinó y arrodilló delante de él; en seguida le dio el recado de la Señora del Cielo; y también le dijo cuanto admiró, vio y oyó. Después de oír toda su plática y su recado, pareció no darle crédito; y le respondió: "Otra vez vendrás, hijo mío y t e oiré más despacio, lo veré muy desde el principio y pensaré en la voluntad y deseo con que has venido".

Él salió y se vino triste; porque de ninguna manera se realizó su mensaje.

SEGUNDA APARICIÓN

En el mismo día se volvió; se vino derecho a la cumbre del cerrillo y acertó con la Señora del Cielo, que le estaba aguardando, allí mismo donde la vio la vez primera.
Al verla se postró delante de ella y le dijo: "Señora, la más pequeña de mis hijas, Niña mía, fui a donde me enviaste a cumplir tu mandado; aunque con dificultad entré a donde es el asiento del prelado; le vi y expuse tu mensaje, así como me advertiste; me recibió benignamente y me oyó con atención; pero en cuanto me respondió, pareció que no la tuvo por cierto, me dijo: "Otra vez vendrás; te oiré más despacio: veré muy desde el principio el deseo y voluntad con que has venido..."
Comprendí perfectamente en la manera que me respondió, que piensa que es quizás invención mía que Tú quieres que aquí te hagan un templo y que acaso no es de orden tuya; por lo cual, te ruego encarecidamente, Señora y Niña mía, que a alguno de los principales, conocido, respetado y estimado le encargues que lleve tu mensaje para que le crean porque yo soy un hombrecillo, soy un cordel, soy una escalerilla de tablas, soy cola, soy hoja, soy gente menuda, y Tú, Niña mía, la más pequeña de mis hijas, Señora, me envías a un lugar por donde no ando y donde no paro.
Perdóname que te cause gran pesadumbre y caiga en tu enojo, Señora y Dueña mía". Le respondió la Santísima Virgen: "Oye, hijo mío el más pequeño, ten entendido que son muchos mis servidores y mensajeros, a quienes puedo encargar que lleven mi mensaje y hagan mi voluntad; pero es de todo punto preciso que tú mismo solicites y ayudes y que con tu mediación se cumpla mi voluntad.
Mucho te ruego, hijo mío el más pequeño, y con rigor te mando, que otra vez vayas mañana a ver al obispo. Dale parte en mi nombre y hazle saber por enero mi voluntad, que tiene que poner por obra el templo que le pido.
Y otra vez dile que yo en persona, la siempre Virgen Santa María, Madre de Dios, te envía”. Respondió Juan Diego: ”Señora y Niña mía, no te cause yo aflicción; de muy buena gana iré a cumplir tu mandado; de ninguna manera dejaré de hacerlo ni tengo por penoso el camino.
Iré a hacer tu voluntad; pero acaso no seré oído con agrado; o si fuere oído, quizás no se me creerá. Mañana en la tarde, cuando se ponga el sol, vendré a dar razón de tu mensaje con lo que responda el prelado. Ya de ti me despido, Hija mía la más pequeña, mi Niña y Señora. Descansa entre tanto”.
Luego se fue él a descansar a su casa. Al día siguiente, domingo, muy de madrugada, salió de su casa y se vino derecho a Tlatilolco, a instruirse en las cosas divinas y estar presente en la cuenta para ver enseguida al prelado.
Casi a las diez, se presentó después de que oyó misa y se hizo la cuenta y se dispersó el gentío. Al punto se fue Juan Diego al palacio del señor obispo. Apenas llegó, hizo todo empeño por verlo, otra vez con mucha dificultad le vio: se arrodilló a sus pies; se entristeció y lloró al exponerle el mandato de la Señora de Cielo; que ojalá que creyera su mensaje, y la voluntad de la Inmaculada, de erigirle su templo donde manifestó que lo quería.

El señor obispo, para cerciorarse, le preguntó muchas cosas, dónde la vio y cómo era; y él refirió todo perfectamente al señor obispo. Mas aunque explicó con precisión la figura de ella y cuanto había visto y admirado, que en todo se descubría ser ella la siempre Virgen Santísima Madre del Salvador Nuestro Señor Jesucristo; sin embargo, no le dio crédito y dijo que no solamente por su plática y solicitud se había de hacer lo que pedía; que, además, era muy necesaria alguna señal; para que se le pudiera creer que le enviaba la misma Señora del Cielo. Así que lo oyó, dijo Juan Diego al obispo: “Señor, mira cuál ha de ser la señal que pides; que luego iré a pedírsela a la Señora del Cielo que me envía acá”. Viendo el obispo que ratificaba todo, sin dudar, ni retractar nada, le despidió.
Mandó inmediatamente a unas gentes de su casa en quienes podía confiar, que le vinieran siguiendo y vigilando a dónde iba y a quién veía y hablaba. Así se hizo. Juan Diego se vino derecho y caminó por la calzada; los que venían tras él, donde pasa la barranca, cerca del puente Tepeyácac, lo perdieron; y aunque más buscaron por todas partes, en ninguna le vieron. Así es que regresaron, no solamente porque se fastidiaron, sino también porque les estorbó su intento y les dio enojo.
Eso fueron a informar al señor obispo, inclinándole a que no le creyera, le dijeron que no más le engañaba; que no más forjaba lo que venía a decir, o que únicamente soñaba lo que decía y pedía; y en suma discurrieron que si otra vez volvía, le habían de coger y castigar con dureza, para que nunca más mintiera y engañara.

