San Juan Apocaleta



Difundid Señor, benignamente vuestra luz sobre toda la Iglesia, para que, adoctrinada por vuestro Santo Apóstol y evangelista San Juan, podamos alcanzar los bienes Eternos, te lo pedimos por el Mismo. JesuCristo Nuestro Señor, Tu Hijo, que contigo Vive y Reina en unidad del Espíritu Santo, Siendo DIOS por los Siglos de los siglos.












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lunes, 2 de marzo de 2009

Tiempos Apocalípticos


Los Tiempos Apocalípticos están caracterizados por: la Crisis de Fe y la Gran Apostasía, la Abominación de la desolación en lugar santo, el Anticristo (en su doble versión) la Bestia del Mar, versión política, y la Bestia de la tierra o pseudoprofeta, versión religiosa o carismática, como es lo religioso en el mundo moderno.

Todo esto no es más que la Religión (y por ende los dogmas de la fe) adulterada, falsificada, falseada, falsa, se trata de un cristianismo adulterado por el comercio (trato carnal y mundano) con el mundo, es la relación sacrílega y adultera por la conjunción o compenetración de Iglesia y Mundo, tal como el Ecumenismo sacrílego y adultero propicia, he aquí el famoso «aggiornamento» (puesta al día) de la Iglesia, de lo Sacro, a lo vil y mundano; he aquí la relación adultera de la connivencia y maridaje entre el Mundo y la Iglesia, y el resultado no puede ser que un fruto bastardo, como lo es todo el culto de la Nueva Iglesia Modernista. De aquí que Monseñor Lafebvre calificó a la Nueva Misa, de Misa bastarda. Y ahora lo terrible y lo tremendo por si fuera poco con lo ya dicho, todo esto no es más que la obra de un gran falsificador y un gran adultero, de un gran infame y sacrílego como pide, exige y reclama, la realidad de las cosas y de los hechos. Todo efecto tiene su causa, y sus instrumentos. Ahora bien, todo esto no es obra del azar, ni por generación espontánea, nada de eso, hay una causa y esta es la del Anticristo el cual en concreto se personifica en un impostor de carácter religioso y que mejor que en un antipapa . El anticristo en su versión religiosa, bestia de la tierra es un mitrado un obispo de la jerarquía de la Iglesia, está suficientemente señalado para identificarlo, pues tiene cuernos como de cordero o sea la mitra, los dos cuernos de Moisés que simbolizan el Antiguo y Nuevo Testamento.

Un obispo que tenga o pueda tener un poder universal para arrastrar a todos tras la religión falsificada, no puede ser sino la obra del único obispo con poder universal en la Iglesia, y este es el obispo de Roma, el Papa. De aquí lo terrible, pues Satanás se valdrá del Papado para prostituir como la Gran Ramera la Iglesia Santa de Dios. De aquí que necesariamente tiene que ser un falso Papa, un impostor un antipapa, pues un Papa verdadero no puede ejercer y llevar a cabo tan tremenda acción.

Luego la abominación de la desolación en lugar santo, la adulteración de la religión, la profanación de la Iglesia, la falsificación de la fe y de los dogmas de fe, son la obra del pseudo profeta, la bestia de la tierra al servicio del mundo y de su poder político la sinarquia judaica, representada en la bestia del mar, formado entre ambos el Anticristo completo, que representan estas dos Bestias o Fieras apocalípticas.

Esta es la esencia del contenido (poco mas, poco menos) del 3er. Secreto o mensaje de Fátima. Y es lo único que justifica o explica el porque tanto misterio con su revelación.

Textos en los cuales nos valemos para afirmar lo dicho.

Culto antropoteista del Anticristo: «la adoración sacrílega del hombre por el hombre, que será la herejía del Anticristo» (Castellani, El Apokalypsis, ed. Paulinas, Buenos Aires 1963, p.38).

La religión del hombre, el humanismo ateo, es la característica de la nueva religión antropocéntrica, del actual Ecumenismo.

«En el Anticristo habrá dos cosas, un sacrilegio y una herejía (“Segunda Bestia”). Se hará adorar como Dios, lo cual es un sacrilegio, y por cierto el máximo, y para ello se servirá como de instrumento de un culto religioso derivado espúreamente del mismo Cristianismo: Es decir, de una herejía cristiana que pareciera ha nacido ya en el mundo. (...) y así el poder político deificado y encarnado en un “plebeyo genial” y apoyado por un sacerdocio, será la abominación de la desolación y el reinado del Anticristo.» (Ibid. p. 38-39).

La abominación de la desolación se identifica con el reinado del Anticristo.

«La primera herejía, por lo que sabemos de ella, se parece a la última herejía. Quiero decir, a la de nuestros tiempos; y se puede decir que transcurre transversalmente toda la historia de la Iglesia, y es como el fondo de todas las herejías históricas. Era una especie de gnosticismo dogmático y laxismo moral, un “sincretismo”, como dicen hoy los teohistorigrafos. Era una falsificación de los dogmas cristianos, adaptándolos a los mitos paganos, sin tocar su forma externa por un lado; y concordantemente, una promiscuación con las costumbres relajadas de los gentiles; nominalmente, en la lujuria y en la idolantria (...) comían de las carnes sacrificadas a los dioses, en los banquetes rituales que celebraban los diversos “gremios”, lo cual era una especie de acto religioso idolátrico o sea, de “comunión”; y se entregaban fácilmente a la fornicación, que entre los paganos no era falta mayor ni vicio alguno, incluso, según parece, después y como apéndice de los dichos banquetes religiosos.» (Ibid. p.32).
Por esto las virgenes en el Apocalipsis son los incontaminados: «“Vírgenes” significa que no se manchan con la “Fornicación” ( o sea idolatría) de la religión falsificada; la cual fornicación o apostasía propaga la mujer Ramera de la visión 16.» (Ibid. p.96).

«“Fornicar con los reyes de la tierra” significa la religión ponerse al servicio de la política.» (Ibid. p.97).

«La Medición del Templo significa la reducción de la Iglesia fiel a un pequeño grupo perseverante y la vasta adulteración de la verdad religiosa en todos los restantes; y en esto están unánimes todos los Santos Padres.» (Ibid. p. 94-95.). Es el famoso pusillus grex, pequeño rebaño Luc.12-32. Se comprenden así las palabras que inician el 3er Secreto de Fátima: En Portugal se conservará siempre el dogma de la Fe.

«Solo el Tabernáculo (o Sancta Sanctorum) será preservado: un grupo pequeño de cristianos fieles y perseguidos; el Atrio, que comprende también las Naves (no las había en el Templo de Jerusalén) será pisoteado. Y esa es “la abominación de la desolación”, que dijo Daniel y repitió Cristo». (Ibid. p.154).

«Todos los Santos Padres han visto en esta visión (Medición del Templo) el estado de la Iglesia en el tiempo de la Gran Apostasía: reducida a un grupo de fieles que resisten a los prestigios y poderes del Anticristo (mártires de los últimos tiempos) mientras la religión en general es pisoteada durante 42 meses o 3 años y medio. Pisotear no es eliminar: el “Cristianismo será adulterado.» (Ibid. p.152).

«El mismo Templo y la Ciudad Santa serán profanados, ni serán ya santos. No serán destruidos. La religión será adulterada, sus dogmas vaciados y rellenados de sustancia idolátrica; no eliminada, pues en alguna parte debe estar el templo en que se sentará el Anticristo “haciéndose adorar como Dios”, que dice San Pablo. La Gran Apostasía será a la vez una grande, la más grande Herejía» (Ibid. p.153). «Cristo dice en su sermòn Esjatológico que la Gran Apostasía haría caer si fuera posible incluso a los elegidos.» (Ibid. p.125).

«Ni el culto de Satán tiene la sutil malicia y total falsificación de la verdad que tiene esta herejía adulterada de todo el cristianismo. Otros elementos del ejercito anticristico (como la Masonería, la magia y el Satanismo) no se niegan con esto.» (Ibid. p.188).

«Con retener todo el aparato externo y la fraseología cristiana, falsifica el cristianismo, transformándolo en una adoración del hombre; o sea, sentando al hombre en el templo de Dios, como si fuese Dios. Exalta al hombre como si sus fuerzas fuesen infinitas. Promete al hombre el reino de Dios y el paraíso en la tiera por sus propias fuerzas. La adoración de la Ciencia, la esperanza en el Progreso y la desaforada Religión de la Democracia, no son sino idolatría del hombre; o sea, el fondo satánico de todas las herejías, ahora en estado puro.» (Cristo ¿Vuelve o no vuelve? ed. Dictio, Buenos Aires 1976 p.18).

«La fiera del Mar (therion significa fiera y no simplemente “Bestia” como traen nuestras Biblias traducidas) es simplemente el Anticristo (...) La fiera de la tierra es una religión falsa (falsificada) o herejía máxima, con su jefe y conductor: quizás un Obispo apóstata que es también un mago (Solovief).» (Apokalypsis p. 95).

La unificación mundial propiciada por el poder oculto judío (con sus organizaciones satélites, ONU; OEA; etc) y la finanza internacional también judía, es la meta del Anticristo: «Hoy día es “un fin político lícito” y muy vigente por cierto, la organización y unificación de las comarcas del mundo en un solo reino – que por ende se parecerá al Imperio Romano. Esta empresa pertenece a Cristo; y es en el fondo la secuela aspiración de la Humanidad; pero será anticipada malamente y abortada por el Contra -cristo ayudado del poder de Satán. En el Boletín de “Canadian Intelligence Service (enero 1963) podemos ver el poder que tienen actualmente, en E.E.U.U. e Inglaterra sobre todo, los “One-Worlders” o partidarios de la unificación del mundo bajo un solo Imperio. Propician la amalgama del Capitalismo y el Comunismo, que será justamente la hazaña del Anticristo» (Ibid. p.p. 188-189). «La última herejía será optimista y eufórica “mesiánica”. El bolchevismo se incorporará, será integrado en ella.» (Ibid. p. 201).

«El Capitalismo y el Comunismo, tan diversos como parecen, coinciden en su fondo, digamos, en su núcleo “místico”: ambos buscan el Paraíso Terrenal por medio de la Técnica; y su “mística” es un mecanismo tecnólatra y antropólatra, cuya difusión vemos hoy día por todos lados, y cuya dirección es la edificación del hombre; la cual un día se encarnará en un hombre» (Ibid. p. 347).

«El Anticristo no será un demonio, sino un hombre “demoniaco”, tendrá “ojos como de hombre”, levantados con la plenitud de la ciencia humana, y hará gala de humanidad y “humanismo”, aplastará a los santos y abatirá la ley, tanto la de Cristo como la de Moisés; triunfará tres años y medio hasta ser muerto “ sine manu”, no por mano de hombre; hará imperar “la abominación de la desolación.” O sea, el sacrilegio máximo; será soberbio mentiroso y cruel, aunque se fingirá virtuoso (...) será ateo y pretenderá el mismo recibir honores divinos; en que forma, no lo sabemos: como Hijo del Hombre, como verdadero Mesías, como encarnación perfecta y flor de lo humano soberbiamente divinizado, como Fuehrer, Duce, Caudillo y salvador de los hombres; como Resucitado de entre los muertos. (...) Reducirá a la Iglesia a su extrema tribulación, al mismo tiempo que fomentará una falsa Iglesia. Matará a los profetas y tendrá de su lado una manga de profetoides, de vaticinadores y cantores del progresismo y de la euforia de la salud del hombre por el hombre, hierofantes que proclamarán la plenitud de los tiempos y una felicicdad nefanda. Perseguirá sobre todo la predicación y la interpretación del Apocalipsis; y odiará con furor aun la mención de la Parusía. En su tiempo habrá verdaderos monstruos que ocuparan cátedras y sedes, y pasarán por varones píos, religiosos y aun santos; porque el hombre de pecado tolerará y aprovechará un cristianismo adulterado. Abolirá de modo completo la Santa Misa y el culto público durante 42 meses o sea 1260 días – que serán largos de pasar» (Ibid. p.p. 198-199).

«La mujer ramera y blasfema es la religión adulterada, ya formulada en Pseudoiglesia en el fin del siglo, prostituída a los poderes de este mundo, y asentada sobre el formidable poder político anticristiano.» (Ibid. p 261).

«Cuando vino Cristo eran tiempos confusos y tristes. La religión estaba pervertida en sus jefes, y consiguientemente en parte del pueblo. (...) Cuando Cristo vuelva la situación será parecida. Solamente el fariseísmo, el pecado contra el Espíritu Santo, es capaz de producir esa magna apostasía que el predijo: “La mayor tribulación desde el Diluvio acá”, será producida por la peor corrupción, la corrupción de lo óptimo. (...) por eso San Juan vio en la frente de la ramera la palabra Misterio, y dice se asombró sobremanera; y el Angel le dice: “Ven, y te explicaré el misterio de la Bestia”. Es el misterio de iniquidad, la abominación de la desolación: La parte carnal de la Religión ocultando, adulterando y aun persiguiendo la verdad. “Sinagoga Sátanae.» (Ibid. p.257).

Se comprende así la persecución violenta y silenciosa contra toda la Tradición de la Iglesia, dogma, culto y moral.

«La esposa comete adulterio: cuando su legítimo Señor y Esposo Cristo no es ya su alma y su todo; cuando los gozos de su casa no son ya toda su vida; cuando codicia lo transitorio del mundo en sus diversas manifestaciones; cuando mira sus grandezas, riquezas y honores con ojos golosos (...) Esto es lo que llama el profeta “fornicar con los Reyes de la tierra”. Primero se fornica en el corazón desfalleciendo en la fe; después en los hechos, faltando a la caridad. El error fundamental de nuestra práctica actual y -aun teoría a veces- es que amalgamamos el reino y el mundo, lo cual es exactamente lo que la Biblia llama “prostitución”.» (Ibid. p.258).

