San Juan Apocaleta



Difundid Señor, benignamente vuestra luz sobre toda la Iglesia, para que, adoctrinada por vuestro Santo Apóstol y evangelista San Juan, podamos alcanzar los bienes Eternos, te lo pedimos por el Mismo. JesuCristo Nuestro Señor, Tu Hijo, que contigo Vive y Reina en unidad del Espíritu Santo, Siendo DIOS por los Siglos de los siglos.












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"Sancte Pio Decime" Gloriose Patrone, ora pro nobis.





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domingo, 28 de marzo de 2010

SOBRE EL ANTICRISTO

San Ireneo en su obra “Contra las Herejías”, (Adversus Haereses) dice remitiéndose a San Pablo, que el Anticristo es: “El adversario que se alzará sobre todo lo que se llama Dios o es objeto de culto.” (Libro III, ed. Apostolado Mariano, p. 31). “Por eso, en la Bestia que ha de venir, tendrá lugar la recapitulación de toda la iniquidad y de todo engaño, a fin de que todo el poder de la apostasía, concluyendo en ella y encerrado en ella, sea arrojado al estanque de fuego. Es conveniente por ello que el número de la bestia sea 666, para recapitular en sí toda la maldad que se desencadenó antes del diluvio, a consecuencia de la apostasía de los ángeles… y para recapitular también todo error idolátrico posterior al diluvio…” (Ibíd., Libro V, p. 110).

El Anticristo es más una cuestión religiosa espiritual que una cuestión sociopolítica, económica. Esto ya señala la perspectiva eminentemente religiosa de la idolatría, resumida (cristalizada), sintetizada en el Anticristo. El acento está puesto sobre lo religioso más que sobre lo político, ya que la preeminencia siempre es de orden religioso, aunque con grandes implicaciones en lo social y en lo político. “… este número es el 666, es decir seis centenas, seis decenas y seis unidades, para recapitular toda la apostasía realizada durante seis mil años. Porque cuantos días duró la creación del mundo, tantos milenios durará su existencia…´si un día del Señor es como mil años´, y si la creación ha sido acabada en seis días, es evidente que la consumación de las cosas tendrá lugar el año seis mil.” (Ibíd., Libro V, p. 108-109).

Tenemos así que: 6 unidades = 6 unidades (1 día = 1.000 años) = 6.000 años. 6 decenas = 6 decenas (10 x 6 = 60 siglos) = 6.000 años. 6 centenas = 6 centenas (100 x 6 = 600 décadas) = 6.000 años. Esto concuerda con lo que dice Primacio (el primer comentador del Apocalipsis), sobre la significación del número 666 en griego: “Esta combinación da puntualmente la palabra griega aprounas, arnoume o arnauma, que corresponde a la palabra latina abrenuntio y la española reniego.” (Lacunza, La Venida del Mesías en Gloria y Majestad, 1816, tomo II, p. 14). “… la profecía, no puede significar otra cosa obvia, naturalmente que una profesión pública y descarada de aquel abrenuntio, o “hago profesión de renegado”, que parece el carácter o el espíritu distintivo propio de toda bestia.

Así, el tomar este carácter, no será otra cosa que un tomar partido por la libertad; un solvere Jesum público y manifiesto: una formal apostasía de la religión cristiana que antes se profesaba. Se dice que este carácter lo llevarán en la frente o en las manos, para denotar la publicidad y el descaro con que ya se profesará entonces el Anticristianismo: pues la frente y las manos son las partes más públicas del hombre, y al mismo tiempo, son dos símbolos propísimos; el primero del modo de pensar, el segundo del modo de obrar. Desatados de Jesús, desatados de la verdad y sabiduría eterna, no hay duda, que quedarán la frente y las manos; esto es, los pensamientos y las operaciones, en una suma libertad; pero libertad no de racionales, sino de brutos… ” (Ibíd, p. 18).


Para completar la idea sin caer en elucubraciones que desvirtúan (desfiguran) la comprensión de la realidad, continuamos la cita: “Se dice que no podrán comprar, ni vender, los que no llevaren este carácter, para denotar el estado lamentable de desprecio, de burla, de odio, de abandono, en que quedarán los que quisieren conservar intacta su fe, y también para denotar la tentación terrible, y el sumo peligro que será para ellos este desprecio, burla, odio y abandono, viéndose descomulgados de todo el linaje humano.” (Ibíd., p. 18). Y como bien explica y advierte el P. Lacunza: “… el tomar y llevar públicamente este carácter, debe ser un acto libre y voluntario, no forzado. La razón es: porque la potencia de esta bestia no puede consistir en otra cosa que en sus armas; y estas armas, que son cuernos de cordero, locuela de dragón, milagros, etc., no son a propósito para obligar con fuerza y violencia, sino para mover y persuadir con suavidad. En suma: lo que se nos dice por todas estas semejanzas no parece otra cosa sino que la segunda bestia tendrá la mayor parte, y la máxima culpa en la perdición de los cristianos. Ella será la causa inmediata con sus obras inicuas y sus palabras seductivas de que los cristianos entren en la moda y se acomoden al gusto del siglo, rompiendo aquella cuerda de la fe, que los tenía atados a Jesús y declarándose por el Anticristo.” (Ibíd., p. 19-20).

El aspecto religioso del Anticristo, cuando se habla en general, se puede observar en lo que el P. Emmanuel dice: “El Anticristo será, verdaderamente, de tal manera a saber, la antípoda de Nuestro Señor.” (La Sainte Église, ed. Clovis, 1997, p. 274). “Esta claro, según lo que precede, que el Anticristo se presentará al mundo como el tipo más completo de esos falsos profetas que fanaticen las masas, y que las arrastran a todos los excesos bajo el pretexto de una reforma religiosa.” (Ibíd. p. 275). Reforma religiosa que podemos verificar con la producida por el Vaticano II, que ha cambiado con la reforma litúrgica y la nueva doctrina, la ley (lex orandi lex credendi) y los tiempos (de aggiornamento ecumenisista) cual obra del Anticristo, pues como el P. Emmanuel (citando a Daniel 7,25 donde se hace alusión al Anticristo) expresa: “Él pensará cambiar los tiempos y las leyes, y todo será dado durante un tiempo, dos tiempos y la mitad de un tiempo.” (Ibíd. p. 278). “Todo él tendrá pronto las miradas vueltas hacia el impostor, de quien las trompetas de una prensa complaciente celebraran los grandes hechos” (Ibíd. p 280). “Es muy creíble también que el Anticristo arreglará, para realzarse, todos los partisanos de las falsas religiones. Anunciándose como lleno de respeto por la libertad de cultos, una de las máximas y una de las mentiras de la bestia revolucionaria.” (Ibíd. p. 281).

“El [el Anticristo] hace cesar el culto público, quitará (dice Daniel), el sacrificio perpetuo. No se podrá ya celebrar la santa Misa sino en las cavernas y los lugares escondidos. Las iglesias no presentarán a las miradas sino la abominación de la desolación, a saber, la imagen del monstruo elevado sobre los altares del Dios verdadero.” (Ibíd. p. 284-285). Este monstruo vemos que es la nueva religión del hombre, el antropoteismo de la Nueva Iglesia post conciliar con su nueva misa bastarda, y ahora engalanada, cual monstruo benigno (legitimado) con el Motu Proprio.


“… el Anticristo tendrá su colegio de predicadores y de apóstoles a placer. (…) Tendrán la apariencia del Cordero, remedarán las máximas evangélicas de paz, de concordias, de libertad, de fraternidad; y bajo estas apariencias, propagarán el ateísmo más vergonzoso.” (Ibíd. p. 292). Y si como hace ver el P. Emmanuel: “El Anticristo será sobre todo un impostor…” (Ibíd. p. 302), ¿qué mayor impostura que la del orden divino y sobrenatural, la impostura religiosa ejercida en el nombre de Dios, de Cristo y de su Divina Iglesia, para adulterar el culto, la religión y la Iglesia? ¿Qué mayor seducción que adulterar, corromper, utilizando la investidura de la legalidad y del poder en el nombre de Dios?, puesto que: “… la persecución última revestirá el aspecto de una seducción.” (Ibíd. p. 303).

“La crisis será tal que invadirá la Iglesia profanándolo todo; y la verdadera Iglesia deberá refugiarse, cual pequeño rebaño fiel esparcido por el mundo, en la soledad del desierto, pues como bien dice el P. Emmanuel: “La vía de salvación permanecerá abierta y la salvación será posible para todos. La Iglesia tendrá medios de preservación proporcionados al tamaño del peligro.” (Ibíd. p. 298). “La Iglesia recordará la advertencia dada por Nuestro Señor para los tiempos de la toma de Jerusalén, y aplicable con el consentimiento de los interpretes, a la última persecución.” (Ibíd. p. 298). “Conformemente a estas instrucciones del Salvador, por la huida la Iglesia pondrá a salvo al pequeño rebaño.” (Ibíd. p. 299).