TERCERA APARICIÓN

Entre tanto, Juan Diego estaba con la Santísima Virgen, diciéndole la respuesta que traía del señor obispo; la que oída por la Señora, le dijo: “Bien está, hijo mío, volverás aquí mañana para que lleves al obispo la señal que te ha pedido; con eso e creerá y acerca de esto ya no dudará ni de ti sospechará y sábete, hijito mío, que yo te pagaré tu cuidado y el trabajo y cansancio que por mí has emprendido; ea, vete ahora; que mañana aquí te aguardo”.

Al día siguiente, lunes, cuando tenía que llevar Juan Diego alguna señal para ser creído, ya no volvió, porque cuando llegó a su casa, un tío que tenía, llamado Juan Bernardino, le había dado la enfermedad, y estaba muy grave. Primero fue a llamar a un médico y le auxilió; pero ya no era tiempo, ya estaba muy grave.
Por la noche, le rogó su tío que de madrugada saliera, y viniera a Tlatilolco a llamar un sacerdote, que fuera a confesarle y disponerle, porque estaba muy cierto de que era tiempo de morir y que ya no se levantaría ni sanaría. El martes, muy de madrugada, se vino Juan Diego de su casa a Tlatilolco a llamar al sacerdote; y cuando venía llegando al camino que sale junto a la ladera del cerrillo del Tepeyácac, hacia el poniente, por donde tenía costumbre de pasar, dijo: “Si me voy derecho, no sea que me vaya a ver la Señora, y en todo caso me detenga, para que llevase la señal al prelado, según me previno: que primero nuestra aflicción nos deje y primero llame yo deprisa al sacerdote; el pobre de mi tío lo está ciertamente aguardando”.
Luego, dio vuelta al cerro, subió por entre él y pasó al otro lado, hacia el oriente, para llegar pronto a México y que no le detuviera la Señora del Cielo.

CUARTA APARICIÓN

Pensó que por donde dio vuelta, no podía verle la que está mirando bien a todas partes.
La vio bajar de la cumbre del cerrillo y que estuvo mirando hacia donde antes él la veía. Salió a su encuentro a un lado del cerro y le dijo: “¿Qué hay, hijo mío el más pequeño? ¿Adónde vas?” ¿Se apenó él un poco o tuvo vergüenza, o se asustó?.
Juan Diego se inclinó delante de ella; y le saludó, diciendo: “Niña mía, la más pequeña de mis hijas. Señora, ojalá estés contenta. ¿Cómo has amanecido? ¿Estás bien de salud, Señora y Niña mía? Voy a causarte aflicción: sabe, Niña mía, que está muy malo un pobre siervo tuyo, mi tío; le ha dado la peste, y está para morir. Ahora voy presuroso a tu casa de México a llamar uno de los sacerdotes amados de Nuestro Señor, que vaya a confesarle y disponerle; porque desde que nacimos, venimos a aguardar el trabajo de nuestra muerte.
Pero si voy a hacerlo, volveré luego otra vez aquí, para ir a llevar tu mensaje. Señora y Niña mía, perdóname; tenme por ahora paciencia; no te engaño, Hija mía la más pequeña; mañana vendré a toda prisa”. Después de oír la plática de Juan Diego, respondió la piadosísima Virgen: “Oye y ten entendido, hijo mío el más pequeño, que es nada lo que te asusta y aflige, no se turbe tu corazón, no temas esa enfermedad, ni otra alguna enfermedad y angustia. ¿No estoy yo aquí que soy tu Madre? ¿No estás bajo mi sombra? ¿No soy yo tu salud? ¿No estás por ventura en mi regazo? ¿Qué más has menester? No te apene ni te inquiete otra cosa; no te aflija la enfermedad de tu tío, que no morirá ahora de ella: está seguro que ya sanó”.
(Y entonces sanó su tío según después se supo). Cuando Juan Diego oyó estas palabras de la Señora del Cielo, se consoló mucho; quedó contento. Le rogó que cuanto antes le despachara a ver al señor obispo, a llevarle alguna señal y prueba; a fin de que le creyera.

La Señora del Cielo le ordenó luego que subiera a la cumbre del cerrillo, donde antes la veía. Le dijo: “Sube, hijo mío el más pequeño, a la cumbre del cerrillo, allí donde me vise y te di órdenes, hallarás que hay diferentes flores; córtalas, júntalas, recógelas; Enseguida baja y tráelas a mi presencia”.