Esto fue lo que instituyo desgraciadamente el Concilio Vaticano II con su «aggiornamento» y su ecumenismo, y no es má s que una prostitución. Al pan, pan y al vino, vino. Las cosas son lo que son o dejan de ser. Pero resulta que el Concilio Vaticano II único Concilio Ecumenico en toda la historia de la Iglesia que no fue (no quizo ser) infalible, se impone con dogmatismo doctrinal, y es más respetado que el mismo Dogma de la Fe, que el mismo Deposito de la Fe, que la misma Revelación Divina. ¡habrase visto mayor confusión y error! Solo cabe una palabra prostitución de la religión, prostitución de la jerarquía de la Iglesia, parte carnal, humana como hombres que son, que fornican con los Reyes de la tierra, amalgamando Iglesia y Mundo.

Aquí está representada la Bestia de la tierra, el Pseudoprofeta, semajante al cordero pero que propaga un culto sacrílego, una religión fornicaria al servicio Anticristo, la otra bestia del mar: «El otro seductor y tirano del mundo que más tarde Juan llamará “el Pseudoprofeta”, tiene un carácter religioso: “semejante al Cordero” y surge de la Tierra firme, la Religión; no como la otra, del mar del mundo mundano. Y esta fiera es la que hizo que todo el mundo adorara la otra.» (Ibid. p.209).

«Esta historia de una religión falsa, falseada, falsificada, falluta (de “fallo- Fallere”, caer) la veremos recurrir de nuevo en la visión 16, la Gran Ramera; y la tal religión “fornicaría” es necesaria para que pueda surgir el culto sacrílego, del Anticristo, “que sederá en el Templo de Dios, haciéndose como si fuese Dios”, según predice San Pablo. Lo cual llama Daniel “la abominación de la desolación” – y repite Jesucristo.» (Ibid. p.211).

«No hay en la Escritura mención de otro delito del Anticristo que este de la blasfemia y el sacrilegio máximo (“la abominación de la desolación”) y la iniquidad y tirania contra los cristianos, que es su consecuencia...» (Ibid. p.344).

«La desolación abominable o la desolación, la palabra de Daniel ya aplicada a la tiranía de Antíoco varios siglos antes. También se verificó ahora, el año 70, aunque es dudoso cual fue. Ahora en el fin de los tiempos sabemos por San Pablo que el Anticristo profanará el Templo de Dios, entronizándose él como Dios; y eso es realmente una horrible profanación.» (Castellani Catecismo para adultos, ed. Patria Grande, Buenos Aires 1979 p.159).
El modernismo es la religión del Anticristo: «El “enciclopedismo” de los sedicentes “filosofos” del siglo XVIII, o sea el “naturalismo religioso” que empezó por el “deismo” y se prolonga en el actual “modernismo”: la peor herejía que ha existido, pues encierra en su fino fondo la adoración del hombre en lugar de Dios, la religión del Anticristo.»(Apokalypsis p.136).

Es importante retener que las dos bestia la del mar (Anticristo) y la de la Tierra (Pseudoprofeta) forman el Anticristo completo, ya que las dos bestias son complementarias entre sí, y se enriquece la visión que podría ser un poco parcial de otro modo, ayudando además a ver mejor, pues podría darse que la bestia del mar se consolida en un poder oculto mundial, y la bestia de la tierra por un Antipapa, al servicio de la otra bestia: «El Anticristo será, pues un Imperio Universal Laico unido a una Nueva Religión Herética; encarnados ambos en un hombre o quizá en dos hombres, el Tirano y el Pseudoprofeta.» (Cristo ¿vuelve pp 47 - 48).

San Juan identifica al Anticristo con el espíritu que disuelve o que divide a Jesús «spiritus qui solvit Jesum» (I Jn 4,3), esto es, el espíritu de apostasía.

Todo esto implica una falsa Iglesia, pues donde la religión se pervirtió, los que representan una Iglesia falsa, hasta con un falso Papa o Antipapa, que la dirige, eclipsando la verdadera Iglesia, la de siempre, la siempre fiel a la tradición apostólica romana, por esto la Salette habla del eclipse de la Iglesia y que Roma perderá la fe y será la sede del Anticristo; una falsa Iglesia requiere un falso Papa (Antipapa).

«San Victorino Mártir netamente asevera que la Iglesia será quitada” (“de medio fiet”); pero eso no significa que será extinguida del todo y absolutamente como lee Domingo Soto, O.P.; sino su desaparición de la sobre haz de la tierra. Y su vuelta a unas más oscuras y hórridas catacumbas.» (Ibid.p204).

Si se mira bien esto es en cierto modo un hecho, el culto verdadero a quedado sepultado, la misa de siempre ha sido relegada de los templos e iglesias; se cumple lo que San Jerónimo dice, comentando a Daniel 12,11 donde se refiere a la abolición del sacrifico perpetuo y a la abominación de la desolación: «por sacrifico perpetuo entienden aquí los Padres con San Jerónimo, el de la Eucaristía, y todo el culto solemne, que ninguno osará ofrecer públicamente.» (Scio).

Tal como hoy acontece, nadie se atreve a decir la Santa Misa de siempre salvo unos poquísimos sacerdotes fieles a la Tradición de la Iglesia.

La Iglesia quitada, es decir, eclipsada, en el sentido como explica el P. Castellani al referirse a la vuelta de Cristo y a la perdida de la fe: «porque fe habrá aunque sean pocos y perseguidos en los últimos tiempos. Pero la fe en este sentido, significa la fe organizada, es decir la Iglesia. La iglesia dice el teólogo Domingo Soto será quitada del medio.» (Catecismo para adultos, ed. Patria Grande, Buenos Aires 1979 p.36)

«En todas las naciones hay grandes catedráticos de la AntiIglesia, voceros potentes de la impiedad.» (Castellani, Los Papeles de Benjamín Benavides, ed. Dictio Buenos Aires 1978, p. 266).

La AntiIglesia es la que persigue y eclipsa a la Iglesia, pues no la puede totalmente destruir, gracias a la promesa las puertas del infierno no prevalecerán, ya que siempre habrá un pequeño rebaño.

La posibilidad de un antipapa o falso Papa por haber perdido la fe en connivencia con el hombre y el mundo no es algo absurdo, ni contra la fe, como algunos equivocadamente piensan o creen. Claro está que un anitpapa no es algo nuevo en la historia de la Iglesia, ha habido al menos unos cuarenta y el primer antipapa terminó muriendo mártir, y fue San Hipólito Mártir. Además en nada afecta a la fe ni a la institución divina de la Iglesia un antipapa, pues queda siempre a salvo la institución del Papado, pues los Papas nacen y mueren, pero el Papado y la Iglesia nacen pero no mueren a lo largo de la historia. El error de Lutero fue aplicarle al Papado lo que las Escrituras decían del Anticristo, otra cosa es que un Papa por un misterio de iniquidad claudique en la fe convierta a Roma en sede del Anticristo y se haga un anticristo, como la Bestia de la tierra o pseudoprofeta: «La segunda bestia, una fiera que surge de la tierra como la otra surgió del mar, es decir, de la Iglesia en contraposición al mundo; la cual aunque habla como dragón “tiene dos cuernos semejantes al Cordero”. Esta bestia es la que “actúa” y reduce a la práctica, es decir, ritualiza todo el poder de la otra, dice el Profeta. (...) Esta bestia es pues evidentemente un movimiento religioso, una herejía parecida al Cristianismo, la última herejía, la más nefanda y sutil de todas, la adoración del hombre; en carnada en un genio religioso, una especie de inmenso lutero, focio, o Mahoma. Quizá sea un antipapa y los dos cuernos signifiquen la mitra episcopal no lo sabemos.» (Ibid. p.297).

«¿Será el reinado de un Antipapa, o Papa falso?» se pregunta nuevamente el P. Castellani (Cristo ¿vuelve o no vuelve? (ed. Dictio Buenos Aires 1976 p.29).

Nada más judaizante como señala el P. Castellani, que esperar un triunfo de la Iglesia sin la Parusia y lamentablemente es la opinión de muchos hoy en día: « pero ¿qué cosa más judaizante que esperar un gran triunfo terreno de la Iglesia antes de la segunda venida de Cristo?» (Apokalypsis. p.87).

Igualmente de judaizante es el Ecumenismo: «El punto focal (...) no es otro que esa unificación triunfal del universo (...) la gran fusión de los pueblos en uno y del advenimiento natural de la Restauración Ecuménica. (...) Todo lo que es internacional es de esencia religiosa. (...) Decir esto es decir que todo lo que hoy día es internacional, o es católico o es judaico. Son las dos únicas religiones universales. La masonería es una invención judaica, el islaismo es una herejía judaica» (Cristo ¿vuelve... p .289)

«Hoy día, todo lo que es internacional, si no es católico es judio, incluso la francmasonería.» (Ibid. p150). «Si admitimos que la pacificación de la Humanidad en una gran familia es un asunto religioso, no quedan para realizarlo sino dos religiones que son internacionales: la Iglesia Católica y la Anti-Iglesia, o sea la Sinagoga. La Iglesia es internacional por divina vocación. La Sinagoga es internacional por divina maldición. La Iglesia y la Sinagoga representan las dos concreciones más fuertes y focales del sentimiento religioso que existen en el mundo. (...) Todas las demás religiones jerárquicas existentes son herejías de estas dos: el mahometismo es una herejía judaica, el protestantismo es una herejía cristiana. Las religiones panteístas del oriente son formas del paganismo, constituyen el sentimiento religioso informe que no ha llegado a realizarse en sociedad religiosa. (...) El bolchevismo tiene raíz judaica, es mesiánico, anticristiano y profetal, y por tanto está en el plano religioso. El ateísmo ruso está informado de un oscuro soplo religioso. Es una forma provisional, representa una etapa, la etapa de la lucha contra las religiones trascendentes. El mismo es una religión inmanente, la religión del hombre divinizado, el reverso del misterio de la encarnación, el Misterio de Iniquidad de que hablo San Pablo...» (Ibid. p.p. 151-152).

«La naturaleza del comunismo es religiosa y no solamente política. Es una herejía cristiano judaica. Del cristianismo descompuesto en protestantismo tomó Marx la idea obsesiva de justicia social, que no es sino la primera bien aventuranza vuelta loca, vaciada de su contenido sobrenatural: los pobres deben reinar aquí, reinar políticamente por el mero hecho de ser pobres, como los santos de Oliver Cromwell. Pero el elemento formal de la herejía es judaico: es el mesianismo exasperado y temporal que constituye el fondo amargo de la inmensa alma del Israel deicida a través de los siglos: Construiremos con la fuerza, con la astucia y con la religiosidad unidas un Reino Temporal del Proletariado, que será el Paraíso en la Tierra. Para eso destruiremos primero todo el orden existente, incurablemente inficionado por el mal.» (Ibid. p. 205).

«El comunismo no es un partido; el comunismo es una herejía. Es una de las tres Ranas expelidas por la boca del diablo en los últimos tiempos, que no son otros que los nuestros. Las otras dos ranas, herejías palabreras que repiten siempre la misma canturria y se han convertido en guías de los reyes, es decir, en poderes políticos, son el catolicismo liberal y el modernismo. Estas tres herejías se van a unir por las colas, (cosa admirable, dado que las ranas no tienen cola) contra lo que va quedando de la Iglesia de Cristo, un día que quizá no está lejano.» (Ibid. p.204).

«El cuá-cuá del liberalismo es “libertad, libertad , libertad”; el cuá – cuá del comunismo es “Justicia social”; el cuá-cuá del modernismo, de donde nacieron los otros y los reunirá un día, podríamos asignarle éste: “Paraíso en Tierra; Dios es el Hombre; el hombre es dios”. ¿Y la “democracia”? Es el coro de las tres juntas: democracia política, democracia social y democracia religiosa: Demó –cantaba la rana, craciá- debajo del río.» (Los Papeles p46).

«Y las tres ranas son tres herejías: nominatim, el liberalismo, el comunismo y el modernismo o naturalismo religioso.» (El Apokalypsis p. 97).

El fin o final en resumidas cuentas ¿cuál es? Pues bien como será una derrota temporal y será un triunfo sobrenatural. Sobrenatural porque exige la intervención divina, la manifestación de la Parusia del Señor en gloria y majestad, y no como el progresismo judaizante sin esta intervención de Dios. Triunfo sobrenatural del bien sobre el mal, al igual que el de la Cruz o como dice el P. Castellani: «El término de la historia será una catástrofe, pero el objetivo divino de la historia será alcanzada en una metahistoria, que no será una nueva creación sino una “trasposición”, pues “nuevos cielos y nueva tierra” significa “renovadas todas las cosas” de acuerdo a su prístino patrón divinal.» (El Apokalypsis p. 149).

«El mundo va a una catástrofe intrahistórica que condicione un triunfo extrahistórico; o sea una “trasposición” de la vida del mundo en un transmundo; y del Tiempo en un Supertiempo; en el cual nuestras vidas no van a ser aniquiladas y luego creadas de nuevo, sino (como es digno de Dios) transfiguradas ellas todas por entero, sin perder uno solo de sus elementos.» (Ibid. p.152).

«O sea el fin catastrófico intrahistórico de la humanidad junto con el fin triunfal extrahistórico. Pues de sus dos elementos contrarios se compone la esjatología cristiana.» (Ibid. p. 175).

