San Juan Apocaleta



Difundid Señor, benignamente vuestra luz sobre toda la Iglesia, para que, adoctrinada por vuestro Santo Apóstol y evangelista San Juan, podamos alcanzar los bienes Eternos, te lo pedimos por el Mismo. JesuCristo Nuestro Señor, Tu Hijo, que contigo Vive y Reina en unidad del Espíritu Santo, Siendo DIOS por los Siglos de los siglos.












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"Sancte Pio Decime" Gloriose Patrone, ora pro nobis.





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domingo, 25 de noviembre de 2012

DOMINGO VIGÉSIMO CUARTO Y ÚLTIMO DESPUÉS DE PENTECOSTÉS



Amados hermanos en nuestro Señor Jesucristo:En este último domingo después de Pentecostés la Iglesia quiere concluir el año litúrgico. Y cuando faltan domingos los suple con los domingos de Epifanía, pero deja siempre para la clausura del año litúrgico el domingo al cual corresponde el Evangelio sacado del discurso esjatológico de nuestro Señor Jesucristo. Y mucha atención, digo esjatológico porque como bien dice el padre Castellani, es un error gramatical decir escatológico, porque escatón en griego es lo pornográfico, lo sucio y no lo último como es esjatón; hasta en eso el error sobre los últimos tiempos se insinúa sobre el Apocalipsis, del cual hoy el evangelio nos recuerda la segunda venida de nuestro Señor en gloria y majestad. Con todo lo pavoroso que escuchamos del relato en el evangelio, y la Iglesia, que es madre de la esperanza, quiere que los fieles al finalizar el año litúrgico se encaminen hacia la segunda venida de nuestro Señor Jesucristo, hacia su Parusía con todo lo que la antecede: gran tribulación, abominación de la desolación en el lugar santo, gran apostasía, gran persecución. Por lo mismo, la Iglesia es fundamentalmente esjatológica, apunta hacia la Parusía de nuestro Señor, nos guste o no nos guste. Que la incultura exegética de los predicadores y de los teólogos haya dejado de lado ese aspecto crucial y culminante de la historia del mundo y de la Iglesia es un error imperdonable; la prueba de ello es que la Iglesia no solamente quiere que culmine el año litúrgico con la mirada puesta en la Parusía de nuestro Señor con el Apocalipsis, sino que también, para confusión de los ignorantes y de los malos predicadores que escamotean el Apocalipsis y la Parusía, inicia con el primer domingo de Adviento el año litúrgico también con el texto paralelo de San Lucas, que es igualmente apocalíptico.


Y los que no estén de acuerdo, por error o por ignorancia, no tienen más que mirar con qué evangelio comienza el primer domingo del año, domingo de Adviento, y con qué evangelio culmina el año litúrgico. Esto nos demuestra, mis estimados hermanos, hasta dónde la ignorancia, la estulticia, la desidia, la debilidad del hombre lleva a olvidar las verdades fundamentales. La Iglesia, como una madre sapiente, nos coloca al terminar y comenzar el año litúrgico estos evangelios y sobre todo hoy, cuando no se quiere hablar del fin de los tiempos, del Apocalipsis, por temor, por lo que fuera.


Es la Iglesia que es eminentemente apocalíptica, y me duele decirlo, porque lo que estoy afirmando aquí desgraciadamente no todos los sacerdotes lo dicen, no lo afirman ni lo pregonan a los fieles; es más, a veces hasta se burlan y lo dejan relegado como la gente que hace lo mismo con la hora de la muerte, y que mientras más cerca se la tiene, menos se piensa en ella. Así como queremos ocultar la muerte con mariachis y cuanta música profana hay, así también se quiere escamotear con cualquier cosa el tema crucial de la segunda venida de nuestro Señor, la de su Parusía relatada en el Apocalipsis y por eso no es de extrañar que haya tanto error al respecto a lo largo de los tiempos y más hoy en día.