No hay que olvidar que sin fe no hay Iglesia, como bien dice el P. Emmanuel: “Está claro que si la fe podría apagarse en la Iglesia, no habría más Iglesia., todo vínculo sería roto entre la tierra y el cielo; la humanidad flotaría a la deriva fuera de Dios y de su Cristo.” (Ibíd. p. 102). “San Pablo enseña que Jesucristo habita en nuestros corazones por la fe (Ef. 3,17). Él hubiera podido decir: por la caridad. Él dijo por la fe, porque la fe es la raíz primera de la caridad y de toda vida cristiana.” (Ibíd. p. 102). Aún más, pues sin fe los sacramentos se vacían: “La fe es el alma de los sacramentos: ¿Qué serían sin la fe de la Iglesia que obra en ellos, o más bien, gracias a lo cual Jesucristo mismo, que los ha instituido, obra en ellos? Los sacramentos operan sus efectos maravillosos independientemente de la fe del ministro que los aplica; pero no independientemente de la fe de la Iglesia.” (Ibíd. p. 103). Por esto: “La fe es así todo junto al lazo de unidad de la Iglesia aquí abajo, y la virtud que la vuelve fecunda.” (Ibíd. p. 103). El drama de la hora actual es exclusivamente religioso: “…un drama exclusivamente religioso se desarrollará y envolverá el universo entero.” (Ibíd. p. 257).

Es necesario ver el doble componente cuando se habla en general del Anticristo: el civil y el religioso, pues el acento lo ponen más en el orden político que en el eclesiástico (sacerdotal) y no se mira sino una de las dos bestias apocalípticas, siendo ambas el Anticristo total (completo); y la peor es la bestia con nombre específico: el pseudoprofeta, el Anticristo eclesiástico. El P. Castellani nos da un primer indicio al respecto al decir:” El Anticristo será, pues, un Imperio universal laico, unido a una Nueva Religión Herética; encarnados ambos en un hombre o quizá en dos hombres, el tirano y el pseudoprofeta.” (Cristo ¿vuelve o no vuelve?, ed. Dictio, 1976, Bs.As. p. 47-48). “…y la visión de la derrota definitiva de los Anticristos…” (El Apokalipsis, ed. Paulinas, 1963,p. 279). “No agarrará a los dos Anticristos para hundirlos en el Orco: ‘serán agarrados’ por un ángel, dice el texto; por el Ángel San Miguel…”(Ibíd. P. 289).

El P. Alcañiz dice clara y explícitamente: “El Anticristo estará compuesto de dos entidades: primero, La Bestia de 10 cuernos; que será un imperio mundial, dividido en muchas nacionalidades, que son los dedos de los pies en la estatua de Daniel y de los reyes de la tierra, tantas veces repetidos en la Biblia; pero todos capitaneados por un hombre de cualidades extraordinarias. Pero además de esta entidad política formidable, el Anticristo será otra entidad de tipo religioso, que el Apocalipsis llama Bestia en forma de cordero, regentada por un hombre, llamado el pseudoprofeta. Esta entidad religiosa será mucho peor que la política, porque esta saldrá del mar, que es el mundo, y la religiosa saldrá del Abismo, que es el infierno.” (Los Últimos Tiempos, Lima 1977, p. 1-2). “Este Anticristo compuesto aparece también en el capítulo 17 del Apocalipsis como una gran prostituta vestida de rojo y cabalgando sobre la Bestia de 10 cuernos, que aparece de color rojo también.” (Ibíd. p. 2).

“Una figura que incluye los dos elementos: político y religioso, que integran al Anticristo, es la del capítulo 17 del Apocalipsis: una bestia de 10 cuernos, que es el imperio mundial, tan repetido; político, integrado por mucha nacionalidades subordinadas. (…) Cabalgando sobre la bestia roja va una prostituta, también roja. El elemento religioso del Anticristo será una entidad religiosa, que adoptará las tendencias del imperio político, prostituyéndose, es decir, abandonando sus fines espirituales y esclavizándose al poder terreno, porque la apoyará.” (Ibíd. p. 2). “El elemento eclesiástico del Anticristo abandonará las enseñanzas espirituales de la religión y de la moral, para ofrecer cosas de tipo terrenal, con el fin de atraerse al mundo materializado. ¡Necia y lamentable equivocación!” (Ibíd. p. 4). “Se ve pues que el Anticristo eclesiástico procurará enloquecer a los pueblos con una borrachera de amor, pero amor de inmundicia y de fornicación: un amor impuro robado a Dios. De este tipo es el amor del progresismo, culturismo, humanismo actuales y el amor al prójimo por sí mismo y sin Dios, propio del marxismo soviético.” (Ibíd. p. 4). “Los integrantes del Anticristo eclesiástico, aparecen en la Biblia como imitadores de Balaam. Este y ellos escogidos por Dios para inducir a las gentes hacia Él mediante la enseñanza de la religión y de la moral; pero tentados por el Anticristo político con promesas de empleos lucrativos y honoríficos, inducirán al pueblo a la apostasía.” (Ibíd. p. 4). “Esto confirma la idea de que entre las dos cabezas, que integran el Anticristo completo: la política y la eclesiástica, esta será la peor…” (Ibíd. p. 7).

San Juan Evangelista y por antonomasia el apóstol apocalíptico, definió así al Anticristo: “qui solvit Iesum” (I Jn. 4, 3), el que disuelve (o diluye a Jesús), y esto por quitar el antagonismo entre Iglesia y Mundo, Cristo y Satanás, bien y mal, verdad y error, verdadero y falso, y en definitiva entre Cristo y Anticristo, entre Iglesia de Cristo y Contra-Iglesia del Anticristo.”


Citaremos a título ilustrativo algunos pasajes del P. Emmanuel que sirven de referencia y luz ante lo que hoy vemos y es un hecho; esto es, la relación entre el Anticristo y su nueva religión y la libertad religiosa del actual ecumenismo. “Es muy creíble, también que el Anticristo llevará para elevarse a todos los partisanos de las falsas religiones. Se anunciará como lleno de respeto por la libertad de cultos, una de las máximas y una de las mentiras de la bestia revolucionaria.” (La Sainte Église, ed. Clovis, 1997, p. 281).

“Queda claro, después de lo precedente, que el Anticristo se presentará al mundo como el tipo, el más acabado de estos falsos profetas que fanatizan las masas, y que las arrastran a todos los excesos bajo el pretexto de una reforma religiosa.” (Ibíd. p. 275). Bien podemos decir: tal como ha ocurrido con la reforma religiosa desde el Concilio Vaticano II (hace más de 40 años), hasta hoy. “Esto será el comienzo de una crisis terrible para la Iglesia de Dios.”(Ibíd. p. 280). Pues: “Él hará cesar el culto público; él quitara, dice Daniel, el sacrificio perpetuo. No se podrá más celebrar la santa Misa, sino en las cavernas y los lugares escondidos. Las Iglesias profanadas no presentaran ante las miradas sino la abominación de la desolación, a saber, la imagen del monstruo elevado sobre los altares del verdadero Dios. (…) Es aquí cuando la mano de Dios se hará sentir.” (Ibíd. p. 284-285).

Claro está que como advierte el P. Emmanuel: “La Iglesia tendrá medios de preservación proporcionados al tamaño del peligro.” (Ibíd. p. 298), pues: “La Iglesia recordara la advertencia dada por Nuestro Señor para los tiempos de la toma de Jerusalén, y aplicables según el consentimiento de los interpretes, a la última persecución”. (Ibíd. p. 298). Y: Conformemente a estas instrucciones del Salvador, la Iglesia se pondrá en resguardo por la huida del pequeño rebaño; (…) Puesto que durante ese tiempo, la Iglesia en la persona de los débiles, se escapara en la soledad; y Dios mismo tomara el cuidado de mantenerla oculta y de alimentarla.” (Ibíd. p. 298-300).

