San Juan Apocaleta



Difundid Señor, benignamente vuestra luz sobre toda la Iglesia, para que, adoctrinada por vuestro Santo Apóstol y evangelista San Juan, podamos alcanzar los bienes Eternos, te lo pedimos por el Mismo. JesuCristo Nuestro Señor, Tu Hijo, que contigo Vive y Reina en unidad del Espíritu Santo, Siendo DIOS por los Siglos de los siglos.












Website counter Visitas desde 27/06/10



free counters



"Sancte Pio Decime" Gloriose Patrone, ora pro nobis.





Link para escuchar la radio aqui

domingo, 22 de julio de 2012

OCTAVO DOMINGO DESPUÉS DE PENTECOSTÉS

Amados hermanos en nuestro Señor Jesucristo:
El Evangelio de este domingo ha presentado cierta dificultad a los exegetas y a los predicadores, aun el mismo padre Castellani también así lo dice, dándole la mejor explicación y la más conveniente. Sin embargo, se debe hacer resaltar que esa dificultad viene porque, aparentemente, nuestro Señor estaría poniéndonos como ejemplo a un ladrón, lo cual sería completamente absurdo; si vemos que nuestro Señor alaba la actitud de este mayordomo, de alguna manera quiere decir que hay un ejemplo a seguir; la moraleja de hoy es ser más sagaces que los hijos de este mundo.

Entonces, ¿qué es en realidad lo que nos quiere proponer nuestro Señor? Sin hacerle decir estupideces y perdonen que lo diga, porque si se le considera al acto de este mayordomo como un robo, como algo que no podía hacer, ya que él no tenía poder, jurisdicción o permiso en sus funciones de gerente o de administrador, sería un hurto, y eso nuestro Señor no lo puede alabar. Ni aun como muchos así lo dicen. Lo que quiere ensalzar es la sagacidad, pero no el fraude en sí. Entonces, ¿para qué va a ponerles ese ejemplo tontamente en lugar de buscar otro con el cual se viera muy claramente que eso no puede ser?

Y ¿qué es luego, lo que aprueba nuestro Señor de lo que hizo este mayordomo llamado infiel, que más que desleal, podríamos decir avispado, vivo o pícaro si se quiere, pero no ladrón? De hecho, los deudores aceptaron la rebaja del débito con escritura; y es de ver que de cierto modo el administrador podía y tenía facultades de hacer una rebaja como quien hace un descuento, y la viveza está en que lo hizo en beneficio propio y no en el de su amo, sino que se aprovechó de la circunstancia ya que se iba a encontrar en la calle y no servía para trabajar, y mendigar le daba vergüenza.

Ahí está, por decirlo así, la malicia indígena, la astucia, la perspicacia o la sagacidad de este mayordomo, y no en un acto malo en sí, que lo llevase a ser un ladrón robándole a su amo. Nuestro Señor nos dio ese ejemplo que, como ven, lleva su enseñanza.

Nuestro Señor alaba la perspicacia, la sagacidad, la viveza de ese mayordomo que piensa, con prudencia, qué iba a pasar con él en el futuro. Y por eso nos lo pone como ejemplo a seguir, y he ahí la moraleja, para que no seamos bobos, ni tontos, ni lerdos, ni perezosos, para que los hijos de este mundo no nos aventajen; es lo mínimo que nos pide nuestro Señor. Así como son de perspicaces, de sagaces, de avispados los hombres de este mundo para los negocios terrenales, que lo sean así por lo menos los hijos de la luz, los hijos de Dios. Con lo cual nuestro Señor quiere mostrarnos muy bien que la religión no es de bobos beatos sino de lúcidos y santos, ni de viejitas ignorantes, sino de mujeres fuertes y de hombres viriles. Esa imagen tonta, estúpida, caduca, mediocre de la Iglesia y de la religión, no la quiere Dios. Él quiere águilas y no cerdos, gente inteligente que piense con prudencia lo que va a hacer en beneficio de la salvación de su alma y de la Iglesia; que los hijos de este mundo no sean más sagaces que los de la luz; esa es la gran lección y no en lo que han convertido desgraciadamente los curas ignorantes a la Iglesia, dando consejos de tontos, cayéndoseles la baba.