¿Y qué nos dice el evangelio hoy? Que habrá una gran abominación de la desolación en el lugar santo y nos remite al profeta Daniel, el cual nos habla en tres capítulos de esa abominación. El profeta Daniel dice que el culto y que el templo serán profanados, que se quitará el verdadero sacrificio y que se instaurará uno falso, una idolatría y se caerá en la apostasía; con esto vemos la corrupción del rito sagrado de la Iglesia católica, apostólica y romana, por el fanatismo puesto en el lugar santo, el ídolo, la abominación, a la cual también se refiere el profeta Daniel. Ya lo hubo en el Antiguo Testamento cuando Antíoco Epífanes puso la estatua de Júpiter en el templo (también Pilatos con la estatua del César) originando la lucha de los macabeos por la defensa del culto de Dios, destronando esa abominación de la desolación en el lugar santo, esa idolatría, esa apostasía. Por eso el evangelio de hoy nos remite a Daniel, para que tengamos inteligencia, conocimiento de qué podría ser esa abominación en el lugar santo.


Esa execración la vemos hoy comenzada, instaurada en la profanación del culto, de la Santa Misa, ya que la nueva es hecha según el corte y el concepto protestante, con todo lo que eso acarrea. ¿Por qué creen los fieles, que las iglesias de hoy no son como las de antes y sin embargo permanecen en los mismos edificios? El altar ya no está donde debiera, hoy sólo es una mesa; el tabernáculo queda en un rincón; esos bailes, músicas y cantos profanos, todo eso es porque hay un nuevo culto, habiendo destronado la Misa católica que es la que conservamos.


Y ¡ay de quien ose decir algo!, porque a ése se le persigue, se le excomulga, mientras a los excomulgados, que son enemigos de la Iglesia, se les invita como amigos; es absurdo y abominable, pero es así. Y los falsos cristos, los falsos profetas, esos falsos predicadores en el nombre de nuestro Señor, en el nombre de la Iglesia, enseñarán el error sutilmente promovido y la verdad será oscuramente perseguida. También eso lo vemos hoy, como la cantidad de herejías, ya que cualquier fiel que se dice católico piensa que fuera de la Iglesia católica hay salvación; ¿qué fiel de la Iglesia católica piensa que uno no se puede salvar en las falsas religiones? Entonces, ¿qué diálogo puede haber con el error? Ninguno. Esa es la obra del ecumenismo, falsos cristos, falsos profetas, la gran tribulación de la que habla nuestro Señor, cual no habrá jamás.
Santo Tomás, comentando el pasaje de hoy, nos dice y nos precisa que la corrupción doctrinal llegará a tal punto que si no se abreviaran los tiempos, aun los elegidos, es decir, los buenos, los que profesan la verdadera doctrina, caerían en el error, seducidos por él, por la presión de la aberración que pontificará, que tendrá el peso de la autoridad, que tendrá la investidura de la verdad, pero que es error y herejía. Y nuestro Señor dice que así como vemos la higuera cuando comienza a retoñar, y nos damos cuenta de que el verano comienza, así cuando percibamos todas estas cosas tengamos presente que su segunda venida está próxima, pronta, a las puertas. Por eso no es descabellado ni absurdo pensar que toda esta crisis no solamente social, política, económica, familiar, mundial, sino también religiosa, moral y doctrinal que afecta a la Iglesia misma, al clero mismo y a los fieles con todo lo que vemos, es el presagio de la gran apostasía, de la gran idolatría, de la abominación, de la desolación en el lugar santo y de la pronta venida de nuestro Señor en gloria y majestad.


Esa es la inteligencia, la comprensión y la exegesis del evangelio de hoy; poco más o poco menos, es la idea que la Iglesia nos quiere dar al terminar el año litúrgico y al comenzarlo también. Debemos estar hoy más preparados que nunca para que el error que campea dentro de la Iglesia no nos corrompa, así como campeó el error en el tiempo de los macabeos, en el templo con la estatua de Júpiter, con la estatua de César, con la efigie de Adriano.


