San Juan Apocaleta



Difundid Señor, benignamente vuestra luz sobre toda la Iglesia, para que, adoctrinada por vuestro Santo Apóstol y evangelista San Juan, podamos alcanzar los bienes Eternos, te lo pedimos por el Mismo. JesuCristo Nuestro Señor, Tu Hijo, que contigo Vive y Reina en unidad del Espíritu Santo, Siendo DIOS por los Siglos de los siglos.












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"Sancte Pio Decime" Gloriose Patrone, ora pro nobis.





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jueves, 29 de marzo de 2012

UNA CARTA MELIFLUOMALÉFICA


La carta que Don Nicola Bux, consultor de la Congregación para la Doctrina de la fe
(antiguo Santo Oficio de la Inquisición), dirigía a Monseñor Fellay y a toda la
Fraternidad S. Pío X el 19 de Marzo de 2012, es el colmo de fariseísmo clerical
presumiendo de bondad y de verdad.

Es increíble como los herejes e impostores se arrogan los privilegios de la verdad
para destruir toda resistencia a su apostasía pública y manifiesta, pero que
revestida de autoridad y poder se reclaman legítimos, y a los cuales hay que
obedecer, so pena de cisma, división y tinieblas de definitiva separación.
La única garantía religiosa, teológica, jurídica y moral es la verdad. Dios es la
Verdad y por eso es también la Caridad.

Dios es objeto de la fe en tanto y cuanto es la Verdad Primera como enseña
egregiamente Santo Tomás. Dios es objeto de la fe, reduplicativamente o de un
doble modo, pues es tanto objeto material y como objeto formal de la fe, por ser la
Verdad Primera bajo un doble aspecto, tanto material, como formal.

Dios es objeto de la fe porque como dice Dionisio: “La fe es acerca de la simple y
siempre existente verdad” (S. Th. q.1, a.1 Sed Contra), y esto es la Verdad Primera
como dice Santo Tomás, lo cual se da de una doble manera, es decir material y
formalmente considerada.

Dios es objeto material de la fe en cuanto es lo conocido, la cosa u objeto conocido
(id quod). Dios es objeto formal de la fe en cuanto medio por lo cual se conoce (per
quod). Pues: “Si se considera en la fe el objeto formal, no es otro que la verdad
primera; puesto que no se asiente a la fe de la cual hablamos sino es revelada por
Dios”. (S. Th. II, q.1 , a.1).

O como también dice Santo Tomás: “La razón formal del objeto en la fe es la verdad
primera, manifestada por la doctrina de la Iglesia”. Tenemos, así, que el objeto
(motivo) formal por el cual creemos, es la palabra de Dios enseñada por la doctrina
de la Iglesia: “El que tiene las cosas que son de la fe, pero no las asiente por la
autoridad de la doctrina católica, no tiene la virtud de la fe. Mientras quién asientealgo por la doctrina católica, asiente a todo lo que la doctrina católica contiene”.(De Caritate, q. un., a. 13, ad 6).

Dios revelante (por la palabra, testimonio, autoridad divina) es el objeto formal de
la fe simpliciter; pero el objeto formal de nuestra fe (quoad nos) es la Iglesia que enseña la doctrina católica. Luego es evidente que sin la doctrina católica, no hay fe ni hay religión ni hay Iglesia Católica.

Sin la Veritas Prima, la Verdad Primera, que es Dios, no hay nada ni fe, ni Iglesia
ni doctrina católica.

Sin la verdad primera no hay Iglesia Católica apostólica y romana, luego es preciso
mantener la doctrina católica enseñada por la Iglesia Católica para tener la fe y
pertenecer a ella.

Sin la verdad de la doctrina católica no se puede pertenecer a la Iglesia Católica ni
se tiene fe. Y las cosas que sabe acerca de la fe, las posee como opinión, no como
certeza sobrenatural de la virtud de la fe como enseña Santo Tomás: “Es patente
que quién defecciona en un artículo pertinazmente, no tiene fe en los otros
artículos, digo de aquella fe es un hábito infuso; pero aquellas cosas que son de fe,
las puede tener como una opinión”. (De Caritate q. un. , a.13, ad 6).