Al punto subió Juan Diego al cerrillo y cuando llegó a la cumbre se asombró mucho de que hubieran brotado tantas variadas, exquisitas rosas de Castilla, antes del tiempo en que se dan, porque a la sazón se encrudecía el hielo; estaban muy fragantes y llenas de rocío, de la noche, que semejaba perlas preciosas.
Luego empezó a cortarlas; las juntó y las echó en su regazo. Bajó inmediatamente y trajo a la Señora del Cielo las diferentes rosas que fue a cortar; la que, así como las vio, las cogió con su mano y otra vez se las echó en el regazo, diciéndole: “Hijo mío el más pequeño, esta diversidad de rosas es la prueba y señal que llevarás al obispo.
Le dirás en mi nombre que vea en ella mi voluntad y que él tiene que cumplirla. Tú eres mi embajador, muy digno de confianza. Rigurosamente te ordeno que sólo delante del obispo despliegues tu manta y descubras lo que llevas. Contarás bien todo; dirás que te mandé subir a la cumbre del cerrillo que fueras a cortar flores; y todo lo que viste y admiraste; para que puedas inducir al prelado a que te dé su ayuda, con objeto de que se haga y erija el templo que he pedido”.

Después que la Señora del Cielo le dio su consejo, se puso en camino por la calzada que viene derecho a México: ya contento y seguro de salir bien, trayendo con mucho cuidado lo que portaba en su regazo, no fuera que algo se le soltara de las manos, y gozándose en la fragancia de las variadas hermosas flores.

Al llegar al palacio del obispo, salieron a su encuentro el mayordomo y otros criados del prelado. Les rogó le dijeran que deseaba verle, pero ninguno de ellos quiso, haciendo como que no le oían, sea porque era muy temprano, sea porque ya le conocían, que sólo los molestaba, porque les era importuno; y, además, ya les habían informado sus compañeros, que le perdieron de vista, cuando habían ido en su seguimiento.
Largo rato estuvo esperando. Ya que vieron que hacía mucho que estaba allí, de pie, cabizbajo, sin hacer nada, por si acaso era llamado; y que al parecer traía algo que portaba en su regazo, se acercaron a él para ver lo que traía y satisfacerse.
Viendo Juan Diego que no les podía ocultar lo que tría y que por eso le habían de molestar, empujar o aporrear, descubrió un poco que eran flores, y al ver que todas eran distintas rosas de Castilla, y que no era entonces el tiempo en que se daban, se asombraron muchísimo de ello, lo mismo de que estuvieran muy frescas, tan abiertas, tan fragantes y tan preciosas.
Quisieron coger y sacarle algunas; pero no tuvieron suerte las tres veces que se atrevieron a tomarlas; no tuvieron suerte, porque cuando iban a cogerlas, ya no se veían verdaderas flores, sino que les parecían pintadas o labradas o cosidas en la manta.

Fueron luego a decir al obispo lo que habían visto y que pretendía verle el indito que tantas veces había venido; el cual hacía mucho que aguardaba, queriendo verle. Cayó, al oírlo el señor obispo, en la cuenta de que aquello era la prueba, para que se certificara y cumpliera lo que solicitaba el indito. Enseguida mandó que entrara a verle.

Luego que entró, se humilló delante de él, así como antes lo hiciera, y contó de nuevo todo lo que había visto y admirado, y también su mensaje. Dijo: “Señor, hice lo que me ordenaste, que fuera a decir a mi Ama, la Señora del Cielo, Santa María, preciosa Madre de Dios, que pedías una señal para poder creerme que le has de hacer el templo donde ella te pide que lo erijas; y además le dije que yo te había dado mi palabra de traerte alguna señal y prueba, que me encargaste, de su voluntad.
Condescendió a tu recado y acogió benignamente lo que pides, alguna señal y prueba para que se cumpla su voluntad. Hoy muy temprano me mandó que otra vez viniera a verte; le pedí la señal para que me creyeras, según me había dicho que me la daría; y al punto lo cumplió: me despachó a la cumbre del cerrillo, donde antes yo la viera, a que fuese a cortar varias rosas de Castilla.
Después me fui a cortarlas, las traje abajo; las cogió con su mano y de nuevo las echó en mi regazo, para que te las trajera y a ti en persona te las diera. Aunque yo sabía bien que la cumbre del cerrillo no es lugar en que se den flores, porque sólo hay muchos riscos, abrojos, espinas, nopales y mezquites, no por eso dudé; cuando fui llegando a la cumbre del cerrillo miré que estaba en el paraíso, donde había juntas todas las varias y exquisitas rosas de Castilla, brillantes de rocío que luego fui a cortar.

Ella me dijo por qué te las había de entregar; y así lo hago, para que en ellas veas la señal que pides y cumplas su voluntad; y también para que aparezca la verdad de mi palabra y de mi mensaje. He las aquí: recíbelas”.

Desenvolvió luego su blanca manta, pues tenía en su regazo las flores; y así que se esparcieron por el suelo todas las diferentes rosas de Castilla, se dibujó en ella y apareció de repente la preciosa imagen de la siempre Virgen Santa María, Madre de Dios, de la manera que está y se guarda hoy en su templo del Tepeyácac, que se nombra Guadalupe.

Luego que la vio el señor obispo, él y todos los que allí estaban se arrodillaron; mucho la admiraron; se levantaron; se entristecieron y acongojaron, mostrando que la contemplaron con el corazón y con el pensamiento.