El fin triunfal extrahistórico o metahistórico es el Reino de Cristo Rey, de los Sagrados Corazones de Jesús y María, es el Milenio de la exegisis Patrística y la doctrina común de la Iglesia primitiva, es el Milenio del Apocalipsis, del cual citaremos algunos autores para tener una idea de sus rasgos esenciales.

El P. José Rovira S.J. autor del artículo Parusía de la Enciclopedia Espasa expone: «La Parusía no es otra cosa, según dijimos, sino la segunda venida de Cristo. Vendrá Cristo Jesús del cielo a donde subió en su gloriosa ascensión (Act. 1,9-11), más no vendrá como vino la primera vez cuando el verbo se hizo carne (...) antes vendrá y aparecerá con gloria, con gloria y esplendor (...) después que el sol se obscurecerá y la luna no dará su luz y las estrellas caerán, entonces aparecerá la señal del Hijo del hombre (probablemente la cruz), y entonces lamentarán todas las tribus de la tiera y verán al Hijo del hombre venir sobre las nubes del cielo con gran poder y gloria (Mt.24,30; Mc. 13,26; Luc.21,27), (...) pero entre todas campea la descripción que de esta venida nos hace el apóstol San Juan en el capítulo 19 del Apocalipsis, en donde lo describe como rey guerrero que va a pelear contra al Anticristo (...) Cristo no vendrá solo como rey que es, vendrá acompañado de su corte (...) con sus ángeles (Mt.26,27) (...), con sus santos.. (Jud. 14,25) (...) Seguirase después la resurrección de los santos. Verdad es que acerca de este punto no están de acuerdo los teólogos e interpretes, pues comúnmente dicen que la resurrección ha de ser de todos juntos y aun mismo tiempo, pero esto ha de entenderse de la resurrección general. Mas esta resurrección particular de los santos será como un privilegio y así como resucitó Cristo y con Cristo resucitaron también otros santos, como dice San Mateo (27,52-53), los cuales probablemente, como asiente Santo Tomas (S.Th. Sup. Q.77,a1,ad3), no volvieron a morir, así también puede admitirse que cuando aparecerá Cristo en su segunda venida para destruir al Anticristo, resucitarán por privilegio, no todos los santos, sino solamente algunos. (...) Según esto, distingue San Pablo claramente a la venida de Cristo dos clases o suertes de justos que se le juntaran. Los unos serán los muertos que resucitarán primeramente, resucitarán incorruptos; los otros serán los vivos, los cuales no morirán sino que serán transformados de mortales y corruptibles en incorruptibles e inmortales y juntamente con los otros serán arrebatados por el aire sobre las nubes del cielo al encuentro de Cristo. (...) Los otros muertos no vivieron hasta que se cumplan los mil años. San Juan parece indicar dos clases o suertes de escogidos, los unos son los degollados por el testimonio de Jesús, esto es, los mártires, o todos o algunos, y en primer lugar los Apóstoles a los cuales prometió en mismo Cristo que en la regeneración se sentarían sobre 12 tronos para jugar a las 12 tribus de Israel; los otros son los que no adoraron a la bestia ni recibieron su señal, aunque no hayan sido martirizados sino que estén vivos, pues de lo contrario no había que distinguirlos de los mártires. (...) Efecto de la venida de Cristo será también la destrucción del Anticristo. (...) Entonces, pues, vendrá Cristo a destruirle y a salvar y liberar a los suyos. (...) se manifestará aquel inicuo, al cual el señor matará (propiamente quitará de en medio) con el soplo de su rostro y lo destruirá con el resplandor de su venida (2Tes 2,8). Y San Juan en el Apocalipsis dice lo mismo (Ap. 19,11-21) (...) Destruidas las potestades antiteocráticas y encadenado y encarcelado el demonio, siguiráse luego el reino de Cristo y de los santos. Este reino predícelo el profeta Daniel en el capitulo séptimo de su profecía[1] (...) En este texto se predice claramente que a la destrucción del Anticristo y de las otras potestades antiteocráticas le seguirá no sólo un triunfo, sino un reino de Cristo y de los Santos, un reino que será sobre la tierra o debajo del cielo, como dice Daniel, un reino en que el poder será del pueblo de los santos altísimos, al cual (pueblo) todos los reyes le servirán y obedecerán. (...) Véase por ejemplo, lo que dice Cornelio a Lapide: “Entonces, destruido el reino del Anticristo la Iglesia reinará en toda la tierra y de los judíos y de los gentiles se hará un solo redil con un solo pastor”. Seguiráse después la sublevación o rebelión de Goy y Magog contra la ciudad de los santos, que es probablemente según veremos diversa de la persecución del Anticristo. Luego, mas tarde, el fuego de la conflagración (...) y por fin terminará todo con la resurrección última y el juicio final (...) Y San Pablo (1Cor.15,24-28) dice también que Cristo reinará hasta que ponga bajo sus pies a todos sus enemigos, y la última de todas será destruida la muerte: después de esto Cristo entregará su reino al Padre y entonces será Dios todas las cosas en todos.»

«Hemos visto que según la predicción de Daniel (7,26-27) inmediatamente después de la muerte del Anticristo no se acabará el mundo, sino que seguirá la Iglesia compuesta de judíos y gentiles y extendida por toda la tierra, y los santos ejercerán el poder y la soberanía y a ellos servirán y obedecerán todos los reyes del orbe. (...) aunque Daniel dice que su reino será sempiterno, es porque nos presenta este reino de los santos en la tierra continuándose con el del después del juicio. Más ahora hablamos solamente del reino de los santos en la tierra, del reino de los santos anterior al juicio final y este claro está que no ha de ser eterno (...). Algunos interpretes, aun de los que admiten el reino de los santos en la tierra, dicen como Tirini, a Lapide que este reino ha de durar breve tiempo; otros no hablan de su duración, otros suponen o afirman que durará largo tiempo (...) En este punto los milenaristas fundándose en el Apocalipsis (20,1-9) admitieron después de la muerte del Anticristo un reino de Cristo y de los santos en la tierra que había de durar mil años.»

El P. Benjamín Martín Sánchez resume así en el Nuevo Testamento Explicado, ed, Apostolado Mariano, Sevilla 1988, nota al capítulo 20 del Apocalipsis: «El milenarismo es la creencia de los que han dicho que Jesucristo reinará sobre la tierra con sus santos en una nueva Jerusalén por el tiempo de mil años antes del día del juicio. (...) Yo creo firmemente (después de un detenido estudio de la Biblia) en un milenarismo en la tierra y si alguno no le agrada la palabra “milenarismo”, dígase “época maravillosa de paz” de mil o miles de años, que tendrá lugar después de la muerte del Anticristo y a raíz del juicio universal de naciones y a ello contribuirá el estar encadenado o reprimida la acción de Satanás. Entonces los judíos convertidos usufructuarán su conversión, se multiplicará la fe, tendrá un triunfo definitivo la Iglesia de Cristo y se cumplirá la profecía de “un solo rebaño bajo un solo pastor”. Y a su vez tendrán cumplimiento las siguientes profecías, que aun no se han realizado: “Dominará de mar a mar, del río hasta los cabos de la tierra... Se postrarán ante El todos los reyes y le servirán todas las gentes». (Sal 72,8 y 11).

«Se acordarán y se convertirán a Yahvé todos los confines de la tierra y se postrarán delante de el todas las familias de las gentes. Porque de Yahvé es el reino y el dominará a las gentes» (Sal 22,28-29).

«Al fin de los días (v,1)...Yo reuniré, dice el Señor, a la dispersa (esto es, a la extraviada o dispersos de Israel)... y la haré un pueblo poderoso, y Yahvé reinará sobre ellos en el monte Sión desde ahora y para siempre.» (Miq 4,6ss).

«Y reinará Yahvé sobre la tierra toda, y Yahvé será único y único su nombre». (Zac. 14,19)

«Entonces (después del gran juicio de las naciones) Yo devolveré a los pueblos los labios puros, para que todos invoquen el nombre del Señor» (Sof. 3,9).

«Y la nueva alianza que empezó a cumplirse en la Nueva Ley, anunciada por Jeremías (31,31-34) llegará a su plenitud con la conversión de Israel. Entonces dice el Señor: “pondré mi ley en sus corazones... y no tendrán ya que enseñarse unos a otros... todos me conocerán”. Y “entonces toda la tierra estará llena del conocimiento de Yahvé” (Is. 11,9). Cuando Israel se convierta y sea purificado de sus pecados, los desiertos florecerán, se convertirán en vergeles y tendrán cosechas de frutos y producción de ganados como jamás se ha conocido (Ez. 36,33-35). A estos textos habría que añadir muchísimos más de Isaías, Miqueas, Zacarias y otros profetas que nos hablan de la gran paz de esta época, del bienestar temporal, de Jerusalén como capital del mundo cristiano, etc. (...) Algunos han querido entender la “resurrección primera” espiritualmente del nacimiento a la vida de la gracia, pero no convencen porque se habla de mártires que murieron por la fe. Pirot dice: “Algunos críticos católicos contemporáneos, por ejemplo Calmes, admiten la interpretación literal del pasaje que estudiamos. El milenio sería inaugurado, por una resurrección de los mártires solamente, en de trimento de los otros muertos”. También ya San Ireneo señaló como primera resurrección la de los justos. Bien creo la podemos confirmar con estos dos textos: 1 Cor. 15,23, donde San Pablo habla del orden en la resurrección: “Primero Cristo, luego los de Cristo cuando El venga, después será el fin...”, y además por Tes 4,14-16: “Los que murieron en Cristo resucitarán primero... El escriturista Cornelio a Lápide también interpreta literalmente el texto 1 Cor. 15,23. Los restantes muertos no vivieron hasta pasados los mil años. (...) Y entonces será la resurrección universal y el juicio final.»

«Pasados mil años, será soltado Satanás y se irá a seducir a las gentes (...) el demonio irá pervirtiendo a las gentes y las fuerzas del mal, o sea Gog y Magog atacarán a los santos y la ciudad santa, pero Dios hará que sean devorados por el fuego que hará descienda sobre ellos.»

Sobre el capitulo 21 del Apocalipsis el mismo autor comenta sobre la restauración universal de todas las cosas, lo cual nos hace recordar el lema de San Pio X omnia instaurare in Christo todo instaurarlo en Cristo y que Monseñor Lefebvre traduce a modo explicativo todo recapitularlo en Cristo. Así expresa el P. Martín Sánchez sobre el cielo nuevo y tierra nueva: «De la transfiguración de las cosas creadas se nos habla aquí y además en Isaías 65,17ss, en 2 Ped 3,13, y en Rom 8,19ss. (...) tenemos que este mundo no será aniquilado, sino renovado, y cambiando en mejor, pues como dice San Jerónimo: “pasa la figura, no la sustancia. No veremos otros cielos y otra tierra, sino los viejos y los antiguos cambiados en mejores”. Todo hace presagiar que esto se refiere también a la época maravillosa de paz, por cuanto según las Escrituras, el universo una vez renovado ha de servir de escenario a la vida humana, porque la creación entera tomará parte en la felicidad del hombre (Rom. 8,19-22) y porque vendrán nuevos cielos y nueva tierra en los que habitará la justicia (2Ped. 3,10-18). Entonces la tierra será como un cielo nuevo anticipado (...) Es una renovación de este mundo donde vivió la humanidad caída, el cual, desembarazado al fin de toda mancha, será restablecido por Dios en un estado igual y aún superior a aquel en que fue creado: renovación que la escritura llama en otros lugares la “palingenesia”, la regeneración Mt. 19,28, “la restitución de todas las cosas” en su estado primitivo (Hech. 3,21) (Crampon).»
Y en la explicación al capitulo 22 dice nuestro autor refiriéndose a las palabras finales del Apocalipsis, Ven señor Jesús: «Con esta expresión que se refiere a la segunda venida de Jesucristo termina el Apocalipsis después de hablarnos de la gran felicidad reservada a los santos repite: “Venga Pronto”, y con este aviso quiere que no nos durmamos, que vivamos vigilantes, que anhelamos su venida para gozar de la dicha anunciada.»

Sobre el milenarismo el P. Castellani a su vez precisa: «El milenarismo real no enseña otra cosa sino que Apokalypsis XX y I Corintios XV, pueden ser interpretados literalmente sin quiebra de la fe ni inconveniente alguno, que así lo entendieron los padres apostólicos y después de ellos, en el curso de la historia, innumerables doctores y santos; que de ello se sigue la probabilidad de dos resurrecciones, una parcial y otra general, con un período místicamente glorioso de la Iglesia Viante entre ellos, y que esta inteligencia resuelve fácilmente muchos lugares oscuros de la Escritura y es honrosa a la grandeza, veracidad y omnipotencia del creador.» (Los Papeles ... p,418).

«Toda la tradición antigua en masa durante los cuatro primeros siglos de la Iglesia entendió en este capítulo simplemente que habría un largo periodo de paz y prosperidad en el mundo (mil años o bien mucho tiempo) después del retorno de Cristo y refulgir de su Parusía, que habría dos resurrecciones, una parcial de los mártires y santos últimos, otra universal al fin de buenos y malos lo cual también San Pablo dice, que todo este largo tiempo es quizás lo que designamos con el nombre de Juicio Final, el cual se describe metafóricamente al final del capítulo, es decir se describe su término y finiquito. El “Día del Juicio Final” no puede ser ciertamente un día solar.» (Apokalypsis pp.295-296).

