San Juan Apocaleta



Difundid Señor, benignamente vuestra luz sobre toda la Iglesia, para que, adoctrinada por vuestro Santo Apóstol y evangelista San Juan, podamos alcanzar los bienes Eternos, te lo pedimos por el Mismo. JesuCristo Nuestro Señor, Tu Hijo, que contigo Vive y Reina en unidad del Espíritu Santo, Siendo DIOS por los Siglos de los siglos.












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"Sancte Pio Decime" Gloriose Patrone, ora pro nobis.





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viernes, 20 de marzo de 2009

CUARTO DOMINGO DE CUARESMA 25 de marzo de 2001

Amados hermanos en Nuestro Señor Jesucristo:

En este cuarto domingo de Cuaresma, el Introito, que comienza con el Laetáre, "alégrate", permite en razón de su liturgia las flores en el altar y los ornamentos rosados si los hubiere, como una mitigación del espíritu riguroso de la Cuaresma: el ayuno, la abstinencia, el sacrificio. Es como un refrigerio litúrgico, espiritual, invitación a cierta alegría antes del paso final hacia la Pasión y Muerte de Nuestro Señor; eso quiere decir Laetáre.

El Evangelio nos presenta en este domingo la multiplicación de los panes, cómo Nuestro Señor se retira a la soledad y la muchedumbre le sigue con curiosidad para ver qué va a hacer ese hombre admirado por sus obras y milagros. Se retira tanto al principio como al final para hablar con Dios porque la verdadera espiritualidad está en el retiro, en la soledad, porque los hombres somos bulla, ruido, inquietud y Dios no está en el ruido, sino en la soledad, en la calma, en la paz. Buscar esa soledad para estar con Dios, porque los hombres no hacemos sino desparramar, hablar, por lo que nos perdemos en el mundanal ruido, como bien lo decía en verso el poeta Fray Luis de León: "¡Qué descansada vida la del que huye del mundanal ruido, y sigue la escondida senda por donde han ido los pocos sabios que en el mundo han sido!".

Esa añoranza por la soledad en compañía de Dios, la soledad que el hombre de hoy no quiere, no soporta, no entiende; el hombre moderno tiene miedo a la soledad porque tiene miedo de sí mismo, al no tener a Dios encuentra el vacío de su existencia y trata de compensarla con el vicio, el juego, el alcohol, la prostitución, la diversión o lo que fuere, hasta la misma televisión. Por eso la gente ve tanta televisión, por el vacío interior, porque si estuviéramos verdaderamente llenos de Dios, la televisión nos molestaría, nos fastidiaría, sería un martirio, un suplicio y ese debe ser el termómetro para marcar nuestro grado de espiritualidad y por ende de nuestra unión verdadera con Dios.

De qué nos sirve tener la gracia santificante, que es una participación de la naturaleza divina de Dios, si no la vamos a dejar florecer en nuestra alma, marchitándola, reduciéndola a su mínima expresión, hasta que la perdemos por culpa de la televisión. Eso nos debe hacer reflexionar; no seamos tan vacíos, tan vacuos, tratemos de llenamos de Dios y guardarlo en nuestra alma; para eso comulgamos, para eso recibimos los sacramentos, para vivir de la gracia y no para vivir del mundo ni de las cosas del mundo ni de la televisión.

La muchedumbre sigue a Nuestro Señor en la soledad y después de tres días aquella gente se encuentra en medio del campo, sin nada quE comer. Pero Nuestro Señor, que es delicado, pregunta a sus discípulos qué hay para comer. Sus discípulos responden que ni doscientos denarios servirían para dar medio bocado a cada uno; entonces recurre a los cinco panes y a dos peces que tenía por allí un muchacho y hace acomodar a la multitud, cinco mil hombres, como algunos Padres dicen, sin contar las mujeres ni los niños, y bendice esos panes y esos peces y comienza a repartirlos en signo de humildad con la ayuda de sus apóstoles.