El señor obispo, con lágrimas de tristeza oró y pidió perdón de no haber puesto en obra su voluntad y su mandato. Cuando se puso de pie, desató del cuello de Juan Diego, del que estaba atada, la manta en que se dibujó y apareció la señora del Cielo.
Luego la llevó y fue a ponerla en su oratorio. Un día más permaneció Juan Diego en la casa del obispo que aún le detuvo. Al día siguiente, le dijo: “Ea, a mostrar dónde es voluntad de la Señora del Cielo que le erija su templo”.
Inmediatamente se convidó a todos para hacerlo. No bien Juan Diego señaló dónde había mandado la Señora del Cielo que se levantara su templo, pidió licencia de irse.
Quería ahora ir a su casa a ver a su tío Juan Bernardino, el cual estaba muy grave, cuando le dejó y vino a Tlatilolco a llamar a un sacerdote, que fuera a confesarle y disponerle, y le dijo la Señora del Cielo que ya había sanado.
Pero no le dejaron ir solo, sino que le acompañaron a su casa. Al llegar, vieron a su tío que estaba muy contento y que nada le dolía.
Se asombró mucho de que llegara acompañado y muy honrado su sobrino, a quien preguntó la causa de que así lo hicieran y que le honraran mucho.
Le respondió su sobrino que, cuando partió a llamar al sacerdote que le confesara y dispusiera, se le apareció en el Tepeyácac la Señora del Cielo; La que, diciéndole que no se afligiera, que ya su tío estaba bueno, con que mucho se consoló, le despachó a México, a ver al señor obispo para que le edificara una casa en el Tepeyácac. Manifestó su tío ser cierto que entonces le sanó y que la vio del mismo modo en que se aparecía a su sobrino; sabiendo por ella que le había enviado a México a ver al obispo.
También entonces le dijo la Señora que, cuando él fuera a ver al obispo, le revelara lo que vio y de qué manera milagrosa le había sanado; y que bien la nombraría, así como bien había de nombrarse su bendita imagen, la siempre Virgen Santa María de Guadalupe.

Trajeron luego a Juan Bernardino a presencia del señor obispo; a que viniera a informarle y atestiguara delante de él. A entrambos, a él y a su sobrino, los hospedó el obispo en su casa algunos días, hasta que se erigió el templo de la Reina del Tepeyácac, donde la vio Juan Diego.
El Señor obispo trasladó a la Iglesia Mayor la santa imagen de la amada Señora del Cielo; la sacó del oratorio de su palacio, donde estaba, para que toda la gente viera y admirara su bendita imagen.
La ciudad entera se conmovió: venía a ver y admirar su devota imagen, y a hacerle oración. Mucho le maravillaba que se hubiese aparecido por milagro divino; porque ninguna persona de este mundo pintó su preciosa imagen.
DESCARGA DEL TEXTO EN NAHUATL AQUI

domingo, 8 de diciembre de 2013

FIESTA DE LA INMACULADA CONCEPCIÓN DE MARÍA

Amados hermanos en nuestro Señor Jesucristo:

En esta fecha la Iglesia se regocija de tener el dogma de la Inmaculada Concepción definido solemnemente por S.S. Pío IX en 1854 y con el cual proponía como verdad de fe revelada por Dios en el depósito divino: que la Santísima Virgen es la única criatura que tiene la exclusividad y el privilegio de ser concebida sin pecado original desde el primer instante de su concepción.

Sabemos que todos irremisiblemente nacemos con el pecado original, pecado de la naturaleza que se transmite de generación en generación; de ahí el significado del bautismo en el Antiguo Testamento; con la circuncisión, todo hijo de Adán nace con este pecado y he allí el gran misterio: que nuestra Señora, como hija de Adán, fue concebida sin pecado original por una intervención de Dios, por un decreto de Dios. Derivándose en consecuencia el conflicto que teológicamente fue objeto de disputas en la Edad Media, que hicieron malparar al mismo Santo Tomás de Aquino; incluso hoy en día aún se ignora al decir que Santo Tomás negó en un momento de su vida la Inmaculada Concepción. Es tal la equivocación que ni siquiera los sabios judíos ignoraban eso; ellos reconocían esa verdad tanto que fue de allí de donde la tomó Duns Scoto por vía judaica.

¿Cómo iba Santo Tomás, mucho más sabio que los judíos, a negar o desconocer esto? Pero el problema teológico consistía en cómo sostener no solamente el privilegio exclusivo de la Inmaculada Concepción, ante todo otro privilegio de otros santos; sino principal y fundamentalmente el cómo ( la vía o el camino) que fue lo que advirtió Santo Tomás.

Los que nacieron sin pecado como San Jeremías, San Juan Bautista (podemos presumirlo también con todo el rigor teológico, aunque de ello no digan nada las Sagradas Escrituras), San José, fueron santificados en el seno materno y nacieron sin pecado original; no obstante no fueron concebidos sin pecado original desde el momento en que Dios infundía el alma , como pasó en el caso de nuestra Señora. El problema grave era que había que salvar la Redención Universal de nuestro Señor Jesucristo, pues mientras que a nosotros nos liberó con una redención liberativa, a la Virgen María se le redimió por una redención especial, preservativa, la protegió por los méritos de su Pasión y su muerte. 

