San Juan Apocaleta



Difundid Señor, benignamente vuestra luz sobre toda la Iglesia, para que, adoctrinada por vuestro Santo Apóstol y evangelista San Juan, podamos alcanzar los bienes Eternos, te lo pedimos por el Mismo. JesuCristo Nuestro Señor, Tu Hijo, que contigo Vive y Reina en unidad del Espíritu Santo, Siendo DIOS por los Siglos de los siglos.












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"Sancte Pio Decime" Gloriose Patrone, ora pro nobis.





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jueves, 30 de agosto de 2012

Pero, ¿Acaso sería factible hoy la Consagración de Rusia?



Es hoy "moneda corriente" dentro de una parte del mundo "católico", incluso dentro de no pocos sectores "tradicionalistas", la pueril ilusión de que aún es posible la consagración de Rusia. A estos nostálgicos, "prestidigitadores" del mensaje de Fátima, que adolecen de conocimientos básicos de la gramática más elemental, pues es evidente que vacan y les faltan conocimientos gramaticales, por lo menos, en lo que al futuro imperfecto se refiere. El futuro imperfecto puede tener diversos matices; uno sería el desiderativo, potencial, es decir inacabado e incierto, por ejemplo: "no matarás; no jurarás en vano", ¿Quiere acaso decir que esa persona o personas a las que se impone el mandamiento, no matarán o no jurarán en vano? También puede contener una conjetura o probabilidad: para indicar el carácter robable o posible de una acción y para formular hipótesis, cuando el hablante no está seguro, utilizando el si condicional. Por otra parte el llamado futuro de mandato, aunque tenga un sentido prospectivo y un carácter modal de obligación, equivalente a un imperativo, utilizado para dar órdenes tajantes y categóricas, aún tratándose de órdenes, leyes, mandamientos, etc., de una inmensa fuerza, que no ofrecen la posibilidad de ser rechazadas o de rebelarse ante ellos, siempre existe la posibilidad de que lo mandado se realice o no. Véase por ejemplo el mandato de Dios en el Paraíso Terrenal a nuestros primeros padres.....

La frase: "el Papa me consagrará Rusia" no quiere decir que aquel no se niegue y no haga caso de lo mandado, donde existe una conjetura, una probabilidad... como así ha sucedido. Además el sentido que da Nuestra Señora a la frase en cuestión, es un sentido cuasi potencial, desiderativo, si no ¿por qué Nuestra Señora deja en el aire la posibilidad de su no cumplimiento? «Vendré a pedir la Consagración de Rusia a mi Inmaculado Corazón y la comunión reparadora de los primeros sábados. Si atienden mis deseos Rusia se convertirá y habrá paz; si no, esparcirá sus errores por el mundo, promoviendo guerras... varias naciones serán destruidas.» Errores que ya, desafortunadamente, han sido esparcidos por el mundo, pues hoy tendríamos que plantearnos incluso, si no está más corrompido el Occidente antes Católico que la antigua URSS. Queda claro además, que Nuestra Señora presentó la disyuntiva: si o no.

Puede haber también un futuro imperfecto con valor concesivo: Aunque no cumpláis con lo pedido..... sería el siguiente caso:

“Para salvarlos, el Señor quiere establecer en el mundo la devoción al Corazón Inmaculado de María. Si se reza y se hace penitencia, muchas almas se salvarán y vendrá la paz. Pero si no se reza y se hace penitencia, muchas almas se salvarán y vendrá la paz. Pero si no se reza y no se deja de pecar tanto, vendrá otra guerra peor que las anteriores, y el castigo del mundo por sus pecados será la guerra, la escasez de alimentos y la persecución a la Santa Iglesia y al Santo Padre. Vengo a pedir la Consagración del mundo al Corazón de María y la Comunión de los Primeros Sábados, en desagravio y reparación por tantos pecados. Si se acepta lo que yo pido, Rusia se convertirá y vendrá la paz. Si no, esparcirá sus errores por el mundo y habrá guerras y persecuciones a la Iglesia. Muchos buenos serán martirizados y el Papa tendrá que sufrir mucho. Varias naciones serán aniquiladas. Pero al fin mi Inmaculado Corazón triunfará”.

Este último futuro, "triunfará", sí que tiene un valor absolutamente categórico, pues es nada mas y nada menos que la palabra de Nuestra Señora, y de Ella y sólo de Ella depende su realización.

Queda pues de manifiesto que aunque no se cumpla el deseo de Nuestra Señora, al fin su Inmaculado Corazón triunfará. ¿Cuándo? al fin, es decir al unísono con el triunfo de Cristo Rey, muy sencillo: en la Parusía de Nuestro Señor. Todo lo demás no son sino elucubraciones pretenciosas y deducciones ridículas, propias todas ellas de mentes calenturientas, empobrecidas, desestructuradas y faltas de sentido común.

El problema de todo esto sigue siendo que no existe la visión apocalíptica del momento actual y éste es precisamente el centro fundamental del mismo. O se profundiza teológicamente, haciendo una exégesis afortunada y concienzuda del Apocalipsis de S. Juan, que bastante literatura hay al respecto, o llegará la Parusía y seguirán pensando en la ya caduca, anacrónica e imposible consagración actual de Rusia.

