San Juan Apocaleta



Difundid Señor, benignamente vuestra luz sobre toda la Iglesia, para que, adoctrinada por vuestro Santo Apóstol y evangelista San Juan, podamos alcanzar los bienes Eternos, te lo pedimos por el Mismo. JesuCristo Nuestro Señor, Tu Hijo, que contigo Vive y Reina en unidad del Espíritu Santo, Siendo DIOS por los Siglos de los siglos.












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"Sancte Pio Decime" Gloriose Patrone, ora pro nobis.





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viernes, 20 de marzo de 2009

PRIMER DOMINGO DE CUARESMA 4 de marzo de 2001

Amados hermanos en Nuestro Señor Jesucristo:

Con este domingo se inicia la Cuaresma, habiendo sido precedido por el tiempo de la Septuagésima, tiempo en el cual la Iglesia nos recuerda y nos invita a asociarnos espiritualmente y a disponer nuestras almas para la obra de la Redención llevada a cabo por Nuestro Señor Jesucristo. El tiempo de Septuagésima es un preludio que nos prepara, que nos dispone interiormente, espiritualmente, para que participemos de ella. Con la Cuaresma, cuyo nombre indica una cuarentena, cuarenta días que nos separan de la Pascua de Resurrección, la Iglesia no solamente nos invita a prepararnos espiritualmente, sino a que de un modo efectivo y práctico nos asociemos durante estos cuarenta días a la obra de la Redención de Nuestro Señor.

Esa asociación práctica quiere la Iglesia que sea a través de las obras de penitencia, ayuno, abstinencia, privaciones voluntarias, sacrificios y tribulaciones con las cuales nos asemejamos y nos identificamos con la cruz para poder asociarnos, ser socios de Nuestro Señor en su obra Redentora, para redimir del pecado a la humanidad. Esa es la idea de la Cuaresma y en eso consiste la preparación durante todo este tiempo, durante esta cuarentena. El miércoles de Ceniza es una transposición del espíritu de penitencia pública, de penitencia colectiva por los pecados graves y públicos. Durante esos cuarenta días se imponía penitencia a los pecadores públicos, para que hubiese una reparación pública y pudieran ser admitidos, después de reconciliados, el jueves Santo; el Obispo bendecía las cenizas y los instrumentos de mortificación, los cilicios, para que esas personas hicieran penitencia durante cuarenta días, con cilicio y ceniza.
Posteriormente se difundió a todos los fieles, una extensión y una transposición, porque antiguamente era sólo para los pecados y los pecadores públicos. Penitencia que tanta falta nos hace hoy, porque los pecados manifiestos hay que repararlos públicamente ya que el mal ejemplo queda en la sociedad cuando notoriamente se peca de un modo grave y escandaloso.

Hoy vemos que es todo lo contrario, el pecado público está a la orden del día proclamado en las calles, la prostitución; pues qué otra cosa son esas manifestaciones de "gays", para no decir la palabra más chocante en castellano, que valdría la pena decirla, para que nos dé asco y repugnancia.

Pero hasta allá llegamos, hasta la entronización pública del pecado y no de un pecado público grave natural, sino peor, antinatural y por eso nefando, para dar un simple ejemplo de cuan pervertida está nuestra sociedad, que ya no es una sociedad católica, sino una sociedad impía, pagana, que ha renegado de Dios.

La sociedad y el mundo constitucionalmente ya no son católicos, sino impíos y peor aún, han renegado de Cristo, de la Redención de su Creador. De ahí la gravedad, de ahí los castigos que vienen y vendrán para que se purifique este mundo y por eso en este tiempo de Cuaresma nosotros deberíamos acentuar más, por lo menos de corazón, con el espíritu, esa oposición entre el mundo de hoy y el mundo católico.

Lo que nos pide la Iglesia, el Evangelio, como otrora, cuando los pueblos se guiaban por Evangelio, que era el paradigma de las leyes, de los Estados, de los pueblos y de los reinos; eso tuvo un nombre mal denominado como Edad Media, pero que fue en realidad una edad de esplendor espiritual y de santidad, aunque hubo pecados, porque siempre habrá pecados mientras estemos en esta tierra, pero el pecado no era erigido como hoy, con derecho de
ciudadanía.