Sobre esto último el mismo San Agustín admite que el día del juicio final no sea un día solar: «Lo que confiesa y aprueba toda la Iglesia del verdadero Dios: que Cristo ha de descender de los cielos a juzgar a los vivos y a los muertos, éste decimos será el último día del divino juicio, es decir, el último tiempo. Porque aunque no es cierto cuantos días durará este juicio, ninguno ignora, por más ligeramente que haya leído la Sagrada Escritura que en ella se suele poner el día por el tiempo.» ( La Ciudad de Dios, libro 20, capitulo1). «En suma, milenarismo consiste en creer al Dios del juicio, que es un dogma de fe, no un día material y un lugar geográfico sino un período y un estado, un ciclo enteramente sobrenatural; y eso no por racionalismo o fantasía, sino por encontrarlo así escrito a la letra, en las dos grandes profecías postrimeras, Daniel y Juan, con dos textos coincidentes del apóstol Pablo.» (Los Papeles p. 412).

Aunque la interpretación alegórica es la que predomina actualmente, no siempre fue así, al menos para los primeros 4 siglos de la Iglesia primitiva, además el mismo San Agustín que tomó la interpretación alegórica del hereje donatista Tyconius, quien fue su autor en el siglo IV, como hace ver el P. Castellani (Apok. p. 294), reconoce que su nueva interpretación (antes fue milenarista) no es segura, pues: «San Agustín advierte que no sabe si esta interpretación es buena o no, cosa en que no es imitado por ninguno de los actuales “alegoristas”, muchos de los cuales además incriminan de “heréticos” (y de ridículos, y de judaizantes, y de zotes, y de groseros, y de perturbadores) a aquellos que no gustas de ella.» (Apok. pp. 294-295).

«Pero milenarismo y antimilenarismo representan en la realidad histórica hodierna dos espíritus, dos modos de leer la escritura, y de ver en consecuencia la Iglesia y el Mundo. De ahí la lucha.» (Los Papeles p. 412).

Esta es la razón por la que muchos inconcientemente no aceptan el Milenarismo Patrístico, hoy en día. Esperemos que esta recopilación sirva de luz para abatir los prejuicios y estar mas expectantes que nunca de la Parusía y del Reino de Cristo, y el triunfo del Inmaculado Corazón de María.

P. Basilio Méramo
Nuestra Señora Refugio de los Pecadores
Julio 4 de 2000
Santa Fe de Bogotá

[1] Dan 7,25-28

Obediencia virtuosa y obediencia viciosa (Algunas puntualizaciones sobre la obediencia)


Por extraño que parezca, la obediencia como virtud moral, puede pasar de virtuosa a una obediencia viciosa o falsa obediencia que sólo conserva el cascarón, pero sin su real contenido.

Pues toda virtud tiene su vicio, su contrario u opuesto, y así tenemos que una cosa buena degenera en mala. Por eso hay que obedecer, como dice San Pedro, primero a Dios y no a los hombres, cuando estos quieren ser obedecidos como si fueran Dios y aún contra Dios. Pues a Dios se está sujeto absolutamente en todo (a lo interior y a lo exterior) y hay que obedecerle en todo y siempre, no así a los hombres. Tenemos así, la falsa obediencia que conculca la verdad, sobre la cual todo se sustenta y sin la cual nada vale ya, como la sal si pierde la salinez para nada vale ya, sino para que la tiren y la pise la gente.

La obediencia como dice Santo Tomás puede ser indiscreta si se obedece a lo ilícito (S. Th. II II-q.104-a.5-ad.3). Además como la fe es el principio y la causa de la justicia (S. Th II II-q.104-a.6) no se puede obedecer en contra de la fe. La obediencia no es una cosa despótica. La caridad se muestra (prueba) en la obediencia a los mandatos de Dios (Mt 14). Se obedece siempre bajo el imperio del precepto que ordena (manda, mueve) según la necesidad (exigencia) de la justicia (cf. S. Th II II-q.104-a.5). Se obedece en justicia y por la justicia y nunca sin justicia, ni contra la justicia. Por eso decía San Gregorio que la obediencia no es el efecto del miedo servil, sino de la caridad, no es el efecto del temor de la pena sino del amor de la justicia. (S. Th. II II-q.104-a.3). Obedecer lo injusto es la iniquidad, imponer lo injusto invocando la obediencia, es la iniquidad del poder desvirtuado. La crisis actual ha sido impuesta por obediencia inicua.

Así, el orden de la justicia requiere que los inferiores obedezcan a sus superiores (II II-q.104-a.6) y la sujeción (o subordinación) de un hombre ante otro hombre, es cuanto al cuerpo, no en cuanto al alma que resta libre. (II II-q.104-a.6-ad.7). Por eso Santo Tomás manifiesta que en aquello que pertenece al movimiento interior de la voluntad, el hombre no está obligado a obedecer a otro hombre, sino únicamente a Dios. (S. Th. II II-q.104-a.5).

El gran enemigo de la obediencia es el nominalismo voluntarista-racionalista por paradójico que esto parezca. El nominalismo niega la esencia universal de las cosas, niega en consecuencia la realidad esencial de las cosas, las vacía de su contenido, de su esencia, y lo que queda es el nombre, de aquí nominalismo, el puro nombre sin contenido esencial, la apariencia. El voluntarismo que a fuerza quiere imperar, es la fuerza o el imperio de la acción sin la luz de la inteligencia, el poder por el poder, la ambición por la ambición, etc. Racionalista, la razón, la lógica, sin inteligencia, sin conocimiento ni captación de la realidad o verdad de las cosas, el conceptualismo racional sin realidad, sin verdad, sin contenido, es la razón medida de todas las cosas sin conocer las cosas, sin saber que son, sin inteligencia capaz de captar la verdad. La razón sin inteligencia (sin intus legere), sin comprender ni penetrar íntimamente, intrínsecamente, las cosas, la realidad.

Pues bien, esto es lo característico del mundo moderno nominalista (sin universalidad, ni trascendentalidad) y voluntarista por imperio del movimiento (poder), sin son ni ton sin luz intelectiva, racionalista razón o lógica sin contenido verdadero, sin verdad.

Qué queda pues dentro de este contexto de la obediencia, pues una obediencia viciosa, servil, estúpida sin fundamento, ni sentido, que sirve al poder por el poder, o al poder del más fuerte, al poder del voluntarismo racionalista, sin luz, sin verdad, sin realidad. Es la esclavitud espiritual, sin vida espiritual, sin libertad verdadera, sin la verdad que nos hace libres.

La autoridad así desvirtuada, se convierte en un instrumento de manipulación tiránica sobre sujetos real o virtualmente serviles o esclavos.

Una autoridad que no esté al servicio de la verdad y del bien común que es el objeto específico de la justicia, degenera en vil tiranía que clama al cielo.

La autoridad requiere ser ejercida con máximo respeto y no ser la máscara de una pasión de imponer la voluntad de ambición y poder propio, dejando de ser el reflejo de la voluntad de Dios, contenida en la naturaleza de las cosas y de sus fines. La autoridad viene de Dios, el autor (creador) de todas las cosas visibles e invisibles. Toda autoridad es una participación a la autoridad del Autor que todo ha hecho.

Como la obediencia está supeditada a la justicia, la cual tienen al bien común por objeto específico, la obediencia debe ser siempre según la justicia y el bien común, en definitiva relativa a la verdad, si la justicia o la verdad es conculcada la obediencia no procede y en dicho caso hay que obedecer más a Dios que a los hombres. (Hech. 5, 29). Obedecer en tal situación es obsecuencia, servilismo animal, pero no obediencia verdadera que como toda virtud requiere de inteligencia y libertad para ser tal.

Parece que se nos quiere hoy en la Iglesia hacer creer (en medio de esta espantosa crisis universal de fe y de la complicidad de la autoridad oficial) que la obediencia es algo que permite a los Superiores hacer y deshacer sobre los destinos de la misma, y este error conceptual parece introducirse desapercibidamente en la Fraternidad Sacerdotal San Pío X.

Esto es mal comprender la obediencia, pues un superior está para garantizar y dirigir una institución al fin de acuerdo a su naturaleza.

La Fraternidad Sacerdotal San Pío X surgió como baluarte y testimonio de la Sacrosanta Tradición Católica ante el Modernismo destructor de la misma. Fue una reacción de defensa de la Fe, que el Demonio como un león rugiente dando vueltas a nuestro alrededor, quiere devorar.

El modernismo continúa, progresa y se consolida oficial y socialmente, y se legaliza frente a los poderes políticos de este mundo que tiene por príncipe a Satanás.

Se nos quiere vender la idea por todos los medios de publicidad masiva de una Iglesia ecumenista abierta a todas las falsas religiones que serían medios de salvación de algún modo válidas. Razón por la cual la Iglesia Católica deja de ser (o no sería) la única y exclusiva esposa legítima fiel y virginal de Cristo. Cristo no se une indisoluble única y exclusivamente a su Iglesia, sino que es una más en el Panteón de las religiones, cual harén del Sultán con muchas mujeres, aunque sea de entre ellas la preferida.

El voluntarismo (racionalista) no tiene en cuenta que: "la obediencia (como dice Santo Tomás) debida a los superiores es según el orden divino puesto en las cosas" (S. Th. II q.II-a.104-ad.2). Así: "la obediencia es buena en consecuencia, puesto que el bien consiste en el modo, la especie y el orden" (S. Th. II q.II-a.104-ad.2). Si la obediencia no guarda esto (modo, especie, orden) no puede ser buena, deja de ser obediencia, en todo caso virtuosa (virtud de obediencia) y meritoria.

Se da el caso así de una obediencia viciada (viciosa) cual es obedecer lo que no se debe, por carecer del bien que la hace virtud y le da el mérito.

"Toda voluntad debe obedecer al imperio divino" (S. Th. II q.II-a.104-ad.4). Por esto: "hay que obedecer primero a Dios que a los hombres" (Hech. 5, 29), pues puede suceder que los preceptos (órdenes) de los prelados (superiores) sean contra Dios. (S. Th. II II-q.104-a.5 Sed Contra).

También puede acontecer que el súbdito no esté obligado a obedecer al superior en todo, por estar la obediencia bajo el imperio de la justicia, en el caso que esta se vea vulnerada.

Además, el inferior no está obligado a obedecer a su superior, si manda algo en lo cual no está sometido (S. Th. II II-q.104-a.5). Pues los súbditos no están sometidos a sus superiores en cuanto a todo, sino en cuanto a algo determinado, y esto en cuanto a aquello en lo que son medio entre Dios y los súbditos. (S. Th. II II-q.104-a.5). En aquellas cosas que los superiores no son intermediarios entre Dios y los súbditos, se está inmediatamente subordinado a Dios, estando ordenados por la ley natural o la escrita.

Así pues, puede distinguirse tres clases de obediencia según Santo Tomás: una suficiente para la salvación, que consiste en obedecer a lo que se está obligado; otra perfecta, la cual obedece en todas las cosas lícitas; otra indiscreta que obedece también en las cosas ilícitas. (S. Th. II II-q.104-a.5-ad.3).

Tenemos así tres clases de obediencia según Santo Tomás la obediencia suficiente, la obediencia perfecta y la obediencia indiscreta. Esta última es una falsa obediencia y obediencia viciosa, o anti-obediencia, anti-virtud.

La obediencia como parte de la justicia (subordinada a la justicia) exige que toda ley (que manda y que debe ser obedecida son una ley justa, únicamente la ley justa obliga en conciencia (interiormente).

La ley para que sea justa y debe obedecérsele en conciencia requiere tres cosas: que sea justa cuanto al fin, es decir cuando está ordenada al bien común, el que sea justa cuanto al autor, cuando la ley no excede la potestad conferida, y que sea justa cuanto a la forma, es decir, cuando hay una igualdad proporcional entre lo oneroso de lo impuesto al súbdito y el bien común al que se ordena. (S. Th. I-II-q.96-a.4).

Se puede dar el caso así, de leyes humanas que no son la expresión de la ley eterna, que sean en consecuencia injustas. Según Santo Tomás una ley puede ser injusta de dos maneras: uno por ser contrario al bien humano; otro por ser contraria al bien divino (por ejemplo ley del tirano induciendo a la idolatría o cualquier cosa que sea contraria a la ley de Dios).

La ley puede ser injusta, entonces, contra el bien humano de tres maneras: según el fin, según el autor (autoridad) y según la forma. Según el fin cuando no se ordena al bien común, el caso de leyes onerosas no correspondientes a la utilidad común sino más bien en beneficio propio o propia gloria. En cuanto al autor de la ley cuando excede a su poder o autoridad más allá de sus justos límites. En cuanto a la forma, la ley puede ser injusta, si no es proporcional al bien común, aunque se ordene a éste.

Tenemos así que, la ley no es el imperio de la voluntad del que manda, sino el imperio del bien común que la autoridad como tal debe querer y procurar. Y no para mandar más de lo que le corresponde a su autoridad o investidura (o prelatura) sino lo justo, correcto y útil para todos, sin ambiciones personales de gloria o beneficio propio.

Si la ley no cumple con estos requisitos inherentes a su definición primordial, no es ley verdadera y justa por no proceder de la ley eterna de la cual es una participación. Santo Tomás dice "la ley natural es una participación de la ley eterna en la creatura racional" (S. Th. I II-q.91-a.2), y además afirma que: "Toda ley se ordena al bien común" (S. Th. I II-q.90-a.2).[1]

Todo esto está archivado en la ley del olvido por el voluntarismo racionalista y subjetivista tanto del derecho y la justicia modernos que hoy imperan. Se falsea toda la noción y fundamento de la Autoridad, del Poder, del Gobierno. La Autoridad y el Poder se ejercen fuera de los parámetros que los constituyen. Los cargos se ejercen como pequeños napoleoncitos o grandes tiranos, poco importa, lo grave es que no se manda ni se obedece según la realidad, la verdad, la naturaleza, tal como es la noción tomista y católica, tal como Santo Tomás sabiamente lo enseña, aun los que se dicen católicos por un voluntarismo hacen del imperio y de la obediencia una vil tiranía o manipulación de las cosas y de las conciencias de los hombres.