Era lo que Santo Tomás también quería salvar para que no quedara en la oscuridad, al proclamar ese dogma, que era por los méritos de la Cruz. Es decir, que nuestra Señora fue redimida del pecado no como nosotros, sino preservada de él por los méritos de la Redención de nuestro Señor en la Cruz. Era lo que otros teólogos no querían admitir; los judíos con sus cábalas fantasiosas, pensaban que Dios había apartado una porción de carne de Adán o de su semen sin pecado, para que después de allí se engendrara a la Virgen María, y cosas parecidas, por supuesto absurdas, y lo que decía Duns Scoto (bastante ponderado, lo cual no sería malo si no fuera para aplastar a Santo Tomás y dejarlo malparado, como hacen algunos), era insuficiente, pues afirmaba que por ser la Madre de Dios ya tenía ese privilegio y que eso bastaba.

Por ser Madre de Dios Ella fue preservada, porque todas las gracias de nuestra Señora le vienen por su maternidad divina, por el privilegio de ser la Madre de Dios, por estar íntimamente asociada a la hipóstasis del Verbo, la Segunda Persona de la Santísima Trinidad. Sin embargo, no basta, aún no explica el cómo, y era lo que Santo Tomás quería resaltar, porque si decía como Duns Scoto que por ser la Madre ya eso bastaba, entonces quedaba en la oscuridad ese otro dogma de la Redención Universal de nuestro Señor para todo hijo de Adán, y nuestra Señora era hija de Adán. Por una intervención divina esa transmisión del pecado se detuvo en el proceso de su generación.

Nosotros los humanos procedemos de nuestros padres por vía de generación y por ella se transmite a la carne el pecado de nuestros padres, y en el momento de infundir el alma en esa carne queda manchada. Pues bien, eso era lo que decía Santo Tomás: que esa carne, que esa generación que venía manchada por vía generativa no tuvo lugar por una intervención de Dios que paró, que previno, para que en el momento de infundir el alma que es cuando se constituye la persona, no se manchara esa alma por esa carne que venía sucia de pecado y así entonces no contrajera como todos nosotros el pecado original.

Claro está, en esta explicación de Santo Tomás existe una cuestión filosófica que hay que conocer y es la animación retardada, es decir: que Dios no infunde el alma en el mismo instante en que los padres generan o procrean al hijo, sino que hay una generación producto de sucesivos cambios, hasta que se da esa organización biológica adecuada para que el organismo pueda recibir su forma, que es el alma. De allí viene justamente el nombre de organismo, quiere decir, una materia organizada.

El alma del hombre no se infunde a una piedra, a un poco de agua o pedazo de pan, sino en una materia organizada, y se produce por vía de generación. Por eso Santo Tomás hablaba de la generación retardada, que hoy se ignora; también se estima que Dios infunde el alma en el mismo momento en que podríamos decir que se unen las células femeninas y masculinas cuando todavía no hay esa organización. La prueba biológica de que eso no es así, es la de los mellizos monocigóticos, en los que hay una sola célula masculina y una sola  célula femenina que se unen y que debiera ser un solo ser y producen dos; sería un absurdo que en una sola porción de materia hubiera dos formas, dos almas, dos seres, lo que me indica que debe haber un tiempo de gestación, de maduración, de generación, de preparación, para que después se divida y allí en cada porción haya un alma perteneciente a cada uno de esos mellizos. Esa es una prueba biológica a posteriori, pero que a veces no se tiene en cuenta y eso le daría razón a Santo Tomás de Aquino cuando hablaba de la animación  retardada.

El único que no tuvo esa animación retardada, por obra de un milagro, fue nuestro Señor en su Encarnación. Por eso Santo Tomás así lo dice. Pero también en la Encarnación sabemos que no hubo esa relación de hombre y mujer que hay en todo ser humano, sino que Dios tomó del seno virginal de la Santísima Virgen por obra del Espíritu Santo una porción de su carne e infundió allí, no solamente el alma de nuestro Señor, sino toda la Encarnación del Verbo.

Queda entonces muy clara la explicación de Santo Tomás, que lejos de ser errónea, es la que mejor explica y, de hecho, es la única que expone teológicamente sin eclipsar ningún otro dogma como el de la Redención Universal. Es quien mejor describe la Inmaculada Concepción y cómo, de hecho, en ella se basó o queda consignada en la bula Inefabilis Deus con la cual Pío IX la proclamó, haciéndola pasar por la Cruz, no como toca a nosotros por liberación, sino por una prevención, una preservación del pecado. Y así Ella es toda pulcra, sin mancha de pecado original y sin mancha de ningún pecado actual, sea mortal, sea venial, por insignificante que sea.

Eso nos da una idea de la pureza de nuestra Señora; nunca jamás cometió el menor pecado venial, ni deliberada o indeliberadamente como nosotros que cometemos a diario tantos pecados veniales, ya sean voluntarios o no, pero los cometemos. Por eso dice en las Escrituras que hasta el justo peca siete veces al día; pues nuestra Señora jamás tuvo ni la menor sombra, y todo por ser Ella la privilegiada, Madre de Dios, desde toda eternidad concebida para Madre de Dios, pero pasando por la Cruz; es decir, por los méritos de Cristo fue preservada por ser la Madre de Dios.

