San Juan Apocaleta



Difundid Señor, benignamente vuestra luz sobre toda la Iglesia, para que, adoctrinada por vuestro Santo Apóstol y evangelista San Juan, podamos alcanzar los bienes Eternos, te lo pedimos por el Mismo. JesuCristo Nuestro Señor, Tu Hijo, que contigo Vive y Reina en unidad del Espíritu Santo, Siendo DIOS por los Siglos de los siglos.












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miércoles, 8 de julio de 2009

LAS HEREJIAS DE LA GNOSIS DEL PROFESOR JEAN BORELLA

ÍNDICE.
PRÓLOGO
INTRODUCCION
CAPITULO I
CAPITULO II
CAPITULO III
CAPITULO IV
CAPITULO V
CONCLUSION


PRÓLOGO DE S. E. MONS. BERNARD TISSIER DE MALLERAIS

El Reverendo Padre Basilio Méramo, prior del priorato San Ezequiel Moreno Díaz de Bogotá, Colombia, nos propone una crítica sencilla pero radical de la gnosis del profesor Juan Borella, profesor en la Universidad de Nancy, tal como la expone en su obra «La Caridad Profanada»», aparecida en 1979 en París, Editions du Cédre.

El Padre Méramo no intenta hacer un resumen o una síntesis del pensamiento difícil y recóndito del profesor, sino que analiza ciertos temas y los esclarece a la luz del magisterio de la Iglesia: esclarecimiento revelador de su heterodoxia, puesto que varios pensamientos centrales de la gnosis del Señor Borella caen bajo el golpe de condenas pasadas de errores análogos a ellos.

El lector tendrá una primera idea de esta gnosis repasando la tabla de materias de esta obra. Para presentar con más precisión esta gnosis, basta leer lo que escribió el profesor en 1994 en su artículo comprimido y condensado publicado por Eric Vatré, en su obra colectiva intitulada «La Derecha del Padre, encuesta sobre la Tradición Católica Hoy» (Guy Trédaniel Editor). Después de haber expuesto que él fue el lector asiduo, mejor dicho el discípulo de tres gnósticos: René Guénon, Frithjof Schuon y el sacerdote Stéphane, el Sr. Borella expone sus principales ideas sobre la revelación divina, el pecado original, la fe y el orden sobrenatural.

Véanlo aquí:

El pecado original es «la voluntad del ser condicionado de conocerse como tal» (p. 27); y para resurgir del pecado de Adán se trata para el hombre de «volver a dar al conocimiento su virtud operadora y su eficacia salvadora» (p. 27): ¿no es acaso la más bella profesión del intelectualismo gnóstico para el cual el pecado es un error intelectual y la salvación asunto de conocimientos y no de virtud?

El autor no es ya católico con respecto a la religión revelada, puesto que admite «el origen divino de las revelaciones (fíjense en ese plural) a partir de la insuperable condición (de) la revelación de Cristo» (p. 51), así como «la presencia de un elemento central propiamente divino en las religiones no cristianas» (p. 24), a causa de la bondad salvítica divina, de la existencia de los Sabios y de la estética humanamente inevitable de las religiones (p. 24-25).

Seguidamente el Sr. Borella profesa que «la inteligencia, en su esencia pura, sobrepasa el orden de la naturaleza... (y) está en sí misma ordenada a lo trascendente» (p. 58); con ello niega la esencia propiamente sobrenatural y totalmente gratuita de la vida divina infusa sobrenaturalmente en el alma por el bautismo. Igualmente pretende que «el conocimiento en la fe, en lo cual consiste la gnosis verdadera, no debe ser concebido como infusión de una gracia particular, como un acontecimiento místico extraordinario» sino que «está en condición de actualizar (es decir de poner en actividad) (la) capacidad sobrenatural (de la inteligencia) o por lo menos de hacerle producir a la inteligencia un acto cognitivo que comience a revelar a la misma inteligencia su propia naturaleza deiforme» (p. 58). Eso equivale también a negar la distinción entre el orden natural y el orden sobrenatural, a eclipsar la gratuidad de la gracia y a ocultar la sobrenaturalidad esencial de la gracia santificante y de la virtud de la fe... !que existen en el recién nacido desde su bautismo¡

El Padre Basilio Méramo administra el antídoto a esos errores: el magisterio de la Iglesia y la doctrina del Doctor Común Santo Tomás de Aquino; haciendo esto consigue desenmascarar los elementos, fundamentalmente inadmisibles, de la gnosis en cuestión, poniéndolos como es justo en la picota.

El profesor Borella tuvo malísimas lecturas en su juventud; no le imitaremos, leamos al Padre Méramo.

Menzingen, 31 de enero de 1996
+ Bernard Tissier de Mallerais.


INTRODUCCION

El que se tome la molestia de hacer una lectura profundizada del libro del profesor Borella: La Caridad Profanada (Editions du Cédre, París 1979), sin dejar de admirar su erudición y su agudeza intelectual, debe, al menos, reprobar los errores de su gnosis que son verdaderas herejías, aunque muy sutiles, por estar envueltas en el bello cuadro de los Padres de la Iglesia y de otros santos Doctores.

La gnosis empuja al profesor Borella a formular herejías relativas al pecado original, a la divinidad del espíritu del hombre, a las exigencias de lo sobrenatural, a la visión beatífica, al orden sobrenatural y a la gracia.

Para Borella como para todos los gnósticos, todo lo que en el hombre está por encima de la naturaleza psíquica, es decir el espíritu, pertenece a lo divino y a lo sobrenatural; es el error fundamental de la gnosis y el origen de todas las herejías.

Borella afirma: «El hombre es entonces, por naturaleza, alma viviente y es esta naturaleza actual que transmite a sus descendientes, todo lo que excede esta naturaleza psíquica perteneces a los sobrenatural» (p. 118). Según la antropología de Aristóteles asimilada por la Iglesia Católica gracias a Santo Tomás de Aquino, el hombre está compuesto de dos principios sustanciales; el alma y el cuerpo. El alma ejerce una función animal de animar al cuerpo y una función espiritual por la cual pertenece al mundo de los espíritus como lo son los ángeles.

La antropología tripartita del platonismo de San Pablo, de los Padres griegos, etc., considera que hay tres elementos en el hombre: el cuerpo, el alma (psique) y el espíritu (pneuma). La cual es conciliable con la doctrina tomista si se reúnen conjuntamente uniéndose la psique y el pneuma para no ser más que una sola realidad, el alma.

La Iglesia como veremos, ha condenado en 1312 el tripartismo cuando rompe la unidad del alma humana en dos principios distintos, la psique y el pneuma. La Iglesia estima que es el alma toda entera, y no la sola «psique», la «forma» del cuerpo; esta verdad filosófica debe ser afirmada si se quiere justificar la unidad del ser humano y la conveniencia de la resurrección de los cuerpos, reunidos nuevamente a su espíritu, y si se quiere evitar los errores gnósticos.

