San Juan Apocaleta



Difundid Señor, benignamente vuestra luz sobre toda la Iglesia, para que, adoctrinada por vuestro Santo Apóstol y evangelista San Juan, podamos alcanzar los bienes Eternos, te lo pedimos por el Mismo. JesuCristo Nuestro Señor, Tu Hijo, que contigo Vive y Reina en unidad del Espíritu Santo, Siendo DIOS por los Siglos de los siglos.












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viernes, 20 de febrero de 2009

Pusillus Grex (Pequeño Rebaño)

Introducción

El tema del cual queremos hablar en el presente trabajo, está directa e íntimamente relacionado con la Crisis de la Hora Presente que sacude todos los estamentos de la vida humana y corroe todas las instituciones, tanto civiles como eclesiásticas: tales como la familia, la sociedad, el Estado y la Iglesia. No hay ámbito donde el flagelo del error, la mentira, el engaño o la impiedad no azoten de una u otra forma a la Humanidad

Hay una Crisis Mundial en todos los órdenes, social, político, financiero, económico, pero principal y fundamentalmente en el orden sobrenatural y religioso. Hay una crisis de la fe que sacude al mundo que otrora era cristiano y que se llamaba la Cristiandad, cuando los pueblos y los hombres se gobernaban según la ley del Evangelio. Este orden de cosas fue poco a poco decayendo a través de sucesivas revoluciones tales como: la Revolución del Renacimiento Pagano que sedujo a los hombres de letras y artes, bajo el ideal de un renacer de vida pagana, claro está aprovechando muchas cosas buenas y rescatables de la antigua Grecia y de Roma, pero el ideal del mundo pagano siempre fue vivir para gozar, en franca oposición con el ideal cristiano que consiste en vivir para merecer el cielo, mediante el sacrificio y la abnegación.

Después vino la Revolución Protestante que dividió la Cristiandad en dos, una vez que estaba abonada para la gran escisión religiosa que dividió a Occidente en Católicos y protestantes.

Luego vino la Revolución llamada Francesa, pero que en realidad fue una revolución universal auspiciada por la judeo-masonería para proclamar la autonomía o independencia del hombre en todos los órdenes, tanto en el natural como en el sobrenatural. De aquí que también se la pueda llamar la Revolución Liberal por antonomasia al usurpar a la libertad su nombre para enarbolar la revolución, endiosando al hombre al liberarlo del dominio de Dios.

El Liberalismo niega (o no quiere sufrir) el dominio de Dios sobre el hombre, niega la sujeción y dependencia del hombre a Dios, dueño y Señor del universo.
Luego vino como un producto y consecuencia del liberalismo, la Revolución Socialista (marxista o comunista), proclamando abiertamente el odio a Dios, a Cristo y a su Iglesia, confesándose atea bajo la inspiración de Satanás.

Se habla por último de la IV Revolución, que en realidad sería la V, pero poco importa, lo cierto es que con ella se quiere llegar a la más profunda y terrible degradación del ser humano donde la misma realidad del hombre y de las cosas queda ultrajada en su esencia o naturaleza.

Pero como si todo esto fuera poco, hay que reconocer el influjo, sobre la Iglesia, de todas estas revoluciones, que son más bien etapas de una sola y una gran Revolución Universal que lleva en su seno el grito furioso del primer e irrevocable «Non Serviam» (No Serviré) que pronunciaron los ángeles malditos que fueron arrojados a las eternas llamas del fuego del infierno.

La Iglesia como Institución divina y humana, no deja de verse afectada sobre todo en nuestra época por los males que disuelven al hombre y a la sociedad. La parte humana de la Iglesia está hoy afectada profundamente por los males que aquejan al siglo. La Revolución entró en la Iglesia y la destruye y corrompe desde dentro. Este fenómeno se institucionaliza con el Concilio Vaticano II que fue una verdadera revolución dentro de la Iglesia. El que no lo quiera ver o busque justificaciones está fuera de la realidad de los hechos y cierra sus ojos a la verdad. Los hechos están a la vista y no se puede no querer verlos. ¿Cómo un Concilio puede destruir la Iglesia y socavar la fe? Es una pregunta que esperamos poder contestar a quien lea nuestra exposición, y se pueda situar así dentro del contexto histórico actual, lo cual exige una Metafísica y una Teología de la Historia que sirvan de principios para poder interpretar los tiempos que vivimos, a la luz no sólo de la historia, sino también de la Revelación, sin la cual no se puede barruntar el Misterio de Iniquidad que se sirve de la Revolución y que culminará en el Anticristo.

La Revolución, anticristiana por definición, es la que dirige los hechos históricos nefastos por los cuales la humanidad y la Iglesia atraviesan. La historia en sí misma no logra explicar los hechos de que ella es testigo. De aquí la necesidad de una Teología de la historia que sitúe y explique el acontecer histórico de los hombres y que ilumine la Metafísica o Filosofía de la Historia, que busca sus motivos o causas últimas del acontecer humano.

Cuando hablamos de Metafísica o Filosofía de la Historia se quiere significar las causas últimas de la historia de orden natural; y cuando decimos Teología de la Historia, nos referimos a las causas últimas de la Historia según el orden sobrenatural, que incluye todo el Plan de Dios a la luz de la Revelación.

Así como el tiempo, no se explica sino por la eternidad y de ahí ese saber de los griegos que trascendía al tiempo y buscaba perpetuarse en la contemplación de la eternidad, en un tiempo circular, así la historia no se explica en la actual economía de la Divina Providencia, sin lo sobrenatural.

Creemos, así, que la importancia del tema queda expresada, y manifiesta la Crisis de Fe de la Hora Presente, que es una Crisis de la Iglesia o más exactamente de los hombres que gobiernan la Iglesia.

El título del presente trabajo «Pusillus grex» (Pequeño rebaño) viene a recordar esas palabras de San Lucas del capítulo 12 versículo 32, que señalan la reducción de la Iglesia a su mínima expresión a la cual será comprimida en los últimos tiempos, cuando los estragos de la Gran y Universal Apostasía eclipsarán la Iglesia, como si hubiese desaparecido, y pareciendo como si las puertas del infierno hubieran prevalecido sobre Ella. Solo el que tenga fe se salvará, pues el justo vive por la fe.

Crisis de la Fe y de la Iglesia

La Crisis de Fe ha sido anunciada por las Sagradas Escrituras, y por lo mismo también la Crisis de la Iglesia, pues la fe es uno de los dos pilares en el que se apoya la Iglesia, ya que Santo Tomás dice: «Ecclesiae institutae per fidem et fidei sacramenta» (La Iglesia fundada en la Fe y en los Sacramentos de la fe, S. Th. III, q. 64, a2, ad3) o también cuando afirma: «Et quia Ecclesia fundatur in fide et sacramentis» (Y porque la Iglesia está fundada sobre la fe y los sacramentos, S. Th. Supl. q. 6, a6).

Es el mismo Jesucristo quién dice refiriéndose a su segunda venida: «Pero el hijo del hombre, cuando vuelva ¿hallará por ventura la fe sobre la tierra?» (Lc. 18 - 8). Comentando al respecto Mons. Straubinger expresa: «Obliga a una detenida meditación éste impresionante anuncio que hace Cristo, no obstante haber prometido su asistencia a la Iglesia hasta la consumación del siglo. Es el gran misterio que S. Pablo llama de iniquidad y de apostasía (II Tes.2) y que el mismo Señor describe muchas veces, principalmente en su gran discurso escatológico.»

San Pablo a su vez advierte a Timoteo y en consecuencia a todos nosotros: «Has de saber que en los últimos días sobrevendrán tiempos difíciles» (II Tim 3,1), pues habrá: «hombres de entendimiento corrompido, réprobos en la fe». (II Tim 3, 8).

En su segunda carta a los Tesalonicenses, San Pablo señala: «Nadie os engañe en manera alguna, porque primero debe venir la apostasía y hacerse manifiesto el hombre de iniquidad, el hijo de perdición; el adversario, el que se ensalza sobre todo lo que se llama Dios o sagrado, hasta sentarse él mismo en el templo de Dios, ostentándose como si fuera Dios» (II Tes. 2, 3-4).

Sobre lo cual comenta Mons. Straubinger: «Es decir que la apostasía ha de preceder al hombre de iniquidad, como culminación del ‘misterio de iniquidad’ (v.6) y clima favorable a la desembozada aparición del v.8 (S. Tomás, Estio, C.a Lapide, S. Belarmino, Suárez, etc). Nadie niega que la apostasía (Luc. 18,8) ha comenzado ya (cf. v.7)), no sólo en los ambientes intelectuales, sino también en los populares, lo que Pío XI caracterizaba como el gran escándalo de nuestro tiempo. Lo peor es que los apóstatas en gran parte se quedan dentro de la Iglesia (II Tim 3, 1-5; cf. I, Juan 2,18 s.) e infectan a otros.» (Nota 3 s. II Tes 2,3).

Sobre la apostasía general o pérdida universal de la fe, Mons. Straubinger advierte: «La apostasía general no debe llenarnos de pasmo, pues es anunciada por Jesucristo y por los apóstoles como antecedente del Anticristo y preludio del triunfo de nuestro Redentor (véase 12, 12 y nota). Siempre quedará un pequeño grupo de verdaderos y fieles cristianos, la ‘pequeña grey’ (Luc. 12,32), aún cuando se haya enfriado la caridad de la gran mayoría (Mat. 24,12) al extremo de que si fuera posible serían arrastrados aún los escogidos (Mat. 24,24).» (Nota 3 del Ap. 13).

En el discurso esjatológico Jesús nos advierte de la gran tribulación que tendrá lugar en los últimos tiempos ya próxima su Parusía: «Cuidaos que nadie os engañe. Porque muchos vendrán bajo Mí nombre diciendo: ‘Yo soy el Cristo’ y a muchos engañarán. Oiréis también hablar de guerras y rumores de guerras. ¡Mirad que no os turbéis! Esto, en efecto, debe suceder, pero no es todavía el fin. Porque se levantará pueblo contra pueblo, reino contra reino, y habrá en diversos lugares hambres y pestes y terremotos. Todo esto es el comienzo de los dolores.

Después os entregarán a la tribulación y os matarán y seréis odiados de todos los pueblos por causa de mi nombre. Entonces se escandalizarán muchos, y mutuamente se traicionarán y se odiarán. Surgirán numerosos falsos profetas que arrastrarán a muchos al error; y por efecto de los excesos de la iniquidad, la caridad de los más se enfriará. Más el que persevere hasta el fin, ése será salvo» (Mat. 24, 4-13). Sobre esto comenta Mons. Straubinger con gran sabiduría: «Nótese que Jesús, fundador de la Iglesia, no anuncia aquí su triunfo temporal entre las naciones, sino todo lo contrario: cf. Luc. 18,8; II Tes. 2,12.» (Nota 12 Mat. 24,12).

Esto es lo mismo que vaticinó el gran Donoso Cortés en: «Ensayo sobre el Catolicismo, el Liberalismo y el Socialismo», sobre el triunfo natural del mal y del triunfo sobrenatural del bien: «Ego veni in nomine Patris mei, et non accipitis me: si alius venerit in nomine suo, illum accipietis (Io 5, 43) «Yo he venido en el nombre de mi Padre, y no me recibís; si otro viniere en su propio nombre, a ese lo recibiréis» (Jn 5,43). En estas palabras está anunciado el triunfo natural del error sobre la verdad, del mal sobre el bien. En ellas está el secreto del olvido en que tenían puesto a Dios todas las gentes, de la propagación asombrosa de las supersticiones paganas, de las hondas tinieblas tendidas por el mundo, así como el anuncio de las futuras crecientes de los errores humanos, de la futura disminución de la verdad entre los hombres, de las tribulaciones de la Iglesia, de las persecuciones de los justos, de las victorias de los sofistas, de la popularidad de los blasfemos. En aquellas palabras está como encerrada la historia, con todos los escándalos, con todas las herejías, con todas las revoluciones. (...) En esas palabras, verdaderamente maravillosas, está el secreto de todo lo que nuestros padres vieron, todo lo que verán nuestros hijos, de todo lo que vemos nosotros... ‘El hijo será puesto en la cruz y atraerá a sí todas las cosas’; ahí está la promesa salvadora del triunfo sobrenatural de la verdad sobre el error, del bien sobre el mal, promesa que será del todo cumplida al fin de los tiempos. (...) Ahí está el sobrenaturalismo católico con su infinita fecundidad y con sus maravillas inenarrables; ahí está explicado, sobre todo, el triunfo de la cruz, que es el mayor y el más inconcebible de todos los portentos. En efecto: el cristianismo, humanamente hablando, debía sucumbir, y era necesario que sucumbiera; debía sucumbir, lo primero porque era la verdad; lo segundo, porque tenía en su apoyo testimonios elocuentísimos, milagros portentosos y pruebas irrefragables. Jamás el género humano dejó de rebelarse y de protestar contra todas esas cosas separadas, y no era probable, ni creíble, ni imaginable siquiera, que dejara de rebelarse y de protestar contra todas ellas juntas; y de hecho estalló en blasfemia, y en protestas, y en rebeldías.» (Obras Completas t. II Ed. BC Madrid 1970. p. 533 - 534).