También la epístola de esta fiesta y todas las fiestas de nuestra Señora que hablan de Ella, dicen que ya estaba concebida antes de que las cosas fueran, que Ella ya estaba en Dios. Pero ¿cómo? ¿Acaso Ella no nació de Santa Ana y de San Joaquín? ¿Cómo es que iba a estar antes de todo lo creado, que iba a juguetear en los pensamientos de Dios, si todavía no había sido creado el Universo ni los hombres? Pues bien,


Ella ya estaba concebida en ese decreto divino (en la mente de Dios), en el mismo decreto de la Encarnación del Verbo Divino estaba acordada la Maternidad divina de la Santísima Virgen; Ella ya estaba concebida en el pensamiento de Dios, en los designios de Dios antes de crear todo el Universo. Y es más, Ella participaba como artífice, pues artífice también era el Primogénito, y así nuestro Señor es el paradigma de toda la creación, resume toda la creación y todo fue creado por Él y para Él.

Estas cosas a veces quedan ocultas, no quedan suficientemente expresadas y forman parte de los misterios de Dios, por eso es el primogénito de la creación en ese sentido; Él era la causa ejemplar. Dios Padre, cuando creaba concibió el Universo y el mundo teniendo la imagen de su Hijo que se iba a encarnar y teniendo presente a nuestra Señora. Eso nos da una idea de la grandeza de nuestro Señor y de nuestra Señora que están tan íntimamente ligados y por lo cual Ella tiene la plenitud de la gracia, mucho mayor que la de todos los santos juntos en el cielo, y es a su vez nuestro más seguro refugio.

Ella es nuestra abogada, debemos recurrir siempre a Ella, no porque la endiosemos como piensan tontamente los protestantes no divinizamos a la Santísima Virgen María porque no es Dios, pero es la criatura más excelsa, más íntimamente unida a Dios, tan unida a Él que está en relación Hipostática , en relación personal con el Hijo que Ella dio a luz, que es el Verbo de Dios Encarnado. ¡Qué misterio! Es la razón de que nosotros también podemos llamarla Madre, al ser Madre de nuestro Señor y nosotros al asociarnos a nuestro Señor en la Iglesia, nos apropiamos de algún modo esa maternidad de nuestra Señora; por eso Ella es Madre de la Iglesia y Madre nuestra. Así podemos recurrir a Ella como nuestra Santa Madre de los cielos para que nos ayude y nos salvemos.

Que Ella, la Inmaculada, nos ayude a salvar nuestras almas, a llevar una vida menos manchada de pecado, menos inmoral y corrompida, y ser dignos hijos de María y vivir en esa santidad a la cual la Iglesia y Dios invitan. +

PADRE BASILIO MERAMO
8 de diciembre de 2001

domingo, 1 de diciembre de 2013

PRIMER DOMINGO DE ADVIENTO

Amados hermanos en nuestro Señor Jesucristo:
Con este primer domingo de Adviento se inicia el año litúrgico alrededor del ciclo de Navidad. Es la preparación, una especie de Cuaresma para la Natividad de nuestro Señor; corresponde al color morado de penitencia y de oración que caracteriza este tiempo, para prepararnos a festejar la Navidad. Puede asombrarnos que comience el año litúrgico con el evangelio que hace alusión al fin de los tiempos, al Apocalipsis, a la segunda venida de nuestro Señor; no solamente que comience el año litúrgico con esta visión apocalíptica, sino que también termine cada año con la misma visión, con el texto paralelo de San Lucas que leemos hoy en San Mateo. Esto nos da una idea de hacia dónde debe dirigirse la mirada durante nuestra vida aquí en la tierra y no creer como sucede, que no hay que pensar en el Apocalipsis, porque esas son cosas que están más allá de nuestra comprensión, y debemos dejarlas de lado; mientras, la Iglesia nos incita a ello con este inicio del año litúrgico apocalíptico, e igual remata con la misma idea, con el mismo concepto, con la misma noción.

La Iglesia es una Iglesia esjatológica, apocalíptica. Digo esjatológica y no escatológica porque como explica el padre Castellani, escatológico sería lo pornográfico, lo inmundo, lo sucio y no lo último, como quiere decir esjatón. Hasta en eso el error paladinamente se ha filtrado y universalizado, pues no es de extrañar que en todo lo que forma parte de lo apocalíptico, del último libro del Nuevo Testamento y el único libro profético que es el Apocalipsis, haya tanto error, haya tanta confusión y haya tanto pánico, cuando es otra la realidad para el católico. En realidad es de esperanza, no de miedo, no de confusión.

Para los malditos, para los que no son hijos de Dios, para los que han rechazado a la Iglesia y a Dios nuestro Señor, sí serán días de calamidad y de miseria, pero para aquel que sufre persecución por ser fiel a nuestro Señor, esa es su esperanza: que venga nuestro Señor en gloria y majestad a liberarnos del maligno y que venga su reino. Como lo dice el Evangelio, cuando veamos estas cosas es porque el reino de Dios está cerca; el reino que pedimos en el Padrenuestro, que venga a nosotros su reino, es el objeto de nuestra redención y la de todo el universo sometido al pecado. Porque el mundo, tal como lo vemos hoy, no es como lo concibió Dios en su inicio; fue modificado profundamente por el pecado de los ángeles y el de Adán más todos los nuestros.