Pero el profesor Borella profesa el tripartismo: «el hombre está compuesto de tres sustancias: el cuerpo, el alma y el espíritu» (p. 167). de tal suerte que el cuerpo corresponde al sima, el alma a la psique y el espíritu al pneuma. Este espíritu (o pneuma), que se encuentra en la punta del alma, es divino, ahí está el error gnóstico.

CAPITULO I

Herejía concerniente a la divinidad del espíritu del hombre.

La gnosis y el profesor Borella pretenden justificar, por medio de esta antropología tripartita, la divinidad del espíritu del hombre. La realidad divina del espíritu es sutilmente afirmada en este texto: «si el espíritu es lo que hay de divino en el hombre, ¿no se puede admitir que en Jesucristo es el mismo Dios?» (p. 186), aquí claramente formulada: «Dicho de otra manera y para hablar claramente, hay en el fondo del ser creado, en lo más íntimo de su corazón, algo increado y divino» (La Pensée Catholique, nº 180, p. 55). Por otra parte, para colmo de desgracia, según la gnosis, la persona humana es divina, puesto que: «la esencia de la persona humana es espiritual y no psíquica» (p. 149), y como el profesor Borella considera sobrenatural todo lo que está por encima de la psique, la persona humana, que es espiritual, es también sobrenatural y divina, lo que le permite concluir diciendo que el hombre tiene: «un Yo divino, polo del peregrinaje espiritual, que nos da un nuevo Yo humano sobrenatural» (p. 138).

Para la gnosis, la persona (el yo personal) es el ser espiritual, la cara de Dios, como el señor Borella lo manifiesta en su lenguaje embrollado: «este rostro de Dios que soy el único en verlo, desconocido para todas las demás criaturas, visible únicamente por mi ser espiritual, o mejor dicho que es ese mismo ser en sí mismo, que es la persona verdadera, ese secreto que constituye el ser personal en cuanto tal, que instituye la persona en el ser» (p. 138).

El fundamento de la persona, el constitutivo esencial, es el Yo divino: «el Yo divino, fundamento único de nuestra persona» (p. 142).

Para la gnosis, el intelecto es una facultad naturalmente sobrenatural, como lo afirma el profesor Borella: «El intelecto designa una facultad de conocimiento «naturalmente sobrenatural» (p. 161), también cuando explica el sentido que pueden tener las realidades sobrenaturales para el hombre: «Es por el intelecto naturalmente sobrenatural que las realidades sobrenaturales tiene una significación para un ser natural, de lo contrario quedarían como si no fuesen» (p. 161). Lo cual significa que si no hubiese alguna cosa de sobrenatural o de divino en el hombre (espíritu - intelecto), lo sobrenatural no tendría ya ninguna significación, así entendido, es pues del intelecto naturalmente sobrenatural que las realidades sobrenaturales sacan su significación. Tales son las conclusiones de la antropología (gnóstica) del señor Borella: «Fiel a las conclusiones de nuestra antropología, proponemos considerar las cosas de la manera siguiente - una vez admitidas las variaciones marginales de vocabulario. El espíritu designa la vida divina en la criatura, según su dimensión más interior...» (p. 161).

De esta manera el profesor Borella reafirma la concepción herética de la gnosis que hace del hombre un Dios: «El hombre es pues no solamente Dios para el mundo, sino aún en sí mismo» (p. 144). Además, el intelecto, según la gnosis, tiene por esencia el conocimiento divino: «En este célebre texto (Rom. 7, 22-25), el intelecto aparece bien en su verdadera naturaleza: es por esencia, conocimiento divino» (p. 162). El profesor Borella, con su antropología gnóstica tripartita, cae en el gran error del apolinarismo aunque pretende evitarlo, puesto que niega que el alma intelectual es humana, considerando que la naturaleza humana de Cristo está constituida por el cuerpo y el alma animal (o sensitiva), mientras que el alma intelectual (el espíritu), es divina, es la que constituye la persona. El error de Borella consiste en el hecho de que confunde la noción metafísica del esse (el ser) con la del alma intelectual o espíritual (el espíritu) lo que, aplicado a Jesucristo, lo lleva a renovar la herejía de Apolinar.

El señor Borella explica su delirio por la reflexión siguiente: «Ahora bien, el principio inteligente y libre, es el nous o pneuma, identificado a la persona. Se desprende que Cristo no posee nous humano, no posee, como hombre, más que un cuerpo y un alma animal. En cuanto al nous en Cristo - es así como el tricotomismo[1] de Apolinar resuelve esta dificultad cristológica - es el mismo Verbo: “La humanidad de Jesucristo se compone de un cuerpo (soma) y de un alma animal (psyque), siendo el Verbo mismo su nous y su pneuma”... Se ve toda la dificultad de la cuestión, y si se ha seguido nuestra exposición de antropología, se comprenderá que hay quizás una manera de enfocar la doctrina apolinariana que no es francamente herética: si el espíritu es lo que hay de divino en el hombre, ¿no se puede admitir que en Jesucristo, es el mismo Dios?» (p. 186).

Para el profesor Borella, la manera de evitar la herejía de Apolinar consiste en seguir la antropología gnóstica tripartita que distingue en el hombre, el cuerpo (soma), el alma (psyque - alma animal o sensitiva) y espíritu (pneuma, nous, alma intelectiva o espiritual). De tal suerte que el espíritu es siempre divino e increado, reducido a una chispa a causa del pecado original. Y así la humanidad de Jesucristo está constituido por el cuerpo y el alma animal, mientras que la divinidad está constituida por el espíritu (alma intelectual) que, a su vez, se identifica con la persona divina del Verbo. El error metafísico del profesor Borella no podía ser más grave. Teológicamente es un herejía comparable solamente a la de Apolinar, obispo de Laodicea.

Para recordar cúal fue el error de la herejía del apolinarismo, nos vamos a referir a una cita del artículo del Diccionario de Teología Dogmática de P. Parente: «Apolinar comenzó luchando contra el arrianismo sosteniendo que Cristo era verdaderamente Dios encarnado, es decir, el Verbo, Hijo de Dios unido a la naturaleza humana. Y para defender mejor la unión entre el elemento divino y el elemento humano, sugiere el concepto de una naturaleza humana compuesta solamente de carne y de alma sensitiva; en dicha naturaleza, el Verbo asume la función del alma intelectiva (= nous)» (Ed. Litúrgica Española, Barcelona, 1955, p. 29). Es exactamente lo que propone el señor Borella, ni más, ni menos. En el Diccionario de Teología Católica, encontramos exactamente la misma cosa: «Apolinar el joven había comenzado por ser uno de los campeones del concilio de Nicea, uno de los hermanos de armas de San Atanasio. Pero su ardor en combatir el arrianismo lo arrastró al error opuesto... y apoyándose, como heleno refinado que era, sobre la tricotomía platónica, negó en el Redentor, si no un cuerpo humano con el alma sensible que lo anima, al menos un alma razonable, nous o pneuna, puesto que así también podía perfectamente tener lugar la misma divinidad, según Apolinar» (T. I, col. 1506).