Decir que la justicia depende la simple voluntad; es decir que la voluntad divina no procede según el orden de la sabiduría, lo cual es blasfemo. (De Ver. q. 23, a. 6).

La ley como dice Santo Tomás le compete dirigir los actos humanos según el orden de la justicia (S. Th. I II-q.91-a.5). La ley tiránica (injusta) no es ley, es más una corrupción de la ley, dice así Santo Tomás: “la ley tiránica, como no es según la razón, no es simplemente ley, es mas bien una perversidad de la ley...” (S. Th. I II-q.92-a.1-ad.4). Así mismo la ley que contraviene el orden natural es una corrupción de la ley: “Si verdaderamente en algo no concuerda con la ley natural, ya no será ley sino mas bien una corrupción de la ley” (S. Th. I II-q.95-a.2). Por esto San Agustín citado por Santo Tomás decía: “si no se ve que la ley es justa no fue ley” (S. Th. I II-q.96-a.4). Se está desligado de la obediencia ante la ley injusta pues obedecer es moverse bajo el imperio de la justicia (S. Th. II II-q.104-a.5). Si no impera la justicia invocar la obediencia es ridículo o peor aún fariseísmo puro en el caso eclesiástico.

Esto es evidente, pero hay que recordarlo por la nefasta e inveterada concepción nominalista y voluntarista que corrompe las nociones de Autoridad, Poder, Gobierno, Obediencia, etc.

De la caridad surge la obediencia dice Santo Tomás (In Mt. cap. 24) y la caridad es la verdad, con lo cual una vez más la obediencia supone, exige y reclama la verdad, sin la cual no hay, ni puede haber obediencia.

Por esto la obediencia es una parte de la justicia, (virtud potencial) no de los caprichos tiránicos de una autoridad y poder mal entendidos, sino en orden a la justicia, al bien común, a la verdad.

La obediencia no es el mangoneo o manipulación de los súbditos, ni la actitud obsecuente y servil del inferior, sino el sometimiento de un hombre libre de condición inferior a otro hombre libre de condición superior. Lo demás sería una “teología para negros”.

Todo lo que no corresponde como hemos visto a los principios que hacen de la obediencia una virtud (moral) anexa a la justicia o como parte potencial, vician dicha virtud y suprimen toda su excelencia y mérito, denigrándola a un vicio vil, reduciendo algo bueno y virtuoso, a algo malo y vicioso.

Tal sería por ejemplo que se pretenda que la obediencia obliga a pensar y querer como el superior en todo, cosa que suele ocurrir con mucha más frecuencia de lo que parece por las nefastas concepciones autoritario-voluntaristas y racionalistas que se imponen en la atmósfera que se respira.

Ya decía el filósofo pagano Séneca: “Yerra si se estima que la servidumbre abarca a todo el hombre. La parte mejor de él esta excepta. El cuerpo está sometido y adscrito al señor, pero la mente es su derecho.” Por esto Santo Tomás que lo cita agrega lo siguiente: “Así en eso que pertenece al movimiento interno de la voluntad, el hombre no está obligado a obedecer, sino solo a Dios”. (S. Th. II II-q.104-a.5).

Pretende una obediencia que únicamente se debe y pertenece a Dios, es hipostaciarse en la autoridad sacrílegamente usurpando el dominio exclusivo de Dios, pues como advierte Santo Tomás: “A Dios el hombre está subordinado absolutamente en todo, lo externo y lo interno, así se está obligado a obedecerle en todo. Los súbditos por el contrario no están subordinados a sus superiores en todo, sino a algo determinado. Y en cuanto a esto son los superiores los mediadores entre Dios y los súbditos. En cuanto al resto verdaderamente, inmediatamente se subordinan a Dios, lo cual son instituidos la ley natural o la escrita.” (S. Th. II II-q.104-a.5-ad.2).

Pensar de otro modo es viciar la obediencia virtuosa y transmutarla en obediencia viciosa. Y peor aún es caer en la idolatría, pues como dice Santo Tomás comentando el Credo “el obedecer más a los hombres (Reyes o Superiores) que a Dios, u obedecerles en cosas que no se debe, es constituirlos en dioses suyos”. La falsa obediencia, en materia religiosa o de fe, es en consecuencia una idolatría abominable disfrazada de virtud.

Basilio Méramo Pbro.
31 de julio de 2008


[1] La ley eterna no depende de la voluntad de Dios como pretendía Occam y como pretenden todos los voluntaristas habidos y por haber, sino de la eterna sabiduría divina que dirige todo. (S. Th. I II-93-1).

VIDA CRISTIANA Sus Leyes y Principios


La vida cristiana (católica) tiene sus principios básicos y sus leyes fundamentales. La decadencia de la vida espiritual de los fieles y del pueblo católico se debe en gran parte al olvido, cuando no al abandono de los principios de las leyes más elementales (básicas) de la vida cristiana.

De hecho, hoy existe una gran ignorancia religiosa y espiritual que flagela los medios católicos, sean estos la misma jerarquía eclesiástica (sacerdotes, obispos, etc.) o sean estos los mismos fieles.

El ideal de santidad se ha perdido cuando no tergiversado, o invertido. Digo, cuando no tergiversado o invertido por razones graves y profundas. Hoy, contrariamente a lo que siempre se ha dicho y creído, se piensa y dice todo lo contrario en materia de vida espiritual.

La santidad hoy ya no implica necesariamente un doble elemento: uno de separación y otro de unión.

Separación del mundo (las cosas creadas y efímeras de esta tierra) con la renuncia de nuestros apetitos y afectos desordenados. La naturaleza de las cosas espirituales y sobrenaturales, lo exigen así. No se aproxima uno a Dios, si no es alejándose (separándose) de todo lo creado, esto es desprendiéndose con generosidad y espíritu de renuncia mediante un sano desasimiento de todo lo que no es Dios.

Hoy se mezcla con vano optimismo mundo e Iglesia, mundo y vida sobrenatural, mundo y cristianismo, se los lleva a una identificación, prometiéndonos el Paraíso en la tierra. El hombre o la humanidad parece no distinguirse de la Iglesia. A tal punto de hacer de la humanidad, la Iglesia, esto es: el Pueblo de Dios. La Iglesia concebida como pueblo de Dios es la Iglesia identificada con la Humanidad, con el Mundo. La Iglesia como Pueblo de Dios estaría formada por todos los hombres, gracias a la unión de Dios con cada hombre por el mismo hecho de la Encarnación. Esto lo dice Karl Rahner, pseudo-teólogo, que tuvo mucha influencia en el Concilio Vaticano II, entre otros pseudo-teólogos progresistas, que invadieron con sus errores el Concilio, haciendo prevalecer la concepción modernista.

De tal modo que la Iglesia de Dios, no es más la Iglesia Católica sino que ella (la Iglesia de Dios), subsiste en la Iglesia Católica, como dice alevosamente el Nuevo Código de Derecho Canónico en el Canon 204.

Pero no es el caso tratar aquí el tema, simplemente hacer una pequeña alusión para que sirva al lector como ilustración de la gravedad de lo que hoy se dice y afirma dentro de la Iglesia, por todas partes, desgraciadamente.

San Pablo nos advierte y exhorta: «No queráis conformaros con este siglo.» Rom 12,2. Lo cual se opone diametralmente a la divisa progresista y modernista del aggiornamento o configuración de la Iglesia con el Mundo moderno.

Nuestro Señor, deja establecido el abismo insondable entre El y el mundo, entre la Iglesia (Cuerpo Místico de Cristo) prolongación de su Encarnación, y el mundo; pues como dicen las escrituras «el mundo no le conoció» (Jn 1,10,) además Nuestro Señor mismo exclamó «no ruego por el mundo sino por estos que me diste, porque son tuyos». (Jn 17,9.)

La respuesta del mundo no ha sido menos tajante frente a los Apóstoles y discípulos de Nuestro Señor: «El mundo los ha aborrecido porque no son del mundo, así como Yo tampoco soy del mundo». (Jn 17, 14). La incompatibilidad y oposición entre Iglesia y mundo queda bien establecida, bien que en otro pasaje se dice: «Amó tanto Dios al mundo que dió su Hijo Unigénito» (Jn 3,16), pues como es evidente aquí el término mundo está tomado en otro sentido refiriéndose a los hombres pecadores, que son todos los hombres y que El vino a Redimir, todo lo cual está expresado por las palabras que siguen «a fin de que todos los que creen en El no perezcan.»

La misión de la Iglesia será siempre la de convertir al mundo, asumiéndolo el mundo para elevarlo y sobrenaturalizarlo en la Iglesia y no para que la Iglesia se convierta al mundo secularizándose como pasa hoy, gracias al modernismo reinante dentro de la misma Iglesia. Hoy se confunde sin distinción ni matiz alguno, entre asumir y asimilar, de ahí el grave error de querer asimilarse al mundo que anima el progresismo actual dentro de la Iglesia. Nuestro Señor asumió la carne humana, pero no se convirtió (o asimiló) en carne humana. La Iglesia debe hacer lo mismo, asumir el mundo, para que el mundo se convierta en Iglesia y no que la Iglesia se asimile al mundo y se convierta en mundo.

Tenemos que ir, mejor dicho, volver (o retornar) a la esencia del cristianismo, a sus principios y a sus leyes más elementales para no ser absorbidos, por el error modernista en su propósito de secularización e identificación de la Iglesia con el mundo moderno.
Toda la espiritualidad de la Iglesia se edifica sobre el evento más fundamental del cristianismo: la Muerte y la Resurrección de Jesucristo, siguiendo a San Pablo.

Para el mundo y la Iglesia hay un hecho histórico de absoluta importancia: JESUCRISTO MUERTO Y RESUCITADO. La vida cristiana se presenta así como una participación a la muerte y a la resurrección del Salvador.

La vida espiritual del católico es así una prolongación en cada uno de nosotros del doble aspecto del misterio de Cristo, de su muerte y de su resurrección.

Todo el cristianismo, como dice el Padre Philipon, en su libro «La Doctrina Espiritual de Dom Marmion», se reduce a este mismo misterio de muerte y de vida de Nuestro Señor Jesucristo.

La Santidad de la vida cristiana está sintetizada en este doble aspecto del misterio de Cristo: su muerte y su resurrección.

El ritual del Bautismo, lo expresa también así, señalado la antítesis entre la muerte y la vida. El Bautismo nos hace morir sacramentalmente con Cristo, lo cual está simbolizado en el rito oriental católico, por la triple inmersión en el agua, representando los tres dias que permaneció Nuestro Señor Jesucristo en el sepulcro para resucitar después con El, en una vida nueva en la gracia.

La muerte y la vida constituyen las dos fases correlativas y complementarias de toda la vida cristiana.

Muerte con Jesús al pecado, a las imperfecciones y a nosotros mismos, para después resucitar con Cristo a una vida nueva, en la gracia con Dios.

La santidad (perfección cristiana) está dada por la muerte al pecado y a todo lo que conduce a él. Los grados de la muerte al pecado marcan la medida misma del progreso en la vida de la perfección que se caracteriza por el grado de unión con Dios Uno y Trino.

El pecado es el gran obstáculo a la unión divina, es una ofensa al Amor divino. La muerte al pecado consiste en morir a sus causas que son: el demonio, el mundo y la carne, los cuales representan nuestra triple concupiscencia: la de la carne (placer y sensualidad), la de los ojos (riqueza, avaricia y poder) y la del orgullo de la vida (soberbia, orgullo y amor propio). La triple concupiscencia corresponde al triple desorden, causado por el pecado original.

El hombre estaba en perfecta unión y armonía con Dios, consigo mismo y con las cosas, gracias a la Justicia Original, o estado de inocencia primigenia en que fué creado Adán.

El hombre estaba en unión y armonía con Dios a través de su inteligencia y voluntad (facultades superiores del alma humana) que estaban sometido a Dios por la gracia santificante. Esto era la rectitud de la mente a Dios y de esta rectitud superior derivan las otras dos rectitudes inferiores.

El hombre estaba en unión y armonía consigo mismo, las pasiones y apetitos inferiores del alma estaban sometidas a la razón, el hombre no estaba dividido como hoy entre su espíritu y la carne.

Por último, la armonía y unión de su cuerpo y alma. El cuerpo sometido al alma era inmortal y a través del cual el hombre gozaba de las cosas exteriores que conforman el mundo animal, vegetal, mineral, sobre lo cual dominaba pacíficamente, pues nada le era desconocido ni adverso.

El pecado original produjo una triple ruptura ocasionando así un triple desorden, las tres concupiscencias: de la carne, de los ojos y la del espíritu.

De aquí que la regeneracion del hombre pecador pasa por el espíritu de pobreza, de castidad y de obediencia. La pobreza para contrarrestar el desorden frente a las cosas materiales exteriores al hombre. La castidad para restablecer el desorden interior del hombre con sus apetitos y pasiones carnales contra la razón. La obediencia para restablecer el sometimiento de la voluntad a Dios.

Las órdenes monásticas hicieron, así, el triple voto de pobreza, castidad y obediencia, para asegurar el camino de la perfección cristiana.