Una cosa es ser pecador y reconocerlo y otra cosa es esgrimir el pecado como una bandera a la cual se tiene derecho basándose en la libertad del hombre, en la libertad de conciencia, o en la dignidad de la persona humana. Eso ya es una subversión, es proclamar el mal impugnando el bien; hay una completa revolución y un completo trastrocamiento de todo el orden establecido por Dios y es en ese orden completamente subvertido en el que vivimos hoy y por tal motivo un verdadero católico no puede estar de acuerdo con el mundo de hoy, porque si lo está será arrollado por él, y de ahí el gran sacrificio, la gran abnegación y la gran valentía de poder permanecer fieles a Cristo en un mundo impío y apóstata. En esta santa Cuaresma, como nunca, debemos hacer sacrificios, ayunos, abstinencias, privaciones voluntarias, para poder expiar un poquito de nuestros pecados que si no los expiamos aquí los expiaremos en el purgatorio -si es que nos salvamos-; también expiar por todos esos desmanes públicos que dan escándalo y corrompen a los inocentes y los llevan al camino de la condenación.

Escuchábamos en el Evangelio de hoy la triple tentación de Nuestro Señor Jesucristo, tentación que tuvo lugar después de haber ayunado durante cuarenta días y cuarenta noches, y llevado por el espíritu al desierto, a la soledad, una vez bautizado. En realidad, El no tenía ninguna necesidad de bautizarse, lo hacía para dar el ejemplo a seguir. Se va al desierto, a la soledad, para mostrarnos que después de recibir un sacramento tan grande como el bautismo no debemos de alegrarnos en las cosas del mundo, sino ir a regocijarnos en la soledad con la intimidad de Dios, ese es el desierto. No nos imaginemos que fue un desierto como el Sahara, era una montaña, una cueva en una montaña, cerca de Jericó, donde estuvo Nuestro Señor retirado y ayunando.

A los cuarenta días es tentado por el demonio, cuando retorna el hambre de una manera atroz, según dicen los sabios que antiguamente practicaban ese ayuno -práctica que ya se ha perdido-, porque ese ayuno no es que sea sobrenatural, es del todo natural y tiene su química, su técnica, que consiste en que después del tercer día cesa el hambre y el cuerpo comienza a alimentarse de sus propias reservas, pero no puede ser extendido a más de cuarenta días porque vendría la muerte. Cuarenta días es lo que aproximadamente dura vivo un glóbulo rojo, esa es la explicación de cómo naturalmente no sólo Nuestro Señor sino también Moisés y muchos en el Antiguo Testamento hicieron ese ayuno. Imitación de ese ayuno es la parodia del Ramadán de los musulmanes, que vergüenza debería darnos. Ellos, en su error, son más firmes en sus tradiciones que nosotros los católicos. Lo que ahora nos presenta la Iglesia como ayuno es muy mitigado por la misma debilidad del ser humano; entonces hagamos esos ayunos mitigados y minimizados por esa condescendencia que tiene la Iglesia con sus hijos débiles, por lo menos tratar de cumplirlo, hacer el deber ya que en ese esfuerzo espiritual Dios se complace, nos hacemos más dignos y aceptos a Dios, es como una pequeña sonrisa que le da un bebé a su madre; hagámosle ese gesto, esa pequeña sonrisa a Dios a través de esas pequeñeces, de esos sacrificios, para que seamos más aceptos a Dios.

Satanás aprovecha entonces el momento crucial para tentar a Nuestro Señor Jesucristo y El
permite la tentación para darnos un ejemplo. Él hubiera podido sacar a patadas a este sinvergüenza, pero no, aceptó el reto y la humillación, y no lo sacó a patadas, sino que lo dejó, y no solamente lo dejó sino que permitió que lo llevase volando hasta el pináculo del monte donde le mostró todo el poder del mundo.

Qué humildad la de Nuestro Señor y qué gran ejemplo quería Él darnos en esta triple tentación, que a la Iglesia y a cada uno de nosotros nos llegará el día, la Iglesia será tentada de igual modo; ¿cuál era el objeto de esa tentación?, ¿por qué Satanás quería tentar a Nuestro Señor? Hay una sola explicación, la duda infernal que tenía el demonio de saber si ese Cristo era o no era Dios; por eso le tienta, porque si él supiera que era Dios jamás lo tentaría, pavor le daría; y si supiera que era un simple hombre tampoco le hubiera tentado, era uno más del montón.

¿Por qué tenía la duda Satanás? Simplemente porque él podía conjeturar con su inteligencia angélica que era Dios, pero no podía creer que era Dios, podía conjeturar naturalmente, pero sobrenaturalmente él no podía creer, por la sencilla razón de que los demonios y las almas condenadas no tienen fe y sin la fe ni los ángeles ni los hombres ni criatura alguna puede tener la certeza de que el hombre Jesús es Dios, solamente por la fe; y si se la tiene por conjetura como la tienen los protestantes, no es fe, es conjetura natural, pero no es producto de la fe porque la fe me la da Dios a través de la Santa Iglesia Católica, Apostólica y Romana, fuera de la cual no hay salvación. Ese es un dogma esencial que dicho sea de paso, es negado hoy por la jerarquía de la Iglesia.