El drama de los últimos tiempos apocalípticos es eminentemente religioso y no político o económico aunque tenga derivaciones en el orden político y económico. Déjase ver claro lo que dice el P. Emmanuel: “Seguramente es un triste espectáculo al ver la humanidad, seducida y enloquecida por el espíritu del mal, intentar sofocar y aniquilar la Iglesia, su madre, su maestra divina. (…) Por encima, la fe nos hace seguir el gran antagonismo entre Satanás y Nuestro Señor; nos hace asistir a las astucias y a las violencias del espíritu inmundo para entrar en la casa de la cual lo expulsó Nuestro Señor Jesucristo. Al final entrará y querrá eliminar a Nuestro Señor. Entonces los velos serán rasgados, lo sobrenatural resplandecerá por todas partes; no habrá ya política propiamente dicha; un drama exclusivamente religioso se desarrollará y envolverá al universo entero.”(La Sainte Église, ed. Clovis, 1997, p. 256-257).

Queda claro que la gran crisis final y última (apocalíptica), sin solución humana, ni retroceso, sino todo lo contrario de acuerdo a la ley metafísico-histórica de la aceleración del mal en la medida que se aproxima a su fin, es un drama teológico religioso y sobrenatural, por eso en las Sagradas Escrituras se dice: el justo vivirá de la fe (Rom. 1, 17) sin configurarse al mundo: nolite conformari huic saeculo (Rom. 12,2), y todo lo que no procede de la fe es pecado (Rom. 14,23 ).

Hoy estamos ante esa perspectiva apocalíptica, los signos son evidentes, con dos siglos de advertencias marianas, y de los papas como Pío IX, San Pío X y Pío XII. Otra cosa es la resistencia diabólica a todo lo que tenga o contenga o aun conlleve una visión apocalíptica que se impone por el contexto histórico y metafísico de la historia, y aún más a la luz de la teología de la historia que se resuelve, en última instancia, en el orden exegético-apocalíptico de los Últimos Tiempos. En este sentido es muy cierto lo que dice Josef Pieper: “El enemigo del mundo será la Iglesia.” (El Fin del Tiempo, ed. Herder, 1984, p. 140). Claro está, se trata de la verdadera Iglesia reducida a un pequeño rebaño disperso por el mundo, y no de la falsa Iglesia “aggiornada” (puesta al día con el mundo), la Nueva Iglesia postconciliar ecuménica que abraza a todas las religiones, sin dogmas que dividan y perturben la falsa paz universal donde se convive en la sacrosanta democracia o como la definiera Nicolás Dávila: la religión antropoteista.

Y Pipier continúa diciendo: “La última forma intrahistórica que adoptaran las relaciones de Iglesia-Estado no será la de un arreglo, ni siquiera de lucha, sino una forma de persecución; es decir, la de acoso de los impotentes por el poder. Mientras que la manera de lograr la victoria sobre el Anticristo será el testimonio de la sangre:” (Ibíd. p. 141). El poder narcisista, el poder por el poder desvirtuado de su fundamento que es la verdad, la verdad a la cual todo poder en el cielo y en la tierra debe servir y garantizar so pena de ilegitimidad metafísica y teológica.

Por eso el gran pecado sin remedio es el pecado contra el Espíritu Santo, contra el Espíritu de Verdad; el pecado que impugna y conculca la verdad manifiesta o conocida, el gran pecado contra la verdad eterna de la cual deriva y participa toda otra verdad natural o sobrenatural. Por eso la característica del Anticristo (el Anti-Verbo) es impugnar la verdad revelada, es crucificar la Iglesia verdadera, perseguirla diluyéndola, configurándola, acomodándola al mundo moderno proclamado en la llamada Revolución Francesa, donde se proscriben los derechos de Dios y de su Santa Iglesia y se proclaman los falsos derechos del hombre soberano cual si fuera Dios.

BASILIO MÉRAMO PBRO.
Bogotá, 28 de Marzo de 2010

jueves, 25 de marzo de 2010

San Claudio de la Colombiére


El Abandono confiado a la
Divina Providencia




I. Verdades consoladoras.
a) Confiemos en la sabiduría de Dios.
b) Cuando Dios nos prueba.
c) Arrojarse en los brazos de Dios.
d) Práctica del abandono confiado.

II. Las adversidades son útiles a los justos, necesarias a los pecadores
a) Hay que confiar en la Providencia.
b) Ventajas inesperadas de las pruebas.
c) Ocasiones de méritos y de la salvación.
III. Recurso a la oración
a) Para obtener bienes.
b) Para apartar los males.
c) No se pide bastante.
d) Perseverancia en la oración
e) Una confianza obstinada.

I. Verdades consoladoras.

Una de las verdades mejor establecidas y de las más consoladoras que se nos han revelado es que nada nos sucede en la tierra, excepto el pecado, que no sea porque Dios lo quiere; Él es quien envía las riquezas y la pobreza; si estáis enfermos, Dios es la causa de vuestro mal; si habéis recobrado la salud, es Dios quien os la ha devuelto; si vivís, es solamente a Él a quien debéis un bien tan grande; y cuando venga la muerte a concluir vuestra vida, será de su mano de quien recibiréis el golpe mortal.
Pero, cuando nos persiguen los malvados, ¿debemos atribuirlo a Dios? Sí, también le podéis acusar a Él del mal que sufrís. Pero no es la causa del pecado que comete vuestro enemigo al maltrataros, y sí es la causa del mal que os hace este enemigo mientras peca.
No es Dios quien ha inspirado a vuestro enemigo la perversa voluntad que tiene de haceros mal, pero es Él quien le ha dado el poder. No dudéis, si recibís alguna llaga, es Dios mismo quien os ha herido. Aunque todas las criaturas se aliaran contra vosotros, si el Creador no lo quiere, si Él no se une a ellas, si Él no les da la fuerza y los medios para ejecutar sus malos designios, nunca llegarán a hacer nada: No tendrías ningún poder sobre mí si no te hubiera sido dado de lo Alto, decía el Salvador del mundo a Pilatos. Lo mismo podemos decir a los demonios y a los hombres, incluso a las criaturas privadas de razón y de sentimiento. No, no me afligiríais, ni me incomodaríais como hacéis si Dios no lo hubiera ordenado así; es Él quien os envía, Él es quien os da el poder de tentarme y afligirme: No tendríais ningún poder sobre mí si no os fuera dado de lo Alto.
Si meditáramos seriamente, de vez en cuando, este artículo de nuestra fe, no se necesitaría más para ahogar todas nuestras murmuraciones en las pérdidas, en todas las desgracias que nos suceden. Es el Señor quien me había dado los bienes, es Él mismo quien me los ha quitado; no es ni esta partida, ni este juez, ni este ladrón quien me ha arruinado; no es tampoco esta mujer que me ha envenenado con sus medicamentos; si este hijo ha muerto... todo esto pertenecía a Dios y no ha querido dejármelo disfrutar más largo tiempo.

CONFIEMOS EN LA SABIDURÍA DE DIOS

Es una verdad de fe que Dios dirige todos los acontecimientos de que se lamenta el mundo; y aún más, no podemos dudar de que todos los males que Dios nos envía nos sean muy útiles: no podemos dudar sin suponer que al mismo Dios le falta la luz para discernir lo que nos conviene.
Si, muchas veces, en las cosas que nos atañen, otro ve mejor que nosotros lo que nos es útil, ¿no será una locura pensar que nosotros vemos las cosas mejor que Dios mismo, que Dios que está exento de las pasiones que nos ciegan, que penetra en el porvenir, que prevé los acontecimientos y el efecto que cada causa debe producir? Vosotros sabéis que a veces los accidentes más importunos tienen consecuencias dichosas, y que por el contrario los éxitos más favorables pueden acabar finalmente de manera funesta. También es una regla que Dios observa a menudo, de ir a sus fines por caminos totalmente opuestos a los que la prudencia humana acostumbra escoger.
En la ignorancia en que estamos de lo que debe acaecernos posteriormente, ¿cómo osaremos murmurar de lo que sufrimos por la permisión de Dios? ¿No tememos que nuestras quejas conduzcan a error, y que nos quejamos cuando tenemos el mayor motivo para felicitamos de su Providencia? José es vendido, se le lleva como esclavo, y se le encarcela; si se afligiera de sus desgracias, se afligiría de su felicidad, pues son otros tantos escalones que elevan insensiblemente hasta el trono de Egipto. Saúl ha perdido las asnas de su padre; es necesario irlas a buscar muy lejos e inútilmente; mucha preocupación y tiempo perdido, es cierto; pero si esta pena le disgusta, no hubiera habido disgusto tan irracional, visto que todo esto estaba permitido para conducirle al profeta que debe ungirle de parte del Señor, para que sea el rey de su pueblo.
¡Cuánta será nuestra confusión cuando comparezcamos delante de Dios, y veamos las razones que habrá tenido de enviarnos estas cruces que hemos recibido tan a pesar nuestro! He lamentado la muerte del hijo único en la flor de la edad: ¡Ay!, pero si hubiera vivido algunos meses o algunos años más, hubiera perecido a manos de un enemigo, y habría muerto en pecado mortal. No he podido consolarme de la ruptura de este matrimonio: Si Dios hubiera permitido que se hubiera realizado, habría pasado mis días en el duelo y la miseria. Debo treinta o cuarenta años de vida a esta enfermedad que he sufrido con tanta impaciencia. Debo mi salvación eterna a esta confusión que me ha costado tantas lágrimas. Mi alma se hubiera perdido de no perder este dinero. ¿De qué nos molestamos?... ¡Dios carga con nuestra conducta, y nos preocupamos! Nos abandonamos a la buena fe de un médico, porque lo suponemos entendido en su profesión; él manda que se os hagan las operaciones más violentas, alguna vez que os abran el cráneo con el hierro; que se os horade, que os corten un miembro para detener la gangrena, que podría llegar hasta el corazón. Se sufre todo esto, se queda agradecido y se le recompensa liberalmente, porque se juzga que no lo haría si el remedio no fuera necesario, porque se piensa que hay que fiar en su arte; ¡y no le concederemos el mismo honor a Dios! Se diría que no nos fiamos de su sabiduría y que tenemos miedo de que nos descaminara. ¡Cómo!, ¿entregáis vuestro cuerpo a un hombre que puede equivocarse y cuyos menores errores pueden quitaros la vida, y no podéis someteros a la dirección del Señor?
Si viéramos todo lo que Él ve, querríamos infaliblemente todo lo que Él quiere; se nos vería pedirle con lágrimas las mismas aficiones que procuramos apartar por nuestros votos y nuestras oraciones. A todos nos dice lo que dijo a los hijos del Zebedeo: Nescítis quid petatis; hombres ciegos, tengo piedad de vuestra ignorancia, no sabéis lo que pedís; dejadme dirigir vuestros intereses, conducir vuestra fortuna, conozco mejor que vosotros lo que necesitáis; si hasta ahora hubiera tenido consideración a vuestros sentimientos y a vuestros gustos, estaríais ya perdidos y sin recurso.