Por eso la furia diabólica de Satanás y de todos sus secuaces contra la Santa Misa de Siempre, la Misa Católica, que es la máxima expresión del sacrificio de la Cruz renovada incruentamente sobre los altares. San Alfonso María de Ligorio dice rotunda y proféticamente: «La Misa es el mejor y el más bello tesoro de la Iglesia... Por esto el demonio ha buscado siempre quitar del mundo este santo sacrificio por medio de los herejes, estableciéndolos precursores del Anticristo, el cual antes que todo, se esforzará en abolir y abolirá, en efecto el santo sacrificio del altar, para castigo de los pecados de los hombres, según la predicción de Daniel: ‘Robur autem datum est ei contra juge sacrificium, propter peccata’, Dan. 8,12» Y le fue dada fuerza contra el sacrificio perpetuo por los pecados, Dan. 8, 12 . (Oeuvres Complètes t. II, La Messe et L’Office p. 3).

Del mismo tenor es lo que sobre éste sujeto dice Dom Gueranger y que, Dom Guillou en el epílogo de su libro cita: «Si el sacrificio de la misa se extingue no tardaríamos en recaer en el estado depravado en el que se encontraban los pueblos manchados por el paganismo, y tal será la obra del Anticristo; tomará todos los medios para impedir la celebración de la santa misa, a fin que este gran contrapeso sea abatido y que Dios ponga fin entonces a todas las cosas no teniendo más razón de hacerlas subsistir.» (Le Canon Roman et la Liturgie Nouvelle, Ed. Fideliter 1989 p. 149).

Prosiguiendo con el discurso esjatológico, Jesucristo nos advierte: «Cuando veáis, pues, la abominación de la desolación, predicha por el profeta Daniel, instalada en lugar santo -el que lee, entiéndalo-, entonces los que estén en Judea, huyan a lo montanas... Porque habrá, entonces, grande tribulación, cual no hubo desde el principio del mundo hasta ahora ni la habrá más. Y si aquellos días no fueran acortados, nadie se salvaría; más por razón de los elegidos serán acortados esos días.» (Mt. 24, 15 - 22).

Santo Tomás al comentar este pasaje sobre la gran tribulación afirma que ésta será de orden doctrinal, o sea por causa de la corrupción de la doctrina católica: «Erit tunc tribulatio Magna, quia erit perversio doctrinae christianae per falsam doctrinam. Et nisi essent dies breviati, scilicet documento doctrinae, per additamenta verae doctrinae, non fieret salva omnis caro, idest omnes converterentur ad falsam doctrinam» (In Mat. c.24 Ed. Marietti, Taurini, 1925 p. 318). (Habrá entonces una gran tribulación, porque habrá una perversión de la doctrina cristiana, por causa de una falsa doctrina. Y si no fuesen abreviados los días, a saber con el testimonio de la doctrina, a causa de la reiteración de la verdadera doctrina, nadie se salvaría, pues todos se convertirían a la falsa doctrina).

También San Jerónimo, mucho antes, comentando el mismo capítulo 24 de San Mateo donde se habla de la abominación de la desolación y de la gran tribulación, dijo: «Abominatio desolationis intélligi potest et omne dogma pervérsum: quod cum viderímus stare in loco sancto, hoc est in Ecclésia, et se osténdere Deum, debémus fúgere de Judáea ad montes, hoc est, dimíssa occidénte littera et Judáica pravitáte, appropinqúare móntibus aetérnis, de quibus illuminat mirabíliter Deus.» (Por la abominación de la desolación, también se puede entender el dogma corrompido. Cuando la hayamos visto establecida en lugar santo, es decir en la Iglesia, y presentarse como Dios, debemos huir de Judea hacia las montañas, o sea, dejar la letra que mata y la perfidia judaica para aproximarnos a los montes eternos de donde Dios irradia su admirable luz. Breviarium Pars Autumnalis Dominica XXIV In III Nocturno lectio IX).

Con esto San Jerónimo y Santo Tomás manifiestan que la Gran Tribulación consiste esencialmente en la adulteración de la verdadera Religión, en el socavamiento de la Religión Católica, ni más ni menos, por si fuera poco. Y esto será la obra de los falsos profetas y de los malos pastores que desde dentro de la Iglesia la destruyen como advirtió el Papa San Pío X: «Lo que sobretodo exige de Nos que rompamos sin dilaciones el silencio, es la circunstancia de que al presente no es menester ya buscar a los fabricadores de errores entre lo enemigos declarados: se ocultan y esto es precisamente objeto de grandísima ansiedad y angustia, en el seno mismo y dentro del corazón de la Iglesia. Enemigos, a la verdad, tanto más perjudiciales, cuanto lo son menos declarados. Hablamos, Venerables hermanos de un gran número de católicos seglares y, lo que es aún más deplorable, hasta sacerdotes, los cuales, so pretexto de amor a la Iglesia, faltos en absoluto de conocimientos, serios en Filosofía y Teología, e impregnados, por el contrario, hasta la médula de los huesos de venenosos errores bebidos en los escritos de los adversarios del Catolicismo, se jactan, a despecho de todo sentimiento de modestia, como restauradores de la Iglesia, y en apretada falange asaltan con audacia todo cuanto hay de más sagrado en la obra de Jesucristo, sin respetar la propia persona del divino Reparador, que rebajan, con sacrílega temeridad, a la categoría de simple y puro hombre. Tales hombres podrán extrañar verse colocados por Nos entre los enemigos de la Iglesia; pero no habrá fundamento para tal extrañeza en ninguno de aquellos que, prescindiendo de intenciones, reservadas al juicio de Dios, conozcan sus doctrinas y su manera de hablar y obrar. Son seguramente enemigos de la Iglesia, y no se apartará de lo verdadero quien dijera que Esta no los ha tenido peores. Porque, en efecto, como ya se notó, ellos traman la ruina de la Iglesia, no desde fuera, sino desde dentro: en nuestros días el peligro está casi en las entrañas mismas de la Iglesia y en sus mismas venas; y el daño producido por tales enemigos es tanto o más inevitable cuanto más a fondo conocen a la Iglesia. Añádanse que han aplicado la segur, no a las ramas ni tampoco a débiles renuevos, sino a la raíz misma, esto es a la fe y a sus fibras más profundas. Más una vez herida esta raíz de vida inmortal, pasan a hacer circular el virus por todo el árbol y en tales proporciones, que no hay parte alguna de la Fe católica donde no pongan su mano, ni ninguna que no se esfuercen por corromper» (Encíclica Pascendi 8/IX 1907).

Falsos Profetas y Pastores

Es nuestro Señor Jesucristo mismo quién nos alerta sobre los falsos cristos y los falsos profetas que surgirán por doquier: «Porque surgirán falsos cristos y falsos profetas, y harán cosas estupendas y prodigios hasta el punto de desviar, si fuera posible, aún a los elegidos. ¡Mirad que os lo he predicho! (Mat. 24,24).

Y esto con el fin de destruir la fe y con la fe destruir la Religión y la Iglesia Católica Apostólica Romana. La única Religión verdadera, la única Iglesia verdadera, la única Fe verdadera, es adulterada por el ecumenismo falso y herético de nuestros días. La Masonería no puede aceptar que la Iglesia Católica se proclame como la única poseedora de toda la verdad, esto es lo que el relativismo subjetivista del mundo moderno no puede tolerar. Todo se tolera menos el dogmatismo de la verdad.

Se niega así la inmutabilidad de la doctrina de la Iglesia, de su magisterio infalible. Esto no solo por los enemigos declarados de la Iglesia, sino peor aun por aquellos que encargados de velar por la fe como el Cardenal Ratzinger Prefecto de la Fe, pone en duda la inmutabilidad del magisterio infalible de la Iglesia, lo cual es una herejía, tal como lo expresó Monseñor Lefebvre en una de sus últimas conferencias espirituales a los Seminaristas de Ecône del 8 y 9 de Febrero 1991, al comentar el artículo «Si si, No, no» del 15 de Enero 1991 en los siguientes términos: «Os invito a leer el denso artículo de fondo de ‘Si si, No no’ que ha salido hoy sobre el Cardenal Ratzinger. ¡Es espantoso! El autor del artículo, no se quién es porque siempre ponen un seudónimo, luego no se sabe quién es. Pero de todos modos, el artículo está muy documentado y concluye que el Cardenal es herético. El Cardenal Ratzinger es herético.»

Y la razón de esta herejía no es discutir si tal o cual Encíclica o Decreto es o no infalible sino que como bien señala Mons. Lefebvre: «No es esto lo que es grave en el Cardenal Ratzinger; lo grave es que él pone en duda la realidad misma del magisterio de la Iglesia. Pone en duda que hay un magisterio que sea permanente y definitivo en la Iglesia. Esto no es posible. El acomete contra la raíz misma de la enseñanza de la Iglesia, de la enseñanza del magisterio de la Iglesia. Ya no hay una verdad permanente en la Iglesia, verdades de fe, dogmas en consecuencia. ¡Se acabaron los dogmas en la Iglesia! ¡Esto es radical! ¡Evidentemente esto es herético, está claro! Es horroroso, pero es así.»

San Pablo dice a Timoteo advirtiendo sobre los falsos doctores: «Sin embargo, el Espíritu dice claramente que en posteriores tiempos habrá quienes apostatarán de la fe, prestando oídos a espíritus de engaño y a doctrinas de demonios, por hipócritas impostores» (I Tim. 4,1).

El apóstol San Judas recuerda también: «Vosotros, empero, carísimos, acordaos de lo que os ha sido preanunciado por los apóstoles de nuestro Señor Jesucristo, que os decían: ‘En el último tiempo vendrán impostores que se conducirán según sus impías pasiones’.» (v. 17 y 18).

En San Mateo también se nos previene sobre los falsos profetas: «Guardaos de los falsos profetas, los cuales vienen a vosotros disfrazados de ovejas, mas por dentro son lobos rapaces. Los conoceréis por sus frutos» (Mat. 7,15). Y Mons. Straubinger comenta: «Jesús como buen Pastor nos previene aquí bondadosamente contra los lobos robadores, cuya peligrosidad estriba principalmente en que se presentan no como antirreligiosos, sino al contrario ‘con piel de oveja’, es decir, ‘con apariencia de piedad’ (II Tim 3,5) y disfrazados de servidores de Cristo (II Cor 11, 12 ss.).» (Nota 15. Mt 7,15).

En la nota 5 de II Tim 3,5 Mons. Straubinger asocia el misterio de iniquidad con los falsos profetas y el Anticristo: «Lo que hace más peligrosos a los falsos profetas es precisamente esta característica de que no se presentan como defensores del mal ‘sino con piel de oveja’ (Mt. 7, 15; I Tim. 4,3). San Pablo enseña que ya está obrando ese ‘misterio de iniquidad’ (II Tes. 2,7) que sólo aparecerá sin disimulo cuando se presente triunfante el Anticristo.»

San Pablo fustiga a los falsos ministros de Cristo advirtiendo: «Porque los tales son falsos apóstoles, obreros engañosos que se disfrazan de apóstoles de Cristo. Y no es de extrañar, pues el mismo Satanás se disfraza de ángel de luz.» (II Cor. 11, 13-14).

Los que predican otro Evangelio fuera del tradicional como los modernistas están ya condenados por el Apóstol cuando reprocha con ironía: «Porque si alguno viene y predica otro Jesús al que nosotros hemos predicado, o si recibís otro Espíritu que el que recibisteis, u otro Evangelio que el que abrazasteis, bien lo toleraríais, y yo estimo que en nada soy inferior a tales súper apóstoles.» (II Cor. 11, 4). A lo cual Mons. Straubinger comenta: «Bien lo tolerarías. Es exactamente lo que dice Jesús en Juan 5, 43 para mostrar que los falsos profetas son mejor recibidos que los verdaderos. Súper apóstoles: Claro está que San Pablo habla con ironía, y no se refiere en manera alguna a Pedro, Santiago y Juan como algunos han pensado, sino a sus jactanciosos adversarios, los falsos apóstoles (v. 13), según lo confirma todo el contexto, vemos aquí como muchos otros pasajes, el gran peligro de apartarse de la primitiva y verdadera tradición apostólica, sobre todo si perdemos la primitiva sencillez propia de Cristo (v. 3), para caer en manos de los falsos Apóstoles.» (Nota 4 s de II Cor. 11,4).