Andrés Carballo.
-- o --

Esta importante aclaración de Andrés Carballo, ha sido para mí muy reveladora y esclarecedora sobre un problema que desde hace mucho tiempo me planteaba el Tercer Secreto de Fátima, sobre la consagración de Rusia. Pues en realidad había algo que no cerraba, que no encajaba con la situación actual en la que vivimos. Además, a partir del año 1940 los errores que Rusia esparciría por el mundo, comenzaron a desencadenarse, siendo la Segunda Guerra, el inicio de ellos. Con lo cual a partir de esa fecha la consagración sería tardía y por lo tanto la condición no tendría lugar; incluso la consagración de Pío XII en 1952 (7 de julio), como también las otras dos
efectuadas en 1942 (31 de octubre y 8 de diciembre), sin entrar a considerar si fueron hechas según las exigencias de la Santísima Virgen, en si mismas, fueron tardías (post-factum), pretendiendo evitar lo que ya estaba desencadenado, porque el que debió hacerlo era Pío XI y antes del año 1940; cuando precisamente, por no haber cumplido la voluntad expresa de la Señora del cielo, comenzaron los males, y es absurdo pretender evitar esos males cuando ya han comenzado.

El grave problema es que la mayoría del clero y de los fieles tienen una concepción trasnochada sobre Fátima y la consagración de Rusia, pretendiendo que aún hasta el día de hoy ella es posible, como si no estuviéramos sufriendo las últimas consecuencias por no haber cumplido lo requerido por Nuestra Señora, y por piadoso que parezca, es de una estulticia tan asombrosa que no tiene nombre, pues crea falsas expectativas y esperanzas que están fuera de lugar y del contexto histórico, como si no estuviéramos sufriendo todos estos males, que se hubieran podido evitar si la consagración hubiese sido hecha antes de 1940, cuando ya habían comenzado los
males anunciados.

Da pena, pero esto muestra a veces el infantilismo espiritual de la gran mayoría del clero que no sopesa con profundidad y sabiduría el momento histórico en que vivimos, con el agravante de desvirtuar la recta inteligencia e interpretación de los hechos históricos, torciendo el mensaje (profecía apocalíptica) de Fátima que no vino sino a confirmar lo que ya había sido dicho en La Sallete: que la Iglesia sería eclipsada y que Roma perdería la fe y sería la sede del Anticristo; palabras tremendas que muy pocos han podido dilucidar por falta de nitidez y de visión apocalíptica. Todo lo cual tiene el agravante de hacernos vivir una piadosa fantasía pero falsa y desprovista de verdad.

A mí personalmente la frase en cuestión: "El santo padre me consagrará Rusia" nunca me cuadraba o encajaba dentro del contexto histórico que vivimos. Pues de una parte ¿De que servía la consagración después que la hecatombe comenzó? Impedirla era tarde; a lo sumo se obtendría una atenuación pero no una total liberación de los males que de todos modos habría que sufrirlos, por haber desatendido la voz del cielo.

De otra parte ¿Qué clase de consagración se podía esperar de los Papas conciliares y post-conciliares y de todo el episcopado que les sigue en su error? ¡Absurdo!, cuando ellos mismos son parte del gran castigo anunciado en Fátima, puesto que se señalaba una pérdida cuasi total de la fe. Y como ya dijimos, aún si hubiera sido correctamente hecha la consagración por Pío XII, fue ya muy tarde; pues la consagración conseguiría evitar los males, no atenuarlos o rebajarlos, pues lo que quería al parecer la Voluntad Divina era detener milagrosamente, por la intercesión del Inmaculado Corazón de María y el honor de la Madre de Dios, los males que Rusia esparciría y mostrar al mundo su intercesión milagrosa.

Entonces, con esta aclaración gramatical de Andrés Carballo, se ve que ese futuro no es ni puede ser una infalible realización como hasta ahora todos o casi todos así pensábamos, sino que hay una potencialidad intrínseca como queda explicado muy breve aunque claramente en su escrito.

!Eureka! Me atrevo a proclamar, pues para mí ese “misterio” (problema) que no encajaba por ningún lado, con esto queda completamente superado.

Que Sor Lucía haya dicho que Rusia se convertirá al final, eso no quiere decir que se deba a la consagración, sino que al fin y al cabo, a pesar de todo, Rusia se convertirá como se convertirán los judíos y se convertirán todos los pueblos y habrá un solo pastor y un solo rebaño.

De otra parte, no hay que confundir los males que Rusia propaga e inflige, con los cañones rusos, pues se trata del comunismo que no son esos cañones, sino el humanismo ateo. Claro que este humanismo tiene una versión menos rústica y más pulida, como es la democracia antropoteísta que tanto el capitalismo como el comunismo alaban e incluso es la nueva religión que proclama la neo Iglesia post conciliar y la Roma Modernista Anticristo.

También hay que tener en cuenta que toda profecía está al servicio de la gran profecía pública y escriturística de la Iglesia que es el Apocalipsis, único libro profético del Nuevo Testamento; por lo cual todo tiene que concordar con él. El problema está en que falta una exégesis apocalíptica en los medios clericales, que desde hace mucho tiempo tienen alergia a todo lo que hable de Apocalipsis y Parusía. Y es por eso que la mayoría de los “fatimólogos” no dan en el clavo.