CUANDO DIOS NOS PRUEBA

¿Pero queréis estar persuadidos que en todo lo que Dios permite, en todo lo que os sucede, sólo se persigue vuestro verdadero interés, vuestra verdadera dicha eterna? Reflexionad un poco en todo lo que ha hecho por vosotros. Ahora estáis en la aflicción; pensad que el autor de ella, es el mismo que ha querido pasar toda su vida en dolores para ahorraros los eternos; que es el mismo que tiene su ángel a vuestro lado, velando bajo su mandato en todos vuestros caminos y aplicándose a apartar todo lo que podría herir vuestro cuerpo o mancillar vuestra alma; pensad que el que os ata a esta pena es el mismo que en nuestros altares no cesa de rogar y de sacrificarse mil veces al día para expiar vuestros crímenes y para apaciguar la cólera de su Padre a medida que le irritáis; que es el que viene a vosotros con tanta bondad en el sacramento de la Eucaristía, el que no tiene mayor placer, que el de conversar con vosotros y el de unirse a vosotros. Tras estas pruebas de amor, ¡qué ingratitud más grande desconfiar de Él, dudar sobre si nos visita para hacernos bien o para perjudicarnos! ¡Pero me hiere cruelmente, hace pesar su mano sobre mí!¿Qué habéis de temer de una mano que ha sido perforada, que se ha dejado clavar a la cruz por vosotros? ¡Me hace caminar por un camino espinoso! ¿Si no hay otro para ir al cielo, desgraciados seréis, si preferís perecer para siempre antes que sufrir por un tiempo! ¿No es éste el mismo camino que ha seguido antes que vosotros y por amor vuestro? ¿Habéis encontrado alguna espina que no haya señalado, que no haya teñido con su sangre? ¡Me presenta un cáliz lleno de amargura! Sí, pero pensad que es vuestro divino Redentor quien os lo presenta; amándoos tanto corno lo hace, ¿podría trataros con rigor si no tuviera una extraordinaria utilidad o una urgente necesidad? Tal vez habéis oído hablar del príncipe que prefirió exponerse a ser envenenado antes que rechazar el brebaje que su médico le había ordenado beber, porque había reconocido siempre en este médico mucha fidelidad y mucha afección a su persona. Y nosotros, cristianos, ¡rechazaremos el cáliz que nos ha preparado nuestro divino Maestro, osaremos ultrajarle hasta ese punto! Os suplico que no olvidéis esta reflexión; si no me equivoco, basta para hacernos amar las disposiciones de la voluntad divina por molestas que nos parezcan. Además, éste es el medio de asegurar infaliblemente nuestra dicha incluso desde esta vida.

ARROJARSE EN LOS BRAZOS DE DIOS

Supongo, por ejemplo, que un cristiano se ha liberado de todas las ilusiones del mundo por sus reflexiones y por las luces que ha recibido de Dios, que reconoce que todo es vanidad, que nada puede llenar su corazón, que lo que ha deseado con las mayores ansias es a menudo fuente de los pesares más mortales; que apenas si se puede distinguir lo que nos es útil de lo que nos es nocivo, porque el bien y el mal están mezclados casi por todas partes, y lo que ayer era lo más ventajoso es hoy lo peor; que sus deseos no hacen más que atormentarle, que los cuidados que toma para triunfar le consumen y algunas veces le perjudican, incluso en sus planes, en lugar de hacerlos avanzar; que, al fin y al cabo, es una necesidad el que se cumpla la voluntad de Dios, que no se hace nada fuera de su mandato y que no ordena nada a nuestro respecto que no nos sea ventajoso.
Después de percibir todo esto, supongo también que se arroja a los brazos de Dios como un ciego, que se entrega a Él, por decirlo así, sin condiciones ni reservas, resuelto enteramente a fiarse a Él en todo y de no desear nada, no temer nada, en una palabra, de no querer nada más que lo que Él quiera, y de querer igualmente todo lo que Él quiera; afirmo que desde este momento esta dichosa criatura adquiere una libertad perfecta, que no puede ser contrariada ni obligada, que no hay ninguna autoridad sobre la tierra, ninguna potencia que sea capaz de hacerle violencia o de darle un momento de inquietud.
Pero, ¿no es una quimera que a un hombre le impresionen tanto los males como los bienes? No, no es ninguna quimera; conozco personas que están tan contentas en la enfermedad como en la salud, en la riqueza como en la indigencia; incluso conozco quienes prefieren la indigencia y la enfermedad a las riquezas y a la salud.
Además no hay nada más cierto que lo que os voy a decir: Cuanto más nos sometamos a la voluntad de Dios, más condescendencia tiene Dios con nuestra voluntad. Parece que desde que uno se compromete únicamente a obedecerle, Él sólo cuida de satisfacernos: y no sólo escucha nuestras oraciones, sino que las previene, y busca hasta el fondo de nuestro corazón estos mismos deseos que intentamos ahogar para agradarle y los supera a todos.
En fin, el gozo del que tiene su voluntad sumisa a la voluntad de Dios es un gozo constante, inalterable, eterno. Ningún temor turba su felicidad, porque ningún accidente puede destruirla. Me lo represento como un hombre sentado sobre una roca en medio del océano; ve venir hacia él las olas más furiosas sin espantarse, le agrada verlas y contarlas a medida que llegan a romperse a sus pies; que el mar esté calmo o agitado, que el viento impulse las olas de un lado o del otro, sigue inalterable porque el lugar donde se encuentra es firme e inquebrantable.
De ahí nace esa paz, esta calma, ese rostro siempre sereno, ese humor siempre igual que advertimos en los verdaderos servidores de Dios.