¿Acaso no se puso en Asís, en la iglesia de San Pedro la estatua de Buda encima del sagrario? y luego, ¿qué pasó con Asís? El terremoto de la ira de Dios; ¿qué pasó con la iglesia de San Pedro? Todavía la están reconstruyendo; no son solamente imágenes, son hechos. La idolatría se enseña hoy bajo un falso cristianismo, bajo una falsa religión dentro de la Iglesia y esa es la abominación, por eso se necesitan macabeos, martillos, como su nombre lo indica –macabeo significa martillo–, con el celo al servicio del verdadero culto de Dios y esa fue la figura de Monseñor Lefebvre, que se levantó como uno de los macabeos por el honor y la gloria de Dios, para destronar la idolatría instaurada dentro del templo.


Esa es la necesidad de que haya un reducto fiel de la verdadera Iglesia católica, apostólica y romana que no está en cualquier esquina, sino donde se adora al verdadero Dios, rindiéndole el verdadero culto que únicamente garantiza la Misa de siempre, la Misa de San Pío V; de eso no nos debe caber el menor error y si lo hay es por ignorancia, por negligencia, por falta de interés religioso. Nos da lo mismo, una cosa que otra, porque como hoy todo es light, es igual, no importa que sea lo uno o lo otro, todo se vale, para eso es la “libertad” que se proclama hoy; libertad en definitiva para hacer todo lo que el hombre quiere, aun conculcar los derechos de Dios. ¡Qué mayor abominación! ¡Qué mayor desastre apocalíptico! Pero hacia eso vamos y lo estamos viviendo, por lo cual debemos tomar en serio las cosas, con interés religioso y con fe, esperanza y caridad, combatir por la verdad para defender a la Iglesia católica, para que no sea una cueva de ladrones, para que no sea un panteón de todos los falsos dioses, sino para que sea la cátedra de la verdad.


Pidámosle a nuestra Señora, la Santísima Virgen, que nos ayude a pasar esta prueba que llegará al culmen con lel enaltecimiento de la iniquidad, hecha persona con el Anticristo que se entronizará en la Iglesia y se hará adorar como si fuese Dios, es decir, proponiendo un falso culto, el culto del hombre que vemos hoy, engañando. Hombres que por desatentos, o por dejadez, o por lo que fuere, no han sabido defender su religión. De ahí la necesidad de pedirle a Ella que ha aplastado todas las herejías, para que nos sostenga en esa hora crucial y apocalíptica a la cual se refiere este evangelio, pero que nos da la gran esperanza de la Parusía de nuestro Señor glorioso y majestuoso. Pidámosle a Ella que nos fortifique y nos consuele en esta agonía, terrible agonía de la segunda crucifixión de nuestro Señor en su Iglesia que es su cuerpo místico. +





BASILIO MERAMO PBRO.
25 de noviembre de 2001


ESPECIAL:

AUDIO DEL SERMON DEL ÚLTIMO DOMINGO DEPUES DE PENTECOSTÉS
EN VERACRUZ MEXICO
NOVIEMBRE DEL 2008





Dom XXVIII último de Pentecostés 08.WMA

domingo, 11 de noviembre de 2012

QUINTO DOMINGO DESPUÉS DE EPIFANÍA

Amados hermanos en nuestro Señor Jesucristo:
La Misa que hoy celebramos corresponde al quinto domingo después de Epifanía. Como todos saben, los domingos después de Pentecostés varían entre 23 y 28 domingos, entonces esos 24 domingos después de Pentecostés se completan con los domingos de Epifanía y la razón es debida a la fiesta de Pascua, que es una fiesta móvil y de acuerdo con esa movilidad acontece esta variación.
En el evangelio de hoy vemos cómo está la cizaña en medio del trigo. Santo Tomás de Aquino, en su comentario al Evangelio de San Mateo, dice que en la otra parábola anterior a ésta nuestro Señor quería mostrar la causa, el origen del mal, ab extrínseco, es decir, el origen del mal desde afuera y que con la parábola de hoy, de la cizaña, porque la otra era la del sembrador, quiere mostrar el origen, la causa del mal desde adentro, ab intrínseco.
Es una gran lección. El mal siempre ha sido motivo de discurso filosófico y también por desgracia lo ha sido de escándalo; no olvidemos que la interpretación que se hacía del origen del mal produjo esa gran herejía maniquea que perduró hasta la Edad Media con los albigenses, con los cátaros. Los maniqueos hacían del principio del bien a Dios y del principio del mal al demonio o a un origen maligno, estableciendo esa dualidad, por decir un poco grotescamente, un Dios comienzo del bien y un dios comienzo del mal; o un demonio tan poderoso como el Dios del bien, tanto, que la materia era producida por el mal y, por lo mismo, no podía ser bueno lo que proviniese de la materia.
Muchos entonces conculcaban el matrimonio y la procreación legítima; era imposible que Dios se encarnase porque cómo iba a tomar un cuerpo humano si esa carne era mala; y qué se diría de la comunión, que vamos a comulgar un cuerpo, la sangre de nuestro Señor, si eso entonces también es malo y así sucesivamente se destruiría toda la realidad sobrenatural y sacramental de la fe católica. Todo lo anterior por no tener una concepción verdadera del origen del mal.
Y nuestro Señor quiere mostrar, primero, que existe el mal, que es una realidad y quiere exponernos su causa. Éste existe de mil y una formas. El mal no se origina en Dios sino que es introducido por el maligno, Satanás, que como criatura espiritual libre, reniega y apostata de Dios y quiere que todo el cosmos, que todo el universo que está por debajo de esa realidad angélica, también haga el mismo acto de repudio de Dios. Ahí se inicia el mal en oposición al bien que de suyo es difusivo, porque el bien se difunde por sí mismo. Por eso el bien es caritativo, se da, se entrega, mientras que el mal quiere negar el bien. Si vemos a nuestro alrededor el mal a través de las enfermedades, a través de la muerte, es por el pecado y no solamente el de los ángeles malditos, sino el de cada uno de nosotros que se suma en ese acto de repudio.
De allí vienen las secuelas de ese mal que se va multiplicando porque va deteriorando nuestro universo, va corrompiendo la materia, por eso hoy vemos tantas enfermedades degenerativas como el cáncer, que es una descomposición de los tejidos. Ya las enfermedades no son las mismas de antaño, sino más bien una putrefacción, para mostrar cómo se acrecienta ese mal a través de las generaciones. Por eso no debemos escandalizarnos cuando vemos a un niño que nace sin culpa o que muere inocentemente, porque mucho más lo fue nuestro Señor y murió en la Cruz.
Dios deja el mal también como un modo de manifestar el bien si se lo asocia a la Cruz, si se lo acepta. Por eso la Cruz es un escándalo para los paganos y para el mundo de hoy. En cambio, para nosotros, lejos de ser un escándalo es una gloria, es un triunfo, porque todo mal que suframos va asociado a la Cruz redentora de nuestro Señor Jesucristo. El mundo de hoy, pagano e impío, no quiere que se le hable del mal, quiere negarlo; aunque lo tiene a su alrededor lo ahoga y lo aprisiona, quiere rechazar esa realidad; cuando alguien se muere, nadie quiere velarlo en casa; cuando alguien tiene una enfermedad pretende que el médico haga milagros, que se le alargue la vida de un modo inhumano, pero hay que saber dejar fallecer a la gente y hay que saber hacerlo.
El mundo de hoy no sabe morir, no quiere, está lejos hoy el sacrificio, la abnegación. Por eso la separación de los matrimonios que no saben sufrir, no saben soportar y mucho menos ofrecer ese padecimiento como un medio de merecer el cielo. Muy al contrario, se gusta de la televisión, de la pornografía, de todo aquello que exalte los apetitos y las pasiones; se quiere tener libertad sin freno para todo aquello que caprichosamente se nos venga en gana, cuando es otra la realidad que la Iglesia y Dios nos proponen. De igual manera se quiere una religión que no hable de sacrificios, que vaya en consonancia con ese ideal mundanal, que no se nos mencione el infierno, el pecado, una religión donde todo sea lícito, según el parecer o conciencia de cada uno.