La condenación de la doctrina de Apolinar fue formulada por la Iglesia en estos términos: «Apolinarem quoque, qui intelligens, si anima corpus informans negetur in Christo, humanitatem veram ibidem non fuissem, solam posuit animam sensitivam, sed deitatem Verbi vicem rationalis animae tenuisse» (También Apolinar quien, entendiendo que, si se niega en Cristo el alma que informe al cuerpo, no hay en El verdadera humanidad, puso sólo el alma sensitiva, pero la divinidad del verbo hizo las veces del alma racional. Denzinger. 1343). La tripartición antropológica de la gnosis del profesor Borella es no solamente un error filosófico, sino es además una herejía: «quod anima rationalis seu intellectiva non sit forma corporis humani per et essentialiter tamquam haereticus sit censendus» (... que quien quiera en adelante pretendiere afirmar, defender o mantener pertinazmente que el alma racional o intelectiva no es por sí misma y esencialmente la forma del cuerpo humano, ha de ser considerado como hereje. Denzinger. 902), declaró en 1312, el XVº Concilio Ecuménico. Y que no se diga que no habla del espíritu, que es precisamente lo que está en causa, puesto que el XIIº Concilio Ecuménico de 1215 considera en el hombre el espíritu igual al alma intelectual cuando sostiene: «creator omnium visibilium et invisibilium; spiritualium et corporalium: qui sua omnipotenti virtue simul ab initio temporis utramque de nihilo condidit creaturam, spiritualem et corporalem, comunem ex spiritu et corpore constitutatam» (... Creador de todas las cosas visibles e invisibles, espirituales y corporales; que por su omnipotente virtud desde el principio del tiempo creó de la nada a una y otra criatura a la vez, la espiritual y la corporal, es decir, la angélica y la mundana, y después la humana, como común, compuesta de espíritu y de cuerpo. Denzinger. 800).

Además, si el alma intelectual no era espíritu o espiritual, su inmortalidad sería negada, proposición igualmente condenadas: «damnamus et reprobamus omnes asserentes animam intellectivam mortalem esse» (... condenamos y reprobamos a todos los que afirman que el alma intelectiva es mortal Denzinger. 1440). El alma intelectual o racional es inmortal por su ser espiritual (o espíritu).

Y si se separa el alma intelectual del alma psiquica, como lo hace la gnosis, se afirma que el alma intelectual (espíritu) no es la forma del cuerpo, y entonces se cae en la condena precedente que reprueba como herejía la afirmación según la cual el alma intelectiva no anima el cuerpo humano esencialmente por sí misma.

La condena golpea como una rayo fulminante la tripartición gnóstica del profesor Borella, que separa en el hombre el alma intelectual (espíritu) del alma psíquica del cuerpo humano (alma sensible o animal) y niega que el alma intelectual (espíritu) es la forma del cuerpo, y cae así bajo la condena de herética (Denzinger. 902). No hay escapatoria para la gnosis de Borella.

La gnosis no admite que el alma intelectual (espíritu) sea el principio de vida del cuerpo humano, lo que no puede ser negado sin que haya error contra la fe (cf. Denzinger. 2833), y por esta razón la condena del XVº Concilio ecuménico de Viena es definitiva (Denzinger. 902).

CAPITULO II

Herejía concerniente al orden sobrenatural y al pecado original

El orden sobrenatural es desnaturalizado por el profesor Borella. he aquí lo que afirma: «Y por lo tanto, este espíritu que nos es dado en la gracia forma también parte de nuestra naturaleza, pero de una naturaleza en cierta manera sobrenatural» (p. 160).

Decir que el espíritu dado por la gracia forma parte de la naturaleza del hombre y que esta naturaleza es, en cierta manera, sobrenatural, es negar la distinción fundamental y absoluta entre la naturaleza y la gracia. Es divinizar al hombre, como lo pretende la gnosis, cuando considera el espíritu como algo divino, y que confirmamos con la afirmación siguiente que Borella saca de Filón de Alejandría: «... cada uno de nosotros participa directamente a la vida divina por la comunicación que en su nacimiento ha recibido del pneuma divino» (p. 160).

Cuando el profesor Borella habla de la gracia, la considera en función del engranaje gnóstico. La gracia no sería un don gratuito sobrenatural que nos comunica la naturaleza de Dios, sino que vendría a actualizar lo que hay de divino en el hombre, es decir su espíritu: «El espíritu designa la vida divina en la criatura, según su dimensión más interior, cuya actualización depende rigurosamente de la gracia de Cristo» (p. 161).[2]
He aquí una de las herejía de la gnosis del profesor Borella.

No solamente no distingue el orden natural del orden sobrenatural, error de la gnosis que pone en evidencia su monismo radical, sino aún, coloca la gracia en función de la divinidad del espíritu del hombre.

La fe es, por lo tanto, falsificada por la gnosis: cuando Borella habla de la fe, no se trata de la fe católica, sino de la fe considerada como conciencia religiosa - como diría algún modernista ecuménico - ni más ni menos: «Resulta que la sola conciencia religiosa (es decir la fe) puede contener la entropía natural del alma humana» (p. 58).

La fe considerada como conciencia religiosa - según el mismo Borella - es la fe que se identifica con la conciencia espiritual: «La conciencia espiritual o religiosa» (p. 58), eso es no solamente un error, sino además una herejía (ver Denzinger. 2075 - 2082).

La oración será también desnaturalizada por la gnosis.

Según el señor Borella, la oración es un medio para el hombre de recuperar la amplitud de su divinidad que está reducida a su más simple expresión: «La oración es el acto por el cual el intelecto realiza su naturaleza deiforme...» (p. 397). «Toda plegaria es pues una gnosis, toda gnosis es una plegaria» (p. 398).

La gracia y los sacramentos según la gnosis, sirven para alimentar, para sostener y para reactivar - según el caso -lo que hay de divino en el hombre. De acuerdo a la gnosis de Borella, la gracia supone necesariamente un mínimo de divinidad en el hombre: el espíritu. Para el profesor Borella, una naturaleza humana puramente es inconcebible, la naturaleza humana debe tener alguna cosa de divina que le permita captar y alcanzar a Dios; de lo contrario, toda la realidad del mundo divino y sobrenatural no tendría ninguna significación para el hombre. El núcleo del razonamiento del señor Borella está reflejado por la frase siguiente en la cual pretende evitar dos errores: el sobrenaturalismo y el naturalismo. «Por lo demás, habría sobrenaturalismo al querer añadir al hombre una dimensión espiritual sin raíz en su mismo ser. O bien, al revés, se caerá en la naturalización de lo sobrenatural, que vendrá solamente a responder a los deseos o a las necesidades del ser humano» (p. 102). Aquí, tenemos el núcleo y la razón por la cual el profesor y la gnosis se ven obligados a introducir «alguna cosa de divino» en el hombre, porque no se puede atribuir ninguna dimensión espiritual (sobrenatural o divina) al hombre sin que tenga su raíz en su mismo ser. Por eso el señor Borella afirma: «Hay que captar la sobrenaturaleza dentro de la misma naturaleza, como el destino que conlleva en sí, y que ella debe realizar» (p. 102). La consideración tripartita del hombre es pues esencial a la gnosis, para la cual el espíritu es divino; de lo contrario, el hombre no puede ser ni imagen de Dios (imago Dei) ni capaz de Dios (capax Dei) para poder alcanzar la visión beatífica.