PRÁCTICA DEL ABANDONO CONFIADO

Nos queda por ver cómo podemos alcanzar esta feliz sumisión. Un camino seguro para conducirnos es el ejercicio frecuente de esta virtud. Pero como las grandes ocasiones de practicarla son bastante raras, es necesario aprovechar las pequeñas que son diarias y cuyo buen uso nos prepara en seguida para soportar los mayores reveses, sin conmovernos. No hay nadie a quien no sucedan cien cosillas contrarias a sus deseos e inclinaciones, sea por nuestra imprudencia o distracción, sea por la inconsideración o malicia de otro, ya sean el fruto de un puro efecto del azar o del concurso imprevisto de ciertas causas necesarias. Toda nuestra vida está sembrada de esta clase de espinas que sin cesar nacen bajo nuestras pisadas, que producen en nuestro corazón mil frutos amargos, mil movimientos involuntarios de aversión, de envidia, de temor, de impaciencia, mil enfados pasajeros, mil ligeras inquietudes, mil turbaciones que alteran la paz de nuestra alma al menos por un momento. Se nos escapa por ejemplo una palabra que no quisiéremos haber dicho o nos han dicho otra que nos ofende; un criado sirve mal o con demasiada lentitud, un niño os molesta, un importuno os detiene, un atolondrado tropieza con vosotros, un caballo os cubre de lodo, hace un tiempo que os desagrada, vuestro trabajo no va como desearíais, se rompe un mueble, se mancha un traje o se rompe. Sé que en todo esto no hay que ejercitar una virtud heroica, pero os digo que bastaría para adquirirla infaliblemente si quisiéramos; pues si alguien tuviera cuidado para ofrecer a Dios tolas estas contrariedades y aceptarlas como dadas por su Providencia, y si además se dispusiera insensiblemente a una unión muy íntima con Dios, será capaz en poco tiempo de soportar los más tristes y funestos accidentes de la vida.
A este ejercicio que es tan fácil, y sin embargo tan útil para nosotros y tan agradable a Dios que ni puedo decíroslo, hemos de añadir también otro. Pensad todos los días, por las mañanas, en todo lo que pueda sucederos de molesto a lo largo del día. Podría suceder que en este día os trajeran la nueva de un naufragio, de una bancarrota, de un incendio; quizá antes de la noche recibiréis alguna gran afrenta, alguna confusión sangrante; tal vez sea la muerte la que os arrebatará la persona más querida de vosotros; tampoco sabéis si vais a morir vosotros mismos de una manera trágica y súbitamente. Aceptad todos estos males en caso de que quiera Dios permitirlos; obligad vuestra voluntad a consentir en este sacrificio y no os deis ningún reposo hasta que no la sintáis dispuesta a querer o a no querer todo lo que Dios quiera o no quiera.
En fin, cuando una de estas desgracias se deje en efecto sentir, en lugar de perder el tiempo quejándose de los hombres o de la fortuna, id a arrojaros a los pies de vuestro divino Maestro, para pedirle la gracia de soportar este infortunio con constancia. Un hombre que ha recibido una llaga mortal, si es prudente no correrá detrás del que le ha herido, sino ante todo irá al médico que puede curarle. Pero si en semejantes encuentros, buscarais la causa de vuestros males, también entonces deberíais ir a Dios pues no puede ser otro el causante de vuestro mal.
Id pues a Dios, pero id pronto, inmediatamente, que sea éste el primero de todos vuestros cuidados; id a contarle, por así decirlo, el trato que os ha dado, el azote de que se ha servido para probaros. Besad mil veces las manos de vuestro Maestro crucificado, esas manos que os han herido, que han hecho todo el mal que os aflige. Repetid a menudo aquellas palabras que también Él decía a su Padre, en lo más agudo de su dolor: Señor, que se haga vuestra voluntad y no la mía; Fiat voluntas tua. Sí mi Dios, en todo lo que queráis de mí hoy y siempre, en el cielo y en la tierra, que se haga esta voluntad, pero que se haga en la tierra como se cumple en el cielo.


II. Las adversidades son útiles a los justos, necesarias a los pecadores

Ved a esta madre amante que con mil caricias mira de apaciguar los gritos de su hijo, que le humedece con sus lágrimas mientras le aplican el hierro y el fuego; desde el momento en que esta dolorosa operación se hace ante sus ojos y por su mandato, ¿quién va a dudar de que este remedio violento debe ser muy útil a este hijo que después encontrará una perfecta curación o al menos el alivio de un dolor más vivo y duradero?
Hago el mismo razonamiento cuando os veo en la adversidad. Os quejáis de que se os maltrate, os ultrajen, os denigren con calumnias, que os despojen injustamente de vuestros bienes: Vuestro Redentor; este nombre es aún más tierno que el de padre o madre, vuestro Redentor es testigo de todo lo que sufrís, Él os lleva en su seno, y ha declarado que cualquiera que os toque, le toca a Él mismo en la niña del ojo; sin embargo. Él mismo permite que seáis atravesado, aunque pudiera fácilmente impedirlo, ¡y dudáis que esta prueba pasajera no os procure las más sólidas ventajas! Aunque el Espíritu Santo no hubiera llamado bienaventurados a los que sufren aquí abajo, aunque todas las páginas de la Escritura no hablaran en favor de las adversidades, y no viéramos que son el pago más corriente de los amigos de Dios, no dejaría de creer que nos son infinitamente ventajosas. Para persuadirme, basta saber que Dios ha preferido sufrir todo lo que la rabia de los hombres ha podido inventar en las torturas más horribles, antes de yerme condenado a los menores suplicios de la otra vida; basta, dije, que sepa que es Dios mismo quien me prepara, quien me presenta el cáliz de amargura que debo beber en este mundo. Un Dios que ha sufrido tanto para impedirme sufrir, no se dará el cruel e inútil placer de hacerme sufrir ahora.

HAY QUE CONFIAR EN LA PROVIDENCIA

Para mí, cuando veo a un cristiano abandonarse al dolor en las penas que Dios le envía, digo en primer lugar: «He aquí un hombre que se aflige de su dicha; ruega a Dios que le libre de la indigencia en que se encuentra y debería darle gracias de haberle reducido a ella. Estoy seguro que nada mejor podría acaecerle que lo que hace el motivo de su desolación; para creerlo tengo mil razones sin réplica. Pero si viera todo lo que Dios ve, si pudiera leer en el porvenir las consecuencias felices con las que coronará estas tristes aventuras, ¿cuánto más no me aseguraría en mi pensamiento?
En efecto, si pudiéramos descubrir cuales son los designios de la Providencia, es seguro que desearíamos con ardor los males que sufrimos con tanta repugnancia.
¡Dios mío!, si tuviéramos un poco más de fe, si supiéramos cuánto nos amáis, cómo tenéis en cuenta nuestros intereses, ¿cómo miraríamos las adversidades? Iríamos en busca de ellas ansiosamente, bendeciríamos mil veces la mano que nos hiere.
«¿Qué bien puede proporcionarme esta enfermedad que me obliga a interrumpir todos mis ejercicios de piedad?», dirá tal vez alguien. «¿Qué ventaja puedo obtener de la pérdida de todos mis bienes que me sitúa en el desespero, de esta confusión que abate mi valor y que lleva la turbación a mi espíritu?» Es cierto que estos golpes imprevistos, en el momento en que hieren acaban algunas veces con aquellos sobre quienes caen y les sitúan fuera del estado de aprovecharse inmediatamente de su desgracia: Pero esperad un momento y veréis que es por allí por donde Dios os prepara para recibir sus favores más insignes. Sin este accidente, es posible que no hubierais llegado a ser peor, pero no hubierais sido tan santo. ¿No es cierto que desde que os habéis dado a Dios, no os habíais resuelto a despreciar cierta gloria fundada en alguna gracia del cuerpo o en algún talento del espíritu, que os atraía la estima de los hombres? ¿No es cierto que teníais aún cierto amor al juego, a la vanidad, al lujo? ¿No es cierto que no os había abandonado el deseo de adquirir riquezas, de educar a vuestros hijos con los honores del mundo? Quizá incluso cierto afecto, alguna amistad poco espiritual disputaba aún vuestro corazón a Dios. Sólo os faltaba este paso para entrar en una libertad perfecta; era poco, pero, en fin, no hubierais podido hacer aún este último sacrificio; sin embargo, ¿ de cuántas gracias no os privaba este obstáculo? Era poco, pero no hay nada que cueste tanto al alma cristiana como el romper este último lazo que le liga al mundo o a ella misma; sólo en esta situación siente una parte de su enfermedad; pero le espanta el pensamiento de su remedio, porque el mal está tan cerca del corazón que sin el socorro de una operación violenta y dolorosa, no se le puede curar; por esto ha sido necesario sorprenderos, que cuando menos pensabais en ello, una mano hábil haya llevado el hierro adelante en la carne viva, para horadar esta úlcera oculta en el fondo de vuestras entrañas; sin este golpe, duraría aún vuestra languidez. Esta enfermedad que se detiene, esta bancarrota que os arruina, esta afrenta que os cubre de vergüenza, la muerte de esta persona que lloráis, todas estas desgracias harán en un instante lo que no hubieran hecho todas vuestras meditaciones, lo que todos vuestros directores hubieran intentado inútilmente.