Es una aberración teológica y una degeneración mental pretender ser de Iglesia, y
aún peor, ser autoridad doctrinal, jurídica y moral de la Iglesia cuando se profesa
pública y manifiestamente el error en materia de doctrina católica, en materia de
fe y moral, y no se diga ya de la herejía.

El propósito melifluo de Don Nicola, por no decir baboso “para no ser
políticamente incorrecto” (como se estila, usa y abusa hoy en día bajo la diosa
democracia), deja mucho que desear como teólogo consultor, pues carece del
principio y fundamento de todo, que es la Verdad Primera: Dios, y no la autoridad
vicaria del Papa de turno que puede errar en materia de fe, ya que no está inmune
de desviarse de la fe, no esta provisto de impecabilidad contra la fe, puesto que la
única promesa divina de no pecar contra la fe, de no desviarse de la fe, de ser
infalible, es cuando habla ex cáthedra como Sumo Pontífice y Pastor Universal de
la Iglesia en cosas que son materia de fe o de moral, definiéndolas como reveladas.

Ya que como cabeza goza de la misma prerrogativa de infalibilidad de la Iglesia de
modo unilateral, personal: él sólo, sin el séquito (colegio episcopal) de todos los
obispos, del cual es la cabeza.

Tan es así, que por eso se dice: “Pues no fue prometido a los sucesores de Pedro el
Espíritu Santo para que por revelación suya manifestara una nueva doctrina, sino
para que, con su asistencia, santamente custodiaran y fielmente expusieran la
revelación transmitida por los Apóstoles, es decir, el depósito de la fe”. (Denz.
1836).

Y por esto todo Papa legítimo confirma a sus hermanos cumpliéndose aquella
afirmación: “La primera salvación es guardar la regla de la recta fe”. (Denz. 1833).

No hay ni puede haber infalibilidad para la innovación doctrinal ni para cambiar la
doctrina, ni para adulterar la fe.

“Por lo cual instituyó Jesucristo en la Iglesia un magisterio vivo, auténtico y
juntamente perenne, al que dotó de su propia autoridad, le proveyó del espíritu de
verdad, (…) Este es consiguientemente sin duda alguna el deber de la Iglesia:
conservar la doctrina de Cristo y propagarla íntegra e incorrupta”. (Denz. 1957).

El ecumenismo modernista está condenado: “Nada más excelente ha sido dado por
Dios a los hombres que la autoridad de la fe Divina (…) ésta nos es necesaria
absolutamente para la Salvación, pues sin la fe… es imposible agradar a Dios
(Hebreos 11, 6) y : El que no creyere se condenará (Mc. 16,16)”. (Denz. 1645).
“(…) queremos excitar vuestra solicitud y vigilancia pastoral, para que, con cuanto
esfuerzo podáis, arrojéis de la mente de los hombres aquella a par impía y funesta
opinión de que en cualquier religión es posible hallar el camino de la eterna
salvación”. (Denz. 1646).

Podemos ver igualmente condenado el ecumenismo en esta otra sentencia del Papa
Gregorio XVI: “El indiferentismo, es decir, aquella perversa opinión que por
engaño de hombres malvados, se ha propagado por todas partes, de que la eterna
salvación del alma puede conseguirse con cualquier profesión de fe, con tal que las
costumbres se ajusten a la norma de lo recto y de lo honesto... y de esta de todo
punto pestífera fuente del indiferentismo, mana aquella sentencia absurda y
errónea, o más bien, aquel delirio de que la libertad de conciencia ha de ser
afirmada y reivindicada para cada uno”. (Denz. 1643).

Lo mismo reafirma Pío IX: “Es menester recordar y reprender nuevamente el
gravísimo error en que míseramente se hallan algunos católicos, al opinar que
hombres que viven en el error y ajenos a la verdadera fe y a la unidad católica
pueden llegar a la eterna salvación”. (Denz. 1677).