Así, todo el mundo come y se sacia y no solamente se sacia, sino que sobran doce canastos que Nuestro Señor hace recoger. ¡Qué signo de hombre pobre, recoger lo que sobra! Santo Tomás dice que también lo hizo para que vieran que no se trataba de una fantasía, una fantasmagoría, sino que el milagro hecho era una realidad la multiplicación de los panes y de los peces; les acentúa sobre los panes, porque eso nos recuerda el pan de vida, la Eucaristía.

Cómo Nuestro Señor multiplica su cuerpo, que es nuestro pan celestial, y lo multiplica en esa
forma milagrosa, estando allí presente. Este milagro, es una prefiguración del milagro Eucarístico, la multiplicación del cuerpo de Nuestro Señor en la Eucaristía, que es el centro
de los sacramentos; porque los otros sacramentos dan la gracia, pero este sacramento es la
misma gracia, es Nuestro Señor en persona, con su sustancia, y que a veces lo olvidamos.

Esa Eucaristía es la Santa Misa, porque la comunión es la consecuencia, es la participación en esa Eucaristía, en esa multiplicación del cuerpo de Nuestro Señor, junto con su sangre, alma y divinidad, no lo olvidemos. De ahí lo necesario de la verdadera Santa Misa, que garantiza esa multiplicación, porque la nueva deja muchas dudas y es más, teológicamente, aunque no lo digan otros sacerdotes, yo lo puedo decir basado en la opinión de Santo Tomás de Aquino a la cual me remito: que la nueva misa, por la adulteración en la fórmula de la consagración del vino, es inválida, y aquel que crea saber más que Santo Tomás de Aquino, que venga y lo refute. Porque las cosas hay que decirlas tales como son, y allá que digan lo que quieran; pero basado en Santo Tomás de Aquino, la nueva misa es inválida por la adulteración de la fórmula consagratoria del vino y si no, estudien, porque los fieles también deben estudiar; la Teología no es atributo únicamente del clero, como erróneamente creen algunos curas clericales, que quieren absorber toda ciencia.

La Teología es para todo aquel que es capaz y tiene la fe; y todos, en cierto modo, somos capaces, aunque en diverso sentido, porque hasta el catecismo es una Teología, muy incipiente, muy rudimentaria, pero es Teología; así que los fieles que tienen capacidad, deben estudiar.

La importancia de la Santa Misa es pues la multiplicación del cuerpo de Nuestro Señor. Y por eso este milagro que El repite en dos ocasiones, nos prefigura esa Eucaristía, esa multiplicación, para darse como pan de vida, pan celestial para ser comido; pero en vez nosotros asimilar ese pan a nuestra sustancia, se produce lo inverso, es para que El, recibido, nos transforme en El mismo. La comunión nos debe llevar a la transformación de nuestro ser, de nuestra alma, a semejanza del Ser Divino y del alma de Nuestro Señor; esa alma que tiene existencia humana, pero que está sostenida en el Ser Divino y no es como creen muchos por la falta de filosofía; niegan la existencia del alma de Nuestro Señor, por no distinguir entre el ser y la existencia, pero eso es ya una lección de filosofía.

Sin embargo, la existencia se ve por la realidad histórica, existencia humana pero con Ser Divino. Ese es el misterio de Nuestro Señor y de ese Ser Divino; El nos quiere hacer partícipes dándonos su cuerpo, su sustancia, su persona en la Sagrada Hostia consagrada en la Santa Misa, porque de la nueva no hay garantía alguna.

Dice Santo Tomás, basándose en los Santos Padres, que El tomó esos cinco panes para hacer el milagro y también para demostrar que la materia no era producto del demonio como creían los maniqueos que dividían en igualdad de prioridades el bien y el mal, el principio de lo bueno y el principio de lo malo y todo lo que era espiritual pertenecía a Dios y todo lo que era material al demonio; luego, la carne y el mundo son del demonio. Eso creían los maniqueos, gnósticos; y por esta razón Nuestro Señor se vale de esa materia sensible para demostrar que si El obraba una acción divina, Dios no iba a obrar algo con materia que fuese del demonio; refutaba así al maniqueísmo al cual perteneció San Agustín en su juventud; después se convirtió.