VENTAJAS INESPERADAS DE LAS PRUEBAS

Y si la aflicción en que estáis por voluntad de Dios, os hastía de todas las criaturas, si os compromete a daros enteramente a vuestro Creador, estoy seguro que le estaréis más agradecidos por lo que os ha afligido, que por lo que le hubierais ofrecido en vuestros votos si os evitaba la aflicción; los demás favores que habéis recibido de Él, comparados con esta desgracia, no serán a vuestros ojos más que pequeños favores. Siempre habéis mirado las bendiciones temporales que ha derramado hasta ahora sobre vuestra familia como los efectos de su bondad hacia vosotros; pero entonces veréis claramente que nunca os amó tanto como cuando trastornó todo lo que había hecho para vuestra prosperidad, y que si había sido liberal al daros las riquezas, el honor, los hijos y la salud, ha sido pródigo al quitaros todos estos bienes.
No hablo de los méritos que se adquieren por la paciencia; por lo general, es cierto que se gana más para el cielo en un día de adversidad que durante varios años pasados en la alegría, por santo que sea el uso que se haga de ella.
Todo el mundo conoce que la prosperidad nos debilita; y es mucho cuando un hombre dichoso, según el mundo, se toma la pena de pensar en el Señor una o dos veces por día; las ideas de los bienes sensibles que le rodean ocupan tan agradablemente su espíritu que olvida con mucho lodo lo demás. Por el contrario la adversidad nos lleva de un modo natural a elevar los ojos al cielo, para, mediante esta visión, suavizar la amarga impresión de nuestros males. Sé que se puede glorificar a Dios en toda clase de estados y que no deja de honrarle la vida de un cristiano que le sirve en una alegre fortuna; pero ¡quién asegura que este cristiano le honra tanto como el hombre que le bendice en los sufrimientos! Se puede decir que el primero es semejante a un cortesano asiduo y regular, que no abandona nunca a su príncipe, que le sigue al consejo, que todo lo hace a gusto, que hace honor a sus fiestas; pero que el segundo es como un valiente capitán, que toma las ciudades para su rey, que le gana las batallas, a través de mil peligros y a precio de su sangre, que lleva lejos la gloria de las armas de su señor y los límites de su imperio.
Del mismo modo, un hombre que disfruta de una salud robusta, que posee grandes riquezas, que vive en honor, que tiene la estima del mundo, si este hombre usa como debe de todas estas ventajas, si las recibe con agradecimiento, si las refiere a Dios como a su divino Maestro por una conducta tan cristiana; pero si la Providencia le despoja de todos estos bienes, si le consume de dolores y de miserias y si en medio de tantos males, persevera en los mismos sentimientos, en las mismas acciones de gracias, si sigue al Señor con la misma prontitud y la misma docilidad, por un camino tan difícil, tan opuesto a sus inclinaciones, entonces es cuando publica las grandezas de Dios y la eficacia de su gracia, del modo más generoso y brillante.

OCASIONES DE MÉRITOS Y DE SALVACIÓN

Juzgad de ahí la gloria que deben esperar de Jesucristo las personas que le habrán glorificado en un camino tan espinoso. Entonces será cuando nosotros reconoceremos cuánto nos habrá amado Dios, dándonos las ocasiones de merecer una recompensa tan abundante; entonces nos reprocharemos a nosotros mismos el habernos quejado de lo que debería aumentar nuestra felicidad; de haber gemido, de haber suspirado, cuando deberíamos habernos alegrado; de haber dudado de la bondad de Dios, cuando nos daba las señales más seguras. Si un día han de ser así nuestros sentimientos, ¿por qué no entrar desde hoy en una disposición tan feliz? ¿Por qué no bendecir a Dios en medio de los males de esta vida, si estoy seguro que en el cielo le daré gracias eternas?
Todo esto nos hace ver que sea cuál sea el modo como vivamos deberíamos recibir siempre toda adversidad con alegría. Si somos buenos, la adversidad nos purifica y nos vuelve mejores, nos llena de virtudes y de méritos; si somos viciosos, nos corrige y nos obliga a ser virtuosos.


III. Recurso a la oración

Es extraño que habiéndose comprometido Jesucristo tan a menudo y tan solemnemente a atender todos nuestros votos, la mayor parte de los cristianos se quejan todos los días de no ser escuchados. Pues, no se puede atribuir la esterilidad de nuestras oraciones a la naturaleza de los bienes que pedimos, ya que no ha exceptuado nada en sus promesas: Omnia quaecumque Orantes petitis credite quia accipietis (creed que obtendréis cuanto pidiereis por la oración). Tampoco se puede atribuir esta esterilidad a la indignidad de los que piden, pues lo ha prometido a toda clase de personas sin excepción: Omnis qui petit accipit (quien pide, recibe). ¿De dónde puede venir que tantas oraciones nuestras sean rechazadas? ¿Quizás no se deba a que como la mayor parte de los hombres son igualmente insaciables e impacientes en sus deseos, hacen demandas tan excesivas o con tanta urgencia que cansan, que desagradan al Señor o por su indiscreción o por su importunidad? No, no; la única razón por la que obtenemos tan poco de Dios es porque le pedimos demasiado poco y con poca insistencia.
Es cierto que Jesucristo nos ha prometido de parte de su Padre, concedernos todo, incluso las cosas mas pequeñas; pero nos ha prescrito observar un orden en todo lo que pedimos y, sin la observancia de esta regla, en vano esperaremos obtener nada. En San Mateo se nos ha dicho: Buscad primero el reino de Dios y su justicia, y todo lo demás se os dará por añadidura: Quaerite primum regnum Dei, et haec omnia adicientur vobis.

PARA OBTENER BIENES

No se os prohíbe desear las riquezas, y todo lo que es necesario para vivir, incluso para vivir bien; pero hay que desear estos bienes en su rango, y si queréis que todos vuestros deseos a este respecto se cumplan infaliblemente, pedid primero las cosas más importantes, a fin de que se añadan las pequeñas al daros las mayores.
He aquí exactamente lo que le sucedió a Salomón. Dios le había dado la libertad de pedir todo lo que quisiera, él le suplicó de concederle la sabiduría, que necesitaba para cumplir santamente con sus deberes de la realeza. No hizo ninguna mención ni de los tesoros ni de la gloria del mundo; creyó que haciéndole Dios una oferta tan ventajosa tendría la ocasión de obtener bienes considerables. Su prudencia le mereció en seguida lo que pedía e incluso lo que no pedía. Quia postulasti verbum hoc, et non petisti tibi dies multos, nec divitias..., ecce feci tibi secundum sermones tuos: Te concedo de gusto esta sabiduría porque me la has pedido, pero no dejaré de colmarte de años, de honores y de riquezas, porque no me has pedido nada de todo esto: Sed et haec quae non postulasti, divitias scilicet et gloriam.
Si este es el orden que Dios observa en la distribución de sus gracias, no nos debemos extrañar que hasta ahora hayamos orado sin éxito. Os confieso que a menudo estoy lleno de compasión cuando veo la diligencia de ciertas personas, que distribuyen limosnas, que hacen promesa de peregrinaciones y ayunos, que interesan hasta a los ministros del altar para el éxito de sus empresas temporales. ¡Hombres ciegos, temo que roguéis y que hagáis rogar en vano! Hay que hacer estas ofrendas, estas promesas de ayunos y peregrinaciones, para obtener de Dios una entera reforma de vuestras costumbres, para obtener la paciencia cristiana, el desprecio del mundo, el desapego de las criaturas; tras estos primeros pasos de un celo regulado, hubierais podido hacer oraciones por el restablecimiento de vuestra salud y por el progreso de vuestros negocios; Dios hubiera escuchado estas oraciones, o mejor, las hubiera prevenido y se hubiera contentado de conocer vuestros deseos para cumplirlos.
Sin estas gracias primeras, todo lo demás podría ser perjudicial y de ordinario así es; he aquí por qué somos rechazados. Murmuramos, acusamos al Cielo de dureza, de poca fidelidad en sus promesas. Pero nuestro Dios es un Padre lleno de bondad, que prefiere sufrir nuestras quejas y nuestras murmuraciones, antes que apaciguarías con presentes que nos serían funestos.

PARA APARTAR LOS MALES

Lo que he dicho de los bienes, lo digo también de los males de que deseamos vernos libres. Alguien dirá que él no suspira por una gran fortuna, que se contentaría con salir de esta extrema indigencia en la que sus desgracias lo han reducido; deja la gloria y la alta reputación para los que la ansían, desearía tan sólo evitar el oprobio en que le sumergen las calumnias de sus enemigos; en fin, puede pasarse de los placeres, pero sufre dolores que no puede soportar; desde hace tiempo está rogando, pide al Señor con insistencia a ver si quiere suavizarlos; pero le encuentra inexorable. No me sorprende; tenéis males secretos mucho mayores que los males de que os quejáis, sin embargo son males de los que no pedís ser librados; si para conseguirlo hubierais hecho la mitad de las oraciones que habéis hecho para ser curados de los males exteriores, haría ya mucho tiempo que hubierais sido librados de los unos y de los otros. La pobreza os sirve para mantener en humildad a vuestro espíritu, orgulloso por naturaleza; el apego extremo que tenéis por el mundo os hace necesarias estas medicinas que os afligen; en vosotros las enfermedades son como un dique contra la inclinación que tenéis por el placer, contra esta pendiente que os arrastraría a mil desgracias. El descargaros de estas cruces, no sería amaros, sino odiaros cruelmente, a no ser que os concedan las virtudes que no tenéis. Si el Señor os viera con cierto deseo de estas virtudes, os las concedería sin dilación y no sería necesario pedir el resto.