No queda más que el triunfo del Inmaculado Corazón y del Sagrado Corazón de Jesús o sea de los Sagrados Corazones que triunfarán al unísono, al fin y al cabo y a pesar de toda la gran hecatombe apocalíptica, gran tribulación, gran apostasía, abominación en el Lugar Santo y misterio de iniquidad, el día de la Gloriosa Parusía.

Basilio Méramo
Bogotá Agosto 30 de 2012
Fiesta de Santa Rosa de Lima

domingo, 26 de agosto de 2012

DOMINGO DECIMO TERCERO DESPUÉS DE PENTECOSTÉS


Amados hermanos en nuestro Señor Jesucristo:

En el evangelio de hoy vemos la curación de los diez leprosos y el reproche que nuestro Señor hace ante la ausencia de los otros nueve, dado que sólo uno de los diez vino a agradecerle y a reconocerle como Dios. Todos los santos padres interpretan, como señala el padre Castellani, que es el evangelio de la gratitud y la ingratitud, y por eso nuestro Señor en cierta forma reprocha esa ingratitud de los otros nueve que no vinieron a presentarse.

No obstante, queda la dificultad, ya que fue nuestro Señor mismo quien les dijo que fueran a los sacerdotes, cumpliendo ellos lo que Él mismo les dijo y por lo cual el padre Castellani dice que además de ingratitud hay otro plano que apunta a la religión, a la conversión, a la fe; y ante ella no hay otro mandato, otro precepto, otro afán, otra obligación, nada. Porque a Dios no se le puede anteponer ninguna otra relación, ningún otro fin, ningún otro interés. Y por eso no es solamente la ingratitud lo que reprocha nuestro Señor, sino el no reconocer que el bien lo habían recibido a través de la mano de Dios.

El único leproso que se dio cuenta fue el que regresó a darle gracias y a adorar a Dios, por eso se postró sobre sus pies; es el gesto de adoración a Dios en Oriente y como antiguamente se estilaba, y es ese el otro aspecto que recalca y hace notar el padre Castellani, completando la exegesis común que hacen todos los padres refiriendo este milagro de hoy a la agradecimiento y desagradecimiento. ¿Y por qué es tan importante la gratitud? Porque todo lo que recibimos de Dios en el orden sobrenatural es gratis, no es debido. Y el mundo de hoy en su impiedad, en su herejía, hace de la gracia algo exigido por el hombre, por la dignidad del hombre, he ahí el Concilio Vaticano II.

Y todo es gracia, todo es regalado en el orden sobrenatural, y en el orden natural la vida, la existencia, etcétera; también son gratis, como muchas cosas que Dios nos da, no hay una exigencia, no hay una obligación de Dios, es completamente de balde, y eso hay que reconocerlo delante de Dios. No nos es debido, no hay una exigencia, y si la hubiera, entonces ya no sería gracia, ya no sería reconocimiento, gratitud.

Eso es lo que el hombre de hoy exige a Dios en su orgullo cuando reconoce la gracia, porque cuando no la reconoce simplemente le da la espalda. Teólogos como el cardenal de Lubac, honrado con ese título cardenalicio, fue quizás uno de los primeros herejes en ese sentido, en hacer de la gracia una cosa debida a la exigencia de la dignidad del hombre, eso es lo que enseña el Vaticano II. Luego rompe esa relación de lo gratuito de todo el orden sobrenatural, de lo gratuito de la gracia. Y por eso la importancia del reconocimiento; Santa Teresita del Niño Jesús decía: “Nada atrae tanto las gracias de Dios como el ser agradecido”. Y el mundo de hoy es desagradecido, nadie da las gracias, todo le es debido al dios hombre: mis derechos, y eso comenzando desde los niños; los derechos de los niños que ya no le dan el asiento a un mayor, que no se saben retirar ante la conversación de un mayor si no se los llama, que no saben estar en su puesto, todo les es debido, y se convierten para colmo en las mascotas del papá o la mamá.

Por eso la mala educación del mundo moderno y toda la falta del principio de autoridad. El niño o el hijo no es agradecido con sus padres, con sus mayores, con sus maestros. No, es el rey, todo le es debido y es poco. Es un hecho palpable, y así no solamente con la juventud y los niños, sino también con los mayores, nosotros mismos creemos que todo se nos debe, nuestros derechos, sin deberes. Y ante Dios también estamos exigiéndole, y nos asemejamos así a la oración del fariseo y no a la del publicano que se reconoce indigno pecador.

Los Santos Padres interpretan y relacionan el Evangelio de hoy con la gratitud y la ingratitud, porque la ingratitud seca la simiente de donde emanan los bienes. ¿Cómo alguien va a dar a otro algo si al dárselo el otro piensa que le es debido y no que es simplemente una merced, una gracia? Y mucho más, si el que nos da es Dios, ¿cómo le vamos a exigir? Es un orgullo profundo.

Y el otro aspecto del que habla el padre Castellani, es el de la religión. ¿Por qué no vinieron los otros nueve sino nada más que uno sólo? Es el reproche que hace nuestro Señor, porque es mucho más importante que ir y tener el certificado legal que los incorporaba a la sociedad, pues los leprosos eran excluidos del comercio social con los demás, vivían por las afueras con una campanilla para que nadie se les acercase si no se daban cuenta de su proximidad; vivían excluidos, como excomulgados.