Pero, para que veamos cuan arraigado estuvo ese concepto, hoy palpamos las secuelas cuando escuchamos decir: tener hijos en el matrimonio es pecado; error de origen maniqueo; se oponen al matrimonio porque ven en él pecado, por no aceptar las cosas tal como las propone la Santa Madre Iglesia sin sacar cabalas de falsas filosofías, concepciones que conculcan el dogma y la fe.

Nuestro Señor mismo sin reparos se vale de esa poca materia, para mostrar que El sin necesitar de ella, pudiéndose valer de su divinidad, la utiliza. Y cuando lo vemos orar nos podemos preguntar el porqué unas veces ora para hacer los milagros como si no fuera Dios y otras veces no ora y lo hace imperativamente. Al respecto, dice Santo Tomás que justamente cuando unas veces ora, es para mostrar su humanidad y cuando no ora, es para mostrar su divinidad y así en esas dos fases muestra que El es verdadero hombre y verdadero Dios.

Pidamos a Nuestra Señora, la Santísima Virgen María, nos conceda meditar todas estas cosas en provecho de nuestra vida espiritual y prepararnos mejor en esta Santa Cuaresma identificándonos con la Cruz de Nuestro Señor Jesucristo.

BASILIO MERAMO PBRO.

PRIMER DOMINGO DE CUARESMA 4 de marzo de 2001

Amados hermanos en Nuestro Señor Jesucristo:

Con este domingo se inicia la Cuaresma, habiendo sido precedido por el tiempo de la Septuagésima, tiempo en el cual la Iglesia nos recuerda y nos invita a asociarnos espiritualmente y a disponer nuestras almas para la obra de la Redención llevada a cabo por Nuestro Señor Jesucristo. El tiempo de Septuagésima es un preludio que nos prepara, que nos dispone interiormente, espiritualmente, para que participemos de ella. Con la Cuaresma, cuyo nombre indica una cuarentena, cuarenta días que nos separan de la Pascua de Resurrección, la Iglesia no solamente nos invita a prepararnos espiritualmente, sino a que de un modo efectivo y práctico nos asociemos durante estos cuarenta días a la obra de la Redención de Nuestro Señor.

Esa asociación práctica quiere la Iglesia que sea a través de las obras de penitencia, ayuno, abstinencia, privaciones voluntarias, sacrificios y tribulaciones con las cuales nos asemejamos y nos identificamos con la cruz para poder asociarnos, ser socios de Nuestro Señor en su obra Redentora, para redimir del pecado a la humanidad. Esa es la idea de la Cuaresma y en eso consiste la preparación durante todo este tiempo, durante esta cuarentena. El miércoles de Ceniza es una transposición del espíritu de penitencia pública, de penitencia colectiva por los pecados graves y públicos. Durante esos cuarenta días se imponía penitencia a los pecadores públicos, para que hubiese una reparación pública y pudieran ser admitidos, después de reconciliados, el jueves Santo; el Obispo bendecía las cenizas y los instrumentos de mortificación, los cilicios, para que esas personas hicieran penitencia durante cuarenta días, con cilicio y ceniza.
Posteriormente se difundió a todos los fieles, una extensión y una transposición, porque antiguamente era sólo para los pecados y los pecadores públicos. Penitencia que tanta falta nos hace hoy, porque los pecados manifiestos hay que repararlos públicamente ya que el mal ejemplo queda en la sociedad cuando notoriamente se peca de un modo grave y escandaloso.

Hoy vemos que es todo lo contrario, el pecado público está a la orden del día proclamado en las calles, la prostitución; pues qué otra cosa son esas manifestaciones de "gays", para no decir la palabra más chocante en castellano, que valdría la pena decirla, para que nos dé asco y repugnancia.

Pero hasta allá llegamos, hasta la entronización pública del pecado y no de un pecado público grave natural, sino peor, antinatural y por eso nefando, para dar un simple ejemplo de cuan pervertida está nuestra sociedad, que ya no es una sociedad católica, sino una sociedad impía, pagana, que ha renegado de Dios.