Vemos, también, en esta otra afirmación de Pío IX la misma doctrina: “Partiendo
de esta idea, totalmente falsa, del régimen social, no temen favorecer la errónea
opinión, sobremanera perniciosa a la Iglesia Católica y a la salvación de las almas,
calificada de ‘delirio’ por nuestro antecesor Gregorio XVI, de feliz memoria, de que
‘la libertad de conciencia y de cultos es derecho propio de cada hombre, que debe
ser proclamado y asegurado por la ley en toda sociedad bien constituida, y que los
ciudadanos tienen derecho a una omnímoda libertad, que no debe ser coartada por
ninguna autoridad eclesiástica o civil, por el que puedan manifestar y declarar a
cara descubierta y públicamente cualesquiera conceptos suyos, de palabra o por
escrito, o de cualquier otra forma”. (Denz. 1690).

Por todo esto, ya decía el glorioso San Agustín: “¿Qué muerte peor para el alma que
la libertad del error?”. (Denz. 1614).

Asís I, II y III son la contradicción palmaria, pública y manifiesta de lo dicho y
condenado por los Papas y la Iglesia.

¿Cómo es posible que Don Nicola y todos los que como él piensan, no tengan en cuenta
que no hay autoridad que no venga de Dios, único autor-creador de todas las cosas
visibles e invisibles, y por lo tanto no hay autoridad para enseñar el error y no se diga, la herejía? Pues: “La fe es el principio de la humana salvación; el fundamento y raíz de toda justificación; sin ella es imposible agradar a Dios (Hebr. 11, 16) y llegar al consorcio de sus hijos”. (Denz. 801).

Por esto decía León XIII: “Lo primero que este deber nos exige, es profesar abierta
y constantemente la doctrina católica y, en cuanto cada uno pudiere,
propagarla…”. (Denz. 1936 c).

Si Roma está en la apostasía, como lo afirmó rotunda y claramente Monseñor
Lefebvre, ¿cómo es que don Nicola invita a ir a ella confiada y filialmente, y bajo la advertencia al no hacerlo, de producir un cisma, acrecentando las tinieblas como si fuera en la Roma Católica?

Esto prueba que no se puede tener otro lenguaje que el decirles que son ellos los
cismáticos, al romper con la Tradición, mantenida por todos los Papas anteriores al
Concilio Vaticano II, que son ellos los herejes que niegan la fe y la doctrina católica,que son ellos los apóstatas de Asís I (1986), II (2002) y III (2011).

San Pío X, ya había condenado el modernismo que había penetrado en la Iglesia:
“Ya no es necesario buscar a los fabricantes de errores, entre los enemigos
abiertos, sino que, con grande y angustioso dolor, los vemos introducidos en el
seno mismo de la Iglesia (…) nos referimos, venerables hermanos, a tantos seglares
y , lo que es más lastimoso, a tantos sacerdotes que con un falso amor a la Iglesia,
sin ningún sólido fundamente filosófico ni teológico, incluso impregnado de
doctrinas envenenadas, que inoculan hasta la médula de los huesos de la Iglesia, se
alzan como reformadores (…). Pues, como hemos dicho, no desde afuera, sino
dentro mismo de la Iglesia, llevan a cabo su perversa actividad; por eso el peligro se encuentra metido en las venas y en las entrañas de la Iglesia; con mucha mayor
eficacia dañina, puesto que conocen tan íntimamente a la Iglesia. A todo esto se
añade que no atacan las ramas o los retoños, sino las raíces mismas: la fe y sus más
profundas fibras. Y una vez dañada esta raíz de inmortalidad, intentan propagar el
virus por todo el árbol, de tal manera, que no hay aspecto de la verdad católica en
donde no pongan su mano y que no traten de corromper”. (Encíclica Pascendi 8 de
septiembre 1907).

