San Juan Apocaleta



Difundid Señor, benignamente vuestra luz sobre toda la Iglesia, para que, adoctrinada por vuestro Santo Apóstol y evangelista San Juan, podamos alcanzar los bienes Eternos, te lo pedimos por el Mismo. JesuCristo Nuestro Señor, Tu Hijo, que contigo Vive y Reina en unidad del Espíritu Santo, Siendo DIOS por los Siglos de los siglos.












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"Sancte Pio Decime" Gloriose Patrone, ora pro nobis.





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viernes, 29 de junio de 2012

LOS SANTOS APÓSTOLES PEDRO Y PABLO


Amados hermanos en nuestro Señor Jesucristo:
Hoy celebramos la fiesta de primera clase de San Pedro y San Pablo, por eso prima sobre el domingo, que es de segunda clase. La Iglesia ha querido resaltar el martirio de estos dos apóstoles, de estos dos pilares de la Iglesia, y por eso los ornamentos rojos, por su sangre derramada; por estos dos hombres que hicieron la gloria de la Iglesia. San Pedro, primer Papa, y San Pablo, apóstol de los gentiles. Sin embargo, San Pablo no era uno del grupo de los doce apóstoles, por eso tal vez dice de sí mismo que era como un añadido. Si miramos bien, hubo catorce apóstoles, los doce primeramente, de los cuales uno, traidor, Judas, que lo reemplaza San Matías y entonces son trece y San Pablo que viene como de postizo.

No obstante, la Iglesia se acuerda más de San Pablo que de los otros, por ser el gran apóstol de los pueblos de los gentiles, por su celo, por su generosidad. Queda, pues, equiparado en la transmisión del vangelio a San Pedro. Y la divina Providencia quiso que muriera el mismo día en Roma. El uno en lo que es el actual Vaticano, que murió mártir allí en el circo de Nerón que es la plaza de San Pedro, y enterrado cerca de ahí mismo donde está ahora la Basílica de San Pedro, bajo la cúpula que hizo Miguel Ángel; exactamente debajo se descubrieron los restos mortales de San Pedro, y que ahí mismo también estaba la antigua Necrópolis, el antiguo cementerio de los paganos.

San Pedro fue sepultado un poco más allá; se sabe por la tradición que allí estaba la tumba de San Pedro, pero luego, con el correr de los tiempos, quedó puesto en duda hasta que con Pío XII se verificó esa realidad. Todo eso se puede ver debajo de la Iglesia de San Pedro, y fue rellenado por Constantino el Grande para hacer la primera basílica.
San Pablo muere cerca de donde lo sepultaron, donde actualmente es la Basílica de San Pablo en el sur de Roma y fue decapitado allí donde su cabeza cayó y rebotó tres veces, y por eso se le llama Tres Fontanas, por haber tres fuentes de agua.

Nos podemos imaginar lo que sería para la Iglesia naciente ese doble martirio del primer Papa y del gran apóstol el mismo día, ¡que desolación! Sin embargo, la Iglesia no se acabó; nacía de esa sangre vertida por los judíos, porque vemos por los Hechos de los apóstoles cómo Herodes mandó matar a Santiago por obra de los judíos y, como eso les hizo gracia y les gustaba, entonces quiso agradarles atrapando al jefe, a San Pedro. Por un milagro el ángel lo saca de su prisión, pero no obstante la Providencia quiso que el primer Papa muriera mártir, que diera el ejemplo, que la Iglesia fructificara por la sangre, porque nació de la sangre de nuestro Señor.

Y por eso la Iglesia continúa, por la sangre en cada misa, que se derrama místicamente sobre el altar, pero realmente incruenta Señor, porque eso es la Misa; no es la Pascua, es la muerte de nuestro Señor y sin ella no hubiera existido Pascua y por eso, lo que hoy se dice Misa no lo es, si no se define como la muerte, el derramamiento sin sangre, el mismo sacrificio del Calvario realizado incruentamente, sacramentalmente, sobre el altar y no la Pascua del Señor. Eso es desconocer paladinamente qué es la Iglesia y qué es la Santa Misa.
Así, la Iglesia nace de la sangre de nuestro Señor y se proyecta a lo largo de todos los tiempos renovando el santo sacrificio del calvario sobre los altares; por eso el odio inconmensurable de Satanás, de los judíos y de los masones que son los enemigos de la Iglesia. Vemos cómo, a instancia de los judíos Herodes17, mata a Santiago, primer mártir de los apóstoles, y captura a San Pedro para satisfacer y para congraciarse con los pérfidos y malditos judíos, que lo serán hasta que se conviertan.