NO SE PIDE BASTANTE

Ved cómo por no pedir bastante, no recibimos nada, porque Dios no podría limitar su liberalidad a pequeños objetos, sin perjudicarnos a nosotros mismos. Os ruego observéis que no digo que no se puedan pedir prosperidades temporales sin ofenderle, y pedir ser liberados de las cruces bajo las que gemimos; sé que para rectificar las oraciones por las que se solicita este tipo de gracias basta con pedirlas con la condición de que no sean contrarias ni a la gloria de Dios, ni a nuestra propia salvación; pero como es difícil que sea glorioso a Dios el escucharos o útil para vosotros, si no aspiráis a mayores dones, os digo que en tanto os contentéis con poco, corréis el riesgo de no obtener nada.
¿Queréis que os dé un buen método para pedir la felicidad incluso temporal, método capaz de forzar a Dios para que os escuche? Decidle de todo corazón: Dios mío, dadme tantas riquezas que mi corazón sea satisfecho o inspiradme un desprecio tan grande que no las desee más; libradme de la pobreza o hacédmela tan amable que la prefiera a todos los tesoros de la tierra; que cesen estos dolores, o lo que será aún más glorioso para Vos, haced que cambien en delicias para mí y que lejos de afligirme y de turbar la paz de mi alma lleguen a ser, a su vez, la fuente más dulce de alegría. Podéis descargarme de la cruz; podéis dejármela, sin que sienta el peso. Podéis extinguir el fuego que me quema; podéis hacer, que en lugar de apagarlo para que no me queme, me sirva de refrigerio, como lo fue para los jóvenes hebreos en el horno de Babilonia. Os pido lo uno o lo otro. ¿Qué importa el modo como yo sea feliz? Si lo soy por la posesión de los bienes terrestres, os daré eternas acciones de gracias; si lo soy por la privación de estos mismos bienes, será un prodigio más gloria a vuestro nombre quedará estaré aún más reconocido.
He aquí una oración digna de ser ofrecida a Dios por un verdadero cristiano. Cuando roguéis de este modo, ¿sabéis cuál es el efecto de vuestros votos? En primer lugar estaréis contento suceda lo que suceda; ¿acaso desean otra cosa los que están deseosos de bienes temporales que estar contentos? En segundo lugar, no solamente no obtendréis infaliblemente una de las dos cosas que habéis perdido, sino que ordinariamente obtendréis las dos. Dios os concederá el disfrute de las riquezas; y para que las poseáis sin apego y sin peligro, os inspirará a la vez un desprecio saludable. Pondrá fin a vuestros dolores, y además os dejará una sed ardiente que os dará el mérito de la paciencia, sin que sufráis. En una palabra, os hará felices en esta vida y temiendo que vuestra dicha no os corrompa, os hará conocer y sentir la vanidad. ¿Se puede desear algo más ventajoso? Nada, sin duda. Pero como una ventaja tan preciosa es digna de ser pedida, acordaos también que merece ser pedida con insistencia. Pues la razón por la que se obtiene tan poco, no es solamente porque se pide poco, es también porque, se pida poco o mucho, no se pide bastante.

PERSEVERANCIA EN LA ORACIÓN

¿Queréis que todas vuestras oraciones sean eficaces infaliblemente? ¿Queréis forzar a Dios a satisfacer todos vuestros deseos? En primer lugar digo que no hay que cansarse de orar. Los que se cansan después de haber rogado durante un tiempo, carecen de humildad o de confianza; y de este modo no merecen ser escuchados. Parece como si pretendierais que se os obedezca al momento vuestra oración como si fuera un mandato; ¿no sabéis que Dios resiste a los soberbios y que se complace en los humildes? ¿Qué? ¿Acaso vuestro orgullo no os permite sufrir que os hagan volver más de una vez para la misma cosa? Es tener muy poca confianza en la bondad de Dios el desesperar tan pronto, el tomar las menores dilaciones por rechazos absolutos.
Cuando se concibe verdaderamente hasta dónde llega la bondad de Dios, jamás se cree uno rechazado, jamás se podría creer que desee quitarnos toda esperanza. Pienso, lo confieso, que cuando veo que más me hace insistir Dios en pedir una misma gracia, más siento crecer en mí la esperanza de obtenerla; nunca creo que mi oración haya sido rechazada, hasta que me doy cuenta de que he dejado de orar; cuando tras un año de solicitaciones, me encuentro en tanto fervor como tenía al principio, no dudo del cumplimiento de mis deseos; y lejos de perder valor después de tan larga espera, creo tener motivo para regocijarme, porque estoy persuadido que seré tanto más satisfecho cuanto más largo tiempo se me haya dejado rogar. Si mis primeras instancias hubieran sido totalmente inútiles, jamás hubiera reiterado los mismos votos, mi esperanza no se hubiera sostenido; ya que mi asiduidad no ha cesado, es una razón para mi el creer que seré pagado liberalmente.
En efecto, la. conversión de san Agustín no fue concedida a santa Mónica hasta después de diez y seis años de lágrimas; pero también fue una conversión incomparablemente más perfecta que la que había pedido. Todos sus deseos se limitaban a ver reducida la incontinencia de este joven en los límites del matrimonio, y tuvo el placer de verle abrazar los más elevados consejos de castidad evangélica. Había deseado solamente que se bautizara, que fuera cristiano, y ella le vio elevado al sacerdocio, a la dignidad episcopal.
En fin, ella sólo pedía a Dios verle salir de la herejía y Dios hizo de él la columna de la Iglesia y el azote de los herejes de su tiempo. Si después de un año o dos de oraciones, esta piadosa madre se hubiera desanimado, si después de diez o doce años, viendo que el mal crecía cada día, que este hijo desgraciado se comprometía cada día en nuevos errores, en nuevos excesos, que a la impureza había añadido la avaricia y la ambición; silo hubiera abandonado todo entonces por desesperación, ¡cuál hubiera sido su ilusión! ¿Qué agravio no hubiera hecho a su hijo? ¡De qué consolación no se hubiera privado ella misma! ¡De qué tesoro no hubiera frustrado a su siglo y a todos los siglos venideros!

UNA CONFIANZA OBSTINADA

Para terminar, me dirijo a aquellas personas que veo inclinadas a los pies del altar, para obtener estas preciosas gracias que Dios tiene tanta complacencia en vernos pedir. Almas dichosas, a quienes Dios da a conocer la vanidad de las cosas mundanas, almas que gemís bajo el yugo de vuestras pasiones y que rogáis para ser librados de ellas, almas fervientes que estáis inflamadas del deseo de amar a Dios y de servirle como los santos le han servido y usted que solicita la conversión de este marido, de esta persona querida, no os canséis de rogar, sed constantes, sed infatigables en vuestras peticiones; si se os rechaza hoy, mañana lo obtendréis todo; si no obtenéis nada este año, el año próximo os será más favorable; sin embargo, no penséis que vuestros afanes sean inútiles: Se lleva la cuenta de todos vuestros suspiros, recibiréis en proporción al tiempo que hayáis empleado en rogar; se os está amasando un tesoro que os colmará de una sola vez, que excederá a todos vuestros deseos.
Es necesario descubriros hasta el fin los resortes secretos de la Providencia: La negativa que recibís ahora no es más que un fingimiento del que Dios se sirve para inflamar más vuestro fervor. Ved cómo obra respecto a la Cananea, cómo rehúsa verla y oírla, cómo la trata de extranjera y más duramente aún. ¿No diréis que la importunidad de esta mujer le irrita más y más? Sin embargo, dentro de Él, la admira y está encantado de su confianza y de su humildad; y por esto la rechaza. ¡Oh clemencia disfrazada, que toma la máscara de la crueldad con qué ternura rechazas a los que más quieres escuchar! Guardaos de dejaros sorprender; al contrario, urgid tanto más cuanto más os parezca que sois rechazados.
Haced como la Cananea, servios contra Dios mismo de las razones que pueda tener para rechazaros. Es cierto debéis decir, que favorecerme sería dar a los perros el pan de los hijos, no merezco la gracia que pido, pero tampoco pretendo que se me conceda por mis méritos, es por los méritos de mi amable Redentor. Si, Señor, debéis temer que haya más consideración a mi indignidad que a vuestra promesa, y que queriendo hacerme justicia os engañéis a vos mismo. Si fuera más digno de vuestros beneficios, os seria menos glorioso el hacerme partícipe de ellos. No es justo hacer favores a un ingrato; ¡oh, Señor!, no es vuestra justicia lo que yo imploro, sino vuestra misericordia. ¡Mantén tu ánimo! dichoso de ti que has comenzado a luchar tan bien contra Dios; no le dejes tranquilo; le agrada la violencia que le hacéis, quiere ser vencida. Haceos notar por vuestra importunidad, haced ver en vosotros un milagro de constancia; forzad a Dios a dejar el disfraz y a deciros con admiración:
Magna est fides tua, fiat tibi sicut vis: Grande es tu fe; confieso que no puedo resistirte más; vete, tendrás lo que deseas, tanto en esta vida como en la otra.