La sociedad y el mundo constitucionalmente ya no son católicos, sino impíos y peor aún, han renegado de Cristo, de la Redención de su Creador. De ahí la gravedad, de ahí los castigos que vienen y vendrán para que se purifique este mundo y por eso en este tiempo de Cuaresma nosotros deberíamos acentuar más, por lo menos de corazón, con el espíritu, esa oposición entre el mundo de hoy y el mundo católico.

Lo que nos pide la Iglesia, el Evangelio, como otrora, cuando los pueblos se guiaban por Evangelio, que era el paradigma de las leyes, de los Estados, de los pueblos y de los reinos; eso tuvo un nombre mal denominado como Edad Media, pero que fue en realidad una edad de esplendor espiritual y de santidad, aunque hubo pecados, porque siempre habrá pecados mientras estemos en esta tierra, pero el pecado no era erigido como hoy, con derecho de
ciudadanía.

Una cosa es ser pecador y reconocerlo y otra cosa es esgrimir el pecado como una bandera a la cual se tiene derecho basándose en la libertad del hombre, en la libertad de conciencia, o en la dignidad de la persona humana. Eso ya es una subversión, es proclamar el mal impugnando el bien; hay una completa revolución y un completo trastrocamiento de todo el orden establecido por Dios y es en ese orden completamente subvertido en el que vivimos hoy y por tal motivo un verdadero católico no puede estar de acuerdo con el mundo de hoy, porque si lo está será arrollado por él, y de ahí el gran sacrificio, la gran abnegación y la gran valentía de poder permanecer fieles a Cristo en un mundo impío y apóstata. En esta santa Cuaresma, como nunca, debemos hacer sacrificios, ayunos, abstinencias, privaciones voluntarias, para poder expiar un poquito de nuestros pecados que si no los expiamos aquí los expiaremos en el purgatorio -si es que nos salvamos-; también expiar por todos esos desmanes públicos que dan escándalo y corrompen a los inocentes y los llevan al camino de la condenación.

Escuchábamos en el Evangelio de hoy la triple tentación de Nuestro Señor Jesucristo, tentación que tuvo lugar después de haber ayunado durante cuarenta días y cuarenta noches, y llevado por el espíritu al desierto, a la soledad, una vez bautizado. En realidad, El no tenía ninguna necesidad de bautizarse, lo hacía para dar el ejemplo a seguir. Se va al desierto, a la soledad, para mostrarnos que después de recibir un sacramento tan grande como el bautismo no debemos de alegrarnos en las cosas del mundo, sino ir a regocijarnos en la soledad con la intimidad de Dios, ese es el desierto. No nos imaginemos que fue un desierto como el Sahara, era una montaña, una cueva en una montaña, cerca de Jericó, donde estuvo Nuestro Señor retirado y ayunando.

A los cuarenta días es tentado por el demonio, cuando retorna el hambre de una manera atroz, según dicen los sabios que antiguamente practicaban ese ayuno -práctica que ya se ha perdido-, porque ese ayuno no es que sea sobrenatural, es del todo natural y tiene su química, su técnica, que consiste en que después del tercer día cesa el hambre y el cuerpo comienza a alimentarse de sus propias reservas, pero no puede ser extendido a más de cuarenta días porque vendría la muerte. Cuarenta días es lo que aproximadamente dura vivo un glóbulo rojo, esa es la explicación de cómo naturalmente no sólo Nuestro Señor sino también Moisés y muchos en el Antiguo Testamento hicieron ese ayuno. Imitación de ese ayuno es la parodia del Ramadán de los musulmanes, que vergüenza debería darnos. Ellos, en su error, son más firmes en sus tradiciones que nosotros los católicos. Lo que ahora nos presenta la Iglesia como ayuno es muy mitigado por la misma debilidad del ser humano; entonces hagamos esos ayunos mitigados y minimizados por esa condescendencia que tiene la Iglesia con sus hijos débiles, por lo menos tratar de cumplirlo, hacer el deber ya que en ese esfuerzo espiritual Dios se complace, nos hacemos más dignos y aceptos a Dios, es como una pequeña sonrisa que le da un bebé a su madre; hagámosle ese gesto, esa pequeña sonrisa a Dios a través de esas pequeñeces, de esos sacrificios, para que seamos más aceptos a Dios.