Los fieles no son monjes, y si no hacen votos de castidad, pobreza y obediencia, deben al menos tener su espíritu, so pena de no ser verdaderos católicos y quedarse con una apariencia de religiosidad cristiana, es decir, fariseismo puro.

Quien no tiene espíritu de pobreza, de castidad y de obediencia, está adherido al mundo, ama las cosas de este mundo desordenadamente, vive para el mundo y es de este mundo. Los verdaderos católicos no son del mundo, el católico no vive para el mundo, sino para Dios y su Iglesia en Cristo Jesús.

Bajo la influencia de la literatura, del cine, de la radio, de la televisión, etc, y de toda una atmósfera de civilización pagana, nuestras mentes modernas han perdido el sentido del pecado, el pecado no causa ya el horror ante su fealdad, corrupción y malicia.

Y la razón más profunda de ello viene del hecho de que nosotros ya no tenemos el sentido verdadero de Dios, de lo que es Dios. Si nos olvidamos de Dios perdemos el sentido de la gravedad del pecado que nos separa de EL.

Toda la espiritualidad cristiana reposa sobre la Cruz, no lo olvidemos; por la Cruz se reestablece la unión y armonía con Dios y se abren de nuevo las puertas del Cielo.

El Santo Sacrificio de la MISA, que es la renovación incruenta del Sacrificio de la Cruz, está así en el centro y en el corazón mismo de la espiritualidad cristiana.

El significado profundo de la Cruz y de su prolongación en la Santa Misa está hoy prácticamente olvidado.

Prueba de ello, es la concepción protestante, de la Nueva Misa, la cual conlleva a la pérdida de la fe paulatina pero eficazmente.

Por la fe entramos en posesión de Cristo. Por la fe se opera el contacto con Cristo: «Sólo aquellos lo recibieron, quienes creyeron en su nombre» Jn. I 12). Con la disminución de la Fe, se disminuye nuestra posesión de Cristo. Toda la Revelación está contenida en el testimonio que Dios Padre nos dá, diciéndonos que Jesús es su Hijo.


La enseñanza de los Apóstoles y de la Iglesia se resume en la Revelación de Jesucristo. Quien cree en la divinidad de Cristo acepta en consecuencia de un solo golpe todo eso que Dios ha revelado de sí mismo y personalmente en su Verbo Encarnado.

La función primordial de la Fe, base de nuestra vida espiritual es adherir a Cristo, que es la Revelación (el Verbo) del Padre. Nosotros recibimos a Nuestro Señor Jesucristo por la Fe primeramente y nos identificamos a El por el amor y la fidelidad. Si se disminuye la Fe, disminuye nuestro contacto con Cristo y nos hacemos infieles. Jesucristo es el Verbo Encarnado, el Verbo expresa todo lo que Dios es y todo lo que El conoce.

Se comprende así, como la Fe en Jesucristo es el fundamento de la vida espiritual y hoy la Fe se pierde destruyéndose hasta en su más profundo misterio: el Mysterium Fidei (el Misterio de Fe) que se condensa en la Santa Misa, y que ha sido tergiversado con la Nueva Misa. La Nueva Misa es la adulteración y corrupción más sacrílega del culto católico.

Digámoslo brévemente, la Nueva Misa postula los principios de la Cena protestante. Ellos son la concepción protestante de la Cena en lugar del Sacrificio, y del Sacrificio Propiciatorio, en especial. La concepción protestante de la presencia real, puramente espiritual en contra de la concepción católica, de la Presencia Real Corporal de Nuestro Señor (presencia en persona, presencia substancial de toda su persona sacramentalmente realizada por la transubstanciación). La concepción protestante del presidente de la asamblea en contra de la concepción católica de la sacramentalidad del sacerdocio (ministerio sacramental del sacerdocio), el cual es Otro Cristo» «alter Christus» sacramentalmente, quien ofrece de modo sacramental el Sacrificio realizado sacramentalmente.
La concepción protestante de la falta de valor íntrinseco del sacrificio (acción sacrificial) que se realiza por la acción sacrificial misma (ex opere operato) por la fuerza de la misma operación que realiza el celebrante, por la doble consagración (del pan y del vino).

Toda ella (la Nueva Misa) lleva a la pérdida de la Fe, de la realidad del sacrificio y al olvido de la Cruz. Se pierde la espiritualidad cristiana que se basa en el Misterio de la Cruz de Nuestro Señor. Se pierde la quintaesencia de la vida cristiana: muerte al pecado para resucitar con Cristo y estar así en comunión con la Santísima Trinidad. El olvido de la antítesis cristiana muerte-vida nos lleva a un Cristianismo sin Cristo, a una Cristiandad sin Cruz, a un Cristianismo Gnóstico, Ecuménico y Sincretista.

Se eclipsa el ideal de vida cristiano, que está expresado por el sacrificio y la abnegación. Ideal que considera que el hombre vive en la tierra para merecer el Cielo, por medio del sacrificio y la abnegación, que están sublimemente expresados en Cristo crucificado.

Con el eclipse de la fe (y de la Iglesia, De labore solis) surge de nuevo el ideal de vida pagano, para el cual el hombre vive en la tierra para gozar. Por eso para el mundo moderno todo es comodidad y placer, rechaza violentamente toda noción de dolor, de sufrimiento, de sacrificio y abnegación, rechaza en definitiva la Cruz.

El mejor antídoto contra el mundo moderno es la Santa Misa pues destruye el falso ideal de comodidad y placer del mundo moderno, pues nos sumerge en el misterio de la Pasión y Muerte de Cristo Redentor.

El Santo Sacrificio de la Misa sintetiza el espíritu cristiano, la Cruz nos recuerda nuestra condición de cristianos. La Santa Misa que es la renovación incruenta sobre el altar del Sacrificio de la Cruz sobre el Calvario, es el centro y el corazón de la vida cristiana, es la fuente de la piedad cristiana.

Nuestra asimilación debe ser a Cristo, configurándonos a El, a su Cruz, a su Sacrificio, para resucitar con El. Una asimilación al mundo moderno como quiere el Vaticano II es una inversión del espíritu de Cristo y de su Iglesia, es una inversión de la santificación y espiritualidad de la Iglesia, es en definitiva, una apostasía, como la que hoy impera.
SANTA FE DE BOGOTA, DICIEMBRE 8 DE 1997
FIESTA DE LA INMACULADA CONCEPCION
BASILIO MERAMO PBRO.

La Ofrenda a los Muertos y su Origen Pagano.

Extraído del libro: La Ciudad Antigua de Fustel de Coulanges, ed. Porrúa, México 1989, pp. 5-14.

Para conocer el origen de las ofrendas a los muertos que aún perduran tan arraigadas en el pueblo mejicano y que son una reminiscencia del culto pagano a los muertos que es el culto más inmemorial que existe en la historia de la humanidad.









LIBRO PRIMERO

CREENCIAS ANTIGUAS

CAPITULO PRIMERO

CREENCIAS SOBRE EL ALMA Y SOBRE LA MUERTE.


Hasta los últimos tiempos de la historia de Grecia y de Roma se vio persistir entre el vulgo un conjunto de pensamientos y usos, que indudablemente, procedían de una época remotísima. De ellos podemos inferir las opiniones que el hombre se formó al principio sobre su propia naturaleza, sobre su alma y sobre el misterio de la muerte.

Por mucho que nos remontemos en la historia de la raza indoeuropea, de la que son ramas las poblaciones griegas e italianas, no se advierte que esa raza haya creído jamás que tras esta corta vida todo hubiese concluido para el hombre. Las generaciones más antiguas, mucho antes de que hubiera filósofos, creyeron en una segunda existencia después de la actual. Consideraron la muerte, no como una disolución del ser, sino como un mero cambio de vida.

Pero ¿en qué lugar y de qué manera pasaba esta segunda existencia? ¿Se creía que el espíritu inmortal después de escaparse de un cuerpo, iba a animar a otro? No; la creencia en la metempsicosis nunca pudo arraigar en el espíritu de los pueblos greco-italianos; tampoco es tal la opinión más antigua de los arios de oriente, pues los himnos de los Vedas están en oposición con ella. ¿Se creía que el espíritu ascendía al cielo, a la región de la luz? Tampoco; la creencia de que las almas entraban en una mansión celestial pertenece en Occidente a una época relativamente próxima; la celeste morada sólo se consideraba como la recompensa de algunos grandes hombres y de los bienhechores de la humanidad. Según las más antiguas creencias de los italianos y de los griegos, no era un mundo extraño al presente donde el alma iba a pasar su segunda existencia: permanecía cerca de los hombres y continuaba viviendo bajo la tierra.[1]

También se creyó durante mucho tiempo que en esta segunda existencia el alma permanecía asociada al cuerpo. Nacida con él, la muerte no los separaba y con él se encerraba en la tumba.

Por muy viejas que sean estas creencias, de ellas nos han quedado testimonios auténticos. Estos testimonios son los ritos de la sepultura que han sobrevivido con mucho a esas creencias primitivas, pero que habían seguramente nacido con ellas y pueden hacérnoslas comprender.

Los ritos de la sepultura muestran claramente que cuando se colocaba un muerto en un sepulcro, se creía que era algo viviente lo que allí se colocaba. Virgilio, que describe siempre con tanta precisión y escrúpulo las ceremonias religiosas, termina el relato de los funerales de Polidoro con estas palabras: “Encerramos su alma en la tumba.” La misma expresión se encuentra en Ovidio y en Plinio el Joven, y no es que respondiese a las ideas que estos escritores se formaban del alma, sino que desde tiempo inmemorial estaba perpetuada en el lenguaje, atestiguando antiguas y vulgares creencias.[2]

Era costumbre al fin de la ceremonia fúnebre, llamar tres veces al alma del muerto por el nombre que había llevado. Se le deseaba vivir feliz bajo tierra. Tres veces se le decía: “Que te encuentres bien.” Se añadía: “Que la tierra te sea ligera”.[3] ¡Tanto se creía que el ser iba a continuar viviendo bajo tierra y que conservaría el sentimiento del bienestar y del sufrimiento! Se escribía en la tumba que el hombre reposaba allí; expresión que ha sobrevivido a estas creencias, y que de siglo en siglo ha llegado hasta nosotros. Todavía la empleamos aunque nadie piense hoy que un ser inmortal repose en una tumba. Pero tan firmemente se creía en la antigüedad que un hombre vivía allí, que jamás se prescindía de enterrar con él los objetos de que, según se suponía, tenía necesidad: vestidos, vasos, armas. [4] Se derramaba vino sobre la tumba para calmar su sed; se depositaban alimentos para satisfacer su hambre. [5] Se degollaban caballos y esclavos en la creencia de que estos seres encerrados con el muerto le servirían en la tumba como le habían servido durante su vida. [6] Tras la toma de Troya, los griegos vuelven a su país; cada cual lleva su bella cautiva pero Aquiles que está bajo tierra, reclama también a su esclava y le dan a Polixena. [7]

Un verso de Píndaro nos ha conservado un curioso vestigio de esos pensamientos de las antiguas generaciones. Frixos se vio obligado a salir de Grecia y huyó hasta Cólquida. En este país murió; pero, a pesar de muerto, quiso volver a Grecia. Se apareció pues a Pelias ordenándole que fuese a la Cólquida para transportar su alma. Sin duda esta alma sentía la añoranza del suelo de la patria, de la tumba familiar; pero ligada a los restos corporales, no podía separarse sin ellos de la Cólquida. [8]

De esta creencia primitiva se derivó la necesidad de la sepultura. Para que el alma permaneciese en esta morada subterránea que le convenía para su segunda vida, era necesario que el cuerpo a que estaba ligada quedase recubierto de tierra. El alma que carecía de tumba no tenía morada. Vivía errante. En vano aspiraba al reposo, que debía anhelar tras las agitaciones y trabajos de esta vida; tenía que errar siempre, en forma de larva o fantasma, sin detenerse nunca, sin recibir jamás las ofrendas y los alimentos que le hacían falta. Desgraciada, se convertía pronto en malhechora. Atormentaba a los vivos, les enviaba enfermedades, les asolaba las cosechas, les espantaba con operaciones lúgubres para advertirles que diesen sepultura a su cuerpo y a ella misma. De aquí procede la creencia en los aparecidos. [9] La antigüedad entera estaba persuadida de que sin la sepultura el alma era miserable, y que por la sepultura adquiría la eterna felicidad. No con la ostentación del dolor quedaba realizada la ceremonia fúnebre, sino con el reposo y la dicha del muerto. [10]

Adviértase bien que no bastaba con que el cuerpo se depositara en la tierra. También era preciso observar ritos tradicionales y pronunciar determinadas fórmulas. En Plauto se encuentra la historia de un aparecido: [11] es un alma forzosamente errante porque su cuerpo ha sido enterrado sin que se observasen los ritos. Suetonio refiere que enterrado el cuerpo de Calígula sin que se realizara la ceremonia fúnebre, su alma anduvo errante y se apareció a los vivos, hasta el día en que se decidieron a desenterrar el cuerpo y a darle sepultura según las reglas. [12] Estos dos ejemplos demuestran que efecto se atribuía a los ritos y a las fórmulas de la ceremonia fúnebre. Puesto que sin ellos las almas permanecían errantes y se aparecían a los vivos, es que por ellos se fijaban y encerraban en las tumbas. Y así como había fórmulas que poseían esta virtud, los antiguos tenían otras con la virtud contraria: la de evocar a las almas y hacerlas salir momentáneamente del sepulcro.