El argumento más contundente en favor de la Tradición en contra de toda innovación o cambio que adultera la fe y la religión lo tenemos cuando San Pablo escribe a los Gálatas: «Pero, aún cuando nosotros mismos, o un ángel del cielo os predicase un Evangelio distinto del que os hemos anunciado, sea anatema. Lo dijimos ya, y ahora vuelvo a decirlo: Si alguno os predica un Evangelio distinto del que recibisteis, sea anatema.» (Gal. 1, 8.9).

Con gran sabiduría y tino comenta Mons. Straubinger este pasaje: «El Evangelio no debe ser acomodado al siglo so pretexto de adaptación. La verdad no es condescendiente sino, intransigente. El mismo Señor nos previene contra los falsos Cristos (Mat. 24, 24), los lobos con piel de oveja (Mat. 7, 15 etc.), y también San Pablo contra los falsos apóstoles de Cristo (II Cor. 11, 13) y los falsos doctores con apariencia de piedad (II Tim. 3, 1-5). Es de admirar la libertad de espíritu que el Apóstol nos impone de decirnos que ni siquiera un ángel debe movernos de la fe que él enseñó a cada uno con sus palabras inspiradas.» (Nota 8 Gal. 1,8).

Adaptar el evangelio al mundo como hizo desgraciadamente el Concilio Vaticano II bajo la divisa de aggiornamento (puesta al día) es un error condenado por la Iglesia. Luego quienes predican esta adaptación son falsos profetas, falsos pastores, falsos apóstoles, son lobos con piel de oveja. San Pablo mismo señala el antagonismo entre Cristo y el Mundo, entre la Iglesia y el Mundo cuando dice: «gracias a vosotros y paz de parte de Dios, Padre nuestro, y del Señor Jesucristo, el cual se entregó por nuestros pecados, para sacarnos de este presente siglo malo.» (Gal. 1, 3-4).
Y comenta al respecto, con profundo sentir y pensar católico, Mons. Straubinger: «Este siglo malo: Es ésta una de las orientaciones básicas de la espiritualidad que nos enseña la Escritura en oposición al mundo. Jesús nos la hace recordar continuamente al darnos la afanosa petición del Padre nuestro: ‘venga tu Reino’ (Mat. 6,10), protesta ésta que los cristianos del siglo I parafraseaban diciendo en la Didajé, al rogar por la Iglesia: ‘reúnela santificada en tu Reino... Pase este mundo, venga la gracia’. ‘Este mundo’ es pues este siglo malo con el cual no hemos de estar nunca conformes (Rom. 12,2), porque en él tiene su reino Satanás (Juan 14, 30 y nota); en él serán perseguidos los discípulos de Cristo (Juan 15, 18 y nota) y en él la cizaña estará ahogando el trigo hasta que venga Jesús (Mat. 13, 30) y no encuentre la fe en la tierra (Luc 18,8); pues El no vendrá sin que antes prevalezca la apostasía y se revele el Anticristo (II Tes. 2,3 ss), a quien Jesús destruirá con la manifestación de su Parusía (Ibid. 8). (...) Tal es la dichosa esperanza del cristiano (Tito 2,13) sin la cual nada puede satisfacerle ni ilusionarle sobre el triunfo del bien (Apoc. 13,7 16,9 y 11). Tal es lo que el Espíritu Santo y la Iglesia novia dicen y anhelan hoy, llamando al Esposo: ‘El Espíritu y la novia dicen: Ven... Ven Señor Jesús’ (Apoc. 22, 17 y 20), mientras lo aguardamos con ansia en este siglo malo, llevando según San Pedro, las esperanzas proféticas como antorcha que nos alumbra en este ‘lugar obscuro’ (II Pedr. 1, 19).» (Nota 4, Gal. 1,4).

El antagonismo entre Cristo y el Mundo lo manifestó nuestro Señor mismo al decir a sus discípulos: «Si el mundo os odia, sabed que me ha odiado a Mí antes que a vosotros. Si fuerais del mundo, el mundo amaría lo suyo, pero como vosotros no sois del mundo porque Yo os he entresacado del mundo- el mundo os odia» (Jn. 15, 18-19).

Está claro que el que se acomoda al mundo, el que es aplaudido por el mundo, no es de Cristo ni de su Iglesia sino que es un falso discípulo. San Pablo nos exhorta así a no acomodarnos o configurarnos al mundo, en contra de lo que Vaticano II y sus profetas nos enseñan: «Y no os acomodéis a este siglo, antes transformaos, por la renovación de vuestra mente, para que experimentéis cuál sea la voluntad de Dios.» (Rom. 12,2). Esta es la gran divisa antiliberal lanzada por San Pablo: Nolite conformari huic saeculo, opuesta a la divisa ecumenista del aggiornamento.

Para aquellos que se esfuerzan en ser optimistas rehuyendo del pesimismo, dos conceptos que no dicen mucho, pues en el orden natural hay que ser realistas, ver las cosas tal cual son, y en el orden sobrenatural lo que importa es la esperanza no al optimismo, les recordamos lo que dice Mons. Straubinger al comentar el versículo 3 y siguientes de la 1ª carta a los Tesalonicenses del capítulo 5 donde San Pablo dice: «Cuando digan: Paz y seguridad, entonces vendrá sobre ellos de repente la ruina, como los dolores del parto a la que está en cinta; y no escaparán.» Y explicita el comentarista: «Paz y seguridad ha sido siempre a través de toda la Biblia, el mensaje de los falsos profetas, cuyo éxito, superior al de los verdaderos, se funda precisamente en ese agradable optimismo (véase la introducción general a los Libros Proféticos). De ahí que el que ignora las profecías bíblicas fácilmente vive en la ilusión, no percibe el sentido trágico de la vida presente, ni el destino tremendo a que marchan las naciones.»

En la introducción aludida se lee: «EL profeta de Dios se distingue del falso por la veracidad y por la fidelidad con que transmite la Palabra del Señor. Aunque tiene que anunciar a veces cosas duras: ‘cargas’; está lleno del espíritu del Señor, de justicia y de constancia, para decir a Jacob sus maldades y a Israel su pecado (Miq. 3.8). El falso al revés, se acomoda al gusto de su auditorio, habla de ‘paz’ es decir, anuncia cosas agradables, y adula a la mayoría, porque esto se paga bien. El profeta auténtico es universal, predica a todos, hasta a los sacerdotes; el falso, en cambio, no se atreve a decir la verdad a los poderosos, es muy nacionalista, por lo cual no profetiza contra su propio pueblo ni lo exhorta al arrepentimiento. Por eso los verdaderos profetas tenían adversarios que los perseguían y martirizaban (véase lo que el mismo Rey Profeta dice a Dios en el salmo 16, 4): los falsos, al contrario, se veían rodeados de amigos, protegidos por los reyes y obsequiados con enjundiosos regalos. Siempre será así: el que predica los juicios de Dios, puede estar seguro de encontrar resistencia y contradicción, mientras que aquel que predica ‘lo que gusta a los oídos’ (II Tim. 4,3) puede dormir tranquilo: nadie le molesta, es un orador famoso. Tal es lo que está tremendamente anunciado para los último tiempos, los nuestros (I Tim. 4, 1 ss: II Tim. 3,1 ss: II Pedr. 3, 3 s.; Judas 18; Mat. 24, 11). Jesús nos previene amorosamente como Buen Pastor, para que nos guardemos de tales falsos profetas y falsos pastores, advirtiéndonos que los conoceremos por sus frutos (Mat. 7, 16). Para ello los desenmascara en el almuerzo del fariseo (Luc. 11, 37-54) y en el gran discurso del templo (Mat. 23), y señala como su característica, la hipocresía (Luc. 12, 1), esto es, que se presentarán no como revolucionarios antirreligiosos, sino como ‘lobos con piel de oveja’ (Mat. 7, 15). Su sello será el aplauso con que serán recibidos. (Luc. 6, 26), así como la persecución será el sello de los profetas verdaderos (ibid 22. ss).» (Introducción Libros Proféticos Mons. Straubinger).
El P. Castellani también dice al respecto: «Cristo previno muchas veces contra los Seudoprofetas que son simplemente los herejes; y los doctores, poetas, moralistas -que estas tres cosas eran los profetas hebreos- de la impiedad; y predijo que en los últimos tiempos los habría a bandadas. Siempre ha habido en la historia de la Iglesia quienes ‘viniendo a vosotros con vestidura de oveja por dentro son lobos rapaces’, como los describió Cristo; es decir, vienen con vestidura de pastores, los cuales suelen usar zamarras o pellizas de piel de oveja. Todos los herejes han tomado una parte de la doctrina de Cristo; y exagerándola la han convertido en una deformidad y en un veneno; muchos de ellos han tenido apariencias de hombres píos, benéficos y altruistas; y han sido hábiles en manejar las grandes palabras que -diferentes en cada época- conmueven el corazón del pueblo, como Libertad, Igualdad, Fraternidad, Democracia, Justicia, Compañerismo, Paz, Prosperidad y toda la letanía. Contra ellos no es muy fácil precaverse. ‘Por sus frutos los conoceréis’, repite Cristo. Las obras no mienten.(...) Los Seudoprofetas siempre prometen cosas fáciles y halagüeñas: de eso viven; y medran. Esa es la nota que Isaías y Jeremías enrostran a sus falsificadores y perseguidores: que son aduladores, simplemente; de la estirpe de los sycofantes que tan bien caracterizó Platón en el Fedro y El Sofista. Es fácil prometer mil años de paz, un viaje al planeta Marte - donde el clima es mejor y hay grandes yacimientos de uranio- y la prolongación de la vida hasta los 150 años por medio de la penicilina. (...) Un sacerdote no puede admirar la ‘técnica’ moderna de un modo incondicional, ni adularla para quedar bien con las muchedumbres o aparecer como hombre adelantado y ‘de su tiempo’. Al contrario, debe mirarla con cierta sospecha, puesto que en el Apokalipsis están preanunciados los falsos milagros del Anticristo, los cuales se parecen singularmente a los ‘milagros’ de la Ciencia actual. ‘La Segunda Bestia, la Bestia de la Tierra, pondrá todo su poder al servicio de la Primera, la Bestia del Mar; y la facultará para hacer prodigios estupendos, de tal modo que podrá hacer bajar fuego del cielo sobre sus enemigos...’. Eso ya lo conocemos, eso ya está inventado. No sabemos quién será esa llamada ‘Bestia de la Tierra’ pero sabemos que el Profeta la describe como teniendo poder para hacer prodigios falaces por un lado; y por otro, con un carácter religioso también falaz, puesto que dice que ‘se parecería al Cordero, pero hablaba como el Dragón’. Esa potestad o persona particular que será aliada del Anticristo y lo hará triunfar será el último Seudoprofeta, por lo tanto. Y por sus frutos habrá que conocerlo; porque sus apariencias serán de Cordero. Pero se podría decir: ‘Si hemos de conocer el árbol por sus frutos dañinos ¿no será ya demasiado tarde, por que el daño ya está hecho? ¿Acaso sirve de algo conocer los hongos venenosos después que uno los ha comido, por sus efectos? ¿No es mejor conocerlo por sí mismo, por sus hojas y su forma? Y de hecho ¿no conoce así la Iglesia a las herejías, por medio de sus teólogos y doctores, confrontándolas con la doctrina tradicional, y rechazándolas en cuanto se apartan de ella?’ Eso es verdad; pero se aplica a las herejías antiguas, no a las nuevas. La elaboración de la ortodoxia se ha hecho poco a poco; y justamente en la lucha multiforme con nuevas y nuevas herejías. Ahora es fácil conocer a un arriano, un macedoniano, o un protestante; no así cuando aparecieron. Cuando una herejía es nueva, el ‘catecismo’ no basta: de aquí la necesidad que los sacerdotes estudien; y que los doctores de la fe lean los libros heterodoxos; lo cual no es ninguna diversión, sino una ímproba labor, y hasta un ‘martirio’, como dijo Santo Tomás. La herejía actual que se está constituyendo ante nuestros ojos, consistente en definitiva en la adoración del hombre y ‘las obras de sus manos’, no es fácilmente discernible a todos; porque pulula de falsos profetas.» (El Evangelio de Jesucristo, Ed. Dictio, Buenos Aires, 1977 p. 277-278 - 279 - 280).

Así, sin optimismos ilusos, ni pesimismos estériles, afrontemos la realidad, pues como señala además el P. Castellani: «El talante del cristianismo no es Pesimismo; menos aún es el Optimismo beato de la filosofía iluminística, el famoso ‘Progreso Indefinido’.» (El Apokalypsis, Ed. Paulinas Buenos Aires 1963, p 151-152).