Según la doctrina católica, la gracia divina confiere lo divino sin suponer nada de divino en el hombre, porque la gracia es por sí misma el principio y el germen de la vida divina en nosotros; la gracia, don gratuito y sobrenatural, nos comunica una participación de la naturaleza divina sobreelevando directamente la naturaleza humana, y más precisamente la esencia del alma y sus facultades espirituales a un estado sobrenatural. La acción de la gracia no tiene en el hombre otra raíz que la naturaleza humana y su «potencia obediencial», es decir su capacidad de obedecer a Dios para ser así sobreelevada como Dios lo quiere. En revancha, para el profesor Borella, la gracia actualiza lo que hay de divino en el hombre. La herejía de esta concepción gnóstica de la gracia es evidente. Los sacramentos son simples instrumentos para activar la divinidad del espíritu que ha sido reducido a una realidad puntual, en germen: «Sin duda nuestra persona inmortal está virtualmente en nosotros, pero nosotros no podremos actualizarla más que partiendo de una realidad sobrenatural en acto. Pero, para un cristiano, no hay otra realidad sobrenatural en acto que la de los sacramentos que nos comunica la Iglesia.» (p. 148). Para la gnosis del señor Borella, la gracia es un reactivante de la divinidad del hombre (reducida a una dimensión infinita y puntual) que es la del espíritu).
La caída del pecado original está enteramente falsificada por la concepción gnóstica del hombre que quiere poseer lo que era, es decir que quiere poseer la divinidad, sabiendo que era ya divino. Para explicar el pecado original, el profesor Borella dice: «La serpiente afirma que comiendo la fruta, Adán y Eva serán «como dioces». Ahora bien, ellos son ya “como Dios”. Pero, bajo la figura de la fruta, el teomorfismo interior del sujeto abierto a Dios es presentado como un objeto exterior y cerrado que hay que abrir y comer para poseer el secreto. Desear lo que ya se es, es perder esta naturaleza ipso facto, es introducir la dualidad y la división» (p. 144). El pecado original no es la pérdida de la gracia y del estado de justicia original: «La caída original que es esencialmente pérdida del ser en el tener: “lo que se era, se quiso poseerlo” ha dicho un viejo maestro» (p. 92). “La caída original, es el origen de toda caída: es la caída del yo en la psique en la cual consiste el yo. Es el pasaje de una conciencia unitiva de ser, a una conciencia distintiva de tener» (p. 147).

Una herejía más del profesor Borella. Es una reinterpretación intelectualista de la falta original que fue una falta moral, no un error intelectual. Querer ser o tener lo que ya se es, es un error pero no una falta. Al contrario desobedecer al precepto divino y desear «ser como Dios, conociendo el bien y el mal» (cf. Gen. 3,5), es una falta moral de desobediencia y de orgullo, como lo enseña el catecismo de San Pío X. Se toca aquí la nota característica de toda gnosis, que consiste en eliminar el pecado reemplazándolo por un error del hombre acerca de su propia estructura metafísica. !Rechacemos esta herejía!

CAPITULO III

Herejía concerniente a la visión beatífica

Otra de las herejías del profesor Borella la encontramos cuando asemeja la visión beatífica a la contemplación de sí mismo; una vez que nuestro intelecto es deificado por la gnosis: «Para el intelecto deificado, contemplar la Santísima Trinidad es contemplarse a sí mismo. La audacia de esta formulación parecerá sin duda excesiva» (p. 404). No solo es audaz sino herético afirmar tal cosa. Es el colmo del narcisismo, diabólicamente alambicado. Así pues, para el bienaventurado, contemplar la Santísima Trinidad, ¡es contemplarse a sí mismo! Para decir semejante barbaridad, hay que estar iluminado por Lucifer.

En la gnosis, la visión beatífica está sutilmente deformada; la visión beatífica consiste en ver la esencia de Dios y no en contemplarnos a nosotros mismos en Dios, como lo pretende el profesor Borella. Podemos preguntarnos cómo es posible semejante error. Obtendremos la respuesta en la explicación del mismo Borella: «La gnosis, en efecto, es el conocimiento perfecto en el que el sujeto conocedor está totalmente unido al objeto conocido, porque, conociendo como es conocido, el conocimiento que tiene de Dios y el conocimiento que Dios tiene de él, son un solo y mismo conocimiento» (p. 394). Verdaderamente, hay que estar obstinado en la fantasía del error, incapaz de recibir la luz, para no darse cuenta de semejante barbaridad, comparable solamente al orgullo satánico queriendo ser el igual de Dios.

El autor llega a alcanzar el colmo de la herejía y de la aberración identificando la visión de la Santísima Trinidad con la visión de la esencia del hombre. Esto no puede tener otro origen que la inspiración diabólica que, disfrazándose de ángel de luz, propaga el reino del error y de las tinieblas diciendo: «Lo hemos visto, y San Evagrio lo repite incansablemente, solo el intelecto, y el intelecto perfectamente despojado, es capaz de ver la Trinidad. Pero aún es preferible decir que tal intelecto es «vidente de la Santísima Trinidad», es decir que esta visión es su esencia misma» (pág. 405). ¡Pobre San Evagrio! citado para acreditar, por su santidad, la gnosis demoniáca; porque según la gnosis del profesor Borella, eso es la visión beatífica. En su obra, se permite recapitular esta teoría de la manera siguiente: «Retomando los términos de nuestro estudio, diremos que la obra propia de la caridad es la de pneumatizar el intelecto, y que la pneumatización del intelecto le hace capaz de recibir el don de sabiduría o de gnosis. Ahora bien, el don de sabiduría, en tanto que es perfectamente actualizado por la criatura, corresponde en ella al estado de deificación» (p. 410).

San Pablo tampoco se escapa de la reinterpretación. ¡Pobre de él! El profesor Borella le pone la mano encima para reafirmar su herejía sobre la deificación del hombre según la gnosis: «La palabra de San Pablo significa solamente esto: nuestra deificación es una consecuencia del conocimiento que Dios tiene de nuestro ser; o también: ser deificado, llegar a ser conforme a la imagen del Hijo - conformes fieri imaginis Filii - es identificarse con el conocimiento que Dios tiene de nosotros desde toda la eternidad: la gnosis eterna que Dios tiene de nosotros, es nuestra deificación» (p. 411). En su lenguaje gnóstico, Borella identifica deificación con visión de la esencia del hombre.

Y para rematar, el profesor Borella no escatima en el despliegue de su erudición gnóstica que se nutre entre otras cosas, además de la cábala, del hinduismo al cual se refiere para afirmar: «el intelecto desnudo, es el que esta consumado en la visión de sí mismo y que ha merecido comulgar en la contemplación de la Santísima Trinidad» (p. 405).