La Iglesia es de mártires, de vírgenes, no de ingenuos ni de mentecatos. Y por eso debemos tener presente esta parábola de hoy, porque Dios no quiere toda esa bobería, toda esa tontería vuelta santidad falsamente; cubierta con un velo como quien blanquea un sepulcro en cuyo interior hay un cadáver podrido. Por ello mucha gente a veces se ha alejado de la Iglesia, por tanta necesdad, estupidez o sandez dentro de la Iglesia; los hombres en el mundo son más sagaces, más enérgicos, más profesionales, más aguerridos, y lo peor es que si se llegan a convertir, se vuelvan tarados y torpes. Lo que la religión me prohíbe es hacerle el juego al demonio y lo que quiere es la virtud, la virilidad, la fortaleza, tanto en los hombres como en las mujeres; por eso Santa Teresa fue admirada, porque era fuerte como un hombre. Isabel la católica cabalgaba toda una noche y a veces encinta, bajo la lluvia, a pesar del frío y la tormenta, para madrugar temprano allí donde tenía una reunión con sus nobles. Eran mujeres viriles y si eso eran las mujeres, ¿qué se les puede pedir a los hombres? Que por lo menos sean iguales o mucho más por su condición de ser más fuertes y más aptos para todo lo que es un esfuerzo físico y que exige un temple aguerrido.

Porque falta esa fortaleza que viene de mucho tiempo atrás, porque los seminarios se han convertido en casas de tontos, por no decir otra cosa, en casas de invertidos o cuando no, de afeminados. Esa no es la imagen de la Iglesia de Cristo sino todo lo contrario, y es por lo mismo que falta tesón para poder permanecer fieles a la Iglesia de nuestro Señor, para combatir el error, para no dejarnos llevar por Satanás. Si lo que queremos es vivir cómoda y afemina-damente como señoritas, ¿entonces quién va a defender a la Iglesia de los lobos, del enemigo?

Por eso estamos como estamos, por eso la Iglesia pasa hoy esa pasión, que Dios la permite para acrisolar a sus verdaderos predilectos, a sus verdaderos elegidos, a sus verdaderos fieles y por eso hay que pedir, mis estimados hermanos, esa gracia de la fidelidad. Esa lealtad se gana luchando a brazo partido contra Raimundo y todo el mundo que se oponga a la voluntad de Dios; así nacieron las cruzadas y así lo han hecho los mártires, prefiriendo morir antes que claudicar. Esta crisis profunda y última de la Iglesia que, no hay que olvidarlo, no es pasajera, no es una más, sino que es la enfermedad terminal de la última gran dificultad, de la gran tribulación y de la gran apostasía antes de la venida de nuestro Señor.

Esto no tiene solución humana, ésta es divina y por eso requiere la intervención de Dios, no lo olvidemos. Mientras tanto, debemos sufrir con valentía, con honor, con nobleza y si es necesario tener que morir antes que vivir indigna y miserablemente, como lo hace el mundo hoy. Por ello el llamado a la santidad es crucial, porque requiere una gran dosis de heroísmo sobrenatural, de virtud, y esa valentía en la virtud es lo que hace la santidad. Todo eso lo vemos y debemos recordarlo para que no transijamos y para que los hijos de este mundo no sean más sagaces que nosotros, o, para invertir la cuestión, para que no seamos bobos y que sean más inteligentes los de este mundo; eso es lo que nos quiere decir nuestro Señor.

La otra gran moraleja, en la que también hay un enigma y una dificultad, es al decir que no nos ganemos amigos con el dinero inicuo, ¿y cuál es este dinero?; si es robado, tengo que devolverlo en estricta justicia, no me corresponde, no me puedo granjear con el dinero robado un beneficio cualquiera que sea, no puede ser el obtenido por el robo, por la rapiña, por la violencia. Entonces, ¿cuál es el dinero injusto con el cual yo puedo procurarme un bien y en este caso un bien sobrenatural? Eso es lo que quiere nuestro Señor.

Haciendo limosna, ¿cuál es ese dinero inicuo? Todo aquel que sin ser hurtaado, ha sido obtenido de una manera pecaminosa o ilícita pero sin vulnerar la estricta justicia, como puede ser el dinero mal habido de la prostitución, de los latrocinios, de los casinos y hoy diríamos de toda la pornografía en la televisión, en el radio, en la prensa; los productos que conculcan la procreación y que se prodigan por doquier en las farmacias, la riqueza obtenida en las obras de teatro o de cine que van contra la moral.