¿Por qué negado? Negado por el ecumenismo que convalida todas las falsas religiones, en pie de igualdad, con derecho a salvación al igual que la Iglesia Católica, designio masónico judaico. Lo que la masonería y el judaísmo siempre han aborrecido ha sido que la Iglesia se proclame la única depositaría de la verdad, con absoluta exclusividad; eso no lo toleran el modernismo ni el progresismo ni la masonería judaica, ni lo tolera el liberalismo. Y de ahí el odio a la Tradición, a la Sacrosanta Tradición, de ahí el odio a la Iglesia y de ahí la grave responsabilidad de aquellos jerarcas que se asocian no a Cristo sino al Anticristo para impugnar los dogmas fundamentales de la religión Católica, Apostólica y Romana. Por eso nosotros somos los verdaderos católicos apostólicos romanos, porque guardamos la Tradición Católica, y Tradición Católica Romana con la Misa romana, con la Misa de San Pío V, que es la Misa romana, que es la Misa de los Papas de Roma; por eso el odio contra la Misa tridentina, contra la Misa llamada de San Pío V, la Misa de siempre que es la Misa romana, del rito romano y de ahí la gran persecución y el gran pecado de la jerarquía actual que se niega a reconocer eso y dicho sea de paso también, que Roma verbalmente ha negado esa condición.

La Roma actual, donde todo se permite menos ser católico, apostólico y romano íntegro y por eso la persecución a la Santa Misa romana tradicional, por parte de las más altas jerarquías de la Iglesia Católica, o lo que aparenta ser la Iglesia Católica, porque para ser Iglesia y pertenecer a la Iglesia Católica, Apostólica y Romana hay que ser fieles a Nuestro Señor, fieles a la Tradición, fieles a los apóstoles y ellos son infieles, desertores encubiertos bajo el título de la autoridad y de la investidura, cosas que no utilizan para Dios, sino para Satanás, desconociendo que toda autoridad viene de Dios; eso es dogma de fe, la autoridad no viene del hombre, ni aun en el orden natural y he ahí que con el nombre de Dios crucifican a Dios; esa es la Pasión de la Iglesia, que se sirve a Satanás y se cae en esa tercera tentación.

La primera tentación fue la de ofrecer el pan para saciar el hambre haciendo un milagro y así descubrir Satanás si era o no Dios, porque solamente Dios hace milagros; eso lo sabe bien el demonio, aunque él hace parodias y no milagros, aparentes milagros, prodigios, que no hay que confundir con milagros. Nuestro Señor le dice: "No sólo de pan vive el hombre..."; no seamos pancistas, no pensemos con la barriga sino con la cabeza. "No sólo de pan vive el hombre, sino de toda palabra que sale de la boca de Dios", ese es el verdadero pan de vida y que debe ser el pan nuestro de cada día, la palabra de Dios, sin tergiversaciones, sin compromisos, sin adulteraciones, como hoy se hace, adulterando la palabra de Dios, adulterando la verdad, adulterando el pan de vida que es la palabra de Dios ¡Cuan criminales son aquellos que hacen eso!

La segunda tentación, no estando satisfecho el motivo por el cual Satanás tentó a Nuestro Señor: le toma y lleva hasta el pináculo del templo donde le desafía a que se tire, pues escrito está que "no dejará Dios que tropiece con ninguna piedra y mandará a sus ángeles..." ¡Maldito el demonio que conoce al dedillo las Escrituras! Parecido a los protestantes, que no las conocen al dedillo, pero las conocen más que algunos católicos; aunque ese conocimiento tampoco sirva porque hay que darle el verdadero significado y Satanás aquí estaba invirtiendo el sentido.

Nuestro Señor pronto le replica con otro pasaje de la Escritura: "Escrito está: no tentarás al Señor tu Dios". Porque no hay que tentar a Dios exponiéndose al peligro, ponerse al borde del abismo y decir Dios me va a salvar; ponerme en ocasión de peligro y de pecado y decir Dios me va a socorrer. Eso es tentar a Dios y eso y eso es lo que hace el demonio, por lo que Nuestro Señor, lejos de revelarle su identidad, lo confunde más a Satanás, y el bandido, ya viéndose derrotado, no pudiendo sacarle palabra, expide diabólica y maquiavélicamente el último recurso, la tercera tentación: hacerse adorar como si fuese Dios; toma a Nuestro Señor y lo lleva a un monte muy alto desde donde le muestra el poderío de este mundo, manifestándose como el príncipe.