Pues bien, esa religión ya existe y usurpa el nombre de católica pero no es la verdadera que está en la Tradición de la Iglesia católica, apostólica y romana. Por supuesto entonces hay una nueva misa que no es católica y sin embargo es la que hoy la gente está obligada a escuchar. Quiere oírla pero no es misa sino que es una synaxis sin altar, una mesa como quería Lutero, sin sacrificio, sin calvario, sin cruz. Esa nueva religión sin Cruz es la que hoy está destruyendo a la Iglesia y que será la religión del anticristo, mis estimados hermanos. Porque no puede existir una religión católica sin Cruz. Y el sacerdote que predique un cristianismo sin Cruz es un agente camuflado del anticristo, no es un sacerdote de Dios.
Ese es el drama de la hora presente que no me cansaré de advertir porque vivimos muy distraídos, no queremos que se nos recuerde el Apocalipsis, como no nos gusta que se nos recuerde que nos tenemos que morir. Pues todo lo contrario, hay que tener presente la muerte y muy presente el Apocalipsis para tener la inteligencia de los acontecimientos que hoy nos fustigan y que culminarán en la gran apostasía del anticristo, pero que gracias a Dios, como dice San Pablo en su carta a los Tesalonicenses, será destruido por la presencia de nuestro Señor, por la Parusía de nuestro Señor. Satanás no quiere que se hable de la Parusía porque sabe que será destruido el anticristo, el lugarteniente del demonio aquí en la tierra con la presencia y majestad de Cristo Rey, bajando del cielo. Lo dicen las Escrituras, pero desgraciadamente no lo queremos tener presente, ni tenerlo en cuenta, ni que se nos recuerde.
Lamentablemente la mala formación del clero, no de hoy sino de muchos años atrás, ha hecho que todas esas verdades no sean firmemente recordadas a los fieles por lo que parecería un loco aquel que lo haga pues estaría fuera de contexto. Personalmente, me importa muy poco estar fuera de la moda; es más, si queremos conservar nuestra fe, la fe católica, apostólica y romana, si queremos morir en la verdadera Iglesia de Dios en los momentos actuales que nos toca vivir, debemos tener una espiritualidad profundamente apocalíptica para defendernos del mal que destruye la Iglesia, brindándonos una religión sin Cruz.
Esa es la misión de todo sacerdote modernista, propagar una religión sin Cruz, una religión sin dogma de fe; eso es el ecumenismo, mancomunar a todos los hombres en un credo sin dogmas que dividan, es una realidad. ¿Qué pasa con ese proceso sino la judaización de la Iglesia católica? El baluarte de la verdad está en la sacrosanta religión católica que se conserva en la Tradición. Ahora bien, no puede haber Iglesia Católica sin tradición, que no es de hombres sino divina y no es más que la transmisión del depósito de la fe desde nuestro Señor Jesucristo y los apóstoles; es la que nos da la garantía de la verdad, aunque seamos una ínfima minoría. Y como minoría tenemos que ser valientes para defendernos de cara al mundo, porque en el nombre de Dios se nos cortará la cabeza. Vaya si no habrá peor fariseísmo, pero esa será la realidad.
“No todo aquel que dice ¡Señor, Señor! se salvará”, no todo el que dice ¡Dios, Dios! se salvará, porque Dios, el Dios verdadero es Uno y Trino y no es el falso dios de los mahometanos, de los judíos, de los testigos de Jehová, de los protestantes, de los budistas, de los animistas, sino el de la revelación. Ese es nuestro Dios que se hizo carne para redimirnos y salvarnos del mal. Ese mal que debemos tener presente existe, al igual que el enemigo, pero no debemos escandalizarnos y, eso sí, cuando lo detectemos, cercenarle la cabeza; por eso la Iglesia tiene el arma de la excomunión que es guillotinarle la cabeza a cualquier miembro que está pudriendo desde dentro la fe. También hay que saber sufrir el mal porque no siempre es fácil detectarlo y al arrancarlo, porque podemos también arrancar trigo; esa es la espera de la parábola de hoy, espera hacia el final para que sin confusión ni error se separen los buenos de los malos y que mientras tanto sepamos padecer a los malos y rezar por su conversión para que también se salven, para que no rechacen a Dios ni a la Iglesia; por eso la Iglesia es misionera.
Pidamos a nuestra Señora, la Santísima Virgen María, que podamos perseverar en el bien y la verdad para que proclamemos siempre en alto esa profesión de fe y así ser fieles testigos de la verdad que es Dios nuestro Señor. +
PADRE BASILIO MERAMO
10 de noviembre de 2002