De ahí el gran mal, y todo lo malo que podamos ver y que escandaliza a tanta gente. ¿Cómo un Dios tan bueno permite el mal? Éste fue introducido por el pecado de apostasía de los ángeles, por la de Adán, por la nuestra, sin olvidar la gran apostasía y deicidio de los judíos.

Tenemos esa tara y de ahí todos los males, todas las enfermedades y aun la misma muerte. Pero Dios es tan poderoso que lo permite y a pesar de todo termina haciendo lo que Él quiere y hacia eso nos encaminamos. La historia de la Iglesia recorre una persecución permanente con épocas más o menos agudas, hasta la última de todas, que será la peor. Dios las permite para purificar a los que verdaderamente lo aman y la gran purificación final, la cual estamos viviendo ya, no hace más que recordarnos la pronta venida de nuestro Señor. Se evoca la imagen de la higuera y de todos los árboles que cuando ya comienzan a retoñar y a dar frutos es porque el verano está cerca.

Si reparamos en los acontecimientos dentro y fuera de la Iglesia, vemos cómo todas aquellas cosas no hacen más que acelerar la pronta venida de nuestro Señor que debemos tener siempre presente. Por eso la Iglesia la presenta en el primer domingo de Adviento, que nos prepara para la Navidad de nuestro Señor y complementa la primera con la segunda venida de Él, sin la cual la primera quedaría truncada; el plan primigenio de Dios quedaría truncado y eso no puede ser. Por tal razón, el evangelio de hoy habla de que está próximo el reino de Dios. Y no es que haya contradicción cuando se dice que el reino ya está en esta tierra y que comienza con la gracia, con la Iglesia.

Evidentemente ese reino todavía no está en todo su esplendor como debiera ser, porque no es nuestro Señor el que reina sino el príncipe de este mundo que es Satanás. Pero el reino de Dios tendrá que venir, para que culmine en esa plenitud y todo quede sumiso a Él como Rey de la creación. Vendrá en gloria y majestad, no como en su primera venida en la humillación, en esa profunda humildad, sino ya como Rey y juez del Universo.

Ese debe ser el objeto de nuestra esperanza, como lo fue para la Iglesia primitiva y en eso consistía el resorte de su espiritualidad y de su santidad para no caer en el pecado, para no caer en un mundo rodeado de paganismo como el que nos toca vivir. Por eso Satanás es contrario a todo aquello que evoca la Parusía de nuestro Señor, cuando es la misma liturgia de la Iglesia la que nos coloca frente a este hecho, pero que desgraciadamente –hay que decirlo–, por error o por ignorancia, por dejadez del clero y de los teólogos, estas realidades no son puestas en evidencia sino que se dejan de lado; es otro el espíritu de la Iglesia y de la liturgia, como podemos ver en los dos evangelios, el del comienzo y el del final de cada año litúrgico.

Es más, podemos preguntarnos: ¿tiene algo que ver la Navidad con la Parusía? Sí, tiene mucho que ver, porque son dos venidas las de nuestro Señor. La primera venida, cuando se encarnó y nació, quedaría incompleta, trunca, sin la Parusía, sin la segunda venida en gloria y majestad. No se nos puede olvidar que nuestro Señor es Rey y que el pecado distorsionó el plan divino y no puede quedar así distorsionado por siempre. Luego, algún día, tarde o temprano, ese anhelo de la humanidad toda, una, reunida no en un falso Cristo, sino en el verdadero, esté formando un solo rebaño y bajo un solo pastor y Él será reconocido y aclamado como el Rey de todos, por todos y de todas las naciones. Sin esa segunda venida quedaría trunca, chueca, no solamente la historia, sino la misma realeza de nuestro Señor Jesucristo.

De allí que antiguamente se le pintaba como el gran Señor, el Pantocrator, el Omnipotente o el Cristo glorioso, cuando se tenían más vivas esas realidades postreras y últimas que están relatadas en el Apocalipsis y que no hacen más que anunciarnos la segunda venida de nuestro Señor, sin la cual la primera quedaría entonces maltrecha, sin coronación, sin perfección. Por eso la Iglesia en su sabiduría la asocia con el primer domingo de Adviento no un evangelio conforme a la primera venida, a la Natividad del Señor, sino a la segunda, a la Parusía, para que quede así el contraste patente.

Tengamos siempre presente esto y no caigamos en el error, en la confusión, en visiones parciales de las cuales surgen herejías como la del progresismo.

Progresismo que consiste en procurar esa gran unión de la humanidad, pero no en Cristo, sino en el hombre. Todo lo que Dios promete a través de Él, el diablo lo quiere prometer a través no de Cristo, sino del Anticristo y he ahí la explicación profunda de por qué ese rechazo a todo lo apocalíptico, esa ignorancia, esa falta de exegesis.