La comunión es el primer lugar en la fe y la verdad, una solidaridad y una
comunión que no tienen la fe y la verdad por fundamento, es falsa como pretende
el modernismo, condenado una vez más por San Pío X en Notre Charge
Apostholique: “La doctrina Católica nos enseña que el primer deber de la caridad
no está en la tolerancia de las convicciones erróneas, por muy sinceras que sean, ni
en la indiferencia teórica o práctica, el error o el vicio en el cual vemos sumergidos a nuestros hermanos, sino en el celo para su mejoramiento intelectual y moral, así como por su bienestar material. (…) No hay verdadera fraternidad fuera de la caridad Cristiana que por amor a Dios y a su Hijo Jesucristo Nuestro Señor, abraza
a todos los hombres para aliviarlos a todos, y para llevarlos a todos a la misma fe y
a la misma dicha del cielo. Separando la fraternidad de la caridad cristiana así
entendida, la democracia, lejos de ser un progreso, constituiría un retroceso
desastroso para la civilización. Pues en efecto si se quiere llegar, y le decimos con
toda el alma, a la más grande cima del bienestar posible para la sociedad y para
cada uno de sus miembros por la fraternidad, o como se dice aún por la solidaridad
universal, es necesario la unión de los espíritus en la verdad, la unión de las
voluntades en la moral, la unión de lo corazones en el amor de Dios y de su hijo,
Jesucristo”. (nº 24).

Es mas, en el mismo documento, San Pío X pulveriza las superreligión universal (o
ecumenista de Vaticano II), al condenar el sillonismo: “Una religión (puesto que el
sillonismo, sus jefes lo han dicho, es una religión) más universal que la Iglesia
Católica, reuniendo a todos los hombres vueltos al cabo hermanos y camaradas en
el reino de Dios: “no se trabaja para la Iglesia, se trabaja para la humanidad”. (nº
39). Con lo cual se pretende una Ciudad futura con una Iglesia universal, sin
dogmas, ni jerarquía .

Todo esto pertenece, como hace ver y lo denuncia condenándolo el gran Papa San
Pío X, a : “Un gran movimiento de apostasía, organizado, en todos los países, para
el establecimiento de una Iglesia universal que no tendrá ni dogmas ni jerarquía,
ni regla para el espíritu, ni freno para las pasiones, y que, bajo el pretexto de
libertad y de dignidad humana, traería al mundo, si pudiera triunfar, el reino legal
de la astucia y de la fuerza y la opresión de los débiles, de los que sufren y
trabajan”. (nº 40).

Esto es exactamente la Nueva Religión y la Nueva Iglesia postconciliar, salida,
promulgada y oficializada por el Concilio Vaticano II, ni mas ni menos.

A esta parodia de Iglesia: Sinagoga de Satanás, invita ir Don Nicola, ¿habrase visto
la estupidez, erigida en consejera doctrinal?, emulando sapiencia paternal al invitar
a la plena comunión eclesial. Es el colmo de la impostura y de la estulticia.

El gran Domingo de Soto, uno de los teólogos españoles del Concilio de Trento,
llegó a decir que la Iglesia sería liquidada, extinguida, como hace ver el P.
Castellani, claro que esto hay que entenderlo en su aspecto oficial y humano.

El P. Castellani trae unos pasajes muy interesantes y oportunos para nosotros: “San
Victorino, mártir, continuamente dice que la Iglesia será quitada: ‘El coelum
recessit tamquam liber qui involvitur’ ; y el intérprete interpreta: ‘el cielo es
plegado, es decir, la Iglesia es quitada’; ‘de medio fiet’ - escribe Victorino en su bajo latín- que en latín significa más todavía: ‘La Iglesia liquidada’”. Y aclara el P. Castellani ante la idea de que esto pueda parecer una herejía enorme dice:
“Domingo Soto defendió que la Iglesia ‘desaparecería’. Yo no lo sigo conste. Pero
quiero decir que esa opinión no fue condenada…”. (Los Papeles de Benjamín
Benavides, ed. Dictio Bs. As. 1963, p. 273).

“San Pablo lo dice y Nuestro Señor mismo afirmó: ‘¿Cuándo Yo vuelva ¿creéis que
hallaré fe en la tierra?’ ¿Creen ustedes que una apostasía general sería posible si la Iglesia estuviera vigente, llena de pureza, de justicia, de claridad y de luz? Es
imposible. La gran apostasía hace concebible la gran persecución; pero la gran
apostasía no es concebible sin una contaminación…”. (Los Pap. p.273-274).