miércoles, 7 de noviembre de 2012

FOCOS DE RESISTENCIA



      En el Eleyson número 277 del domingo 4 de Noviembre de 2012, Monseñor Williamson lanza conceptos sobre realidades y situaciones que conviene bien  distinguir sin confundirlas, pues da la impresión que están mezcladas, lo cual se  presta a confusión y paraliza la reacción (enérgica resistencia). Una cosa es el  pretender reagrupar una Fraternidad Bis, lo cual a mi parecer, es algo completamente inviable en la coyuntura actual histórico-teológica, y otra muy  distinta, es la resistencia o “focos de resistencia” como le llama, que no depende para nada de lo anterior.
 
      Pero esta resistencia debe de ser manifiesta, activa y no agazapada, pasiva, por todos y cada uno de los sacerdotes, que con Obispo o sin Obispo, - pero si hay uno,   muchos mejor - quieran mantenerse firmes en la fe, sin compromisos, sin colaborar ni participar, ni de lejos ni de cerca, en la claudicación light, suave y anestésica que está propinando el actuar tanto de Roma modernista apóstata y anticristo, así como también la de Monseñor Fellay y sus secuaces.
 
 
     Resistencia, que hoy es tarde, (aunque más vale tarde que nunca), pero que  mañana sería demasiado tarde, y por lo mismo ineficaz e inútil.
 
 
     La expulsión de Monseñor Williamson, es un hecho que debiera de servir como detonante para abrir los ojos de la crítica situación en que se encuentra la Fraternidad Sacerdotal San Pío X con sus obispos, sacerdotes y fieles en torno suyo.

 
     Estoy plenamente de acuerdo en hablar de focos de resistencia, dispersos por el mundo, cual pusillus grex (pequeño rebaño fiel) manteniendo cada sacerdote en torno suyo, allí donde esté, a los fieles que pueda atender; y todos estos focos de resistencia permanezcan unidos por el lazo de la fe, la cual nos une y religa a Cristo y a su Iglesia, ya que es justamente el Anticristo, como bien lo define San Juan: “qui solvit Jesum"

(quien disuelve a Cristo), lo que destruye y diluye la fe, y divide la Iglesia separándonos de Cristo.


     Creo que si tuviésemos en cuenta todo esto, todos sabríamos qué hacer, de manera firme, enérgica, prontamente, con diligencia y sin tardanza, sin dudas ni titubeos, porque la fe no admite dudas, ni tampoco la defensa de la fe, y podríamos cumplir con la misión a la que la Divina Providencia nos tiene destinados. Dudar es claudicar, entiéndanlo bien, ¡hombres de poca fe!, pues eso es lo que lamentablemente parece, eso es lo que está sucediendo, tanto en el ámbito sacerdotal como en el episcopal de la Fraternidad, pues el pez comienza a podrirse por la cabeza.
 