Todo eso es dinero injusto y sin embargo no ha habido hurto, no hay que restituir, pero es mal ganado. Todo el efectivo que produce la droga, todo eso inicuo; y habría muchos más ejemplos que cada uno de ustedes podría imaginar siguiendo los parámetros de lo que acabo de decir. Entonces, con ese dinero, ¿qué se puede hacer? No se le tiene que regresar a nadie porque a nadie se le debe; es propio, pero mal habido, mal obtenido. ¡Qué peso, qué lastre, qué miseria, qué hago con él si me quiero convertir, si quiero salvar mi alma, si quiero agradar a Dios! Comprarme el cielo haciendo limosna.

He ahí lo que nos quiere indicar también nuestro Señor con el evangelio de hoy, porque la caridad se da de lo que es de uno, de lo que a uno le pertenece, no de lo robado; y así, al dar de eso que es mío, pero que fue obtenido de alguna mala manera, de alguna forma hubo pecado en la adquisición.

No obstante, si lo miro bien, Dios me abre las puertas indicándome el camino para que así en vez de comprarme una casita, un techo en esta tierra, adquiera una casita en el cielo con la limosna. Hasta eso nos permite nuestro Señor, que compremos el cielo, no con orgullo, no con vanidad, sino con limosna y cuánto más si esa caridad ya no es de dinero inicuo sino de uno bien ganado y sudado con honradez, mucho más.

Eso ha hecho decir a muchos santos que el óbolo es a los pecados como el agua al fuego: apaga la deuda. Esa limosna hoy se ha perdido, se ha olvidado, no se tiene en cuenta por el espíritu de egoísmo que hay y, sin embargo, es un camino para comprarnos una casa en el cielo, aunque sea un palmo, un lugarcito donde quepa nuestra alma. Eso es lo que nuestro Señor nos quiere hacer ver en el evangelio de hoy para que lo retengamos y así nos procuremos la salvación de nuestras almas y lleguemos al paraíso.

Me olvidaba decirles que de todos modos mi partida no tendrá lugar sino hasta mediados de octubre. En el ínterin, como ya había programado, iré a Europa para hacer el retiro en Ecône y de paso tomar de una vez unas vacaciones; entonces eso hace que el tiempo se acorte. No obstante quiero avisarles cuando será mi salida y si Dios quiere el domingo anterior podremos hacer la misa de despedida, y para que ustedes vayan adaptándose al nuevo prior.

Si me hubieran preguntado a quién convenía que enviaran, hubiera sugerido al padre Pablo; pero no se me consultó cuando se tomó la decisión. Se los menciono para que vean ustedes que quedan en buenas manos. Y lo importante, repito, es que ustedes mantengan un corazón unido en torno al Priorato, a la capilla y que la defiendan, porque va a ser atacada inmisericordemente por todos lados, principalmente por Satanás que se valdrá de la gente tonta, boba, estúpida, y más que nada sirviéndose de algún tonto que le hace el juego. Digo de algún inocente porque a veces es sin malicia. Pasa como con las vírgenes necias o tontas, que se condenan por la bobería. El único baluarte es entonces mantenerse unidos para mantener así la fidelidad a la Iglesia católica, apostólica, romana, a la Iglesia verdadera, la única arca de salvación en la Santa Misa.

Y creo que está de más decirlo, pero me corresponde en lo que a mí, como persona, con mis actos, con mis palabras haya podido ofender a alguien, o dar algún mal ejemplo que ciertamente los habré dado, disculparme y pedir que tengan esa misericordia de perdonarme y de olvidarlo y que se queden con lo bueno. Esa debe ser siempre nuestra actitud con todas las cosas y todas las personas. Entonces creo que no tengo más que decir, sino que siempre estaré pendiente para poder ayudar, en lo que de mí dependa, en el progreso del Priorato. Ahora recemos para que las dos imágenes que están pendientes, se hagan prontamente y poder verlas antes de irme y si no, que de todos modos se hagan para que así ustedes tengan ya prácticamente la capilla terminada, aunque siempre faltará algo.

Pidamos a nuestra Señora, a la Santísima Virgen María, que nos ayude para que podamos así perseverar en ese santo deseo, y podamos salvarnos todos nosotros y con nuestro ejemplo redimir a las demás almas. +

PADRE BASILIO MERAMO
3 de agosto de 2003