“(…) la Iglesia cederá en su armazón externo; y los fieles ‘tendrán que refugiarse’
volando ‘en el desierto’ de la Fe. Sólo algunos contados, ‘los que han comprado’,
con la renuncia a todo lo terreno, ‘colirio para los ojos y oro puro afinado’
mantendrán inmaculada su Fe (…)”. (Los Pap. p. 292-293). Tal como hoy se
percibe, el hecho es innegable.

En otra parte el P. Castellani aclara completando la idea: “(…) llegará un día en que
serán solamente un puñado de hombres, porque ‘cuando vuelva el Hijo del Hombre
¿creéis que encontrará fe sobre la tierra?’, porque fe habrá, aunque sean pocos y
perseguidos, en los últimos tiempos. Pero la fe en este sentido significa la fe
organizada, es decir, la Iglesia. La Iglesia -dice el teólogo Domingo Soto- ‘será
quitada del medio’ ”. (Catecismo para Adultos, ed. Grupo Patria Grande. Bs. As.
1979, p. 35-36).

Con todo esto se puede pensar que en su parte humana la Iglesia puede sufrir un
revés mortal, es decir, en una parte de su componente humano, como por ejemplo,
la jerarquía oficial, o la Iglesia oficial (los prelados de la jerarquía de la Iglesia).

Que por un misterio de inefable iniquidad (las profundidades de Satanás), la Iglesia
oficial corrompa la fe; se desvíe y caiga en la herejía y la apostasía, tal cual, vemos desde el conciliábulo Vaticano II, pues no se le puede llamar de otra forma al
constituirse como un Concilio Universal no infalible de la Iglesia.

Por todo esto, Monseñor Lefebvre dijo: “Este Concilio representa, tanto a los ojos
de las autoridades romanas, como a las nuestras, una nueva Iglesia a la que por
otra parte llaman ‘la Iglesia conciliar’. Creemos poder afirmar, ateniéndonos a la
crítica interna y externa del Vaticano II, es decir, analizando los textos y estudiando los pormenores de este Concilio, que este, al dar la espalda a la Tradición y romper con la Iglesia del pasado, es un Concilio cismático. Se juzga el árbol por sus frutos”. (La Nueva Iglesia, ed. Iction Bs. As. 1983, p. 124).

Y más adelante recalca: “Todos los que cooperan en la aplicación de este
trastocamiento, aceptan y adhieren a esta nueva ‘Iglesia conciliar’ –como la designa
Su Excelencia Monseñor Benelli en la carta que me dirige en nombre del Santo
Padre, el 25 de Julio último-, entran en el cisma”. (Ibid. p. 125).

Esto le cae como anillo al dedo (a la medida) a Don Nicola Bux, en respuesta a su
empalagosa, por no decir babosa carta, invitando a Monseñor Fellay y a todos los
miembros de la Fraternidad San Pío X, a ir a Roma confiada y filialmente, para
entrar en la plena comunión, mientras, advierte a su vez, que un rechazo no haría
sino aumentar las tinieblas de un cisma irreparable.

Monseñor Lefebvre, hace una distinción que nunca jamás hay que olvidar y
siempre tener en cuenta, y quizás sea la afirmación más importante ante la Roma
apóstata: “Pero este último tiempo, se nos ha dicho que era necesario que la
Tradición entrase en la Iglesia visible. Pienso que se comete allí un error muy, muy
grande. ¿Dónde está la Iglesia visible?. La Iglesia visible se reconoce por las
señales que siempre ha dado para su visibilidad: es una, santa, católica y apostólica. Les pregunto: ¿dónde están las verdaderas notas de la Iglesia?. ¿Están más en la Iglesia oficial? (no se trata de la Iglesia visible, se trata de la Iglesia oficial) o en nosotros, en lo que representamos, en lo que somos?. Queda claro, que somos nosotros quienes conservamos la unidad de la fe, que desapareció de la Iglesia oficial”. (Fideliter nº 66 noviembre - diciembre 1988).