Mantengámonos pues, alertas, vigilantes, tal como San Pablo lo manifiesta: «Por lo tanto, no durmamos como los demás; antes bien, velemos y seamos sobrios.» (I Tes. 5, 6). Y esto examinándolo todo a la luz de la fe no tragando entero sin masticar y digerir las cosas pues la estulticia o la bobería es un pecado, antes bien con el don de sabiduría, de inteligencia y de ciencia del Espíritu Santo, escudriñemos la verdad y rechacemos valiente y enérgicamente el error, pues como dice San Pablo: «No apaguéis el Espíritu. No menospreciéis las profecías. Examinadlo todo y quedaos con lo bueno.» (I Tes. 5, 19-21). Esto no es orgullo como presumen algunos mistongos que quieren pasar por beatos y caen en la mojigatería o beatería (caricatura de la piedad), pues como Mons. Straubinger muestra: «No es que debamos hacernos jueces de la conducta del prójimo (Mat. 7, 1 ss) sino que, tratándose de doctores que pretenden ser creídos en su doctrina, hemos de examinar si tienen o no el espíritu de Dios (I Juan 4, 1: I Tes. 5, 21), ya que Jesús nos dice que nos guardemos de los falsos profetas (Mat. 7, 15), lo cual significa que nos dará las luces necesarias para conocerlos si es que somos rectos en nuestra conciencia; pues los que rechazan el amor de la verdad son abandonados a la seducción del engaño para que se pierdan (II Tes. 2, 10 s).» (Nota 22, Jud.). Pidamos así a la Tercera y augusta Persona de la Santísima Trinidad el don más excelso que se nos pueda dar, el don de Sabiduría del Espíritu Santo.

Segunda Crucifixión

Nuestro Señor Jesucristo fue crucificado por primera vez en el Calvario, y hoy lo está siendo por segunda vez, no ya en su cuerpo físico, sino en su cuerpo místico, en su Iglesia. Lo cual nos hace pensar en la pasión de la Iglesia, de donde saldrá acrisolada una vez superada la dura prueba.
Esto explica las tinieblas densas que invaden y cubren la Iglesia con la confusión y el error sentando cátedra. Así se explica el ultraje que sufre la Iglesia y el abandono aparente de la Fuerza de Dios.

La Iglesia aparece, así, como arrugada y manchada, avejentada, y en vez de ser luz y sol del mundo, irradiando su esplendor por doquier, se la ve eclipsada, apagada.

La Iglesia que es por definición congregación (reunión o asamblea) de los fieles dispersos por la faz de la tierra, se la ve hoy disgregada, sin cohesión doctrinal ni moral ni de culto. Todo presagia que hay una gran y profunda escisión, una ruptura con la Tradición sacrosanta e infalible de la Iglesia que transmite el Depósito de la Fe desde el origen (principio o inicio) hasta el fin de los tiempos.

Ruptura que prepara ciertamente la aparición del Anticristo, el hombre de pecado, quien consolidará la Apostasía y en quien culminará el Misterio de Iniquidad, teniendo a su favor todas las artes (artilugios) del Pseudoprofeta, quien con apariencia de cordero, adultera la religión y la Iglesia para ponerla a los pies del Anticristo, que se hará adorar como si fuera Dios en el Templo, colmándose así, la abominación de la desolación en lugar santo.

El gran San Agustín con preclara y profunda visión llegó a decir que la Iglesia parecerá envejecida al fin de los tiempos, como veremos en el siguiente pasaje que trae, comentando el Tiempo de Pentecostés en su Misal, el gran liturgista benedictino Dom Gaspar Lefebvre, en relación a la crucifixión de la Iglesia: «Por fin Jesús termina su vida con el sacrificio del Gólgota, seguido muy pronto del triunfo de su resurrección; y la Iglesia, lo mismo que su divina cabeza, se verá entonces vencida y clavada en cruz, aunque ella ganará la victoria decisiva. ‘El cuerpo de Cristo, que es la Iglesia, lo mismo que el cuerpo humano, fue en su tiempo joven, aunque al fin del mundo tendrá una apariencia de caducidad’ (San Agustín).» (Misal Diario 4ta Edición Desclée De Brouwert, Brujas - Bélgica, 1938).

En su famoso comentario al Apocalipsis, Beato de Liebana sacerdote benedictino del siglo VIII, habla de disgregación o disolución de la Iglesia hacia el fin de los tiempos, lo cual indica una ruptura o escisión además de la falsificación y corrupción de la religión y de la doctrina desde dentro mismo de la Iglesia, como se puede observar en los siguientes textos:
«... se ve ahora que son enemigos dentro de la Iglesia.(...) Pues en otro lugar se pronuncia un nombre de blasfemia, cuando dicen que ellos están dentro de la Iglesia y persiguen a la Iglesia.» (Obras Completas, Comentario al Apocalipsis de San Juan, Ed. B.A.C. Madrid, 1995, p. 485).

«La serpiente dio su poder a la bestia, porque tiene falsos hermanos dentro de la Iglesia, que parece que son la Iglesia y no lo son. Y por medio de ellos el diablo realiza sus acciones contra aquellos que quiere seducir dentro de la Iglesia;(...) el que parece que está en la Iglesia bajo nombre de santidad, pero no está en la Iglesia: porque es el simulacro que se ha inventado el diablo para engañar a los religiosos bajo el nombre de religión. (...) Tiene el diablo dentro de la Iglesia a esos que, disfrazados de oveja, por fuera parece que son justos, y por dentro son lobos rapaces. Por eso no son descubiertos junto con los otros hombres que son claramente malos, sino que son considerados santos, porque con ellos están unidos en la misma unidad y acción: y a éstos los tiene el diablo dentro de la Iglesia y en medio del pueblo bajo apariencia de santidad.» (Ibid. p. 487).

«Pero dijo que se les dio la blasfemia, porque no se levantan abiertamente contra la Iglesia, con la que dicen que están unidos; y al decir que son hijos de Dios, tienden trampas a los hijos de Dios. (...) no blasfeman abiertamente contra la Iglesia, sino bajo nombre de santidad, formando parte del misterio de iniquidad. Sin embargo cuando llegue este tiempo del Anticristo, cuando se produzca la dispersión, es decir, cuando claramente se haya disgregado la Iglesia, y se haya manifestado en todo el mundo el hombre de pecado, entonces se pondrá al descubierto y se manifestará y se comprenderá y conocerá aquello que antes, bajo apariencia de religión, con palabras ocultas, hablaba blasfemias contra Dios, pero ahora habla como Iglesia Católica.» (Ibid. p. 489).

«... es el mismo Anticristo, que ahora reina sutilmente en la Iglesia por medio de los falsos sacerdotes y entonces destruirá abiertamente a la Iglesia» (Ibid. p. 507). Es más, Beato identifica al clero y a los obispos corrompidos con la Bestia de la Tierra: «El mar es el pueblo abiertamente malo; la tierra son los obispos, sacerdotes y la falsa religión: quienes bajo apariencias de santidad no se ve que se agiten en el mundo, sino que parece que obran quedamente, y simulan que son de la Iglesia y no lo son...» (Ibid. p. 493).

«...aparenta ser cordero, para inocular ocultamente los venenos de la serpiente. Finge ahora ser cordero, para devorar con mayor seguridad al cordero. Habla de Dios, con el fin de alejar del camino de la verdad a los que buscan a Dios. Por eso el Señor, advirtiendo a su Iglesia, dice así: tened cuidado de los falsos profetas, que vienen a vosotros vestidos de ovejas, pero por dentro son lobos rapaces (Mt. 7,15).» (Ibid. p. 495).

El doctor Angélico, al comentar el versículo 29 capítulo 24 de San Mateo, donde dice que el sol se obscurece durante la gran tribulación de aquellos días, afirma: «Vel per solem Ecclesia signatur; unde Ecclesia propter tribulationes videbitur non lucere.» (O bien, por sol se designa a la Iglesia; por lo cual la Iglesia no se la verá brillar a causa de las tribulaciones. Comm, In Matth, cap. XXIV Ed. Marietti Taurini, 1925, p. 321).

Beato de Liebana dice, además, en su comentario al Apocalipsis que: «El sol es la Iglesia» (Ibid p. 41).

Cuando los vándalos quemaban iglesias en Roma, San Cipriano escribía a los obispos, como señala el Padre Castellani en su libro «El Evangelio de Jesucristo»: «No os deis afán por edificar templos materiales en los cuales al fin y al cabo sabéis que un día se sentará el Anticristo. Edificad la fe en los pechos, templos que nadie puede quemar» (Ed. Dictio, Buenos Aires, 1977, p. 412).
San Victorino Mártir y el teólogo Domingo Soto, como manifiesta repetidas veces el P. Castellani, hablan del retiro o repliegue de la Iglesia: «San Victorino Mártir continuamente dice que la Iglesia será quitada: ‘Et coelum recessit tanquam liber qui involvitur’; y el intérprete interpreta: ‘el cielo es plegado, es decir, la Iglesia quitada’; ‘de medio fiet’ - escribe Victorino en su bajo latín - que en latín significa más todavía: ‘La Iglesia liquidada’.» (Los Papeles de Benjamín Benavides, Ed. Dictio, Buenos Aires, 1978, p. 273).

Esto parecería a simple vista una herejía, pero no lo es como veremos, pues en el renglón siguiente, el P. Castellani ante la misma observación dice: «Domingo Soto defendió que la Iglesia ‘desaparecería’. Yo no lo sigo, conste. Pero quiero decir que esa opinión no fue condenada...».
La explicación de que no es una herejía, como aparentemente puede parecer, la da el mismo P. Castellani cuando expone: «San Victorino Mártir netamente asevera que ‘la Iglesia será quitada’ (‘de medio fiet’); pero eso no significa que será extinguida del todo y absolutamente, como lee Domingo Soto O.P., sino su desaparición de la sobrehaz de la tierra, y su vuelta a unas más oscuras y hórridas catacumbas.» (El Apokalypsis, Ed Paulinas, Buenos Aires 1963 p. 204).
La opinión de Domingo Soto no fue, ni podía ser condenada tampoco, pues es la misma que la de San Victorino, según la explicación del Padre Castellani, tal como se puede ver en otra de sus obras donde saca a relucir el tema relacionado con el número de católicos en el mundo, al hacer la siguiente advertencia: «Pero no hay que fiarse mucho de los números, porque sabemos que esos 900 millones de hombres llegará un día en que serán solamente un puñado de hombres, porque ‘cuando vuelva el Hijo del Hombre ¿Creéis que encontrará fe sobre la tierra?’, porque fe habrá, aunque sean pocos y perseguidos, en los últimos tiempos. Pero la fe en este sentido, significa la fe organizada, es decir, la Iglesia. La Iglesia -dice el teólogo Domingo Soto- ‘será quitada del medio’.» (Catecismo para Adultos, Ed. Patria Grande, Buenos Aires 1979 p. 35-36).

El Padre Castellani, que no era sólo doctor en teología, sino que también tenía el título más grande que puede tener alguien para enseñar, otorgado por la Iglesia a los más sabios entre sus doctores, pues obtuvo el diploma bulado que lo facultó como Doctor Sacro Universal, que solo muy pocos obtienen en un siglo, uno o dos a lo sumo; y que desde el descubrimiento de América hasta él, nadie tenía en la Iglesia, como se puede verificar en el prólogo de una de sus obras «La Catarsis Católica en los Ejercicios Espirituales de Ignacio de Loyola», Ed. Epheta Buenos Aires, 1991, decía sobre la Iglesia: «Cuando la estructura temporal de la Iglesia pierda la efusión del espíritu y la religión adulterada se convierta en la Gran Ramera, entonces aparecerá el Hombre de Pecado y el Falso Profeta, un Rey de Universo que será a la vez como un Sumo Pontífice del Orbe, o bien tendrá a sus órdenes un falso Pontífice, llamado en las profecías el Pseudo profeta.» (Cristo ¿vuelve o no vuelve? Ed. Dictio, Buenos Aires, 1976, p. 35).

De todos modos lo peor (lo más grave) ha sido dicho por Nuestra Señora de La Salette: «Roma perderá la fe y se convertirá en la sede del Anticristo» (Abate Gouin, Profecías de Nuestra Señora de la Salette, Madrid, 1977, p. 75). ¿Qué más se puede decir, que más nefasto e inverosímil para un católico y para la Iglesia misma, una cosa así? ¿Qué mayor iniquidad, que peor abominación, puede haber?, si Roma pierde la fe y se convierte en la sede del Anticristo, como afirma la Santísima Virgen Madre de la Iglesia ¿Qué más grave y tremendo se puede decir?

Fundamentos y Razones Teológicas

¿Cómo conciliar todo esto? sabiendo además que Jesucristo dijo «las puertas del infierno no prevalecerán contra ella» (Mt. 16,18).