Satanás aprovecha entonces el momento crucial para tentar a Nuestro Señor Jesucristo y El
permite la tentación para darnos un ejemplo. Él hubiera podido sacar a patadas a este sinvergüenza, pero no, aceptó el reto y la humillación, y no lo sacó a patadas, sino que lo dejó, y no solamente lo dejó sino que permitió que lo llevase volando hasta el pináculo del monte donde le mostró todo el poder del mundo.

Qué humildad la de Nuestro Señor y qué gran ejemplo quería Él darnos en esta triple tentación, que a la Iglesia y a cada uno de nosotros nos llegará el día, la Iglesia será tentada de igual modo; ¿cuál era el objeto de esa tentación?, ¿por qué Satanás quería tentar a Nuestro Señor? Hay una sola explicación, la duda infernal que tenía el demonio de saber si ese Cristo era o no era Dios; por eso le tienta, porque si él supiera que era Dios jamás lo tentaría, pavor le daría; y si supiera que era un simple hombre tampoco le hubiera tentado, era uno más del montón.

¿Por qué tenía la duda Satanás? Simplemente porque él podía conjeturar con su inteligencia angélica que era Dios, pero no podía creer que era Dios, podía conjeturar naturalmente, pero sobrenaturalmente él no podía creer, por la sencilla razón de que los demonios y las almas condenadas no tienen fe y sin la fe ni los ángeles ni los hombres ni criatura alguna puede tener la certeza de que el hombre Jesús es Dios, solamente por la fe; y si se la tiene por conjetura como la tienen los protestantes, no es fe, es conjetura natural, pero no es producto de la fe porque la fe me la da Dios a través de la Santa Iglesia Católica, Apostólica y Romana, fuera de la cual no hay salvación. Ese es un dogma esencial que dicho sea de paso, es negado hoy por la jerarquía de la Iglesia.

¿Por qué negado? Negado por el ecumenismo que convalida todas las falsas religiones, en pie de igualdad, con derecho a salvación al igual que la Iglesia Católica, designio masónico judaico. Lo que la masonería y el judaísmo siempre han aborrecido ha sido que la Iglesia se proclame la única depositaría de la verdad, con absoluta exclusividad; eso no lo toleran el modernismo ni el progresismo ni la masonería judaica, ni lo tolera el liberalismo. Y de ahí el odio a la Tradición, a la Sacrosanta Tradición, de ahí el odio a la Iglesia y de ahí la grave responsabilidad de aquellos jerarcas que se asocian no a Cristo sino al Anticristo para impugnar los dogmas fundamentales de la religión Católica, Apostólica y Romana. Por eso nosotros somos los verdaderos católicos apostólicos romanos, porque guardamos la Tradición Católica, y Tradición Católica Romana con la Misa romana, con la Misa de San Pío V, que es la Misa romana, que es la Misa de los Papas de Roma; por eso el odio contra la Misa tridentina, contra la Misa llamada de San Pío V, la Misa de siempre que es la Misa romana, del rito romano y de ahí la gran persecución y el gran pecado de la jerarquía actual que se niega a reconocer eso y dicho sea de paso también, que Roma verbalmente ha negado esa condición.

La Roma actual, donde todo se permite menos ser católico, apostólico y romano íntegro y por eso la persecución a la Santa Misa romana tradicional, por parte de las más altas jerarquías de la Iglesia Católica, o lo que aparenta ser la Iglesia Católica, porque para ser Iglesia y pertenecer a la Iglesia Católica, Apostólica y Romana hay que ser fieles a Nuestro Señor, fieles a la Tradición, fieles a los apóstoles y ellos son infieles, desertores encubiertos bajo el título de la autoridad y de la investidura, cosas que no utilizan para Dios, sino para Satanás, desconociendo que toda autoridad viene de Dios; eso es dogma de fe, la autoridad no viene del hombre, ni aun en el orden natural y he ahí que con el nombre de Dios crucifican a Dios; esa es la Pasión de la Iglesia, que se sirve a Satanás y se cae en esa tercera tentación.