III. EJERCICIO PARTICULAR DE CONFORMIDAD CON LA DIVINA PROVIDENCIA

La práctica de este piadoso ejercicio es de suma importancia, a causa de las preciosas ventajas que extraen siempre las personas que lo realizan bien.

1. Actos de fe, de esperanza y de caridad

I. En primer lugar se hace un acto de fe en la Providencia divina. Se intenta penetrarse bien de esta verdad de que Dios toma un cuidado continuo y muy atento, no solamente de todas las cosas en general, sino también de cada una en particular, de nosotros sobre todo, de nuestra alma, de nuestro cuerpo, de todo lo que nos interesa; que su solicitud, a la que nada escapa, se extiende a nuestra reputación, a nuestros trabajos, a nuestras necesidades de toda clase, a nuestra salud como a nuestras enfermedades, a nuestra vida como a nuestra muerte y hasta al menor de nuestros cabellos que no puede caer sin su permiso.
II. Luego del acto de fe, se hace un acto de esperanza. Entonces, se excita uno a una firme confianza en que esta Providencia divina proveerá a todo lo que nos concierne, que nos dirigirá, nos defenderá con una vigilancia y una afección más que paternal y nos gobernará de tal modo que suceda lo que suceda, si nos sometemos a su dirección, todo nos será favorable y volverá en bien nuestro, incluso las cosas que parezcan más contrarias.
III. A estos dos actos hay que añadir el de la caridad. Se testimonia a la divina Providencia el más vivo afecto, el amor más tierno, como un niño lo testimonia a su buena madre refugiándose en sus brazos; se hacen protestas de un amor absoluto por todos sus designios, por impenetrables que sean, sabiendo que son el fruto de una sabiduría infinita que no puede equivocarse y de una bondad soberana que no puede querer más que la perfección de sus criaturas; se hace de tal modo que este aprecio sea bastante práctico para disponemos a hablar de buena gana de la Providencia e incluso a tomar su defensa altamente contra los que se permitan negarla o criticaría.

2. Acto de filial abandono a la Providencia

Después de haber renovado muchas veces estos actos y de haberse penetrado bien de ellos, el alma se abandona a la divina Providencia, reposa y duerme dulcemente en sus brazos, como un niño en los brazos de su madre. Hace suyas entonces aquellas palabras de David: En paz me duermo luego que me acuesto porque tú, Señor, me das seguridad (Sal. 4, 9-10). O bien dirá con el mismo profeta: El Señor es mi Pastor; nada me falta. Me pone en verdes pastos y me lleva a frescas aguas. Recrea mi alma y me guía por las rectas sendas, por amor de su nombre y por mi perfección. ¡Oh mi Señor! guiado por vuestra mano y cubierto por vuestra protección, aunque haya de pasar por un valle tenebroso, en medio de mis enemigos, no temeré mal alguno, porque Tú estás conmigo. Tu vara y tu cayado son mi consuelo. Tú pones ante mi una mesa, enfrente de mis enemigos. Sólo bondad y benevolencia me acompañan todos los días de mi vida, y estaré en la casa del Señor por muy largos años (Sal. 22).
Llena de la alegría que le inspira también suaves palabras el alma recibe con respeto a esta dichosa disposición, todos los acontecimientos presentes de manos de la divina Providencia y espera todos los venideros con una dulce tranquilidad de espíritu, con una paz deliciosa. Vive como un niño, al abrigo de toda inquietud. Pero esto no quiere decir que ella permanezca en una espera ociosa de las cosas teniendo necesidad de ellas o que descuide el aplicarse a los asuntos que se presenten. Al contrario, hace por su parte, todo lo que depende de su mano, para llevarlos bien, emplea en ellos todas sus facultades; pero sólo se da a tales cuidados bajo la dirección de Dios, no mira su propia previsión más que como sometida enteramente a la de Dios y le abandona la libre disposición de todo, no esperando otro éxito que el que está en los designios de la voluntad divina.

3. Utilidad de este ejercicio

¡Oh! ¡Cuánta gloria y honor da a Dios el alma dispuesta de este modo!
Verdaderamente es una gran gloria para Él el tener una criatura tan apegada a su Providencia, tan dependiente de su conducta, llena de una esperanza tan firme y disfrutando de un reposo de espíritu tan profundo en espera de lo que tenga a bien enviarle. Y también, ¡cuánto cuidado no tomará Dios de tal alma! Él vela sobre las menores cosas que le interesan: Inspira a los hombres establecidos para gobernarla todo lo que es necesario para dirigirla bien; y si por el motivo que sea, esos hombres quisieran obrar en relación con ella de un modo que le fuera perjudicial, Él haría surgir obstáculos a sus designios por caminos secretos e inesperados y les forzaría a adoptar lo que sería más ventajoso para esta alma querida.
El Señor guarda a cuantos le aman (Sal. 144,20). Si la Escritura da ojos a este Dios de bondad, es para velar por ellos; si le atribuye orejas es para escucharlos; si manos, es para defenderlos. Y quien les toque, toca al Señor en la niña de los ojos. Los niños serán llevados a la cadera, dice el Señor por boca del profeta Isaías, y serán acariciados sobre las rodillas. Como consuela una madre a su hijo, así os consolaré yo a vosotros (Is. 66, 12-13). En Oseas: Yo enseñé a andar a Efraín, le llevé en brazos (Os. 11,3). Mucho tiempo antes Moisés había dicho: En el desierto has visto como te ha llevado el Señor, tu Dios, como lleva un hombre a su hijo, por todo el camino que habéis recorrido hasta llegar a este lugar (Deut. 1, 31). También dice Dios en Isaías: Mamarás a los pechos de los reyes, recibirás un alimento delicioso y divino, y sabrás, mediante una dulce experiencia, con qué solicitud Yo, el Señor, soy tu Salvador (Is. 60, 16). ¡ Oh! ¡ dichosa situación para un alma!
En la persona de Noé se encuentra una imagen sensible de la felicidad que gusta el que se abandona completamente a Dios. Noé estaba en reposo y en paz en el arca con los leones, los tigres, los osos porque Dios le conducía mientras que las espantosas lluvias caían del cielo y en medio del trastorno general de los elementos y de toda la naturaleza. Por el contrario, los demás estaban en la más extraña confusión de cuerpo y de espíritu, perdían sus bienes, sus mujeres, sus hijos y hasta ellos mismos se perdían, tragados despiadadamente por las olas. Del mismo modo el alma que se abandona a la Providencia, que le deja el timón de su barca, boga con tranquilidad en el océano de esta vida, en medio de las tempestades del cielo y de la tierra, mientras que los que quieren gobernarse ellos mismos el Sabio los llama almas en tinieblas, excluidas de tu eterna Providencia (Sab. 17, 1-2) están en continua agitación y, no teniendo por piloto más que su voluntad inconstante y ciega, acaban en un funesto naufragio después de haber sido el juguete de los vientos y de la tempestad.
Abandonémonos completamente a la divina Providencia, dejémosle todo el poder de disponer de nosotros; comportémonos como sus verdaderos hijos, sigámosla con verdadero amor como a nuestra madre; confiémonos a ella en todas nuestras necesidades, esperemos sin inquietud que aporte los remedios de su caridad. En fin, dejémosla obrar y ella nos proveerá de todo en el tiempo, en el lugar y del modo más conveniente; ella nos conducirá por caminos admirables al reposo del espíritu y a la dicha a que estamos llamados a gozar incluso desde esta vida, como un anticipo de la eterna felicidad que nos ha sido prometida.