Por eso es una gran patraña y mentira decir que los judíos son nuestros hermanos mayores y de que no hay enemigos en la Iglesia. Sí los hay, y hoy más que nunca, porque ahora están dentro de ella, judaizándola, porque hoy ya no quieren hacer mártires, porque el diablo está cansado de hacerlos ya que sabe que eso no le sirvió para nada. Ahora va a podrir la Iglesia por dentro sin que nadie se dé cuenta; la termita está carcomiendo la viga y no se ve nada por fuera; esa es la gran crisis que hoy padecemos. Por eso nosotros, al recordar el martirio de estos dos grandes apóstoles, debemos también evocar el deber de mantener en alto la confesión de la fe.

San Pedro fue designado por nuestro Señor la Piedra sobre la cual edificaría su Iglesia, por la confesión que él hizo de la divinidad de nuestro Señor. Por eso todos los Papas confirman la fe a la Iglesia. Es aberrante, es antinatural y anticatólico, es diabólico que haya un Papa que no se reafirme en la fe a la Iglesia, eso es algo inaudito, inaceptable, inadmisible. Es deber de San Pedro y de todos sus legítimos sucesores confirmar a sus hermanos en la fe y para eso tienen la infalibilidad.
Por eso, mis estimados hermanos, es una aberración que Juan Pablo II, Papa de la Iglesia católica, no nos confirme en la fe. Si pudiera decírselo en la cara se lo diría, porque no es admisible, ni aun dejar de hacerlo por cobardía, porque así han muerto mártires los primeros cincuenta Papas, por confesar la fe, por no claudicar, y si alguno tuvo un tropezón se volvió a levantar. Pero que nosotros tengamos año tras año que desobedecer para guardar la fe porque no somos confirmados en ella por aquel que debiera hacerlo es terrible.

Por eso es un verdadero misterio de iniquidad contra el cual está garantizada la victoria de la Iglesia; eso lo vemos en el Evangelio de hoy: “Las puertas del infierno no prevalecerán contra ella”, aunque Satanás se meta dentro, aunque el anticristo se vaya a introducir en la Iglesia como lo dice nuestra Señora en La Salette: “Roma perderá la fe y será sede del anticristo”. No obstante la Iglesia triunfará, el infierno no vencerá a la Iglesia a pesar de todos los males que vemos y que podremos ver ahora, peor porque no hemos llegado al culmen, pero allí muestra nuestro Señor su divinidad y la de la Iglesia imbatible, que aunque caiga en manos de Satanás no la podrá destruir, ¿por qué? Porque la Iglesia es indefectible en lo que tiene de esencial; destruirá los templos, los sacerdotes, los obispos e inclusive al mismo Papa, pero a la institución divina no; ese es otro gran misterio.

Hay que permanecer entonces fieles en medio de esta hecatombe, y por eso, recordar esa fidelidad de estos dos grandes paladines de la Iglesia que murieron el mismo día y que, sin embargo, en lugar de desaparecer la Iglesia iba a crecer porque la sangre de ellos es simiente de cristianos y esa fortaleza se recibe de Dios, del Espíritu Santo para que no nos olvidemos de confesar a nuestro Señor.

Es más, algún fiel avisado podrá decir que no es San Pedro el único que proclamó las palabras de su confesión porque en el Evangelio también está la confesión de Natanael, quien dijo lo mismo: “Tú eres el Hijo de Dios” y, sin embargo, ¿por qué no lo hizo Papa aunque también lo alabó nuestro Señor como lo hizo con San Pedro? Santo Tomás responde; porque San Pedro lo hizo como lo dice el mismo Evangelio, iluminado por Dios, por el Padre que le reveló, le manifestó a San Pedro esa verdad. Fue una proclamación, un acto de fe, mientras que Natanael lo dijo por conjetura, por un razonamiento humano de acuerdo con lo que él veía con su inteligencia, pero sin tener esa luz de la fe sobrenatural.

Por eso no todo el que dice “Señor, Señor, Dios”, tiene fe, lo tengo que decir, con fe sobrenatural y no como una conjetura o convicción mía de orden natural, porque aun los paganos, no lo olvidemos, creían en Dios. De ahí el carácter sobrenatural de nuestra fe y la importancia de la confesión doctrinal de San Pedro, dejándonos ese ejemplo de su martirio para el cual todo católico debe estar preparado. Diferente es que Dios lo requiera, porque Él sabe si tenemos que morir mártires o no; pero por lo menos afrontemos este sacrificio moral y espiritual por el que pasamos los verdaderos fieles, para que lo llevemos con integridad; que sepamos por qué sufrimos, por qué se nos persigue, para que no seamos ni tontos ni bobos, ni cobardes y para que demos verdadero testimonio, haciendo nuestro apostolado en medio de una partida de herejes, que pueden ser nuestra familia, nuestros superiores en el trabajo o en lo que fuera y tener la integridad doctrinal para confesar la fe sin importarnos nada de lo que piensen de nosotros.

