San Juan Apocaleta



Difundid Señor, benignamente vuestra luz sobre toda la Iglesia, para que, adoctrinada por vuestro Santo Apóstol y evangelista San Juan, podamos alcanzar los bienes Eternos, te lo pedimos por el Mismo. JesuCristo Nuestro Señor, Tu Hijo, que contigo Vive y Reina en unidad del Espíritu Santo, Siendo DIOS por los Siglos de los siglos.












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"Sancte Pio Decime" Gloriose Patrone, ora pro nobis.





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domingo, 15 de abril de 2012

PRIMER DOMINGO DE PASCUA


Amados hermanos en nuestro Señor Jesucristo:
Durante este tiempo de cuarenta días nuestro Señor, después de su Resurrección, antes de subir a los cielos, se les aparece a los suyos y consolida la Iglesia. Culmina su formación con la venida del Espíritu Santo a los cincuenta días, en el día de Pentecostés.

Y no todo lo que nuestro Señor legó a sus discípulos está en las Escrituras. Muchas de lo que hizo, como dice el evangelio de San Juan: “Si se quisiera ponerlas por escrito, una por una, creo que el mundo no bastaría para contener los libros que se podrían escribir”, lo cual combate de plano a los protestantes que quieren hacer de la Escritura todo, limitando a Dios a un libro. Cuando lo infinito es, como me dijo un fiel, imposible de limitar a un libro, y con cuánta razón. Luego la Palabra de Dios no se limita a la Biblia sino que la trasciende; en la Biblia hay solamente una parte de esa Palabra, lo mismo en los Evangelios. ¿Qué harían, pues, los protestantes que no admiten el sacramento de la confesión, con estas palabras que acabamos de leer en el Evangelio, si la misma Escritura que ellos toman como único fundamento, y eso es una herejía, les condena? Eso debe abrirnos los ojos.

Entonces nuestro Señor consolida su Iglesia: instituye todos los sacramentos, les da las consignas necesarias para afirmar la Iglesia y recibirá la culminación en Pentecostés una vez que haya ascendido al Padre y que junto con el Padre envíe el Espíritu Santo, la Tercera Persona de la Santísima Trinidad. Y todo esto es lo que forma la Tradición de la Iglesia. Por eso no es solamente la Biblia, la palabra escrita, la revelación escrita, sino también la revelación no escrita y contenida en la Tradición de la cual es maestra y señora la Iglesia que no reconocen los protestantes; esa es su herejía. Nuestra incultura religiosa es tal, que no sabemos contraponerles para derrotarlos con dos palabras como corresponde, y no lo hacemos porque nos falta estudiar el catecismo, sencillamente; pero qué se les va a pedir a los fieles, si instruirse en religión le hace falta también al clero, que ignora los elementos esenciales de nuestra doctrina.

Vemos que los apóstoles estaban reunidos escondidos, temerosos, cuando se les aparece nuestro Señor, porque todavía no tenían ese fuego que les inflamara y los consolidara en la fe por la gracia del Espíritu Santo que iba a venir en Pentecostés. Tenían miedo de los judíos porque eran temibles, pero el que tiene fe no teme ni a los judíos, ni a Satanás, ni al mundo, porque como dice la epístola de San Juan “lo que es de Dios está consolidado en Dios y lo que hace vencer sobre el mundo es la fe”. Eso es lo que hoy está en juego, la fe. Ésta es nuestra victoria sobre el mundo, y si hoy vemos que éste vence o parece vencer a la Iglesia es porque sus hombres, la jerarquía de la Iglesia con el Papa, los cardenales y los obispos, en conjunto, no tienen fe.

Por eso vemos a la Iglesia claudicar en su parte humana, y los que no la defienden con suficiente energía es porque no tienen la necesaria fe. Esa es la gran vergüenza de hoy, sacerdotes que si tienen fe no es la suficiente; los obispos igualmente con poca fe no lo hacen. Porque la victoria sobre este mundo la da la fe en nuestro Señor Jesucristo. ¿Se podrá encontrar un texto más antiecuménico que éste que condena el ecumenismo ateo idólatra y apóstata? Eso debe estar muy claro, porque si los fieles, el pequeño rebaño leal no lo tiene claro, entonces claudicará. Me atrevo a decir sin dármelas de profeta, que la garantía para mantenerse creyentes es ver claramente estas cosas, porque de otra manera sucumbiremos bajo una pseudo autoridad que nos conculcará en nombre de una falsa obediencia a abandonar a Cristo y a ser infieles.