 
     Luego, queda claro y evidente, que si Monseñor Williamson es un verdadero hombre de Dios como digno sucesor de los Apóstoles, debe distinguir bien las cosas y actuar en consecuencia, pues de lo contrario, obliga a pensar que se aprovecha de la confusión para enmascarar una política de disolución ante una verdadera y  franca resistencia. A las cosas hay que llamarlas por su nombre, no le queda otra  alternativa a Monseñor Williamson que definirse por sus actos, pues por los actos  (los frutos) se juzga al árbol. Muchos sacerdotes han quedado descorazonados al no verse respaldados por Monseñor Williamson, cuando estaban justo a punto de  reaccionar y actuar; pues habiéndoseles dado en un principio el espaldarazo, después vino el frenazo, quitándoles la escalera y dejándolos colgados de la brocha;  ya que todo esto no hizo sino favorecer, dialéctica y sutilmente, la obra de destrucción que la Roma modernista, anticristo y apóstata, con guante de seda, ha perseguido siempre: diluir toda verdadera resistencia, y así aniquilar la Sacrosanta Tradición Infalible de la Iglesia.
 
 
P.Basilio Méramo
Bogotá, Noviembre 7 de 2012

domingo, 4 de noviembre de 2012

DOMINGO VIGÉSIMO TERCERO DESPUÉS DE PENTECOSTÉS

 
Amados hermanos en nuestro Señor Jesucristo:

Escuchamos en este evangelio el relato de los dos milagros que hace nuestro Señor Jesucristo, el de la mujer que padecía flujo después de muchos años y el de la resurrección de una niña. Muestra ese poder que tiene incluso sobre la muerte, Él mismo que ha dicho que resucitaría y que nos prometió la resurrección universal de todos los hombres; que resucitaríamos con nuestros propios cuerpos, unos para bien y otros para mal, manifestando así el poder sobre la misma muerte, mostrando así que Él es el camino, la verdad y la vida. La vida tanto natural como eterna, tanto del orden natural como sobrenatural, la del alma, la resurrección del alma que revive cada vez que arrepentida se confiesa; hay una resurrección sobrenatural de esa alma a la gracia de Dios y por eso nuestro Señor hizo tres milagros de resurrección y con la de Él, el cuarto.

Resucitó a la niña de la que la tradición dice que era hija de Jairo, la del hijo de la viuda de Naím, un joven, y la de Lázaro, un hombre mayor, y con estas tres resurrecciones dice San Agustín que muestra así los tres grandes estadios de la vida espiritual, los que comienzan como niños, las que continúan como adolescentes o jóvenes y la de los que culminan como hombres ya maduros.

Así invita nuestro Señor a que tengamos en Él esa fe que, como vemos, a veces pedía para hacer sus milagros y a veces no; en ocasiones la exigía como una concausa o causa moral para hacer el milagro, pero otras no. A Lázaro no le preguntó si quería ser resucitado o no, si tenía fe o no, sino que lo resucitó, tampoco al hijo de la viuda de Naím. Pero la fe siempre está implícita, sea antes, cuando la pide, o si no después, para que creyendo vean y tengan fe y crean que Él es el Cristo, el Mesías. Pero lo que más le importaba a nuestro Señor no era tanto hacer el milagro sino la predicación del evangelio, y los prodigios que hacía eran como para que a aquella gente le fuera más fluida su conversión y creyeran así en su predicación del Evangelio. El Evangelio que fue predicado por los apóstoles y que será enseñado hasta el fin del mundo; de ahí lo esencial en la Iglesia, la exhortación que no puede faltar; podrán faltar los milagros, pero no la predicación de la palabra de Dios y esa es la obra misionera de la Iglesia.

En la resurrección que hace nuestro Señor de esta niña nos muestra que Él tiene ese poder sobre la vida y sobre la muerte. La hora suprema que no podemos olvidar; nacemos para morir pero morimos para vivir eternamente en Dios si fallecemos en su gracia. Que la pereza carnal no nos impida pensar en la muerte, nos haga tenerla allá, alejada, sino que cada día estemos conscientes de ella; es más, aun sabiendo que vamos a morir tener presente esa inmolación de cada día, ofreciéndosela a Dios y así sacrificando nuestra vida y no viviendo como aquellos a los cuales alude San Pablo que su dios es el vientre, el placer, que son enemigos de la Cruz de Cristo y que sufren pero no saben inmolarse ofreciendo ese sufrimiento.