Puede verse en los escritores antiguos cuánto atormentaba al hombre el temor de que tras su muerte no se observasen los ritos. Era esta una fuente de agudas inquietudes.[13]

Se temía menos a la muerte que a la privación de sepultura, ya que se trataba del reposo y de la felicidad eterna. No debemos de sorprendernos mucho al ver que, tras una victoria por mar, los atenienses hicieran perecer a sus generales que habían descuidado el enterrar a los muertos. Estos generales, discípulos de los filósofos, quizá diferenciaban el alma del cuerpo, y como no creían que la suerte de la una estuviese ligada a la suerte del otro, habían puesto que importaba muy poco que un cadáver se descompusiese en la tierra o en el agua. Por lo mismo no desafiaron la tempestad para cumplir la vana formalidad de recoger y enterrar a sus muertos. Pero la muchedumbre que, aun en Antenas, permanecía afecta a las viejas creencias, acusó de impiedad a sus generales y los hizo morir. Por su victoria salvaron a Atenas; por su negligencia perdieron millares de almas. Los padres de los muertos, pensando en el largo suplicio que aquellas almas iban a sufrir, se acercaron al tribunal vestidos de luto para exigir venganza. [14]

En las ciudades antiguas la ley infligía a los grandes culpables un castigo reputado como terrible: la privación de sepultura. [15] Así se castigaba al alma misma y se le infligía un suplicio casi eterno.

Hay que observar que entre los antiguos se estableció otra opinión sobre la mansión de los muertos. Se figuraron una región, también subterránea, pero infinitamente mayor que la tumba, donde todas las almas, lejos de su cuerpo, vivían juntas, y donde se les aplicaban penas y recompensas, según la conducta que el hombre había observado durante su existencia. Pero los ritos de la sepultura, tales como los hemos descrito, están en manifiesto desacuerdo con esas creencias: prueba cierta de que en la época en que se establecieron esos ritos, aún no se creía en el Tártaro u en los Campos Elíseos. La primera opinión de esas antiguas generaciones fue que el ser humano vivía en la tuba, que el alma no se separaba del cuerpo, y que permanecía fija en esa parte del suelo donde los huesos estaban enterrados. Por otra parte, el hombre no tenía que rendir ninguna cuenta de su vida anterior. Una vez en la tumba, no tenía que esperar recompensas ni suplicios. Opinión tosca, indudablemente, pero que es la infancia de la noción de una vida futura.

El ser que vivía bajo tierra no estaba lo bastante emancipado de la humanidad como para no tener necesidad de alimento. Así, en ciertos días del año se llevaba comida a cada tumba. [16]

Ovidio y Virgilio nos han dejado la descripción de esta ceremonia, cuyo empleo se había conservado intacto hasta su época, aunque las creencias ya se hubiesen transformado. Dícennos que se rodeaba la tumba de grandes guirnaldas de hierba y flores, que se depositaban tortas, frutas, sal, y que se derramaba leche, vino y a veces sangre de víctimas. [17]

Nos equivocaríamos grandemente si creyéramos que esta comida fúnebre sólo era una especie de conmemoración. El alimento que la familia llevaba era realmente para el muerto, para él exclusivamente. Prueba esto que la leche y el vino se derramaban sobre la tierra de la tumba; que se abría un agujero para que los alimentos sólidos llegasen hasta el muerto; que, si se inmolaba una víctima, toda la carne se quemaba para que ningún vivo participase de ella; que se pronunciaban ciertas fórmulas consagradas para invitar al muerto a comer y beber; que si la familia entera asistía a esta comida, no por eso tocaba los alimentos; que, en fin, al retirarse, se tenía gran cuidado de dejar una poca de leche y algunas tortas en los vasos, y que era gran impiedad en un vivo tocar esta pequeña provisión destinada a las necesidades del muerto.

Estas antiguas creencias perduraron mucho tiempo y su expresión se encuentra todavía en los grandes escritores de Grecia. “Sobre la tierra de la tumba, dice Ifigenia en Eurípides, derramo la leche, la miel, el vino, pues con esto se alegran los muertos.” [18] -“Hijo de Peleo, dice Neptolemo, recibe el brebaje grato a los muertos; ven y bebe de esta sangre.” [19] Electra vierte las libaciones y dice: “El brebaje ha penetrado en la tierra, mi padre lo ha recibido.” [20] Véase la oración de Orestes a su padre muerto: “¡Oh, padre mío, si vivo, recibirás ricos banquetes; pero si muero, no tendrás tu parte en las comidas humeantes de que los muertos se nutren!” [21] Las burlas de Luciano atestiguan que estas costumbres aún duraban en su tiempo: “Piensan los hombres que las almas vienen de lo profundo por la comida que se les trae, que se regalan con el humo de las viandas y que beben el vino derramado sobre la fosa”. [22] Entre los griegos había ante cada tumba un emplazamiento destinado a la inmolación de las víctimas y a la cocción de su carne. [23] La tumba romana también tenía su culina, especie de cocina de un género particular y para el exclusivo uso de los muertos. [24] Cuenta Plutarco que tras la batalla de Platea los guerreros muertos fueron enterrados en el lugar de combate, y los plateos se comprometieron a ofrecerles cada año el banquete fúnebre. En consecuencia, en el día del aniversario, se dirigían en gran procesión, conducidos por sus primeros magistrados, al otero donde reposaban los muertos. Ofrecíanles leche, vino, aceite, perfumes y les inmolaban una víctima. Cuando los alimentos estaban ya sobre la tumba, los plateos pronunciaban una fórmula invocando a los muertos para que acudiesen a esta comida. Todavía se celebraba esta ceremonia en tiempo de Plutarco, que pudo ver el 600º aniversario. [25] Luciano nos dice cuál es la opinión que ha engendrado todos esos usos: “Los muertos, escribe, se nutren de los alimentos que colocamos en su tumba y beben el vino que sobre ella derramamos; de modo que un muerto al que nada se ofrece está condenado a hambre perpetua”. [26]

He ahí creencias muy antiguas y que nos parecen bien falsas y ridículas. Sin embargo, han ejercido su imperio sobre el hombre durante gran número de generaciones. Han gobernado las almas, y muy pronto veremos que han regido las sociedades, y que la mayor parte de las instituciones domésticas y sociales de los antiguos emanan de esa fuente.


CAPITULO II

EL CULTO DE LOS MUERTOS.


Estas creencias dieron muy pronto lugar a reglas de conducta. Puesto que el muerto tenía necesidad de alimento y bebida, se concibió que era un deber de los vivos el satisfacer esta necesidad. El cuidado de llevar a los muertos los alimentos no se abandonó al capricho o a los sentimientos variables de los hombres: fue obligatorio. Así se instituyó toda una religión de la muerte, cuyos dogmas han podido extinguirse muy pronto, pero cuyos ritos han durado hasta el triunfo del cristianismo.

Los muertos pasaban por seres sagrados. [27] Los antiguos les otorgaban los más respetuosos epítetos que podían encontrar: llamábanles buenos, santos, bienaventurados. [28] Para ellos tenían toda la veneración que el hombre puede sentir por la divinidad que ama o teme. En su pensamiento cada muerto era un dios. [29]

Esta especie de apoteosis no era el privilegio de los grandes hombres; no se hacía distinción entre los muertos. Cicerón dice: “Nuestros antepasados han querido que los hombres que habían salido de esta vida se contasen en el número de los dioses.” [30] Ni siquiera era necesario haber sido un hombre virtuoso; el malo se convertía en dios como el hombre de bien: sólo que en esta segunda existencia conservaba todas las malas tendencias que había tenido en la primera. [31]

Los griegos daban de buen grado a los muertos el nombre de dioses subterráneos. En Esquilo, un hijo invoca así a su padre muerto: “¡Oh tú, que eres un dios bajo tierra!” Eurípides dice, hablando de Alcestes: “Cerca de su tumba el viajero se detendrá para decir: Ésta es ahora una divinidad bienaventurada.” [32] Los romanos daban a los muertos el nombre de dioses manes. “Dad a los dioses manes lo que les es debido, dice Cicerón; son hombres que han dejado la vida; tenedles por seres divinos.” [33]

Las tumbas eran los templos de estas divinidades. Por eso ostentaban la inscripción sacramental Dis Manibus, y en griego . Significaba esto que el dios vivía allí enterrado, Manesque Sepulti dice Virgilio. [34] Ante la tumba había un altar para los sacrificios, como ante los templos de los dioses. [35]

Este culto de los muertos se encuentra entre los helenos, entre los latinos, entre los sabinos,[36] entre los etruscos; se le encuentra también entre los arios de la India. Los himnos del Rig Veda hacen de él mención. El libro de las leyes de Manú habla de ese culto como del más antiguo que los hombres hayan profesado. En este libro se advierte ya que la idea de la metempsicosis, subsiste viva e indestructible la religión de las almas de los antepasados, obligando al redactor de las Leyes de Manú a contar con ella y a mantener sus prescripciones en el libro sagrado. No es la menor singularidad de este libro tan extraño el haber conservado las reglas referentes a esas antiguas creencias, si se tiene en cuenta que evidentemente fue redactado en una época en que dominaban creencias del todo opuestas. Esto prueba que si se necesita mucho tiempo para que las creencias humanas se transformen, se necesita todavía más para que las prácticas exteriores y las leyes se modifiquen. Aún ahora, pasados tantos siglos y revoluciones, los indos siguen tributando sus ofrendas a los antepasados. Estas ideas y estos ritos son lo que hay de más antiguo en la raza indoeuropea, y son también lo que hay de más persistente.

Este culto era en la india el mismo que en Grecia e Italia. El indo debía suministrar a los manes la comida llamada sraddha. “Que el jefe de la casa haga el sraddha con arroz, leche, raíces, frutas, para atraer sobre sí la benevolencia de los manes.” El indo creía que en el momento de ofrecer esta comida fúnebre, los manes de los antepasados venían a sentarse a su lado y tomaban el alimento que se les presentaba. También creía que este banquete comunicaba a los muertos gran regocijo: “Cuando el sraddha se hace según los ritos, los antepasados del que ofrece la comida experimentan una satisfacción inalterable.” [37]

Así, los arios de Oriente pensaron, en un principio, igual que los de Occidente a propósito del misterio del destino tras la muerte. Antes de creer en la metempsicosis que presuponía una distinción absoluta entre el alma y el cuerpo, creyeron en la existencia vaga e indecisa del ser humano, invisible pero no inmaterial, que reclamaba de los mortales alimento y bebida.

El indo, cual el griego, consideraba a los muertos como seres divinos que gozaban de una existencia bienaventurada. Pero existía una condición para su felicidad: era necesario que las ofrendas se les tributasen regularmente por los vivos. Si se dejaba de ofrecer el sraddha a un muerto, el alma huía de su apacible mansión y se convertía en alma errante que atormentaba a los vivos; de suerte que si los manes eran verdaderamente dioses, sólo lo eran mientras los vivos les honraban con su culto. [38]

Los griegos y romanos profesaban exactamente las mismas opiniones. Si se cesaba de ofrecer a los muertos la comida fúnebre, los muertos salían en seguida de sus tumbas; sombras errantes, se les oía gemir en la noche silenciosa, acusando a los vivos de su negligencia impía; procuraban castigarles, y les enviaban enfermedades o herían el suelo de esterilidad. En fin, no dejaban ningún reposo a los vivos hasta el día en que se reanudaban las comidas fúnebres. [39] El sacrificio, la ofrenda del sustento y la libación, los hacían volver a la tumba y les devolvían el reposo y los atributos divinos. El hombre quedaba entonces en paz con ellos. [40]

Si el muerto al que se olvidaba era un ser malhechor, aquél al que se honraba era un dios tutelar, que amaba a los que le ofrecían el sustento. Para protegerlos seguía tomando parte en los negocios humanos, y en ellos desempeñaba frecuentemente su papel. Aunque muerto, sabía ser fuerte y activo. Se le imploraba; se solicitaban su ayuda y sus favores. Cuando pasaba ante una tumba, el caminante se paraba y decía: “¡Tú, que eres un dios bajo tierra, seme propicio!” [41]

Puede juzgarse de la influencia que los antiguos atribuían a los muertos por esta súplica que Electra dirige a los manes de su padre: “¡Ten piedad de mi y de mi hermano Orestes; hazle volver a este país; oye mi ruego, oh padre mío, atiende mis votos al recibir mis libaciones!” Estos dioses poderosos no sólo otorgan los bienes materiales, pues Electra añade: “Dame un corazón más casto que el de mi madre, y manos más puras.” [42] También el indo pide a los manes “que se acreciente en su familia el número de los hombres de bien, y que haya mucho para dar”.

Estas almas humanas, divinizadas por la muerte, eran lo que los griegos llamaban demonios o héroes. [43] Los latinos les dieron el nombre de Lares, Manes,[44] Genios. “Nuestros antepasados, dice Apuleyo, han creído que cuando los manes eran malhechores debía de llamárseles larvas, y los denominaban lares cuando eran benévolos y propicios.”[45] En otra parte se lee: “Genio y lar son el mismo ser; así lo han creído nuestros antepasados[46] y en Cicerón: “Lo que los griegos llamaban demonios, nosotros los denominamos lares.”[47]

Esta religión de los muertos parece ser la más antigua que haya existido entre esta raza de hombres. Antes de concebir y de adorar a Indra o a Zeus, el hombre adoró a los muertos; tuvo miedo de ellos y les dirigió sus preces. Por ahí parece que ha comenzado el sentimiento religioso. Quizá en presencia de la muerte ha sentido el hombre por primera vez la idea de lo sobrenatural y ha querido esperar en algo más allá de lo que veía. La muerte fue el primer misterio, y puso al hombre en el camino de los demás misterios. Le hizo elevar su pensamiento de lo visible o lo invisible, de lo transitorio a lo eterno, de lo humano a lo divino.