Aquellos sacerdotes venerables que han hablado, que han estudiado, han sido perseguidos cruelmente como lo fue el padre Castellani, acosado hasta volverlo casi loco, en Manresa, poniéndole inyecciones que se les aplican a los demente, cuando era el único doctor sacro en Teología que ha habido en toda América durante los quinientos años de su existencia. Fue acechado, incluso por un obispo que hoy es cardenal, Jorge Mejía, argentino, judío, uno de los principales enemigos del padre Castellani, eyectado de la Compañía. ¿Por qué? Porque había dedicado su vida a interpretar el Apocalipsis de acuerdo con los Padres de la Iglesia y no solamente él, sino también el padre Florentino Alcañiz que murió casi loco y perseguido por iguales motivos y así mismo otros padres, prácticamente todos jesuitas, pero perteneciendo a una Compañía donde ya no reinaba el espíritu de San Ignacio, sino el espíritu de Satanás.

Ese espíritu antiexegético, antiapocalíptico, es el que desgraciadamente impera en la teología anormal que podríamos decir está en boga, no de ahora sino desde hace unos cuantos siglos, porque el error viene de larga data, pero cada vez insinuándose más y por eso la alergia muchas veces, de hablar de estas cosas, cuando la Iglesia en su verdadero espíritu nos pone frente a ellas.

Y nos pone como objeto de nuestra esperanza, de nuestra redención, como dice el evangelio de este día, “levantad la mirada porque está cerca vuestra redención”. Son palabras que hay que sopesar, meditar, que están en las Escrituras, en los evangelios y que requieren una exégesis, una interpretación, una fuente, para no caer en un puro alegorismo, que no es más que hacer de los evangelios o del Apocalipsis un libro de mala fantasía, porque hasta a eso se ha llegado. Pregúntenle a un sacerdote por cualquier pasaje del Apocalipsis y van a ver qué es lo que contesta.

Lo peor es que en el fondo hay una gran ignorancia. La Iglesia no es ignorante, es sabia, por tanto, hay necesidad de predicar estas cosas y que los fieles las tengan presentes, porque es el espíritu católico, el de la Iglesia; más en estos tiempos cuando presenciamos esos inicios de gran confusión, de esa gran apostasía que presagia el pronto advenimiento de la segunda venida de nuestro Señor y que la Iglesia quiere que cada año lo asociemos a la primera, a la Navidad de nuestro Señor y que por eso le trae tanto al finalizar como al comenzar el año litúrgico, para que de la meditación de estas cosas saquemos provecho espiritual. Que vivamos de esa verdadera esperanza sabiendo que todos esos males, por terribles que sean, no hacen sino acercar ese gran bien que es nuestro Señor apareciendo glorioso y majestuoso, volviendo a la tierra como lo vieron los apóstoles y sus discípulos el día de la Ascensión.

Ese es el objeto de nuestra esperanza para que podamos también sobrellevar esta dura crisis, esta persecución que excluye a nuestro Señor de la Iglesia para entronizar al Anticristo dentro de Ella; ese es el mensaje de Fátima, que no se ha querido revelar, es el mensaje que dice La Salette explícitamente: “Roma perderá la fe y será la sede del Anticristo, el clero estará en la depravación más atroz, cloacas de corrupción serán los monasterios, las casas religiosas”. Ese es el mensaje también del tercer secreto de Fátima, por eso nuestra Señora en todas las verdaderas apariciones hace recordar esto; en una de ellas, sin palabras, como en Siracusa, no hizo más que llorar durante cuatro días consecutivos, como una madre que ve que sus hijos se pierden y no puede hacer otra cosa más que llorar. Hay que ver si un hijo al ver llorar a su madre no se regenera (porque ya es lo último que puede hacer una madre por un mal hijo), al condolerse del llanto de una madre. Por eso nuestra Señora llora para ver si queda alguno de buen corazón en esta humanidad que viéndola en ese estado se convierta y así poder salvar sus almas.

No debemos olvidar, mis estimados hermanos, que esta asociación apocalíptica que hace la Iglesia es objeto de nuestra fe y de nuestra esperanza y así no caigamos en ese error de exegesis, de teología, de interpretación, que ha relegado el Apocalipsis a un cuento de fantasías sin realidad, que lo hacen inescrutable, que no tiene sentido, como desgraciadamente ha ocurrido dentro de la Iglesia.

Hoy vemos un falso culto, una falsa misa como la nueva; yo espero, mis estimados fieles, que todos los que vienen se convenzan de la necesidad de guardar la verdadera Misa, porque la nueva es falsa, no es la católica, apostólica y romana; es una adulteración, una corrupción muy sutilmente realizada. Pero esa es la realidad, la degradación del culto de la religión, porque Satanás no quiere las verdaderas Misas que le recuerdan su derrota, el día en que nuestro Señor murió en la Cruz.

Tengamos presentes todo esto cosas para que podamos prepararnos a la pronta Natividad de nuestro Señor y también recordar su segunda venida gloriosa y que sea ese el objeto de nuestra esperanza y así seamos más fieles a Dios nuestro Señor y a la santa Iglesia a través de la mediación de nuestra Señora, la Santísima Virgen María. +

PADRE BASILIO MERAMO
2 de diciembre de 2001