La primera tentación fue la de ofrecer el pan para saciar el hambre haciendo un milagro y así descubrir Satanás si era o no Dios, porque solamente Dios hace milagros; eso lo sabe bien el demonio, aunque él hace parodias y no milagros, aparentes milagros, prodigios, que no hay que confundir con milagros. Nuestro Señor le dice: "No sólo de pan vive el hombre..."; no seamos pancistas, no pensemos con la barriga sino con la cabeza. "No sólo de pan vive el hombre, sino de toda palabra que sale de la boca de Dios", ese es el verdadero pan de vida y que debe ser el pan nuestro de cada día, la palabra de Dios, sin tergiversaciones, sin compromisos, sin adulteraciones, como hoy se hace, adulterando la palabra de Dios, adulterando la verdad, adulterando el pan de vida que es la palabra de Dios ¡Cuan criminales son aquellos que hacen eso!

La segunda tentación, no estando satisfecho el motivo por el cual Satanás tentó a Nuestro Señor: le toma y lleva hasta el pináculo del templo donde le desafía a que se tire, pues escrito está que "no dejará Dios que tropiece con ninguna piedra y mandará a sus ángeles..." ¡Maldito el demonio que conoce al dedillo las Escrituras! Parecido a los protestantes, que no las conocen al dedillo, pero las conocen más que algunos católicos; aunque ese conocimiento tampoco sirva porque hay que darle el verdadero significado y Satanás aquí estaba invirtiendo el sentido.

Nuestro Señor pronto le replica con otro pasaje de la Escritura: "Escrito está: no tentarás al Señor tu Dios". Porque no hay que tentar a Dios exponiéndose al peligro, ponerse al borde del abismo y decir Dios me va a salvar; ponerme en ocasión de peligro y de pecado y decir Dios me va a socorrer. Eso es tentar a Dios y eso y eso es lo que hace el demonio, por lo que Nuestro Señor, lejos de revelarle su identidad, lo confunde más a Satanás, y el bandido, ya viéndose derrotado, no pudiendo sacarle palabra, expide diabólica y maquiavélicamente el último recurso, la tercera tentación: hacerse adorar como si fuese Dios; toma a Nuestro Señor y lo lleva a un monte muy alto desde donde le muestra el poderío de este mundo, manifestándose como el príncipe.

Nuestro Señor, quien le hubiera podido decir: "Este mundo no es tuyo, no seas mentiroso",
según comentan algunos Padres antiguos, Nuestro Señor le concedió que en cierta forma fuese el dueño o el príncipe de este mundo, que tenía dominio, poder; porque cuando él fue creado como ángel de luz tenía por encargo todo el cosmos y el universo reinante o por lo menos a su cargo la vía Láctea o el sistema solar, o simplemente esta tierra. Por tanto, como príncipe de este mundo pudo ofrecerle todo aquello, por el poder que, aunque caído, ostentaba como ángel.

Nuestro Señor, lejos de dejarse tentar por el poderío, las riquezas y el oro del mundo, le ordena: "Vade, Sátana; scriptum est enim: Dóminum Deum tuum adorábis, et illi soli sérvies" (Vete de aquí, Satanás, porque escrito está: Al Señor tu Dios adorarás, y sólo a El servirás). Y fue vencido el demonio, y los ángeles sirvieron a nuestro Señor.

Debemos tener presente esa triple tentación para no caer en ella, para que la Iglesia, al igual que Cristo, siendo el Cuerpo Místico de Cristo, no caiga tampoco en esa triple tentación, porque si miramos los acontecimientos vemos que está cayendo no ya en la primera y la segunda, sino casi en la tercera. Procurar pan, que la Iglesia sea la solución económica de los pobres, que la Iglesia sea una institución socioeconómica y no sea para proveer el pan de vida de la palabra de Dios, en eso se han convertido los progresistas; la teología de la liberación es producto ideológico de esa primera tentación.

La segunda tentación que Nuestro Señor se lance, se despoje, se tire al abismo. ¿Y es que no se ha tirado ya al abismo la Iglesia con el Concilio Vaticano II, despojando a la Iglesia de lo sacro, de lo santo, de lo sublime, para bajar al abismo del hombre y ser la religión, los derechos y la libertad del hombre? Despojar a la Iglesia de su Misa, de su culto, de sus Santos, arrojándose al abismo de lo mundano; ese es un hecho evidente para aquel que tenga un mínimo de fe.