El culto católico a los muertos nada tiene que ver con ofrendas de comidas, sino con sufragios u obras buenas que se procuren para la pronta liberación de las penas del purgatorio, como misas, rosarios, oraciones, indulgencias parciales o plenarias, sacrificios y limosnas. No hay que caer en un sincretismo religioso (mezcla de catolicismo con paganismo) bajo apariencia de piedad religiosa.

Orizaba, 2 de noviembre de 2007.
Festividad de los Fieles Difuntos
Basilio Méramo Pbro.

[1] Sub terra censebat reliquam vitam agi mortuorum. Cicerón. Tusc., 1, 16. Era tan fuerte esta creencia, añade Cicerón, que, aun cuando se estableció el uso de quemar los cuerpos, se continuaba creyendo que los muertos vivían bajo tierra.-V. Eurípides, Alcestes, 163; Hécuba, passim.
[2] Virgilio, En., III, 67: animamque sepulcro condimus.-Ovidio, Fast., V, 451: tumulo fraternas condidit umbras.-Plinio, Ep., VII, 27: manes riti conditi.-La descripción de Virgilio se refiere al uso de los cenotafios: admitíase que cuando no se podía encontrar el cuerpo de un pariente se le hiciera una ceremonia que reprodujese exactamente todos los ritos de la sepultura, creyendo así encerrar, a falta del cuerpo, el alma en la tumba. Eurípides, Helena, 1061, 1240. Escoliast ad Pindar. Pit., IV, 284. Virgilio, VI, 505; XII, 214.
[3] Iliada, XXIII, 221. Eurípides, Alcestes. 479: Pausanias, II, 7, 2.-Ave atque vale. Cátulo, C. 10. Servio, ad Eneid., II, 640; III, 68; XI, 97. Ovidio, Fast., IV, 852; Metam., X, 62. Sit tibi terra levis; tenuem et sine pondere terram; Juvenal VII, 207; Marcial, I, 89: V, 35; IX, 30.
[4] Eurípides, Alcestes, 637, 638; Orestes 1416-1418. Virgilio, En., VI, 221; XI, 191-196.- La antigua costumbre de llevar dones a los muertos está atestiguada para Atenas por Tucídides, II, 34. La ley de Solón prohibía enterrar con el muerto más de tres trajes (Plutarco, Solón, 21). Luciano también habla de esta costumbre. ¡Cuántos vestidos y adornos no se han quemado o enterrado con los muertos como si hubiesen de servirles bajo tierra!”- También en los funerales de César, en época de gran superstición, se observó la antigua costumbre: se arrojó a la pira los munera, vestidos, armas, alhajas (Suetonio, César, 84). V. Tácito, An., III, 3.
[5] Eurípides, Ifig., en Táuride, 163. Virgilio, En., V, 76-80; VI, 225.
[6] Iliada, XXI. 27-28; XXIII, 164-176. Virgilio, En., X, 519-520; XI, 80-84, 197.- Idéntica costumbre en la Galia. César. B. G., V. 17.
[7] Eurípides, Hécuba, 40-41; 107-113; 637-638.
[8] Píndaro, Pit., IV. 284 edic. Heyne. V. el Escoliasta.
[9] Cicerón, Tusculanas, I, 16. Eurípides, Troad, 1085. Herodoto, V. 92. Virgilio, VI, 371, 379. Horacio, Odas, I, 23. Ovidio, Fast., V, 483. Plinio, Epist., VII, 27. Suetonio, Calig., 59. Servio, ad Æn., III, 68.
[10] Iliada, XXII, 358; Odisea, XI, 73.
[11] Plauto, Mostellaria, III, 2.
[12] Suetonio, Calig., 59; Satis constat, priusquam id fieret, hortorum custodes umbris inquietatos... nullam noctem sine aliquo terrore transactam.
[13] Véase en la Iliada, XXII, 338-344. Héctor ruega a su vencedor que no le prive de la sepultura: “Yo te suplico por tus rodillas, por tu vida, por tus padres, que no entregues mi cuerpo a los perros que vagan cerca de los barcos griegos; acepta el oro que mi padre te ofrecerá en abundancia y devuélvele mi cuerpo para que los troyanos y troyanas me ofrezcan mi parte en los honores de la pira.” Lo mismo en Sófocles: Antígona afronta la muerte “para que su hermano no quede sin sepultura” (Sóf., Ant., 467).- El mismo sentimiento está significado en Virgilio, IX, 213: Horacio, Odas, I, 18. v. 24-36. Ovidio, Heroidas, X, 119-123; Tristes, III, 3, 45.- Lo mismo en las imprecaciones: lo que se deseaba de más horrible para un enemigo era que muriese sin sepultura. (Virg., En., IV, 620.)
[14] Jenofonte, Helénicas, I, 7.
[15] Esquilo, Siete contra Tebas, 1013. Sófocles, Antígona, 198. Eurípides, Fen., 1627-1632.- V. Lisias, Epitaf., 7-9. Todas las ciudades antiguas añadían al suplicio de los grandes criminales la privación de la sepultura.
[16] Esto se llamaba en latín inferias ferre, parentare, ferre solomnia. Cicerón, De legibus, II, 21: majores nostri mortuis parentari voluerunt. Lucrecio, III, 52: Parentant et nigras mactant pecudes et Manibus divis inferias mittunt. Virgilio, En., VI, 380: tumulo solemnia mittent; IX, 214: Absenti ferat inferias decoretque sepulcro. Ovidio, Amor., I, 13, 3: annua solemni cæde parentat avis.- Estas ofrendas, a que los muertos tenían derecho, se llamaban Manium jura. Cicerón, De legib., II, 21. Cicerón hace alusión a ellas en el Pro Fracco, 38, y en la primera Filípica, 6.- Estos usos aún se observaban en tiempo de Tácito (Hist., II, 95); Tertuliano los combate como si en su tiempo conservasen pleno vigor: Defunctis parentant, quos escam desiderate præsumant (De resurr. carnis, I): Defunctos vocas securos, si quando extra portam cum obsoniis et matteis parentans ad busta recedis (De testim, animæ, 4.)
[17] Solemnes tum forte dapes et tristia dona
Lilabat cineri Andromache manesque vocabat
Hectoreum ad tumulum.
(Virgilio, En., III, 301-303.)
-Hie duo rite mero libans carchesia Baccho,
Fundit humi, duo lacte novo, duo sanguine sacro
Purpureisque jacit flores ac talia fatur:
Salve, sancte parens, animæque umbræque paternæ
(Virgilio, En. V, 77-81.)
Est honor et tumulis animas placate paternas...
Et sparsæ fruges parcaque mica salis
inque mero mollita ceres violæque solutæ.
(Ovidio, Fast., II, 535-542.)
[18] Eurípides, Ifigenia en Táuride, 157-163.
[19] Eurípides, Hécuba, 536. Electra, 505 y sig.
[20] Esquilo, Coéforas, 162.
[21] Esquilo, Coéforas, 482-484.-En los Persas, Esquilo presta a Atosa las ideas de los griegos: “Llevo a mi esposo estos sustentos que regocijan a los muertos, leche, miel dorada, el fruto de la viña; evoquemos el alma de Darío y derramemos estos brebajes que la tierra beberá, y que llegarán hasta los dioses de lo profundo.” (Persas, 610-620) .-Cuando las víctimas se habían ofrecido a las divinidades del cielo, los mortales comían la carne; pero cuando se ofrecía a los muertos, se quemaba íntegramente (Pausanías, II, 10.)
[22] Luciano, Carón, c. 22; Ovidio, Fastos, 566: possito pascitur umbra cibo.
[23] Luciano, Carón, c. 22: "Abren fosas cerca de las tumbas y en ellas cuecen la comida de los muertos¨.
[24] Festo, V, culina: culina vocatur locus in quo epulæ in funere comburuntur.
[25] Plutarco, Arístides, 21.
[26] Luciano, De luctu, c. 9.
[27] Plutarco, Solón, 21.
[28] Aristóteles, citado por Plutarco, Cuestión. roman., 52; grieg., 5.- Esquilo, Coéf., 475.
[29] Eurípides, Fenic., 1321.- Esquilo, Coef., 475; “¡Oh bienaventurados que moráis bajo la tierra, escuchad mi invocación, venid en socorro de vuestros hijos y concededles la victoria!” En virtud de esta idea, llama Eneas a su difunto padre Sancte Parens, divinus parens; Virg., En., V, 80; V. 47.- Plutarco, Cuest. rom., 14.- Cornelio Nepote, fragmentos, XII: parentabis mihi et invocabis deum parentem.
[30] Cicerón, De legibus, II, 22.
[31] San Agustín, Ciudad de Dios, VIII, 26; IX, 11.
[32] Eurípides, Alcestes, 1015.
[33] Cicerón, De leg., II, 9. Varrón, en San Agustín, Ciudad de Dios, VIII, 26.
[34] Virgilio, En., IV, 34.
[35] Eurípides, Troyanas, 96; Electra, 505-510.- Virgilio, En., VI, 177; Aramque sepulcri; III, 63: Stant Manibus aræ; III, 305: Et geminas cuasam lacrymis, sacraverat aras; V, 48: Divini ossa parentis condidimus terra mætasque sacravimus aras. El gramático Nonio Marcelo dice que el sepulcro se llamaba templo entre los antiguos, y en efecto, Virgilio emplea la palabra templum para designar la tumba o cenotafio que Dido erigió a su esposo (En., IV, 457). Plutarco. Cuest. rom., 14.- Sigió llamándose ara la piedra erigida sobre la tumba (Suetonio, Nerón, 50). Esta palabra se emplea en las inscripciones funerarias. Orelli. núms. 4521, 4522, 4826.
[36] Varrón, De lingua lat., V. 74.
[37] Leyes de Manú, I, 95; III, 82. 122, 127, 146, 189, 274.
[38] Este culto tributado a los muertos se expresaba en griego por las palabras . Póllux, VIII, 91. Herodoto, I, 167; Plutarco, Arístides, 21; Catón, 15; Pausanias, IX, 13, 3. La palabra se decía de los sacrificios ofrecidos a los muertos. de los que se ofrecían a los dioses del cielo; esta diferencia está bien indicada por Pausanias, II, 10, 1, y por el Escoliasta de Eurípides, Fenic., 281. V. PlutarcoÑ Cuest. rom., 34.
[39] Véase en Herodoto, I, 167, la historia de las almas de los focenses que trastornan una comarca entera hasta que se les consagra un aniversario; hay otras historias análogas en Herodoto y en Pausanias VI, 6, 7. Lo mismo en Esquilo: Clitemnestra, advertida de que los manes de Agamemnón están irritados contra ella, se apresura a depositar alimentos sobre su tumba. Véase también la leyenda romana que cuenta Ovidio, Fastos, II, 549-556: “Un día se olvidó del deber de los parentalia y las almas salieron entonces de las tumbas y se les oyó correr dando alaridos por las calles de la ciudad y por los campos del Lacio hasta que volvieron a ofrecérseles los sacrificios sobre las tumbas.” Véase también la historia que refiere Plinio el Joven, VII, 27.
[40] Ovidio, Fast., II, 518: Animas placate paternas.- Virgilio, En., VI, 579: Ossa piabunt et statuent tumulum et tumulo solemnia mittent.- Compárese el griego (Pausanias, VI, 6, 8).- Tito Livio, I, 20: Justa funebria placandosque manes.
[41] Eurípides, Alcestes, 1004 (1016). –“Créese que si no prestamos atención a estos muertos y si descuidamos su culto, nos hacen mal, y que, al contrario, nos hacen bien si nos los volvemos propicios con nuestras ofrendas.” Porfirio, De abstin., II, 37. V. Horacio, Odas, II, 23; Platón, Leyes, IX, págs. 926, 927.
[42] Esquilo, Coéforas, 122-145.
[43] Es posible que el sentido primitivo haya sido el de hombre muerto. La lengua de las inscripciones que es la vulgar y al mismo tiempo la que mejor conserva el sentido antiguo de las palabras, emplea a veces con la simple significación que damos a la palabra difunto. Boeck, Corp. inscr., números 1629, 1723, 1781, 1782, 1784, 1786, 1789, 3398; Ph. Lebas, Monum. de Morea, pág 205. Véase Teognis, ed. Welcker, v. 513, y Pausanias, VI, 6, 9. Los tebanos poseían una antigua expresión para significar morir (Aristóteles, fragmentos, edic. Heitz, tomo IV, pág 260. Véase Plutarco, Proverb. quibus Alex, usi sunt, cap. 47).- Los griegos daban también al alma de un muerto el nombre de . Eurípides, Alcestes, 1140, y el Escoliasta. Esquilo, persas, 620. Pausanias, VI, 6.
[44] Manes Virginiæ (Tito Livio, III, 58). Manes conjugis (Virgilio, VI, 119). Patris Anchisæ Manes (Id., X, 534). Manes Hectoris (Id. III, 303). Dis Manibus Martialis, Dis Manibus Acutiæ (orelli, núms. 4440, 4441, 4447, 4459, etc.). Valerii deos manes (Tito Livio, III, 19).
[45] Apuleyo, De Deo Socratis. Servio, ad Æneid., III, 63.
[46] Censorino, De die Natali, 3.
[47] Cicerón, Timeo, 11. Dionisio de Halicarnaso tradujo Lar familiaris por (Antiq, rom, IV, 2).