La lepra se podía sanar al comienzo (también podía haber falsa lepra), y si así sucedía, eran los sacerdotes los que certificaban que esos individuos podían volver a vivir en sociedad; pero nuestro Señor hace ver que todo eso queda de lado porque a Dios sólo hay que reconocerlo como tal y adorarlo, amarlo. A Dios se le alaba reconociendo sus beneficios, ¿y cómo se van a considerar sus beneficios, si los reconocemos como una exigencia? He ahí la contradicción; por eso es absurdo que el hombre moderno exija a Dios un beneficio, eso rompe toda alabanza; no puede alabar a Dios porque no lo puede reconocer como un beneficio sino como una obligación.

Eso es lo que hoy enseña la falsa religión instaurada dentro de la Iglesia, con ropaje de cordero, de oveja, para que el pueblo fiel no se dé cuenta y así el error circule; pero si vemos las cosas como son, deberíamos darnos cuenta. Debemos tener presente esa necesidad de reconocer con gratitud los beneficios de Dios para alabarlo reconociendo los beneficios que Él nos prodiga y así verdaderamente adorarlo. No como hoy que es un falso culto, es el hombre el que prima y no Dios; por eso la insistencia que vemos en la enseñanza de Juan Pablo II cuando va a todas partes diciéndole a la gente que Cristo vino para revelar al hombre, para mostrar lo que es el hombre, cuando es todo lo contrario. ¿Quién dice algo, quién osa decir que esa doctrina no es evangélica, no es de Cristo, no es de Dios, no es de la santa madre Iglesia? Cristo no viene a revelar al hombre ni a señalarle su dignidad, viene a mostrar la miseria del hombre, y viene a evidenciarnos su divinidad para que le adoremos y para que adorándole una vez convertidos, nos salvemos.

Hay una tergiversación profunda del mensaje evangélico y solamente se puede explicar en lo que éste anuncia, la pérdida de la fe, la gran apostasía, la falta de religión y la adulteración de la Iglesia católica. Hay una verdadera adulteración y por eso la necesidad de guardar el testimonio fiel de la sacrosanta tradición católica, apostólica, romana. Aunque muchos fieles, desgraciadamente, no se dan cuenta hasta dónde llega la lógica consecuencia, pero hay que insistir en ello, para mantenernos con una fe pura, inteligente para no caer en el error. Porque si los tiempos no son abreviados, aun los que poseen la buena doctrina caerían; tal es la presión. Y ésta es grandísima; es necesario advertir y alertar a los fieles.

No es que yo hable mal del Papa, como algunos fieles han pensado y no han tenido la valentía de decírmelo. Un católico jamás está en contra del Papa ni en contra del papado, pero también hay que tener claro que puede haber una usurpación, una inversión, una infiltración. El Apocalipsis habla de un pseudoprofeta que tiene la apariencia de cordero pero que habla como el dragón. Es más, si nos remitimos a lo que dice el venerable Holzhauser, gran exegeta reconocido por la Iglesia, que ya en los siglos XV y XVI, cuando escribió el comentario al Apocalipsis, advierte que hacia el final de los tiempos habrá un falso Papa; misterio, pero así habla él.

Ahora bien, no es a mí a quien toca determinar esas cosas, pero sí advertir, como lo han hecho los grandes exegetas que han vislumbrado la posibilidad de que haya un antipapa en la Iglesia; es lo único que trato de advertir sin hacer ningún juicio sobre la persona, prevenir para cuidarnos porque no es posible pontificar en el error. Eso lógicamente no es posible, la Iglesia es infalible en su enseñanza, en su fe y yo como católico, apostólico, romano, no puedo admitir que desde la cátedra de Pedro se pontifique en la herejía.

Ahora, ¿cuál es la explicación? ¿cuál es la solución? Yo no lo sé. Si al verdadero lo mataron y pusieron a otro, si hay un sosias o lo que sea, o un infiltrado; muchas son las posibilidades y es muy difícil saberlo, pero lo que sí tengo que saber como católico es que un Papa verdadero no puede pontificar en el error, tergiversando el evangelio y la palabra de Dios. Su misión es la de confirmar a sus hermanos en la fe y no en el error. En consecuencia, el gran desconcierto de los fieles es qué hacer ante esa patraña. Es muy difícil. Pero ahí está la sacrosanta Tradición, lo que siempre la Iglesia en materia de fe ha enseñado, lo que siempre enseñó, la fidelidad a sus dogmas. Dogmas que hoy están negados, cuando no puestos en duda y la Iglesia excluye la sospecha. Dudar de un dogma de fe ya es ser hereje; Dios es absoluto, no permite el recelo, no permite ese relativismo.

Por eso nuestro Señor hace ese reproche a los otros nueve: ¿dónde están? Como diciendo, ¿por qué no han venido también ellos a adorarme y agradecerme como tú lo has hecho? De ahí el significado, el sentido del evangelio de hoy. Nos demuestra, entonces, la responsabilidad de cada uno ante Dios: el cielo o el infierno. Porque de acuerdo con esa respuesta categórica se definirá por siempre nuestra existencia y hoy vemos que hasta al infierno se lo pone en duda o se lo niega, como se lo ha rechazado diciendo que es simplemente un estado del alma, pero que no es un lugar donde hay fuego.