Y la tercera tentación es la de adorar a Satanás por aceptar el imperio, el dominio, el poder, las riquezas de este mundo. ¿Acaso no vemos a la Roma de hoy embebida, maniatada con el poder del mundo sacrificando a Dios para terminar por adorar a Satanás y al Anticristo? ¿No es esa la obra que llevan a cabo hoy cuando persiguen a la Santa Tradición, cuando persiguen a Monseñor Lefebvre, y a Monseñor de Castro Mayer? Dos Obispos que quisieron permanecer fieles a Nuestro Señor.

Si yo tuviera una entrevista con el Papa o con un Cardenal, le diría: ¿A qué Iglesia pertenecen, a la de Cristo o a la del Anticristo, a la de Dios o a la de Satanás? Porque no hay término medio, mis estimados hermanos; la verdad es una y es indivisible: o se ama a Dios o se le odia; ese es el infierno, odiar a Dios. Y si ellos persiguen la Santa Misa romana y nos persiguen a nosotros, bienvenida sea esa persecución, pero sin ningún compromiso, sin componendas, para que muramos íntegros dando testimonio con nuestra sangre de la fidelidad a Nuestro Seño; allá ellos con su pecado, con su adoración a Satanás por los poderes de este mundo que da asco ver como se esgrime el poder en el Vaticano, para la gloria de este mundo y no para la gloria de Dios; por eso no sería ningún honor hoy pertenecer al cardenalato, tener grandes puestos, porque todo eso implica una corrupción, haberle vendido el alma al demonio, "todo esto te daré si de rodillas me adorares". Ellos han recibido del demonio ese poder de este mundo con sus reyes para adorarle y crucificar a Nuestro Señor.

¡Qué deicidio! Peor que el de los judíos. Eso nos lo debería hacer ver la fe y la meditación en este tiempo de Cuaresma que se inicia este domingo con la triple y fallida tentación, para que no caigamos en ella y sepamos mantenernos fieles a Cristo, a Dios y a la Santa Iglesia Católica, Apostólica y Romana.

Pidamos a Nuestra Señora, la Santísima Virgen María, el ser fieles como Ella ante la Pasión y la Crucifixión de Nuestro Señor. Mientras los demás apóstoles se fueron corriendo despavoridos, Juan estaba pegado a la falda de la Santísima Virgen María; que así estemos nosotros como San Juan, pegados a la falda de la Santísima Virgen María, Nuestra Señora, para permanecer de pie y firmes ante la segunda crucifixión de Nuestro Señor en su Cuerpo Místico, la Iglesia.

BASILIO MERAMO PBRO.

DOMINGO DE QUINCUAGÉSIMA 25 de febrero de 2001

Amados hermanos en Nuestro Señor Jesucristo:

Este domingo de Quincuagésima es el preludio de Cuaresma. Con los domingos de Septuagésima, Sexagésima y Quincuagésima, la Iglesia nos prepara para la Cuaresma que comienza con el Miércoles de Ceniza y que nos conduce, nos lleva al misterio de los misterios, la Pascua de Resurrección. Y para prepararnos bien a la Resurrección, ese misterio fundamental de nuestra fe, la Iglesia nos invita a la oración, al sacrificio y a que vivamos también la Pasión de Nuestro Señor y su crucifixión antes de resucitar. Este el significado y simbolismo de la Cuaresma que con el preludio de estos tres domingos nos vayamos adentrando en ese espíritu de sacrificio de la Pasión de Nuestro Señor que debemos tener presente a todo lo largo de nuestra vida.