Nuestro Señor dice a Santo Tomás “Cree y sé fiel; y dichoso aquel que sin ver creyó”, porque la fe es de lo que no se ve y en realidad Santo Tomás creyó porque no veía la divinidad, la cual confesó; veía esa humanidad pero pensó que era el Verbo de Dios.

Debemos, pues, ser fieles, pero para ello se requiere claridad doctrinal en aquellos puntos esenciales donde se agrede la religión, la doctrina católica, apostólica y romana y así venceremos al mundo, porque de hecho el mundo está desde la Cruz fulminado. Sabemos que la victoria la logró nuestro Señor, pero que nos falta sufrir para que por medio de ese penar nos configuremos en nuestro Señor y nos acrisolemos en la verdad; la victoria ya la tiene nuestro Señor por derecho y eso ya lo sabe Satanás y por eso mismo nuestro Señor se da el lujo de permitirle hoy campear dentro de la Iglesia, porque sabe que al fin y al cabo la Iglesia es divina y no puede ser destruida, pero allá el bobo que se deje engañar. Por eso se necesita claridad doctrinal, el peso teológico que da la fe, porque ésta vence al mundo.

La fe venció al mundo, como lo dice San Juan en esta epístola que es un poco difícil de entender, al decir: “Tres son los que dan testimonio en el cielo y en la tierra, el Padre y el Hijo y el Espíritu Santo, que son uno, que son la misma cosa”, y que “el agua, el fuego y la sangre son uno”. ¿Cómo van a ser uno el fuego, el agua y la sangre y que dan testimonio de nuestro Señor? Cuando habla del agua se refiere a que en el bautismo de nuestro Señor el Padre dio testimonio de que era su Hijo muy amado: “Este es mi Hijo en quien tengo puestas todas mis complacencias”. Por la sangre es el Verbo, el mismo nuestro Señor que se muestra digno Hijo del Padre: “Padre, en tus manos encomiendo mi Espíritu”, y murió en la Cruz y así entonces da testimonio con la sangre. Y el Espíritu Santo por el fuego después de la resurrección, como dice la epístola, es el que da testimonio de que Cristo es la verdad y la verdad es Dios objeto de la fe, la Verdad Primera.

No hay escapatoria; la religión y los dogmas son monolíticos, se aceptan o se rechazan, pero no se pueden tomar por partes como hacen los herejes, y en eso consiste su herejía, tomar lo que a mí me agrada, me convence o me parece. Por eso en materia de fe “sí, sí, no, no”, cualquier otra palabra viene del maligno, de Satanás; ese es el lenguaje de la Iglesia católica y ese debería ser el de los doctores en la fe, que son los obispos, pero que hoy son marionetas al servicio del anticristo, de Satanás y de la sinarquía. L a globalización todo lo está estructurando para que venga a reinar en este mundo no Cristo, sino el anticristo; eso hay que saberlo, aunque no sepamos de qué modo se verificará, ni cuándo, pero cada vez se acerca más el tiempo, es evidente. Así como la higuera, que cuando reverdece es porque ya se acerca el verano, así estas calamidades dentro de la Iglesia nos anuncian y presagian todo lo que antecede a la segunda venida de nuestro Señor glorioso y majestuoso; es el objeto de nuestra esperanza, debemos tenerla, pues fue la seguridad de la Iglesia primitiva la que nos lleva a dar esos ejemplos de santidad de los cuales no seremos capaces si no poseemos lamentablemente ese fervor.

Son tres los que dan testimonio de nuestro Señor: el Padre con el agua, el Hijo con su sangre en la Cruz y el Espíritu Santo con el fuego de su amor que da testimonio de la verdad. Dice entonces nuestro Señor que todo lo que necesitarán, el Espíritu de Dios, el Espíritu de verdad, el Espíritu Santo se los dirá, se los recordará, como leemos en otros pasajes de las Escrituras, y así podemos decir que de algún modo desaparece esa aparente confusión que no podemos entender cómo sean tres los que dan testimonio en el cielo y tres en la tierra y que esos tres, agua, sangre y fuego sean una misma cosa. Pues son lo mismo porque son los tres, las tres expresiones por las cuales cada una de las Personas de la Santísima Trinidad da testimonio de nuestro Señor Jesucristo y esa es la fe que vence al mundo, esa es la fe de la Iglesia y la que niega hoy la jerarquía con su estúpido y herético ecumenismo.