Nuestro Señor, quien le hubiera podido decir: "Este mundo no es tuyo, no seas mentiroso",
según comentan algunos Padres antiguos, Nuestro Señor le concedió que en cierta forma fuese el dueño o el príncipe de este mundo, que tenía dominio, poder; porque cuando él fue creado como ángel de luz tenía por encargo todo el cosmos y el universo reinante o por lo menos a su cargo la vía Láctea o el sistema solar, o simplemente esta tierra. Por tanto, como príncipe de este mundo pudo ofrecerle todo aquello, por el poder que, aunque caído, ostentaba como ángel.

Nuestro Señor, lejos de dejarse tentar por el poderío, las riquezas y el oro del mundo, le ordena: "Vade, Sátana; scriptum est enim: Dóminum Deum tuum adorábis, et illi soli sérvies" (Vete de aquí, Satanás, porque escrito está: Al Señor tu Dios adorarás, y sólo a El servirás). Y fue vencido el demonio, y los ángeles sirvieron a nuestro Señor.

Debemos tener presente esa triple tentación para no caer en ella, para que la Iglesia, al igual que Cristo, siendo el Cuerpo Místico de Cristo, no caiga tampoco en esa triple tentación, porque si miramos los acontecimientos vemos que está cayendo no ya en la primera y la segunda, sino casi en la tercera. Procurar pan, que la Iglesia sea la solución económica de los pobres, que la Iglesia sea una institución socioeconómica y no sea para proveer el pan de vida de la palabra de Dios, en eso se han convertido los progresistas; la teología de la liberación es producto ideológico de esa primera tentación.

La segunda tentación que Nuestro Señor se lance, se despoje, se tire al abismo. ¿Y es que no se ha tirado ya al abismo la Iglesia con el Concilio Vaticano II, despojando a la Iglesia de lo sacro, de lo santo, de lo sublime, para bajar al abismo del hombre y ser la religión, los derechos y la libertad del hombre? Despojar a la Iglesia de su Misa, de su culto, de sus Santos, arrojándose al abismo de lo mundano; ese es un hecho evidente para aquel que tenga un mínimo de fe.

Y la tercera tentación es la de adorar a Satanás por aceptar el imperio, el dominio, el poder, las riquezas de este mundo. ¿Acaso no vemos a la Roma de hoy embebida, maniatada con el poder del mundo sacrificando a Dios para terminar por adorar a Satanás y al Anticristo? ¿No es esa la obra que llevan a cabo hoy cuando persiguen a la Santa Tradición, cuando persiguen a Monseñor Lefebvre, y a Monseñor de Castro Mayer? Dos Obispos que quisieron permanecer fieles a Nuestro Señor.

Si yo tuviera una entrevista con el Papa o con un Cardenal, le diría: ¿A qué Iglesia pertenecen, a la de Cristo o a la del Anticristo, a la de Dios o a la de Satanás? Porque no hay término medio, mis estimados hermanos; la verdad es una y es indivisible: o se ama a Dios o se le odia; ese es el infierno, odiar a Dios. Y si ellos persiguen la Santa Misa romana y nos persiguen a nosotros, bienvenida sea esa persecución, pero sin ningún compromiso, sin componendas, para que muramos íntegros dando testimonio con nuestra sangre de la fidelidad a Nuestro Seño; allá ellos con su pecado, con su adoración a Satanás por los poderes de este mundo que da asco ver como se esgrime el poder en el Vaticano, para la gloria de este mundo y no para la gloria de Dios; por eso no sería ningún honor hoy pertenecer al cardenalato, tener grandes puestos, porque todo eso implica una corrupción, haberle vendido el alma al demonio, "todo esto te daré si de rodillas me adorares". Ellos han recibido del demonio ese poder de este mundo con sus reyes para adorarle y crucificar a Nuestro Señor.

¡Qué deicidio! Peor que el de los judíos. Eso nos lo debería hacer ver la fe y la meditación en este tiempo de Cuaresma que se inicia este domingo con la triple y fallida tentación, para que no caigamos en ella y sepamos mantenernos fieles a Cristo, a Dios y a la Santa Iglesia Católica, Apostólica y Romana.

Pidamos a Nuestra Señora, la Santísima Virgen María, el ser fieles como Ella ante la Pasión y la Crucifixión de Nuestro Señor. Mientras los demás apóstoles se fueron corriendo despavoridos, Juan estaba pegado a la falda de la Santísima Virgen María; que así estemos nosotros como San Juan, pegados a la falda de la Santísima Virgen María, Nuestra Señora, para permanecer de pie y firmes ante la segunda crucifixión de Nuestro Señor en su Cuerpo Místico, la Iglesia.

BASILIO MERAMO PBRO.