La religión católica es inconcebible sin sacrificio, sin Pasión de Nuestro Señor. Lamentablemente el mundo pagano festeja para estas fechas todo lo opuesto, el carnaval que es un festival pagano de la carne, es una fiesta antiquísima que ha sido imposible erradicar, ni siquiera con todos los siglos de cristianismo, por lo que en muchos lugares se hace durante estos días reparación ante el Santísimo, por los desmanes que se cometen en estos días cuando debiera ser lo contrario, una preparación para la Cuaresma. Eso nos demuestra cuan opuesto es el espíritu católico al espíritu del mundo, son antagónicos y esos dos espíritus están en nosotros, el espíritu del mundo y de la carne simbolizados por el viejo hombre, y el espíritu católico simbolizado por el nuevo hombre.

Ese es el combate permanente que sostendremos durante toda nuestra vida, de ahí que debamos estar alerta para que no venza en nosotros el espíritu de la carne, espíritu del viejo
hombre. Ese es el ejemplo que nos han dado los Santos, la lucha y la victoria sobre la carne, y
ese es el espíritu que se intensifica en la Cuaresma. No es que la religión pida que seamos
masoquistas; simplemente la religión católica es una religión con espíritu de sacrificio, el sacrificio de Nuestro Señor, su inmolación al Padre Eterno por nuestros pecados, la víctima inocente. Ese es el significado del sufrimiento cristiano católico y aun el de las víctimas inocentes como pueden ser los niños sin uso de razón, como el sacrificio de los Santos Inocentes y eso explica lo que el mundo no entiende por no tener la fe y la concepción católica de las cosas; cuando le reprocha a Dios el sufrimiento de personas inocentes, juzgan de acuerdo al mundo para reprocharle. De ahí la necesidad de que sepamos ofrecer los sufrimientos a imagen de Nuestro Señor, por nuestros pecados y también por los de los demás. Los grandes Santos no sufrían solamente por sí, sino también por los demás, por la Iglesia.

Hoy, como nunca, hay que sufrir por la Iglesia, por todo lo que está aconteciendo dentro de la Iglesia, por la pérdida de fe, por la apostasía, por la corrupción de la religión, por la corrupción del orden social católico, por la destrucción de la familia y de las naciones católicas, por el mal ejemplo, los escándalos, el pecado institucionalizado. Siempre hubo pecados y maldad, pero nunca hubo el pecado como hoy, proclamado e institucionalizado con el descaro que se ve.
Antiguamente el pecador reconocía que era pecador, que era miserable, que estaba conculcando la ley de Dios; hoy es todo lo contrario, esa ley de Dios ya no se proclama, ya no existe, lo que existe es la ley del hombre, la libertad del hombre, la dignidad del hombre, los derechos del hombre, la religión del hombre y por eso es una religión que no implica sacrificio, que no tiene la noción de la Santa Misa sino de una cena al estilo protestante, porque, en definitiva, es una religión del hombre, que utiliza el título de católica, se sirve de la reputación de la religión católica y se encubre bajo ese nombre, pero no es la religión católica, es la religión del hombre, no es la religión por Dios, por lo cual se la hace fácil, sin sacrificio, que "cada cual haga lo que quiera, es su conciencia la que determinará si está bien, si está mal".

Y así se conculcan los derechos más sagrados de Dios y se destruye todo principio de orden, de felicidad y de bienestar, por eso el mal y la gran amenaza que hay sobre el mundo, el castigo de Dios que tarde o temprano vendrá, esa purificación que tendrán el mundo y la humanidad. De ahí que nosotros debemos purificarnos sufriendo con paciencia estos males que afectan a la Iglesia, que afectan a la religión y que hacen que la Iglesia sufra en carne propia la Pasión de Nuestro Señor y que así, sufriendo el Cuerpo Místico de Cristo que es la Iglesia, salgamos acrisolados, purificados, como el metal que se purifica al contacto con el fuego.

Aprovechemos esta Cuaresma para que se intensifique el deseo de reparación, de purificación, de sacrificio, de inmolación; que dispongamos bien nuestras almas para poder regocijarnos después con la resurrección de Nuestro Señor, esa resurrección que también es promesa para todos aquellos que somos sus fieles. De ahí la importancia de la fidelidad a la gracia divina, la fidelidad a Nuestro Señor. Pidamos a Nuestra Señora, la Santísima Virgen María, para que Ella nos ayude a permanecer siempre fieles a Cristo Nuestro Señor.

BASILIO MERAMO PBRO.