Sí, Monseñor Lefebvre afirmó categóricamente que la Iglesia visible no es la Iglesia
oficial actual, y lo podemos ver además en este otro pasaje: “Por supuesto, se podrá
objetársenos: ‘¿Es necesario, obligatoriamente, salir de la Iglesia visible para no
perder el alma, salir de la sociedad de los fieles unidos al Papa?’. No somos
nosotros, sino los modernista quienes salen de la Iglesia. En cuanto a decir ‘salir de la Iglesia visible’, es equivocarse asimilando Iglesia oficial, a Iglesia visible. (…) ¿Salir, por lo tanto de la Iglesia oficial?. En cierta medida, sí, obviamente”. (Fideliter nº 66 noviembre- diciembre 1988).

Queda claro con esto, que el oficialismo no es legitimismo, lo oficial no es
necesariamente lo legitimo, la legitimidad. El cisma queda claro que lo producen los modernistas, no nosotros los tradicionalistas; los cismáticos son ellos, es más,
son apóstatas, con y por su ecumenismo. Esto lo afirma Monseñor Lefebvre en su
último libro Itinerario Espiritual al denunciar el ecumenismo apóstata: “Los que
estiman un deber minimizar estas riquezas, incluso negarlas, no pueden sino
condenar a estos dos Obispos y así confirman su cisma y su separación de Nuestro
Señor y su Reino, a causa de su laicismo y ecumenismo apóstata”. (Itinéraire
Spirituel. Séminaire Internationale Saint Pie X, Ecône, 1990, p. 9).

Y no se diga que Monseñor Lefebvre no los señalaba como cismáticos y apóstatas,
pues este texto, que fue suprimido en la edición hecha en el Seminario de La Reja,
por el Padre Guillaume Devillers, así lo demuestra: “Esta apostasía, hace de sus
miembros unos adúlteros, unos cismáticos, opuestos a toda tradición, en ruptura
con el pasado de la Iglesia y luego con la Iglesia de hoy en día, en la medida en la
cual ella permanezca fiel a la Iglesia de Nuestro Señor Jesucristo. (Ibíd. p. 70).

Recordemos además lo que Monseñor Lefebvre dijo en una de sus conferencias
durante el retiro sacerdotal en Ecône, el 4 de septiembre de 1987, después de su
entrevista con el entonces Cardenal Ratzinger, del 14 de julio de ese mismo año:
“Lo que les interesa a todos ustedes, es conocer mis impresiones después de la
entrevista con el Cardenal Ratzinger el 14 de julio último. Lamentablemente debo
decir que Roma ha perdido la fe, Roma está en la apostasía. Estas no son palabras
en el aire, es la verdad: Roma está en la apostasía”.

Y en la misma conferencia más adelante, no titubea en darles el mote bien
merecido de anticristos: “Pienso que podemos hablar de descristianización y que
estas personas que ocupan Roma hoy, son anticristos. No he dicho ante Cristos, he
dicho anticristos, como lo describe San Juan en su primera carta: ‘ya el Anticristo
hace estragos en nuestro tiempo’. El Anticristo, los anticristos; ellos lo son, es
absolutamente cierto”.

Esto que dijo Monseñor Lefebvre hacia el final de su vida, en su último libro:
Itinerario Espiritual, que nos deja como herencia y testimonio, Monseñor Fellay, y
tras él, el nefasto Padre Franz Schmidberger (cual cerebro gris) y un grupito que les
entornan, adulteran el testamento espiritual del fundador en su afán de ser
reconocidos por Roma modernista y apóstata.

¿Qué se puede esperar?, no quedan sino dos caminos: o la afirmación de la fe,
condenando a su vez el error y la herejía, o la claudicación, ya sea solapada sin
acuerdo, o declarada con acuerdo, pero claudicación, al fin y al cabo.

P. Basilio Méramo
Bogotá, Marzo 29 de 2012