¿Dónde queda el dogma de la Iglesia que dice que es un estado y que también hay un fuego eterno? Es evidente, y sin embargo, estas cosas que antes eran comúnmente aceptadas hoy son paladinamente cambiadas, puestas en duda. Nosotros no tenemos otro recurso más que el de la fidelidad a la sacrosanta Tradición de la Iglesia, y saber que ningún Papa, ningún cardenal, ningún obispo, ningún sacerdote, ni un ángel del cielo, como dice San Pablo, puede enseñar otro evangelio, otra doctrina. Eso dijo San Pablo, aun si uno de nosotros, es decir, uno de los apóstoles o un ángel del cielo viene y les algo distinto, sea anatema, sea excomulgado, queda fuera de la Iglesia. La garantía para pertenecer a la Iglesia Católica es mantenernos en la fe y la fe me la da la Iglesia, la de siempre, la de todos los Papas, y no la nueva que ha comenzado con Vaticano II, desconociendo la sacrosanta Tradición. Y no creo que nadie deba escandalizarse porque yo hable claro y diga la verdad a la luz de la fe y si me llegase a equivocar, pues que por lo menos, en honor a la caridad, tengan a bien venir y decirlo, pero no hacer labor de zapa, de socavar cuando se trata de dar la luz para que no caigamos en el error.

Pidámosle a nuestra Señora, la Santísima Virgen María, porque Ella es también la garante de la fidelidad a nuestro Señor, la verdadera devoción a la Santísima Virgen María, que hasta eso el demonio trata de eclipsar, de variar, de cambiar. Aun los gnósticos, aun los de la Nueva Era también hablan de nuestra Señora, y hasta los protestantes, cosa curiosa que nunca antes habían hecho. Pero no es la verdadera devoción, es la mentira mezclada con el error, y eso es muy difícil de detectar; tenemos que pedir la luz del cielo y agradecer cuando haya un sacerdote que con valentía y con toda sinceridad hable a los fieles, porque eso también es una gracia de Dios.

Por eso Dios les dijo a sus apóstoles que cuando no sean aceptados lo que queda por hacer es sacudir el polvo de sus pies e irse, pero no claudicar en su misión, no acomodarse al mundo, ni aun al gusto o al capricho de los fieles que están peor de lo que piensan, influidos y bombardeados trágicamente por un mundo impío y adverso a Dios. Ese siempre ha sido el lenguaje de los profetas, no el que halaga sino el que dice la verdad, pero ésta es de difícil aceptación.

De diez, uno solo reconoció la verdad y los otros nueve, ¿dónde están? Esperemos que en la hora de la muerte sigamos el ejemplo de este pobre leproso, que reconozcamos a nuestro Señor para que le adoremos en espíritu de verdad, en espíritu de fe y que este mundo corrompido que ha entrado en la Iglesia no nos destruya la fe y así podamos salvar nuestras almas. Es un problema de salvación, de santificación y no como algunos creen que “esto no es conmigo; total, yo me voy a salvar si sigo tranquilamente el camino más fácil”; seguir el camino más cómodo, sí, cuando todo anda bien en la Iglesia, pero cuando todo está al revés, ya es distinto y todo cambia; estos son los tiempos difíciles que nos toca vivir y que estamos viviendo.

Tenemos que recurrir de un modo mucho más intenso a nuestra Señora para que Ella nos proteja como a hijos pequeños suyos, porque todo es por gracia de Dios, no por exigencia. Reconocer los beneficios de Dios, por ejemplo, los de tener la Santa Misa tradicional, esta capilla y eso hay que reconocerlo y agradecerlo, ¿cuántos no andan por ahí buscando sin saber a dónde ir? Agradecer que somos católicos, que hemos nacido en tierras católicas, ¿qué tal haber nacido en China o en Japón, o en Suecia? Es un privilegio que hay que reconocer y más aún, mantenernos en lo que hemos recibido y no desperdiciar la gracia de Dios, que debemos transmitirla a los demás en la medida de nuestras posibilidades, y así ser más aceptos a Dios en medio de este acrisolamiento de la Iglesia, de la verdadera Iglesia reducida a un pequeño rebaño de Dios, como dice San Lucas.

Pidámosle a nuestra Señora para que seamos los fieles hijos de la Iglesia católica, apostólica, romana y así podamos permanecer leales a Ella y a Dios nuestro Señor. +

PADRE BASILIO MERAMO
18 de agosto de 2002

miércoles, 22 de agosto de 2012

FIESTA DEL INMACULADO CORAZÓN DE MARÍA


Amados hermanos en nuestro Señor Jesucristo:
En esta fiesta del Inmaculado Corazón de María, instituida por el papa Pío XII en plena guerra, después de consagrar la humanidad al Inmaculado Corazón, quiso que en la Octava después de la fiesta de la Asunción se celebrase la fiesta del Inmaculado Corazón de María.

La devoción al Inmaculado Corazón de María, como nosotros sabemos según San Juan Eudes, es la misma al Sagrado Corazón de Jesús; son dos devociones que expresan una misma realidad, el amor de nuestro Señor por nosotros y el amor de nuestra Señora que ama a su Hijo y nos ama a nosotros como a hijos suyos también. Lo vemos en el evangelio de San Juan: Ella es recibida por San Juan como Madre y Ella recibe a lo recibe a él y a todos nosotros como hijos suyos.