La explicación aberrante de semejante error y herejía se encuentra en el rechazo, por la gnosis, de la analogía entre el intelecto creado (humano) y el intelecto increado (de Dios). La gnosis reemplaza lo que no es más que una analogía por una univocidad, una identidad de naturaleza; el intelecto humano se identifica con su prototipo divino: «El intelecto, decimos nosotros, se identifica con su naturaleza sobrenatural, su prototipo “in divinis”» (p. 405).

La consecuencia de esta univocidad es una concepción errónea de la división beatífica de Dios en los bienaventurados del Cielo, que es uno de los misterios más elevados de la ciencia espiritual y es pervertido por la gnosis. El salmo 35, versículo 10, dice: «In lumine tuo videbimus Lumen», (en tu luz veremos la Luz). Lo cual interpretan los Padres de una luz creada por Dios que sobreeleva la inteligencia de los bienaventurados y les permite aplicar su inteligencia a la esencia divina que es Luz increada, sin ser enceguecidos.

El profesor Borella mismo, así pues, afirma falsamente que «Dios no puede ser visto más que por El mismo, así pues, si el intelecto ve a Dios, no puede ser sino Dios mismo, que se ve en su propia Luz» (p. 406). Con esto, está claro que según la gnosis, el intelecto del hombre que ve a Dios cara a cara, es el intelecto divino; el intelecto del mismo Dios, porque si no fuese así, no podría ver a Dios.

La explicación de esta concepción toma raíz sobretodo en la siguiente alegación : «Todo conocimiento es conocimiento de lo que es. Es, pues, al mismo tiempo discernimiento del ser y de la nada, de lo real y de lo ilusorio. Pero, en última instancia, el ser es Dios» (p. 406).

Aquí se revela plenamente el monismo metafísico de Borella. Decir que el ser, en última instancia, es Dios, es borrar de un plumazo la distinción metafísica entre el Ser de Dios y el ser de las criaturas que constituyen el universo. Una cosa es el Ser Pleno o Plenitud de Ser (el ipsum subsistens, el ser subsistente por sí mismo) que es Dios, el «Ens per essentiam», y otra cosa los seres creados que son seres por participación, «ens per partitipationem».[3] Pues el conocimiento no se reduce a Dios, porque en primer lugar, naturalmente conocemos las cosas. Más exactamente, conocemos los seres sensibles, todas las cosas que vemos, y a partir de ellas, llegamos a un cierto conocimiento natural de Dios. Están así las «cinco vías» de Santo Tomás para probar la existencia de Dios y descubrir sus principales perfecciones a partir de la realidad creada: «ad invisibilia per visibilia». Dios no es evidente; es por esta razón que es objeto de demostración, como lo enseña la Iglesia (Denzinger. 2812, 3538, 3892). El conocimiento de Dios no es intuitivo, ni a priori (como lo pretende la gnosis y el ontologismo), pero si demostrativo y a posteriori (Denzinger. 3622).

CAPITULO IV

Origen Filosófico de estas herejías

Hay dos fuentes filosóficas envenenadas que nutren las ideas del profesor Borella: su monismo metafísico y su ontologismo.

El monismo metafísico del Sr. Borella es entitativo; se sitúa en el orden del esse (ser) como el monismo del Maestro Eckhart; no es un monismo craso a nivel de la naturaleza o de la esencia, sino a nivel del acto del ser. EL maestro Maitre Eckhart ha caído en este error, puesto que para él hay un solo esse, el de Dios (el esse divino). Cada cosa recibe su naturaleza propia y su esencia, pero el ser le viene de Dios como por emanación. A este propósito, se puede consultar «Participation et Causalité» (París, 1961), del P. Fabro, que explica el error de Eckhart y de su panteismo. Nos limitaremos simplemente a algunas citas.

«El esse en la criatura es otro en relación a la esencia, pero no en relación al esse divino» (op. cit. p. 486), afirma Eckhart. «En la concepción de Eckhart (Avicena), el esse es la formalidad suprema, poseída totalmente por Dios, y que abraza las cosas como un flujo, una luz, el éter» (Ibid., p. 587).« Para ser exacto, hay que decir que el esse y la essentia según Eckhart no son del todo el esse y la essentia tomistas, porque Eckhart no reconoce más que un solo verdadero acto, Dios, mientras que para Santo Tomás cada criatura posee su propio acto formal (la essentia) y su propio acto real (el esse - actus essendi)» (Ibid., p. 587). «Así, el esse, que es Dios, es todo igualmente en todas las cosas» (Ibid., p. 587), dice Eckhart.« En la exacta medida en que el ser humano toma conciencia antológica del don del ser, deja al Ser divino derramarse en El» (p. 419).

Borella se complace en Eckhart: considera que ha realizado la síntesis entre el tomista y el agustinismo (cf. p. 131), lo que es falso. Pues como anota el P. Meinvielle: «Santo Tomás ha producido una síntesis inédita donde culmina todo el pensamiento anterior y la realización más grandiosa del pensamiento cristiano.» (De la Cábala al progresismo, Ed. Calchaquí, Salta, 1970, p. 201). Santo Tomás sintetiza así toda la filosofía de su tiempo, como también el pensamiento griego (Platón y Aristóteles) como el de los Padres de la Iglesia, y por esta razón es llamado Doctor Común de la Iglesia Católica (Doctor communis).

El Maestro Eckhart, que Borella admira y cuya enseñanza sigue, ha sido condenado por sus errores; su enseñanza comporta 17 proposiciones heréticas y 11 proposiciones sospechosas de herejía (Denzinger. 979), que son la consecuencia directa de la gnosis.

El entendimiento o intelecto del cual habla tanto el profesor Borella no es otra cosa que el de su maestro Eckhart y que fue condenado como una herejía: «Aliquid est in anima, quod est increatum et increabile; si tota anima esset talis, esset increata et increabilis, et hoc est intellectus» (Error del Maestro Ekhart: «Hay algo en el alma que es increado e increable; si toda el alma fuera tal, sería increada e increable, y esto es el entendimiento » Denzinger.977).

Es por eso que Borella dice: «El intelecto es, según la expresión de F. Schuon, naturalmente sobrenatural. Atestigua, en el hombre mismo, de alguna cosa que sobrepasa todo lo que hemos encontrado hasta aquí, y particularmente los límites de nuestra naturaleza individual» (p. 130).

Según la gnosis, nuestro ser espiritual (espíritu o pneuma) es de origen divino, es como un rayo de la divinidad recibido individualmente en cada naturaleza (cuerpo y alma) de aquí la tripartición antropológica de la gnosis: espíritu, alma y cuerpo. El espíritu, afirma Borella, no puede ser conocido de manera natural: «En realidad, no tenemos, en el orden de la naturaleza, una verdadera conciencia de nuestro ser espiritual» (p. 130).