Esa es la misión de un católico hoy día y no la de estar preguntando: ¿y qué hacemos? y ¿qué hago? Lo que se debe hacer es no ver televisión, no estar leyendo todo el día revistas estúpidas o perdiendo el tiempo en tonterías y en bobadas; por eso la Iglesia anda como anda, porque la calidad de la fe de sus integrantes ha decaído, es mediocre, en el Vaticano, en los curas y en los fieles y por eso vemos esta postración y decadencia religiosas. Que después no la vayamos a suplir con devociones accidentales más sentimentales que nada; creemos que porque le ponemos a veinte santos una vela ya somos buenos católicos. Y es que no sabemos dónde estamos parados, no sabemos qué decir cuando nos dicen herejes, excomulgados, rebeldes, o lefebvriano o como sea. No nos asustemos; si todo eso nos pasa es porque no sabemos hasta qué punto Dios nos está dando la gracia y nosotros no correspondemos.

La fe es un testimonio que hay que dar por la palabra y con la vida y es el que han dado los mártires, como el de San Pedro y de San Pablo; esa es la fiesta que hoy celebramos. Que así nosotros podamos también hoy dar prueba de la verdad, esa es la misión de la Iglesia para que el mundo se convierta. Pero si el mundo no se transforma no es culpa mía o de la Iglesia; el que se conviertan o no ya es falta de cada uno; eso solamente lo sabe Dios. Ese testimonio es el que falta hoy; pero entonces viene el de los “Testigos de Jehová”, de los protestantes, de los adventistas y de todas esas divisiones y subdivisiones del protestantismo. También está dentro de la Iglesia modernizada también con el movimiento de esto y de lo otro, con los catecúmenos por aquí.

Y ¿de todo eso, qué resulta? Nada, porque es mentira. Por eso estamos sufriendo este martirio moral para todo aquel que es verdadero católico. Y el que no quiere sufrir, entonces se pasa a la gran corriente, se tira al río y que lo arrastre; lo más fácil es decir: “Yo estoy con el Papa, con el Vaticano, con los obispos y con todo lo que ellos digan”. Pues no, estoy con el Papa y con Roma y con el Vaticano tal cual como Cristo ha querido que sea, proclamando la fe. Pero, si no la proclaman, si Roma no es la eterna, la de la verdad sino la moderna y la del error, a ella no se le puede obedecer.

Tengamos en claro lo que nos dice ese gran papa San León Magno, quien enfrentó a Atila, lo paró y decía de Roma que era la gran señora de todas las naciones y que se vanagloriaba de no rechazar ninguna religión porque las consideraba a todas buenas; eso era Roma antes de que San Pedro llegará allí, era la capital del Imperio Romano, del orbe culto, porque lo demás era barbarismo. Esa Roma que se señoreaba sobre tantas naciones se vanagloriaba de no rechazar ninguna religión porque las consideraba a todas buenas y válidas, y hoy ¿qué podemos pensar si Roma deja de testimoniar la verdad y considera todas las doctrinas como buenas? Esa no es la Roma de San Pedro, es la Babilonia, es la Roma pagana, mis estimados hermanos.

En eso consiste justamente el ecumenismo. ¿Acaso no lo hemos visto? “Vengan todas las religiones aquí a Roma, al Vaticano, total, todas tienen algo de bueno”. Eso es ejemplo de la Roma pagana y no de la cristiana. Entonces está claro que no se puede obedecer al error; por eso nosotros, los verdaderos católicos fieles al papado romano instituido por nuestro Señor, en el fondo somos los más obedientes al Papa y a Roma.

No somos herejes ni ortodoxos que no creen en el sumo pontificado, pero tampoco somos católicos imbéciles, sino católicos lúcidos con la luz del Evangelio, esa luz que los ecumenistas rechazan; le niegan a la Iglesia ese atributo exclusivo de ser la luz del mundo para igualarla a las falsas religiones y digo todo esto con dolor y con miedo de escandalizar, no por lo que menciono sino por la debilidad que puede haber, fragilidad en algunos de ustedes que no estén prevenidos; como al niño que no está preparado para comerse un bistec hay que darle nada más leche, porque si se le da carne se le atora y puede morir atragantado al no tener dientes para masticar.

Ya es tiempo de que seamos adultos, dejémonos de niñerías, porque la hora es trágica, creo que es mi deber y por eso insisto y lo digo; no sabemos cuánto tiempo tengamos, entonces estemos preparados. Que la fiesta de hoy tenga ese significado tan importante para la Iglesia, y que sigamos el modelo de San Pedro y San Pablo y de todos los Santos mártires para que podamos permanecer verdaderamente fieles y auténticos católicos; que podamos santificarnos en esta gran crisis que nos acrisola como el fuego al oro y nos purifiquemos de nuestras miserias, de nuestra bobería, de nuestra estupidez y que con verdadera humildad estemos dispuestos a morir por la verdad, por la Iglesia católica, por nuestro Señor Jesucristo. Ese es el ejemplo que nos dan hoy San Pedro y San Pablo.

Pidamos a la Santísima Virgen María que nos socorra, que nos asista como a sus tiernos hijos para que no seamos devorados por Satanás. +

PADRE BASILIO MÉRAMO
29 de junio de 2003