El cristianismo nos enseña a ofrecer los padecimientos y esa ofrenda es justamente la inmolación que hizo nuestro Señor de su propia vida, la que nos deja su testamento en la Santa Misa, la que tenemos que hacer nosotros voluntariamente cada día y así vivir católicamente, no como vive el mundo que quiere alejar la muerte a todo precio; no se quiere hablar de ella, se la quiere apartar, hacer desaparecer, ocultarla; no se quiere velar un muerto en su casa, les da miedo, asco, pánico, cuando es saludable despedirse de los seres queridos rezando por ellos y no que queden abandonados en esos sitios velatorios. Puede haber necesidad, pero que no sea esa la costumbre, porque nadie quiere en definitiva tener el muerto en casa cuando eso forma el espíritu cristiano, da ejemplo a toda la familia, hace recapacitar y también ayuda para implorar por el alma del ser querido.

Hoy no se entierra sino que se crema; la cremación siempre ha sido condenada por la Iglesia ya que es antinatural; el cadáver debe corromperse naturalmente, no violentamente; esa es una costumbre masónica y de paganos, todo lo demás hay que dejárselo al proceso natural de aquello que fue tabernáculo del Espíritu Santo y por eso no debemos olvidar que incluso nuestra vida en esta tierra es una lenta muerte para resucitar en Cristo nuestro Señor; sólo eso nos hace alejar de los gozos y de los placeres terrenos, del mundanal ruido, como aquellos que dice San Pablo que “viven para el vientre, para el placer y son enemigos de la Cruz de Cristo”. La gente pidiendo las cenizas de lo que no es más que un chicharrón o las cenizas del curpo que fue cremado antes, porque no se crea que le van a guardar a la familia, y dar pulcra y santamente lo que quedó allí cremado.

No reflexionamos ni razonamos como deberíamos en esas cosas es saludable pensar en la muerte y ofrecer cada día ese lento acercarnos a ella con la esperanza en la resurrección, en Jesucristo, en la de resucitar en cuerpo glorioso como nuestro Señor Jesucristo, a su imagen. Tengamos esa fe profunda en Él y en la resurrección a través de Él.

Pidamos a nuestra Señora, la Santísima Virgen, que está en los cielos; a Ella, asunta después de su resurrección anticipada sin pasar por la corrupción cadavérica, pues su cuerpo era inmaculado por lo que se habla de una dormición, porque fueron muy breves los instantes de su muerte siendo elevada a los cielos como Reina de todo lo creado, pero queriendo asociarse a los sufrimientos y a la muerte de nuestro Señor que era inocente, inmolado, para redimirnos de la muerte.

Ella quiso ser corredentora muriendo por amor a nuestro Señor, por eso Santo Tomás y toda la escuela tomista fieles a él hablan de la muerte de nuestra Señora de una manera que la gente no se escandalice con una mala explicación o idea inexacta. Claro está que cuando Santo Tomás habla de la muerte de nuestra Señora no la asemeja en nada a nuestra muerte ya que nosotros sí sufrimos corrupción; Ella quedó incorrupta, su muerte fue breve y solamente para asociarse más a la obra redentora de nuestro Señor Jesucristo, demostrándonos así su amor a Dios y a nosotros como hijos suyos y también su amor a la Iglesia.

 
Pidamos a Ella, a nuestra Madre, que nos cobije y nos proteja bajo su manto y que podamos vivir una vida cristiana; que nos socorra en el momento culminante de nuestro paso por la tierra que será la hora y el día de nuestra muerte. +
 
PADRE BASILIO MERAMO
11 de noviembre de 2001