La solución o explicación teológica la da Billuart, cuando habla de una doble visibilidad de la Iglesia, justamente para responder a una objeción basada en San Agustín cuando dice que la Iglesia no aparecerá (Ecclesia non apparebit). La objeción dice así: «Et S. Aug: Epis 80: ‘Quando sol obscurabitur et luna non dabit lumen suum, et stellae cadent de coelo, Ecclesia non apparebit’.» (Y San Agustín, Epístola 80: ‘Cuando el sol se obscurezca y la luna no de su luz, y las estrellas caigan del cielo, la Iglesia no aparecerá’). Este aparecerá equivale a no ser visible, lo cual indica que la Iglesia estaría como desaparecida, no vista etc. A lo cual Billuart responde: «Distinguenda est duplex Ecclesiae conspicuitas: una essentialis, quae consistit in verae fidei et religionis professione, in usus sacramentorum et observantia praeceptorum Christi; altera accidentalis, quae consistit in externo apparatu et splendore, cujuismodi sunt habere templa magnifica, sine metu ad sonum campanarum ecclesias frequentare et officia publica celebrare, abundare ministris, libere praedicare verbum Dei, etc. De hac posteriori perspicuitate, non de prima loquitur S. Agustinus et alii Patres, si forte sint qui eumdem modum loquendi teneant.» (Hay que distinguir una doble visibilidad de la Iglesia: una esencial, que consiste en la de la verdadera fe y en la profesión de la religión, en el uso de los sacramentos y en la observancia de los preceptos de Cristo; la otra accidental, que consiste en el aparato y el esplendor exterior, al cual pertenece tener magníficos templos, sin miedo a frecuentar el sonido de la campanas en las iglesias y celebrar los oficios públicos, abundar en ministros, predicar libremente la palabra de Dios, etc. De esta última visibilidad, no de la primera hablan San Agustín y los otros Padres, si acaso hablan en el mismo sentido. Cursus Theologiae tomus V. Tractus de Regulis Fidei Ed. Lecoffre, Parisiis, 1978, p. 112).

Esto es exactamente lo que hoy está ocurriendo. Esto explica como la verdadera Iglesia conservará la fe hasta el fin, aunque sean unos pocos, reducida a un pequeño rebaño, mientras que una falsa Iglesia con todo el aparato externo y la posesión de los templos con grandes ceremonias, pero sin la fe verdadera, propicia una falsa religión, un cristianismo adulterado.
Sobre la reducción de la Iglesia Católica a un pequeño rebaño fiel a Jesucristo, el benemérito Padre Julio Meinvielle expresó: «Como se hayan de cumplir, en esta edad cabalística, las promesas de asistencia del Divino Espíritu a la Iglesia y cómo se haya de verificar el portae inferi non prevalebunt, las puertas del infierno no han de prevalecer, no cabe en la mente humana. Pero así como la Iglesia comenzó siendo una semilla pequeñísima y se hizo árbol y árbol frondoso, así puede reducirse en su frondosidad y tener una realidad mucha más modesta. Sabemos que el mysterium iniquitatis ya está obrando; pero no sabemos los límites de su poder. Sin embargo, no hay dificultad en admitir que la Iglesia de la publicidad pueda ser ganada por el enemigo y convertirse de Iglesia Católica en Iglesia gnóstica.» (De la Cábala al Progresismo, Ed. Calchaqui, Salta-Argentina, 1970, p. 461-462).

Y aquí saca a relucir el P. Meinvielle, aunque a su modo, la tesis de las dos Iglesias, de que habla Billuart: «Puede haber dos Iglesias, la una de la publicidad, la Iglesia magnificada en la propaganda... y otra, la Iglesia del silencio... ‘como pusillus grex’... Esta segunda sería la Iglesia de las promesas, y no aquella primera, que pudiera defeccionar.» (Ibid. p. 462).

Con relación a la reducción de la Iglesia a un pequeño rebaño o a su mínima expresión, como podríamos decir, el P. Castellani tiene varios pasajes muy lúcidos: «La Medición del Templo significa la reducción de la Iglesia fiel a un pequeño grupo perseverante y la vasta adulteración de la verdad religiosa en todos los restantes; y en esto están unánimes todos los Santos Padres.» (El Apokalipsis, Ed. Paulinas Buenos Aires, 1963, p. 94).

Refiriéndose a la misma Visión Séptima del Apocalipsis (11, 1-2) sobre la Medición del Templo, el P. Castellani comenta: «Todos los Santos Padres han visto en esta visión el estado de la Iglesia en el tiempo de la Gran Apostasía: reducida a un grupo de fieles que resistente a los prestigios y poderes del Anticristo (Mártires de los últimos tiempos) mientras la Religión en general es pisoteada durante 42 meses o 3 años y medio. Pisotear no es eliminar: el ‘cristianismo’ será adulterado.» (Ibid. p. 152).

«El mismo Templo y la Ciudad Santa serán profanados, ni serán ya Santos. No serán destruidos. La Religión será adulterada, sus dogmas vaciados y rellenados de substancias idolátricas; no eliminada, pues en alguna parte debe estar en el Templo en que se sentará el Anticristo ‘haciéndose adorar como Dios’ que dice San Pablo. La Gran Apostasía será a la vez una grande, la más grande herejía.» (Ibid. p. 153). Y preguntándose a continuación el P. Castellani ¿Qué es lo que puede corromper a la Iglesia?» responde lapidariamente: «Lo mismo que corrompió a la Sinagoga, el Fariseísmo.» (Ibid. p. 153).

Y para terminar la explicación de esta visión de la Medición del Templo el P. Castellani dice: «Solo el Tabernáculo (o Santa Santorum) será preservado: un grupo pequeño de cristianos fieles y perseguidos: el Atrio que comprende también las Naves (no las había en el Templo de Jerusalén) será pisoteado. Y esa es ‘la abominación de la desolación’, que dijo Daniel y repitió Cristo.» (Ibid. p. 154). Esto está en consonancia con lo que dice Beato de Liebana en su Comentario: «Esta es la caña, la medida de la fe. Y nadie adora al santo altar sino quien confiesa esta fe: porque no todos los que parece que están con él, lo adoraban, según dice: el atrio que está al exterior del templo, déjalo fuera y no lo midas. El atrio es lo que está a las puertas del templo y parece que pertenece al templo; pero no es el templo, porque no pertenece al ‘sancta santorum’: estos son los que parece que están en la Iglesia, y están fuera. El patio es llamado atrio, espacio vacío entre paredes. A esos tales, que no son necesarios, mando echar de la Iglesia. Porque ha sido concedido a los gentiles que pisotean la ciudad santa, y la pisotearán durante cuarenta y dos meses. Los que serán excluidos y a quienes se les ha concedido, ambos pisotearán a la Iglesia: es decir los hombres malos de este mundo». (Comentario al Apocalipsis, Obras Completas, p. 453).

En relación a lo mismo, el P. Castellani en su libro «Los Papeles de Benjamín Benavides» ya mencionado, ve en la medición del templo uno de los signos apocalípticos de la división en la Iglesia: «...la medición del templo, que significa la separación, en la Iglesia, del Altar y los verdaderos fieles por un lado; y el atrio, que será entregado a los gentiles para que lo pisoteen, y las masas de cristianos tibios que apostarán por el otro...» (p. 171).
Sin duda que todo este panorama de adulteración de la religión, de vaciamiento del dogma, de reducción de la Iglesia, de apostasía, de abominación, desolación y de iniquidad, hace pensar en el Papa: ¿qué pasará con él? en medio de todo esto.

Nos remitimos a las consideraciones de algunos autores que de alguna forma tocan el tema bastante delicado y espinoso por cierto. Tema delicado y espinoso, sobre todo, por la interpretación de los herejes, como Lutero, como podemos ver en la advertencia que hace el P. Sáenz S.J., dedicándole un capítulo al P. Castellani y que sin ser tradicionalista no obstante reconoce que la Iglesia puede corromperse, es decir, los hombres de Iglesia, la Jerarquía, aunque desgraciadamente no es consecuente en los hechos: «Con el advenimiento del Protestantismo se produjo una extraña variación en la exégesis del Anticristo. Lutero aplicó la terrible etiqueta esjatológica al Papado. Sobre la base de que la Iglesia puede corromperse, y de hecho se corromperá en los últimos días, tesis muy delicada y que debe entenderse con cautela en atención a la indefectibilidad que Cristo le ha prometido, Lutero, interpretando dicha tesis de manera herética, creyó ver en el Papa la Gran Ramera de que habla el Apocalipsis.» (El Fin de los Tiempos y Seis Autores Modernos, ed. Gladius Buenos, Aires, 1996, p. 322).

Es importante el reconocimiento que hace el P. Sáenz sobre la cuestión delicada, como él mismo indica, de la corrupción de la Iglesia, más aún lo afirma al decir «y de hecho se corromperá» a pesar que es una afirmación parecida a la de Lutero.

El problema es que Lutero aplicó al Papado, a la Institución como tal, el calificativo de Anticristo, lo cual es evidentemente herético e impío. Otra cosa es que un Papa pueda caer en la herejía y aún en la apostasía y ser el Anticristo o estar a su servicio como la Bestia de la Tierra al servicio de la Bestia del Mar, tal como el P. Castellani señala en algunos textos al referirse al Anticristo y al Pseudoprofeta: «El Anticristo será, pues, un Imperio Universal Laico unido a una Nueva Religión Herética; encarnados ambos en un hombre o quizá en dos hombres, el Tirano y el Pseudoprofeta.» (Cristo ¿vuelve o no vuelve? Ed. Dictio, Buenos Aires, 1976, p. 47 - 48).

También Beato de Liébana es de la idea que las dos Bestias se reúnen en una sola, es decir que son como dos aspectos de una misma cosa aunque separados: «Otra bestia que surgía de la tierra. Surgir de la tierra es envanecerse de la gloria terrena. Lo que es el mar, eso es la tierra. Dijo otra por su misión, pero es una sola. Pues el mar realiza unas cosas, y la tierra otras; el mar se mece, y la tierra está quieta. El mar es el pueblo abiertamente malo; la tierra son los obispos, sacerdotes y la falsa religión: quienes bajo apariencia de santidad no se ven que se agiten en el mundo, sino que parece que obran quedamente, y simulan que son Iglesia y no lo son...» (Comentario al Apocalipsis, Obras Completas, p. 493).

El pseudoprofeta puede ser un Antipapa según el Padre Castellani: «...la formación de una religión falsa parecida a la cristiana, obra del Pseudoprofeta o Segunda Bestia, que puede ser un Antipapa, o un gran genio religioso, o simplemente la Masonería o el socialismo.» (Cristo... p. 56).
Incluso el P. Castellani deja abierto el interrogante de un Antipapa, cuando habla de la abominación de la desolación en lugar santo: «Y entonces la estructura temporal de la Iglesia existente será presa del Anticristo, fornicará con los reyes de la tierra -al menos una parte ostensible de ella, como pasó ya en su historia-, y la abominación de la desolación entrará en el lugar santo. ‘Cuando veáis la desolación abominable entrar donde no debe, entonces ya es. ¿Será el reinado de un Antipapa, o Papa falso? ¿Será la destrucción material de Roma? ¿Será la entronización en ella de un culto sacrílego? No lo sabemos.» (Ibid. p. 29). Y aunque dice «no lo sabemos», sin embargo el P. Castellani afirma de otra parte: «Nada impide que la ‘propaganda sacerdotal’ del Anticristo (Lacunza, Pieper) esté encabezada por un Obispo apóstata (Solovief) o incluso un Antipapa; así sucede en la historia humana cuerpo pide cabeza.» (El Apokalipsis, p. 334).

La posibilidad de que el Pseudoprofeta sea un Antipapa queda enunciada una vez más en este otro texto en el que hace referencia a otros lugares paralelos: «El principal de estos es el de la Segunda Bestia, una fiera que surge de la tierra como la otra surgió del mar, es decir, de la Iglesia en contraposición al mundo, la cual aunque habla como dragón ‘tiene dos cuernos semejantes al Cordero’. Esta bestia es la que ‘actúa’ y reduce a la práctica, es decir, ritualiza todo el poder de la otra, dice el Profeta. Ella es la propaganda sacerdotal: ella organiza la adoración idolátrica, impone la adoración del icono nefando, controla las sanciones de lista negra, para los que no se someten y suscita la gran persecución sangrienta. Esta Bestia es pues evidentemente un movimiento religioso, una herejía parecida al Cristianismo, la última herejía, la más nefanda y sutil de todas, la adoración del Hombre; encarnada ella quizá en un genio religioso, especie de inmenso Lutero, Focio o Mahoma. Quizá sea un Antipapa y los dos cuernos signifiquen la mitra episcopal. No lo sabemos.» (Los Papeles de Benjamín Benavides, p. 297).

Beato de Liébana también asocia al Pseudoprofeta (la Bestia de la Tierra) con los malos prelados: «Así que la bestia que dice que tiene dos cuernos, que es el cuerpo con todos los malos sacerdotes... adoran al diablo... son los mismos sacerdotes que, bajo nombre de religión, fingen que sirven a Dios, y por medio del nombre de Dios adoran al diablo.» (Comentario al Apocalipsis, Obras Completas p. 501).

«Y tenía dos cuernos parecidos a los del cordero: es decir, los dos Testamentos, la Ley y el Evangelio, por medio de los que finge que profetiza, y entre los suyos se presentaba como cordero y simulaba imagen de hombre justo. Y hablaba como serpiente. Pues habla lleno de malicia del diablo...» (Ibid. p. 493).