Allí interviene curiosamente el pecado original, intelectualizado, como lo hemos visto, por el profesor Borella. El espíritu no puede ser entrevisto más que por la actividad intelectual, pero no puede ser verdaderamente conocido más que a través de la gnosis, a causa de la caída original que ha hundido el espíritu en la materialidad individual: «La esfera pneumática no envuelve más las esferas anímica y corporal... el pecado original es la causa de una segunda caída cósmica, al nivel de lo corporal» (p.117); «La manducación pecadora de la fruta prohibida opera la inversión de la estructura antropológica» (p. 145), «Desde entonces, la vida, es decir la comunicación con el espíritu, está perdida. No queda más que el conocimiento teórico» (p. 146).

Según la gnosis, antes del pecado original, el hombre (el Adán primitivo) es tal que podemos «imaginarlo bajo la forma de una esfera, la del espíritu, comprendiendo en ella otra esfera más pequeña, la del psiquismo, cerrada ella misma sobre un punto, centro de dos esferas precedentes, y correspondiendo al cuerpo» (p. 117).

Después del pecado original, la condición del hombre se invirtió: «... el orden de las esferas antropológicas está pues invertido; la esfera corporal envuelve la esfera anímica, la cual a su vez envuelve la esfera pneumática» (p. 118).

El espíritu minimizado es así reducido a su más simple expresión, pero no por lo tanto destruido, de tal suerte que el hombre no pierde su forma divina: el espíritu. «La dimensión espiritual del hombre que lo envolvía como un nimbo de gloria, es decir que irradiaba la deiformidad de su naturaleza, esta dimensión no ha desaparecido; está reducida a un trazo puntual, a un germen o a un estado virtual: el hombre no posee ya la actualidad (se precisará la venida de Cristo para abrir la puerta de nuestro cielo interior)» (p. 118).

Las herejías del profesor Borella alcanzan aquí su cima, en la deformación de la obra redentora de Nuestro Señor Jesucristo. Este no hace otra cosa más que revelar la divinidad interior del hombre, tal como diría Juan-Pablo II: «Cristo... manifiesta plenamente el hombre al hombre» (Veritatis splendor, nº 2). He ahí la trayectoria de Vaticano II, seguida por Juan-Pablo II: «El Concilio Vaticano II, en su análisis penetrante “del mundo contemporáneo”, alcanza el punto más importante del mundo visible: el hombre, bajando, como Cristo, a las profundidades de las conciencias humanas, llegando hasta el misterio interior del hombre» (Redemptor hominis, nº 8).

El ontologismo es la segunda fuente filosófica envenenada en la que bebe el profesor Borella. El ontologismo de su gnosis es patente, su error consiste en la idea innata del ser infinito o absoluto (Dios), es decir que el hombre tiene la intuición radical y primera de la idea de Dios. El ontologismo es un error metafísico grave, así como un error teológico que destruye el carácter sobrenatural de la visión beatífica o institución de Dios.

El ontologismo es un error que ha sido explícitamente condenado por la Iglesia: «Inmediatamente Dei cognitio, habitualis saltem, intellectui humano essentialis est, ita ut sine ea nihil cognoscere possit: siquidem est ipsum lumen intellectuale» (Errores de los Ontologistas: «1. El conocimiento inmediato de Dios, por lo menos habitual, es esencial al entendimiento humano, de suerte que sin él nada puede conocer: como que es la misma luz intelectual.»Denzinger. 2841).

«Esse illus, quod in omnibus et sine quo nihil intelligimus, est esse divinum» (2. Aquel ser que en todo y sin el cual nada entendemos es el Ser divino. Denzinger. 2842).

«Universalia a parte rei considerata a Deo realiter non distinguuntur» (3. Los universales, considerados objetivamente, no se distinguen realmente de Dios. Denzinger. 2843).

«Res creatae sunt in Deo tamquam pars in toto, non quidem in toto formali, sed in toto infinito, simplicissimo, quod suas quasi partes absque ulla sui divisione et disminutione extra se ponit», (4. Las cosas creadas están en Dios como la parte en el todo, no ciertamente en el todo formal, sino en el todo infinito, simplicísimo, que pone fuera de sí sus casipartes, sin división ni disminución alguna de sí» Denzinger. 2846).

No se nos diga que el señor Borella no profesa estos errores; para convencernos de ello, basta recordar algunas de sus afirmaciones: «Hemos dicho que el conocimiento, acto del intelecto, era percepción directa y unitiva del ser» (p. 124). «Pero, en última instancia, el ser es Dios. Bajo esta relación todo conocimiento es conocimiento de Dios» (p. 406). El ontologismo de Borella es manifiesto, no hay escapatoria posible. Conviene pues recordar que Rosmini fue condenado en 1887 por el mismo error: «In ordine rerum creatarum immediate manifestatur humano intellectui aliquid divini in se ipso, huiusmodi nempe, quod ad divinam naturam pertineat», (Errores de Rosmini: 1. En el orden de las cosas creadas, se manifiesta inmediatamente a la inteligencia humana algo de lo divino en sí mismo, a saber, aquello que pertenece a la naturaleza divina. Denzinger. 3201).

«Esse, quod homo intuetur, necesse est, ut sit aliquid entis necessarii et aeterni, causae creantis, determinantis ac finientis omnium entium contingentium: ataque hopc est Deus», (5. El ser que el hombre intuye es preciso que sea algo del ser necesario y eterno, causa creadora, determinante y finalizadora de todos los seres contingentes: y este es Dios. Denzinger. 3205).

Hay otros errores por los cuales Rosmini ha sido condenado; tienen una semejanza con los errores del profesor Borella y del Maestro Eckhart que hace pensar en una misma causa, la gnosis: «In natura igitur universi, id est in intelligentiis, quae in ipso sunt, aliquid est, cui convenit denominatio divini non sensu figurato, sed propio. Est actualistas non distincta o reliquo actualitatis divinae», (Así pues, en la naturaleza del universo, es decir de los seres inteligentes que hay en él, hay algo a lo que conviene la denominación de divino, no en sentido figurado, sino propio. Hay una actualidad no distinta del resto de la actividad divina. Denzinger. 3203).

«Entia finita, quibus componitur mundus, resultant ex duobus elementis id est ex termino reali finito et ex esse initiali, quod eidem termino tribuit forman entis», (Los entes finitos de que se compone el mundo, resultan de dos elementos, a saber, del término real y finito, y del ser inicial, que da a dicho término la forma de ente» Denzinger. 3208).

«Discrimen inter esse absolutum et esse relatuvum non illud est, quod intercedi substantiam inter et substantiam, sed aluid multo maius; unum enim est absolute ens, alterum est absolute non ens. At hoc alterum est relative ens. Cum autem ponifur ens relativum, non multiplicatur absolute ens; hinc absolutum et relativum absolute non sunt unica substantia, sed unicum esse; atque hoc sensu nulla est diversitas esse, immo habetur unitas esse», (La diferencia entre el ser absoluto y el ser relativo no es la que va de substancia a substancia, sino otra mucho mayor; porque uno es absolutamente ser, otro es absolutamente no ser. Pero este otro es relativamente ser. Ahora bien, cuando se pone ser relativo, no se multiplica absolutamente el ser; de ahí que lo absoluto y lo relativo no son absolutamente una substancia única, sino un ser único, y en este sentido no hay diversidad alguna de ser; más bien se tiene unidad de ser. Denzinger. 3213).