Aquí quiero hacer una observación, y es que no hay porqué enmendarle la plana al Ave María agregando “Madre nuestra”, también como en otras ocasiones lo he mencionado y, es más, cuando digo una cosa e insisto en ella, me baso teológicamente para decirlo, con lo cual no importa que cualquier otro padre o cualquier otro obispo así lo diga, porque así pierde, por no seguir la teología de la Iglesia. Me refiero a que no se dice “por nosotros los pecadores”, porque los pecadores no son los unos como si los otros no lo fueran, es un artículo relativo y aquí no hay ninguna relatividad; todos sin excepción somos pecadores, entonces no son los pecadores y los no pecadores. Sin agregarle además “Señora”, porque en latín no decimos en el Ave María “dómina”, son colombianismos, mejicanismos, argentinismos, que se le agregan.

Entonces ciñámonos a la liturgia romana. Lo mismo ocurre en el Padrenuestro, le colocan un “Señor” donde no lo lleva, entonces las personas que dirigen el Rosario, por favor no cometan esos errores, porque quienes vienen por primera vez lo aprenden mal y eso es lamentable; en el colegio las profesoras no han podido aprender, porque el sacerdote anterior les enseñó así y el anterior también, y se termina por no decirles más porque da pena, pues no entienden, pero en esta capilla sí deben entender y espero que se comprenda que no es un capricho, es por una concesión que se convierte en error teológico introducido por agregar artículos que no hay y una palabra puede convertirse en un error.

En la Iglesia es así: una simple “y” (en latín “que”) en el “Filioque” que no admiten los ortodoxos constituye una herejía, una “i” de más que se le agrega al homoiousios, en vez de homoousios en griego, la herejía de Arrio. Ni una iota. No quiere decir que no sea verdad que es Madre nuestra, es muy Madre nuestra como ya lo acabamos de ver en el evangelio, que es Madre de la Iglesia; es entonces Madre nuestra, pero si les vamos a agregar a las oraciones todas las verdades, no acabaríamos nunca. También en otras oraciones como la Salve. En el Credo agregamos un segundo creo, “creo en Dios Padre y creo en Jesucristo”, etcétera. Nos acostumbramos a agregarle y por eso cuando nos cambian en el Padrenuestro “deudas” por “ofensas”, por esa mala costumbre nos tragamos el cuento.

Nuestra Señora, primera garantía de salvación. La epístola de esta fiesta, tomada de uno de los libros Sapienciales, el Eclesiástico, y que la Iglesia le aplica a nuestra Señora, como a Madre de la Sabiduría, que es nuestro Señor, la Sabiduría Eterna, increada; Ella, Madre de Dios, Madre de la Sabiduría Eterna, Madre de nuestro Señor Jesucristo, predestinada desde toda eternidad, ab initio, ante ómnia saécula. Todos esos pasajes que parecieran ininteligibles, no se entienden si no los situamos dentro de la predestinación, ab aeterno, de la Santísima Virgen en el mismo decreto de la Encarnación, en el mismo decreto que desde toda la eternidad Dios promulgó, para que el Verbo se hiciera carne; en ese mismo decreto se promulgó que nuestra Señora sería la Madre de Dios y de esa predestinación brota toda la gloria y todo el honor de nuestra Señora, por ser la predestinada desde siempre a ser la Madre de Dios y de ahí todos los privilegios, por su maternidad divina.

De ahí todo su poderío, todo su señorío, toda su realeza y el triunfo bajo la impronta de su Inmaculado Corazón; de ahí tantas promesas en ese triunfo muchas veces mal interpretado, mal entendido, mal situado. Bástenos por lo menos saber sobre todo en la hora presente, que después de todo esto, de esta apostasía, de esta pérdida de la fe, de esta pasión de la Iglesia, tendrá lugar el triunfo del Inmaculado Corazón, que no forma sino el mismo y único triunfo de nuestro Señor Jesucristo.

Todo colabora al bien de aquellos que Dios ama, esta es la importancia de ser, de pertenecer a aquellos que Dios ama y todos somos amados de Dios, el problema está en que nos excluimos de ese amor divino voluntariamente y por eso se forman dos bandos, dos genealogías, dos razas: la raza de los benditos en nuestra Señora y la raza de los malditos en Eva y la serpiente. De ahí viene el odio irreconciliable y por eso es un signo, como decía San Luis María Grignión de Montfort, un signo de la predestinación el que nosotros veneremos a nuestra Señora, seamos sus fieles y verdaderos devotos, porque hay infieles y falsos devotos. Siendo entonces, sus fieles y verdaderos devotos pertenecemos a esa raza de los hijos de María y tenemos así la garantía de nuestra Salvación.

No es, por tanto, una devoción más o que yo le rece a San Pedro, o a San Juan, o a San Pablo, o al Santo que más me guste, porque nuestra Señora está por encima de todos los santos y ángeles del cielo, está al lado de Dios y es nuestro escudo, nuestra abogada y nuestra protectora y bajo todos esos títulos tenemos que invocarla para que Ella aplaste a la serpiente, la cabeza de Satanás.