«Dijo que este poder lo ejerce la bestia en presencia de la bestia, esto es, los obispos o malos sacerdotes a los que describe... Dijo en presencia de la bestia, porque los obispos o presbíteros, distribuyendo los sacramentos, realizan delante del pueblo lo que es útil a la voluntad del diablo bajo el ropaje del carisma de la Iglesia.» (Ibid. p. 499).

El P. Castellani nos da también una idea de como podrá ocurrir semejante corrupción y adulteración de la fe y de la Iglesia: «La herejía de hoy, descrita por Hilaire Belloc en su libro «Las Grandes Herejías», pareciera explícitamente no negar ningún dogma cristiano, sino falsificarlos todos. Pero, mirándolo bien, niega explícitamente la Segunda Venida de Cristo; y con ella, niega su Realeza, su Mesianidad y su Divinidad. Es decir, niega el proceso divino de la Historia. Y al negar la Divinidad de Cristo, niega a Dios. Es ateísmo radical revestido de las formas de religiosidad. Con retener todo el aparato externo y la fraseología cristiana, falsifica el cristianismo, transformándolo en una adoración del hombre; o sea, sentando al hombre en el templo de Dios, como si fuese Dios. Exalta al hombre como si sus fuerzas fuesen infinitas. Promete al hombre el reino de Dios y el paraíso en la tierra por sus propias fuerzas. La adoración de la ciencia, la esperanza en el Progreso y la desaforada Religión de la Democracia, no son sino idolatría del hombre; o sea, el fondo satánico de todas las herejías, ahora en estado puro. De los despojos muertos del cristianismo protestante, galvanizados por un espíritu que no es de Cristo, una nueva religión se está formando ante nuestros ojos. Esto se llamó sucesivamente filosofismo, naturalismo, laicismo, protestantismo liberal, catolicismo liberal, modernismo... Todas esas corrientes confluyen ahora y conspiran a fundirse en una nueva fe universal; que en Renán, Marx y Rousseau tiene ya sus precursores.» (Cristo ¿Vuelve o no Vuelve? p. 18). Realmente son palabras proféticas sobre todo si se tiene en cuenta que la primera edición de este libro fue en 1951.

Otros autores serios, como el Padre Arminjon, cuyo libro Fin del Mundo influyó en Santa Teresita del Niño Jesús, como ella misma atestigua, habla de tiempos tan difíciles para la Iglesia que estará sin piloto, prácticamente sin Papa: «En el momento en que la tempestad será más violenta, cuando la Iglesia estará sin piloto, cuando el sacrificio incruento habrá cesado en todas partes, cuando todo parecerá humanamente desesperado, se verá, dice San Juan, surgir dos testigos.» (Abbé Arminjon, Fin du Monde Présent et Mystéres de la Vie Future -1881- Office Central de Lisieux, 1970, p. 54).

Incluso conviene observar al respecto que Melania (la vidente de La Salette) llega a referirse en una de sus cartas al Padre Roubaud del 30/IX/1894, a dos Papas «dudosos», según el texto francés: «vermoulus, plats douteux» (cfr. José Luis de Urrutia, S.J. Aparición y Mensaje de la Salette, Madrid, 1983, p. 38).

Curiosamente Cristóbal Colón en su testamento aconseja a su hijo ponerse «a los pies del Santo Padre, salvo si fuese herético (lo que Dios no quiera)». (Boletín del Ilustre Colegio Oficial de Doctores y Licenciados en Filosofía y Letras y en Ciencias del Distrito Universitario de Madrid, Junio 1992 nº. 36 p. 11).

Sobre el Antipapa

Respecto a la posibilidad de un Antipapa (sea cismático, hereje o apóstata) que ocuparía la Sede de Roma (como se puede deducir del Pseudoprofeta con cuernos de cordero, pero que habla como dragón) aunque fuera reconocido públicamente como Papa por la inmensa mayoría, sería en realidad un impostor, un usurpador, quien ocuparía de hecho la Cátedra de Pedro, pero no la ejercería por derecho.

Teológicamente no hay nada que lo impida, pues la posibilidad de un Papa hereje fue admitida comúnmente por los grandes teólogos y canonistas de la mal llamada Edad Media.

Lo cual es doctrina común entre los teólogos, así lo afirma Billuart cuando habla de como la jurisdicción del Papa herético se mantiene por el bien común de la Iglesia hasta que la situación sea aclarada por Esta: «Communior tamen sententia tenet, quod pontifici etiam manifieste herético Christus ex speciali dispensatione, propter bonum commune et tranquillitatem Ecclesiae, continuet jurisdictionem donec ab Ecclesia declaretur manifeste hereticus» (Sin embargo, la sentencia común sostiene que Cristo, por especial dispensa, a causa del bien común y de la tranquilidad de la Iglesia, mantiene la jurisdicción al pontífice aún manifiestamente herético hasta que la Iglesia lo declare como tal. Cursus Theologiae tomus V Tractus de Fide, Ed. Lecoffre Parisiis, 1878, p. 60).

Con esto cazamos dos pájaros de un solo tiro, pues queda resuelta la cuestión de la jurisdicción que para muchos es el obstáculo por el cual no admiten en nuestra época la sentencia comúnmente aceptada con anterioridad del Papa que cae en la herejía, pues alegan precisamente qué pasaría entonces con la jurisdicción tan vital y necesaria para la Iglesia.

En el Diccionario de Teología Católica, Dublanchy, autor del artículo Infalibilidad del Papa, afirma refiriéndose a los grandes teólogos escolásticos y a los canonistas de los siglos XII y XIII: «Todos admiten sin dificultad que el Papa puede caer en la herejía como en cualquier otra falta grave, ellos se preocupaban únicamente de investigar por qué y dentro de qué condiciones el Papa podía ser juzgado por la Iglesia en tal caso.» (D.T.C. Infallibilité du Pape, col. 1715).

Esta tesis estaba basada en el Decreto de Graciano que trae la siguiente afirmación de San Bonifacio: «Hujus (i.e. papae) culpas istic redarguere praesumit mortalium nullus, quia cunctos ipse judicaturus a nemine est judicandus, nisi deprehendatur a fide devius. Decretum, part I, dist. XL, c.6.» (Ninguno de los mortales presuma acusar las culpas de este -del Papa-, porque el que ha de juzgar a todos no puede ser juzgado por nadie, a menos que se lo encuentre desviado de la fe. D.T.C. Infallibilité du Pape, col. 1714).

El Papa Inocencio III también afirma lo mismo, admitiendo que únicamente puede ser juzgado por la Iglesia en el caso de ir contra la fe: «Intatum fides mihi necessaria est ut cum de ceterus peccatis solum Deum judicem habeam, propter solum peccatum quod in fide committitur possem ab Ecclesia judicari. P. L., T. CCXVII, col. 656.» (En tanto la fe me es necesaria para que tenga únicamente a Dios por juez de mis otros pecados, únicamente por el pecado contra la fe puedo ser juzgado por la Iglesia. Ibid. col. 1714).

Lo mismo también afirma Vacandard en el artículo «Deposición y Degradación de los Clérigos» del Diccionario de Teología Católica: «La herejía constituye, pues, una falta por la cual un Papa puede ser depuesto por el Concilio General. El concilio romano de 503 hace la misma advertencia a propósito de Símaco: nisi a recta fide exorbitaverit (A menos que se desvía de la recta fe). Hardouin, t. II col 984. Esta doctrina fue recibida y confirmada por toda la edad media.» (D.T.C. Déposition et Dégradations des Clercs, col. 519).

Es más, Vacandard en consonancia con lo que vimos en el artículo de Dublanchy dice: «En fin, el Papa Inocencio III reconoce solemnemente que si por sus otros pecados tiene únicamente a Dios por juez, ‘en materia de herejía puede ser juzgado por la Iglesia’, propter solum peccatum quod in fide committitur possem ab Ecclesia judicari (Únicamente por el pecado cometido contra la fe puede ser juzgado por la Iglesia). Serm, II, in consecrat pontif., P.L., t. CCXVII, col. 656. Este principio esta, pues, fuera de duda.» (Ibid. col. 519-520).

Además, el mismo autor hace la siguiente observación señalando que la máxima: prima sedes a nemine judicetur (la primera sede por nadie puede ser juzgada), tiene dos excepciones la primera por la herejía como acabamos de ver, la segunda por el cisma: «La regla que se aplica a los papas heréticos, igualmente se aplica a los cismáticos, y esta es la segunda excepción que queremos señalar » (Ibid. col. 520). Y aclara en que sentido habla de deposición para que no haya confusión al respecto: «Pero cuando decimos que los Papas pueden ser excepcionalmente depuestos a causa de herejía o de cisma, entendemos la palabra ‘deposición’ en un sentido lato. Propiamente hablando, ni en el uno ni en el otro caso el Papa es ‘depuesto’ por el concilio. Un Papa que cayera en la herejía y que se obstinara, cesaría por el mismo hecho de ser miembro de la Iglesia y en consecuencia dejaría de ser Papa; se depondría él mismo. Así lo entiende Inocencio III: Potest (pontifex) ab hominibus judicari vel potius judicatus ostendi, si videlicet evanescat in haeresim, quoniam qui non credit jam judicatus est. Serm., IV, in consecr pontif., P.L., t. CCXVII, col. 670. (El pontífice puede ser juzgado por los hombres, o más bien parecer juzgado, si evidentemente se extravía en la herejía, porque quien no cree ya está juzgado. Ibid. col 520).
Es más, como algunos prefieren pensar que es más probable que un Papa nunca lo haya sido por causa de la herejía, que pensar que lo fue y dejó de serlo por causa de la herejía, citamos la siguiente reflexión del mismo autor que nos parece muy útil sobre dicha cuestión: «En realidad, nadie puede deponer un Papa herético o cismático, porque si es lo primero, ha cesado de ser Papa y si lo segundo, no lo ha sido jamás.» (Ibid. col. 520). Luego se ve como es posible que un verdadero Papa deje de serlo por causa de la herejía.

Conviene hacer notar de qué manera puede un Papa ser cismático, pues a primera vista parece absurdo que un papa se separe de la comunión consigo mismo. Lo que sucede en realidad es que hay que tener cuidado para no confundir entre la persona del Papa y la función del Papa o el papado. Con lo cual ya se puede ver como un Papa puede romper con la función del papado y ser cismático.

Estos son algunos de los argumentos más relevantes que nos pueden servir para darnos una idea que pueda aclararnos el panorama actual. Tenemos además al Cardenal Torquemada, eminente teólogo español del siglo XV, que da tres argumentos para probar como un papa puede ser cismático:

«1. (...) por la desobediencia, el Papa puede separarse de Cristo, que es cabeza principal de la Iglesia y en relación a quien la unidad de la Iglesia primariamente se constituye. Puede hacer eso desobedeciendo a la ley de Cristo u ordenando lo que es contrario al derecho natural o divino. De ese modo se separaría del cuerpo de la Iglesia, en cuanto está sujeta a Cristo por la obediencia. Así, el Papa podría sin duda caer en cisma.»

«2. El Papa puede separarse sin ninguna causa razonable, sino por pura voluntad propia, del cuerpo de la Iglesia y del colegio de los sacerdotes. Hará eso, si no observare aquello que la Iglesia universal observa con base en la tradición de los Apóstoles, según el capítulo. ‘Eclesiasticarum’, d.11, o si no observare aquello que fue, por los Concilios universales o por la autoridad de la Sede Apostólica, ordenado universalmente, sobre todo en cuanto al culto divino. Por ejemplo, no queriendo personalmente observar lo que se relaciona con las costumbres universales de la Iglesia o con el rito universal del culto Eclesiástico. (...) Apartándose de tal modo, y con pertinacia, de la observancia universal de la Iglesia, el Papa podría incidir en cisma.

La consecuencia, es buena; y el antecedente no es dudoso, porque el Papa, así como podría caer en herejía, podría también desobedecer y con pertinacia dejar de observar aquello que fue establecido para el orden común en la Iglesia. Por eso, Inocencio dice (c.’De Consue’.) que en todo se debe obedecer al Papa en cuanto éste no se vuelva contra el orden universal de la Iglesia, pues en tal caso el papa no debe ser seguido, a menos que haya para eso causa razonable.»
«3. Supongamos que más de una persona se considere Papa, y que una de ellas sea verdadero Papa, aunque tenido por algunos como probablemente dudoso. Y supongamos que ese Papa verdadero se comporte con tanta negligencia y obstinación en la búsqueda de la unión de la Iglesia, que no quiera hacer cuanto pueda para el establecimiento de la unidad. En esa hipótesis, el Papa sería tenido como fomentador del cisma, conforme muchos argumentaban, aun en nuestros días, a propósito de Benedicto XIII y de Gregorio XII.» (Texto citado por Arnaldo Vidigal Xavier da Silveira, en su obra mimeografiada Implicaciones Teológicas y Morales del Nuevo «Ordo Missae» Sao Paulo- Brasil, 1971, traducción española por Cosme Beccar Varela (h) y Carlos Alberto Díaz Vélez, p. 186-187).