«Id. unum efficit Deus creando, quod totum actum esse creaturarum integre ponit: hic igitur actus proprie non est factus, sed positus», (Lo único que Dios hace al crear es que pone integramente todo el acto de ser de las criaturas; este acto, pues, no es propiamente hecho, sino puesto. Denzinger. 3217).

El fondo de la doctrina de estos errores condenados, que es el mismo de Borella y del Maestro Eckhart: es la gnosis.

CAPITULO V

Herejía concerniente a la gracia

La última herejía de la gnosis, que podría muy bien ser la primera, la encontramos en la definición de la exigencia de la visión beatífica que, según la gnosis, es una exigencia de la persona humana, de su trascendencia, es decir de la dignidad que el espíritu divino le confiere. Aquí es donde más se evidencia el carácter gnóstico del personalismo, error tan actual «Por una parte, la Escritura enseña que conoceremos a Dios “tal como es”. Por otra parte, es la misma naturaleza humana que exige tal conocimiento» (p. 412).

Borella renueva aquí la herejía de Bayo Miguel de Bay (en 1567), que hace de la beatificación una exigencia de la naturaleza de la persona humana. Exigencia que está latente en todo el personalismo. Es la exigencia de la trascendencia de la persona humana.

La realización de la persona humana, tanto para la gnosis como para el personalismo, se da solamente en Dios, como lo prueban los textos siguientes del profesor Borella, los cuales demuestran, una vez más, la confusión entre el orden natural y el orden sobrenatural, así como la exigencia de este último para la persona humana: «No podemos llegar a ser nosotros mismos más que en Dios» (p. 82), lo que se admite con las ideas siguientes: «el hombre es un ser en realización» (p. 101); «la naturaleza actual del hombre no es su verdadera naturaleza» (p. 102); «hasta el momento en que ella (la persona) se realice en la Persona divina, que es la personalidad por excelencia, la esencia misma de toda persona le confiere finalmente su identidad verdadera» (p. 135); «La última paradoja y la más fundamental de todas, en esta búsqueda del yo, no es a él a quien se debe mirar, sino hacia el mismo Dios, no hacia la persona humana, sino hacia la Persona divina, puesto que sólo Ella conoce nuestro verdadero yo, porque nuestro yo no es otra cosa que este conocimiento mismo... Es por la gracia de la Identidad suprema que cada uno realiza su propia identidad» (p. 148).

La gnosis no hace distinción entre el ser creado a la imagen y semejanza de Dios y el ser que es la imagen y semejanza de Dios, pues Borella afirma: «El hombre es la imagen de Dios» (p. 144). Esto pertenece exclusivamente al Verbo, al Logos divino, al Hijo de Dios y no al hombre. Pues como bien observa Santo Tomás: «Ad designadam in homine imperfectionem imaginis, homo non solum dicitur imago, sed ad imaginen, per quod motus quidam tendentis in perfectionem designatur. Sed Filio Dei non potest dici quod sit ad imaginem, quia est perfecta Patris imago», (Para expresar en el hombre la imperfección de la imagen, el hombre no es llamado simplemente imagen, sino «a imagen de», se designa así el movimiento del que tiende hacia la perfección. Pero del Hijo de Dios, no se puede decir que es «a imagen de», porque El es la imagen perfecta del Padre. S. Th. I., q. 35, a. 2, ad 3).

Existen dos clases de imágenes: la imagen perfecta que es la que procede del modelo según la misma naturaleza, y la imagen imperfecta (o impropia) que, sin proceder según la misma naturaleza, es de una naturaleza distinta del modelo. Por esta razón, Santo Tomás enseña: «imago alicuius dupliciter in aliquo invenitur. Uno modo, in re eiusdem naturae secundun speciem: ut imago regis invenitur in filio suo. Alio modo, in re alterius naturae: sicut imago regis invenitur in denario. Primo autem modo, Filius est imago Patris: secondo autem modo dicitur homo imago Dei», (la imagen de una cosa se encuentra de dos maneras en otro. Primeramente, en una cosa de la misma naturaleza según la especie: como la imagen del rey se encuentra en su hijo. En segundo lugar, en una cosa de otra naturaleza: como la imagen del rey se encuentra en el denario (pieza de moneda). De la primera manera, el Hijo es la imagen del Padre; de la segunda manera se dice que el hombre es imagen de Dios. S. Th., Ibid.).

Además, el profesor Borella sostiene que: «La semejanza indica entonces la persona espiritual» (p.144) puesto que la semejanza es la consecuencia de la imagen; está implicada en ella: «Ella (la semejanza) es nombrada en segundo lugar porque es como una consecuencia de la imagen, ella está implicada por la imagen. Este es el motivo por el cual además es acaso la única mencionada» (p. 144). Así, el profesor Borella puede hablar de imágenes semejantes, puesto que la imagen es conforme a su modelo divino, lo que significa: «que, en su naturaleza, el hombre es semejante a Dios» (p. 144). Como acabamos de ver, es la misma herejía en la cual incurre Juan Pablo II y Vaticano II. Es el error fundamental de la «nueva teología» y de la salvación universal, denunciada por el profesor Dörmann en su libro: «La Extraña Teología de Juan Paulo II y el espíritu de Asís» (Ed. Fideliter, 1992, p. 104).

El profesor Borella afirma no solamente que el hombre - imagen de Dios - en su naturaleza se asemeja a Dios, sino que incluso es Dios en sí mismo, como lo hemos visto en un texto ya citado, pero que nos parece bueno recordarlo aquí: «El hombre es pues no solamente Dios para el mundo, sino incluso en sí mismo» (p. 144). Por esto, la visión beatífica no es otra cosa que el conocimiento que Dios tiene de nuestro yo: «la Persona divina única que conoce nuestro verdadero yo, porque nuestro yo no es otra cosa que este conocimiento mismo» (p. 144).

El bayanismo es, pues, el error en el cual cae la gnosis del profesor Borella. El bayanismo extrae las raíces de su error en la confusión entre el orden natural y el orden sobrenatural. Bayo, en uno de sus errores, consideraba que «la Justicia Original era propia del hombre como parte integrante de su naturaleza, y por lo tanto era un débito y no un don gratuito» (Dic. de Theol., P. Parente, p. 46). El profesor Borella, hablando del «estado primitivo», del «hombre primitivo»... cae en el mismo error considerado el estado de justicia original como parte integrante de su naturaleza.

La herejía de Bayo ha sido condenada por la Iglesia: «Humanae naturae sublimatio et exaltio in consortium divinae naturae debita fuit integritati primae conditionis, et proinde naturalis dicenda est, et non supernaturalis», (Errores de Bayo: 21.La sublimación y exaltación de la naturaleza humana al consorcio de la naturaleza divina, fue debida a la integridad de la primera condición y por ende, debe llamarse natural y no sobrenatural, Denzinger. 1921).