Pidámosle esa confianza y amor filial a Ella, para que amemos más y mejor a nuestro Señor Jesucristo a pesar de todas nuestras miserias. +

PADRE BASILIO MERAMO
22 de agosto de 2001

domingo, 5 de agosto de 2012

DÉCIMO DOMINGO DESPUÉS DE PENTECOSTÉS


Amados hermanos en nuestro señor Jesucristo:

En este domingo leemos en el evangelio la parábola del publicano y del fariseo propuesta por nuestro Señor a esos hombres que presumían de justos y se consideraban mejores que los demás. Esta es una de las ciento veinte parábolas que hay en el evangelio, como nos lo recuerda el padre Castellani, que se tomó el trabajo de hacer la exegesis de cada una de ellas.

Con esta parábola nuestro Señor nos muestra cuál era su intención, qué se proponía al hacerse hombre. Él quería restituir el culto verdadero del pueblo de Israel, del pueblo de Dios a lo que debía ser; restablecer la religión en esa vida interior y no que quedara dispersa en multitud de acciones externas, que si no permanecen unidas al alma del verdadero espíritu de fe, de religión, a la vida interior, no obran por sí nada, sino que al contrario engendran orgullo y menosprecio, como era el caso de estos hombres que se tenían por mejores. Y por eso, nos muestra en la parábola al fariseo y al publicano; el fariseo que representaba, por decirlo así, a esa elite, a esa clase social de predominio religioso de los que se dedicaban a las cosas de Dios, que tenían el celo por las cosas de Dios, por el culto divino y también contaban con mucha influencia política; mientras, el publicano era prácticamente un vendepatrias un recaudador de impuestos al servicio del César, del Imperio Romano que subyugaba al pueblo judío.

Vemos así que ser publicano, en aquel entonces, era lo más abyecto y despreciable para el pueblo judío; peor no se podía ser. Y en esta contraposición nuestro Señor nos hace ver que el uno es perdonado y tenido en cuenta por Dios, como el publicano, que no osaba ni siquiera adentrarse en el templo, quedándose allí atrás, en el fondo, pues se reconocía vil y miserable pecador. En cambio, el fariseo, todo engreído de sí mismo, de sus buenas acciones, porque ayunaba dos veces por semana, daba el diezmo de lo que poseía, no era adúltero, no era ladrón, era un hombre de bien. Y sin embargo, no sale justificado del templo.

Es tremendo lo que nuestro Señor nos hace ver, porque de nada sirve ayunar, dar limosna, no ser ladrón, no ser adúltero, no ser injusto, todas buenas obras, si nosotros tenemos el corazón carcomido por el maldito orgullo. Gracias te doy porque no soy como esos miserables, ni aun como este vil y abyecto publicano, decía el fariseo. El contraste es tremendo, pero eso muestra cómo el orgullo anula toda obra por muy buena que sea. Y la soberbia es difícil de detectar por nosotros mismos. La persona petulante, y la mayoría lo somos, no se da cuenta, cree, creemos que actuamos bien, ¿y de qué tengo que pedir perdón, qué hice mal? ¡No, es el otro, es el otro que no me saludó, que me miró mal, que me dijo una palabra hiriente, que no me respondió, que no me hizo tal favor! Y eso nos sucede porque si no fuéramos orgullosos seríamos realmente santos.

Y es ese engreimiento que nuestro Señor quiere mostrarnos para que rectifiquemos y llevemos verdaderamente una vida en unión con Dios, agradable a Dios, que nuestra oración sea verdaderamente una oración y no una manifestación de nuestras obras. A Dios no se le va a decir, yo hice tal obra buena, limosnas, ayunos, soy bueno. No, a Dios hay que decirle, yo soy malo, soy perverso, tengo malas inclinaciones, malos sentimientos, malas tendencias. Todo esto a raíz del pecado original, a raíz de los pecados que hemos cometido, por eso no somos buenos y no nacemos buenos, como el mundo de hoy quiere hacernos creer. Nacemos malos, mal inclinados y por eso nos gusta lo malo, porque si no nos gustara no habría tentación, pero Dios dejó esa incitación para que justamente de lo malo sacáramos el bien con la ayuda de su gracia y corrigiésemos esa mala inclinación, esa perversión que hay en nuestra naturaleza y que la llevamos hasta el último día de nuestra existencia, aquí en la Tierra.

Por eso la santidad consiste en luchar, en combatir a ese viejo hombre que llevamos dentro y sin el cual ni el demonio ni el mundo harían nada si no hubiera ese cómplice, ese traicionero que somos nosotros mismos bajo ese aspecto de la naturaleza que ha quedado herida. Dios no creó al hombre así, y aun después de morir nuestro Señor en la Cruz, y de haber redimido a la naturaleza humana, al hombre, no obstante, estamos bajo esa influencia, esa tendencia hacia al mal. Por eso un niño, incapaz de cometer un pecado mortal porque no tiene uso de razón, es grosero, orgulloso, malcriado, y hay que adiestrarlo, como se hace con un animal, con un perro pequeño, hasta cuando el niño tenga uso de razón, para que cuando lo tenga ya esté domesticado; pero eso es difícil de entender hoy en día por la gran revolución que todo lo ha socavado.