Suárez retomando los argumentos de los Cardenales Torquemada y Cayetano explícita que «el Papa podría ser cismático, en el caso de que no quisiese tener con todo el cuerpo de la Iglesia la unión y la conjunción debidas, como sucedía si tratase de excomulgar a toda la Iglesia, o si quisiese subvertir todas las ceremonias eclesiásticas fundadas en la tradición apostólica, como observa Cayetano (ad II-II,q.39) y, con mayor amplitud Torquemada (1ib.4, c.11).» (Ibid. p. 185).

El conocido Cardenal Journet mucho más cercano a nuestros días escribe sobre la misma cuestión con criterio bastante tradicional:
«1. Los antiguos teólogos (Torquemada, Cayetano, Bañez), que pensaban, de acuerdo con el ‘Decreto’ de Graciano (Pars I, dist. XV, c. VI), que el Papa, infalible como Doctor de la Iglesia, podía sin embargo, personalmente pecar contra la fe y caer en herejía (ver «L’Eglise du Verbe Incarné», t.I. p. 596), con mayor razón admitían que el Papa podía pecar contra la caridad, inclusive en cuanto ésta realiza la unidad de la comunión eclesiástica, y así caer en el cisma. La unidad de la Iglesia, según ellos decían, subiste cuando el papa muere, por lo tanto, ella podría subsistir también cuando un papa incidiese en cisma (Cayetano, II-II, q. 39, a.1, nº. VI). Ellos se preguntaban, todavía de qué manera puede el Papa tornarse cismático. Pues no puede separarse ni del jefe de la Iglesia, es decir, de sí mismo, ni de la Iglesia, porque donde está el Papa está la Iglesia. A eso Cayetano responde que el Papa podría romper la comunión renunciando a comportarse como jefe espiritual de la Iglesia, decidiendo por ejemplo actuar como mero príncipe temporal. Para salvar su libertad, él huiría así a los deberes de su cargo; y si hiciese eso con pertinacia, habría cisma. En cuanto al axioma ‘donde está el Papa está la Iglesia’, vale cuando el Papa se comporta como Papa y jefe de la Iglesia; en caso contrario, ni la Iglesia está en él, ni él en la Iglesia (Cayetano, Ibid.).»

«2. Se dice a veces que el Papa, no pudiendo desobedecer, tiene tan sólo una puerta de entrada para el cisma. De los análisis a que procedemos resulta, por el contrario, que el también puede pecar de dos maneras contra la comunión eclesiástica: 1º quebrando la unidad de conexión, lo que supondría de su parte la voluntad de substraerse a la invasión de la gracia en cuanto ésta es sacramental y realiza la unidad de la Iglesia; 2º quebrando la unidad de dirección, lo que produciría, conforme al penetrante análisis de Cayetano, si como persona privada se rebelase contra los deberes de su cargo y rehusase a la Iglesia -tentando excomulgarla toda o simplemente resolviendo, de modo deliberado, vivir como mero príncipe temporal- la orientación espiritual que ella tiene el derecho de esperar de él en nombre de Alguien que es mayor que él: del propio Cristo y de Dios.» (Ibid. p. 185-186).

Es más, sobre el Papa cismático, salvo un teólogo refutado por Melchor Cano como veremos, todos lo admiten: «Los teólogos, salvo Alberto Pighi, admiten unánimemente, después del Decreto de Graciano, part.I.dist. XL,c.VI, Ed.Friedberg, t.I. p. 146, la posibilidad de que el Papa caiga en la herejía; y como toda herejía implica el cisma, se admitía por el hecho mismo la posibilidad, para el Papa, de volverse cismático.» (D.T.C. Schisme col. 1306).

En dicho artículo, se nombra entre otros, a Torquemada, Vitoria, Cayetano, Suárez, y resume diciendo que: «Los casos concretamente considerados por estos teólogos son aquellos en donde el Papa rehusaría comulgar con la Iglesia, o cesaría de conducirse como su jefe espiritual para obrar como puro señor temporal, o aun si rehúsa obedecer a la ley y constitución dadas por Cristo a su Iglesia y de observar las tradiciones establecidas desde los Apóstoles en la Iglesia Universal...» (D.T.C. Shisme col. 1306).

Opinión Refutada

La opinión del único teólogo, Alberto Pighi, holandes del siglo XVI, fue refutada por el Obispo de Canarias y gran teólogo Melchor Cano quien la tilda de moderna además de falsa, retomando los argumentos del Cardenal Torquemada (tio del gran inquisidor Torquemada), reproducidos luego por el Cardenal Cayetano, y después seguidos por los teólogos Domingo Soto, Vitoria y Bañez quienes siguen también la misma línea.

Melchor Cano afirma: «Haec vero Alberti opinatio, nova quidem in ecclesia est» (Esta opinión de Alberto -Pighi- es sin duda verdaderamente nueva en la Iglesia p.439), y más adelante: «Non est igitur negandum, quin summus pontifex hereticus esse possit» (Así pues, no hay que negar que el Sumo Pontífice puede ser herético... De Eccles. Roman, Auctor. lib. VI. Opera t.I Typographia Regia Matriti 1776, p 441).

El Decreto de Graciano que afirma la posibilidad de que el Papa caiga en la herejía, no solo inspiró el Derecho Canónico durante la Edad Media sino que continuó la misma doctrina gracias a Torquemada, Cayetano, Cano, Soto, Bañez, como lo expresa Dyblanchy: «Restringido o ampliado el pensamiento de Gratiano dominó todo el Derecho Canónico del medio evo... En el siglo XV la misma doctrina todavía persiste en numerosos autores que como sus predecesores agregaban que el Papa es, en tal caso, inmediatamente despojado de la dignidad pontifical o depuesto por el mismo hecho, como Torquemada... Al comienzo del siglo XVI, la opinión del Cardenal Torquemada fue reproducida por Cayetano.» (D.T.C. Infaillibilité du Pape, col. 1715).
Refiriéndose, más adelante, a la opinión de Pighi dice el autor del mismo artículo: «Esta afirmación de Pighi fue enseguida combatida por Melchor Cano, que después de rechazar la mayoría de las explicaciones dadas por Pighi para justificar varios Papas respecto a la fe, concluye que no se puede negar que el Soberano Pontífice puede ser herético, puesto que en realidad hay un ejemplo o quizás dos. De locis theologicis, lib. VIII, Opera Venise 1759, p. 170. Cano fue seguido por Domingo Soto» (Ibid. col. 1715 - 1716).

Es importante retener que si durante toda la Edad Media era unánimemente admitido que el Papa podía caer en la herejía, poco importa que después los teólogos hayan disentido de esta unanimidad introduciendo alguna concesión, probabilidad o matiz haciendo que hoy se haya como eclipsado la doctrina anterior y parezca a algunos como contraria a la fe y a la doctrina católica. Es de mucho más peso la tesis tradicional que la posterior, y eso basta. No obstante citaremos al gran doctor de la teología moral San Alfonso de Ligorio, quien descalifica la opinión de Pighi por errónea y opuesta (los extremos se unen) a la opinión herética de Lutero.

San Alfonso distingue cuatro opiniones sobre la infalibilidad del Papa: La primera es de Lutero y de Calvino, que enseñan la siguiente doctrina herética, la del Papa que es falible aún cuando habla como Doctor Universal y de acuerdo con el Concilio. La segunda, que es precisamente la opuesta de la primera, es la de Alberto Pighi, quien sostiene que el Papa no puede errar, aún cuando habla como doctor privado. La tercera es la de ciertos autores que sostienen que el Papa es falible en las enseñanzas dadas fuera del Concilio (Es el caso del Galicanismo.) (...) La cuarta opinión, que es la opinión común y a la cual adherimos, es ésta: bien que el Pontífice Romano pueda errar como simple particular o doctor privado, así como en las puras cuestiones de hecho que dependen principalmente del testimonio de los hombres, sin embargo, cuando el Papa habla como Doctor Universal definiendo ex cáthedra, es decir, en virtud del poder supremo transmitido a Pedro para enseñar a la Iglesia, decimos que él es absolutamente infalible en la decisión de las controversias relativas a la fe y las costumbres. Esta opinión es defendida por Santo Tomás, Torquemada, Soto, Cayetano...» (Oeuvres Complètes de S. Alphonse de Liguori, Oeuvres Dogmatiques , Extrait du tome IX, Traités sur le Pape et sur le Concile, publié en 1887, reimpression 1975: Compagnons de Saint Michel, Belgique, p. 286 - 287 et 292 - 293).

Derecho Canónico y Herejía

Sin embargo los juristas contemporáneos admiten la posibilidad de que el Papa caiga en herejía, por ejemplo Regatillo S. J. indica la herejía como causa para que cese el Romano Pontífice: «Ob haeresim publicam ipso facto communior: quia non esset membrum Ecclesiae, ergo multo minus caput» (Por herejía pública de inmediato [se pierde el Pontificado] según la sentencia más común, pues quien no es un miembro de la Iglesia, mucho menos puede ser su cabeza. Instituituiones Iuris Canonici, Vol 1 Ed. Sal Terrae, Santander 1951, p. 280).

Matteus Conte a Coronate O.F.M. Cap. también considera la herejía como una causa de la pérdida del Pontificado: «Quidam auctores negant suppositum: dari mempe posse R. Pontificem haereticum. Probari tamen nequit R. Pontificem, ut doctorem privatum, haereticum fieri non posse, e.g., si dogma antecedenter definitum contumaciter deneget; haec impeccabilitas ipsis nullibi a Deo promisa est. Immo Innoc. III expresse admittit dari posse casum. Si vero casus accidat ipse ex iure divino ab officio, sine ulla sententia, ne declaratoria quidem, decidit.» (Algunos autores niegan el supuesto: ciertamente se puede dar un Romano Pontífice herético. Sin embargo, no se puede probar que el Romano Pontífice, como doctor privado, no puede ser herético, por ejemplo si niega contumazmente un dogma definido anteriormente, esta impecabilidad de ningún modo le fue prometida por Dios. Por cierto Inocencio III admite expresamente que se puede dar este caso. Si realmente esto sucediera por derecho divino perdería su cargo, sin ninguna sentencia declaratoria. Institutiones Iuris Canonici, Ed. Marietti Vol. 1. Torino, 1950, p. 373).

En el tratado del Derecho Canónico compuesto por varios autores Naz, de Clerq, Lefebvre, Claeys Bouvaest y Jombart, refiriéndose al segundo caso por el cual cesa el poder pontifical, (pues en el primer caso se contempla la demencia permanente) se expresa lo siguiente: «El segundo caso, según la doctrina más común, es posible teóricamente, en tanto que el Papa obraría como doctor privado. Dado que la Sede suprema no es juzgada por nadie (can 1556) habría que concluir que por el hecho mismo y sin sentencia declaratoria, el Papa estaría depuesto.» (Traité de Droit Canónique T. 1. Ed. Letouzey et Ané, París, 1954, p. 377).

También reconocen lo mismo los juristas Vermeersch y Creusen en su tratado de Derecho Canónico, señalando la herejía notoria como causa de la pérdida del pontificado: «Saltem iuxta communiorem sentenciam, R. Pontifex ut doctor privatus in manifestam haeresim incidere potest. Tunc, sine sententia declaratoria (nam suprema Sedes a nemine iudicatur) ipso facto a potestate decideret, qua frui non potest qui membrum Ecclesia iam non sit.» (Al menos de acuerdo con la sentencia más común, el Romano Pontífice como doctor privado puede incidir en herejía manifiesta. Entonces sin sentencia declaratoria (pues la suprema Sede no es juzgada por nadie) automáticamente pierde su potestad, la cual no puede disfrutar quien no es ya miembro de la Iglesia. Epitome Iuris Canonici t. 1 Ed Mechliniae, Romae 1927, p. 222).

Sobre la Apostasía

Sobre la Apostasía de un Papa no hay tampoco ningún inconveniente teológico que lo impida o descarte, pues no constituye una especie nueva o diferente del caso de la herejía, luego está dentro del mismo orden: «Muchos teólogos dicen después de Santo Tomás, Sum Theol., II II q. XII, a.1, ad3: La apostasía no constituye una especie particular de infidelidad, es solo una circunstancia agravante del pecado» (D.T.C. Apostasie, col. 1604).

Por lo cual se considera que entre la herejía (que es también un pecado de infidelidad) y la apostasía no hay distinción de naturaleza: «Por lo cual concluimos, y creemos estar de acuerdo en esto con la gran mayoría, si no con la unanimidad de los teólogos: la apostasía y la herejía son pecados de la misma especie, entre los cuales toda la diferencia es aquella del más o del menos, siendo la negación, total en la apostasía, parcial en la herejía» (Ibid. col 1604).