«Absurda est sententia eorum, qui dicunt, hominem ab intio, dono quodam supernaturali et gratuito, supra donditionem naturae suae fuisse exaltatum, ut fide, spe et caritate Deum supernaturaliter coleret», (23. Absurda es la sentencia de aquellos que dicen que el hombre, desde el principio, fue exaltado por cierto don sobrenatural y gratuito, sobre la condición de su propia naturaleza, a fin de que por la fe, esperanza y caridad diera culto a Dios sobrenaturalmente. Denzinger. 1923).

«Integritas primas creationis non fuit indebita humanae naturae exaltatio, sed naturalis eius conditio», (26. La integridad de la primera creación no fué exaltación indebida de la naturaleza humana, sino condición natural suya. Denzinger. 1926).

Todas las expresiones, tales como: «La sustancia humana es capaz, por si misma, de un comportamiento casi divino» (p. 43),« el espíritu designa la vida divina en la criatura», «el intelecto naturalmente sobrenatural» ...(p. 161) confirman la confusión de lo natural con lo sobrenatural.

¿Cómo se puede uno defender contra la acusación de bayanismo? cuando leemos semejantes afirmaciones como ya vimos: «Y por lo tanto, este espíritu que se nos ha dado en la gracia forma también parte de nuestra naturaleza, pero de una naturaleza en cierta manera sobrenatural» (p. 160).[4] Una de dos: o bien nuestro espíritu natural es ya sobrenatural, y la gracia no hace otra cosa más que ponerlo en acto, y el error de Bayo, que profesa el Sr. Borella, o bien nuestro espíritu no es sobrenatural, no tiene ninguna capacidad positiva en orden a lo sobrenatural, y la gracia lo eleva por encima de su naturaleza, esta es la doctrina católica.

Hay que distinguir absolutamente tres diferentes espíritus o pneumas: el Pneuma divino que es el Espírutu Santo y su acción; el pneuma humano que se encuentra en San Pablo, que es el espíritu humano sobreelevado por la gracia; y por último el pneuma el humano de los filósofos, que es simplemente el espíritu, la parte espiritual del alma humana, constitutiva de la naturaleza del hombre.

El profesor Borella difumina los límites que separan estos tres espíritus: estos son sus dos errores fundamentales o herejías monumentales.

Estos errores de Borella han sido igualmente condenados por la Iglesia en la persona de Quesnel, que hace de la gracia una exigencia de la naturaleza, y en la reprobación del concilio de Pistoya donde es mencionada la condena de Bayo y de Quesnel.

«Gratia Adami est sequela creationis et erat debita naturae sanae et integrae», (La gracia de Adán es una consecuencia de la creación y era debida a la naturaleza sana e íntegra. Denzinger. 2435), decía Quesnel, y la Iglesia lo condenó.

«Doctrina Synodi de stato felicis innocentiae, qualem eum repraesentat in Adamo ante peccatum, complectentem non modo integritatem, sed et iustitiam interiorem cum impulsu in Deum per amorem caritatis, ataque primaevam sanctitatem aliqua ratione post lapsum restituam; quatenus complexive accepta innuit, statum illum sequelam fuisse creationis, debitum ex naturali et conditione humanae naturae, non gratuitum Dei beneficium: falsa, alias damnata in Baio (1901 ss), et Quesnellio (2434 ss), erronea, favens haeresie Pelagianae», (La doctrina del Sínodo (de Pistoya) sobre el estado de feliz inocencia, cual la representa en Adán antes del pecado y que comprendía no sólo la integridad, sino también la justicia interior junto con el impulso hacia Dios por el amor de caridad, y la primitiva santidad en algún modo restituida después de la caída; en cuanto complexivamente tomada da a entender que aquel estado fue secuela de la creación, debido por exigencia natural y por la condición de la humana naturaleza, no gratuito beneficio de Dios, es falsa, otra vez condenada en Bayo (1901 ss) y en Quesnel (2434 ss) y favorecedora de la herejía pelagiana. Denzinger. 2616).

CONCLUSION

Podemos decir que los errores de la gnosis del profesor Borella se resumen en cuatro grandes herejías, además de renovar y caer en los errores del ontologismo y del monismo metafísico. Estas son:

1. La herejía concerniente a la divinidad del espíritu del hombre.
2. La herejía con respecto al orden sobrenatural y del pecado original.
3. La herejía relativa a la gracia.
4. La herejía concerniente a la visión beatífica.

Para el profesor Borella, la gnosis es el conocimiento que Dios tiene de nosotros en su esencia divina. Llegar a este conocimiento que Dios tiene de nosotros, es llegar a la visión beatífica: pues conocer como Dios nos conoce en su esencia divina, es una sola y misma cosa. En conclusión, Borella afirma: «en fin la gnosis pura es, en su esencia, la obra del amor por el cual nos abrimos a la gnosis que dios tiene de nosotros mismos» (p. 390).

La gnosis suprema (epignosis -sobreconocimiento), es decir el colmo del conocimiento esotérico (oculto o secreto, llamado por eufemismo, interior o espiritual), culmina en la identificación cognitiva de Dios y del hombre en la esencia divina, hasta el punto de invertir la noción de la visión beatífica, diciendo que no es el hombre el que conoce a Dios, sino que es Dios el que se conoce en el hombre. «...en el conocimiento, en la gnosis suprema, no soy yo mismo quien conoce a Dios, sino que es Dios el que Se conoce en mí mismo» (p. 392).

Tal es la famosa gnosis de Borella, pretendidamente católica. En realidad, la síntesis especulativa del profesor Borella, es prácticamente insuperable; sintetiza e integra hábilmente, con una sutileza diabólicamente genial, la gnosis ancestral (tradición perversa gnóstica-cabalista) con los misterios más sublimes de la Santísima Trinidad y de la Encarnación, con el objetivo de hacerla pasar por católica y hacer más difícil la detección del error sutilmente destilado.

Resumiendo la gnosis del profesor Borella, podemos afirmar que es incompatible con la doctrina y el dogma de la Iglesia Católica, Apostólica y Romana.

No lo olvidemos, es por este medio de la gnosis que Satanás, padre del error, del engaño y de la mentira se manifiesta bajo las apariencias del ángel de luz para corromper la noción metafísica de Dios y falsificar la verdad y los misterios más sublimes de la Religión Católica.

BASILIO MERAMO PBRO.
SANTA FE DE BOGOTA, 22 DE AGOSTO DE 1996
FIESTA DE LA INMACULADA CONCEPCION

La gnosis del profesor es falsa y herética; de esto no hay la menor duda.
[1] Significa que el hombre está compuesto de tres substancias: el cuerpo, el alma y el espíritu, según el mismo Borella (ver p. 167).
[2] Texto parcialmente citado en la página 7.
[3] Participación según Santo Tomás y no como lo entiende falsamente la gnosis.
[4] Texto anteriormente citado en la página 11.