El ecumenismo es lo más herético y nos hace apostatar de la fe en nuestro Señor Jesucristo, en la sacrosanta Iglesia católica, apostólica y romana. Y nosotros, estando aquí en Colombia, somos más romanos que el Papa y todos los cardenales juntos que pisotean la tumba de San Pedro; y debería haber un obispo que se lo diga en la cara, porque ya está bueno de ponerse de ruana la Iglesia y que no haya un hombre viril para que lo diga en el nombre de Dios como doctor de la Iglesia católica. Es una vergüenza que no haya ningún obispo que hable claramente; así es en la crisis que estamos atravesando, por lo que debemos consolidarnos en la fe y no tener miedo. Si hay temor es porque nuestra fe está claudicando; entonces hay que pedirle a Dios nos fortifique y consolide en ella. Para eso es el sacramento de la confirmación, por la plenitud del Espíritu Santo, para confirmar la fe del bautismo, y por eso el obispo es el ministro ordinario de la confirmación. Pero ¿qué hacen éstos? Todo lo contrario, absolutamente lo opuesto, ni confirman en la fe, ni tienen fe y qué se puede esperar entonces, sino el desastre que estamos viendo y viviendo.

Pidamos a nuestra Señora, la Santísima Virgen María, el ser fieles; que nuestra fe no sea como la viven hoy, sino que sea sincera, pura, inmaculada, que no acepte el error, que rechace, que sea intolerante, porque la fe es intolerante; la condescendencia en materia doctrinal, como lo decía el gran Marcelino, es una enfermedad de los espíritus débiles, porque la verdad es intolerante. Algo diferente es la tolerancia a nivel humano, pero eso ya no es tolerancia doctrinal, ni de principios, ni religiosa, sino simplemente de misericordia por la miseria humana que todos llevamos encima, como lastre.

Más o menos, es el fortiter y el suaviter de San Pío X; es el espíritu católico de intransigencia ante el pecado y de misericordia con el pecador que comete el mismo pecado. Pero no lo mezclemos todo, la Iglesia no es una olla donde se metan toda clase de alimañas y que subsistan como se hace hoy con el ecumenismo; eso no puede ser la Iglesia de Dios. Ésta es Inmaculada. Si no es inmaculada en su Institución divina, no es de Dios. Otra cosa es la miseria de los hombres que la integremos. Pero de allí a pontificar en el error... valerse de la autoridad de Dios y en el nombre de Él destruir la fe es demoníaco, diabólico. Por eso, lo que Juan Pablo II ha mirado con fe es demoniaco y diabólico y no me tiembla la palabra al decirlo. Y si él no quiere ser perverso pues que se arrepienta, porque va a ir al infierno con todos sus cardenales.

Al pan, pan, y al vino, vino; sí, sí, no, no. Es la verticalidad de la verdad, y el que no ama la verdad no es de Dios, eso debe ser lo que nos caracterice: el amor a la verdad, como lo dice el mismo San Juan: “Porque no amaron la verdad, los suyos no lo recibieron”. Esa es la perversión del judaísmo, no amaron la verdad, no la aceptaron ¡y ésta qué objeto de la fe puede ser!, si el ideal de la fe es la verdad primera como dice Santo Tomás. Cosa olvidada hoy por quienes deben apacentar la grey.

Imploremos a nuestra Señora, la Santísima Virgen, que nos ayude a mantenernos fieles y puros en medio de esta crisis; que podamos de algún modo reparar esos dolores, que deben ser terribles, del Sagrado Corazón de Jesús, del Inmaculado Corazón de María; vemos cómo la humanidad está yéndose al infierno precipitadamente y no hay nadie que ponga freno; que las almas no se condenen; en eso consiste el verdadero apostolado, en impedir que las almas se pierdan tratando de darles la luz de la verdad, para que reconozcan a nuestro Señor. Eso es lo que debemos pedir en estos días y en esta Pascua, para que tengamos nuestra mirada puesta en el cielo y en las cosas de Dios, no apegados como animales en cuatro patas mirando apenas la tierra, mientras que el hombre en dos pies puede mirar hacia el cielo. Que miremos las cosas de Dios y nos desapeguemos de las terrenas, es el mensaje de la Pascua, como nos lo recuerda la Escritura en los textos pascuales, y así se alegren verdaderamente nuestros corazones manteniendo esa fe en nuestro Señor resucitado. +

P. BASILIO MERAMO
7 de abril de 2002