Luego si entre la herejía y la apostasía hay únicamente una diferencia de grado y no de naturaleza, es evidente entonces que si un Papa puede caer en herejía (de acuerdo con la sentencia más común) también puede caer en la apostasía. No hay entonces nada que teológicamente impida que un Papa puede ser apóstata, como no lo hay tampoco que pueda ser hereje.

La apostasía consiste como sabemos, en el abandono total de la Fe Católica, después de haber sido bautizado. No se requiere que la persona pase a otra religión o creencia, basta que abandone la Fe. (cfr. D.T.C. Ibid. col. 1602).

Ahora bien la apostasía puede ser en cuanto a su manifestación exterior explícita o implícita: es explícita y formal, si el fiel da a conocer por una declaración categórica o por actos que equivalen a una declaración categórica, que renuncia a la fe cristiana». (D.T.C. Apostasie, col. 1603).
Y aquí lo más grave y sutil del asunto, pues también se puede ser apóstata sin salirse de la Iglesia, sin hacer una declaración o sin actos que equivalen a una declaración de renuncia o abandono de la Fe Católica, y queriendo guardar el nombre de cristiano, tal como es el caso de la apostasía implícita e interpretativa. Así tenemos que: “La apostasía es implícita e interpretativa cuando un cristiano, sin señalar formalmente que renuncia a su creencia pretendiendo incluso guardar su título de cristiano, se conduce de tal modo que podemos concluir ciertamente que se ha vuelto extraño a la fe”. (D.T.C. Apostasie, col. 1603).

Esto puede ocurrir no solo con cualquier fiel sino también con un Papa, que queriendo guardar la apariencia de católico no obstante con sus actos y decisiones se manifiesta claramente que es ajeno a la fe, ya sea que la adultere, la tergiverse, la socave, o la vacíe de su contenido guardando la apariencia.

Sobre las Profecías de San Malaquías

Todo esto nos hace pensar en las célebres profecías de San Malaquías cuya inspiración esta a prueba de fuego, pues se vienen cumpliendo con una exactitud humanamente imposible de concebir.

Nos remitimos al comentario de Don Rafael Pijoan doctor en teología y Archipreste de la Catedral de Menorca y predicador apostólico, donde habla de algunas divisas relacionadas con nuestra época y concernientes a un antipapa.

Conviene recordar que estamos en el tiempo que cobija actualmente la divisa De labore solis, con Juan Pablo II. La divisa anterior fue De medieta lunae con Juan Pablo I. Pues bien, veamos que dice al respecto el Doctor y Archipreste Pijoan, cuyo libro fue publicado en 1952 con todas las aprobaciones eclesiásticas de ese entonces:

«Las dos divisas siguientes hacen aparecer ante nosotros las más siniestras imágenes y la tercera al hablarnos de gloria, nos deja adivinar el precio a que deberá comprarse la victoria. Estas divisas, como ya se ha dicho, son: De medietate lunae, De labore solis, De gloria olivae. (...) Ahora bien, el símbolo de la luna parece tener en la Profecía de los Papas una doble interpretación. Primera interpretación: Muchas veces anuncia un antipapa; y no sin algún fundamento, porque, en realidad, la luz de los antipapas es una luz prestada, no propia, como no es propia, sino prestada, la luz de la luna. Si algunos de ellos han podido gozar de cierta autoridad, ha sido porque los pueblos creyeron ver en su frente un reflejo de la majestad del Pontífice romano. Así es, que el antipapa Benedicto XIII es designado por San Malaquías con la divisa Luna cosmedina; Nicolás V, con la divisa de Modicitate lunae, con lo cual se hace una alusión al antipapa Félix V que se sometió a aquel Pontífice. De modo que no carecería de fundamento el decir que es muy posible que la época marcada por la divisa De medietate lunae fuese testigo de un gran cisma que sería como el punto de partida de las terribles pruebas por las que tiene que atravesar la Iglesia en los últimos tiempos. Segunda interpretación: El símbolo De medietate lunae podría también referirse al Mahometismo, que tiene por enseña la media luna. Ya he hablado del Anticristo, el cual llevará sangre mahometana; y, por consiguiente, bien podría explicarse esta divisa suponiendo, como es opinión común, que en el pontificado De medietate lunae hará su aparición el Anticristo.»

«La segunda divisa De labore solis es verdaderamente lúgubre, por que si la miramos en su sentido físico, parece indicar la realización de aquella señal evangélica del fin del mundo: sol obscurabitur; y si la miramos en su sentido moral, nos indica al verdadero sol, Jesucristo, que vive en su Iglesia o en su Vicario, quienes se verán asediados por trabajos, penas, pruebas y tribulaciones de toda clase, las cuales están anunciadas para los últimos tiempos. De modo que esta divisa hace referencia a las pruebas y a los sufrimientos de los hijos de la verdad, y al mismo tiempo les consuela y les anima en la lucha, haciendo aparecer a sus ojos la luz de la que la Iglesia no cesa de verse bañada y envuelta, aun en medio de las más crueles persecuciones» (El Siglo XX y el Fin del Mundo, Ed. La Hormiga de Oro, Barcelona, 1953, p. 227 - 228- 229).

Y para que no queden dudas sobre el siniestro y desastroso significado de estas dos divisas Pijoan recalca haciendo ver la aparición de un falso Papa o lo que es lo mismo, de un Antipapa:
«De todos modos, parece deducirse que el símbolo de la luna anuncia un poder anticristiano, y muy probablemente también un falso Pontífice. La alusión al sol de la divisa siguiente sería una razón más en favor de esta interpretación. En cuanto a la concordancia del Apocalipsis con la divisa De labore solis, basta para convencerse de ella, pasar la vista a los grandes cuadros que el libro de San Juan desarrolla ante nosotros después de anunciar las tres últimas calamidades, y quedará uno convencido de cómo la divisa De labore solis responde a las amenazadoras realidades del porvenir.» (Ibid. p. 234).

Es más, el autor señala la relación de las últimas divisas con el Apocalipsis, es decir, con los tiempos apocalípticos que vivimos, aunque como en los tiempos de Noé, la gente (el mundo) siga bailando y danzando alegre y despreocupadamente sin hacer caso de lo que se les viene encima.
Tenemos así según el Archiprestre Pijoan que: «El Apocalipsis está en una completa conformidad con las leyendas últimas, como vimos que lo estaban con las anteriores. En efecto, la interpretación dada a la divisa De medietate lunae, en cuanto hace relación a algún nuevo cisma, parece tener su fundamento en los capítulos VIII y IX del Apocalipsis. En ellos encontramos, al romperse el séptimo sello, anuncios que concuerdan perfectamente con esta hipótesis. Porque los ángeles que hacen su aparición después de un solemne silencio de media hora (que representa la tranquilidad y la paz de la Iglesia durante los pontificados anteriores) anuncian al mundo, al sonido de la trompeta, las más grandes desdichas; entre ellas, la caída de una gran estrella sobre la tercera parte de los ríos y sobre las corrientes de las aguas. El nombre de esta estrella es Absintio (amargura): ‘Et facta est tertia pars aquarum in absinthium; et multi hominum mortui sunt de aquis, quia amarae factae sunt.’ Esto es, que los ríos de las gracias y las aguas verdaderas y cristianas que con sus corrientes fertilizan los campos de la Iglesia, han sido envenenadas para una gran parte de los hombres. Al sonido de la quinta trompeta se alude también al mismo símbolo, pues se trata del mismo personaje que aparece a nuestros ojos, abriendo las puertas del abismo, del cual se escapan los poderes infernales y preparan los caminos del Anticristo. (Apoc. IX, 1-11).» (Ibid. p 232-233).

Hay una concordancia entre las Escrituras y las profecías de San Malaquías sobre los Papas, que Pijoan insiste en hacer recalcar, cuando expresa: «En resumen: El evangelio, el Apocalipsis y la profecía de los Papas convergen al hablarnos de las últimas pruebas y tribulaciones que precederán al Juicio.» (Ibid. p 236).

Los dos Misterios: a modo de conclusión

Esto nos lleva a pensar en la lúcida reflexión de Mons. Straubinger sobre los dos misterios que jalonan la historia de la Iglesia y de la Humanidad: «El misterio de la iniquidad, que culminará en el Anticristo y su triunfo sobre todos los que creerán a la mentira (v.11) por no haber aceptado ‘el misterio de la sabiduría’ (I. Cor. 2 7), ya esta operando desde el principio, en forma subrepticia de cizaña mezclada con el trigo y de peces malos entre la red (Mat. 13, 47 s.), a causa del dominio adquirido por Satanás sobre Adán, y mantenido sobre todos sus descendientes que no aprovechan plenamente la redención de Cristo. Es, no sólo el gran misterio de la existencia del pecado y del mal en el mundo, no obstante la omnipotente bondad de Dios, sino principalmente, y en singular, ese misterio de la apostasía (v, 3), que llevará al triunfo del Anticristo sobre los santos (Apoc. 13,7), a la falta de fe en la tierra (Mar. 24,24; Luc. 18,8), y en una palabra, a la aparente victoria del diablo y aparente derrota del Redentor hasta que El venga a triunfar gloriosamente en dos misterios más adelante señalados para el fin. Las armas del Anticristo son falsas ideologías y doctrinas que Satanás, ‘el príncipe de este mundo’ va introduciendo desde ahora bajo etiquetas de cultura, progreso y aun de virtudes humanas que matan la fe, y gracias a los medios que la técnica moderna le da para monopolizar la opinión pública. Un autor americano reciente ve el misterio de iniquidad en el ‘conformismo’, o sea en la acomodación de los cristianos al mundo, en la infiltración del mundo en las filas de los discípulos de Cristo.» (Nota nº 6 II Tes. 2,6).

Se ve aquí la profunda afinidad entre el Anticristo y la cultura moderna y el progreso de la Técnica moderna, aunque siempre quedará un pequeño rebaño testigo fiel de Cristo, en medio de la Apostasía: «La apostasía general no debe llenarnos de pasmo, pues es anunciada por Jesucristo (Luc. 18,8) y por San Pablo como antecedente del Anticristo y como condición previa para el triunfo de nuestro Redentor (II. Tes. 2,3), pero siempre quedará un pequeño grupo de verdaderos y fieles cristianos, el ‘pusillus grex’ (Luc. 12,32)» (Nota 3 de Mons. Straubinger Ap. 13,3).

Y como manifiesta el P. Meinvielle al finalizar su libro ya mencionado: «San Pablo llama apostasía universal a esta defección de la fe, que ha de coincidir con la manifestación del hombre de la iniquidad, del hijo de perdición: Y esta apostasía universal es la secularización o ateización total de la vida pública y privada en la que está en camino el mundo actual. La única alternativa al Anticristo será Cristo, quien lo disolverá con el aliento de su boca. Cristo cumplirá entonces el acto final de liberar a la Historia. El hombre no quedará alienado bajo el inicuo. Pero no está anunciado que Cristo salvará la muchedumbre. Salvara si a su Iglesia, ‘pusillus grex’, rebañito pequeño, a quien el Padre se ha complacido en darle el Reino». (De la Cabala al Progresismo, Ed. Calchaqui, Salta-Argentina, 1970, p.463).

El Papa Pío XII que no quiso leer el 3er Secreto de Fátima, pero que de algún modo vislumbraba su contenido, reconoce que Fátima indica el peligro de la corrupción de la fe en la misma Iglesia, al hacer la siguiente confidencia al Conde Enrico Pietro Galeazzi cuando era Cardenal: «Estoy obsesionado por las confidencias de la Virgen a la pequeña Lucía de Fátima. Esta obstinación de la Buena Señora delante del peligro que amenaza a la Iglesia, es una advertencia divina contra el suicidio que representa la alteración de la fe en, su liturgia, su teología y su alma; oigo entorno a mí novadores que quieren desmantelar la Capilla Sagrada, destruir la llama universal de la Iglesia, rechazar sus ornamentos, crearle el remordimiento de su pasado histórico. Y bien, mi querido amigo, tengo la convicción que la Iglesia de Pedro debe asumir su pasado o si no cavará su tumba.» (Daniel Le Roux, Pierre M’aimes - Tu? Ed. Fideliter 1988, p. 1).

Esto que Pío XII dijo cuando era aun Cardenal (entonces Secretario de Estado de Pío XI) es lo que desgraciadamente ejecutó el Concilio Vaticano II, y al no asumir su pasado no solo cavó su tumba, sino que también se desgarró en un cisma sin precedentes, rompiendo con la Tradición de la Iglesia para finalizar en la Gran Apostasía de las Naciones de los Gentiles.





P. Basilio Méramo.

SANTA FE DE BOGOTA, JULIO 4 DE 1997

FIESTA DE LA B. VIRGEN MARIA REFUGIO DE LOS PECADORES

3ra. Impresión, Diciembre de 2000 - Santa Fe de Bogotá.