Esa gran revolución me dice todo lo contrario, que yo debo ejercer mi libertad como se me dé la gana, caprichosamente, como yo quiera, que nadie me puede molestar; y no hay ningún principio que queda en pie, qué principio o autoridad va a haber, qué principio de paternidad va a haber y menos en la Iglesia, nadie puede reprender a nadie, porque me ofende, porque me insulta, porque me ultraja. Nadie acepta nada de nadie y esa es la situación social del mundo moderno. ¿Y qué queda en pie? Ni familia ni Iglesia, porque aún hay que saber aceptar el llamado de atención, la reprensión, aunque el que lo haga tenga mil y un errores; si a mí un loco o un borracho me dice que estoy demente o embriagado y es verdad, no por eso le voy a decir que no tiene ningún derecho en decírmelo porque él se encuentre en ese estado.

Y así, se podrían dar mil ejemplos, como la insumisión de la mujer, estar igualada al hombre, cuando la Iglesia predica la sumisión, la subordinación de la mujer al hombre. No es la esclavitud, no es el maltrato, pero sí la mujer sumisa; hacerle entender eso a la mujer de hoy, es casi imposible. Y esa insubordinación hace que la mujer de hoy no quiera usar la falda, sino el pantalón, porque éste le brinda esa igualdad de acción, y hay muchos otros ejemplos. Claro que hay faldas que pueden ser mucho más escandalosas que un pantalón ancho, por ejemplo.

Tenemos también la desobediencia de los hijos a los padres, a los superiores; la indisciplina en el área del trabajo y en todos los órdenes. Y justamente, lo que está detrás de todo eso es el orgullo exacerbado por principios que endiosan al hombre, y esos mlotivos son los de la libertad que proclamó la Revolución francesa, que más que francesa fue anticatólica, judeomasónica, para destruir la sociedad cristiana, católica, y convertir a cada uno de nosotros no en un católico sumiso y humilde, sino en un hombre independiente y autosuficiente. Ese es el error del naturalismo, del liberalismo, la presunción del hombre como tal y por eso es independiente de todo lo que no sea su querer y su parecer. De ahí lo complejo y difícil para que nos sometamos, no sólo a la Iglesia, sino también al orden natural, para que respetemos el orden natural sin el cual el sobrenatural no tendría soporte, porque la gracia supone la naturaleza.

Quiere, pues, nuestro Señor, en esta parábola de hoy, que veamos cómo vale mucho más la oración sencilla y humilde del más vil de los hombres que se reconoce pecador y miserable que la de aquel que presume de mucha religión, de muchas acciones buenas, pero que no reconoce su orgullo. Por eso el fariseo es el que simboliza esa arrogancia religiosa, que no es más que la corrupción específica de la religión. En consecuencia, un hombre mientras más religioso sea, más petulante podrá ser su actitud y por eso nosotros, que queremos defender la santa religión guardando la Tradición católica, estamos más cerca del pecado de orgullo que corrompe la religión, que cualquier otro hombre. Y de ahí la gravedad y la necesidad de saberlo, para que tengamos en cuenta que el diablo nos va a tentar más por la vanidad que por otros pecados más escandalosos.

Solicitemos a nuestra Señora, Maestra de humildad, permanecer modestos como el publicano y no engreídos como el fariseo, pero que sí tengamos ese celo de defender las cosas de Dios con humildad, como quiere nuestro Señor. Que defendamos la Iglesia con sumisión y no caigamos en ese pecado tan aborrecible del fariseísmo. Y Dios sabe y sabrá si no hay hoy hipocresía y que por culpa de ella es que en la Iglesia, en sus fieles, en sus miembros, en todos nosotros, estamos viviendo tan grande crisis; Dios aprovecha también de cierto modo, para que a aquellos que son humildes les sirva de purificación. La crisis actual hay que soportarla como una depuración y no debemos escandalizarnos si no vemos entre los fieles de esta capilla y demás capillas de la Tradición, ni a los más santos, ni a los mejores, ni a los más humildes. No debemos asombrarnos, ¿por qué? Porque si nosotros nos sorprendemos es porque somos peores, no tenemos esa misericordia que sabe soportar la miseria de los demás y del prójimo. Por eso Dios permite todo esto que nos puede asombrar al igual que a mucha gente cuando viene a una capilla de la Tradición. Debemos hacer esfuerzos para no alejar al que llega, al que viene y que no sabe nada, pero que se acerca con una recta intención, y no actuar como fariseos porque esa persona sea como un publicano. Eso es lo que Dios nuestro Señor no quiere, Él nos da el ejemplo de cuál debe ser la conducta y la oración, para que no caigamos en ese aberrante pecado del fariseísmo.

Invoquemos entonces a nuestra Señora para que nos ayude a ser más humildes, ya que solamente lo seremos si nos reconocemos pecadores, miserables y vanidosos. Ese orgullo lo tendremos hasta el fin de nuestra existencia pero lo debemos combatir, y la mejor manera de hacerlo es aceptando las humillaciones que nos caen sin que las preveamos y ni sospechemos el momento en el cual llegarán, y que las sepamos aceptar. Pidamos a nuestra Señora esa sumisión que Ella manifestó haciéndose la servidora de Dios, para que nosotros seamos obedientes servidores de Dios y de la verdad. +

PADRE BASILIO MERAMO
28 de julio de 2002